El Conde y el hada – Volumen 10 – Capítulo 1: La sombra acechante

Innumerables mástiles, de madera antigua, se erguían en el río Támesis. En el puerto del imperio británico, se congregaron barcos y buques de todo el mundo, llenos de gente buena y mala. Entre ellos, uno avanzaba a contracorriente.

A lo largo de las riberas del caudaloso canal, las dársenas estaban alineadas junto a los almacenes. El barco de renombre mundial, navegaba con un elegante y veloz movimiento hacia la torre de Londres. Al cabo de poco, llegó a su destino en un astillero situado frente al puente de Londres. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 10 – Capítulo 1: La sombra acechante”

El Conde y el hada – Volumen 10 – Capítulo 0: Introducción de los personajes

Sinopsis del décimo volumen

Para proteger a Lydia de su archienemigo, Príncipe, Edgar se la confía al hada Kelpie. Justo antes de separarse, Lydia acepta al fin casarse con él, pero debido a la magia de Kelpie, pierde todos sus recuerdos de Edgar. Al mismo tiempo, una plaga misteriosa se extiende por el East End de Londres.

Cuando Edgar escucha el rumor de que puede salvarse abordando «El Arca», un barco anclado en el muelle cerca del puente de Londres, presiente el malvado plan de Príncipe.

Introducción de los personajes

Ilustraciones de los nuevos personajes en este volumen, más una corta introducción sobre ellos.

Personajes: Décimo volumen.

  • Raven: El sirviente de Edgar, un chico con aire misterioso. Es bastante hábil en las artes marciales y leal a su maestro.
  • Lota: Nieta del gran duque de Cremona. Desapareció cuando era niña y fue criada por piratas, por lo que se le da bien navegar.
  • Kelpie: Un viejo amigo hada de Lydia. Es feroz por naturaleza, pero amable con ella.
  • Ulysses: El ayudante de Príncipe, el némesis de Edgar. Tiene el poder de controlar a las hadas y es hostil con Edgar.
  • Edgar: Nacido en la nobleza, pero vendido a una misteriosa organización liderada por Príncipe. Después de sobrevivir a ese cruel destino, se convierte en el Conde Caballero Azul gracias a la ayuda de Lydia. Mientras planea una despiadada venganza contra Príncipe, la seduce con dulces palabras.
  • Lydia: Una chica que puede ver y hablar con hadas. Después de ayudar a Edgar a convertirse en conde, fue contratada como su doctora de hadas y, por alguna razón, se comprometió con él. Aunque no está segura de las verdaderas intenciones de Edgar, cuando se avecina el enfrentamiento con Príncipe, acepta casarse con él.
  • Nico: Un hada con forma de gato que finge ser un caballero. Amigo de la infancia y compañero de Lydia. Tiene una personalidad cobarde, pero es quisquilloso con su apariencia y comida.

El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 7: Comienza el banquete

Una vez Lydia y Kelpie desaparecieron en la cueva entre los setos, Edgar se giró para enfrentar a Ulya y Raven, de pie frente a la fuente.

—No te escondas. ¿O es que planeas seguir huyendo? —lo desafió Ulya.

Edgar salió despacio del laberinto de setos. En cuanto lo vio, Raven sacó un cuchillo y él desenvainó la espada de las merrow. Sin embargo, en sus ojos solo veía a un joven ágil y pequeño. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 7: Comienza el banquete”

El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 6: El secreto de los diópsidos

Durante los días en que el hada en el interior del cuerpo de Raven se descontrolaba, él experimentaba un dolor punzante que le impedía dormir.

Sumido en una fatiga extrema, no podía mover el cuerpo. Ni siquiera para tumbarse. Permanecía en cuclillas como una marioneta rota.

Aun así, nadie se preocupaba por el chico. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 6: El secreto de los diópsidos”

El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 5: Un deseo inquebrantable

Kelpie llevó a Lydia a una cabaña junto al río. Ya era bastante tarde cuando llegaron, la oscuridad reinaba alrededor y no podían ver nada.

Tras la partida de Kelpie, Lydia se quedó dormida mientras estaba tumbada en un banco, escuchando el flujo del agua y el chirrido de una rueda. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 5: Un deseo inquebrantable”

El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 4: La reina y las hadas

Érase una vez un anciano que vivía escondido en el bosque.

—Ah, en el interior de ese niño habita un hada. Está destinado a convertirse en un guerrero del rey —anunció.

La hermana del niño conocía el secreto detrás de la mística esencia verde que contenían sus ojos negros. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 4: La reina y las hadas”

El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 3: La pesadilla se cierne en el puente de Londres

Para ser sinceros, Lydia se sintió aliviada al enterarse de que Edgar había salido para calmarse un poco.

Debía estar preocupado por Ermine, además de inquieto por los próximos movimientos de Príncipe. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 3: La pesadilla se cierne en el puente de Londres”

El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 2: La persona que está en tu corazón

Lydia y Edgar se dirigieron juntos a la parte trasera de la cocina, atravesando el pasillo poco iluminado que utilizaban los sirvientes.

En una habitación pequeña, no muy lejos de ellos, había una pila de muebles y herramientas en desuso, a un lado, se podía ver una hilera de puertas dispuestas de forma irregular. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 2: La persona que está en tu corazón”

El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 1: Las criaturas de la ciudad mágica

Recientemente se habían estado perpetrando una serie de asesinatos en el puente de Londres, uno de los lugares más famosos de la ciudad.

Sobre el río Támesis, la corriente de agua que atravesaba la ciudad trazando una curva, se erigía el puente. En el tiempo en que fue construido, impedía la entrada de barcos enemigos, y fungía como una muralla defensiva que protegía la ciudad de los ataques con piedras y flechas. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 1: Las criaturas de la ciudad mágica”

El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 0: Introducción de los personajes

Sinopsis del noveno volumen

La doctora de hadas, Lydia, está siendo presionada a casarse con su jefe y prometido, el conde Edgar. Cuando empieza a comprenderlo, se siente confundida porque ya no puede rechazarlo como antes. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 0: Introducción de los personajes”

El Conde y el hada – Volumen 8 – Relato corto 5: Magia para llegar a ti

(1) Lo que deseo olvidar

Coro, Londres

Desde la mañana, damas y caballeros se reunían bajo el prominente abeto del parque, rodeado por el desolado e invernal bosque, para escuchar los villancicos que cantaban con entusiasmo los niños. Todos usaban los mismos abrigos nuevos de invierno. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 8 – Relato corto 5: Magia para llegar a ti”

El Conde y el hada – Volumen 8 – Relato corto 4: Esperemos a una noche de luna para fugarnos

—Aunque seamos de clases sociales diferentes y se opongan a lo nuestro, una vez que nos encontremos, nadie podrá separarnos de nuestro amor. Así que casémonos.

Ella se limitó a asentir.

Ambos partieron, en carruaje, a una tierra lejana donde podrían celebrar con tranquilidad su boda. La luna llena fue el único testigo de su huida.

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El Conde y el hada – Volumen 8 – Relato corto 3: Predicción del amor, como desees

Traducido por Den

Editado por Meli


Me quiere, no me quiere, me quiere…, no me quiere…

El último pétalo revoloteó hasta el suelo junto con esas últimas palabras.  La chica exhaló un suspiro.

Por muchas veces que lo intentara, el resultado era el mismo. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 8 – Relato corto 3: Predicción del amor, como desees”

El Conde y el hada – Volumen 8 – Relato corto 2: Un cuento de hadas del Cristal de Nieve

Traducido por Den

Editado por Meli


『Cualquier consulta sobre las hadas es siempre bienvenida.

Doctora de hadas, Lydia Carlton.』

Alrededor del atardecer, apareció una clienta frente al umbral de la casa de Lydia. Era una mujer mayor que llevaba un ostentoso vestido de color azafrán y una capa de piel. Seguí leyendo “El Conde y el hada – Volumen 8 – Relato corto 2: Un cuento de hadas del Cristal de Nieve”

El Conde y el hada – Volumen 8 – Relato corto 1: Un cuento de hadas en una noche de luna plateada

Traducido por Den

Editado por Meli


『Advertencia: si ve un círculo de hadas, NO ENTRE』

Eso decía el cartel grande que Lydia colocó en un seto, junto a un pequeño camino cerca del pueblo.

—Con eso debería bastar —dijo para sí misma.

Las personas se reían al pasar detrás de ella.

La extraña hija de los Carlton al fin se había vuelto loca.

Pudo oír su susurro, pero los ignoró y revisó por segunda vez el cartel.

『Para cualquier consulta sobre las hadas, por favor, contacte con Lydia Carlton, en el callejón Mommi’s Tree, casa número 5』

—¡Ánimo! Si las hadas causan problemas, soy la única en este pueblo que puede solucionarlos —se motivó.

Hace apenas un mes decidió dedicarse seriamente a ese trabajo. Hasta el momento, la mayoría del pueblo no se había dado cuenta de que las desgracias o los accidentes eran en realidad bromas de las hadas. Cuando Lydia lo señalaba, solo se burlaban.

—Y cuando los hayas solucionado, tu extraño nombre se volverá más conocido —añadió la voz que vino desde las ramas de los árboles.

Un gato de largo pelaje gris estaba sentado en una rama. Bajó de un salto y se paró sobre sus patas traseras. Llevaba una elegante corbata en el cuello.

—Lydia, tu madre era una doctora de hadas, pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora es distinto. Podría entenderlo si este fuera un lugar remoto donde los humanos compartieran sus vidas con las hadas, pero no en un pueblo en crecimiento como este.

El gato que hablaba sin reservas y podía desaparecer a voluntad, era un hada. Había vivido más tiempo que Lydia, pero creció como su amigo de la infancia. Y como decía, eran mediados del siglo XIX, donde los ferrocarriles se extendían por toda Inglaterra y las fábricas emergían por doquier; la vida de las personas había mejorado drásticamente con el avance de la industrialización y las hadas, casi olvidadas, eran consideradas solo personajes de cuentos para dormir.

—Aun así, en este pueblo hay hadas. Y causan muchos problemas. Así que no te interpongas en mi camino, Nico —replicó Lydia.

Tengo que pegar estos carteles por todo el pueblo. Además, se acerca el solsticio de verano. Es muy probable que las bromas aumenten.

Para que Lydia fuera reconocida como doctora de hadas, al igual que su madre cuando aún vivía, era necesario publicitarse en esta época del año. Tan solo era una chica de dieciséis años, pero ya se consideraba toda una experta en las hadas en esa región. Podía ver a las criaturas mágicas desde que nació y, ahora tenía más conocidos hadas que humanos. Por lo que pensó en usar su habilidad.

En ese momento, escuchó detrás de ella cómo rompían en pedazos uno de sus carteles. Se dio la vuelta y vio que había sido un grupo de niños.

—¿Qué estáis haciendo? ¡Parad! —gritó.

—¡Aah! ¡Lydia se ha enfadado! ¡Nos va a maldecir! ¡Nos saldrán pelos en el ombligo!

Los niños salieron corriendo, pero siguieron gritando que les saldría pelo en lugares extraños debido a la maldición.

—¡Haré que las hadas pellizquen a los niños traviesos como vosotros!

Por supuesto, al decir esas cosas solo inquietaba más a los padres de los bromistas.

—¿De verdad puedes hacer crecer el pelo? —preguntó una voz masculina.

—Sí, ¡¿también quieres que te convierta en una bola de pelos?! —espetó, pensando que se trataba de otro joven travieso; cuando se volvió, se encontró con un joven desconcertado.

No era habitante del pueblo. Vestía una levita negra, llevaba una maleta de cuero en una mano y un estuche de instrumento en la otra. Por su sombrero desgastado y su inglés, podía decir que era un caballero respetable de clase media.

Se agachó para recoger uno de los trozos del cartel.

—¿Es usted esta tal Lydia Carlton? —preguntó el joven.

—Sí… ¿Podría apartarse? Quiero arreglar mis carteles.

No puedo desanimarme así.

Gracias a que había sido previsora, llevaba hojas extras por si ocurrían incidentes.

—¿Qué quiere decir esta «Advertencia»? —interrogó el hombre.

—Exactamente lo que dice. Si oye la voz de un hada, debe ignorarla. O si no, lamentará haber abierto la boca.

—¿Dice que realmente existen las hadas?

—Eh, ¿puedo asegurarme de una cosa? ¿Me pregunta esto para ridiculizarme?

—Ah, no. Pensé que era un cartel misterioso.

Parece no tener otras intenciones.

—Bien. —Lydia recobró la compostura, luego extendió un cartel en el suelo y comenzó a aplicar pegamento con un pincel—. Es de Inglaterra, ¿verdad? Aquí, en Escocia, hay hadas por todas partes. Son tan comunes como las ratas en Londres. Pero la mayoría de la gente no tiene la habilidad para percibirlas y, por tanto, no entiende estos avisos.

—Ah, ya veo.

—No tiene por qué creerme.

Incluso con las personas que se toman la molestia de escucharme en serio, solo puedo ser obstinadamente irracional. Para ser como mamá, que tenía tan buen corazón y estaba al servicio de todos, necesito entrenar más. Así podré valerme por mí misma, reflexionó.

Lydia estaba teniendo problemas para alinear y pegar recto el cartel. Como todo estaba en silencio detrás de ella, pensó que el joven ya se había ido, pero tras pegar el aviso y respirar hondo, una voz le preguntó:

—¿Ha terminado?

—¿Q-Qué está haciendo? —interrogó, dándose la vuelta.

—¿Hmm? Por supuesto, la estaba esperando —respondió genuinamente.

—¿Y con qué propósito sigue aquí…?

—¿Conoce la residencia del señor Ballet?

—Cualquiera la conoce. Puede preguntarle a alguien en la avenida principal. —se alejó y el joven la siguió.

—¿No va a guiarme hasta allí?

—No. Si lo ven caminando conmigo por las calles principales, circularán rumores de que es alguna especie de excéntrico.

—No me importa. Porque estaré en este pueblo solo tres días —informó.

No parece ser del tipo filántropo.

Por lo general, quien se acercaba a ella lo hacía por compasión hacia una chica desafortunada. De hecho, trataban de ser demasiado amables y siempre decían: «No has hecho nada malo, no eres diferente».

Pero con este hombre era distinto. Parecía que no le importaba que fuera un bicho raro.

Qué extraña persona, pensó.

—Está bien… De todas maneras, iba a pasar por ahí.

—Genial —contestó él con una sonrisa despreocupada.

El joven se presentó como Ian Reynolds. Era un violinista que se dirigía a Edimburgo y solo estaba de paso. Su carruaje se había quedado atrapado en una zanja a las afueras del pueblo y, como no estaba lejos, explicó que había venido caminando. Además, el señor Ballet lo había invitado a dar un concierto mañana por la noche.

—¿Es famoso?

—Todavía soy un principiante —respondió riendo y le propuso—: ¡Ya sé! ¿Por qué no viene a escucharme? También podría invitar a alguien más.

—¿Está siendo sarcástico? —replicó, pero se retractó de inmediato—: No, um, lo siento. Mi personalidad debe ser un mecanismo de defensa. Es decir… lo nota, ¿verdad? Nadie quiere socializar conmigo — se quejó de ella misma en voz baja. Debe haber sido porque el joven se comportaba con mucha seriedad a su alrededor.

—¿Por qué? Solo ve hadas, ¿no? —preguntó, confundido.

—Pero ¿no es inquietante que una chica pueda hablar con las hadas? Además, la gente dice que soy una intercambiada [1].

—¿Una intercambiada? ¿Hay alguna prueba? —cuestionó.

—Mi madre, que falleció hace tiempo, era famosa por su belleza. Su cabello rubio era de un dorado magnífico y su piel era blanca como la nieve. Por desgracia, no me parezco en nada a ella. Mi cabello es castaño rojizo, y no tengo ningún encanto.

—Eso debe pensar usted. Pero tiene unos ojos hermosos. Son verdes con matices dorados —aseguró, se inclinó hacia adelante para mirarla a los ojos, lo que la sobresaltó un poco.

—No tiene que obligarse a decir eso.

—No tenía intención de hacerlo —declaró.

Lydia se sintió confundida respecto a cómo lidiar con sus remordimientos.

—De acuerdo. Lo entiendo… En cualquier caso, lo que quería insinuar era que no tiene que halagarme.

No puedo seguir molestándolo, pensó Lydia y se detuvo.

—El edificio con el tejado rojo de allí es la casa del señor Ballet.

Después de asentir, Ian metió la mano en uno de los bolsillos interiores de su abrigo y sacó un papel.

—Esta es una entrada para el concierto. Sería un honor para mí que viniera a escucharme.

Den
Ay, estoy cayendo por él. Que alguien me explique cómo es que no sigue en la vida de Lydia…

Lydia vaciló. Ya debería haberse dado cuenta de que era una mujer extraña y, aun así, la estaba invitando.

—¿Cuesta tanto atraer clientes? —preguntó, a lo que él se echó a reír.

—Supongo. Aunque solo asistiera una persona, todavía podríamos seguir adelante con el concierto. Así que, por favor, acuda —le pidió—. Y tendré cuidado de no halagarla.

Luego, se despidió.

—Es un hombre muy extraño —musitó Lydia mientras lo veía alejarse.

♦ ♦ ♦

—Dios mío, es famoso —susurró Lydia.

Acababa de llegar a casa cuando vio el nombre de Ian en el papel que había sobre la mesa. Hablaba del famoso violinista de Londres que daría inicio al «Concierto en la noche de luna».

—Entonces no hay nada de qué preocuparse, es imposible que solo asista una persona.

Así que no hace falta que vaya a escucharlo, reflexionó, pero sacó sus vestidos del armario, los extendió sobre la cama y se los probó repetidas veces por encima mientras se miraba en el espejo.

—Lydia, olvídate de eso y salgamos a divertirnos un poco —protestó Nico—. Escuché que las hadas del campo están organizando un baile.

—De ninguna manera. Ese clan es demasiado quisquilloso. Más importante aún, Nico, ¿cuál crees que me queda mejor: el azul o el rosa?

—¿El inglés es de tu agrado?

—No seas ridículo.

—Pero estás muy entusiasmada —señaló el gato.

—No estoy entusiasmada —murmuró.

Ahora que lo pienso, es posible que solo hubiera una entrada extra. Debe ser un regalo de agradecimiento por la guía.

Aun así, Lydia notó que estaba actuando como si estuviera emocionada de ir a ver a Ian. Al darse cuenta de que estaba actuando de forma absurda, hizo a un lado el vestido.

En el espejo se reflejaba su rostro apesadumbrado. Sus ojos verdes dorados la observaron. Tampoco se parecía en eso a ninguno de sus padres. Sabía que la gente murmuraba que tenía sangre de hada, o que parecía una bruja, pero tanto su padre como su madre decían que eran unos ojos hermosos.

Su padre era la única familia que le quedaba, y vivía y trabajaba en Londres. Apenas volvía a su casa en Escocia. Él no podía ver a las hadas, no obstante, aceptó a su madre y la apoyó durante toda su vida. Ambos eran considerados bichos raros, pero para Lydia, eran el matrimonio perfecto, y creció deseando poder conocer a alguien como su padre algún día.

Sin embargo, en sus dieciséis años de vida, nunca se había topado con alguien así. Los solteros de su edad a duras penas le hablaban. Por lo que, nunca se había enamorado.

En definitiva, su madre tuvo suerte y tal vez, ella no iba a ser tan afortunada.

Aparte de sus padres, Ian era el primero en halagarla, así que eso debió haber confundido a su corazón.

Mientras el sol se ponía y la luna plateada flotaba envuelta en neblina en el cielo, Lydia miró por la ventana y oyó las voces de las hadas que correteaban por el jardín oscuro.

Un montón de luces brillantes y pequeñas se encendieron de repente en un saúco viejo y se alinearon mientras flotaban por el jardín. Debían estar dirigiéndose al baile del clan de las hadas de los campos de rosas.

El árbol viejo desprendía un fuerte aroma, y se asociaba a un mal agüero. Se le conocía como «el Árbol de la bruja». Pero, a pesar de las historias que lo rodeaban, era un árbol con poderes misteriosos que atraía a las hadas. Por eso su padre había plantado muchos. Gracias a eso, ahora el jardín era un estupendo lugar de encuentro para ellas.

«¿Lo habéis oído? La reina de las hadas de los campos de rosas anunció que ha conseguido algo increíble».

«Sí, parece ser un violinista. Dice que es un joven humano. Escuché que es un alma joven que brilla como una radiante joya».

En cuanto Lydia escuchó su conversación, saltó de la cama, abrió de golpe la ventana y asomó la cabeza.

¡¿Lo que acabas de decir es cierto?!

Aah, ¡es la malvada Lydia! —gritaron las pequeñas hadas brownies mientras se dispersaban.

No soy mala, estaba furiosa. A esos brownies les encantaba gastar bromas como esconder a los niños y agriar el vino. Lydia solo advertía a la gente.

Si las hadas se descontrolan demasiado, solo dificultarán su convivencia con los humanos.

El trabajo de un doctor de hadas no consistía solo en ayudar a las personas que eran víctimas de las bromas de las hadas, sino que, según su madre, también necesitaba educar a la gente para que entendiera a las hadas. Porque su función era ser el puente entre ambas especies para que pudieran vivir en armonía.

En la época actual, su trabajo podría estar desapareciendo, pero las hadas seguían existiendo, aunque las personas no las vieran o incluso las olvidaran. Así que el don de Lydia debería tener cierta importancia.

A diferencia de antes, algunas personas consideraban ridículo su trabajo. No obstante, ella estaba orgullosa de la habilidad que había heredado de su madre. Por eso, en lugar de ocultarla, deseaba darle una utilidad.

—Nico, los has escuchado, ¿verdad? —Miró a la habitación.

El gato estaba tumbado en la repisa de la chimenea. Apoyando la cabeza en un brazo; cruzó las patas traseras y bostezó. Cuando hacía esa pose, parecía un hombrecillo cansado dentro de un traje de gato.

—Hmph. A esa hadas le gustan las cosas bonitas. Así que un alma humana que pueda crear algo hermoso es perfecta.

—Iremos a ese baile.

—Espera un momento, no sabes con seguridad si es ese violinista.

—¿Hay algún otro violinista en este pueblo que la reina de las hadas querría? Los artistas de los pubs suenan como mujeres gritando.

—Aun así, ¿la reina de las hadas de los campos de rosas devolvería un tesoro que es suyo?

—Necesito que me lleves donde las hadas de los campos de rosas.

Nico se levantó como si se rindiera.

—Las piedras redondas en la cima de la colina ventosa. —Ladeó la cabeza como si le indicara que lo siguiera.

♦ ♦ ♦

La luz de la luna pintaba la colina de un blanco plateado. Lydia abandonó las calles del pueblo y siguió al gato que trotaba sobre sus patas traseras por el camino de tierra cubierto de hierba.

A lo lejos, vislumbró un montón de luces difusas que revoloteaban. Era una bandada de hadas. En medio, había una figura humana que yacía en la tierra.

Lydia corrió hacia ella, pasando junto a Nico. Se metió entre la multitud de luces mientras con una mano agitaba una rama de fresno y hacía que las hadas se dispersaran como mocas de una fruta. En el campo iluminado solo por la luna, Ian estaba dormido mientras se aferraba a su violín.

—Señor, ¡despierte! ¿Está bien? —Él abrió los ojos poco a poco.

—Ah, es usted… —Sonrió de forma angelical, como si no supiera que se encontraba en una situación peligrosa y antinatural—. Estaba soñando algo muy curioso. Sí, era como si estuviera rodeado de hadas…

—No fue un sueño.

—¿Eh? Ahora que lo menciona, ¿dónde estamos…? Era una hermosa noche de luna, y estaba dando un paseo…

—Entró en un círculo de hadas, ¿verdad?

—Ah, sí, había una marca de una luz circular en el suelo. No sabía lo que era, por lo que me dio curiosidad… Así que eso era un círculo de hadas. Fue la primera vez que vi uno.

Al parecer los carteles de advertencia de Lydia no tuvieron efecto.

—¿Eso quiere decir que fui capturado por las hadas?

—Sí.

—Y por eso ha venido a rescatarme.

—Por suerte, llegué a tiempo, antes de que se lo llevaran al mundo de las hadas… Ah, pero ¿le quitaron algo?

—No, nada. Tengo mi violín y mis dos manos. Si me han quitado algo más, no importa. ¡Ya sé! Déjeme tocarle una canción como agradecimiento.

Debe de ser una persona tranquila para actuar así cuando ha estado muy cerca de no volver al mundo humano.

Pero lo más probable era que, aunque se lo hubieran llevado al mundo de las hadas, él habría sido feliz siempre y cuando pudiera tocar su violín.

Ian se levantó sonriendo. Se veía radiante mientras preparaba su instrumento. De pie, en el campo cubierto de hierba, la luz de la luna bañó su silueta alta y realzada mientras colocaba el arco en las cuerdas.

La música que brotó fue como un sueño.

Es «Noche de Luna», pensó Lydia.

Era la primera vez que la oía, pero esa canción, que era la principal del concierto, era fácil de adivinar debido a su tono brillante que se fundía con la noche de luna. Lydia escuchó mientras cerraba los ojos, sentaba en la hierba y pensando que la música resplandecía como la plata.

Sin embargo, la melodía se detuvo abruptamente. Ian dejó de mover el arco y ladeó la cabeza, confundido, mientras miraba el instrumento.

—¿Qué ocurre? —preguntó Lydia.

—Esto no es… No es así. No puedo conseguir el tono habitual.

—¿Qué? ¿En serio? Pensé que era maravilloso.

—Pero falta algo. ¿Qué es? No lo sé.

—¡E-Eso es! —exclamó Lydia, poniéndose de pie.

—¿Qué?

—La cuestión es que le han quitado algo.

—Entonces, ¿ya no podré tocar el violín? —murmuró abatido.

La tristeza en sus hombros caídos era lamentable. Había venido a ayudarlo, sin embargo, si no podía tocar, no lo habría salvado.

El concierto era un evento que toda la gente del pueblo esperaba con ansias. No solo eso, sino que incluso en Edimburgo o en Londres, las personas se sentirán decepcionadas si descubrieran que Ian ya no podía tocar.

—Todo estará bien, señor Reynolds. Lo recuperaré de las hadas.

—¿De verdad puede hacer eso?

Para recuperarlo, Lydia tendría que hacer un intercambio con la reina de las hadas de los campos de rosas. Era una gran carga para alguien inexperta como ella. Aunque había leído sobre cómo negociar con las hadas, aún estaba lejos de los antiguos doctores de hadas, que podían negociar con éxito

Lydia vaciló por un segundo. Si no podía ayudar a alguien que estaba en apuros, entonces no era más que un bicho raro que veía criaturas de libros infantiles. No estaría honrando la profesión de su madre.

—Haré todo lo que pueda —declaró.

—Pero Lydia, ¿por qué eres tan amable con un viajero como yo que solo está de paso?

Cuando Ian la observó fijamente, su corazón se aceleró.

Porque…

¿Se debía a que halagó sus ojos verdes dorados? ¿O porque no estaba asustado de ella?

—Quiero dedicarme a lo mismo que mi madre. Usted será mi primer cliente.

Sentía que, si le seguía preguntando, su boca dejaría escapar algo vergonzoso. Así que se puso en marcha. Siguió la dirección de las hadas dispersas.

El clan de las hadas de los campos de rosas, debía estar disfrutando del baile que se celebraba en las piedras redondas justo delante. La zona de alrededor estaba desierta, ni siquiera se oía el sonido del viento. Pero cuando puso un pie en el centro, Lydia entró en un reino diferente y se vio rodeada de cortinas de luces flotantes. Era el baile de las hadas.

A su alrededor había brotes en plena floración y flores de estaciones diferentes cubrían la colina. Las hadas vestidas con pétalos de flores cantaban y bailaban con una baya de saúco, del tamaño de un guisante, en la mano. Lydia se dio cuenta de que era de la misma estatura que las hadas y ahora se encontraba entre la multitud.

«Bailemos. Bailemos», las hadas la invitaron. Embriagada por la luz y el fuerte olor, estaba olvidando la razón por la que había venido.

—No lo hagas, Lydia —advirtió el gato caprichoso de pie sobre sus patas traseras. Había desaparecido cuando estaban con Ian, sin embargo, se había mostrado frente a Lydia y tenía una estatura monstruosa, aunque no había cambiado de tamaño en absoluto—. Nunca has negociado con hadas. Aunque conocieras hechizos para detener sus bromas, es inútil intentar negociar con una reina tan súbitamente.

La voz de Nico la trajo de vuelta e hizo que se concentrara de nuevo.

—Debo intentarlo o nunca me convertiré en una doctora de hadas —respondió.

Lydia se movió entre la multitud de hadas voladoras, intentando encontrar el trono de la reina. Al poco tiempo la vio, llevaba pétalos escarlatas, sentada en un brillante trono de piedra aterciopelado y cubierto de musgo. Su cabello y su piel eran de un blanco casi transparente, su finas alas parecían de cristal.

Su Majestad, he venido a pedirle una cosa —presentó Lydia, arrodillándose ante la reina.

Hija de la Tierra, sé que tu deseo está relacionado con el violinista. Sin embargo, no tengo intención de liberarlo. Es un alma que crea música maravillosa.

Su Majestad, no me atrevo a solicitarle su regreso sin nada a cambio.

Un intercambio: un hada no podría rechazar esa clase de oferta. Aunque consiguieran algo, nunca saciaban su apetito y siempre iban en busca de algo nuevo. Para ellas era más un instinto que una característica. Por supuesto, debía tratarse de algo mucho más valioso que lo anterior. De lo contrario, no tenía sentido.

Lydia pensó en qué podía intercambiar. Si su madre se hallara en esa misma situación, elaboraría una propuesta no perjudicial, pero tentadora a la vez. Así habría salido hábilmente de ese dilema. Sin embargo, Lydia no poseía su misma experiencia ni conocimientos.

No lo hagas, Lydia. La razón por la que no lo he devuelto es también por tu bien —explicó la reina cuando Lydia seguía sumida en sus pensamientos.

¿Por qué, Su Majestad?

La reina levantó suavemente el brazo y le hizo una señal a una de sus hadas sirvientes, que se acercó con algo en las manos. Era un sobre grande, demasiado para su tamaño. Si Lydia volvía a su tamaño normal, sería un sobre normal.

Se le cayó al violinista.

¿Es parte de su alma que crea esa hermosa música?

En efecto. El corazón que ama a otro. La fuente que crea ese arte maravilloso e ilumina el alma. El violinista siempre lleva consigo esta carta de su amante a donde quiera que vaya, y piensa en esa persona en silencio. Los humanos son tan misteriosos y portan tanta belleza en su interior. Como nosotras las hadas no poseemos eso, por eso son tan interesantes.

¿La carta de una amante? Su corazón comenzó a acelerarse.

Ian había olvidado algo tan importante como eso. Había olvidado que tenía una amante y cuánto pensaba en esa persona. Por eso no sabía por qué su música estaba incompleta.

Lydia, si te gusta el violinista, solo tienes que convencerlo de que se quede en este pueblo. Un alma como la suya, que ha perdido su música, no tiene ningún lugar al que deba ir.

Si se quedaba ahí, la vida de Lydia cambiaría drásticamente. Querría conocerlo mejor y, tal vez, incluso enamorarse de él.

Sin embargo, eso significaba que no sería capaz de tocar una música tan hermosa. Aunque se quedara con su alma incompleta, Lydia nunca llegaría a conocer al verdadero Ian.

¿Le gustaría a pesar de conocer el verdadero tono de sus melodías que capturaba la luz de la luna con tanta perfección? Lydia miró a la reina y negó con la cabeza.

Quiero oír su verdadera música, Su Majestad. Si le interesa el amor, entonces tome mi alma, mi corazón que está enamorado. Y, por favor, devuélvale su alma. 

Justo cuando terminó de decir aquello, una repentina ráfaga de viento se desató a su alrededor como una tormenta.

El fuerte viento levantó las flores cercanas y el césped y sacudió los árboles. Las hadas, que ya no se molestaban en continuar con el baile, gritaban mientras las nubes tapaban la brillante luna. La reina se levantó de su trono y miró a Lydia, mientras su cabello se erizaba con el viento.

Qué pequeña humana tan precipitada. Has presentado el intercambio. Oh, bueno, estoy de acuerdo. Pero con este intercambio, ya no podrás enamorarte.

La carta de Ian fue arrastrada por el viento y Lydia la siguió hasta fuera de las piedras redondas. La luz creada por las hadas había desaparecido y el paisaje circundante fue envuelto por la oscuridad.

—Eso ha sido una estupidez por tu parte, Lydia. Ir tan lejos por un hombre que acabas de conocer. —La voz de Nico provino de la oscuridad.

—Está bien, Nico… Además, nadie se interesará en una intercambiada como yo. Pero con esto, creo que por fin podré conocer la felicidad de enamorarse de alguien. Aunque será mi primera y última vez.

Meli
¿Quién le dice a Edgar que no fue el primero?

♦ ♦ ♦

El concierto de Ian se llevaba a cabo en un teatro al aire libre justo cuando la luna comenzaba a elevarse de nuevo en el cielo.

Como era un pueblo pequeño, el escenario también lo era. No obstante, todos los asientos estaban ocupados. En uno de los asientos de la esquina, Lydia escuchaba a los músicos que empezaban a tocar la primera canción.

La invitación estaba en su habitación, así que decidió asistir, aunque no se explicaba el porqué.

Anoche cuando se despertó, estaba recostada en su cama. Se suponía que había ido al baile de las hadas de los campos de rosas, sin embargo, no podía recordar nada más que eso.

Había llegado a la conclusión de que debió haber llegado a casa tras una caminata demasiado agotadora.

Pero mientras escuchaba la agradable música que brotaba de los dedos del artista, su corazón comenzó a palpitar. La melodía triste y suave se filtraba en su mente.

Aunque nunca se había enamorado, esa música tranquila y suave le hacía preguntarse por qué se parecía tanto al doloroso anhelo por alguien. Al no poder comprender del todo lo que la canción trataba de expresar, comenzó a sentirse irritada. Sentía su corazón sellado, como si algo lo cubriera, e incluso bajo esa protección se sentía helado. Quería sentir los sonidos con más profundidad, sin embargo, ni siquiera esa emoción brotaba de su interior.

Antes de que se diera cuenta, la canción ya había terminado y el público aplaudía.

Varias damas corrieron hacia el frente escenario con ramos de flores. Lydia notó que trajo una rosa con una cinta atada. Recordó que Nico se la entregó diciendo que es una costumbre llevar una a los conciertos, significaba que le había conmovido la interpretación, también le dijo que si no lo sentía la pisoteara en lugar de arrojarla al artista.

¿Era normal hacer eso? Nico tenía más experiencia que Lydia, pero como no era un humano, no se podía confiar en sus conocimientos del comportamiento social humano.

Pero, sin duda alguna, se necesitaba una flor para mostrar la gran inspiración que había causado la actuación. Sin embargo, no sabía si la conmovió.

En realidad, se sentía perdida. No podía entender cómo no podía apreciar la música de esa persona. No comprendía por qué estaba así. Tal vez porque tenía una personalidad retorcida y porque era una intercambiada, su corazón no se emocionó con la hermosa melodía.

Alguien como yo no debería estar en un lugar como este.

Los aplausos se fueron apagando para dar comienzo a la próxima canción. Lydia tenía la mirada agachada, sin ser consciente que el violinista en el escenario la miraba fijamente.

—Esta canción se la dedico a la reina de las hadas de los campos de rosas —anunció el violinista—. Si la acepta, le pido que, por favor, la intercambie por el corazón de la señorita Carlton.

Lydia jadeó sorprendida. Levantó la mirada al instante.

¿Qué acaba de decir? ¿Señorita Carlton? ¡¿Yo?!

Mientras seguía estupefacta, la melodía de la maravillosa «Noche de Luna Plateada» fluyó en el aire nocturno.

Ya había oído esta canción antes. Cuando se percató de ello, los recuerdos olvidados de Ian emergieron de algún lugar de su interior e inundaron su mente.

Recordó cómo había halagado el color de sus ojos, que le había dado la entrada, y cuando le sonrió. También que lo había rescatado después de que entrara en un círculo de hadas. Y que había negociado con la reina de las hadas de las rosas.

La melodía se filtró en su corazón y derritió el hielo. Antes de que se diera cuenta, esos fragmentos fundidos se convirtieron en lágrimas que se deslizaban por su rostro y empapaban la rosa en su regazo. Por fin estaba sintiendo con todo su corazón.

Esa era la música de Ian que ansiaba escuchar. La melodía que requería tanto del talento del artista como del corazón del oyente para estar completa penetró en sus oídos.

El público quedó fascinado con «Noche de Luna Plateada». Poco después, volvieron a estallar los aplausos y el violinista sonrió con satisfacción.

Pero Lydia se preocupó de repente. Era un intercambio peligroso dedicarle esta canción a la reina de las hadas de los campos de rosas. ¿Por qué haría eso?

En ese momento comprendió la razón y abandonó el teatro. Encontró a Nico tumbado detrás de algunos arbustos cerca de la puerta del teatro, y corrió hacia él.

—¿Qué significa esto, Nico? ¿Por qué haría un trueque con la reina de las hadas de los campos de rosas?

—Solo preguntó una forma de ayudarte.

—¿Se lo dijiste, Nico? ¿E-Eso quiere decir que apareciste frente a él así?

—Me aseguré de ponerme a cuatro patas.

—Si hablas, ¡eso será inútil!

—¡Ah…! ¿A quién le importa? Por cierto, él fue quien te llevó a casa después de que te echaran del baile de la reina. Le devolví la carta. Se sorprendió un poco, pero eso fue todo. También le expliqué lo que pasó, por si acaso.

—Pero esa clase de intercambio… ¡Nunca más podrá volver a tocar «Noche de Luna Plateada»! —se quejó Lydia.

—No me importa —dijo Ian, quien salió de detrás de una columna de piedra—. Estaba tan nervioso por intentar complacer a la reina que ha sido la mejor actuación que he hecho hasta ahora. Lo más probable es que no pueda tocar «Noche de Luna Plateada» tan bien como esta noche. Estoy contento mientras permanezca en los corazones de las personas que vinieron hoy.

—Señor Reynolds…

—Gracias, Lydia. Ya no me falta nada. De hecho, estoy seguro de que a partir de ahora podré tocar mejor que nunca. Por eso tú tampoco deberías perder nada.

Su sonrisa la alegró mucho, pero también hizo que sintiera una pequeña punzada en el corazón.

—Ah, cierto, aquí tiene. —Cuando recordó que sujetaba una rosa en la mano, se la tendió—. Su actuación fue preciosa. Me alegro mucho de haber podido escucharla… No sé cómo decirlo bien, pero una rosa no sería suficiente para expresar mi emoción. Más bien, quiero darle un montón de bayas de saúco.

Lydia se enjugó las lágrimas. Sus palabras desesperadas debieron llegarle.

—Gracias, me siento honrado.

Se separaron tras un apretón de manos. Grabando la calidez de esa mano en su corazón, Lydia regresó a casa con un gato a su lado que caminaba a dos patas.

—Por cierto, Lydia, solo las hadas estarían encantadas de recibir bayas de saúco. Necesitas aprender etiqueta humana.

Debió sentirse muy bien esa noche, porque no tuvo ganas de pisar la suave cola del gato hada.


[1] Una intercambiada, changeling o niño cambiado es el hijo de un hada, xana, trol, elfo u otra criatura fantástica, dejado en secreto en el lugar de un niño humano robado. La supuesta motivación para este cambio varía entre el deseo de tener un sirviente humano, el amor hacia los niños o la simple malicia.

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