Emperatriz Abandonada – Capítulo 3: La audiencia (1)

Traducido por Lugiia

Editado por Gia


Al abrir los ojos, me levanté apresuradamente. De reojo, pude observar el reflejo del sol en un brillante cabello plateado.

Era mi padre, durmiendo profundamente, después de haber estado estresado durante los últimos días por mi culpa. Le he mostrado un lado desagradable de mí, lo entristecí, lloré ante él, me desmayé, e incluso, lo miré sorprendida cuando me mostró sus lágrimas.

—Ah… —suspiré. Antes, cuando pensaba que todo podría ser un sueño, me sentía bien. Sin embargo, al darme cuenta de que era la realidad, algo cambió dentro de mí.

Mis recuerdos siendo una chica de diecisiete años, al igual que los que tengo en este momento, como una niña de diez años, eran reales.

No solo los brazos fuertes de mi padre, los cuales me abrazaron mientras temblaba en esta realidad, sino también sus despiadadas palabras en aquel entonces, cuando me comunicó  que yo sería la emperatriz, sin explicación alguna, y su espalda mientras decía que volvería para llevarme a casa. Todas sus acciones, en ambas realidades, no fueron ilusiones.

Aunque hice todo lo que pude durante esa vida, todos mis esfuerzos fueron en vano.

El amor sincero que tuve por él y mis tristes recuerdos solo existían en mi mente. Sin embargo, en esta realidad, todo eso todavía no había sucedido.

¿Era esa la razón? Aunque sabía que tenía la oportunidad de vivir de forma diferente, seguía resentida con mi pasado. Mi corazón se sentía vacío.

—Oh, estás despierta —dijo mi padre con una voz un poco ronca. Se enderezó y me miró, arreglando su cabello revuelto.

—Buenos días, papá.

—Buenos días. Ayer te quedaste dormida en cuanto te subiste al carruaje. ¿Estás bien ahora?

La ansiedad se desbordaba de sus ojos azules. Me eché a reír cuando me miró cuidadosamente de arriba abajo, comprobando el estado de mi cuerpo. Debido a ello, el vacío de mi corazón comenzó a llenarse poco a poco.

—Estoy bien, papá. Siento haberte preocupado.

—Está bien. Hmm, Tia.

—¿Sí?

—¿Me dirás qué pasó en el templo?

—Eso…

Me quedé sin palabras. ¿Qué puedo decir? ¿Que me mataron a los diecisiete años por traición, pero cuando abrí los ojos de nuevo, tenía diez años? ¿Que no soy más que una sustituta de la chica elegida? ¿Que escuché una profecía que solo los elegidos entre los sacerdotes, quienes sirven a Dios, pueden oír?

No podía decir nada de ello, por lo que me mordí el labio. Seguramente pensaría que estoy loca si se lo dijera, dado que mis recuerdos de cuando tenía diecisiete años solo existían en mi mente y no habían sucedido aún.

Mi padre, observándome en silencio, comenzó a decir:

—Recibieron una profecía de Dios cuando estabas en la sala de oración. Todos en el templo estaban emocionados —mencionó. No podía creer lo que estaba diciendo—. En la profecía, se te ha dado un nombre.

Ahora que lo pienso, justo cuando me dio Pioneer como mi segundo nombre, fue que sentí que todo el espacio en mi mente vibraba. ¿Era una profecía de Dios? Oh, Dios mío, ¿esa fue su recompensa?

—Entonces…

—Entonces, Tia. Su Majestad quiere verte.

—¿Su Majestad?

—Sí.

Dado que recibí una profecía de Dios, el emperador no perdería la oportunidad de llamarme. Suspiré a causa de la ansiedad que sentía en este momento.

En el pasado, solía tener a menudo  audiencias con él. Sin embargo, esta vez sería diferente. En aquel tiempo, el emperador me veía como la próxima emperatriz y su futura hija política, pero ahora trataría de comprobar la profecía de Dios, el nombre que me dio.

—Está bien. ¿Cuándo se supone que lo veré?

—Dijo que quería verte tan pronto te despertaras.

—Entiendo, me prepararé para verlo entonces.

—Sí, por favor.

Cuando mi padre salió de la habitación, les pedí a las doncellas que hicieran los preparativos necesarios para mi audiencia con el emperador. Como no podía hacerlo esperar mucho tiempo, me preparé lo más rápido posible.

♦ ♦ ♦

—Keirean, es bueno verte.

—Arkint.

—Saludos, capitán.

Mientras caminábamos hacia el palacio central, dos hombres uniformados se acercaron.

Cabello rojo, ojos rojos y el mismo aspecto: eran el duque Rass, Arkint de Rass, y su hijo mayor, Kaysian de Rass.

Incliné mi cabeza y sonreí suavemente. Siempre que los veía, no podía evitar pensar en la gran similitud que había entre ellos.

—¿Adónde te diriges? Hmm, ya que has venido con tu hija, parece que irán a ver a Su Majestad.

—Sí, así es.

—No te preocupes demasiado. Como sabes, es una persona sensata.

—Lo sé, pero…

—Bueno, debido a que tengo algo que reportarle, vayamos juntos —dijo el duque Rass, dándole una palmadita en el hombro a mi padre.

Después de despedirme de su hijo mayor con una reverencia, me dirigí al palacio central con mi padre y el duque. Cuando llegamos a la sala de audiencias, miré a mi alrededor y respiré hondo. Y entonces, mi corazón comenzó a latir con fuerza.

—El Sol del Imperio, Su Majestad, ha llegado.

Después de escuchar aquellas palabras, nos levantamos de nuestro asiento en son de respeto. Una gran puerta se abrió y, poco después, entró un hombre mayor de cabello gris.

—Me siento honrado de ver al Sol del Imperio, Su Majestad —saludaron.

—Bienvenidos, duque, marqués. ¿Esta pequeña es tu hija?

—Sí, Su Majestad.

—Aristia La Monique se honra en ver al Sol del Imperio, Su Majestad.

El emperador, quien entró con orgullo a la sala de audiencias, era Mirkan Lu Shana Castina, aquel que revivió al imperio cuando, poco a poco, se sumergía en la decadencia. En sus ojos había confianza, dignidad y un aura autoritaria que solo podía venir del gobernante de este imperio. Detrás de él, se encontraba un hombre de cabello verde.

—Permanezcan afuera mientras los recibo —dijo el emperador y guardó silencio, mientras su chambelán y todos los miembros de la corte salían. Luego, continuó—: Bienvenidos. De hecho, tengo algo que consultar con ustedes.

—Adelante, Su Majestad.

—Parece que todavía hay algunos reinos que son desleales a nuestro imperio. Aunque no tengamos que castigarlos, creo que deberíamos estar preparados para una posible rebelión. Por lo tanto, estoy pensando en aumentar el número de caballeros y soldados.

—¿Es así? —preguntó el duque, frunciendo el ceño por un momento.

—Reclutar soldados no será difícil. Durante los últimos años, el número de ciudadanos en necesidad, debido a la decadencia del Imperio, ha aumentado. Así que es posible reclutar unos cuantos más, incluso si no tenemos que prepararnos para una posible rebelión.

—Pero necesitará mucho dinero para aumentar los caballeros, Su Majestad. ¿No cree usted que eso forzará los recursos financieros? —preguntó mi padre en un tono preocupado.

—Estoy seguro. Por eso, estoy pensando en recibir algunas donaciones.

—¿Qué quiere decir?

—Hay varias maneras de hacerlo. Por ejemplo, puedo dar puntos extra a los caballeros que apliquen a una promoción en base a su donación.

—Pero si lo hace, la calidad de los caballeros disminuirá, Su Majestad —dijo mi padre con un tono seco. Puedo entender sus sentimientos. Al ser un caballero, mi padre no podía permitirse el lujo de ver decaer la calidad de los caballeros.

Sin embargo, eso no era lo que importaba en estos momentos. Incliné la cabeza y miré al hombre de cabello verde.

¿Por qué guarda silencio? Supuestamente era uno de los hombres más brillantes del Imperio, y debe haber encontrado el problema en la propuesta del emperador.

—¿No es una situación inevitable? Voy a darles los beneficios a aquellos caballeros que no reduzcan significativamente su habilidad. Si aumentas la intensidad de su entrenamiento, no será un gran problema.

—Entiendo, Su Majestad —aceptó mi padre a regañadientes, mientras el emperador le sonreía.

—Y voy a aumentar los impuestos, temporalmente, en un uno por ciento. Para los nobles con propiedades, voy a imponer una tasa de impuestos del tres por ciento, y para los nobles por encima de ellos, una tasa del cuatro por ciento.

—Ha atormentado a los nobles desde que era joven, y todavía lo hace, Su Majestad. Ya de por sí, aumentar el número de caballeros le dará muchos problemas, y ahora, ¿quiere aumentar los impuestos? Esto es demasiado. El marqués Monique, quien es ciegamente leal a la familia imperial, no tendrá problemas con su propuesta, pero yo soy el que está entre las facciones políticas, quienes  se quejarán duramente de esto —dijo el duque Rass, soltando un suspiro.

—Es por eso que te estoy avisando por adelantado.

—Se enfrentará a una dura resistencia de parte de los nobles, pero lo haré si piensa que es lo correcto, Su Majestad —respondió el duque Rass, como si no tuviera otra opción que seguir las órdenes del emperador, al igual que el duque Verita y mi padre.

De repente, algo me vino a la mente.

En los recuerdos de mi vida pasada, hubo una política registrada como el único fallo durante el gobierno del emperador Mirkan. Debido a la posible revuelta del reino de Lisa, el Imperio Castina decidió aumentar sus gastos militares, por lo que el emperador aplicó un aumento a los impuestos de los nobles, para así evitar exigirselo a la gente común.

Su intención en sí no era mala, pero resultó que el aumento de los impuestos se trasladó al resto de las personas en el imperio, no solo a los nobles, provocando la ira del pueblo. Tres años más tarde, cuando se adoptó el nuevo método de tributación, propuesto por Allendis de Verita, el segundo hijo del duque Verita, quien fue llamado un prodigio, mucha gente deseó que se hubiera implementado un poco antes.

En esta realidad, sin importar lo inteligentes que sean el duque Verita o su segundo hijo, puede que aún no sepan el problema que causará la propuesta del emperador.

Pero, si mal no recuerdo, en aquel entonces no hubo nada parecido a una política de donaciones, entonces, ¿por qué el duque Verita guardaría silencio al respecto?

—Oh, creo que he estado hablando de un tema aburrido por demasiado tiempo. Lo lamento.

—No lo ha hecho, Su Majestad —respondió mi padre.

—Por cierto, he oído que eres inteligente, señorita. Me pregunto qué piensas de lo que acabas de oír —dijo el emperador, dirigiendo su atención hacia mí.

—Todavía soy joven y cometo errores, así que no sé nada al respecto, Su Majestad —respondí.

—¿De verdad? —El emperador se giró hacia el duque Verita, mientras me miraba con recelo—. Duque, entrégamelo. —Después de recibir el documento, el emperador sacó el sello y preguntó de nuevo—: ¿Estás segura de que no tienes ninguna objeción a mi propuesta, señorita?

Cerré mis ojos fuertemente ante su pregunta.

Por supuesto, sabía que me estaba probando en estos momentos. Aunque fingiera no saberlo, no aplicaría la política de donaciones como ahora, debido a que el duque Verita debe haber notado el problema de esa propuesta.

Sin embargo, ¿qué pasaría si firmaba la propuesta y la nueva política de impuestos entraba en vigor? En ese caso, no me afectaría, pero la gente del Imperio pasaría hambre durante varios años y resentiría al emperador.

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