Bajo el roble – Capítulo 15: Un vistazo a la magia

Traducido por Kiara Adsgar

Editado por Yusuke


Max sintió el calor del cuerpo de Riftan, su barbilla hizo contacto con su cabello rebelde mientras le rodeaba el cuello con un brazo. Ella tenía el más extraño indicio que él lo hacía por que pensaba que tenía frío y lo miró por debajo de las pestañas, sin saber qué hacer.

Tal y como dijo, nadie prestó atención a su cercanía, tal vez fingieron no hacerlo. Aun así, Max no se sentia comoda estando tan cerca de un hombre… incluso si se trataba de su esposo.

Reunió las palabras adecuadas para decir en su mente, y con un poco de temor expreso:

—Estoy, estoy bien. bueno, quiero decir… puedes, puedes estar un poco más lejos…

—La está molestando. Por favor sea más considerado.

Max levantó la cabeza ante la repentina voz que los interrumpió. No solo fue una interrupción ordinaria, sino uno de los subordinado que reprendió a Riftan, su supuesto capitán. Cuando alzó la vista, supo que provenía de un joven delgado, que parecía tener poco más de veinte años, parado a tres o cuatro pasos con una pequeña lámpara en la mano.

—No seas curioso, Ruth. Vete —suspiró Rifta, casi impaciente.

—¿Cuánto tiempo vas a seguir gruñendo como un bárbaro? No voy a molestarte, así que puedes dejar de hacerlo —respondió tranquilamente Ruth, sin inmutarse.

Ante esas palabras tan descaradas, los ojos de Max se abrieron de sorpresa. El hombre que se enfocó a hablar con Riftan vio como lo observaba, y esta vez su mirada se volvió hacia ella. Por un momento pensó que había hecho algo descortés, Max se incorporó apresuradamente.

Como si estuviera sujetado por una cuerda, Riftan la siguió, sentándose a regañadientes.

—¿Qué es lo que quieres? —dijo finalmente, su tono de voz era un poco más suave que antes.

—Lo traje. —Levantó la brillante luz—. Porque pensé que tendrías frío. —Aunque el no indico para quién era, Max sabia que se refería a ella.

Sus manos se sumergieron en los bolsillos de sus costados, hurgando durante bastante tiempo antes de volver a sacarlo. Unas pequeñas piedras que emitían una luz tenue que iluminaban la palma del hombre. Al verlo, Max sintió que la tranquilidad la envolvía.

La luz se acercó junto con los pasos del hombre.

—Es una piedra que contiene magia de fuego. Es un hechizo para mantenerte caliente. Aquí, tómalo y mantenlo cerca de ti —dijo él.

Max instantáneamente se sintió nerviosa.

—Señor, señor, ¿esto es para mí?

No pudo evitar sorprenderse ante la repentina amabilidad, haciendo que las cejas del hombre se levantaran a su vez.

—¿Para quién sino? Todos los demás aquí son hombres fuertes que incluso pueden permanecer desnudos en una tormenta de nieve —escupió con una actitud descuidada, importandole muy poco estar hablando con una mujer—. Pero tú eres diferente. Parece que tampoco tienes mucha resistencia… En cualquier caso, sería mi culpa si te resfrías aquí. Piense en ello como una medida preventiva.

Al enterarse de que podía ser una carga, Max lo aceptó en sus manos sin decir una palabra más. El aire cálido envolvió suavemente todo su cuerpo tan pronto como sostuvo la piedra justo como él le había explicado. Maravillada observó la piedra durante un buen rato, pronto se dio cuenta de que aún no le había agradecido su generosidad.

Levantó la cabeza asustada por su falta de cortesía.

—Gracias… Señor, señor Ruth.

La expresión en el rostro del hombre cambio ante su inesperada gratitud.

—No soy un caballero sino un mago. Puedes llamarme Ruth.

El mago se dio la vuelta y volvió a su asiento al otro lado, como si hubiera terminado con lo que había venido a hacer. Riftan, que había estado observando su intercambio en silencio, se recostó y se llevó a Max con él. Ella podía sentir el temblor en su toque y el nerviosismo que lo acompañaba.

—Estás cansada —dijo él—. Ve a dormir. Nos iremos mañana tan pronto como salga la primera luz del sol.

La mano de Riftan se movió para apagar la luz de la lámpara de aceite colocada a su lado. Como si los otros caballeros lo estuvieran esperando, las luces de la sala se apagaron de forma sucesiva, cual fichas de dominó, sumergiendo el lugar en la oscuridad sombría. Max, que se retorcía incómodamente en los brazos del hombre, no pudo soportar la terrible fatiga que se apoderó de ella y cerró los ojos.

El constante latido de su corazón contra su mejilla, parecía una canción de cuna, instantáneamente las preocupaciones de tener que dormir en ese cuarto se desvanecieron, reemplazadas solo por un sueño profundo.

♦ ♦ ♦

Al caer la mañana, la espeluznante apariencia del pueblo de la noche anterior desapareció, reemplazado por un resplandor vivo. Ante los ojos de cualquiera se extendía una hermosa vista panorámica del bosque Yudical yacía más allá de la hilera de chozas como un telón de fondo. Interminables campos dorados de trigo se extendían ante su vista, moviéndose como las olas del océano en una mañana tranquila.

Max salió del almacén para lavarse la cara con la única corriente disponible. En la madrugada, el agua estaba lo suficientemente fría como para congelarle las manos. Se humedeció el pelo largo y enredado como un nido con las manos, la brisa fresca acaricio su rostro húmedo y produjo escalofríos en su espalda.

Al terminar sus pequeños esfuerzos para arreglarse, Max regresó al almacén, limpiándose cuidadosamente el agua de la cara con las mangas de su vestido. Ella vio que los caballeros ya se habían reunido frente al carruaje a su regreso, listos para partir.

Riftan fue el primero en verla.

—Hey, no andes sola.

—Lo, lo siento.

Ante su voz severa, ella bajó la cabeza y corrió hacia adelante. Riftan luego la colocó en el carruaje, permanecía con el ceño fruncido como si todavía tuviera cosas que decirle.

Y como esperaba, luego agregó:

—Nunca actúes por tu cuenta. El bosque de Yudical alberga muchos monstruos.

Max tembló, recordando los horrendos seres que había visto el primer día. Sin embargo, fue su impotencia contra sus ataques lo que la hizo temblar de miedo.

—Sí, sí, tendré cuidado.

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