No quiero ser amada – Capítulo 196: Hermana ilegítima

Traducido por Maru

Editado por Sharon


Al examinarlo, Leticia pensó que era un extranjero.

El hombre se hizo a un lado, permitiéndole pasar mientras inclinaba la cabeza.

—Entre, mi señora.

Leticia levantó la nariz y soltó un bufido mientras apartaba la cabeza de él. No había necesidad de preocuparse por un hombre corriente y trivial.

Cuando entró en la habitación, el hombre cerró la puerta y el mayordomo que estaba en espera se acercó y lo guió hasta la salida.

—Por favor, venga por aquí, señor.

Siguiendo al mayordomo, escuchó voces desde más allá de las puertas de sirvientas lanzando quejas una tras otra sobre la mujer pelirroja.

—¿Viste eso? ¿Viste su mirada engreída? ¡Ella cree que es la dueña de esta mansión! ¡Está muy por encima de su cabeza!

—Me hierve el corazón de ira. Nuestra pobre señora… ¡qué lástima!

—Entonces esa mujer… ¿es la amante del conde? —preguntó el hombre al mayordomo.

Su voz baja tenía un acento elegante, una característica de la gente del norte. A diferencia del acento usado en este lugar donde cada vocal salía de su lengua, su acento simplemente se desprendía de su lengua con suavidad.

—Sí, es cierto —respondió cortésmente el mayordomo, inclinando la cabeza.

—Parecía extrañamente familiar… —respondió el hombre.

—Porque la esposa del vizconde Olbach es hermana de la reina. Ella es la hija ilegítima del difunto conde.

El mayordomo procesó rápidamente sus pensamientos antes de llegar a una respuesta rápida.

—¿Ella es la hermana de otra madre de la reina?

El mayordomo asintió.

—Sí, señor. Ella es la hija ilegítima que el difunto conde Alessin dio a luz fuera del hogar con una mujer común. Antes de que la reina se mudara a Crichton, se rumoreaba que había echado a su propia hermana junto con el conde de la mansión. Nadie sabía que la esposa del conde era hermana de la reina hasta ahora.

El hombre sonrió con malicia.

—Ya veo.

Miró hacia atrás hacia la sala de estudio del conde donde la mujer entró hace un momento. Sus ojos plateados ocultos bajo las sombras de su capucha brillaron intensamente.

—¿Joven duque?

Al escuchar la llamada del mayordomo, el hombre rápidamente borró su mirada malvada y sonrió con elegancia.

—No es nada. Vamos  —dijo.

♦ ♦ ♦

Al entrar en el estudio, vio dos vasos de alcohol en la mesa. Su curiosidad se despertó. A pesar de que parecía un humilde campesino, el conde tomó unas copas casuales y cordiales con el mendigo como si fuera algo normal.

—¿Quién era ese hombre que acaba de irse? —preguntó Leticia.

—¿Y por qué necesitarías saber eso?

Leticia estaba de alguna manera enfadada por la respuesta insensible, pero antes de que pudiera replicar, el conde Clovis dijo:

—Además de eso, finalmente tienes tu oportunidad, Leticia.

—¿Qué quieres decir?

—Hay una cierta discordia entre el rey y la reina en este momento.

El rostro de Leticia se iluminó de inmediato.

—¿Es eso cierto?

El conde Clovis sonrió.

—Así es. La reina intentó salir del palacio furiosa. El rey no la detuvo. Su relación es ciertamente tensa y algo ha salido mal. Haré uso de esta puerta abierta para ti. Solo siéntate y espera.

—Ahh… Conde Clovis, ¡estoy tan feliz!

Leticia envolvió alegremente sus brazos alrededor de su cuello, frotándose placenteramente contra su erección hombría escondida debajo de sus pantalones. Su eje erecto presionó contra su área sensual, provocando que ella dejara escapar un gemido provocador.

Ella se puso de rodillas, frotando con un movimiento circular la costura de su ingle antes de desabrocharle los pantalones. Pronto, su virilidad erecta respiró aire fresco y se volvió loco.

Leticia enroscó una mano alrededor de su cintura, acariciándolo suavemente mientras lo miraba a los ojos. Un gruñido casi imperceptible escapó de su garganta.

—Te juro que te haré bien. Me conoces bien, después de todo. Lo buena que soy para que se enamore de mí.

El conde Clovis soltó una carcajada y luego un gemido.

—Sí, Leticia. Lo sé muy bien —dijo, acariciando su cabeza.

Entonces, la empujó hacia un sofá y le levantó la falda, revelando su piel suave. De un solo golpe, deslizó su ropa interior entre sus piernas.

Frotando su entrada húmeda, dijo:

—No estoy seguro de los demás, pero tu cara y tu cuerpo son útiles.

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