El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 20

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—Marqués, tienes una hija muy linda. Creo que se llama Eli Darren Sperado. Ahora entiendo por qué estabas tan orgulloso en las fiestas.

De forma brusca, la Duquesa se deshizo en cumplidos hacia Eli.

—Mientras te esperaba, ella me mostró la mansión con amabilidad. Debo decir que era magnífica. Me atrevería a decir que podría estar a la altura del Palacio Imperial.

El tema cambiaba con rapidez. Pasó de los elogios sobre Eli a la mansión. El marqués no tuvo tiempo de procesar el repentino cambio mientras su pequeña mente se hinchaba de orgullo.

—Bueno, ejem, sí. La Casa de Sperado es de verdad asombrosa. Está llena de tesoros muy preciosos, ya que tiene una historia muy larga. Quizá incluso más larga que la del Palacio Imperial.

La Duquesa pasó por alto su ego y dio otro sorbo al té.

—Aunque me parece peculiar que solo haya una habitación infantil en toda la mansión. Siempre has dicho que eres un padre cariñoso cuya alegría de vivir es cuidar de su hija. Se rumoreaba que habías comprado todo un salón y una boutique para diseñar a medida los vestidos de la señorita Sperado. Oyendo eso y viendo hoy la mansión, tengo que estar de acuerdo con esa afirmación de que, en efecto, eres un padre cariñoso y bueno.

El marqués acabó dándose cuenta de que había algo raro en la conversación. No sabía cómo reaccionar ante cumplidos inesperados y comentarios extraños que sonaban a reproches. Él frunció el ceño sin pensar, perdiendo el control de sus expresiones.

—Sí… ya lo decía yo.

—Es evidente. Había muchas habitaciones en la mansión dedicadas solo a la señorita Sperado. Su vestidor, la biblioteca, el conservatorio y más. Pero es extraño que solo haya tanto para una niña. No pude encontrar nada sobre la segunda hija. Ni un solo vestido o zapato se podía ver. Es casi como si los Sperado solo tuvieran una hija. ¿No le parece extraño, marqués?

Él apretó los dientes, comprendiendo por fin lo que decía la duquesa. Su voz, ahora grave de forma amenazadora y mucho más alta que antes, resonó en la habitación. Sus ojos azules y verdes brillaban con veneno.

—¿Qué quiere que le diga, Duquesa?

—Una simple respuesta a mi primera pregunta. Marqués Travis Sperado, ¿es de verdad su hija?

Ella lo miró fijo, sus ojos verde oscuro no se dejaron vencer por su mirada asesina.

—¿O es solo una herramienta para algún otro propósito?

Sus ojos perdieron el brillo y se agrandaron el doble. Comenzó a frotarse con nerviosismo las palmas de las manos contra los pantalones al sentir que le entraban sudores fríos.

—No tengo ni idea de lo que estás hablando. No sé dónde has oído tal…

—Cuando era joven, mi abuelo me dijo que los segundos y terceros hijos Sperado siempre mueren jóvenes.

Ella lo volvió a cortar en seco. Se pasó una mano por su larga melena negra.

—Y esos niños eran todos de pelo plateado.

Era mentira. Su abuelo tampoco lo había investigado nunca, como tampoco lo había hecho ella. Así que la última parte de la historia era un cuento inventado para ponerlo a prueba.

Por supuesto, si de verdad quería confirmarlo, podía hacer una visita a la biblioteca del templo y consultar los registros de la Casa, pero no tenía por qué hacerlo. No era una historia demasiado difícil de elaborar, a juzgar por los alardes habituales del Marqués en las fiestas.

Él siempre hablaba con orgullo de la hermosa cabellera dorada y los ojos verdes esmeralda de su hija. También mencionaba que todos los herederos de la Casa de Sperado habían nacido con esos colores. Y Leslie era la única que tenía el pelo plateado. Entonces, mientras la duquesa permanecía a su lado, oyó a ésta hablar en sueños. Era una súplica, un ruego desesperado por su vida.

F-Fuego… ¡Ayúdame! Por favor… Tengo miedo. Fuego… Por favor. 

La medicina era fuerte y se suponía que le daría una noche de sueño tranquilo. Pero la niña daba vueltas en la cama, lloraba y gritaba, incapaz de encontrar la paz. Solo cuando una de las criadas le tomó de las manos y le cantó una nana durante horas, se calmó y por fin pudo conciliar el sueño. “Debía de estar traumatizada”, pensó la duquesa.

Podía ser por lo que había pasado en el carruaje, pero ella no lo creía así. Desde el primer momento en que vio a la niña, supo que portaba una terrible cicatriz. Sus ojos le contaron la historia, traumas de sucesos mortales que despertaron el cambio dentro de la niña. Así que no fue tan difícil inventar una mentira para poner a prueba al marqués y éste mordió el anzuelo.

—¿De qué estás hablando…? ¡¿Cuánto sabe, Duquesa Salvatore?!

Él temblaba de rabia, pero a ella no le hizo efecto. Solo sonrió y se levantó de la silla.

—No mucho. Pero una cosa es segura por su reacción, marqués. La señorita Leslie no es su hija. Solo fue creada para sus planes y usted ha estado intentando matarla.

No había razón para que siguiera en la mansión Sperado. Recogió su abrigo de piel y se acercó al hombre, que seguía temblando sin poder controlarlo.

Era un cobarde en muchos sentidos. Para empezar, aunque sano, no luchó ni una sola vez en la guerra. Se excusó por “mala constitución”. Luego, pagó a un mercenario para que luchara en su lugar. Un cobarde tonto que ahora estaba atrapado en sus propias mentiraes. Las comisuras de sus labios se torcieron en una sonrisa ante sus arrebatos.

—Es mi hija. Me pertenece. No tienes derecho a criticarme por lo que haga con ella.

—Menuda sarta de tonterías. Es la basura más grande que he oído en todo el año.

Con cada paso que ella daba más cerca del Marqués, él daba pasos hacia atrás. Pero pronto se detuvo, ya que no había hacia donde correr cuando su espalda tocó la alta tapicería de un sofá. Pero su ego mantuvo la barbilla alta. No podía ser derrotado en su propia casa. Se mantuvo firme y escupió a la Duquesa.

—Tráemela ahora mismo o, de lo contrario, cogeré a mis caballeros y la recuperaré yo mismo. Te batiré en duelo a muerte

—Por favor, adelante, Marqués. Será un placer.

Con eso, la Duquesa se acercó a escasos centímetros. Su mano salió disparada y el marqués por instinto cerró los ojos asustado. Pasaron unos segundos, pero el dolor esperado no llegó. Abrió los ojos y vio su brazo extendido detrás de él. Giró un poco la cabeza para ver la mano de ella agarrando el reposacabezas del sofá justo detrás de sus orejas.

El marco de madera del reposacabezas se rompió en pedacitos con un sonido enorme. El rostro de la Duquesa estaba sereno mientras su monstruosa fuerza destrozaba el sofá. Al ver tal poder, los párpados del Marqués se estremecieron y sus labios temblaron.

La guerra había terminado hacía muchos años. Los tiempos de paz no requerían que la Duquesa demostrara su fuerza. Así que aquellos que, como el Marqués, nunca habían estado en la guerra para ver sus poderes, no sabían cuán poderosa era en verdad. El marqués sólo oía los rumores, pero no los creía. En cambio, hablaba a sus espaldas, llamándola monstruo y poco femenina. Como se esperaba, ver el poder de la Duquesa en persona por primera vez, no le trajo más que miedo y puro shock.

—Va a ser un día emocionante. Por fin podré partirte el cuello por la mitad con mis propias manos.

La Duquesa movió su puño frente a los ojos del Marqués y lo abrió. Lo que antes era un sofá artesanal elaborado de manera preciosa ahora no era más que trozos de madera rota, que llovían ante sus ojos. Sonrió con alegría, sus ojos formando una luna creciente.

—Venga, por favor, marqués Sperado. Estaré esperando con paciencia ese día.

Con eso, se dio la vuelta para salir de la habitación. Al llegar a la mitad del pasillo, oyó un grito lleno de desesperación. Salió de la habitación donde aún se encontraba el marqués y resonó por toda la mansión hasta el vestíbulo. El mayordomo, que salió a ver salir a la duquesa, pareció muy afligido por el sonido.

—Y-Yo te llevaré a la corte. Se lo diré a Su Majestad y recuperaré lo que es mío por derecho.

A través de la ventana abierta, el Marqués gritó. Sin inmutarse, la Duquesa se sacudió el polvo de la mano en el frío aire invernal. Qué hombre tan lamentable y débil. Sacudió despacio la cabeza.

—Un juicio, ¿eh? Eso también será divertido.

El marqués debía de haber olvidado que la duquesa siempre estaba en lo alto de la cadena alimenticia y la Casa de Sperado en lo más bajo. Ella era la depredadora y él la presa ya herida e impotente. Pero luchar y hacer la caza más interesante. La duquesa sonrió de manera perezosa ante el acontecimiento que se avecinaba y la alegría de tener una nueva hija.

♦ ♦ ♦

Leslie abrió despacio los ojos. ¿Dónde estoy? Miró alrededor de la habitación que nunca había visto antes.

Estaba tumbada en una cama grande y cómoda, suficiente para más de dos personas, con dosel de seda semiopaca. La habitación estaba decorada de forma extravagante con elegantes muebles que combinaban a la perfección.

—¿Qué… ha pasado?

Cuando por fin consiguió mantener los párpados abiertos sin tener que cerrar los ojos tanto, un dolor agudo le punzó un lado de la cabeza. Volvió a cerrar los ojos y frunció el ceño. Con calma, se quedó quieta y trató de hacer memoria a pesar del dolor de cabeza. Lo último que recordaba era el incendio del carruaje y a alguien rescatándola. No, ¿había visto a la duquesa…?

Su cuerpo se estremeció sin control al recordar el incendio. Estaba asustada.

Tanto que el fuego la perseguía incluso en sueños. Sabía que habría escapado del carruaje antes de que el fuego fuera demasiado grande utilizando la magia negra. Pero incluso antes de que pudiera invocar a las sombras, el fuego la arrolló como un tsunami del que nunca se puede escapar. Lo único que pudo hacer fue llorar y seguir corriendo.

—No, estoy viva. Ha sido una pesadilla. No debería llorar por un estúpido sueño. Ya no soy una niña.

Las lágrimas amenazaban con derramarse. Utilizó las mangas para limpiarse rápido los ojos y se mordió con fuerza los labios para evitar que se le escapara un grito.

Pero al final el fuego no se la tragó. En algún lugar de la oscuridad, llegó una canción. Cada nota superaba las llamas y, al final, el fuego desapareció.

Leslie se esforzó por recordar la canción y se sintió reconfortada. Cuando por fin encontró la paz, volvió a mirar la habitación con calma. Esta vez le resultaron familiares la decoración y los dibujos de la pared. Era la misma habitación en la que estuvo la noche que visitó a la Duquesa.

Solo entonces, se encontró tranquila. No fue un sueño que fue salvada por Sir Bethrion. La Duquesa estuvo con ella hasta que se durmió. Entonces, sus mejillas enrojecieron ante un recuerdo.

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