Los rumores no deseados eran evidentes: estaba seguro de que estaban susurrando que un niño maldito había entrado en la Academia. Aunque sucedía siempre donde quiera que fuera, aun así no podía aceptarlo con calma.
Ya debería haberse acostumbrado, pero extrañamente le parecía imposible. Cada vez que sucedía, sentía como si arrancaran un pedazo de costra de algún lugar en su corazón que creía curado.
En este sitio, no había ninguna Yurina que lo sostuviera en sus brazos y le dijera que sus ojos eran bonitos. Entonces, ¿qué debería hacer?