Villana en un otome, ¿cómo acabaron las cosas así? – Capítulo 58: El mismo nombre (2)

Traducido por Herijo

Editado por Raon Miru


Ratoka ha estado por un mes y medio dentro de las barracas, y ha ganado suficiente fuerza como para que no lo saquen volando.

Sin embargo, él seguía sin salir a conseguir su cena por las noches, cada día se iba sin comer nada.

El día de hoy, la distancia de su entrenamiento de marcha fue incrementada. Aun así, esperaba poder permanecer de pie y terminarlo. Sus pies le dolían tan terriblemente, que ni siquiera pensó en visitar a Elise, y solo gateó a su cama después de acabarlo.

Hablando de salir a cazar, recordó a la nueva noble que se convirtió en el guardaespaldas de Eliza. Una joven de pelo rubio que seguido se observaba paseando alrededor de las barracas jugando con su lanza, después de terminar su entrenamiento.

Era más habilidosa con aquella arma que cualquier persona en la armada, y hacía parecer lo más sencillo del mundo atrapar grandes animales. Debido a esto los soldados que le llamaban señorita habían disminuido.

Mientras Ratoka examinaba su comportamiento diario, notó que ella tampoco encajaba en su definición de los nobles para nada.

—A las chicas nobles les gusta estrenar un vestido a diario.

Él escuchó la nostálgica voz de la Hermana en el fondo de su cabeza. A pesar de no haberla oído en más de dos años podía recordarla claramente, o más bien era algo que nunca olvidaría.

♦ ♦ ♦

Cuatro años atrás, cuando el antiguo señor del territorio Kaldia murió, los ciudadanos lentamente empezaron a recuperar su vida normal.

Dos años atrás, justo después de que los adultos terminaron de sembrar el centeno. Durante el tiempo en que todavía no había exceso de comida para cuidar de los asuntos de los demás, sorpresivamente un grupo de Hermanas visitaron la aldea Cyril.

Por supuesto, la aldea no tenía la posibilidad de recibirlas debido a las dificultades que estaba pasando. Sin embargo, ellas no mostraron ninguna insatisfacción y permanecieron calmadas mientras los ayudaban en sus trabajos. Su principal objetivo era viajar de un pueblo  a otro transmitiendo cierta historia.

—Todos los nobles han olvidado sus labores y solo están abusando de su autoridad mientras disfrutan de sus lujosas vidas. Lo que todos los nobles hacen está en contra de las enseñanzas de la iglesia.

Una joven de entre las demás le seguía diciendo esa historia a Ratoka día tras día.

Mientras contaban sus historias, continuaban hablando de la arrogancia y extravagancia de la nobleza que habían visto durante su viaje, y para las personas de la aldea que vivían en un infierno debido al dominio del antiguo señor, era obvio que le creerían. No hubo uno solo que negara las palabras de las Hermanas.

Como resultado, incluso ahora, ellos pusieron su fe ciega en aquel grupo. Esto lo incluía a Ratoka, quien entendía menos de la mitad de la historia, pero aun así, se podía decir que era el más creyente.

Él todavía recordaba vívidamente a la muchacha que hablaba con él. Todo lo que esa chica le dijo acerca de los nobles, lo consideraba verdad absoluta

Debido a su fe ciega, así era como solía ver a los nobles.

♦ ♦ ♦

En ese tiempo, su cuerpo estaba lleno de heridas, mientras pasaba sus días mendigando y sus noches a la sombra de las casas de las personas.

Si iba a casa, no estaba seguro de lo que le sucedería.

Su madre había caído en una enfermedad mental y ya no lo reconocía.

Ratoka tenía pelo negro y ojos rojos parecidos a los del Señor del territorio. Su parecido era tanto que ella terminó perdiendo la cordura. En su confusión, ni siquiera soportaba verlo. Debido a esto le tenía un inmenso temor a su hijo.

Se encontraba solo en la aldea. Los otros ciudadanos lo evitaban. Sin siquiera saber el motivo de por qué todos le temían.

No tenía un padre, y su madre se había embarazado cuando fue forzada por el antiguo señor a trabajar como prostituta.

Cuando su estómago se había hecho demasiado grande la regresaron a su pueblo natal. En ese momento ya había perdido su cordura. Ni siquiera sabía en donde se encontraba o quien era el padre del niño.

También estaba la regla impuesta por el antiguo señor del territorio de que cualquier niño nacido de prostitutas sería asesinado. Si no se hacía lo que decía, era probable que el señor mataría a la aldea completa.

Esas mujeres trabajaban en todo el territorio, lo único que tenían en común es que solo servían a la nobleza. Lo que significaba que cualquier varón que naciera sería descendiente de nobles. Con las niñas no había problema, pero ellos no tenían permitido nacer.

Así que, con el miedo a ser colgados, los aldeanos eran forzados a entregar a sus bebés recién nacidos si eran niños.

Sin embargo, la madre de Ratoka ya estaba fuera de sí. Sin siquiera llamar a una partera, dio a luz ella sola.

Terminó teniendo gemelos. La niña murió en el parto, pero el niño nació sano.

La mujer permaneció abrazando el cuerpo de la pequeña muerta cuando fue descubierta, así que los aldeanos ocultaron el secreto del nacimiento de Ratoka del señor.  Él vivió una vida discreta, en una casa en ruinas, con su madre hasta que las noticias de la muerte del señor del territorio finalmente llegaron a la aldea hace cinco años.

Su nombre de hecho era uno femenino, probablemente destinado a su fallecida hermana gemela.

Ella nunca pensó en un nombre para su hijo varón.

Después de que las noticias de la muerte del señor llegaron, el estado mental de su madre empeoró.

Ya no le era posible resistir la forma en la que abusaba de él, por lo que decidió escapar de su casa.

Después de eso se volvió conocido dentro de la aldea.

A pesar de que los aldeanos habían decidido no matarlo como lo hubiera querido el señor del territorio, sólo las circunstancias de su nacimiento hicieron que lo evitaran.

Aunque la condición de su madre mejoró por dos años, finalmente tuvo una recaída. Había alcanzado una locura tan profunda hasta el punto en que ya no reconocía a su hijo, al cual le habían ayudado a criar con gran cariño.

Ratoka solo recorría las afueras del pueblo observando el suelo apáticamente a diario, y mientras caminaba, pensaría lo demacrado y hambriento que estaba. Esa mujer, quien en un punto había sido todo su mundo, ahora trataba de herirlo.

—¿Por qué caminas con la cabeza agachada? Deberías observar por donde caminas o podría ser peligroso.

La primera vez que escuchó esa clara y energética voz nunca pensó que le estaría hablando a él.

Cuando estaba fuera de casa solo era un fantasma para los demás.  En ese punto, él quería interactuar con alguien más que nada en el mundo

—¿Tienes hambre?

Alguien tocó su hombro, estaba tan sorprendido que sintió como su corazón se detuviera. Una niña un poco más alta que él, se encontraba mirándolo con sus ojos del color del cielo.

♦ ♦ ♦

Ratoka abrió sus ojos color fuego.

La luz proveniente de la ventana lo sacó de su ligero sueño de manera instantánea.

Cuando despertó, encontró que su cuarto estaba siendo teñido de un rojo escarlata por la puesta del sol.

Debió haberse dormido justo después del entrenamiento diario.

Trató de hacer funcionar su mente, pero parecía que esta no quería despertar aún. Sentía como si acabara de irse a la cama, por lo que debió haberse quedado dormido. Su cuerpo se sentía un poco más ligero, por lo que le dio la espalda al atardecer.

Afuera de su habitación, en la dirección de la cafetería, se podía oír la conmoción de los soldados platicando divertidamente.

Con el ruido sordo pasando a través de las paredes, y pensando sobre la relación que tiene con los demás, él mordió sus labios en frustración.

Ama el amanecer y odia la puesta del sol.

Tal vez se debía a que no se encontraba con los demás, pero cuando escuchó a los otros divertirse a través de las paredes, lo hizo recordar varias cosas tristes.

Cuando regresaba a la casa en ruinas donde estaba su loca madre, siempre tendría una mezcla de emociones que se sentían como lodo en su interior. Mientras entraba lentamente a ese lugar y oía los sonidos animados provenientes de las otras casas, era un duro golpe a su débil espíritu.

Incluso si le habló a su madre ella ni siquiera lo miraría. Se sentía celoso de los demás, triste y mentalmente exhausto.

Quien sea está bien, hablen conmigo, véanme, háganme sentir que existo.

Esos eran sus deseos en aquel tiempo.

Y la primera persona en cumplirlos, quien habló con él de varios temas relacionados con la nobleza, fue esa joven Hermana con sus ojos rojo-azulados parecidos al amanecer. Por esa razón Ratoka confiaba ciegamente en ella.

Suspiró profundamente en un intento de alejar esa soledad y esos viejos recuerdos, mirando a las paredes iluminadas por la puesta de sol.

El ocaso duraba poco tiempo en este territorio. Los tonos rojos escarlata de antes, cada vez eran más oscuros.

En lugar de recordarle al color de los ojos de aquella chica, esto le recordaba a los ojos rojizos de la hija del señor del territorio, y a su padre.

De pronto se preguntó acerca del color de sus propios ojos. El color rojo era extremadamente raro, y los suyos tenían la misma tonalidad de los de Eliza.

2 respuestas a “Villana en un otome, ¿cómo acabaron las cosas así? – Capítulo 58: El mismo nombre (2)”

  1. Hooooooooooooo qué está pasandooooooooooooooo
    Mi niña, la extraño quiero que aparezca ya toda sanita y hecha una husbanda pls.
    Gracias por el nuevo capítulo~~.

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