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La confianza y la obsesión en sus ojos no se irían fácilmente. Sin embargo, yo estaba nervioso. Temía que su confianza ciega en mí desapareciera. Tenía miedo de que mirara a otra persona con sus ojos dorados.
Pensaba que había ganado perfectamente contra el mocoso zanahoria, pero aun así, ¿por qué no sabía que ella se había hecho daño con el entrenamiento? Estaba aterrorizado.
¿Por qué no me lo dijiste, Tia? ¿Por qué? Seguí leyendo “Emperatriz Abandonada – Extra II: La sombra que persigue a la luna (2)”