Sin madurar – Capítulo 11: Cambios (3)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Desde aquel momento, no ocurrió ningún incidente en particular.

En los triviales y tranquilos días, despertaba a Leandro temprano en la mañana, llevaba su desayuno y lo ayudaba con su baño de hierbas medicinales. Cuando se echaba una siesta, me quedaba junto a su cama y después manteníamos conversaciones banales y despreocupadas.

No hace mucho, el médico volvió a examinarlo. En general, estaba claro que su condición había mejorado mucho en comparación con el pasado, pero en comparación con el mes anterior, no había habido ninguna mejora significativa.

Leandro se negaba frecuentemente a tomar sus medicamentos. Aunque le sugerí que lo hiciera, me dijo que no quería, por lo que no insistí más.

Por otro lado, como dijo el médico, definitivamente fue recuperando la visión, y ya no se quejaba de los dolores de cabeza.

Sin embargo, como si fuera de esperar, su salud comenzó a empeorar desde su visita. El tiempo parecía estar burlándose de los esfuerzos que Leandro había hecho hasta ahora.

Por la noche, no podía dormir debido a la fiebre, así que tenía que tomar pastillas para dormir y antipiréticos [1] con más frecuencia que antes.

Su visión, que había sido nítida hasta ahora, comenzó a nublarse y se volvió oscura como si hubieran cerrado una puerta frente a él. Sufría constantemente por la presión aplastante que sentía en sus ojos.

Te lo dije. Te dije que sería mejor que no tuvieras muchas esperanzas, se decía él mismo.

Pero, sin darme cuenta yo también había comenzado a tener esperanzas. Desde el día en que a sus ojos regresó el azul claro brillante, les pertenecía desde un principio.

Poco después, recordé que sufriría un ataque muy severo.

En ese momento, la familia imperial enviaría magos y gente talentosa al anexo. De esa forma y de alguna manera, Leandro podrá superar esa situación crítica.

Pero después de eso, permanecerá en cama durante mucho tiempo.

No hay nada que pueda hacer por ti aunque sepa lo que sucederá en el futuro. 

Traté de luchar contra la impotencia que sentía en mi interior. Deambulaba con frecuencia frente a su habitación durante el día, mordiéndome los labios.

Tal vez realmente está mejorando… Pero los pequeños brotes de esperanza parecen estar convirtiéndose en una frustración que lo invade lentamente…

Sin embargo, despertarse solo era una prolongación del dolor. Cuando abría los ojos, tenía que tomar un puñado de medicamentos que lo adormecían. Era una rutina que se había estado repitiendo por días cada cierto tiempo.

La maldición comenzó a destruirlo por completo desde dentro.

Su cuerpo ya no aceptaba la comida, estaba perdiendo peso demasiado rápido.

Aquello me entristecía. Leandro al verme así, se forzaba a comer, pero por más que lo hiciera, a menudo acababa vomitando antes de poder digerir la comida.

Lo peor era que se disculpaba apenado incluso cuando escupía los ácidos jugos gástricos.

¿Por qué? No debería hacer eso… Incluso si no le disgustaba, sentí que debía preocuparme más. 

No podía hacer nada, a excepción de darle palmaditas en la espalda cuando se sentía mal y ayudarle a cambiarse de ropa.

El médico volvió a venir varias veces. Probó nuevas medicinas e incluso colocó piedras mágicas de gran valor, con poderes curativos.

En medio de todo este caos, la pareja ducal ni siquiera vino a ver al único sucesor de su familia. A pesar de la indiferencia de sus padres, lo que más me rompió el corazón fue la actitud apática de Leandro, como si no le importara.

Aunque lo hayan engendrado, esas personas no son sus padres. Son despreciables. ¿Cómo pueden asistir a una fiesta cuando su hijo está tan enfermo?

—¿Por qué parece que vas a llorar?

Había hechos que no conocía por la novela. Como que cuando Leandro sonríe, se le forma un gran hoyuelo en la mejilla.

Era una característica que no se describió porque originalmente era un personaje sin sonrisa. Por lo que no sabía que podía hacerlo de forma tan encantadora.

Cada vez que el niño enfermo trataba de mostrarse enérgico, sentía cómo se hundía pesadamente una piedra en mi pecho. Es más, cuando estaba sentado a mi lado y me veía bastante preocupada por él, se angustiaba por eso.

Pero aunque sabía que estaba sufriendo, no era consciente del dolor que podía estar sintiendo.

Esto no es final. Todavía te queda mucho tiempo por delante… 

Sin embargo, los cuatro años de espera para conocer a Eleonora son demasiado largos.

—¿Por qué no me lo dices?

—Estoy preocupada porque no despierte… Ah, lo siento.

—Me estás tratando como una persona que va a morir pronto.

—¡¿Cuándo hice eso…?!

—No grites. Me duele la cabeza.

—L-Lo siento…

—No lo dije para que te disculparas.

Cuando bajé la cabeza, cambió el tema de la conversación. Miró hacia las cortinas cerradas.

—Cuando me baje la fiebre, quiero salir a caminar…

—Entonces vayamos a ver el jardín juntos. Todos están emocionados porque están apareciendo flores hermosas.

—¿Flores? Sí.

Por un momento, me pareció que se estaba dando por vencido. Pero cuando vio mi cara llena de angustia, se negó a abandonar sus esperanzas y dijo que tenía que levantarse de la cama y salir de allí cuanto antes.

Luego empapé moderadamente una toalla en agua fría y se la puse de nuevo en la frente. Me miró con sus ojos entrecerrados y febriles.

—Como estamos en pleno verano, afuera hace calor. La temporada de lluvias de principios de verano ya pasó.

—Odio el calor.

—Podemos salir por la noche. Escuché que no hace tanto calor aquí porque estamos en el norte.

—En el sur… hay una villa en la playa. Cuando esté mejor, ¿vamos a jugar?

—Está bien. Pero… ¿no sería mejor ir con una amante que conmigo?

—Entonces no necesito ir. No voy.

—Oh, cielos, lo ha vuelto a decir toscamente.

Sonreí con el ceño fruncido. Leandro estiró la mano y me pellizcó la nariz con fuerza.

—Te dije que no sonrieras así.

—¿Qué he hecho?

—No te lo diré.

—¿No me lo dirá?

—No te lo diré.

Puse sus delgadas manos entre las mías y me sonrió.

Están frías. Pensé al tocarlas.

Pasea por el jardín, ve a la playa… Haz lo que quieras, pero recupérate pronto. Quiero hacer más recuerdos antes de que tengas el ataque y colapses.

Sé que todas estas desgracias conforman el contexto adecuado para crear un personaje dramático. Es el marco establecido para poder concebir una oportunidad para amar ciegamente a una sola persona, la heroína Eleonora.

Pero cuando me convertí en la persona que cuidaría, lo vigilaría y estaría a su lado, comencé a pensar que el autor fue cruel al darle un pasado tan doloroso. Quería preguntarle por qué le confirió una infancia así.

Será mejor que deje de lado este ridículo resentimiento. Esta realidad no cambiará.

—Ya que es verano me pregunto si hay girasoles. Me gustan más los girasoles que otras flores.

—¿Por qué?

—Las semillas de girasol son deliciosas. Especialmente cuando las cubres con chocolate.

—¿Qué es eso?

—Ah, ¿aquí no hay?

Leandro me miró serio.

—Las flores son bonitas… —balbuceé una excusa, evitando su mirada. Pero fue obstinado.

—Acabas de decir que son deliciosas.

—Ah, huh, dije que las flores son muy bonitas. Pero ¿qué era lo otro…? No lo recuerdo.

—Tú… ¿Me estás tomando el pelo?

—¿Por qué me está atacando, joven maestro?

Leandro acercó su mano mientras yo hacía un puchero. Esta vez, presiono mis labios con sus dedos calientes y sonrió alegremente.

—Sonríe un poco. Mírame, ¿acaso voy a morir?

Tomé su mano. Luego me forcé a sonreír. Leandro sacudió la cabeza y chasqueó la lengua, cansado.

No vas a morir, pero ¿estaré allí cuando eso…? Lo miré con lástima. Tenía un rostro pálido y labios secos y agrietados.

—Sonríe.

—Antes me dijo que no sonriera…

—Está bien si es frente a mí.

—Ah, estoy sonriendo… ¿Realmente no puede verlo?

—Sonríes de mala gana.

—Necesita recuperarse rápidamente para poder sonreír todo lo que quiera. Deje de preocuparse y duerma. Tiene que mejorarse pronto para poder salir afuera y ver las flores.

Toqué el dorso de su mano. Cerró suavemente los ojos y volvió a quedarse dormido.

♦ ♦ ♦

Ya había pasado bastante tiempo desde que miré la hora.

Aunque solo me quedé sentada a su lado, sentí todo mi cuerpo entumecido porque permanecí durante mucho tiempo en una misma posición. Puse la mano de Leandro sobre la cama y me estiré.

Siempre me decía que no me fuera, que cada vez que se despertara debía estar junto a él. Pero, también soy un ser humano, así que necesitaba tiempo para comer e ir al baño.

Así que salí de su habitación y caminé por un rato. Me detuve en el comedor de empleados del edificio principal.

Yo no era quien estaba enferma, así que era natural que me gruñera la barriga cuando era la hora de comer.

Como tuve que irme por un tiempo, otra doncella se quedó afuera de su habitación.

Debido a que Leandro pasaba inconsciente varias veces al día, pude salir a comer tranquilamente.

Estuve afuera alrededor de una hora, pero se despertó en ese intervalo de tiempo.

Según lo que me contaron, Leandro hizo sonar la campana. La doncella en el pasillo escuchó el ruido y llamó a su puerta.

—¿Joven maestro, puedo pasar?

No hubo respuesta desde adentro. La doncella volvió a llamar a la puerta y la campana volvió a sonar.

—¿J-Joven maestro?

Cuando Leandro se dio cuenta de que la doncella de afuera no era yo, siguió haciendo sonar la campana sin decir nada.

—Eh… Si necesita algo…

La doncella abrió un poco la puerta, pero era imposible ver dentro de la habitación sin una vela. Solo se escuchaba el sonido interminable de la campana.

Permaneció de pie fuera de la puerta de Leandro, preguntándose qué hacer, hasta que volví.

Vino corriendo hacia mí en cuanto me vio regresar de enjuagarme la boca con agua salada.

—¡I-Ibellina! Casi me da algo —Me dijo en un susurro la doncella, que sabía que Leandro tenía muy buen oído.

Cuando la miré sin comprender lo que me decía, me empujó por la espalda.

—¿Puedes escucharlo? Sabes, me ignoró completamente.

Me acerqué a la puerta, escuchándola. Solo entonces me percaté del débil sonido de la campana.

Al parecer, después de despertarse, Leandro trató de buscarme.

—Es un poco infantil, ¿no crees? —dije señalando su habitación. La doncella se encogió de hombros en silencio con una cara cansada—. Buen trabajo. Entraré.

—Uh… y-yo creo que tú estás trabajando más duro… —dijo algo que no pude entender.

La dejé y llamé a la puerta. No obstante, sin darle tiempo para responder a Leandro, la abrí de golpe.

—¡Eres muy temeraria! —exclamó sorprendida la doncella. Pero la tranquilicé.

Luego asomé la cabeza por la puerta y pregunté:

—¿Joven maestro, me ha llamado?

—¡Te dije que no te fueras!

—Oh, me asustó.

La voz de Leandro se quebró bruscamente. Pensé que su temperamento se había calmado un poco ya que estaba enfermo, pero al parecer no. Porque me estaba gritando.

—Míralo, está haciendo un berrinche —le dije sonriente a la doncella que estaba a mi lado.

Ella exhaló profundamente y me susurró:

—Pareces una tonta…Tú tampoco eres muy seria.

—¿Eh? —Le pregunté pero se volvió sin escuchar.

Entré después de escuchar a Leandro llamándome, no podía tardar más.

—Estoy aquí.

—Ven más rápido —dijo irritado.

Cuando me quedé junto a la puerta, me regañó y me apresuró. Caminé hacia la cama y toqué su mejilla, comprobando su temperatura.

—¿Por qué nuestro joven maestro está tan disgustado? —pregunté.

Entonces su ira pareció calmarse notablemente con mi pregunta. Frotó su rostro lentamente contra mi mano.

—Te dije que te quedaras a mi lado… ¿Dónde has estado?

—Como estaba dormido, fui a comer.

—Lo odio…

—¿Qué? ¿Que comiera?

—No.

—Entonces ¿qué?

—No te perdonaré si no estás a mi lado cuando me despierte…

Estaba atónita.

—He pasado la mayor parte de mis días junto a su cama.

Cuando dije aquello, Leandro se quedó en silencio por un momento.

—Entonces, puedes ir a recoger tu comida… —dijo con una voz más calmada, como si hubiera reflexionado al respecto.

—¿Seguro?

—Sí.

—¿Habla en serio? ¿Quiere que vaya a recoger mi comida y coma aquí?

—Sí.

—¿De verdad? ¿De verdad?

No se retractó aunque pregunté persistentemente. No tuve más remedio que asentir porque era obvio que se volvería a molestar si preguntaba de nuevo.


[1] Los antipiréticos son medicamentos para bajar la fiebre.

Una respuesta en “Sin madurar – Capítulo 11: Cambios (3)”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido