El caos de la belleza – Capítulo 3: El veneno de la píldora ponzoñosa

Traducido por Seguidora anónima

Editado por Nemoné


Tras girarse rápidamente, se encontró con un pálido rostro ante sus ojos. Gracias a la luz de la luna, pudo echar un buen vistazo a sus rasgos.

—Esto no es bueno.

Se había metido en un buen lío.

Una cara bien definida con rasgos faciales prominentes, una constitución más alta que la del hombre promedio. Junto con su habla forzada y rígida, daban a entender que era de otra raza, por no mencionar que llevaba un atuendo de prisionero que revelaba evidentes signos de tortura, con lo que quedaba claro que era un fugitivo.

Recordando la gran victoria en las guerras en la frontera, y tras ver a tantos soldados en el restaurante, Gui Wan supuso más o menos su identidad. Debía de tratarse del derrotado general de la tribu Nu. Tras llegar a esta conclusión, se lamentaba profundamente, pues ese día aparentemente todo lo más desafortunado le sucedía.

Ye Li casi no tenía fuerza para sujetar su daga, ya que la huida lo había dejado exhausto, pero no podía dejar de caminar, hace acopio de toda su fuerza de voluntad, solo necesita cambiarse de ropa. Tomando ventaja de la oscuridad, tenía la posibilidad de escapar de la Capital, pero si amanece todo estará acabado.

Justo cuando iba a coger un poco de aire el joven que había tomado como rehén se dió la vuelta repentinamente, impidiéndole reaccionar a tiempo.

—Mátalo. —Inspiró profundamente, ya se había decidido cuando vió la cara del joven.

Ye Li se preguntaba si acaso el Dios Lunar había atendido a sus plegarias y se mostraba ante él.

Bajo la luz de la luna, la mitad del rostro del joven quedó iluminada, y la otra en la oscuridad. La mitad bajo la luz, una belleza sin par. La mitad en la oscuridad, de un fulgor inigualable. La apariencia de un rostro tan inocente, gracias a la iluminación del momento, portaba un encanto traicionero.

En su ofuscamiento, Ye Li se halló incapaz de usar su daga contra el joven. Durante generaciones la tribu Nu ha venerado al Dios Lunar y este joven delante de él le había dejado impactado. En este peligroso momento no sabría decir si se halla ante una ilusión o un sueño, así que se lleva la daga a la muñeca y la corta para que el agudo dolor de la sangre brotante le devuelvan la razón, tras lo que observa atentamente al joven.

Había oído que en el Imperio Celeste había hombres de aspecto afeminado, pero al no haberlo visto por si mismo no lo creía. Sin embargo, ahora… Ye Li se sentía un poco decepcionado pues había soñado toda su vida con ver al Dios Lunar y esto no era lo que esperaba.

[Nota: La redacción en inglés no es muy entendible aquí. El imperio celestial es China en el siglo XVIII. Lo otro, Ye Li estaba decepcionado por su apariencia femenina. A lo último la traductora tuvo que inventar porque era muy confuso]

Ninguno de los dos dice una sola palabra, se mantienen en silencio unos instantes.

El corazón de Gui Wan estaba latiendo rápidamente, lamentando su decisión de darse la vuelta. En cuanto se giró vio el instinto asesino del hombre Nu, y con su corazón casi congelado de terror se llevó la mano a la manga, dispuesta pero no deseosa de usar lo que escondía como último recurso para proteger su vida. En ese momento de duda notó el cambio en la mirada del extraño a una de sorpresa, maravilla e incredulidad, mientras sus labios recitan las palabras “Suo Ge Ta (索格塔)”.

¿Qué es “Suo Ge Ta”? Probablemente algo en el idioma Nu. Independientemente de lo que significaban, esas palabras parecían haberle salvado la vida, ya que probablemente ya no seguiría viva.

Su cabeza estaba dando vueltas tratando de pensar como salir de la situación, hasta que se dio cuenta de la forma en la que el extraño le miraba, desconcertado de una manera peculiar… ¿Se habría vuelto loco?

Estaba pensando en la manera de tomar ventaja de la situación cuando el hombre la inmovilizó. El hombre usó la daga, pero se cortó a sí mismo en lugar de a ella. El corte era profundo, y la sangre fluía con facilidad.

Gui Wan entendió inmediatamente lo que quería hacer, pues sus desenfocados ojos habían vuelto a mirarla como lo hicieran antes del trance en el que su agresor parecía haber entrado, le lanzaban una mirada dura y penetrante. Sin saber en qué podría estar pensando, Gui Wan no se atrevía a moverse, temerosa de que algún movimiento brusco fuera a ponerlo nervioso e hiciera alguna locura más.

Si seguía cortándose a sí mismo, perfecto, pero si se le ocurría la idea de dirigir su puñal hacia su rehén estaría en problemas.

Un sudor frío le recorría la espalda mientras observaba a su potencial agresor, le dedicó una tremenda sonrisa afectuosa con la esperanza de calmarlo un poco y reducir su hostilidad hacia ella.

Ye Li le observaba con atención. Se encontraba impresionado. No sólo era bellísimo, sino que en tal situación ni gritó ni entró en pánico, sino que se limitó a dedicarle una sonrisa tan desenfadada como aquella. En éste momento no sabía qué hacer. Se le agotaban tanto el tiempo como las fuerzas. Matarlo no serviría de nada, y además… Se parecía mucho a la reencarnación de Suo Ge Ta.

Mientras le corroe la duda sobre qué hacer, se fija en que el muchacho también le está examinando. Repentinamente un pensamiento le llega a la mente: este joven no tiene nada de mediocre. Quizá pueda hacer uso de él para salvar su propia vida. Además, su instinto le dice que no es tan delicado como aparenta.

Justo en ese momento, tan rápido que Gui Wan no pudo reaccionar, el hombre la agarró del brazo y le apretó la mandíbula para que abriese la boca. En cuanto lo hizo, introdujo algo en ella. Antes de que pudiera saborearla, cayó al estómago.

Presa del pánico, el instinto le dice que tiene que escupir lo que sea que fuera eso. Aparta al hombre de un empujón con todo su esfuerzo e inmediatamente se acurruca a un lado para tratar de vomitar, sin pararse a pensar en cómo había logrado quitarse al hombre de encima.

Tras haber usado la poca fuerza que le quedaba, el hombre yacía tumbado en el suelo. Viendo lo que hacía Gui Wan, le dice con una fría voz:

—Es inútil, esa es la “píldora ponzoñosa” de los Nu, no podrás vomitarla —Tras oír esto, Gui Wan nota la presión sobre su pecho.

La píldora ponzoñosa. Ya había oído hablar de ella antes. Solo la podían usar los mandatarios del Imperio Nu. Se dio la vuelta y le dedicó una gélida mirada al hombre que yacía en el suelo. Tras pensar un poco en su situación, se le ocurrió una idea. En vez de mostrarse furiosa, se ríe.

—Estás a las puertas de la muerte, ¿y así pretendes que te salve? —Muy listo. Ye Li también se ríe—. Tampoco tienes muchas opciones, ¿no crees?

Gui Wan dejó de intentar vomitar. Se levantó, con la misma expresión glacial le espetó:

—En la capital puedo crear una nube con sólo mover la mano, y bloquear la lluvia con la otra, ¿crees que no puedo contactar con alguien que me fabrique un antídoto? —Menuda broma. Ella era la dama del primer ministro. Si le había prometido derribar la capital con el poder de Lou Che, ¿cómo de difícil podría ser esto?

—Aunque busques por toda la capital no encontrarás nada —Viendo que Gui Wan se disponía a interrogar, la cortó inmediatamente—. Para cuando hayas encontrado a alguien de la tribu Nu, el veneno ya habrá hecho efecto. Además, no todo el mundo en la tribu lo conoce y sabe contrarrestarlo.

Sabiendo que tenía razón, Gui Wan responde: —¿Y yo cómo sé que la píldora que me has dado es la píldora ponzoñosa y no un veneno cualquiera?

El hombre, sin habla, se lleva la mano al bolsillo, con sus últimas fuerzas, extrae una varilla de plata de algo menos de un centímetro de largo, y sopla suavemente en ella.

Gui Wan se extraña de no oír ningún sonido emitido, cuando de repente, un dolor inmenso surge de su estómago, hiriente casi hasta el punto de hacerle perder la conciencia. Incapaz de soportar el dolor, se echa al suelo. El dolor le alcanza hasta el propio corazón. Sin poder decir una sola palabra se agarra el pecho, esperando a que el dolor remitiera.

Tras pasar más o menos el tiempo necesario para beberse una olla de té, el dolor desapareció lentamente. Gui Wan sentía que había pasado una eternidad.

Una vez que el dolor remitió, Gui Wan se levantó lentamente encendida de ira, miró hacia el Nu con hostilidad sólo para ver que no se movía. No podía haber muerto, ¿verdad? Al borde de un ataque al corazón, se aproximó a él, ¡no podía morir!

Tras observarlo con atención, vio que seguía respirando aunque con debilidad. Todavía no había muerto.

Embargada por el odio, los engranajes de su mente funcionaron con rapidez. Lo miraba fijamente, considerando si salvarle era buena idea o no. Si no lo hacía, tendría que volver inmediatamente con su marido y hacer uso del ejército para encontrar a alguien de los Nu que pudiera fabricar un revulsivo.

Podrían causar un nuevo conflicto con la tribu, pero tras recordar las caras de felicidad de los plebeyos durante celebraciones por la paz, no podía reunir el valor para hacerlo.

La otra opción era salvarlo, ya que aparentemente su vida dependía de él. Basándose en sus experiencias anteriores a la hora de juzgar a la gente, podía saber que lo que había dicho antes de desmayarse era cierto. Aun así, sabía que salvarle le dolería en el orgullo. Después de todo, este hombre le había amenazado e incluso herido.

Tras considerarlo por unos instantes, Gui Wan aprieta los dientes y se dispone a ayudar al oficial Nu.

El balance entre varias opciones se rompe cuando una de las dos es mucho más sencilla de realizar. Sin embargo, Gui Wan no era tan ingenua como para tratar con amabilidad a quienes la trataban mal, así que… decidió tener al general en consideración

Una vez lo hubo meditado todo, le dirige una mirada fulminante y le dice, tanto a él como a sí misma —Lamentarás haber hecho que te salve. Por lo pronto, no saldrás de la capital vivo —dicho esto, se hace la pregunta. ¿Cómo salvarlo?

Por sí misma no puede hacer nada, así que tendría que recurrir a su estatus.

Caminó hacia el final del callejón y lo inspeccionó con cuidado, ni un haragán a la vista. De pronto una figura capta su atención, un soldado de la capital a juzgar por su indumentaria. Esperanzada, extendió su mano para llamarlo.

El soldado se acerca furioso, a punto de vociferar a quien quiera que fuese aquel que osaba darle órdenes a él, un soldado imperial. Cuando de repente un colgante de oro pulido con la inscripción Lou cuidadosamente tallada en él aparece frente a sus ojos, se pone de rodillas.

Gui Wan se ríe suavemente.

—No tienes que ponerte nervioso. Tengo un par de asuntos de los que necesito que te ocupes…


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