El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 5: Un deseo inquebrantable

Traducido por Den

Editado por Meli


Kelpie llevó a Lydia a una cabaña junto al río. Ya era bastante tarde cuando llegaron, la oscuridad reinaba alrededor y no podían ver nada.

Tras la partida de Kelpie, Lydia se quedó dormida mientras estaba tumbada en un banco, escuchando el flujo del agua y el chirrido de una rueda.

Cuando se despertó, las llamas de la chimenea estaban encendidas, pero era imposible que Kelpie la hubiera encendido, se preguntó: ¿quién había sido?

Limpió el hollín acumulado en el cristal de la ventana y miró afuera. Había amanecido, una neblina blanca cubría el horizonte. El pequeño puente del río y los árboles de los alrededores se veían borrosos, como si fueran ilusiones.

Abrió la ventana y se inclinó hacia adelante, sobre el marco. Observó con atención, pero no pudo distinguir nada.

La etiqueta de marca comercial de la lámpara de la cabaña era idéntica a la que tenía Lydia en casa. Así que no debían estar en el reino de las hadas, sino que seguían en el mundo humano.

Se examinó las manos. En el dedo anular, la piedra lunar del anillo de compromiso de Edgar despedía una luz. El propietario original de la piedra lunar era el hada guardiana del primer Conde Caballero Azul, de quien también era esposa.

Solo Edgar podía quitarle el anillo. Por eso Kelpie, en ese momento, no podía llevarla a la fuerza al mundo de las hadas.

Si se hallaban en el mundo humano, entonces no debían estar muy lejos de Londres.

¿Edgar habrá soltado a Ulya?

Entonces una voz fuerte y triste interrumpió sus pensamientos.

—Lydia… Oye…

Miró alrededor de la cabaña, pero no vio a nadie.

—Lydia… ayúdame.

Se giró en la dirección del sonido, buscando con atención al otro lado de la escalera que había en medio de la habitación. Y…

—¡Nico! Oye, ¿qué haces aquí?

Había un gato hada gris atado a un poste. Parecía enfadado.

—Te he estado llamando todo este tiempo. ¿Cómo no me has oído? ¡Kelpie, ese bastardo, tuvo el descaro de atarme aquí!

Lydia se apresuró a disculparse mientras deshacía el nudo.

—¿Cómo… te atrapó Kelpie?

—Sabrá Dios. En mitad de la noche, de repente irrumpió en casa, me raptó mientras dormía y me trajo a este lugar. Luego me obligó a usar una cerilla para encender la chimenea. Como fue idea mía, me deja quedarme aquí. A pesar de eso, me ató con fuerza a este poste. —Tras liberarse de la cuerda de paja, se acicaló el pelaje alborotado—. Lydia, ¿por qué demonios huiste con Kelpie? El conde estaba ido.

Ella sintió un dolor punzante en el pecho.

—Gracias a ti, anoche me agarró y me llevó a su cama. A veces de verdad parece un crío. Espero que pueda comportarse con más seriedad. —Aunque se quejó, no se mostró indignado.

—Últimamente la relación entre los dos ha mejorado bastante —bromeó Lydia.

—¿Qué? ¿Por quién crees que me llevo bien con él? —Con las manos en las caderas, la miró sorprendido.

—Ah, es cierto. No tenía ni idea de lo duro que iba a ser.

—Oye, ¿qué pasa? ¿Te sientes atraída por el conde?

—¿De qué estás hablando…? ¿Por ese hombre al que le gusta jugar con las mujeres?

—He estado contigo desde que naciste. Una noche, ya tarde, saliste a escondidas de casa. No sé qué pasó, pero al cabo de un rato, volviste llorando y diciendo que había pronunciado el nombre de otra mujer. Luego, al día siguiente, te montaste en un carruaje, apresurada, y fuiste a visitarlo. Hasta un tonto se daría cuenta.

Lydia agachó la cabeza mientras empezaba a ruborizarse.

—Si no fuera por eso, ¿cómo podría ser cercano a ese tipo arrogante que me trata como a un gato?

Bueno, te puede doler admitirlo, pero me temo que para ti el té negro y los aperitivos también juegan un papel importante.

Lo miró de reojo.

Con aire presumido, Nico volvió a pavonearse.

—Nico, ¿qué planea hacer Kelpie?

Creyendo que Lydia estaba muy avergonzada, el gato hada giró la cabeza hacia un lado y cambió de tema.

—No lo sé. En cualquier caso, ya que el caballo está fuera, intentemos regresar. —Justo cuando se dio la vuelta, se encontró con Kelpie, que había estado de pie detrás de él.

—No soy un caballo, gato. —Pateó a Nico que «maulló, con lástima mientras giraba deprisa en el aire un par de veces antes de aterrizar encima de un estante.

—¡¿Qué haces?! —Nico estaba tan enfadado que se le erizaron todos los pelos de la espalda. Kelpie ignoró su mirada amenazadora.

—Lydia, desayuna. ¿Tienes hambre? —preguntó y le lanzó una barra de pan y varios trozos de queso al regazo—. No lo he robado. Hice un intercambio con unos patos salvajes. No puedes tragarte un pato entero, ¿verdad?

Al parecer quería demostrarle que se esforzaba por ella. Ella se sintió muy agradecida, si le hubiera lanzado un pato salvaje muerto al regazo, se habría molestado.

—Oye, ¿y yo qué? —intervino Nico, descontento.

—¿Qué? Puedes apañártelas tú solo.

—Me traes aquí y encima me atas. ¡Piensa un poco!

—Nico, compartiré la mitad contigo.

—Pero ese no es el problema. La actitud condescendiente de este tipo me irrita. —Nico dio pisotones con las patas, furioso. Kelpie lo agarró y lo levantó. Nico perdió al instante su audacia y se encogió en una bola.

—¿Qué haces? Oye, suéltame. No tengo buen sabor.

—Espera, Kelpie. Por favor, detente.

—No quiero comerme a este gato enfermo —respondió y se dirigió al hada—: Escúchame. Eres la única hada que recibe órdenes del falso Conde Caballero Azul. Así que, gato apestoso, dale este mensaje a ese tipo: Raven se encuentra en una de las casas privadas en Londres, al lado oeste de la estación. Es una casa con tejado rojo y chimenea negra humeante. Delante, hay un estanque de margaritas. Vete, ya. —Lo lanzó por la ventana.

—¡Nico! ¿Qué estás haciendo, Kelpie?

Kelpie la agarró, inquietándola.

Había dicho que si le entregaban a Ulya, revelaría el paradero de Raven. Tras asegurarse de que la pesadilla estuviera encerrada en el cuerpo de Ulya, regresarían con Edgar con la ubicación de Raven. Sin embargo, Kelpie solo había despachado a Nico como mensajero. Por tanto, no tenía intención de sellar a la pesadilla ni de enviarla de vuelta a Londres.

—Kelpie, quiero volver a Londres.

—No te preocupes. —Se detuvo frente a la única puerta, bloqueando el paso.

—¿Y la pesadilla?

—Bueno, ha crecido mucho gracias a la fuerte magia en el cuerpo de Raven y al haber comido demasiado, por lo que ya no cabe en un cuerpo humano. Por el momento, está retenida en el puente de Londres. Hace mucho tiempo, el puente se usaba como protección contra los enemigos, ¿no? En cualquier caso, ese chico, Ulysses, ató a la pesadilla allí para que siguiera creciendo. Sin duda es un lugar mágico, ya que la gente viene y va con frecuencia. Eso será cebo suficiente para la pesadilla.

Entonces, esto era lo que pretendía hacer Kelpie. Ya sabía que Ulya no podía enjaular de nuevo a la pesadilla.

—Por tanto, Lydia, no te acerques al puente.

Pero le dio su palabra a Edgar.

—Entonces… ¿por qué pediste que te entregaran a la señorita Ulya?

—Porque no podía intercambiarte en el trato. No habrías venido conmigo si no hubiera dicho eso. Ya que ahora estás a salvo aquí conmigo y no estás cerca del cuerpo de Ulya, que contiene a la pesadilla, no tienes que regresar con el conde.

—¿Me… engañaste? —Intentó empujarlo, pero no se movió ni un centímetro.

—A mí siempre me han engañado, Lydia. No solo al permitir que tú y el conde os comprometierais, sino que también me engañó Ulysses. Es por eso que he reconsiderado mi forma de cooperar con los humanos.

Tal y como Edgar dijo. No hace falta mentir para engañar, siempre que ocultes la verdad.

¿Qué me pasa? No pude ver la verdad. Aunque lo sé, siempre dudo de en quien más quiero creer. No pude confiar en él por completo ni pude decirle mis sentimientos. Acepté quedarme con él y, aun así, lo dejé. Siempre temo salir lastimada, pero lo lastimo constantemente a él.

—Hazte a un lado, Kelpie. Debo volver a casa.

Den
No le mintió, pero es como si le hubiera mentido. La persona que menos creía que le mentiría lo hizo... Eso duele.

Kelpie era alto, corpulento y casi perfecto. Aun así, Lydia lo golpeó repetidamente en el pecho. Él permaneció indiferente, pero a ella le empezó a doler la mano. Kelpie, preocupado de que se le hincharan los delgados dedos, la sujetó para detenerla.

—¿Me odias?

—No es así. Pero, por favor…

—Por favor, solo quiero protegerte —le suplicó y ella se quedó perpleja—. El enemigo del conde no es un hombre cualquiera. Tampoco es bueno. Quizás porque rezuma magia feérica oscura a pesar de comportarse como un humano. No, aunque es humano, puedo sentir su fuerte y eterno resentimiento.

A Lydia le costaba comprender la desconfianza de Kelpie. Sin embargo, era posible imaginar de dónde procedía tal resentimiento: de su expulsión de Inglaterra, del resultado de la guerra y de la persecución de todos sus seguidores.

—¿Has visto a Príncipe? —le preguntó.

—Solo de un vistazo.

—¿Puede usar el poder de las hadas, como Ulysses?

—Es difícil saberlo. Parece confiarle a Ulysses todas las negociaciones con las hadas. Pero, aun sin ese poder, su mera existencia emite una atmosfera peligrosa. Posee un aura fuerte y oscura. En otras palabras, es parecido al conde, que tiene ciertos rasgos que atraen a las personas. El pueblo de este país le profesaría respeto sin dudarlo mientras tuviera sangre real. Es esa clase de poder que puede influir en el destino de los demás. Príncipe suscita, sobre todo, odio y deseos destructivos.

Para hacerse con el control de Edgar, pretendía hacer que cayera en la desesperación e inundar su mente de sentimientos negativos. Hasta ahora no parecía tener pensado cambiar sus métodos. Quería torturar lentamente a Edgar hasta el final.

Por tanto, Lydia no podía abandonarlo.

Antes él le había dicho que ella no iría a ninguna parte. Cuando le preguntó si lo odiaba, puso una expresión solitaria.

Por lo general, cuando estaba con Paul, Tompkins y todos los demás con los que estaba familiarizado, se comportaba de forma arrogante y frívola. Sin embargo, Lydia sabía que, aunque le hubieran arrebatado a Raven, no quería perder la esperanza. Solo así podría seguir adelante.

Edgar había expuesto sus debilidades delante de ella, a solas. Quizás porque la posición que ocupaba hacía que le tuviera una confianza un tanto diferente a la de un camarada. Aunque así fuera, no odiaba a Edgar.

En su opinión, incluso una chica corriente como ella podía entenderlo. La idea de que él también era un joven corriente en sus veintes era la razón por la que sentía que podía ayudarlo. Incluso si solo quedarse a su lado ya era valioso para él.

—Quiero volver… —Lydia agachó la cabeza mientras arrancaba esas palabras de sus labios.

Kelpie estaba preocupado por ella. Lo entendía a la perfección, pero no podía quedarse aquí.

—¿Te gusta el conde?

A pesar de que no era tan fuerte como Ermine, a Lydia le gustaba a su manera.

—Pero ¿ese tipo te cuidará?

Eso solo lo podía determinar el corazón de Edgar. Aun así, sentía que, estuviera donde estuviera, quería volver y estar con él.

—Kelpie, no sentirás el dolor de la soledad. Las hadas y los humanos son diferentes.

—Si te resulta doloroso estar sola, yo nunca dejaré que te sientas así —protestó.

—No, no es así. Solo cuando otras personas pueden ayudarte a curar tu soledad eres capaz de deshacerte del dolor en tu corazón.

Hasta que no conoció a Edgar, Lydia no se había dado cuenta de que se había perdido la alegría de sentirse necesitada. Como siempre las hadas le habían hecho compañía, nunca sintió que estaba sola. Aunque en realidad nunca lo estuvo, no podía imaginarse siendo el consuelo y la salvadora de nadie. Ni siquiera estaba segura de ser suficiente para hacer sentir pleno a alguien.

Siempre había vivido con esa mentalidad, y sentía que no debía bajar la guardia con él, pasara lo que pasara. Pero, al final, se enamoró, a pesar de que la tocara con descaro, le hablara con frivolidad y la mirara como si lo hiciera muy feliz.

Cuando se sintió dolido, la necesitó. Había dicho que mientras ella estuviera ahí, él podría seguir luchando.

—Por tanto, quiero quedarme con Edgar.

—Morirás.

—También quiero salvar a Raven.

—No sé si lo que hay en ese chico es una serpiente o un monstruo pájaro, pero no tiene nada que ver contigo.

—Es mi amigo.

—Ahora no.

Miró con atención a Lydia, sus ojos negros como perlas emitiendo magia.

La naturaleza de un kelpie podía ser muy engañosa. Su encanto mágico impedía pensar a las personas para atraerlas al agua y comérselas. Esa era la fuerza natural de los caballos acuáticos.

Entonces Lydia sintió cómo mermaban poco a poco sus fuerzas y se sintió mareada.

Kelpie no dudó en usar toda su magia. La protección de la piedra lunar parecía ya no ser efectiva.

Para limitar las acciones de Kelpie, Lydia y Edgar habían intercambiado votos a medias. Aunque eso era un obstáculo para llevarla al reino de las hadas, nunca tuvo la intención de dejarla regresar con Edgar. Por ello, sus ojos negros perla brillaban con fuerte determinación.

Kelpie extendió los brazos y agarró a Lydia, quien, como si flotara en aguas mansas y tranquilas, perdió el conocimiento.

♦ ♦ ♦

Raven se hallaba cerca del puente de Londres.

Al recibir el mensaje de Nico, descubrió al instante que había problemas en las casas cercanas y envió a sus hombres a inspeccionar la zona.

Al otro lado del puente de Londres, había una elevada vía férrea que enlazaba con la estación. Antes de girar hacia el Oeste, se podía ver el inmundo paisaje.

Unas casas altas y esbeltas estaban alineadas una al lado de la otra. La zona era tal como Kelpie se la había descrito a Nico.

Mientras Edgar investigaba, descubrió que Kelpie había encerrado a Lydia en una cabaña. Para cuando llegó, el lugar estaba vacío.

Esa mañana, al amanecer, subió a un carruaje en una intersección y confirmó que se trataba del inconfundible edificio de cuatro plantas, pequeño y erguido.

Mientras esperaba el informe de sus hombres, Edgar le daba vueltas a las palabras de Nico.

«Hablamos de Kelpie, por lo que es probable que se encuentre en un lugar cerca del agua.»

Era imposible empezar a buscar con solo ese dato, por lo que Edgar se resistía al impulso de salir corriendo en su búsqueda y esperaba.

Era más urgente la situación peligrosa en la que se hallaba Raven. Al menos Kelpie no le haría daño a Lydia. En cambio, aunque el caprichoso Príncipe quería estudiar las habilidades de Raven y los secretos del hada en su interior, existía la posibilidad de que se volviera errático y lo mataran.

Sin embargo, Edgar no sabía cómo luchar contra ellos dos él solo. Sobre todo con Raven.

—Conde Caballero Azul, disculpe por la espera. —La voz, que provenía de algún lugar, interrumpió sus pensamientos.

Las hojas que entraron por la ventana revolotearon de forma poco natural hacia el asiento del carruaje.

Aunque Edgar podía oírlo, no podía verlo. Esa era la manera que tenía el goblin de indicarle dónde estaba.

Edgar no entendía por qué existían hadas, como Nico y Kelpie, a las que cualquiera podía ver y hadas invisibles a las personas, como los goblin.

A pesar de que Edgar era el Conde Caballero Azul, no poseía la habilidad de ver a las hadas. Pero eso no parecía importarle a Coblynau.

—Por suerte, he logrado alcanzarlo, conde. Me enteré de que se estaba preparando para la batalla, así que vine de inmediato hasta aquí.

El problema con los goblin es que sus valores estaban muy arraigados a la Edad Media.

—¿Qué ocurre, Coblynau? —Edgar puso las hojas en sus manos. No sabía si Coblynau estaba ahí, pero miró en esa dirección, esperando una respuesta.

—En realidad, nuestra familia completó la armadura del conde.

—¿La armadura? ¿Qué? Algo así hoy en día…

Coblynau, que estaba en la mano de Edgar, sostenía algo parecido a una moneda de plata.

—¿Y esto?

—La armadura —respondió con voz llena de confianza.

—¿Es tuya?

—No, es la suya. Por favor, úsela.

—Bueno, gracias…

—Ah, a partir de ahora, conde, usted y la señorita Lydia también deben empezar a planear su boda. Una vez hayan formalizado su matrimonio, el poder de la piedra lunar también se fortalecerá y el caballo acuático tampoco podrá interferir.

Ya lo habría hecho si no fuera tan difícil.

Desanimado, Edgar ignoró el resto de las palabras del goblin, cuyas hojas fueron arrastradas por el viento. Quizás Coblynau también se había marchado con ellas.

En ese momento, frente a la ventana aparecieron los gemelos de la Luna Escarlata.

—Lord Edgar, no hay nadie dentro. No hay señales de luz o fuego.

Las chimeneas de varias casas cercanas expulsaban humo, la gente había empezado a levantarse. Abrían las cortinas, dando paso a la luz, y el lugar se llenaba de vida. Sin embargo, el ambiente en esa casa no cambiaba.

—Llamamos al timbre y fingimos ser vendedores, pero nadie acudió a la puerta.

Mientras escuchaba el informe de Jack y Louis, Edgar se guardó la «armadura» en el bolsillo del abrigo.

¿Ya habían trasladado a Raven a otro lugar?

—Anoche Ulya desapareció por esta zona, ¿no?

El día anterior, para cumplir con la condición de Kelpie, Edgar relajó un poco la seguridad para darle una oportunidad de escapar. Dado que existía la posibilidad de que la siguieran, Ulya fue cautelosa y huyó hacia el puente de Londres. Cruzó el puente, tomó rumbo hacia el oeste y se desvaneció sin dejar rastro.

Si la organización de Príncipe tenía un escondite, Ulya debió huir hacia ahí.

Había macetas de flores vibrantes, que parecían esperar la llegada de la criada que pronto barrería el suelo, en el alfeizar de la ventana de la casa. No parecía una base secreta. Más bien, tenía el aspecto de una casa normal y corriente.

—¿Desea entrar, lord Edgar?

—Aquí llega información nueva —dijo mientras desviaba la mirada.

Era de mañana y la neblina aún no se había disipado. No había casi nadie alrededor. Sin embargo, sus ojos se fijaron en el carruaje. A lo lejos, se acercaba un hombre rollizo con barba negra.

—Conde, lamento la larga espera. He investigado la situación de los residentes de esta propiedad. —Era Slade, el líder de Luna Escarlata.

Le entregó una nota y Edgar la leyó con rapidez.

En la casa residía la familia Webster. El señor Webster, que supervisaba a los antiguos empleados de la estación de ferrocarril, se jubiló y la pareja de ancianos vivía junta. Frecuentaba pubs y, en los últimos días, mencionó que su hermano había adoptado a un chico de la India.

—Príncipe y Ulya… —murmuró Edgar mientras leía.

En ese caso, la pareja de ancianos estaba probablemente bajo el control de Príncipe. ¿O Príncipe asesinó al verdadero hermano del señor Webster y lo suplantó? Era posible, pues en el pasado Ulysses se hizo pasar por parientes de otras personas para entrar desapercibido en Inglaterra. Quizás usaron la misma estrategia.

Príncipe llevaba el rostro envuelto con un vendaje debido a una gran quemadura que lo desfiguraba, por lo que el hermano reconocería que era un impostor al instante.

—Cuando volvió de la India, le pagó a la pareja para que se fueran de viaje. El señor Webster le dijo al propietario del bar que, como no estaría en casa, no visitaría el establecimiento durante un tiempo. Esto ocurrió hace dos semanas.

—Por tanto, para esconderse, ¿dejaron marchar a la pareja?

—Esa es una buena noticia.

Edgar no pudo evitar fruncir el ceño. Tuvo una corazonada y en seguida se dibujó una tragedia en su mente, pero no le dio muchas vueltas al asunto y bajó del carruaje.

Con la reliquia familiar del conde a su lado, la espada de las merrow, Edgar levantó la cabeza. Contra un humano, era un arma bastante útil y, aunque no sabía luchar contra la magia, al menos ahuyentaría a las hadas malvadas.

—Entremos e investiguemos —ordenó Edgar.

—Lord Edgar, ¿por dónde entrará? —le preguntó Slade, confundido.

—Por la ventana. Primero debo romper el cristal, ¿no?

—¿Quiere entrar usted mismo?

—¿Hay algún problema?

—Bueno… Es cierto que nuestro líder es el conde, pero si lo hace, parecerá como si estuviera robando y eso puede afectarnos…

—¿En qué sección de las leyes estatales se establece que un noble no puede entrar por la ventana?

—Puede que en ninguna, pero existen estipulaciones legales que señalan que no se puede entrar en las residencias privadas de los demás.

—Slade, aunque seas un ladrón honrado, sigues siendo un ladrón. Por lo tanto, ¿por qué debería importarte la ley?

—En caso de que atrapen al ladrón, no solo lo enviarán a la cárcel, sino que también será ridiculizado. Sobre todo los nobles que violan la propiedad privada de civiles. —Slade a veces detestaba los planteamientos independientes y estratégicos de Edgar, pero no tenía tiempo para discutir.

—Bueno, solía colarme en casas de mujeres, pero nunca me atraparon. —Les hizo señas a Jack y Louis para que se acercaran al edificio.

—Pero esta mujer es una anciana.

—Bueno, entonces, diré que confundí su casa con la de la vecina. —Slade se quedó atónito, pero como no estaba para refutarlo. Así que Edgar prosiguió—: Slade, envía a dos hombres a la puerta trasera. Luego, organiza a los guardias de afuera. Te cedo el poder.

—No vive nadie en la casa de al lado —soltó Slade, enfadado. Luego, comenzó a dar órdenes a los hombres de alrededor.

En cualquier caso, si Raven estaba allí, Edgar quería entrar en persona.

Se colaron en un dormitorio vacío de la segunda planta. Tras inspeccionar con cuidado la habitación, concluyeron que era una habitación cualquiera.

—Puede que haya una habitación oculta. Echemos un buen vistazo.

—Entendido —respondió uno de los hombres. Edgar no estaba seguro de si fue Jack o Louis.

Entonces otro hombre gritó desde arriba de los escalones:

—¡En el ático están Webster y su esposa!

Edgar subió corriendo y, al ver los dos cadáveres, suspiró. Aunque había predecido que algo así pasaría, apretó los puños, sintiendo que eso era demasiado.

Como Ulya fue capturada, Príncipe debió anticipar que Edgar irrumpiría en la vivienda. Quiso burlarse de él.

—¿Cómo es posible…? Esto es terrible —dijo con voz temblorosa un joven de la Luna Escarlata, ignorante de la crueldad de Príncipe.

—¿Qué es esto? No son dos personas, sino tres. Un brazo… Hay otro.

Ante esas palabras, los ojos de Edgar se clavaron en el corte de un abrigo negro. Lo recogió con el bastón y confirmó su sospecha.

—Es el abrigo de Raven.

Aquello lo alteró mucho. Empezó a respirar despacio y dirigió poco a poco su mirada al cráneo, que había rodado hasta el armario. Entonces vio una larga cabellera; era una mujer.

—Ah… La tercera víctima es la criada.

—Sí, tenían sirvientes. ¿Era la única?

En ese momento, Edgar cerró los ojos y rezó.

—Sin embargo, parece que los han asesinado recientemente… ¿Estuvieron cautivos aquí todo este tiempo?

—No le demos más vuelta. Una vez muertos, no son más que cadáveres —murmuró y se retiró.

Esa era una invitación de Príncipe. Edgar apretó los dientes, lleno de rabia. El banquete estaba a punto iniciar.

—Lord Edgar, hay un agujero en la parte trasera del armario…

Sintiéndose muy inquieto, se precipitó escaleras abajo hacia donde había gritado otro hombre.

♦ ♦ ♦

Era como una bestia, encerrado en una jaula de hierro. Cerca, Ermine sostenía una lámpara. Dentro, había un pobre chico de cuclillas. No solo estaba atrapado en ese lugar, sino que también tenías las manos atadas.

—Raven, ¿no comiste?

Raven no había tocado el trozo de pan que le habían arrojado a la jaula. Era difícil tener apetito por algo así. Sin embargo, no era el momento de preocuparse por la comida. Intentaba no responder a la voluntad del hada.

Incluso bajo la luz de la lámpara, no parecía estar mirando a nadie. Si uno observaba con más atención, podía ver sus ojos verdes oscuros.

Parecía un alma perdida en las profundidades de sus pupilas sin fondo. Cuando la pesadilla lo tocó, despertó y fortaleció al hada que habitaba en su cuerpo y que le devoraba lentamente la conciencia. Así lo percibía Ermine.

En el pasado, lo vio en ese estado varias veces. Tras ser poseído por el hada, descargaba su sed de sangre con los demás. No podía controlar al espíritu ni su excesivo uso de poder, su cuerpo no podía soportar la carga, por lo que siempre acababa tan cansado que parecía muerto.

Sin embargo, después de empezar a seguir a Edgar, ese tipo de situaciones dejaron de darse. Los recuerdos dolorosos de Ermine comenzaron a resurgir mientras observaba a su hermano.

—Oye, no te atrevas a liberarlo.

Ermine se volvió en dirección a la voz. Advirtió a una joven de piel morena de pie en el umbral de la puerta, en alerta, sacó con discreción un arma. Ermine recordó que había alguien llamada Ulya que también se disfrazaba de hombre. Ulysses había dicho que había fracasado en su misión y, aun así, seguía viva y en buen estado.

¿Qué está pasando?, pensó.

—¿No te habían atrapado? —preguntó Ermine mientras levantaba ligeramente la cabeza, atenta.

—Me dejó escapar para que me convirtiera en su cebo —respondió Ulya, sin notar su tensión—. No es tan inteligente como dicen los rumores, ¿cierto? Después de todo, recurrió a una táctica demasiado obvia.

Por lo que sabía Ermine, Edgar nunca había dejado escapar al enemigo. En cuanto a Príncipe, él no perdonaba los fracasos con tanta facilidad.

—¿Príncipe no te llamó?

Ulya soltó una risita.

—Soy especial. —Miró por la ventana de la pequeña habitación—. El salón de banquetes está ahí, justo enfrente de la Torre de Londres, desde donde Príncipe observa la batalla sentado en una esquina de la Galería Nacional [1]. Ahora, él debería estar descansando. Ah, también te ha asignado una tarea.

Ermine decidió ir ahí porque Príncipe había preparado algo en lo que ella participaría, pero de repente sintió un escalofrío desagradable en el cuerpo.

—Engañaste a Ulysses y viniste aquí en secreto a verlo. Príncipe lo sabe.

—¿Cuál es la tarea?

—Debes guiar al invitado de la cena hasta aquí.

—Lord Edgar…

—Correcto. Lo harás bien.

Ermine posó la mirada en sus manos.

Sigue vivo.

Pasara lo que pasara, Edgar nunca intentó acercarse a Ermine ni la amenazó. Aunque estaba en posesión de su pelaje de selkie, nunca había abusado de ese poder.

Puede hacerlo cuando quiera, así que ¿por qué no lo hace ahora?

¿Hasta qué punto debía traicionarlo para morir?

Sin embargo, aunque sentía que no tenía permitido morir, si ese era el deseo de Edgar, lo aceptaría.

A pesar de eso, mientras siguiera viva, no podía desobedecer a Príncipe.

—Sigo sin entenderlo. Fue arriesgado aprovecharse de los sirvientes del conde para enviar la invitación. Sin duda Príncipe no es cualquiera.

Ermine observó inmóvil a Ulya. No entendía por qué estaba de tan buen humor.

Para alcanzar sus sueños, Ulya se había quedado al lado de Príncipe. Pero Ermine creía que esta merecía cierta lástima.

Ulya no entendía a Príncipe.

—Odio a Príncipe. Él lo sabe muy bien y se aprovecha de mí. —Si eso torturaba a Edgar, lo haría. Si ya no la necesitaba o si era una amenaza para él, entonces la mataría. Era tan simple como eso—. ¿De verdad crees que Príncipe te ayudará a volver a casa? —preguntó Ermine.

—¿Insinúas que soy tonta? ¿No molestaste a Príncipe al suplicarle que te ayudara? Pídele que te convierta en la mujer del conde.

Ermine guardó silencio. Sabía que si le pedía algo así a Príncipe, lo encontraría muy divertido. Sin embargo, él ya se había dado cuenta de que estaba tramando algo en secreto.

A Príncipe le resultaba divertido que le pidiera, que le suplicara estar con Edgar. No era conveniente hacerlo y, aun así, seguía aferrándose a sus sentimientos por Edgar.

 —¿No somos iguales? Como no puedes hacerlo tú misma, dependes del poder de Príncipe.

—No, no soy igual que tú. —Ermine levantó la voz sin darse cuenta.

—Quizás me equivoqué. Como no dependo de Príncipe, también ansío ganar poder. Por fin me doy cuenta de eso —le dedicó una sonrisa llena de odio—. Sí, soy la clave. Por eso, Príncipe quería tenerme. —Su tono se volvió muy arrogante. Entonces sacó algo del bolsillo del abrigo—. Aunque tú eres de piel blanca, la sangre de Hadiya corre por tus venas, ¿cierto? Por tanto, también eres de los míos. En el futuro, puede que también trabajes para mí, junto con tu hermano. —En sus manos sostenía dos fragmentos de diópsido verde oscuro. Uno de ellos pertenecía al señor Kent, y el otro era suyo—. Príncipe me los dio para que el hada en el interior del chico reconozca que soy la representante de la familia real de Hadiya.

Para que Raven la obedeciera.

Según el anciano del bosque, los guerreros del hada servían a quien poseyera las gemas de la familia real y, por tanto, se convertían en los guardianes más leales del rey.

A pesar de eso, Raven seguía sirviendo a Edgar, que no estaba en posesión de ninguna de las piedras. Al reconocerlo como su amo, Raven había sido capaz de controlar al espíritu.

¿Acaso la magia del diópsido era más fuerte que la voluntad de Raven?

Ulya se acercó despacio al joven. Ermine contuvo la respiración mientras la observaba.

Ulya metió las manos por los barrotes de la jaula de acero y colocó con cuidado el diópsido en la frente de Raven, que mantenía la cabeza gacha. Él movió ligeramente la cabeza. Con su mirada apagada y vidriosa, dirigió su atención hacia Ulya.

¿El hada había reaccionado al diópsido? Sin embargo, Raven no parecía haberse despertado. Sus sentidos seguían nublados.

Entonces Ulya sacó la llave y abrió la puerta de la jaula.

—Sal, siervo mío.

Con las manos atadas, Raven se levantó con cuidado. Caminaba con pasos inestables, balanceándose de un lado a otro. Ermine le tendió la mano. En ese instante, él, con las manos aún atadas, la agarró con fuerza, retorciéndole la mano antes de empujarla contra el suelo. Luego, le asestó un golpe para mantenerla en el suelo. Si hubiera estado blandiendo una espada, Ermine habría muerto.

—Detente.

Bastó una sola palabra de Ulya para que Raven la liberara.

Cuando estaba en modo combate, a Raven le costaba obedecer incluso a Edgar. Pero, ahora por completo sumiso al poseedor de las piedras.

—Qué obediente —comentó Ulya, satisfecha cuando Raven se arrodilló a sus pies.

—¿Qué harás con Raven?

—Al parecer, Príncipe pretende utilizar al chico para doblegar al conde Ashenbert. Luego, usará la magia del hada para encontrar el tercer diópsido. Raven debería poder sentirlo. —Con una sonrisa en sus labios, murmuró—: Sin embargo, ni Ulysses ni Príncipe saben que tengo en mis manos la tercera piedra. Con el apoyo del hada legendaria de Hadiya y la diosa de la guerra, ¿cuánto poder ganaría?

♦ ♦ ♦

Cuando Lydia sintió un destello de luz en los ojos, los abrió. Se incorporó en la hierba.

El cielo estaba cubierto de nubes que ocultaban al sol. Aun así, sentía que la luz era cegadora.

Sus ojos se posaron en el anillo de piedra lunar, que emitía una tenue luz. La piedra lunar mágica brillaba en convergencia con las fases lunares. Pero su resplandor era más fuerte de lo habitual, quizás porque pronto habría luna llena. O… ¿podría ser que esta luz había despertado a Lydia de la magia de Kelpie?

Eso creía, ya que no veía a Kelpie por ninguna parte.

Al otro lado de los escasos árboles, divisó las colinas. Aunque no advirtió ninguna casa, la hierba formaba un aparente camino a pie.

Pensando que era el momento de escapar, Lydia se levantó.

Kelpie debió creer que su magia evitaría que se despertara y, por eso, la dejó para buscar comida.

Lydia se las ingenió para bajar por la empinada ladera y enfiló por el camino, decidiendo creer en el poder de Edgar y el anillo. En realidad no sabía en qué dirección debía dirigirse, pero estaba convencida de que en algún momento se toparía con alguien por allí. Si veía a alguien, le preguntaría.

Sin embargo, ya fuera por el sendero o por los alrededores de las colinas, seguía sin encontrar a otros humanos ni ninguna casa. Al final, su primer encuentro fue con una diminuta hada con arrugas que estaba sentada en una piedrecita, fumando una pipa.

—Ah, amable señor, ¿puedo hacerle una pregunta? —llamó al goblin—. ¿Por dónde está Londres? —Sacó un trozo de queso que le había dado Kelpie y lo colocó sobre la hierba. El «sombrero» hecho de hojas de los árboles cubría al goblin. Este le echó un vistazo a Lydia.

—¿Tienes prisa?

—Sí.

Así, el goblin pequeño de color marrón claro giró la cabeza hacia la derecha.

—Gracias, amable señor. —Se despidió y emprendió el camino.

Al cabo de un rato, el cielo se oscureció de repente.

Aún es demasiado pronto para que se ponga el sol, pensó. Pero siguió oscureciendo. Entonces descubrió que más allá del camino había un gran y frondoso bosque.

—¡Ah! —gritó.

Ya veo. Debe ser el atajo del goblin. Es terrible.

Aunque era una doctora de hadas, a veces cometía pequeños errores como este. Por eso, se sintió muy avergonzada.

Sin embargo, no puedo dar media vuelta. Solo puedo seguir adelante. Si me quedara aquí y fuera en otra dirección, me perdería. Además, el goblin me dijo que fuera en esta dirección.

Dándose ánimos, Lydia acarició con suavidad el anillo de piedra lunar y avanzó.

♦ ♦ ♦

Había un enorme agujero que penetraba por los estrechos cimientos de la pared detrás del armario. Daba a la casa de al lado. Slade mencionó que nadie vivía allí, pero al parecer los secuaces de Príncipe y Ulya habían irrumpido y ocupado el lugar.

Edgar y los demás se apresuraron a atravesar el agujero y pronto llegaron a una extraña habitación con una jaula de hierro en el centro.

—Ah, ¿qué es esto? ¿También tienen una bestia?

—Es Raven —susurró Edgar para sí mismo. Insertó la llave en la jaula y abrió la puerta de par en par. Sin embargo, lo único que salió fue un trozo de pan que rodó por el suelo.

—¿Encerraron al joven ayudante en un lugar así?

¿A dónde había ido esta vez?

—Me olvidé deciros que Raven puede ser más peligroso que una bestia salvaje ahora mismo.

Consternados, los miembros de la Luna Escarlata intercambiaron miradas atónitas.

—Entonces, ¿cómo lo rescataremos cuando lo encontremos?

Con esa pregunta, Edgar comenzó a pensar en su próximo movimiento. Pero de pronto sintió la mirada de alguien, por lo que se giró hacia la puerta.

Ermine estaba allí de pie.

—Por favor, olvídese de Raven. —Su mirada examinó a los miembros de la Luna Escarlata mientras entraba en la habitación.

—¿Por qué debería rendirme?

—El hada de Raven ha reconocido los dos fragmentos de diópsido de Ulya, que ahora es el rey. Está preparado para luchar, a servir como un soldado de Hadiya. Lord Edgar, si recibiera órdenes de matarlo, no duraría en hacerlo.

En otras palabras, la sed de sangre del hada también se había descontrolado, ¿de verdad deberían rendirse?

Aunque el hada haya aceptado a Ulya, de ninguna manera era la voluntad de Raven.

Edgar empezó a acercarse a Ermine. Una vez acortada la distancia, la miró con seriedad. Ella puso una expresión de desconcierto, tensando su bello rostro, pero no apartó la mirada.

—No se te ordenó venir a decirme eso, ¿cierto? Deberías seguir las órdenes de Príncipe.

—Aún conservo mi libre albedrío.

—¿Y por eso has venido a advertirme? Deja de dar rodeos. Sabes dónde está Raven, ¿no es así? Te obligaré a hablar si es necesario.

Aunque le dolía hacerlo, Edgar seguía provocando a Ermine con hostilidad.

—Mi orden es llevarlo allí…

—Hmm, así que esto es por Príncipe. Qué escena tan interesante.

—Solo puedo llevar a lord Edgar. Una sola persona —murmuró Ermine para evitar crear tensión entre los miembros de la Luna Escarlata.

Edgar estaba satisfecho con aquello, porque no quería que Raven lastimara a ningún miembro de la organización.

—No estoy solo, Raven también estará ahí —susurró.

Independientemente del estado en el que se encontrara Raven, seguía siendo su sirviente más leal. Así que cuando desafiara en persona a Príncipe, se aseguraría de traerlo de vuelta.

—Llévame allí —le ordenó con firmeza Edgar, aprovechando la oportunidad de que nadie sabía que solo podía llevarlo a él.

Se colocó el abrigo en la mano y volvió a comprobar que la espada de las merrow estuviera en su cintura.

Edgar había heredado el título de Conde Caballero Azul. Se avecinaba una guerra que arrastraría a Inglaterra a la batalla entre la diosa de la guerra y el diópsido. Aunque Ulya tuviera dos de las tres piedras, Edgar aún debía enfrentarse a ella.

El guardián de la espada de las merrow y la banshee del conde habían reconocido a Edgar como el Conde Caballero Azul. Por tanto, no solo planeaba rescatar a Raven, sino también hacer todo lo posible para impedir la resurrección de la diosa de la guerra. Una tarea que le había confiado la mujer que luchó contra Príncipe y su organización: la señorita Gladys.

—¿De verdad no pasa nada? —preguntó Ermine.

—Si no me llevas, Ulysses vendrá en tu lugar. Y desde luego no quiero que me escolte él.

Ermine extendió ambas manos hacia Edgar. Luego, le puso una mano en el hombro. Al siguiente momento, Ermine empezó a formar un círculo mágico. Ante ello, Jack y Louis pasaron a la acción.

—Todo irá bien. Por favor, cierre los ojos.

Edgar cerró los ojos por un momento.

De repente, el escenario que lo rodeaba cambió a un jardín vacío. Parecía que llevaba mucho tiempo abandonado. El cesped había crecido con total libertad y los macizos acogían flores marchitas. Las baldosas de las aceras estaban rotas y con montañas de hojas apiladas encima. Era un paisaje triste.

Edgar y Ermine se miraron cara a cara bajo el arco del pabellón.

Lo que antaño había sido muy frondoso, ahora no era más que enredaderas marchitas, ramas deshojadas y el esqueleto de una cúpula. Si se viera desde arriba, parecería como si estuvieran atrapados en una jaula de pájaros.

Edgar miró alrededor y luego a Ermine. Los ojos marrones oscuros de ella lo observaban con tristeza, pero no contenían odio ni hostilidad. Era difícil imaginar el tipo de relación que tenían.

A pesar de todo, Edgar no podía creer que ella se convirtiera en su enemigo.

—Cuando escapamos de Príncipe, no dormimos durante tres días y tres noches. ¿Lo recuerdas?

Ermine asintió. Quizás ella también estaba rememorando aquella época.

—Cuando por fin nos libramos de la sombra que nos perseguía, nos escondimos en un jardín abandonado como este.

Todos ellos habían pasado por las mismas experiencias y cargaban con las mismas responsabilidades como compañeros. En aquella ocasión, treparon a los árboles que había sobre el pabellón en ruinas y durmieron apretujados. Mientras dormían, Edgar contempló la luna entre las hojas, tramando todo tipo de planes para el futuro.

¿Cómo quería vivir? ¿Cómo debía proteger a sus compañeros del rastreador y escapar de Príncipe?

Fue lo mismo para Ermine.

—¿Cómo podría olvidarlo…?

Ermine lo miró a los ojos. Los de ella no eran diferentes a los de esa época.

Para que fuera feliz, él siempre intentó protegerla. Pero ahora que la veía, se dio cuenta de que el afecto que ella sentía por él seguía siendo el mismo que el del pasado. Y pensó que estaba siendo muy egoísta al negarse a compartir sus sentimientos pero esperando que consiguiera la felicidad.

Aunque no le había dado muchas vueltas, Edgar tampoco era el mismo de antes. Seguía siendo importante para Ermine como en el pasado, pero no era el mismo.

No creía que ese fuera el motivo de su traición. Sin embargo, que ella no pudiera encontrar un lugar a su lado podría haber sido una de las razones principales.

—Hacerme esperar en un lugar así. Príncipe tiene mal gusto, ¿no? —Ante esas palabras, Ermine mostró decepción en su expresión solitaria—. No lo dije para evocar recuerdos de Príncipe.

Ermine parecía haber despertado de su aturdimiento. Le dio la espada, dispuesta a marcharse, pero Edgar la agarró del brazo.

Puede que ya no vuelva a tener la oportunidad de decírselo, así que debo hacerlo ahora, pensó al instante.

—Ermine, espero que me perdones.

—¿Perdonarle? ¿Aunque fui yo quien lo traicionó?

—Amo a Lydia.

—Lo sé.

—Antes solía creer que, aunque me odiaras, podría entregarte mi vida. Pero ya no puedo hacerlo. Mi vida le pertenece a Lydia. Solo puedo morir por ella. Quiero vivir junto a ella. —Sentía que sus palabras eran crueles, por lo que se mostró preocupado. Aun así, prosiguió—: Estás en mi corazón. Más que una amante, más que nadie, creo que nunca se podrá cortar el vínculo de familia que existe entre nosotros. El amor que querías de mí no era imperecedero, pero yo quería transmitírtelo de otro modo. Pensé que podría soportar todas las penurias que sufriste. Tal vez no fueran más que mis propios pensamientos pretenciosos.

—Lord Edgar, no es así. Recibí más amor del que esperaba de usted.

—Pero me temo que no fue suficiente, ¿verdad? Eras muy importante para mí, por lo que creí que si solo guardabas la distancia, podrías olvidar el doloroso pasado. Sin embargo, tal vez solo quería simplificarlo.

Ermine debería haberlo esperado. Pero siguió persiguiéndolo pese al dolor.

—Después de conocer a Lydia, lo entendí. Aunque nada me resultaba fácil, a pesar del dolor, seguí desarrollando sentimientos de los que no podía deshacerme. La involucré en esto, aunque pueda salir herida y, aun así, no quiero dejarla ir. Sé que si le llegara a pasar algo, me arrepentiría hasta la muerte, pero no puedo dejarla.

Ermine suspiró con suavidad y pareció esbozar una débil sonrisa.

Edgar por fin experimentaba lo que Ermine siempre había sentido, pero hacia otra chica. Los labios de ella se curvaron en una sonrisa amarga.

—Para la señorita Lydia, siempre que no la haga enfadar, está bien. —Un comentario mordaz y directo. Ese era el verdadero estilo de Ermine.

Edgar le soltó la mano y ella retrocedió, mirando al cielo a través de las ramas secas.

—Príncipe está ahí. Ha estado observando sus movimientos.

En el lejano cielo, flotaba un globo. Parecía aproximarse al jardín.

¿Deseaba presenciar con gozo el sufrimiento de Edgar al ser asesinado por Raven, a quien intentaba rescatar?

Si Raven estaba del bando de Edgar, intentaría frustrar la batalla, lo cual lo conduciría a morir en su lugar.

—¿Este es el reino de las hadas?

—No, es el mundo humano.

Era un alivio. Aun así, tampoco era muy útil ni bueno. Solo había reducido las probabilidades de ser afectado por la magia. Haría lo posible para evitar las inesperadas dificultades que pudieran surgir.

Pero ¿de verdad Raven blandiría un arma contra él? No sabía cómo recuperar el control del hada, por lo que su consciencia solo podía esperar.

En ese momento, Ermine tiró de repente de Edgar. Los árboles empezaron a oscilar.

—Por fin te encontré, conde.

Sin embargo, la voz que oyeron fue un tanto decepcionante.

Al cabo de poco, un gato gris saltó frente a Edgar, cubierto por las ramitas del pabellón.

—Nico, ¿cómo has llegado hasta aquí?

Aunque el hada levantó la cabeza alerta por la presencia de Ermine, se apresuró a decir:

—Los miembros de la Luna Escarlata entraron en pánico cuando tú y Ermine desaparecisteis de repente. Así que me puse en marcha al instante. Los chicos no parecían poder ver el enorme agujero que había en la jaula frente a ellos.

¿Había un agujero en la jaula?

—Ya les he dicho con qué conecta ese agujero y ahora están de camino. No, en realidad, no sé si entendieron lo que les estaba diciendo. De verdad que hacer buenas obras no es nada fácil. En cualquier caso, Lydia escapó de Kelpie y se dirige hacia nosotros.

—¿Viene hacia aquí? ¿Cómo conoce este lugar?

—Bueno, como Lydia no regresó, Kelpie salió a buscarla. No dejaba de gritar frente a la mansión que le devolvieras a Lydia. Por mi parte, le pregunté a un goblin en el camino y fue entonces cuando me enteré de que estaba en camino. Si tomó el atajo del goblin, ya debería estar aquí contigo.

—¿Qué? ¿No es peligroso que venga aquí? Esta es la base de Príncipe.

—Ah, ¿en serio? —Nico dio un respingo. Luego, se escondió entre los arbustos, aunque su cola peluda sobresalía.

Sin embargo, al parecer lo meditó por un momento porque asomó la cabeza y, mirando a Edgar, dijo:

—Lydia tomó el atajo del goblin para llegar aquí rápido. Se preocupa mucho por ti y por Raven, te lo aseguro.

—Entonces sobra decir que la encontraré y la sacaré de aquí.

Nico asintió entre las hojas.

—Lord Edgar, es muy peligroso deambular por aquí. Es una zona frondosa y, por lo tanto, hay muchos lugares donde se podría ocultar el enemigo y desde los cuales podría atacar.

—Ermine, con tus palabras no puedo decidir de qué lado estás.

En lugar de partir con una despedida, Edgar sonrió a Ermine, que guardó silencio.

Era inevitable que tomaran caminos separados. Aunque era diferente a las expectativas de felicidad de Edgar, Ermine ya había encontrado su propio camino, mientras que él había elegido estar con quien más quería. No Ermine, sino otra persona.

—Como dije, con Lydia no puedo controlarme. —declaró Edgar y se marchó.


[1] La Galería Nacional es el principal museo de arte de Londres. Pero no es un museo generalista, pues no exhibe esculturas ni otras artes, las cuales se muestran en otros importantes museos de la capital. En cambio, alberga colecciones de pintura del período 1250 a 1900 procedente de Europa occidental.

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