Reina Villana – Capítulo 27: Bestias del desierto

Traducido por Kiara

Editado por Ayanami


Tan pronto como escuchó la explosión, Kasser levantó la cabeza con una mirada rígida. Se puso de pie de un salto, abrió la ventana, apresuradamente, y salió al balcón. Miró hacia el cielo y vio humo amarillo saliendo a lo lejos.

Larks…

El humo amarillo era la señal de que un monstruo tortuoso había sido avistado en las paredes del reino.

Soltó un largo silbido, miró hacia el suelo, aparentemente, esperando algo. Cuando nada llego, agregó energía especial al silbato. La gente no podía oírlo, pero la bestia era sensible, y sintió la convocatoria de su Maestro.

No mucho después, desde lejos, se podía ver a un semental negro galopando hacia él.

Abu, el corcel del rey, no llevaba riendas ni la majestuosa silla sobre su lomo. El animal, nunca tolero nada que le impidiera moverse, a menos que fuera su maestro quien se lo pusiera en la espalda.

— ¡Su Alteza!

El Jefe de Estado Mayor se apresuró a entrar. Lo acompañaba un caballero con una espada. El caballero, luego, se arrodilló ante su Rey y, con ambas manos, le ofreció el arma.

Cuando el Rey sale a cazar Lark, inyecta su Praz en esta arma. Las armas ordinarias, explotarían instantáneamente o se derretirían al ser sometidas al remolino de energía. Solo las armas, de aquellos que tenían la sangre real corriendo por sus venas, podían resistirlo.

Al entrar en el período de actividad, el Reino fue puesto bajo constante seguridad de emergencia. Su espada, que se mantuvo en lo profundo de la casa del tesoro, durante la estación seca, siempre estuvo en espera, hasta que el rey la necesitó durante los períodos de actividad.

Tan pronto como el caballero ofreció la espada, Kasser, agarrando la barandilla del balcón con una mano, sin dudarlo, saltó al otro extremo.

Ninguno de los espectadores se sorprendió.

La energía azul, que rodeaba su cuerpo cambió, y su Praz, con la forma de una serpiente gigante adherida alrededor de su cuerpo, disminuyó la caída de Kasser y absorbió el impacto tan pronto como sus pies aterrizaron en el suelo.

— ¡Abu!

El caballo negro, que corría hacia el Rey, aumentaba enormemente de tamaño a cada segundo. Dos cuernos pequeños, aparecieron por ambas orejas, extendiéndose más grandes; la melena estaba recortada, las piernas engrosadas y la herradura dura dividida, tomando la forma de unas garras feroces. Lo único que no cambió, fueron los ojos carmesí de la bestia.

Kasser se subió a la espalda de Abu, que ahora, era un enorme leopardo negro con cuernos. Agarró su collar y se arqueó hacia delante, cuando Abu dio un salto enorme.

Con solo un salto, la bestia había cruzado la mitad del perímetro del castillo. En un instante, había escalado los muros, lo que era imposible en su forma original, y aterrizó en la calle más allá.

Al contrario de lo que cabría esperar, la gente que se movía por las calles, estaba relativamente tranquila. La llamarada amarilla, tenía un bajo nivel de riesgo. La mayoría de las balas de señal que estallan durante el período activo son amarillas.

Cuando una bestia gigante los pasó, la gente retrocedió, no con miedo sino con asombro. Se quedaron mirando a la criatura majestuosa delante de ellos y no veian ningún rasgo de monstruosidad. Después de todo, esta bestia ayuda al rey a salvaguardar el reino.

—El Rey está en camino, por lo que, pronto, habrá una llamarada azul.

—Oh, solo un monstruo, si va el Rey, esa cosa tendrá su fin.

A pesar de las charlas curiosas y el ambiente vívido, la calle parecía tranquila como siempre.

El rey llegó rápido a la pared. Nadie saludó a Kasser, en un alboroto, por su llegada. Era como un estado de guerra, desde el momento en que se disparó la señal. Todos sostuvieron sus brazos firmemente, y mantuvieron sus respectivas posiciones.

Abu, que pateó el piso y se enderezó, volvió a saltar sobre la pared. Solo unos pocos saltos y escaló el muro alto.

Kasser miró a su alrededor y comprendió la situación rápidamente. Los soldados se reunieron más cerca de donde estaba, y Lester gritó, al general que dio la señal.

Inclinando la cabeza, Kasser miró la pared exterior que da al desierto. Una enorme serpiente se arrastraba por la pared. Su cuerpo era tan grueso como el de un humano.

Los soldados vertieron aceite en sus flechas. Levantaron sus flechas en el aire y se prepararon para disparar, mientras el lark se amplió aún más.

Kasser frunció el ceño. Los larks que tienen la forma de una serpiente son engañosos. Si el escudo, alrededor de su cuerpo, se rompe, inmediatamente, escupirán veneno. Por lo tanto, el ataque debe hacerse rápidamente, antes de que ocurra. Las serpientes podían escalar el muro alto, por lo que la barrera primaria sería inútil.

Lester, que había visto a Kasser, gritó, señalando a la pared trasera más alejada. En medio del caos, Kasser no podía escuchar las voces de sus hombres con claridad, pero entendió, por sus acciones alarmadas, lo que significaba.

— ¿Hay dos?

Hubo momentos en que dos o tres atacaban al mismo tiempo, incluso si no son criaturas que se mueven en una manada. Kasser determinó que la situación aquí, no era urgente, así que, dejándolo a Lester, apresuró a Abu a correr por la pared.

Los soldados se habían reunido en la pared, frente al primer punto de ataque. La serpiente, casi levantada, balanceaba la cabeza sobre la pared y blandió la lengua. Era la mitad de grande que el que había visto antes.

De acuerdo con la ley de la naturaleza, las criaturas pequeñas son débiles y las grandes son fuertes, los Lark no son la excepción. Cuanto más grande, es más fuerte y peligroso. No solo eso, sino que una Lark más grande, también es más agresiva.

Las flechas rebotaron, antes de llegar al cuerpo de la serpiente. Los ojos de Kasser vieron el escudo alrededor del cuerpo del Lark. Era como una delgada cubierta de vidrio. Cada vez que una flecha aceitada golpeaba al lark, se generaba una grieta fina. Pero todavía estaba muy lejos de estar roto.

Kasser saltó de Abu y desenvainó su espada. Había un brillo azulado rodeando su cuerpo.

—Abu. ¡Espera aquí!

La bestia manifestó su negativa gruñendo caprichosamente a Kasser. Pero, como un perro mascota obediente, el leopardo negro se tumbó en el acto. Sus garras, que golpeaban alternativamente el suelo, indicaban sus sentimientos infelices.

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