Matrimonio depredador – Capítulo 26: ¿Me otorgas esta pieza?

Traducido por Yonile

Editado por Meli


Ishakan se dirigía a Leah como un cazador experimentado que tenía la mira puesta en su preciada presa; esperar y lanzarse a matar cuando menos lo esperaba.

En sentido metafórico, él la tenía atada de manos, no podría escapar con facilidad.

En silenciosa frustración, Leah frunció el ceño, se mordió el labio y trató de liberar su mano de su agarre, pero él apretó más, cuando al fin la soltó, exhaló aliviada.

—Pensé que estarías ansiosa por darme la bienvenida… Supongo que me equivoqué. —Se acercó, se detuvo a un centímetro  de su oído y le susurró—. ¿Estás enojada, princesa?

—La gente está mirando, —respondió con firmeza en voz baja mientras lo miraba de reojo.

Fue un recordatorio de su promesa de tratarla como a una princesa cuando estuviera en público.

Ishakan se apartó con una sonrisa de satisfacción dirigida a ella.

Su intercambio fue observado por todos, Leah anticipó lo que sucedería como si fuera una obra de teatro y mantuvo la calma. Ishakan era un bárbaro, que no sabía ni se preocupaba por el decoro y los modales, por lo que la culpa recaería enteramente sobre sus hombros. La pondría en una posición indeseable dentro de la corte y su gente.

El conde Valtein se movió para ayudarla, pero el sonido de las trompetas cortó la conversación. Los cuernos sonaron para hacer saber a todos que el rey había entrado en la refriega.

De inmediato, la orquesta comenzó a tocar una pieza majestuosa mientras el rey saludaba a todos. A pesar de los saludos y reverencias de los nobles hacia el rey, la tensión en el aire no cambió.

Los ojos persistentes se mantuvieron en el rey de Kurkans y la princesa de Estia.

Y el rey se dio cuenta de la situación; entrecerró los ojos, por un momento, al ver la banda de seda púrpura que Ishakan llevaba con arrogancia. Incluso Cerdina y Blain se sorprendieron, pero se esforzaron en no mostrar su asombro.

Sin embargo, el foco de Blain, fue la cercanía física entre Leah e Ishakan.

Ishakan ignoró su sutil mirada, entonces, volvió los ojos hacia Leah, dándole una mirada azul helada como si dijera: “Recuerda tu lugar como princesa real de Estia”.

Ella se movió con rapidez y siguió a los otros miembros de la realeza de Estia mientras encontraban sus asientos. El rey de Estia permaneció de pie para dar un discurso de bienvenida a sus estimados invitados.

—Pensé que te había dicho que dejaras de salir con esos bárbaros —advirtió a Leah mientras pretendía atender al rey—. Creí que eras inteligente, hermana. ¿Estás enamorada de ese rey bárbaro? —Se burló y tomó un sorbo de su copa—. ¿Estás planeando vender tu país después de todo?

—No era mi intención tratar con él,  —refutó con un suspiro y su mejor mirada de indiferencia—. Él es quien me buscó. Y no puedo hacer nada que ponga en peligro el tratado, yo no hice nada. —Se aseguró de pronunciar cada palabra.

—Por supuesto, querida hermana. —Blain asintió triunfante con una sonrisa maliciosa, y ojos fríos como el hielo—. Entonces permíteme ser tu primer baile.

—Disculpa, hermano, —dijo en tono burlón y con una mirada altiva—. Creo que ese derecho le pertenece a mi prometido.

—Ni siquiera pienses en hacer trampa para salir de esto… —Blain se rió secamente.

Al ser soltera, incluso si estaba comprometida, era común que su primer baile fuera con su familia. Ella lo sabía, pero quería mantener la mayor distancia posible entre ellos.

—Ahora que lo pienso, no creo haber visto a Byun Gyongbaek. —Leah dijo mientras miraba a su alrededor y Blain tarareaba con desinterés.

—Como era de esperar, será inútil una vez que este tratado haya terminado. Esos bárbaros, estoy esperando su partida.

Sus comentarios resaltaron la ignorancia de Blain quien creía que el tratado de  de paz se cumpliría sin problemas.

Los kurkanos dieron el primer paso; bajo el disfraz del tratado, habían comenzado a robar los secretos del reino pieza por pieza, poco a poco. Y así, Estia estaría indefensa si tanto los Kurkanos como Byun Gyongbaek decidieran abandonar el reino.

Leah aún trabajaba para que todo resultara bien y Blain solo iba a cosechar los frutos de sus esfuerzos. Ella apretó los puños con fuerza en disimulada frustración.

—Si desea que este tratado de paz esté a nuestro favor, lo mejor que puede hacer es abstenerse de llamarlos con ese término degradante, —le siseó con un rostro agradable y elegante—. Además, no sabemos cuál será el resultado, así que no descartes a Byun Gyongbaek.

Los ojos de Blain se entrecerraron y ella se preocupó de que la reprendiera. Por fortuna, el rey terminó su discurso, y los príncipes aplaudieron junto con la multitud.

El banquete comenzó oficialmente  y los invitados disfrutaron de la música, Leah pudo ver que algunos incluso habían logrado pedirle a Kurkans que se uniera a ellos para bailar.

Leah se levantó para caminar, y a pesar de tantos ojos, distinguió de inmediato a quien la miraba fijamente, pero evitó el contacto visual para no darle a Blain más razones para dudar de sus intenciones.

Solo que no fue solo Blain quien se metió debajo de su piel, sino otro, que ahora estaba apareciendo ante ella.

—¡Princesa! —saludó una voz jovial.

Leah contuvo un gemido y detuvo sus pasos antes de volverse para saludar al hombre con una hermosa sonrisa como se esperaba de ella.

—Byun Gyongbaek de Oberde. Es un placer verte.

Él respondió con una sonrisa brillante.

Estaba tan lleno de confianza; su conjunto de seda violeta lo cubría de la cabeza a los pies. La ropa era rara y un desperdicio que Byun Gyongbaek la usara.

El atuendo púrpura y su rostro sonrojado lo hacía lucir más ridículo. Leah intentó contener una mueca al verlo.

Esto es un poco grotesco, es la imagen misma de la codicia,  pensó mientras le echaba un vistazo.

—Qué lindo atuendo tienes, —dijo con una sonrisa gentil.

—Por supuesto que lo sería, hice un esfuerzo por lucir presentable para ti, —se jactó.

Tal vez, si tuviera la oportunidad, le enviaría un vestido a juego de inmediato. Se adhirió a ella como pegamento, como para recordarle a Ishakan que Leah era suya.

Leah se rió cuando los eventos de la noche anterior pasaron por su mente, contuvo las náuseas al pensar en las prostitutas que se parecían a ella. Y luego sus pensamientos se volvieron hacia sus actos igualmente traicioneros.

A pesar de que todos sus guardias fueron diezmados, él no parecía afectado. Leah sintió un poco de pena por Ishakan por tener que lidiar con él.

—¿Puedo tener el honor de bailar contigo? —le preguntó, ofreciéndole una mano.

Leah quería negarse, pero no tuvo más remedio que aceptar. Después de todo, a los ojos del público, ella le pertenecía.

Tomó su mano con disgusto disimulado, él entrelazó sus dedos. Si sostener su mano era difícil, detestaba pensar cómo se sentiría cuando llegara la temida luna de miel. Ella dejó escapar un suspiro.

Casi al entrar en la pista de baile la música se apagó, las murmullos y risas se silenciaron. Un imponente hombre se paró frente a la pareja de novios. Ishakan esperó el momento perfecto para tenderles una emboscada.

Extendió su mano de manera expectante, desafiando a la princesa a negarlo.

—¿Puedo tener al menos una canción, princesa? —preguntó con una sonrisa encantadora.

Su petición fue como oír caer un alfiler en la silenciosa habitación complaciéndose en ignorar la etiqueta de Estia.

Leah sabía que la estaba provocando, su primer baile no había concluido y él , a propósito, intervino para pedirle uno. Miró la mano que le ofreció y pensó en las implicaciones de cada una de sus respuestas.

Byun Gyongbaek frunció el ceño y dio una expresión de indiferencia.

—El rey de los Kurkans.

Los ojos de halcón de Ishakan se posaron en él.

Byun Gyongbaek quitó la mano de Leah y la envolvió protectoramente alrededor de su cintura, acercándola más a él en una demostración de desafío mientras miraba a Ishakan.

—Pido disculpas, pero la princesa es mi prometida —dijo en un tono civilizado.

Ishakan se rió entre dientes antes de que sus labios se convirtieran en una mueca de desprecio.

Byun Gyongbaek se regocijó, sintió como si acabara de asestar un gran golpe al orgullo del rey bárbaro. Parecía que el rey de los Kurkans se había vuelto demasiado complaciente con el banquete.

—Es costumbre en Estia, que el primer baile de la princesa me pertenezca. Espero que lo entiendas,  —presumió confiado, agregando  sal en la herida.

Olvidó que no luchaba contra un hombre común, sino contra el rey de Kurkans. Y como rey, fue lo suficientemente cortés como para dejar que terminara de incitarlo a entrar, pero él sería el último en reír.

—¿Es eso así? —bromeó y Byun Gyongbaek lo miró confundido—. El banquete, ¿no era en nuestro honor? —Miró a su alrededor para enfatizar.

Byun pudo sentir su sangre hervir a fuego lento por la frustración.

—Rey o no, la tradición dicta…

Ishakan dio un paso adelante mientras lo veía. La gente cercana observó expectante.

—¿Es así como Estia trata a sus  estimados  invitados? —Levantó una ceja. Su tono de voz era bajo y tranquilo, pero el viento la llevaba sin esfuerzo.

Los kurkanos hicieron una pausa en sus festividades, vieron el acalorado intercambio de su rey y su anfitrión, lanzaron miradas de muerte a Byun Gyongbaek.

Byun Gyongbaek podía sentir la atmósfera sofocante que llenaba el lugar.  Podía sentir el sudor rodar por sus sienes mientras intentaba mantenerse firme.

Otros nobles fueron lo suficientemente sabios como para continuar con sus actividades en silencio, desconfiados de sus extravagantes invitados. —¿Princesa? ¿Qué tienes que decir? —Ishakan se dirigió a Leah con una amplia sonrisa.

Leah sintió acorralada entre la multitud y con resignación, aceptó el baile, colocando su mano en la de él. Notó cuán cálidas eran sus manos al tacto.

Byun Gyongbaek apretó los dientes, la soltó y dio un paso atrás, los vio a ambos por última vez antes de salir exhausto.

La multitud les abrió paso hacia el centro del salón.

Fue una escena cautivadora, como observar a la luna en el cielo nocturno: la figura de la tez pálida de Leah y el cabello blanco plateado, fluyendo con cada movimiento, en contraste con el cabello castaño oscuro y piel bronceada del rey.

Incluso sus túnicas contrastaban, pero se mezclaban muy bien.

Los kurkanos gruñeron a la dirección a los músicos, quienes, asustados, comenzaron a tocar una vez más.

Cuando comenzaron a bailar con gracia, los presentes regresaron a sus negocios,  la atmósfera se volvió bulliciosa y alegre otra vez.

Leah prácticamente se colgó de sus hombros mientras él sostenía su cintura, bailaron en silencio uno muy cerca del otro.

Era una música solo para ellos dos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido