Dama a Reina – Capítulo 30: Nunca te dejaré morir

Traducido por Kiara Adsgar

Editado por Yusuke


¿Por qué demonios este hombre tomó la flecha en lugar de ella? A medida que pasaba la urgencia de la situación, surgieron nuevas preguntas. ¿Por qué Lucio se dejó golpear en su nombre?

Patrizia sintió lástima y curiosidad hacia él. Él no la amaba. Ella no lo amaba. Era un acuerdo del que ambos eran muy conscientes. Pero eso planteó la pregunta: ¿cuál fue la razón de tal auto-sacrificio? ¿Sentía pena por ella? ¿Sentía pena por no amarla? ¿O tenía una conciencia culpable sobre las acciones de Rosemond hacia las esposas de los delegados? Patrizia tenía muchas hipótesis, pero no respuestas. Ella decidió dejar de pensar en preguntas tan inútiles. Si hubieran estado en el palacio cómoda y segura, una situación tan inesperada y potencialmente mortal como está nunca habría surgido.

Se puso de pie para hacer algo más significativo con su tiempo. Ella había tragado un poco del jugo de flor de scula antes, por lo que sus síntomas mejoraron un poco. Su cabeza ya no daba vueltas y las náuseas se habían desvanecido en gran medida.

Se sentía con más energía que antes, Patrizia salió lentamente de la cueva para conseguir algo de comer. Si queria transportar al emperador al palacio, ella debía que aumentar su propia fuerza física como su guardia. Ella trajo su carcaj vacía, con la esperanza de encontrar algo de comida.

♦ ♦ ♦

Mientras tanto, Rosemond estaba tomando té con gracia dentro del palacio Bain. El aroma de su té de romero favorito llegó a su nariz, y pronto dejó de beber y giró la cabeza hacia la ventana. El cielo estaba gris con nubes, y parecía que iba a llover pronto. Una vez que lo hiciera, eliminaría cualquier evidencia.

Luciendo satisfecha, Rosemond le pidió a Glara otra taza de té. Por orden de la concubina, Glara recogió la tetera y se acercó a Rosemond con una sonrisa.

—Luce muy bien, mi señora —dijo Glara.

—Tengo que verme bien, Glara. No lo entenderías.

—No, mi señora. Pero soy feliz cuando usted es feliz.

Su maestra estaba brillando de alegría. En otras palabras, ella estaba de buen humor. No hace mucho, Rosemond contrató en secreto a uno de los grupos de asesinos más notorios del reino. Les pagaría una cantidad generosa para deshacerse de la reina en la competencia de caza. Eran asesinos muy hábiles, por lo que el plan tenía una alta posibilidad de funcionar. Si uno gasta dinero, obtiene resultados, y Rosemond estaba llena de dinero. Incluso si Raphaella, el caballero de la reina, estuviera al lado de Patrizia, no sería capaz de derrotar a los treinta hombres, a menos que tuviera una habilidad extraordinaria que nunca había demostrado hasta ahora.

Glara habló con Rosemond.

—En poco tiempo el palacio se pondrá de cabeza. Serás la nueva reina —expresó.

—Asi es, Glara. Si me convierto en la reina, también serás la dama de honor de la reina. Bueno, ¿no estas feliz?

—Estoy muy feliz, mi señora. Como dije, su alegría es mi alegría.

—Oh, me gustan tus palabras. —Rosemond estaba de buen humor, y su voz no estaba acompañado de habitual tono mordaz.

Glara se preguntó cómo sería si todos los días fueran así, luego habló en un tono un poco más serio que antes.

—A menos que suceda algo inusual, la reina morirá y el clima borrará fácilmente la evidencia.

—Estoy de acuerdo. De hecho, incluso si no lloviera, sería difícil encontrar alguna evidencia. Como siempre digo, el dinero puede pagar cualquier cosa.

Rosemond se rió y se llevó la nariz a la taza de té. Todo iba a su manera. A partir de ahora, su camino ya no sería un camino espinoso, sino un camino de flores suave y hermoso. Incluso si todas las flores estaban manchadas de sangre y de un color horrible. Incluso si el olor del viento no fuera de flores fragantes, sino de sangre.

♦ ♦ ♦

Contrariamente a las expectativas de Patrizia, la recuperación de Lucio no fue tan rápida. Había encontrado algo de fruta para comer en los alrededores, y desde entonces había estado vigilando en silencio la condición de Lucio. Al principio pareció mejorar un poco, pero luego su fiebre comenzó a aumentar mucho para considerarlo como una mejora. Los libros que Patrizia leía no decían qué hacer después. Ella sabía que tenía que darle la flor de scula, y él mejoraría rápidamente… ¿pero entonces porqué? Si no despertaba, ¿significaba que  había sido demasiado tarde?

Patrizia sacudió los pensamientos de su cabeza. Era demasiado temprano para sacar conclusiones sombrías. Lucio aún no estaba muerto, y aún había otras cosas que podía hacer. Se preguntó cómo podía enfriarlo, y luego quitó un poco de la paja que le había puesto para cubrirlo. Aislar su cuerpo cuando tenía fiebre probablemente no era la mejor idea.

Una tormenta eléctrica anunció su presencia, seguida del sonido de una lluvia torrencial. Patrizia se sobresaltó, asustada, luego se recuperó lo suficiente como para traer a Sally desde la entrada de la cueva. Sally sacudió la cabeza y rocío gotas de agua sobre Patrizia. Se quitó la humedad de la ropa y ató a Sally a otro lugar dentro de la cueva.

Mientras tanto, la lluvia seguía cayendo, y Patrizia levantó la cabeza para mirar la lluvia que caía del cielo. Sería imposible para cualquiera encontrarlos ahora. Además, el río creceria a causa de la lluvia, lo que dificultará el cruce.

Inconscientemente, Patrizia levantó la mano para recibir las gotas de lluvia en su palma. El agua estaba fría, ya que pensó que sería una buena manera de enfriar a Lucio. Pero pronto cambió de opinión. Estaba segura de haber leído en algún lugar de un libro que una caída repentina de la temperatura corporal podría tensar el cuerpo y tener peores consecuencias.

El libro tenía otros pasajes, que decían que para bajar la fiebre sin medicamentos, otra persona tendría que enfriar su propio cuerpo y luego abrazar al paciente con fiebre. Patrizia se sonrojó una vez más cuando se le ocurrió la idea, pero una vez más, no era el momento para sentir vergüenza.

Ella salió a la lluvia fría. Escuchó a Sally relinchar, como si se preguntara qué estaba pasando, pero no le importó. Si Patrizia no tomaba una decisión ahora, el caballo, el hombre y ella misma morirían. Respiró hondo mientras las gotas de agua le recorrían el pelo, la cara, los senos y el estómago. Su cuerpo tembló ante la sensación del frío, pero apretó los dientes y aguantó. Había comido algo de la flor de scula antes, y no moriría fácilmente.

—Nunca te dejaré morir. Maldición. ¿Quién va a morir? Volveremos al palacio con buena salud. Estaremos a salvo.

Patrizia apretó la mandíbula para evitar que le castañetearan los dientes. Después de estar bajo la lluvia durante unos veinte minutos, comenzó a sentir que estaba delirando por el frío. Entró en la cueva, preguntándose si sería un gran problema si lloviera más. Sally hizo una mueca de preocupación, y Patrizia le ofreció una sonrisa tranquilizadora, antes de tambalearse hacia la roca donde yacía Lucio. Sintió que su mente estaba a punto de volar al espacio.

—Haah… —Ella exhaló, luego sostuvo su cuerpo lo más cerca posible al suyo. Se sentía como un fuego ardiente sobre ella. Ella cerró los ojos con cansancio y apretó sus brazos alrededor de él.

—No te dejaré morir. Nunca —murmuraba constantemente.

En este momento, su vida era la misma que la de ella. Tenía que regresar con él con vida para que estuviera libre de cualquier fechoría. Después de tres o cuatro vueltas más de lluvia fría y abrazos, pronto se durmió.

♦ ♦ ♦

Lo primero que Lucio notó cuando comenzó a despertar fue un sabor amargo en la boca y una sensación de frío presionando todo su cuerpo. Comenzó a recuperar sus sentidos poco a poco, con una extraña sensación de frialdad y calidez. Para alguien tan gravemente envenenado como él, le tomaría alrededor de dos o tres horas para que la flor secular surtiera efecto.

Un sudor frío, estaba pegado a su frente: ¿tuvo una pesadilla o sufrió un dolor terrible? Había un sudor frío en su frente. Dado que su cuerpo tenía una temperatura normal, lo primero parecía la razón más probable. Sus pesadillas siempre lo habían atormentado.

Podía sostener todo lo demás por pura voluntad mental, pero sus sueños eran diferentes. No era algo que los humanos pudieran soportar incluso si aumentaban la fuerza de voluntad hasta una edad avanzada.

Por lo tanto, sus pesadillas eran siempre las mismas, y nunca podría estar libre del sufrimiento constante. Fue un castigo eterno impuesto sobre él, como el castigo de Prometeo, que nunca terminó. Lucio siempre quiso escapar del castigo que le habían dado y, sin embargo, al mismo tiempo, pensó que se lo merecía. Pensó que necesitaba pagar el precio. Pero la razón y la emoción siempre estuvieron en oposición. Su razón siempre justificaba sus sueños malvados, pero sus sentimientos gritaban para terminar con el sufrimiento.

Sus pesadillas no tenían reglas. Lo encontraban cuando era feliz, lo asediaban cuando era infeliz. Lo encontró cuando no era feliz ni infeliz. Las pesadillas eran su rutina diaria. Nunca debe ser removido, nunca sería liberado.

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