El trigo de un increíble color dorado y el centeno de los campos ya había sido cosechado. Un silencioso invierno se aproximaba para sustituir al ya casi finalizado otoño en el dominio de Kaldia. Ya faltaba poco para que mi entrenamiento de tres meses acabase, y además, me enfermaba con mucha menos frecuencia que antes. Cada día, caminaba con una azada para arar que era mucho más alta que yo, pero por el momento, era demasiado grande para que yo pudiera usarla. Era algún tipo de extraño entrenamiento que, según decían, mejoraba mi fuerza física y mi resistencia.
Ocurrió un día , justo después de que retornara a mi vida cotidiana y volviera del cuartel. En la oficina del señor del dominio en la Mansión de las Colinas Doradas (donde no podría dormir hasta que acabase mi entrenamiento), yo estaba recibiendo una lección personal por parte del Conde Terejia, frente a cuatro mapas de la situación nacional.
El Conde Terejia había reformado las leyes del dominio ligeramente, y en particular, escribió todas las leyes pertenecientes a las tropas del dominio con sus propias manos. Antes de que él viniera, no habíamos tenido nunca un ejército permanente, ya que en la comitiva de mi padre, mientras hubiesen cerca de diez personas con armas, era suficiente para él.
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