El Conde y el hada – Volumen 1 – Capítulo 4: Una noche en el mar

Traducido por Den

Editado por Nemoné

Corregido por Gia


Después de bajar en diferentes estaciones de tren, el grupo finalmente llegó a un tranquilo pueblo cerca de la costa. El mar de Irlanda estaba a la vista y, desde la posición de Lydia, junto a la ventana, podía ver perfectamente el agua del mar reflejando la luz de la luna.

Sin embargo, ya en la habitación, vio cómo el propietario de la casa le entregaba una copa de vino a Edgar, mientras este tomaba asiento con elegancia en una silla curvada.

El propietario de la casa era de la alta burguesía del pueblo y confiaba completamente en Edgar, quien se presentó como conde.

Lydia estaba impresionada cuando él explicó que fueron atacados por ladrones, por lo que terminaron heridos y separados de su ayudante. Después, se sorprendió del cómo pidió un médico y ropas nuevas. Y entonces, al mencionar que conocía a un familiar del propietario, quien era aristócrata, logró prometer que pasaría la noche en la casa del burgués. Por otro lado, el propietario estaba encantado, decía que era un honor hospedar al conde.

—Por cierto, milord, ¿se dirigen a la Isla de Man? Es solo un lugar pequeño. No hay nada significativo ahí.

—Esa isla es mía. Al parecer, en la generación de mi padre nadie la había visitado, pero desde que heredé el título, pensé en ir y echar un vistazo con mis propios ojos. Las propiedades que tenemos se encuentran por todo el país.

Lydia se preguntaba si la herida que el doctor trató, todavía le dolía. Le dijeron que se abstuviera de consumir alcohol y aun así, estaba disfrutando felizmente de este. Su brillante cabello dorado, el cual no había perdido su brillo ni cuando estuvieron en la oscura cabaña, era aún más brillante bajo la luz del candelabro.

Lydia observó su cabello. No le gustaba cómo la luz interior lo hacía parecer castaño rojizo más apagado. Sentía envidia del cabello rubio de Edgar y se preguntaba por qué no había nacido con ninguno de los colores claros de sus padres. Al menos, si fuera pelinegra, podría parecer inteligente, pero con ese cabello era monótona. Por supuesto, aun si fuera rubia, no podría crear esa aura de elegancia como él.

En la casa del propietario de ese pueblo, el numeroso y costoso mobiliario, además de las piezas de arte, normalmente no serían capaces de mostrar su dignidad ni favorecer a su propietario. Sin embargo, ahora, tenía la absurda sensación de que parecían haber estado esperando la visita de alguien como Edgar, y pensar eso era algo increíble para Lydia.

—¿Es así? Por favor, perdone mi insolencia. Por cierto, recuerdo que había un antiguo castillo en esa isla. Hay un rumor de que quienes viven ahí son sirenas. ¿Ese castillo también es de usted, milord?

Al oír la palabra sirena, los oídos de Lydia se agudizaron.

—Lo más probable es que ese castillo fuera construido en el siglo XVI. Escuché que al conde en ese tiempo le encantaba el escenario pacífico de la isla, por lo que construyó ese edificio. Sin embargo, ¿que las sirenas vivan ahí? Nunca oí sobre eso.

—Bueno, es solo un rumor, dado que esa isla es un cofre del tesoro de leyendas de sirenas.

—¿De qué tipo? ¿Qué tipo de leyendas hay? —Lydia no pudo evitar interrumpir.

—Bueno, eh… —El propietario se sorprendió por su seriedad.

—Tiene un gran interés en las hadas. Además, me gustaría saber acerca de ello, si eso involucra a mi isla —dijo Edgar.

—Ah, bueno, no es como si estuviera al tanto de los detalles, pero todos aquí conocen la historia de las sirenas. Se dice que aquel que escuche su canción será embrujado y atraído al mar. Las mareas alrededor de la isla son extremadamente fuertes, así que cada vez que un barco se hunde, se habla de la historia de las sirenas.

—Es difícil decir que todos los accidentes de barco sean coincidencias, dado que las sirenas pueden controlar las olas y las mareas. Sin embargo, ¿por qué las sirenas de la Isla de Man, que normalmente habitan en el mar, viven en el castillo? ¿Hay alguna información sobre eso?

Cuanto más preguntaba Lydia, el propietario mostraba más un ceño de confusión e irritación. Debió pensar que un hombre adulto no hablaría de cuentos de hadas. Esa era la respuesta común de las personas que habían conocido a Lydia. Estaba acostumbrada a que sus palabras fueran tomadas como incomprensibles e irritantes.

No te preocupes por eso.

Era todo lo que podía pensar. Sin embargo, Lydia no tenía ninguna información respecto a las merrows. Siendo sincera con ella misma, quería saber todo lo que pudiera.

—¿Hay alguien que haya visto a las sirenas en el castillo? —preguntó Edgar, a lo cual el propietario finalmente respondió.

—Es más como un canto proveniente de algún lugar en las profundidades del castillo. La historia dice que cuando llega la mañana, los residentes de la isla encuentran los cadáveres de ladrones que irrumpieron en el castillo, yaciendo en la orilla del mar, pero, bueno, son solo rumores infundados sobre hadas y fantasmas que solo los más infantiles disfrutarían.

La llamó infantil. Lydia estaba furiosa. Justo cuando iba a protestar, Edgar habló en su lugar:

—A mí me gustan los rumores sin fundamento. Realmente necesito madurar.

Al ver al propietario preocupado por su réplica y sin saber qué decir, Lydia se sintió un poco mejor.

—Oh, no, no, no me refería a eso. Ah, milord, si me disculpa, siento que necesito descansar un poco —dijo el propietario, levantándose ansioso por irse.

—Adelante —respondió Edgar.

—Hmm, ¿puedo pedirle un favor? —preguntó Lydia aún enfadada.

—¿Qué es?

—¿Puedo hacer un camino para las hadas de aquí? Dado que esta habitación está llena de ellas y no pueden salir.

Naturalmente, se encontró con una expresión bastante extraña, pero en lo que respectaba a Lydia, no podía estar más molesta de lo que ya estaba.

—Es solo un juego, propietario. Si está bien para usted, ¿puede dejarla hacer lo que quiera?

—Tiene una hermana única. Ahora, si me disculpa.

Haciendo su señal de aprobación, el propietario salió de la habitación.

—Oye, ¿a qué se refería con hermana? —preguntó Lydia, incapaz de entender sus palabras, mirando a Edgar con el ceño fruncido.

—Si no decía eso, un hombre y una mujer solos llamarían la atención no deseada.

—¡Hermano y hermana nos haría aún más sospechosos! ¡No hay forma de que parezcamos hermanos!

—¿En serio? ¿Debería ir a corregirlo? ¿Debería decirle que en realidad somos amantes que se están escondiendo?

—¡E-Eso está incluso más lejos de la verdad!

—Oh, me has lastimado. No tienes que odiarme tanto. Cambiando de tema, ¿las hadas están realmente perdidas? —Lydia se volvió y echó agua en un vaso con una rodaja de limón. Con eso en mano, caminó hacia el rincón de la habitación—. Entonces, eso quiere decir que, ante tus ojos, ¿puedes ver una multitud de hadas en esta habitación?

—Así es. Parece que esta habitación está justo por donde pasan.

Edgar puso la copa en la mesa. Cuando lo hizo, por casualidad evitó el lugar donde estaba un hada descansando. Ahora que lo recordaba, Edgar no había pisado a ninguna ni siquiera una vez hasta ahora. Aún si no puede ver, tal vez tenga una personalidad sensible.

A diferencia de él, el propietario se sentaba encima de ellas, las aplastaba con un cojín y las pateaba cada vez que caminaba. Al ver eso, Lydia quiso hacer su parte.

Lo más probable era que el propietario recibiera su merecido de las hadas cada noche. Parecía del tipo torpe, por lo que, incluso si le arrancaban los pelos o tenía moretones sin que él lo supiera, no se daría cuenta de cómo sucedía.

Por otro lado, Lydia ya había comenzado a dejar caer gotas de agua de limón en el alféizar de la ventana para las hadas.. Alineó las gotas una a una, mientras se acercaba desde la ventana hacia la puerta.

Edgar se acercó a ella, como si estuviera entusiasmado, y miró con curiosidad el suelo cerca de la pared.

—¿Es ese un camino de guía? ¿Eso quiere decir que hay hadas por aquí?

—Sí.

—¿Qué clase de hadas son?

—Una especie de brownies. Son marrones y pequeñas, con una cara bastante plana.

—Hmm. ¿Yo también podría hacerlo?

—¿Quieres intentarlo?

Sonrió y asintió. Lydia le entregó el vaso de agua con limón, y Edgar dejó caer las gotas mientras ella lo guiaba.

—¿Están siguiéndolas?

Tenía un rostro de niño juguetón.

—Sí. No las puedes ver, pero aún así, ¿esto te divierte?

—Es extraño imaginar esto. ¿Hacer cosas como esta también es parte del deber de un Doctor de Hadas?

—Sí, lo es. Estamos atentos y hacemos que sea más fácil para los humanos y las hadas cohabitar. Si las hadas no confían en nosotros, entonces no hay manera de que podamos negociar con ellas. Y, como nadie las puede ver y las pisan, después reciben la venganza de ellas, es un ciclo sin sentido, ¿verdad? Solo con darles un poco de consideración, como atar una cinta al alféizar de la ventana o a la puerta, es suficiente para hacerlas felices. No obstante, incluso esas tradiciones han sido olvidadas.

No sabía si estaba escuchando, pero Edgar soltó una risita y dejó caer la última gota de agua al lado de la puerta. Abriéndola un poco, Lydia vio cómo cada hada se marchaba de la habitación.

—Pero, todavía crees que las hadas no existen, ¿verdad?

—Nunca las he visto. Solo existen en los sueños, pero tú, debes de tener una visión muy amplia y abierta de la realidad más que nadie. Al igual que una persona con una gran vista, que puede ver desde muy lejos. Cuando escuché tu historia, lo vi de esa forma.

—Eres extraño. —Era la primera vez que decía las palabras que siempre iban dirigidas a ella—. Oh, lo siento. Hmm, no es que me burle de ti, es solo que, bueno, estaba sorprendida. Fue la primera vez que alguien me mostraba esa clase de perspectiva.

—¿Oh?

Una vez que la ruidosa multitud de hadas se había ido, Lydia se percató que estaba a solas con Edgar. Fue consciente de ello porque la estaba mirando fijamente a los ojos y, se encontraban uno al lado del otro, dado que habían trabajado juntos para hacer el camino.

Nico no estaba ahí.

—Yo… Yo siento como si hubiera hablado de más. Nunca hablé sobre las hadas tanto como ahora, aparte de mi familia… porque, normalmente, sería molestada. Ah, pero debes de pensar en mí como si fuera una chica extraña.

Se avergonzó tanto que continuó hablando sin querer, otra vez hubo un silencio incómodo.

—No pienso así de ti —dijo Edgar.

—Si quieres decir eso, entonces realmente eres una persona extraña. Sin embargo, ¿recuerdas que no parecía que te disgustara cómo hablaba de las hadas con el propietario? Al parecer ese tipo de cosas me hace inesperadamente feliz. Gracias a ti, pude decir lo que quería. Por lo general, cuando veo a las hadas en problemas, dentro de las casas de otras personas, no puedo hablar. Sin embargo, sabiendo que hay alguien de mi lado, me siento más fuerte, pero, soy plenamente consciente que solo eres así para mantenerme de buen humor hasta que encontremos la espada.

Poco a poco fue perdiendo el rumbo de lo que decía.

—Soy perfectamente consciente de que eres un mentiroso y sé que estás diciendo esas cosas para hacerme sentir mejor, pero tu actuación casi me engaña porque, al igual que ahora, parecías divertirte haciendo ese camino y comencé a pensar que eras una persona amable que consideraba mis sentimientos —continuó hablando.

¿Eh? ¿Qué estoy diciendo? Suena como si me estuviera confesando o algo así.

—Eh, pero no me malinterpretes. Todavía no confío en ti del todo. Solo quería decir que me sentí halagada, un poco. Y, oye, para de tocar mi cabello —agregó Lydia.

—Es muy suave, como el abrigo de piel de un gato. Aunque no se enreda, ¿es porque las hadas lo cepillan frecuentemente?

Se preguntaba cómo podía inventar tales líneas, pero por la manera en cómo le sonreía amablemente y con dulzura, Lydia no sabía qué decir.

—A las hadas les gusta el cabello rubio. No están interesadas en este color rústico.

—Caramelo.

—¿Eh?

—Esa descripción te queda mejor. —No podía creer que el solo hecho de tener a este hombre grosero, quien jugaba con su cabello, diciendo algo así, la haría incapaz de levantarle la mano—. Si le doy un mordisco, ¿sabrá a dulce?

Realmente no puedo ser muy cuidadosa con este hombre.

Justo cuando pensaba eso, Lydia estaba confundida, no sabía si estaba disgustada o no por su interpretación. Seguidamente, alguien llamó a la puerta. Edgar se encogió de hombros y se alejó de ella, dejando entrar a quien tocaba la puerta.

Lydia soltó un suspiro de alivio.

—Lord Edgar, lamento el retraso.

Las personas a quienes la sirvienta presentó eran Raven y Ermine. Edgar no parecía estar preocupado por ellos, a pesar de que se separaron.

Ya que estaba claro que su destino era la Isla de Man, siguieron adelante, anticipando que ambos los encontrarían. Sin embargo, estaba sorprendida de que los alcanzaran. Si han estado juntos en batallas cercanas, deben de saber cómo actuarían los otros cuando se separaran.

—¡Ermine, Raven! ¿Están bien?

Edgar, alegremente, abrió sus brazos y los abrazó como un padre lo haría con sus hijos. Podría decir que los quería profundamente. No parecían tener una relación normal de maestro y sirvientes. Lydia pensó que los tres eran como una familia.

—Señorita Carlton, ¿no la lastimaron? —preguntó Ermine amablemente, pero Lydia igual se sintió excluida del grupo.

—Sí, yo…

Se sentía culpable de que Edgar saliera herido, sentía la necesidad de disculparse con ambos.

—No hay nada de qué preocuparse. Protegí a Lydia —respondió Edgar.

—¿Es eso cierto? ¿No fue que sintió peligro por usted, milord?

—Mira, Ermine…

—¿Estaba equivocada?

—No, pero si lo sabías, entonces esperaba que nos dieras al menos diez minutos más. Se estaba poniendo bueno.

—Oh, ¿diez minutos serían suficientes?

Aparte de la conversión entre ellos, Lydia sintió los penetrantes ojos de Raven sobre ella. ¿Se había dado cuenta que Edgar estaba herido? ¿Acaso sabe que fue culpa de ella?

—Hmm, iré a descansar un poco. Buenas noches —mencionó Lydia.

Dejando atrás la incómoda atmósfera entre ella y Edgar, además del latido antinatural de su corazón, decidió escapar de la habitación.

—Ermine, porque dijiste algo tan extraño como eso, hiciste que Lydia se fuera.

Oyendo sus palabras a lo lejos, Lydia salió rápidamente de la habitación.

♦ ♦ ♦

—Oye, ¿viste eso? Era una Doctora de Hadas.

—Sí, han sido cien años desde que he visto uno en este pueblo.

—La escuché decir que iría a la Isla de Man.

—Si va, ¿eso quizás significa que también podremos regresar a casa?

—Si las merrows son liberadas, entonces podremos ir a casa.

Al escuchar los susurros de la multitud de brownies, Nico se detuvo en seco mientras caminaba en sus patas traseras por el jardín de la casa.

—Oigan, pequeñas. ¿Qué quieren decir con volver a casa?

—Oh, es solo un gato.

—No soy un gato. Soy el compañero del Doctor de Hadas.

—Lo que sea. Si eres el compañero del Doctor de Hadas, entonces, ¿puedes decirle que ayude a las merrows?

—¿Qué pasó con las merrows?

—Han estado sufriendo desde hace mucho tiempo porque el maestro de la isla no ha regresado.

—Cuando las merrows sufren, perturban el mar. Solíamos vivir en la Isla de Man, habíamos estado yendo y viniendo entre el continente y la isla, pero debido a las merrows, no podemos cruzar el mar ahora. No hemos visto a nuestras familias desde hace trescientos años.

—Eso es desafortunado, pero para salvar a las merrows, ¿no sería imposible a menos que fuera el maestro ausente de la isla?

—Un Doctor de Hadas debería ser capaz de resolver problemas humanos.

—No digas esas tonterías. Bueno, aun así, le contaré sobre las merrows. Sin embargo, a cambio, quiero saber sobre el objeto que están protegiendo.

—¿El objeto que están protegiendo? ¿Qué es eso?

—Debieron de haber recibido algo de su maestro cuando se marchó.

Hmm, creo que he oído algo así, pero hemos estado lejos de la isla todo este tiempo. No sabemos qué está sucediendo ahí.

Hmm, pensó Nico, tocándose los bigotes.

—Dijiste que tenían familia ahí. Entonces, me gustaría hacerles unas cuantas preguntas. Los dejaré subir a nuestro barco, así que ¿por qué no vienen con nosotros a la isla?

—¿En un barco humano? ¿Está bien para nosotros subirnos?

Las hadas estaban emocionadas y llenas de alegría. Incluso si los amuletos tradicionales para protegerse de los malos espíritus han sido casi olvidados en esa época, un barco era necesario para atravesar las indomables y aterradoras aguas del mar. Había una protección en esas aguas para repeler a las hadas y espíritus malignos, invisible al ojo humano, así que no podrían cruzar, a menos de que usen un barco humano.

—Le diré a la Doctora de Hadas acerca de su petición. A cambio, preséntenme ante su familia.

El trato fue sellado. Lo único que faltaba era saber cuántas pequeñas hadas de la Isla de Man sabían sobre la preciada información de las merrows

—Caray, Lydia es realmente ciega al peligro —murmuró Nico al final para sí mismo.

Nunca había visto a una merrow y, sin embargo, estaba completamente decidida a enfrentarlas. No sería un problema si fuera acompañada por el Conde Caballero Azul, el verdadero maestro de las merrows, pero estando con un ladrón, no podía saber en qué estaba pensando.

—Es una chica problemática.

Nico había estado cuidando de Lydia desde que era una recién nacida. No planeaba pasar sus días al margen. Planeaba apoyarla desde las sombras.

—Sería genial si las merrows solo se llevaran a los ladrones al fondo del mar —mencionó, deslizándose dentro de la casa, por una de las ventanas que estaban abiertas.

♦ ♦ ♦

En una habitación iluminada solo con la luz de la chimenea, Edgar estaba sentado en el sofá, sin moverse en absoluto. No era el mismo hombre despreocupado que siempre molestaba a Lydia, tenía una expresión seria, del tipo que no le mostraría, pensando en lo que le deparaba.

—Lord Edgar, sería mejor descansar un poco —comentó Ermine, entrando a la habitación.

—¿Por qué no tomas asiento? ¿Quieres un trago?

Sin embargo, Ermine permaneció de pie y preocupada le dijo:

—Eh, hay algo que me gustaría preguntarle.

Supuso la pregunta que quería hacerle, dado que lo dijo muy metódicamente.

—Ah, ¿es sobre Lydia? ¿Quieres saber cómo la pude traer aquí después de separarnos? —Ermine frunció el ceño con un rostro triste—. No hagas esa cara. Sabes que soy un hombre que puede hacer algo despiadado.

—Usted pretende ser indiferente, pero siempre está sufriendo por las decisiones que toma.

Edgar soltó un pequeño suspiro.

—No te preocupes, Ermine. No le he hecho nada a Lydia.

—¿Es eso cierto?

—No pude, por alguna extraña razón…

Admitió, casi avergonzado. Y Ermine, todavía con una cara triste, se relajó como si estuviera aliviada.

—Entonces, ¿la señorita Carlton sabe que la hemos estado engañando y, aún así, nos seguirá ayudando?

—No tiene ninguna intención de formar parte del robo. Quiere demostrar que es imposible conseguir la espada, a menos que no sea el verdadero Conde Caballero Azul. Quiere hacer que nos arrodillemos de vergüenza al mostrarnos la realidad. —Edgar apoyó la cabeza en la palma de su mano y sonrió, como si se burlara de él mismo—. Lydia es una chica interesante. Parecería como si estuviera bajo mi control, aunque en realidad no lo está. Luego, me muestra cuán de buen corazón puede ser y que no tiene ninguna otra intención más de lo que muestra. Solo dice lo que quiere decir. Además, parece que no puede abandonar a un criminal como yo, si la retengo y le suplico de rodillas.

Incapaz de imaginar tal escena, Ermine ladeó la cabeza.

—Le confesé un poco sobre mi pasado. Fue extraño. Como si quisiera ver qué tipo de reacción haría —agregó.

—¿Cómo respondió?

—Debió de haber pensado que había perdido la cabeza después de que me extrajeran el cerebro. —Mientras recordaba eso, se rió entre dientes—. Sin embargo, me creyó. Creyó en algo más increíble que la existencia de las hadas. Dijo que odia a los mentirosos. Debe de ver a través de los elogios y las mentiras de los demás con esos ojos místicos suyos, pero está bien con este engaño. Un nombre falso, una falsa vida, todo es falso. Todo lo que hay para mí es una mentira seria, y una mentira que es verdad. Probablemente esas mentiras son mi verdad, y ella debe haberlo entendido.

Declararse como el Conde Caballero Azul fue su última opción de una mentira sincera. Al decir que era la única esperanza de le quedaba a Edgar, y decir que moriría en lugar de renunciar a ello, también era una mentira.

—Entonces, ¿planea revelarle todo a la señorita Carlton?

—No, no puedo hacer eso.

Eso era lo que estaba reflexionando hace un momento, pero, por mucho que lo pensara, no podía cambiar de opinión.

Lydia no estaba del lado de Edgar. Incluso si no seguía su plan y se quedaba con ellos por su propio deseo, no era porque entendiera su objetivo. Era el hecho inmutable de que, para Lydia, Edgar solo era un despreciable criminal.

Para que un impostor pueda poner sus manos en la espada, tiene que depender de opciones despiadadas.

—Voy hacer que Lydia resuelva este acertijo de las hadas. Más allá de eso, si las merrows existen o no, seguiremos el plan original —agregó.

—¿Por qué?

—¿Por qué? Porque no soy el descendiente del Conde Caballero Azul. Solo soy un ladrón. Necesitamos la ayuda de Lydia para averiguar la ubicación de la espada, pero su propósito termina ahí. Debemos conseguir esa espada cueste lo que cueste. —Se puso de pie y se acercó a su sirviente—. ¿Ermine, estás así de preocupada por Lydia?

—Es una chica inocente. Muy honesta y adecuada para caminar en el lado pacífico de la sociedad. No quiero lastimar a alguien tan privilegiado.

—Lo sé. Incluso para mí, no es que disfrute ensuciando mis manos así.

—Pero, incluso lord Edgar se ha apegado a la señorita Carlton, ¿no es así? Es por eso que, aunque descubriera que era un impostor, prefirió revelarle todo y empatizar con ella en lugar de usar la violencia, ¿verdad?

Curvó un lado de sus labios y entrecerró sus ojos de color malva ceniza, los cuales estaban mezclados con una triste y despiadada tonalidad azul.

—Me das demasiado crédito.

Justo entonces, Edgar notó un movimiento detrás de la cortina y se giró para ver. Observó una cola gris peluda que se asomaba entre las sombras de la cortina, al lado de la ventana. Era el gato de Lydia.

Cuando se dio cuenta, corrió hacia la ventana y, más rápido de lo que el gato pudo salir corriendo, tomó su cuello, inmovilizándolo.

—¿Nico, nos estabas espiando?

El gato respondió con un gruñido enfadado.

A pesar de que pensó que no habría ningún problema si un gato los escuchaba, al recordar cómo Lydia dijo que ese gato podía entender el lenguaje humano, sintió que no debería dejarlo ir. Y, por alguna razón, aquel gato parecía humano. Aun si era una idea estúpida, Edgar envió su frustración de no saber qué hacer hacia Nico.

Quería asegurarse de que podía actuar frío y desalmado cuando fuera necesario. Acercándose a la chimenea, intentó tirar a Nico dentro, como si fuera combustible para el fuego.

—¡Ah!, detente, ¡oye! —gritó Nico.

—¡¿Lord Edgar, qué está haciendo?!

Ermine trató de detenerlo, rodeándolo con sus brazos. Escapando por los pelos de su agarre, Nico saltó sobre la repisa de la chimenea. Edgar cayó al suelo con Ermine y se volvió para mirar a Nico.

—Solo estaba bromeando, Nico.

—No lo creo, ¡pagarás por esto!

Para Edgar pareció como si Nico se desvaneciera, pero pudo haber sido que el gato se deslizó en la oscuridad.

Edgar soltó un suspiro. Todavía en el suelo, acarició el cabello corto de Ermine, quien aún se mantenía aferrada a él. Esta levantó la cabeza y miró a Edgar con ojos afligidos.

—A veces intenta actuar cruel a propósito, como si tratara de eliminar la amabilidad y compasión en usted.

—Eso es para protegerlos a ambos. No podemos sobrevivir a menos que me vuelva indiferente.

—Por favor, asesórese, no solo por el bien de Raven o el mío.

—Lo sé.

Los labios de Ermine tocaron los suyos. Rápidamente se separaron, pero su cuerpo aún se apoyaba contra el de Edgar.

—Lo siento…

—No hay nada de qué disculparse.

—Lord Edgar, ¿no hay forma de que podamos dejar de buscar la espada?

Podía decir que había estado pensando en esa opción en su cabeza. Sin embargo, para Edgar, solo parecía que Ermine estaba perdiendo su coraje. Entendía sus sentimientos, que no quería soportar más sacrificios, no podían permitirse perder su camino ahora.

—Para conseguir nuestra libertad, tenemos que hacer esto. Si nos damos por vencidos ahora, entonces nunca podremos escapar de las garras de ese hombre.

—De todas formas, es posible que no seamos capaces de conseguir la espada. Y podría ser mejor si no continuamos cometiendo crímenes por su bien. Tengo el extraño sentimiento de que nunca podremos escapar de ese hombre, como si fuera nuestro destino.

—Príncipe no es indestructible. Ya no eres más su esclava, pero sí, mi querida amiga. Olvídate del pasado.

Ermine se apartó suavemente de él y frunció el ceño con impaciencia.

—Entonces, por favor, hazme el amor. —Edgar dudó por la presión de la mirada de sus ojos—. Por favor, haz cada parte de mí tuya. No es como que quisiera ser tu amante. Solo quiero asegurarme de que eres mi maestro, o de lo contrario, estaré aterrorizada, como si siempre fuera a estar encadenada a Príncipe.

—No eres un objeto. No eres la esclava de nadie. Tu maestro siempre seré yo, incluso si no hacemos tal cosa.

—¿En serio? ¿O piensa mal de mí porque fui la mujer de Príncipe?

—No seas idiota.

—Siempre estamos juntos y sabe cómo me siento acerca de usted, pero siempre pretende no notarlo.

Edgar tomó a Ermine en sus brazos.

Una chica lamentable. Era una de las jóvenes y hermosas esclavas que Príncipe poseía. Desde que se hizo amigo de Ermine y su hermano, quiso protegerlos. Decidió convertirse en una persona diferente. Si hubiera algo que su débil persona pudiera hacer, era ayudarlos.

Se preguntó si era tan difícil concederle su deseo. Presionó sus labios contra su blanco cuello, y Ermine envolvió sus brazos suavemente alrededor de Edgar. Sin embargo, justo cuando iba a tocarla, pudo sentir la cadena en lo más profundo de su ser también.

Justo como Ermine todavía se sentía encadenada a Príncipe, Edgar también podría estar encadenado.

Edgar era la posesión de Príncipe, pero su posición era completamente diferente a la de los otros esclavos. Él fue preparado para ser el próximo reemplazo de Príncipe, el líder de esa organización retorcida e inmoral.

Edgar fue golpeado con el pensamiento de ese hombre, el cómo tomaba decisiones, sus gestos y comportamiento, cada uno de sus rasgos. Fue obligado a aprender todo lo que ese hombre había aprendido. Al cubrir esa amplia gama de académicos, llegó a saber que Príncipe no era un hombre común, pero no se le dio la oportunidad de pensar quién era realmente ese hombre.

Esa injusta realidad. Ser acorralado mental y físicamente, ser privado de su libre albedrío, y el sentimiento de ser lentamente moldeado en una persona diferente. El miedo a olvidar gradualmente quién eres y cómo eras.

Ermine también fue llevada antes que Edgar para aprender cómo convertirse en Príncipe. Era repugnante cómo trataron de enseñarle incluso esas preferencias, pero a partir de eso, Edgar se dio cuenta de la estupidez de la situación en la que estaba. Lo que los hombres a su alrededor estaban tratando de hacer era como un absurdo ritual mágico.

Desde ahí, convenció a Ermine, quien había renunciado a todo en ese momento, e intentó rebelarse contra aquellos que tenían poder en esa organización.

Su primera rebelión era ir en contra de sus órdenes. Es por eso que nunca le puso un dedo encima. Ermine tampoco reveló la insubordinación de Edgar a sus superiores. Desde entonces, sintió un fuerte vínculo entre ellos y pensó en ella como una aliada.

Solo porque fue la mujer de Príncipe, nunca la vio inferior a él. Sin embargo, estaba seguro de que no quería tomar el control de ella como ese hombre y, por lo tanto, incluso si ahora eran un hombre y una mujer libres, si la llevara a la cama, sentía que eso continuaría la dominación de Príncipe, y eso lo asustaba.

—Lo siento, Ermine.

Al final, Edgar solo pudo apartar a Ermine.

♦ ♦ ♦

Lydia se apartó rápidamente de la puerta. Se deslizó silenciosamente por el oscuro pasillo.

Se preguntaba por qué tenía que huir, pero después de presenciar a Edgar y Ermine juntos de esa manera, solo podía decir que la hizo sentir incómoda. No pudo escuchar lo que decían, pero definitivamente se estaban abrazando.

¿Son amantes?

Si tenía una amante, y aun así coqueteaba con otras, entonces definitivamente era un libertino.[1]

—Pero no tiene nada que ver conmigo —se dijo a sí misma, tratando de disimular la decepción que había en ella por alguna razón.

Estaba a punto de precipitarse por un tramo de las escaleras, pero al llegar, una figura negra apareció.

—¡¡Aaaah!! —gritó, cayendo de trasero.

—Lo siento, milady. ¿Está bien?

Era Raven. Lydia se levantó rápidamente.

—Hmm, estaba a punto de ir a la cocina. Pensé que un poco de leche caliente estaría bien.

No le preguntó nada, y aún así, se había apurado en dar una excusa. Tenía la sensación de que Raven la estaba vigilando, como si fuera una amenaza para Edgar.

Por supuesto, era natural si la odiaba. Después de que le derramara té caliente y lo lastimara, él podría decir después cosas inquietantes con ese rostro inexpresivo. Además, mostró que tenía habilidades de combate más peligrosas que un vulgar matón callejero, naturalmente se sentiría intimidada a su alrededor.

—Entonces se lo prepararé. Por favor, espere en su habitación.

—Oh, no, está bien. No quiero ser envenenada, no… quiero decir.

—¿Envenenada?

La miró con ojos penetrantes. Recordó cómo le rompió el cuello a un hombre en un instante.

Cuando estaban rodeados de Huxley y sus hombres en la estación, la víctima fue aquel que puso un cuchillo en su garganta. Sin embargo, después de escuchar el escalofriante sonido de los huesos al romperse justo al lado de su oreja, el pensamiento de si oiría ese mismo sonido cuando le pasara a ella, le cruzaba la cabeza. Ese pensamiento horrorizó a Lydia y la puso en un estado de pánico.

—No, no te acerques a mí, ¡no me mates!

—Lo siento.

—¿Eh?

Recibió una repentina disculpa, Lydia, sorprendida, lo miró.

—Me tiene miedo. Me disculpo por no haberlo notado —dijo con su usual rostro inexpresivo, pero, de repente, Lydia se sintió extremadamente culpable. Se preocupó de si hirió sus sentimientos. Además, no era como si Raven le fuera a hacer algo, y, sin embargo, sacó conclusiones precipitadas, alzó la voz por el miedo y lo llamó un asesino.

Incluso en ese momento en la estación del tren, solo la protegía de ese canalla y su cuchillo. Cambiando de opinión, llamó a Raven para detenerlo, debido a que estaba empezando a alejarse.

—Hmm, lo siento. Fue terrible de mi parte decir tal cosa. No era mi intención criticarte.

Se giró para mirarla con una expresión curiosa.

—Es normal estar asustada de un asesino.

—Pero, no era como si fueras a asesinarme.

—Y sin embargo, lord Edgar nunca me abandonó, y me enseñó muchas cosas, dado que era un bebé ignorante. Desde entonces, pude tomar mi libertad como otro ser humano. Servir a milord es mi propósito, porque si pierdo a mi maestro, mi alma caerá bajo el control de ese espíritu malvado.

—Entonces, Edgar no tiene que ser quien te ordene, ¿no podría ser cualquiera tu maestro?

—Entonces, por ejemplo, ¿podría asumir la responsabilidad por mí? ¿Podría cargar con todos los crímenes cometidos por un monstruo, quien atacaría a cualquiera cuando lo dejara en libertad, le enseñaría lo que es bueno y malo, y lo domaría? Y, ¿nunca ordenaría matar a alguien o a alguna criatura tan peligrosa?

Ella nunca podría ser una domadora de bestias. Sin embargo, por lo que Raven acababa de decir, significaba que Edgar había tomado la responsabilidad de cargar con la vida de otro ser humano en su pecho.

Tener la posesión de un sirviente, quien eliminaría a cualquiera que se interpusiera en su camino cuando se lo ordenaran, pero ser capaz de nunca dar tal orden. Al proteger el alma de Raven de esa forma, parecía amable. Sin embargo, era extremadamente difícil.

Un vínculo perfecto de confianza, basado en no exigir demasiado el uno del otro. Pensó que esa debía ser la razón por la que Raven no dudaría en ensuciarse las manos, si era por Edgar, aun si no hubiera dado la orden.

—Señorita Carlton, es normal sentirse incómoda a mi alrededor. Es por eso que le pido que, por favor, no haga nada que le cause problemas a lord Edgar.

Sí, de cualquier manera, todavía voy a ser amenazada, pensó, mientras veía a Raven alejarse.

Como una Doctora de Hadas, era una tarea un poco más difícil para Lydia demostrar la imposibilidad en el plan de Edgar y su grupo, el cómo lidiar con las merrows. Quizás, era un error sentir simpatía hacia esas personas que habían sobrevivido, caminando por el lado oscuro de la sociedad, lo que era inimaginable para ella.

Al pasar tiempo a solas con Edgar, Lydia pensó que lo había llegado a comprender un poco. Se dio cuenta de que no era una persona maliciosa en su corazón, y le mostró amabilidad y consideración, algo que ella nunca antes había recibido.

Sabía que solo la estaba congraciando, pero él, sin mucho esfuerzo, la salvó de las duras e hirientes palabras que iban dirigidas hacia ella. Pensó que no era una maquinación suya, solo una parte fundamental de él. Sin embargo, al verlo con Ermine y al hablar con Raven, Edgar comenzó a convertirse en una persona misteriosa.

—¿Estoy siendo engañada?

—Ah, vaya, es por eso que te dije que no confiaras en ellos. —No se dio cuenta que Nico estaba sentado en la barandilla de la escalera, con una expresión de irritación—. Justo como lo pensé, son peligrosos. Mira esto, la punta de mi cola está quemada.

—Oh, Dios mío, ¡¿qué pasó?!

—¡Casi fui arrojado al fuego por el idiota de Edgar! Al parecer escuché algo que no querían que supiéramos.

—¿Escuchaste? ¿Qué?

—No los escuché con claridad, pero parece que todavía están escondiendo algo de nosotros. Para poder poner sus manos en esa espada, planean hacer algo malo.

—Oh.

—De todos modos, justo como pensaste, hay merrows viviendo en la Isla de Man protegiendo la espada, pero el problema empieza ahí.

—¿Estás seguro de que están protegiendo la espada?

—Las pequeñas hadas que vienen de esa isla dijeron que las merrows están cuidando algo que su maestro les encomendó. Y ahora anhelan a su maestro que no ha regresado.

—El propietario dijo que las merrows viven en el castillo. Lo que significa que la espada está escondida en alguna parte dentro de este.

—¿Sabes, Lydia? No necesitas enfrentarte a las merrows por su bien. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí… Tienes razón.

De cualquier forma, Lydia no estaba de su lado. Si Edgar no compartía la sangre del verdadero Conde Caballero Azul, entonces todo lo que le quedaba hacer, era dejar en claro de que las merrows no le entregarían la espada.

Sin embargo, no tenía intención de retroceder, y planeaba enfrentar a las merrows, pero eso significaba que se involucraría en sus conflictos.

—Si esto se vuelve peligroso, solo nos queda una opción, correr. De todos modos, no somos rivales para las merrows.

Las merrows eran criaturas hermosas e inteligentes, sin embargo, a veces eran mortales. Son el oscuro presagio que aparece sobre la superficie del océano antes de una tormenta. También se dice que favorecen a las almas humanas y recogen las que han muerto en el mar. Su temperamento es parecido al de un ser humano, y hay casos en los que los ayudan, pero hay clanes que ansían la sangre.

Sin embargo, el mayor problema era su hermoso canto. Los humanos que quedan cautivados y encantados, son atraídos al fondo del mar, y no existe poder alguno que pueda igualar a su magia, es por eso que eran tan petrificantes.

Si usaran toda su fuerza, los humanos no tendrían forma de defenderse, como un pequeño bote arrojado en medio de una tormenta.

Para una novata Doctora de Hadas como Lydia, quien solo tenía un poco de conocimiento, esta sería la primera vez encontrándose con ellas, y no creía poder manejar la negociación.

Esperaba poder mostrarle el peligro de las merrows a Edgar y hacer que renunciara a la espada, pero, al parecer, él no era una persona tan simple. Cuando las cosas se pusieran feas, se preguntó si se quedaría con la decisión de abandonar a Edgar.

«Caramelo. Esa descripción te queda mejor.»

Solo esas simples palabras suyas ya habían llegado a lo más profundo de su corazón, y estaba preocupada de si podría verlo morir.

Era un criminal, un mentiroso, y un hombre que todavía le estaba ocultando algo importante. Sin embargo, pensó que si era capaz de convencer a las merrows y convertirlo en el Conde Caballero Azul, podría devolverle el derecho a caminar por el lado bueno de la sociedad que, para empezar, era su posición.

Como si tuviera la habilidad para hacer eso.

—Merecen ser ahogados en el mar por las merrows. Son criminales. Sería bueno para la sociedad si se deshacen de ellos —dijo Nico de una manera algo violenta, quizá causada por la calva en la cola.


[1] Un libertino es una persona que habla o actúa con libertad excesiva y abusiva.

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