Matrimonio depredador – Capítulo 4: El barrio rojo

Traducido por Yonile

Editado por Meli


Los kurkanos rara vez eran llamados por sus nombres. La mayoría de los continentes los despreciaban, percibiéndolos como bárbaros o bestias. Esto se debe a que se sabía que su raza había heredado la sangre de las bestias, su naturaleza era inhumana e indecorosa. Son seres peligrosos impulsivos, indulgentes e instintivos.

Pero había una cosa que la humanidad envidiaba de ellos: su habilidad física y su belleza. La monstruosidad que yacía debajo de su piel no podía empañar su apariencia sobresaliente otorgada por los dioses.

Esta disparidad les dio popularidad. Eran la mejor clase entre los esclavos. Incluso en Estia, donde la esclavitud es ilegal, se comerciaron en secreto. De hecho, la propia princesa Leah los había visto ser vendidos como esclavos.

Pero esta fue la primera vez que vio a un kurkan con un aura imponente.

Estaba confundida, pero estaba segura de una cosa: el hombre frente a ella no era apto para la esclavitud sexual ni para el humor. Más bien, con cada una de sus células exudando autoridad, podía imaginarlo mirando con desdén desde arriba.

Su cuerpo se movió por instinto; dio un paso atrás, pero pronto sintió que su espalda tocaba la pared. Una sensación fría y dura le recorrió la espalda con su acorralamiento repentino.

El hombre de la esquina la miró con diversión bailando en sus ojos. Lenta y con pausas, cruzó la distancia entre ellos. Se acercó hasta que sus cuerpos se tocaron. Al instante, Leah se sintió sofocada, pero solo pudo permanecer rígida en su lugar. En ese momento, descubrió que respirar era un trabajo bastante laborioso.

Con su dedo largo, el hombre le quitó la gorra de la cabeza. Era un ser con sentidos supremos y no había nada extraño que no pudiera perderse. Frunció el ceño ante la rígida y barata peluca marrón que llevaba y se la arrancó de inmediato. Sin nada que lo restringiera, el deslumbrante cabello plateado de Leah rodó con suvidad por su cintura.

Entrecerró sus ojos dorados. Su mirada resbaladiza y ardiente parecía pinchar su piel expuesta, perforando agujeros en los lugares donde los colocó. Aunque llevaba ropa, se sentía desnuda.

La nuca esbelta, la clavícula expuesta a través de la ropa desordenada y el pequeño pecho que sube y baja mientras ella respira con dificultad, el hombre lo estudió todo. No fue difícil darse cuenta de que la dama a la que acorralaba no era una plebeya.

—No puedo creer que una dama de su categoría visite el barrio rojo. Supongo que algo con los aristócratas es inestable.

Leah enderezó su hombro tenso. En lugar de refutar, abrió los labios con calma y dijo lo que le vino a la mente.

—Parece que no conoces mi propósito al seguirte…

Lo miró y se sintió morir por dentro. ¡Se equivocó de hombre!, ¿cómo podría explicarle su error sin revelar su identidad?

—¿Propósito? —Sus labios se torcieron en una sonrisa burlona, ​​comprendiendo sus motivos.

—¿Qué está mal? Solo buscaba divertirme mientras me aseguraba de que mi identidad estuviera oculta .

Él se quedó sin habla. Una aristócrata como ella escondía algo tras su intento fallido de disfrazarse y escabullirse en este tipo de lugar. Aunque necesitaba respuestas, no la presionó.

El silencio hizo que Leah se pusiera nerviosa, su corazón latía como loco contra su pecho. Sabía que en ese momento su rostro se parecía a un tomate. Avergonzada, se vio obligada a bajar los ojos.

Quizás, el hombre estaba buscando algo de entretenimiento que, en las circunstancias actuales, le fue concedido. Ella, que asumió que él era un prostituto, debió despertar su interés. Su lenguaje corporal le decía que no tenía el corazón para dejarla ir pronto.

En silencio, Leah decidió su próximo curso de acción. De todos modos, nunca volvería a verlo. Si este es uno de los precios por arruinar la pureza de la familia real, entonces los medios por los que lo lograría no deberían importar.

Con manos temblorosas, se agarró el borde de la falda. Desde el principio, estaba decidida a hacer esto incluso si sabía que podía morir. Por lo tanto, en este punto, no había ninguna razón para que ella se asustara.

Dirigió su vista hacia arriba y atrapó su mirada ardiente, notó que sus pupilas doradas se adelgazaron un poco y su mandíbula cayó al instante. Ser testigo de esta peculiaridad en esta proximidad fue asombroso.

Estaba cautivada, perdió la noción de los segundos que pasaban, pero una risa profunda y gutural la devolvió a sus sentidos.

Leah luego empujó el pecho del hombre de manera inaudible, tratando de hacer espacio entre ellos. Sin embargo, la fuerza de sus frágiles brazos era débil, él apenas se movía. En cambio, su sonrisa creció mientras la veía luchar.

Seguro que está disfrutando esto, lo miró.

—No actúes con presunción. Solo estaba buscando a alguien a quien pagar y tener sexo —dijo con evidente irritación en su voz.

A sus ojos, ella no era una mujer modesta, entonces, ¿por qué actuaría como tal?

—Entonces, ¿debería llamarte maestra? —preguntó divertido con una risa ronca y franca,

Este hombre es un engreído. 

Apretó los dientes y desató el nudo de su vestido con manos temblorosas. Solo quería que esto terminara. Mientras intentaba quitarse la ropa, el hombre le susurró al oído, haciendo que sus manos torpes se congelaran.

—Yo debería ser el que haga eso.

Antes de que pudiera protestar, unas grandes manos la levantaron sin esfuerzo. ¡La cargó como si fuera una simple niña!

Acunada en sus brazos, lo miró, rebosante de vergüenza.

—¿Tienes miedo?

Su respuesta no fue escuchada porque tan pronto como él lo dijo, la arrojó a la cama y se subió con elegancia en ella. La cama crujía bajo su peso. Sus delgados dedos agarraron la barbilla de Leah y su pulgar frotó el labio inferior hinchado.

—¿Por qué te atreviste a venir a este lugar?

La voz que resonó en sus oídos envió pequeños estremecimientos a su cuerpo. Sin embargo, su intimidación no quebrantó su determinación.

—Solo haz lo que te dije que hicieras. —Arqueó una ceja y con un valor fingido añadió—: No se preocupe. Prometo pagarle.

—Abre tus piernas —le susurró con voz suave; sus ojos brillaban con picardía.

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