Traducido por Herijo
Editado por Raon Miru
Ratoka olió la leve esencia de flores y abrió los ojos.
Todavía no podía acostumbrarse al sentimiento de esas ropas pegando a su cuerpo. Extrañando el familiar aroma de paja, se recostó y rodó en la cama un poco antes de levantarse.
Puesto que no era la usual cama de madera, sino una cubierta de esponjosas sábanas, fue bastante incómodo para él. Bueno, debido a eso se está levantando más temprano que antes, lo único bueno de la situación.
Suspiró profundamente. Había una flor en su almohada, dándole un dulce aroma a la habitación.
Este cuarto era angosto y hecho de muros de piedra, así que los ruidosos ronquidos de las personas en las habitaciones contiguas hacían eco en la suya. Apartó la placa de madera que cubría la ventana y dejó entrar la leve luz del sol.
Era poco antes del amanecer
Con la luna y el sol intercambiando lugares, el rojizo amanecer que solo duraba un corto periodo de tiempo cada mañana era el mejor momento del día, es lo que pensaba
Se mantuvo observando el cielo hasta que estaba completamente azul. Su mente que aún se encontraba mareada, finalmente comenzó a funcionar.
Cuando recordaba el rostro de la persona que le enseñó la belleza de los amaneceres, sentía un dolor en su pecho. Era una Hermana de la iglesia que se encontraba de guardia ese día. Solo la conoció por un corto periodo de tiempo, pero era por ese motivo que recordaba su color de ojos, un azul como el del cielo.
Casi era hora de levantarse, así que se separó de la ventana, salió de la cama y tocó a la puerta de madera con picaporte de metal instalado en las barracas. El ruido finalmente hizo que los molestos ronquidos pararan y sacó a los hombres de sus sueños.
—Es de mañana, levántense, viejos.
—Buenos días Ratoka.
—Si fuera a ir fácil con ustedes, nunca se levantarían, todas las mañanas…
Ya había estado ahí por dos semanas. Quienquiera que se despertara primero tenía la obligación de despertar a los demás con el ruido, pero desde que llegó, ha sido la única persona que se encargaba de despertar a los demás.
♦ ♦ ♦
Esa mañana no era la excepción, los soldados simplemente lo sacaban volando, y después de caer diez veces, Ratoka alcanzó su límite.
A pesar de que esto siempre ocurre, los toscos soldados siempre se reunían a observar, ridiculizandolo y riéndose de él cada vez que su espada salía volando de sus manos. Aún más humillante, hoy ellos ni siquiera le dieron oportunidad de recuperar el aliento.
Las burlas de hoy eran:
—¡Que patético! ¡Incluso Charlie a los 5 años era mejor que tú!
—Si ni siquiera puedes vencer a una niña de 5, todo para lo que serás bueno es para cultivar trigo.
—Por eso digo que el joven maestro Ratoka es en realidad una señorita.
El joven había sido forzado a estar en las barracas por el conde, quien le dijo a los soldados que le dieran el mismo entrenamiento que a la vizcondesa Kaldia, por lo tanto, ellos los comparaban por cualquier cosa. Como no era mejor que ella en nada, lo empezaron a llamar señorita.
Él ya tenía un complejo por su cara femenina, así que ese nombre incrementó su humillación.
—¡Cállate! No soy igual que esa bastarda de Charlie, es la primera vez que aprendo a usar una espada —les gritó Ratoka a los soldados, irritado.
Al escuchar sus palabras cayeron en silencio por un momento. Justo cuando pensaba que al fin obtendría algo de paz, empezaron a reír aún más alto.
—¡Eres diferente a Charlie dices! ¡Ja, ja, ja, ja! Ella nunca había tocado una espada hasta que llegó a entrenar con nosotros.
Ante ese comentario, Ratoka no supo qué responder
—¡Maldita sea con ustedes!
Lo único que podía hacer era calumniarlos.
Los nobles aprenden el uso de la espada desde pequeños o al menos fue lo que la Hermana que se quedó en la aldea hace unos años dijo.
En principio, creyó que solo tendría que soportar y seguir con su entrenamiento, pero ya no podía resistir todas las burlas. Ahora que conocía su nivel, su ya dañado orgullo se hizo pedazos.
Más que nada, odiaba a la persona con la que se le comparaba. La niña a la que llaman Charlie, la hija del noble al que odia más que nadie, la actual Señora del territorio.
Viendo la cara distorsionada que tenía, siendo incapaz de siquiera expresar rabia o frustración apropiadamente, incluso los soldados creyeron que se habían pasado un poco y pararon de reír. Esa molesta risa al fin se había detenido, y era silencioso, pero aquel joven estaba demasiado molesto como para notarlo.
—Bueno, no deberías odiar a nuestro señor tanto —murmuró alguien entre los soldados, y otros mostraron su acuerdo.
La atmósfera se volvió fría.
—¡¿Qué es todo esto?!
Él golpeó el suelo con su puño derecho en frustración. Antes de oír una voz más fría de la que jamás hubiera escuchado.
—Te levantaste temprano y aun así tienes toda esa energía, mocoso. ¿Por qué no tienes otras cinco rondas de práctica conmigo entonces?
Al mismo tiempo la espada de madera del muchacho salió volando de sus manos, golpeando su estómago y haciendo que gimiera.
A pesar de solo tener ocho años, Ratoka miró con ira a su oponente. Gunther, quien tenía su pie sobre su cabeza mientras lo mantenía en el suelo vencido, regresó la mirada.
—Lo siento…
A pesar de que se disculpó, la mirada de quien lo sometía no cambió en lo absoluto. Finalmente, bajó su pie un poco, momento que el niño aprovechó para recuperar su espada.
Pudo sentir que el hombre estaba a punto de patearlo, en lo cual acertó.
Apenas logró esquivarlo por el margen de un pelo.
—¡¿Qué esperas?! ¡Empecemos!
—Sí. Maestro Gunther —asintió Ratoka.
Y con eso,él reanudó su ataque.
Solo tomó dos movimientos para que el joven cayera al suelo de nuevo.
♦ ♦ ♦
En la tarde tenía que salir a conseguir su cena. Era la regla de la armada.
Su fuerza física estaba en su límite, al punto en que se encontraba vomitando. Por lo que le sería imposible salir a cazar en ese estado. Al menos fue lo que pensó.
Estaba acostumbrado a ese sentimiento de hambre de todos modos. Malhumorado, se convenció de que solo lo hacía por llevar la contraria, él nunca había salido a conseguir su cena antes.
Por el contrario…
—¿Has venido hoy también?
Aún importándole lo que los demás piensen de él, arrastró su cuerpo a las sombras, mientras observaba la mansión de Eliza, el símbolo del antiguo señor al que odiaba. De pronto de una sección del jardín, escuchó esa suave voz salir de una ventana arriba de él.
—¡Elise!
Cuando miró hacia arriba, se encontró a una niña observándolo con sus codos en el marco de la ventana del cuarto del segundo piso. Ella se veía encantada de verlo, y río alegre y elegantemente.
—Je, je, je… que gracioso. Tu también eres Elise ¿no es así?
Aunque aún encontraba algo incómodo que le llamaran así, se lo aguantó y le regresó la sonrisa. Lo que más le importaba era que la chica se veía sana y energética este día.
—¿De qué deberíamos hablar hoy?
—De lo que usted prefiera, de cualquier forma, Elise, cuando hable conmigo no es necesario que use un tono formal —expresó Ratoka luego de pensarlo.
A pesar de que lo decía cada vez que se ven, Elise siempre le sonríe feliz y se disculpa, pero nunca acepta.
Bueno, en realidad su deseo era que Elise lo llamara por su nombre, pero tenía estrictamente prohibido decirle su nombre real.
Por ese motivo, le gustaría que al menos ella le hablara de forma más familiar.
Al estar hablando con una noble, tenía miedo de pedir algo más, y también estaba confundido, porque ella no encajaba con su imagen de los nobles.
Siempre había creído que ellos eran seres arrogantes a quienes no les importaban los plebeyos, que no sabían hacer otra cosa más que lucir bonitos y tener charlas ociosas. A pesar de que fue solo la Hermana en entrenamiento quien se lo dijo, nunca había oído algo más ni le interesaba oírlo.
Desafortunadamente, el antiguo Señor del territorio, era peor de lo que había oído.
Sin embargo, no podía pensar de Elise, quien siempre le sonreía de manera amable, como la típica noble.
La idolatraba, creyendo que era especial y sagrada.
Tan solo de pensar la diferencia entre estos nobles lo hacía molestar. Todos los días cuando estaba en la barraca, oía ese nombre con el que asociaba todo lo malo de los nobles, la chica a la que los soldados llamaban Charlie, Eliza. Odiaba todo de ella, esa maldita hija de los Kaldia.
—¿Qué se supone que significa Charlie para empezar? —le preguntó a los soldados una mañana.
Mientras le sonreía a Elise, en su mente maldecía a Eliza una vez más.
Tengo que releer algunos caps porque no recuerdo de dónde salió éste niño jajaja
Mi pobre Charlie que quedó catatónica, espero que vuelva pronto y se convierta en la husbanda que nos merecemos TTTT
¡¡Gracias por la actualización!!