Creo que mi prometido se ha rendido – La hija del Duque: Capítulo 4

Traducido por Naiarah

Editado por Nebbia


Al día siguiente, el Príncipe se presentó sin previo aviso y, cuando salí a recibirle, me entregó, sonriente, un ramo de rosas.

— Ah, mi encantadora prometida, ¿cómo te sientes hoy?

Si le mostraba desprecio, parecería una declaración de que realmente pasó algo la otra noche. Por su lado, los criados, que estaban preocupados ya que me vieron regresar sola, suspiraron aliviados.

Aunque ya les contara que me sentí indispuesta y por ello regresé antes, no parecían convencidos del todo, y como la sirvienta que volvió conmigo, tampoco tenía permitido comentar nada con ellos, su imaginación se desbocó. Sin embargo, aún suponiendo que hubiera algunos desacuerdos, si el Príncipe venía a verme, no debería haber ningún problema serio.

Yo mantenía la vista en las flores y pretendía disfrutar de su fragancia, pero mi corazón lloraba afligido. Desafortunadamente, en un futuro este Príncipe me echará a un lado y escogerá a una hermosa y adorable chica.

Para ayudar a los sirvientes con la preparación, le invité a la terraza emplazada en el jardín. El tiempo era bueno, ideal para tomar el té fuera, o lo sería si mi pareja no fuera Alberto, quien nunca perdía su sonrisa.

Mientras íbamos hacia allí, le entregué el ramo de rosas a Hans, un mayordomo, quien preguntó con una sonrisa — Rosas rojas, ¿no? — ¿significarán algo en especial? pero antes de poder preguntarle, Alberto me instó a continuar presionando mi cintura.

Nos sentamos uno frente al otro, pero se limitó a contemplar el jardín en silencio que ni siquiera rompió cuando la criada nos sirvió el té. Vestía un elegante traje gris, colocó sus brazos sobre el regazo y cerró los ojos disfrutando de la suave brisa.

— Qué buen tiempo… — Levanté las cejas sorprendida.

Hasta ahora, nunca había usado el tiempo como excusa para charlar, ser incapaz de encontrar un tema menos mediocre me da a entender que está desesperado por entablar conversación; respiré hondo antes de responder.

— De hecho… ¿Qué le trae hoy aquí? — Sin mirarme asintió con sutileza y la comisura de su labio se elevó brevemente.

— Sólo vine para ver a mi prometida. — Reí intentando que mi pena no se notara, pero esa posición como prometida pronto se la darás a otra chica, ¿no?

— Muchas gracias, me duele saber que preocupé a Su Alteza. Por favor, no le dé importancia a alguien como yo. — Con una sonrisa dejó la taza sobre el platillo y ordenó a la criada que dejara los dos juegos de té.

— Gracias. Eso será todo, así que puedes retirarte.

Esta es mi casa y , aunque sea el príncipe, no era normal que mostrara tal conducta poco elegante, ordenando a los criados de otra familia. Normalmente, no importaba quién les exigiera algo, los criados siempre buscaban la aprobación de sus señores para actuar, pero la chica se sintió presionada por la presencia de Alberto y obedeció sin dudar.

— Estás siendo bastante arrogante, ¿no te parece? — Lo critiqué con sarcasmo en mi voz, pero respondió igual que un niño mimado acostumbrado a salirse con la suya.

— ¿Hasta cuándo planeas estar enfadada, Cristina? Si sigues actuando con ese desdén, tendré que hacer algo. — Mi corazón se congeló, ese “algo”… Ya sé lo que es. Buscar cualquier excusa para abandonar a tu prometida… Qué forma tan estereotipada de pensar. Le sonreí.

— Oh querido, ¿de qué plan se trata? Por favor dime. — Notó que su amenaza no funcionó, se sostuvo la frente y tras soltar un largo suspiro empezó a hablar en voz grave.

—Lo de ayer fue… No es que tuviera planeado pasar tiempo a solas con ella…— Me quedé callada esperando que continuara.— Para cuando me dí cuenta, ya no podía verte, así que quise ir a buscarte, pero ella siguió insistiendo en bailar una canción más, por eso pretendí estar cansado para salir de allí. Pensé en dejar a la señorita Clara con un conocido, por el camino encontré a las señoritas Cindy y Elena y les pregunté dónde estabas, pero empezaron a hablar con ella… No podía irme sin más y dejarla allí sola,  así que acabé llevándola conmigo. — No sería de extrañar que esas chicas culparan a Clara. Debo insistir para que no hablen mal de ella; atacarla sería la peor forma de llevarlo. Me quedé sin palabras ante su excusa, así que sólo murmuré una queja.

— Cuando fui yo, sólo bailaste una canción conmigo, pero con ella fueron dos. Además, tú la invitaste. — Estaba sorprendido, abrió mucho los ojos y apartó la vista.

— Lo viste…

— ¿Tan malo es? Mis ojos siempre te siguen a tí. — Antes de darme cuenta, le solté todo lo que pensaba y apreté los labios. Si sigo hablando me pondré demasiado emotiva y lo lamentaré.

— Ciertamente la invité, pero fue porque ha empezado a aprender a bailar hace poco y como dijo que no tenía experiencia danzando en público… Sólo trataba de ser diplomático. Nunca pensé que pediría otro baile, pero parece que todavía no conoce el significado de danzar repetidamente con el mismo hombre. — Respondió tranquilo y sonrió con ironía. Bailar con el mismo hombre más de una vez le dice a los demás que sois amantes.

— Aún así, pensé que bailar tres veces con ella sería una ofensa hacia tí, intenté rechazarla, pero me percaté de que habías desaparecido y me asusté. Cuando te busqué, estaba preocupado por si estabas llorando, mi sorpresa fue encontrar que ya estabas siendo consolada por otro hombre.

— ¿Eh…? — No recuerdo haber sido consolada por nadie. Cuando le miré, pese a estar sonriendo,se notaba su mal humor.

— ¿Cómo te atreves a permitir que otro hombre te toque el cabello ante mis ojos, Cristina?

Recuerdo que un hombre amable llamado Franz se dirigió a mí, dijo que no podía dejarme sola con esos ojos tristes, ¿eso fue un consuelo?

Me sonrojé. Lo malentendí… Aunque fuera sólo un poco, me sentí avergonzada de mí misma por pensar que ligó conmigo.

— Cristina, ¿y esa expresión?

— ¿Eh? Ah, no es nada. — Para esconder mi sonrojo, me cubrí las mejillas con las manos.

— Bien, entonces ¿podrías guiarme a la biblioteca de tu familia? — Su petición fue tan repentina e inesperada, que no tenía idea de en qué estaba pensando.

♦ ♦ ♦

La criada se acercó y ladeó su cabeza ante la petición, Alberto estaba sonriendo.

— Sólo quiero leer los libros sobre las estrellas que posee la casa del Duque Zariel.

En mi casa hay una gran biblioteca, mi bisabuelo fue un entusiasta buscador de estrellas, así que la mayoría de la librería está llena con libros sobre el firmamento. El príncipe ha estado entrando y saliendo de casa desde que era niño, y siempre le gustó leer esos libros, pero no parece que les haya dedicado mucho tiempo últimamente.

Me dirigí a la biblioteca ubicada en el segundo piso, al lado del estudio de mi padre.

— Gracias.—En cuanto entramos, agradeció a la criada—. A partir de aquí podemos buscar solos.

— Entonces, esperaré aquí. — Parece que iba a esperar delante de la puerta, pero él la abrió y la invitó a salir.

— Está bien, vamos a leer libros así que será aburrido. Por favor, déjela a mi cuidado.

La sirvienta dudó un rato, pero al final salió de la habitación a regañadientes.

Me preguntaba por qué trató a la criada como si fuera una molestia, pero lo dejé a un lado y me adentré entre los estantes. Esta biblioteca posee centenares de libros y algunos son muy delicados así que las ventanas siempre están cerradas con las cortinas para evitar exponerlos a la luz directa del sol. Buscar un libro en un lugar cuya única fuente de luz son los rayos solares, que fugazmente se cuelan por las cortinas, es, en cierto modo, como colarse en una base secreta. Nos divertíamos mucho aquí cuando éramos niños.

— ¿Cristina? — Supongo que no puede verme desde la entrada. Le respondí como en el pasado.

— Estoy aquí, en la sección de horóscopos, pero buscabas algo, ¿no? Por favor siéntete libre de explorar. — Sostenía el libro de horóscopos que leía en mi infancia y le sonreí cuando llegó a mí siguiendo mi voz.

— Mira, un libro de horóscopos. Leímos nuestra fortuna juntos antes, ¿lo recuerdas?

Recientemente, sólo nos hemos visto fuera, pero cuando le veo en casa no siento celos, ni ansiedad, me siento aliviada. Aquí es sólo mío, su actitud cruel ahora parece una mentira. Me sonrió con amabilidad.

— Lo recuerdo. Leímos nuestra compatibilidad como pareja, ¿no? — Recordando los viejos tiempos, me sonrojé.

— Es verdad, nos salió que nuestro destino tendría muchos problemas y obstáculos, así que lloré, ¿lo recuerdas? — Qué amor tan doloroso, nuestras miradas se encontraron, estaba más cerca de lo que pensé y me sonrió dulcemente.

— Cristina, ¿recuerdas que nos hemos besado varias veces aquí…?

Mi primer beso, fue cuando tenía siete años. Estábamos aquí, sentados en el suelo leyendo libros juntos. Yo estaba encantada aprendiendo sobre la forma de las constelaciones, cuando sentí su mirada y levanté la cabeza, Alberto me miraba serio. Entonces, tímidamente acercamos nuestras caras y nos dimos un simple beso, sólo rozamos nuestros labios.

Desde entonces, cada vez que veníamos a la biblioteca nos besábamos. Para que no nos descubrieran ni los mayordomos, ni las criadas, nos besábamos a escondidas, un dulce y excitante secreto, pero cuando llegué a la adolescencia, empecé a sentirme avergonzada de ello y dejé de ir a la biblioteca.

Recordando esos días me sonrojé, sentí la mano de Alberto en mi mejilla.

— ¿Eh? — ¿Podría ser que haya echado a la criada para esto…? Su brazo rodeaba mi cintura.

— No, este tipo de cosa es… — Besarse en una habitación oscura, de alguna forma es peligroso. Intenté apartarme y huir, pero me empujó contra la pared del pasillo.

—  ¿A, Alberto…? — Con la escasa luz, sus ojos se oscurecieron; parecía un carnívoro mirando a su presa.

— Al fin, dices mi nombre…

— ¿Ah? — Aunque fui cuidadosa en llamarle siempre Su Alteza, se me escapó. Me tapé la boca con las manos, pero él las retiró con una sonrisa y las empujó contra la pared.

— Eres una mala chica, Cristina, ¿tanto quieres atraer mi atención?

— No tengo esa intención… — ¿Por qué? debería estar cautivado por Clara, no importa cómo lo mires, me ha arrinconado contra la pared y parece estar atacándome.

— ¿Quién es ese hombre?

— ¿Ese hombre…? — Pregunté un poco dispersa, recordé la conversación en la terraza.

— Ah, el señor Franz… — En el momento en que dije su nombre, me besó para callarme. Sus hermosos ojos negro azabache me miraban sólo a mí, después me sonrió.

— ¿Por qué dejaste que ese hombre te tocara el pelo…?

— Eso fue… Mientras hablábamos, salió el tema de mi pelo y él lo tocó… — Notaba su respiración agitada en e mis labios intentaba enfocar mi mirada.

— ¿Es así? ¿De qué hablaban…? — Sólo con recordar, aparecieron lágrimas en mis ojos y me embargó, un sentimiento insoportablemente triste y frustrante. Pensé que esta situación, con él juzgandome, era injusta así que giré mi cara.

— Esa persona, me alabó diciendo que me veía como la Diosa de la Luna por mi cabello plateado así que lo acarició, pero Su Alteza, hasta ahora nunca me ha dicho palabras tan amables ni una vez. Jamás me dijo que era bonita o adorable… — Mi voz tembló al final.

Ni una vez Alberto intentó cortejarme. Cada vez que nos veíamos alababa mi vestido o las joyas, pero nunca dijo que me deseara a mí. La única que quería monopolizarlo era yo, ni siquiera cambió su expresión cuando bailé con otro hombre.

— Entiendo… — Dijo con voz fría y desinteresada, le miré y a pesar de que sonreía, sus ojos no lo hacían.

— Cuando la luz de la luna te iluminaba, parecías la Diosa de la misma. Descubrí que tus ojos claros estaban teñidos de tristeza y no podía dejarte sola, por favor perdóname. Realmente eres… adorable. — De sus hermosos labios salieron las palabras de esa noche, abrí los ojos incrédula y Alberto amplió más su sonrisa.— Eso te dijo, ¿no, Cristina? Los hombres dicen esos cumplidos fácilmente a cualquiera, es un viejo truco para persuadir a las mujeres para que se acuesten con ellos.

— ¿Es así…? — Yo, que tengo cero experiencia en ser cortejada, cuando tuve que responder, después de sus palabras perdí la motivación. Dijo “qué chica tan irremediable” y sacudió la cabeza.

— Por favor, no te dejes influir por palabras tan superficiales, además ese hombre no entiende su posición, cortejarte ante mis ojos…

— Ah, así que ¿lo viste…? — Me pregunto desde dónde lo vio, en ese momento de la noche aparté la vista, no quería que mi amado Alberto viera mi cara deformada por los celos que sentía por esa mujer que lo apartó de mi lado.

Me miró de nuevo y en sus ojos se adivinaba un ligero malhumor.

— Lo vi. No importa en qué multitud te pierdas, siempre seré capaz de encontrarte y si hay algún hombre a tu alrededor acabaré deseando matarlo.

Parece que no escuché bien la última parte. Acomodé un mechón de cabello tras mi oído y ladeé la cabeza.

— Lo siento, parece que no te escuché bien. Justo ahora, ¿qué has…?

— Si hay algún hombre a tu alrededor, quiero matarlo. Y si eliges a otro que no sea yo, lo mataré, acabaré con todos los que escojas así que prepárate. — Para ser algo que dijo con una sonrisa, el contenido era bastante oscuro. Tal vez también lo escuché mal, le sonreí y acercó su cara.

— ¿Lo entiendes? No puedes permitir que otro hombre que no sea yo te toque ni un pelo nunca más… — No esperó mi respuesta, aprovechó que estaba confundida y pegó su cuerpo al mío.

Cuando su arrebatador rostro se acercó, mis ojos se aguaron. Sólo con sentir su respiración mi corazón latía sin control, me besó lentamente y no pude pensar en nada más.

Suave, dulce, como disfrutando del roce de nuestros labios, repitió el beso una y otra vez. Con suaves sonidos húmedos, mis labios eran succionados y se entreabrieron permitiéndole profundizar el beso con expertos movimientos.

Cuando nos besábamos, era incapaz de pensar en nada y al crecer esos besos me calentaban hasta el punto de que, cada vez que tocaba mi cuerpo, empezaba a temblar.

Suaves gemidos amenazaban con salir de mi boca, acariciaba el lóbulo de mi oído y bajó desde la nuca hasta la clavícula y luego al pecho, mientras su otra mano se deslizaba por mi costado desde la axila hasta la cintura. Me llamó con pasión y deseo.

— Cristina…

Pegamos nuestros cuerpos tanto que no cabía ni un pelo entre nosotros, era un beso voraz quería consumirme por completo, pero incluso esto no duró demasiado.

Usé toda mi fuerza para detenerle, mi tolerancia se había debilitado porque no había sido besada recientemente, y acabé boqueando en busca de oxígeno.

Alberto tenía una expresión insatisfecha, lamió mis húmedos labios, ya no podía soportar tanta estimulación me apoyé contra la pared y acabé sentada en el suelo.

— ¿Podemos seguir un poquito más…?

— ¿Qué…? ¡Ah! — grité sorprendida, Alberto separó mis piernas y se colocó entre ellas, me dejó sobre el suelo y una vez más robó mis labios.

Si alguien nos viera en este momento…

Empezó a subir su mano por mi muslo, bajo mi falda, su tacto me provocaba un agradable cosquilleo, intenté cerrar las piernas, pero su cuerpo me lo impidió.

— ¡Ah, no puedes…! — Su mano acariciaba mi muslo y se acercaba a un lugar peligroso. Usé toda la fuerza que me quedaba para escapar de su beso, pero empezó a jugar con el lóbulo de mi oreja y no había signos de que fuera a detener su mano.

— No, no puedes… ¡Alberto! — Cuando le supliqué con los ojos llorosos, apartó su cara, me miró y suspiró.

— Sí, es verdad, si seguimos un poco más, llegaremos hasta el final…

¿Hasta el final? Sus ojos negro obsidiana, a diferencia de lo habitual, brillaban con lujuria. No parecía satisfecho y su mirada lamió mi cuerpo desde mi desordenado cabello, pasando por la nuca, siguieron mis hombros ahora expuestos, el pecho y mis finas piernas que se revelaban bajo la falda enrollada.

Dejó escapar un suspiro apasionado y me abrazó con fuerza.

— Cristina… — intentó decir algo, pero el sonido de la puerta de la biblioteca abriéndose lo cortó.

♦ ♦ ♦

Rápidamente arregló mi ropa y, como no podía levantarme, pasó su brazo por debajo del mío y me puso de pie. Estaba completamente exhausta, pero de alguna forma logré soportar mi propio peso.

Con una perfecta sincronización, el mayordomo de mi familia, Hanz, apareció en el pasillo en el que estábamos.

— Ah, así que estaban aquí, Señorita, Su Alteza Alberto. — Hanz estaba en la flor de la vida y nos ha visto crecer.

Me di cuenta de mi alborotado cabello, lo arreglé con la mano lo más rápido que pude, pero fue demasiado tarde. Sin mencionar mi cabello, Hanz me miró de arriba abajo y le dirigió una educada sonrisa a Alberto.

— Su Alteza Alberto. Si hace demasiadas travesuras, lo reportaré al señor, ¿de acuerdo? — La cara del príncipe se tensó por el susto para luego apartar la mirada.

Mi padre, a pesar de su posición como Primer Ministro, me adoraba. Cuando mi nombre fue mencionado como la prometida del Príncipe, por la expresión en su cara parecía que había llegado el fin del mundo.

Las frases favoritas de padre después de comprometerme eran del estilo: La posición de Reina conlleva demasiada responsabilidad, si sientes que es duro sólo dilo y papá hará lo que pueda.

Pero padre no le dijo a Alberto que tuviera moderación, sino más bien que nunca pusiera una mano sobre mí hasta el matrimonio. Le repitió eso desde que éramos niños, así que él era consciente de que sus acciones iban en contra del favor de mi padre, el Duque Zariel. Si se enteraba era muy probable que no le permitiera verme hasta la boda.

— Lo entiendo…

— Si lo entiende, desde ahora, por favor, tenga cuidado de no forzar a la criada a retirarse de nuevo. — No le respondió.

El mayordomo, que nos conoce desde niños, nunca se contenía. También sabía que Alberto nunca le acusaría de ser irrespetuoso, pero tenía cuidado cuando le amenazaba, un hombre astuto de hecho. Se parece un poco a mi padre.

Siempre ha sido duro con Alberto, supongo que será debido a que aprecia mucho a papá y a mí por ser su hija.

— Su Alteza Alberto, desde ahora será cuidadoso de no forzar a la criada a retirarse de nuevo, ¿verdad? — No iba a ceder hasta obtener una respuesta, así que le respondió vagamente.

— Sí, tendré cuidado.

— Y, recientemente, parece que Su Alteza se está enamorando de otra chica que no es la señorita,— me estremecí por su puntualización y él frunció el ceño.

— ¿Qué pasa con esa historia? — Hanz miró a Alberto, quien mostraba una expresión disgustada, con fría expresión.

— Oh, ¿no lo sabía? Es una historia muy famosa; corre el rumor de que invitó a cierta señorita de la casa del Marqués al palacio real y que le envió regalos a menudo además de que hay corazones rotos alrededor. Un hombre que presta atención a otra mujer, a pesar de tener a la señorita a su lado… no puedo creer que tal individuo pueda hacerla feliz, ya le he reportado esto al señor…

— ¿¡QUE HAS HECHO QUÉ!? — Rara vez Alberto levantaba la voz, Hanz asintió.

— Lo hice. Ya veo, parece que no se había dado cuenta, pero no tenemos tratos con una persona desconsiderada que ni siquiera nota un rumor sobre sí mismo. Por favor elija; o controle el rumor rápidamente o se rinde con la señorita y se casa con esa mujer de la casa del Marqués. Personalmente, odio el tipo de hombre que atormenta el corazón de la señorita.

Alberto no sabía cómo refutarlo, se veía airado con el mayordomo que le habló con tanta audacia y franqueza. Me sentía sorprendida y confundida, pero a la vez aliviada.

— Así es. Padre también lo sabía.

— Sí, aunque nos siente muy mal, sólo pensamos que la felicidad de la señorita es lo más importante. En este mundo, hay un dicho: el primer amor no da fruto. Aunque sea duro ahora, si es usted, definitivamente encontrará al más increíble caballero del país. Se lo pido de todo corazón, por favor, no se deje llevar por la emoción del momento. — Sus palabras me llegaron al corazón.

Cuando la persona, que amé por primera vez en mi vida, me fue arrebatada por otra mujer, ardía en celos y hervía de odio, pero había muchos amores que no daban fruto. En vez del inalcanzable príncipe del país, seguramente habrá un hombre que sólo me verá a mí.

— Tienes razón, Hanz. Gracias. — Le sonreí agradecida.

— No, por favor perdóneme por ser tan entrometido. — Hanz me devolvió una sonrisa similar a la de padre. Entre nosotros había un ambiente de comprensión y entendimiento mútuo, pero Alberto lo destruyó.

— Espera, ¿por qué seguís con la conversación como os place, como si nuestro compromiso se fuera a cancelar? — Levanté mis cejas confundida por su pregunta.

— ¿Eh? Porque Su Alteza se siente atraído por la señorita Clara, ¿no? — Alberto parecía tener dolor de cabeza, se presionaba la frente y gemía un poco.

— Oh, querido, Su Alteza, ¿qué pasó? ¿Se siente indispuesto?

— Has vuelto a llamarme Su Alteza… — Siguió mirándome.

— Mira, hasta ahora estábamos besándonos apasionadamente, ¿verdad?

— Ah, — recordando el excitante momento, me sonrojé.

— Pero, los hombres, incluso si no les gusta una mujer, serán capaces de besarla, ¿verdad?

Durante la fiesta del té, escuché historias de hombres infieles, que jugaban con el corazón de las mujeres con ese tipo de relaciones. Seguro que siente afecto por Clara, pero recordó los viejos tiempos y esto sólo fue un mero beso, aunque fue uno muy apasionado y maravilloso, lo suficiente para asustarme y derretirme.

Alberto parecía incapaz de creerme, extendió ambas manos y se acercó.

— ¿Crees que soy ese tipo de hombre sin corazón? La única a la que he besado eres tú. Incluso en el baile, la única con la que quiero bailar eres tú, en cuanto al baile con Clara del otro día, aunque ya me haya explicado, Emil insistía en que la invitara a la pista. Fue porque se acercó a mí con sentimientos románticos, pero ¡lo odié! Escucha, ¡la única con la que me quiero casar eres tú! Si me tengo que casar con otra, ¡mejor te mato y luego me suicido! — De nuevo no escuché bien la última parte, pero aunque dentro del juego él es un personaje de oscuro corazón, el hombre que hay delante de mí, parece que se volverá loco si da un paso en falso. Volvía a estar acorralada contra la pared.

— En primer lugar, tú eres la causa.

— ¿Eh? — Tenía una mueca llena de frustración en el rostro.

— No, lo siento. No te equivocas, pero en la fiesta cuando saludé a la señorita Clara. — El día en que Alberto se enamoró, con la sonrisa que nunca muestra en público, saludó a Clara.

— Cuando saludé a la señorita Clara, pensé que el adorno para el pelo que vestía se parecía a uno que te regalé. Entonces, noté que no llevabas mi regalo y palidecí.

— Eso es… — Porque no tenía ganas y ese adorno era el que portaba la rival y ponérmelo me molestaba, pero es algo que no puedo decir. — Fue la primera vez que no te ponías uno de mis presentes. Pensé que tal vez te entregué algo de mal gusto, entré en pánico. Ese día, como se solapó con la inspección al ejército, no fui capaz de recibir directamente tu respuesta. Creí que tú, que lideras la moda en este país, pensarías en mí como alguien sin estilo y fui incapaz de pensar con claridad. En el calor del momento acabé diciendo cosas como que ayudaría a esa chica. — Deprimió sus cejas con tristeza.

— Nosotros, bueno si es así… — Mi frente se perló de sudor, aunque no tenía intención de liderar la moda de este país, él prestaba extremada atención a mis regalos.

Pensé que seguramente se enamoró y quería ayudar a la señorita Clara, aunque en realidad estaba deprimido y sólo fue un desliz de su lengua.

Puso sus manos en mi cara, impidiendo que escapara.

— Como dije esas estúpidas palabras, parece que permití que la señorita Clara lo entendiera mal.

— ¿Malentender?

— Parece que pensó que estaba interesado en ella, es muy positiva, ya sabes. Se tomó mis palabras en serio y junto con Emil dijo que quería visitar el palacio real. Emil parecía enamorado de ella, así que pensé que estaría bien si era con él, pero acabó afectándote a tí, fue lo peor. — Aunque todo fue acorde al escenario, el protagonista dijo que fue lo peor.

— Enviar los regalos e invitarla a palacio fue porque entendí que hubo una pelea entre vosotras durante la fiesta del té de madre.

— ¿Cómo? — Bajó la vista con una mueca de dolor.

— Que estabas celosa por vernos caminar juntos y la salpicaste con el té. Aunque sé que no eres el tipo de chica que haría eso, Emil estaba convencido de que fue así y acabé siguiéndole la corriente. Por eso, con la intención de disculparme, le mandé lo que quería y como quiso venir a palacio la invité. Todo fue por tu bien, o eso pensaba.

— Bueno, ¿no preguntaste por la situación a la Reina o a Anna? — Actuó precipitadamente.

— Pregunté, pero me dijeron que te lo preguntara a tí.

— Entonces, debiste hablar conmigo. — Frunció el ceño.

— Pero, ese día parecías muy enfadada. Fue la primera vez que me fulminaste con la mirada, así que estaba alicaído.

Ciertamente, hasta el día de la fiesta del té, siempre le había mirado con ojos brillantes, pero después de conocer mi destino, mi corazón se consumió por los celos y no creí en él. A pesar de esto, podría haberme preguntado más tarde.

— Pero si hubieras preguntado, te habría respondido. — No hubo respuesta.

— Al final, ¿a quién le preguntaste?

— Anna, dijo que no te contactara por un mes y que sería rechazado. Oye Cristina, ¿no me vas a dejar verdad? — Como esperaba que él me rechazara, ahora no sabía qué decir.

Como lo confesó todo de golpe como una ola, estaba desbordada por la información. Cuando sus ojos empezaron a teñirse de desespero, Hanz apareció sigilosamente y lo agarró por el cuello.

— En resumen, tienes miedo de que la señorita te odie, pero fuiste incapaz de confirmar los hechos y sólo enviaste a ciegas regalos a la hija del Marqués. Eres un cobarde.

— Bueno… — Cuando lo dices así, Hanz, tienes razón. Sin negar nada, Alberto fue obedientemente alejado de mí.

Aunque él siempre se muestra sereno, por dentro no es diferente a mí. Actuando por el bien de su pareja, de hecho, tenemos miedo de confirmar lo que tememos, de ahí los inútiles esfuerzos.

Su aspecto abatido con la cabeza colgando, era idéntico al que tenía durante nuestra infancia, cuando estábamos absortos en jugar, arruinar las flores del jardín y nos regañaba Hanz.

Me pareció divertido que ambos tuviéramos una errónea impresión y nos equivocáramos por no hablarlo, una inocente sonrisa, que no ha cambiado desde mi niñez, apareció en mi cara.

— Parece que Al está igual que yo. — Alberto levantó la mirada.

— Kuu… — Me llamó por mi antiguo apodo, y mi pecho se sintió cálido.

— Tenía miedo a escuchar sobre tu relación con Clara, y me rendí. Ambos pensamos demasiado y realizamos esfuerzos inútiles. Nos parecemos mucho, qué raro es esto.

En el momento en que vio mi sonrisa, Alberto escapó de las manos de Hanz y me abrazó con fuerza, se me escapó un grito de sorpresa.

— Kuu, te lo ruego, cuando tengas dieciséis, por favor, ¡cásate conmigo!

La persona de la que estoy profundamente enamorada, sin ningún ambiente especial me ha propuesto matrimonio. Aunque, era inmensamente feliz por sentirme deseada por aquel a quien amo, me sonrojé y le respondí con sarcasmo.

— Sí, encantada. — El hombre del que llevo enamorada desde pequeña, después de oírme lloró y se rió despreocupadamente.

Cuando éramos niños, veía esa sonrisa a menudo y hacía latir mi corazón con fuerza. Aunque también me gusta su faceta seductora, el chico que me desea honestamente y es un poco infantil, hace que quiera abrazarlo. No me importa cómo sea, lo amo.

Realmente no entiendo cómo ha acabado así, pero si este es el final malo del juego, no me importa.

Un poco alejado Hanz se rió levemente, pero se cansó de esperar a que nos separemos y apartó a Alberto de mí.

Más tarde, Hanz me dijo que en el lenguaje de las flores, las rosas rojas significan: Te amo tanto que podría incluso morir.

24 respuestas a “Creo que mi prometido se ha rendido – La hija del Duque: Capítulo 4”

  1. JAJAJAJAJAJAJAJA No mamen esos cabrones no son nada sin el mayordomo Hanz, le dijo las cosas si tapujo, fue como si yo (un espectador) hubiera entrado allí y los iluminara a todos.

  2. Hanz te amamos!! Eres el heroe de esta historia! Honestamente Alberto fue un idiota, actuó sin conciderar a su prometida y dejándose llevar por la situación, un futuro Rey debería poder tener una actitud más firme. Pero lo perdono por que son simples adolescente. Me encantó este capitulo, la escena del beso me leí como 3 veces (*sonrojo*) Y luego ame saber que ambos están muy Enamorados y actuando celosos y caóticos cada uno por su lado.
    PD: me siento bastante ingenua por caer en los piropos del fulano que apareció en el capitulo anterior

  3. Pervertido y yandere; que nervios con este príncipe de corazón oscuro. Aunque, por lo menos, ama mucho a la protagonista.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido