La Bruja y el Calabacino mágico – Extra – Capítulo único

Traducido por Nebbia

Editado por Tetsuko

Corregido por Sharon


En la mansión de la bruja, vivía una gran variedad de sirvientes.

El primero en conocer al joven cuentacuentos era un gigante con la cabeza de un toro.

Como su cara daba bastante miedo, era el único que se encargaba de esa parte de la mansión, y podía conseguir cualquier cosa que necesitaras por medio de magia.

La limpieza de la enorme mansión estaba dividida entre pequeños ogros, que tenían orejas y colas de asno y pezuñas en los pies que, cuando corrían, producían un sonido alegre.

Uno de estos pequeños ogros estaba amasando arcilla en un rinconcito del desmesurado jardín.

El joven cuentacuentos, mientras paseaba por el jardín, se percató del pequeño que trabajaba con todas sus fuerzas, de forma que acabó acercándose.

—¿Qué estás haciendo aquí, pequeño ogro?

—¿Ah?

El ogro se sorprendió, provocando que tirara lo que tenía en sus manos.

Observando fijamente el bulto de barro que yacía en el suelo, inclinó ligeramente la cabeza.

—¿Estás haciendo algún tipo de recipiente?

—Sí… —El ogro miró hacia abajo con torpeza, mientras que su cola no paraba de moverse de un lado a otro—. Uno justo igual que el de mi Señora. Quería hacer un calabacino mágico, pero no soy capaz de hacerlo de la forma adecuada.

—Ya veo, entonces, ¿te gustaría que te ayudara?

El hombre se arremangó y cogió la arcilla que había soltado el pequeño, pero claro, el joven no era bueno en nada que no sean historias, por eso la arcilla se acabó convirtiendo en una masa extraña y blanda.

—Esto es muy difícil.

—No está nada bien.

Ambos suspiraron al mismo tiempo antes de volver la mirada hacia sus manos llenas de barro.

Cuando iban al pozo de agua, que se encontraba en la cocina, se toparon con el cocinero que, al igual que un pulpo, tenía varios miembros. Este los miró con furia, y se puso tan rojo que parecía que lo metieron en agua hirviendo.

—¡Quietos! Si pasean con las manos así de sucias mancharán todo. ¡Dense prisa y lávense las manos!

“Eso es justo a lo que venimos” querían contestarle pero si lo molestaban él les reduciría los aperitivos. Por eso ambos, el hombre y el ogro, se apresuraron y buscaron algo de agua.

El joven se lavaba las manos mientras observaba distraídamente la cocina. Estaba llena de estantes con jarras y tarros de varios tamaños alineados, llenos de distintas hojas, frutas y frutos secos. También había frijoles entre otras muchas cosas.

¡Eso es!, pensó el hombre.

—Oye, ¿tienes un frasco de repuesto? Con uno pequeño bastaría.

—¿Un frasco? ¿Este les sirve? —Con una mueca, el cocinero cogió uno de las numerosas estanterías.

El hombre lo aceptó y se lo dio al ogro.

—Todas mis historias pertenecen a mi señora, así que aunque crees un calabacino mágico, no podré guardar dentro ningún cuento, por eso deberías de guardar tus tesoros aquí. Y de vez en cuando me gustaría que me los enseñaras.

—¿Mis tesoros?

—Sí. Por ejemplo joyas preciosas, plumas de hermosos pájaros o la piel de una serpiente —dijo, y el joven se acercó a las orejas del ogro para susurrarle—: Si me lo enseñas, podré incluirlo en mis cuentos.

El rostro del pequeño ogro se llenó de emoción, y el hombre asintió con la cabeza mientras acariciaba su cabeza.

—Escucha mis historias junto a mi señora. Si lo haces, tus tesoros se volverán parte de algo. Serán fragmentos de mis cuentos, y a pesar de que no guardarás los relatos mismos, cuando los observes te vendrán a la mente algunas de las partes de las historias y, en general, recordarás varias cosas. ¿No es esto maravilloso?

—¡Lo es! Bien, ¡me voy en busca de tesoro!

Corrió lleno de emoción y alegría, y, el cuentacuentos, al ver eso soltó una risita incómoda.

Le trajo recuerdos de su infancia, de los tiempos cuando iba en busca de tesoros, y al reunirlos, comenzó sin darse cuenta a crear sus propias historias.

—Tal vez ese tarro no necesite nunca mis cuentos —murmuró el joven sonriendo mientras se dirigía hacia su Señora para contar otra de sus maravillosas historias.

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