Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
Eckart estaba dispuesto a pagar cualquier precio que tuviera que pagar, y nunca quiso que nadie entendiera sus sentimientos complicados. Para soportar esta terrible vida, tomó muchos bienes y vidas, y al mismo tiempo, mientras recordaba un pasaje de la disciplina real que afirmaba: “No hay vergüenza para el monarca”, empujó aquel abominable sentimiento de culpa a lo más profundo de su corazón, convencido de que era su responsabilidad cargar solo con todo el peso.
No merecía ser consolado con palabras tan bondadosas.
Eso pensó, mientras sus dedos acariciaban inconscientemente la carta, como si intentaran absorber hasta la última muestra de aquel afecto inesperado.
Eckhart frunció levemente el ceño. Nunca imaginó que aquel loro -un simple mensajero- le traería tanto consuelo.
Pero era precisamente lo que Marianne había pedido: que aceptara este gesto. Tras racionalizar su decisión, dudó un instante antes de aproximarse a Poibe.
Poibe trotó alrededor de los documentos, inclinó la cabeza una vez y saltó a su dedo. Cuando cuidadosamente dobló sus brazos y lo colocó cerca de su rostro, Poibe abrió su pico y comenzó a imitar la voz de Marianne.
—Su Majestad. ¿Realmente hizo lo que le dije?
Se sonrojó cuando Poibe preguntó con una voz burlona. Sonaba como si ella lo estuviera provocando con una risa alegre, con sus ojos verdes brillando. Aunque la dueña de la voz no estaba allí, se sintió avergonzado.
—Si escuchas esta voz, estaré muy feliz.
Pero las palabras que siguieron rápidamente le quitaron el sentido de vergüenza.
—Te extraño, Su Majestad.
Su voz dulce y encantadora penetró en su corazón.
Después de imitar sus palabras, Poibe se inclinó hacia adelante. Su suave pico tocó gentilmente sus labios cerrados y se quedó allí brevemente, como para transmitir su aliento.
Eckart se quedó paralizado por un momento después de que Poibe cumplió su tarea y voló de regreso por la ventana.
Apretó y abrió su mano vacía varias veces. Su anillo de compromiso reflejaba el sol de la tarde. Después de reflexionar sobre la promesa que había compartido con ella, finalmente acercó su mano a su rostro.
Besó cálidamente el anillo dorado de Kimmel. Era una respuesta que quería transmitirle.
♦ ♦ ♦
A la mañana siguiente, Marianne salió de la mansión Elior y se dirigió a la mansión del duque Hubble.
Como estaba yendo para expresar sus condolencias, estaba vestida más sencillamente de lo habitual. Su vestido, guantes, zapatos y el velo en el sombrero eran todos negros. Después de tomar un abanico de encaje negro, subió a su carruaje, acompañada por la señora Charlotte y Cordelli.
El carruaje era simple porque se le habían quitado las decoraciones del techo y el escudo de armas. Los caballeros de Eluang, uniformados, siguieron su carruaje, escoltándolo desde todas las direcciones. Solo Iric estaba vestido con el uniforme formal de Astolf, y su capa negra ondeaba detrás de él como un estandarte.
El carruaje de Marianne llegó al patio de la mansión. Al descender, apoyada en sus dos acompañantes, hizo una discreta señal a Iric, quien respondió con una inclinación de cabeza en lugar de la habitual reverencia. Su pacto tácito se cumplía una vez más.
Poco después de que la comitiva de Marianne partiera hacia el edificio principal, un loro blanco voló silenciosamente entre los caballeros mientras se alejaban.
La mansión estaba llena de numerosos dolientes. Cuando entró, la mayoría de los nobles se apartaron para darle paso. Gracias a eso, llegó a Elias y su esposa de inmediato sin chocar con nadie.
Marianne expresó sus condolencias a la esposa de Elias.
—Que el difunto duque descanse en paz.
—Gracias por venir en persona por su repentina muerte —respondió ella con una expresión calmada.
—También me gustaría agradecerle por venir aquí —dijo Elias, cuyo rostro estaba inusualmente pálido.
Después de eso, cambió inmediatamente su actitud y ya no usó honoríficos con ella.
Aunque su padre, el duque Hubble, había muerto, Elias tenía que pasar por el proceso de obtener el permiso del emperador para heredar formalmente el título paterno, pero actuó con arrogancia, como si no le importara.
—Elias, supongo que está muy angustiado por la repentina muerte de su padre. Espero que no se consuma por demasiada preocupación.
Ocultando su disgusto hacia él, Marianne intentó apaciguar al nuevo dueño de la casa Hubble.
Elias torció la boca en una sonrisa fingida en lugar de responder.
Ella levantó ligeramente el vestido en un gesto de cortesía antes de retirarse.
Miró alrededor de la habitación nuevamente. Mientras pasaba por el vestíbulo y se dirigía al salón, pronto encontró a la mujer que estaba buscando.
Dejando a la señora Charlotte y Cordelli atrás por un momento, Marianne caminó lentamente cerca de la ventana.
—Señora Chester.
Aunque estaba vestida como una doliente, su vestido estaba adornado con encajes de colores.
Cuando Marianne la llamó, la señora Chester se giró a verla.
—Oh, estás aquí. Que nuestra diosa te bendiga, Marianne.
—Le deseo la bendición de la diosa también.
La señora Chester recibió a Marianne con una sonrisa.
—Pensé que estarías muy afectada por la noticia repentina, pero te ves serena.
—¡Lo estoy! Aún no logro asimilarlo. Siento cómo el corazón me golpea de dolor y sobresalto incluso ahora —dijo Marianne, llevándose la mano derecha al pecho con gesto afligido.
La señora Chester de pronto soltó una carcajada al ver su gesto nervioso.
—Bueno, el viento que sopla por la capital es demasiado fuerte para que lo soporte la Primavera del Norte —dijo, refiriéndose a Marianne de manera figurada.
Sus ojos grises escudriñaron a Marianne minuciosamente.
—Me da vergüenza, pero es cierto. Por eso tiendo a buscar un árbol en el que pueda apoyarme.
Marianne sonrió mientras hacía todo lo posible por ocultar la incomodidad de ser diseccionada.
—Como ya sabes… Cuando llegué a la capital, tenía prisa, así que apenas pude empacar algo en ese momento. Cuando estaba en Lennox, solía organizar un salón y pasar tiempo con mis amigas cercanas y damas nobles, pero ahora no puedo. Por eso dependo mucho de tí.
—¡Vaya! No sabía que ocupaba un lugar tan especial en tus pensamientos —respondió la señora Chester con sarcasmo—. Ahora me siento en la obligación de corresponder a tanta confianza.
—En ese caso, ¿puedo pedirte un favor? —Marianne se acercó más, percibiendo el aroma a jazmín que la envolvía—. Como sabrás, Ober estaba tan enfadado con Lonstat que le prohibió volver a poner un pie en su casa.
—Ah, sí. Ahora que lo mencionas, hace mucho que no veo al conde Lonstat ni a la señorita Roxy.
—Hace algún tiempo, me encontré con la señorita Roxanne y aclaramos un poco el aire entre nosotras. Así que me pregunto si podría invitarla de nuevo a su salón. Como le ha gustado durante mucho tiempo, espero que pueda mostrarle algo de misericordia…
La señora Chester frunció el ceño ante su sugerencia.
—No fui yo, sino Ober, quien le ordenó a la señorita Lonstat que no volviera. ¿Por qué me pides un favor así?
—Por supuesto que le pediría el mismo favor Ober, pero la anfitriona del salón no es Ober. Así que pensé que debería pedir su permiso primero.
—Mmm…
—¿Es demasiado pedir?
Marianne apretó los labios, levantando ligeramente las cejas para mostrar que su solicitud era bastante urgente y desesperada.
Pero la señora Chester no respondió de inmediato. Simplemente la miró fijamente.
Parecía abrir la boca muy lentamente, como para hacerla preocuparse.
En ese momento, escuchó una voz familiar detrás de ella.
—¿Por qué no dejas de mantenerla en suspenso y respondes?
—Ober.
—Que la diosa te proteja.
—Le deseo la bendición de la diosa.
Ober besó su frente y su mano y se arrodilló. Solo después de confirmar que muchos estaban reunidos a su alrededor, se levantó deliberadamente con educación.
—Oh, iba a responder. Simplemente no sé por qué eres tan impaciente…
La señora Chester se burló de él, abanicándose con una expresión molesta.
Sin importar si su madre estaba tratando de buscar una pelea o no, Ober se centró más en Marianne que en ella.
—Tiene una personalidad tan peculiar que suele gastar bromas pesadas a quienes aprecia. De muy mal gusto, por cierto.
—No, no hay problema. Como fui yo quien le pidió el favor, debo esperar con paciencia hasta que ella se decida.
Marianne negó levemente la cabeza mientras mordisqueaba el interior de su mejilla.
La señora Chester ni siquiera se inmutó cuando su hijo Ober señaló los rasgos problemáticos de su carácter.
Aquella actitud despreocupada y arrogante revolvió el interior de Marianne.
