Por mi culpa mi esposo tiene cabeza de bestia – Volumen 2 – Capítulo 2: La luz y la oscuridad de la Iglesia subterránea

Traducido por Lucy

Editado por Sharon


Hace mucho tiempo, en un lugar compuesto por escaparates acantilados, una costa bombardeada todo el año por furiosas olas y tierras áridas y estériles, vivía gente. Aquellas personas vivían en la pobreza, y apenas podían mantenerse alimentadas día a día.

La gente del pueblo no tenía suerte y luchaba por sobrevivir. A pesar de ello, veneraban a Dios y le ofrecían magras ofrendas de vino y pan recogido del trigo que tenían.

Un clérigo llamado Kamil se detuvo en el pueblo en medio de su peregrinación.

Mientras Kamil se estremecía de dolor por la situación de los pobres habitantes del pueblo, una revelación de Dios descendió sobre él desde los cielos “Salgan y excaven lo que hay en el suelo de la iglesia”. Kamil y sus diez discípulos excavaron en el cementerio y desenterraron sal, una gema tan blanca como la nieve. Apodada “oro blanco”, la distribuyó por todas partes, haciendo florecer la vida de los habitantes del pueblo.

La gente veneró a Kamil y a sus discípulos como santos y los consagró en la iglesia.

—Y la catedral subterránea de Tierra Santa se construyó en los túneles de las minas de sal, ¿correcto? —resumió Rosemarie para confirmarlo con Claudio, que estaba sentado a su lado. Claudio entrecerró los ojos ante los destellos de luz solar que entraban por las rendijas entre las cortinas de la ventana del carruaje. La luz rebotó en su pelaje plateado formando un fino brillo. Edeltraud estaba sentado frente a ellos, apoyado de manera perezosa en la ventanilla.

El carruaje de Rosemarie atravesó las zonas de la ciudad repletas de gente que había acudido a observar el Culto a la Reliquia Sagrada y descendió por una suave pendiente que conducía al cabo.

—Así es. La sal gema no puede extraerse cerca del mar. Nunca sobreviviría a la humedad. El suelo de aquí es una mezcla especial de roca madre y sal gema, que es la razón principal por la que pueden hacerlo. Teniendo en cuenta que el lugar fue de donde se excavó esta “sal milagrosa”, de seguro era el sitio perfecto para construir una iglesia.

—Siendo la “Reliquia Sagrada” lo que se desenterró junto con ella, ¿no? Dicen que puede convertir el agua de mar en agua dulce…

—Sí, eso parece. Aunque el culto a la Reliquia Sagrada se ha estado llevando a cabo durante los últimos diez años y pico, se ha mantenido en secreto por la palabra de Dios hasta entonces.

A Claudio se le formaron líneas de tensión en el hocico y pareció contener el deseo de expresar escepticismo. Rosemarie frunció un poco las cejas.

—¿Intentas decir que es una especie de cuento inventado?

—No estoy diciendo que todo sea falso, pero creo que hay una gran parte de exageración y ficción en la mezcla. Este tipo de historias suelen estar diseñadas para atraer adeptos. Creerlo o no depende de cada uno. Pero quédate tranquila, no estoy negando tu fe.

Él habló con una voz que sonaba tierna, pero la persona misma nunca se creyó esa historia. Si tenía que adivinarlo, tampoco parecía creer en Dios.

El arzobispo Kastner lo aborrecía, así que sería natural que perdiera la fe…

Si los clérigos le habían dicho desde niño que una cabeza deforme era la marca de la herejía, no era de extrañar que acabara así.

En los únicos que confía es en mí, en sus ayudantes y… Él ha apostado algo de fe en mí… ¿verdad?

Sin embargo, no estaba tan segura como para afirmar eso. Rosemarie miró a Edeltraud, que estaba tan callado que sospechó que estaba dormido, y apretó con más fuerza el balde que tenía en el regazo.

—Rosemarie, quédate a mi lado. No, por favor, quédate a mi lado.

Aquellas palabras que aparecieron en su mente despejaron las feas dudas que asomaban en su cabeza.

Por aquel entonces, solo quería creer en lo que decía.

Si Claudio la necesitaba a su lado, ella estaría allí; aquel deseo seguía tan vivo como siempre.

El carruaje ascendió por una suave pendiente y se detuvo con facilidad. Parecía que habían llegado a la catedral. Edeltraud abrió primero la puerta y descendió del carruaje.

La ansiedad hizo que el cuerpo de Rosemarie se paralizara. Había tomado una decisión, pero no iba a materializarla hasta que no borrara por completo su miedo.

Mientras sujetaba el colgante de Kaola que llevaba bajo el vestido y respiraba hondo para recomponerse. Claudio se rió entre dientes.

—¿No hace falta que te pongas el balde?

—Bueno, me gustaría si me lo permitieran…

Un poco de tensión cayó de sus hombros ante la burla de Claudio. Agradecida, bajó del carruaje y se dirigió a la entrada de la iglesia, que parecía tan sencilla de cerca como de lejos. Los caballeros de la guardia y el magistrado acompañante, todos los demás, aparte del séquito de tres personas de Claudio y Heidi, se mantenían en sus puestos.

Se respiraba un ambiente idílico, acentuado por las cabras que pastaban en el patio. Era un espectáculo común en su tierra natal, Volland, lo que la ayudó a tranquilizarse y a recobrar aún más la compostura.

En la arciforme entrada, varios clérigos —sacerdotes y obispos por igual—, les saludaron en silencio mientras se alineaban frente a la puerta.

Lo sabía, cabezas de bestia en cada una de ellas…

Sin embargo, no estaba segura de si esto se debía a que los clérigos no se sentían invitados, o si tenían miedo de Claudio. Estuvo a punto de agachar la cabeza por el miedo, pero luchó con todas sus fuerzas para mantener la cabeza alta y ahogar una sonrisa.

—Su Alteza, el príncipe heredero de Baltzar, Claudio… y Su Alteza, la princesa heredera Rosemarie. Quisiera agradecerles de manera cordial que hayan viajado hasta aquí para hacer esta visita.

Un clérigo fue el primero en saludarles, pero la alegría solo podía encontrarse en su tono, ya que su cabeza era la de un perro marrón de pelo largo.

—Me siento humilde de que el cardenal en persona haya venido a saludarnos. Disfrutó de su estancia en nuestro país hace poco, ¿verdad?

—En efecto, disfruté en especial estando presente en el Combate Imperial y teniendo el honor de verle en acción, príncipe Claudio.

La pareja entró en la Iglesia mientras intercambiaban bromas inofensivas. Una vez dentro, el cardenal se detuvo de repente en seco. Su mirada se posó en la espalda de Rosemarie, y luego se dirigió a Edeltraud, que permanecía en silencio, con la capucha de su capa aún echada sobre la cabeza.

—Disculpe. Tú, el de la capa añil. ¿Podrías ser un hechicero, por casualidad?

—Lo soy. ¿Y qué?

—Lo siento mucho, pero los hechiceros tienen prohibida la entrada en la iglesia. Todas las naciones lo cumplen, así que le agradecería mucho que nos perdonara. Haré que lo escolten a un alojamiento en la ciudad.

Edeltraud se dio la vuelta. Dada la sombría capucha añil que llevaba, tenía un aspecto sospechoso. Después de todo, no tenía nada de piel al descubierto, aparte de la zona de la boca. Y como Rosemarie no se atrevía a preguntar, seguía sin saber su sexo.

—¿Cuál es el razonamiento detrás de esto?

—Es una orden que ha estado en vigor desde la época en que San Kamil aún respiraba en esta tierra. Así que le ruego su comprensión, por favor.

El cardenal cerró su completa falta de explicaciones con una reverencia.

Claudio lanzó una mirada aguda, seguida de otra hacia Edeltraud.

—Debería hacerle saber que yo también soy un hechicero —dijo.

—Ja, ja, ja, tengo fe en que se abstendrá del uso de la magia dentro de los muros de la iglesia, señor.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Rosemarie al darse cuenta de la guerra psicológica que se desarrollaba detrás de esta conversación inocua.

A ver si lo he entendido bien: a los hechiceros se les prohíbe la entrada no porque su maná afecte a la iglesia, sino porque son herejes, ¿verdad?

Se andaba con rodeos, pero eso era todo. Los hechiceros eran condenados al ostracismo incluso en el país natal y devoto de Rosemarie. Cuando aún estaba en Volland, la sensación general de misterio de los hechiceros le resultaba inquietante, algo que ya no sentía ahora.

—Edeltraud, ya has oído al hombre. No ocurrirá nada peligroso en la iglesia. Los caballeros serán suficientes para mantener la guardia. Te agradecería que te mantuvieras a la espera en la posada.

Los miembros del clero se congelaron al escuchar eso. Parecía que el nombre del Archimago de la Nación Mágica de Baltzar era conocido por todo el camino hasta Tierra Santa.

—Bien. Voy a esperar en la posada hasta que terminen los negocios —asintió Edeltraud.

Aún preocupados por no tener al archimago a su lado, lo dejaron donde estaba y se dirigieron a la iglesia. Al entrar, se hizo el silencio. El diseño interior era sencillo, al contrario de lo esperado. En medio de la sala vacía con el techo arqueado, había una escalera de caracol de color marrón oscuro. Pero en lugar de subir, como cabría esperar, descendía en espiral bajo tierra. Lo más probable es que fuera la entrada a la catedral subterránea de la que se rumoreaba. La única decoración destacable era el vibrante tapiz que adornaba la cruda pared de estuco blanco, en el que aparecía una bestia deforme con la mitad superior de un caballo y la mitad inferior de un pez.

—Si son tan amables de esperar aquí un momento —les pidió el cardenal. Luego se dirigió a los clérigos, que estaban de pie unos junto a otros, algo apresurado.

La angustia se apoderó un poco de Rosemarie y le permitió respirar con más tranquilidad. Miró con atención el tapiz. Cada pelo, cada escama, estaba cosido de forma intrincada en el material.

—Es la bestia sagrada, Hipocampo. Has visto pinturas de ella antes, ¿verdad?

—Sí. También se llama “El Guardián del Mar”. Es bastante extraño verlo adornando las paredes de la casa de Dios…

—Bueno, esta es una ciudad costera. Incluso tienen leyendas que el Hipocampo produce sal.

Cabría pensar que una iglesia de Tierra Santa prohibiría venerar a cualquier cosa que no fuera Dios. Tal vez, teniendo en cuenta el vínculo de la localidad con el mar, lo que Claudio le dijo era probable. Rosemarie ladeó la cabeza y se quedó pensativa, dándose cuenta de repente del aspecto sombrío de Fritz. Claudio, que estaba a su lado, de seguro también lo notó. Entrecerró los ojos con desconfianza.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan perplejo?

—Bueno, estaba pensando en lo diferente que es de la iglesia que conozco. Puede que hayan pasado algunos años desde que estuve aquí, pero nunca estuvo tan silenciosa durante el Culto a la Reliquia Sagrada. No para de llegar gente en peregrinación, así que la iglesia está siempre abierta. Que no haya ni un alma fuera de los miembros del clero es muy extraño —declaró Fritz, que solía ser distante, en tono serio. Miró con desconfianza a los cardenales y clérigos que conversaban entre ellos a cierta distancia.

—Es porque tienen un visitante deforme entre ellos, ¿no? De seguro algo a lo que no quieren someter a los fieles habituales.

—Eso no está muy bien, pero espero que sea el caso.

Fritz no parecía satisfecho con esa respuesta, pero cuando el cardenal regresó tras discutir con sus compañeros, dio de inmediato un paso atrás y se colocó en la retaguardia.

—Siento mucho la espera. El conserje encargado de atenderle a usted y a su grupo llegará en cualquier momento.

—Aquí estoy, Eminencia. Estaba haciendo una última comprobación de la habitación a la que les acompañaré —sonó una voz despreocupada procedente de la escalera que conducía al piso inferior, y de ella salió un joven solitario.

Era de complexión delgada y llevaba el pelo largo y blanco recogido en una trenza que le colgaba de la espalda. Daba cierta impresión. Por decirlo con suavidad, parecía frágil: por decirlo de manera cruda, parecía que podría convertirse en la primera persona en contraer tuberculosis por un resfriado común. Sus rasgos nítidos no eran tan cincelados, pero desprendían un aura tranquila. También tenía una mirada aguda, al parecer, resentida, pero su rostro seguía siendo humano. Ese hecho alivió a Rosemarie, pero al instante despertó sospechas.

Alguien con el ceño tan fruncido debería tener la cabeza de bestia, pero…, reflexionó para sus adentros cuando el hombre de pelo blanco se acercó a ellos, sin que ni siquiera el sonido de un paso llamara su atención.

—Encantado de conocerlos. Me llamo Ilse Lancel. Sirvo aquí como obispo. Por favor, si surge algún problema durante su estancia, no duden en preguntarme.

El hombre recitó el saludo más bien rutinario sin pausa, y fue entonces cuando ocurrió.

Su aguda mirada permaneció inalterada, pero su boca se estiró de manera considerada hacia ambos lados y se transformó en un amplio pico de color amarillo anaranjado. Su pelo blanco como la nieve cambió ante los ojos de Rosemarie en plumas grises de aspecto suave y carentes de brillo. El frágil joven de mirada amenazadora, que se presentó como Ilse, se metamorfoseó en un pájaro con un plumaje bastante atractivo que asomaba por la nuca. Le pareció haber visto este tipo de pájaro en un libro, pero no puedo recordar el nombre de inmediato.

En lugar de asustarla, el cambio la tranquilizó. Después de haber visto a Claudio como León de Plata, no quería que su visión se estropeara más de lo que ya estaba.

—A partir de ahora, yo, Ilse, te acompañaré. Por favor, por aquí —dijo el joven con cabeza de pájaro gris en un tono calmante, como de negocios, mientras se alejaba de ellos.

Claudio descendió la escalera de caracol tras Ilse, y Rosemarie le siguió. Al hacerlo, volvió la vista hacia el vestíbulo, y se dio cuenta que el cardenal y los demás clérigos, que volvían a ser humanos. La expresión de alivio en sus rostros irritó a Rosemarie y le arrancó un pequeño suspiro.

♦ ♦ ♦

—Esta es la capilla dedicada a San Kamil. Es la más grande de la iglesia —les informó Ilse, su cuidador con cabeza de pájaro gris, en su típico tono indiferente que delataba cuántos millones de veces había dado esta misma explicación.

Bajar toda la escalera de caracol era como caer al fondo de un pozo. Una vez abajo, navegaron por los complejos pasadizos en forma de hormiguero y tomaron una escalera que conducía aún más abajo. De repente, se encontraron en una zona muy abierta.

El techo de la sala era tan alto que había espacio suficiente para un segundo piso, a diferencia de los techos bajos de los pasillos por los que habían caminado hasta ahora. La multitud de velas encendidas colocadas en los varios candelabros que colgaban del alto techo servían para proyectar una luz caprichosa sobre la capilla. Un sinfín de armazones de madera blanca entrelazados para garantizar la integridad estructural y hacían que la iglesia pareciera más bien un templo antiguo: estaba forjada con misticismo. A juzgar por el edificio simplista de la superficie, uno nunca imaginaría que debajo existiera esta zona sublime.

—¿Las esculturas de la pared son de sal?

Con Rosemarie muda y abrumada, Claudio tomó la palabra, dejando traslucir un poco su sorpresa en el tono.

En las paredes, a izquierda y derecha, estaba tallada la historia de cómo San Kamil descubrió la sal gema tras recibir la palabra de Dios. Y, tras una inspección más detallada, la razón por la que brillaba a la luz de las velas era que, en efecto, se trataba de sal gema.

Ilse oyó la pregunta. Su rostro ya había recuperado la forma humana, pero seguía teniendo esa mirada amenazadora y aspecto estoico. Ahora no parecía temible, pero no dejaba de ser un obispo enigmático; era difícil adivinar en qué podía estar pensando.

—Sí, señor. Todo en esta capilla está construido con sal gema. Las esculturas de la pared, el altar, las estatuas de San Kamil, e incluso los candelabros que hay sobre nosotros.

Al oír eso, Rosemarie levantó de inmediato la vista. Se quedó estupefacta, porque los candelabros parecían de cristal.

—Heidi, mi hermana mayor dijo que era estupendo, ¿verdad? —preguntó Rosemarie a la doncella, que permanecía con discreción detrás de ella.

—Sí, princesa. Nunca hubiera pensado que yo también podría deleitarme con esto. ¿No te dan ganas de darle una lamida para comprobar si de verdad es sal? ¿Solo un poquito?

Ante la respuesta de Heidi, los labios de Rosemarie se curvaron en una sonrisa. Había estado tan preocupada y temerosa de salir al exterior, pero ahora que estaba de verdad fuera, era capaz de ver cosas que nunca había visto antes como ésta.

—¿Has encontrado algo interesante? El obispo Lancel dijo que nos mostraría nuestras habitaciones.

Después de escuchar la introducción de Ilse de la capilla, Rosemarie se dirigió a Claudio.

—Antes de que lo haga, ¿te importaría si ofrezco una oración en el altar del santo?

—Está bien. No me importa.

Claudio asintió con alegría en señal de confirmación, así que Rosemarie se dirigió al altar con Heidi a cuestas. Juntó las manos, rezó en silencio y levantó la cabeza. Una vez que lo hizo, vio una estatua de un hipocampo arrodillado a los pies de la estatua del santo colocada detrás del altar.

¿También está aquí…? Espera.. ¿Eh?

Sintió un repentino zumbido en los oídos. Entonces, un sonido agudo resonó en su cabeza. Sin embargo, escanear su área no le dio una idea de dónde provenía el sonido. Se volvió hacia Heidi con las manos sobre los oídos, pero su rostro no mostraba nada fuera de lo normal.

—¿Oyes algo? Es casi como el grito de un animal…

—No, no oigo nada.

Claudio, que esperaba con los brazos cruzados a cierta distancia para no molestar su oración, negó con la cabeza. Ni Alto ni Fritz, en posición de firmes cerca de la entrada, dieron muestras de sospechas. Sin embargo, Ilse abrió la boca con confianza, como si fuera un hecho.

—Es el sonido del viento. Como puedes ver, esta iglesia utiliza túneles y el terreno, por lo que también hay respiraderos abiertos casi por todas partes. Estamos en el tercer nivel. No podemos descender al décimo nivel, el más profundo, debido al reciente derrumbe de la escalera, pero como está conectado al océano, es necesario que el aire circule.

—¿El sonido del viento…?

Enfocó sus oídos, pero ya no oía nada. Por preocupante que fuera, Ilse podía tener razón. Se conformó con ese pensamiento mientras caminaba hacia las habitaciones de invitados.

Atravesaron un estrecho pasillo de camino a la cuarta planta, donde se encontraban las habitaciones de invitados. A lo largo del pasadizo había varias esculturas que eran un regalo para la vista.

—Como he dicho antes, la iglesia tenía una distribución bastante complicada, por lo que es fácil acabar perdido. Cuando salgan de la sala, por favor, tiren de la cuerda de la campana de la pared para llamarme.

Ilse les dijo entonces que volvería cuando fuera la hora de cenar, y se marchó. Una vez que abandonó la habitación, Rosemarie dejó escapar un suspiro de agotamiento.

La habitación de invitados era casi tan amplia como el salón de los aposentos de Rosemarie en Baltzar, y ni siquiera parecía que estuvieran bajo tierra. El dormitorio era al parecer la habitación contigua. Dentro no había ni rastro de la cama, pero sí muebles como un sofá, un sillón de una plaza y una mesa. Las paredes, al igual que los pasillos y la capilla, estaban revestidas de grabados de delicadas flores. Y en la pared del centro de la habitación, como era de esperar, había otro tapiz de un Hipocampo.

—¿Estás cansada? Descansa aquí un rato. Voy a discutir los planes con la gente que dejé arriba. Fritz, debes conocer el camino si has estado aquí en el pasado, ¿verdad? Ve delante. Alto, quédate en guardia.

Claudio repartió órdenes y luego trató de salir de la habitación sin un momento de descanso, pero Rosemarie se puso en pie.

—Um, iré contigo. Te juro que no estorbaré. Creo que te será más difícil cansarte si estoy contigo… Además, me siento incómoda si me dejan atrás.

Claudio no admitiría estar cansado aunque lo estuviera, así que la idea de que la dejara atrás y se desmayara en algún lugar sin ella cerca la llenaba de preocupación.

Miró con atención los ojos bestiales de Claudio. Por razones que solo él conocía, hizo una mueca de dolor y volvió la cara.

—No, por favor, quédate aquí. Fritz dijo que el interior de la iglesia parecía extraño antes. Puede que sea una preocupación inútil, pero si te ocurre algo, me robará el maná. Si no quieres incomodarme, quédate aquí. ¿Entendido? —declaró Claudio en tono apresurado, dándose la vuelta a paso ligero y saliendo de la habitación en un abrir y cerrar de ojos.

—¡Espere, Alteza! ¿Señora? No haga caso de ese último comentario y quédese quieta hasta que volvamos, ¿de acuerdo? De acuerdo —Y dando una sonrisa irónica, Fritz persiguió a Claudio afuera. Alto hizo lo mismo, dándole un saludo de disculpa, y le informó de que ocuparía su puesto en la puerta antes de salir de la habitación.

Los tres se retiraron tan rápido que Rosemarie perdió la oportunidad de decir algo. Bajó los hombros.

—Heidi, ¿me he pasado de la raya con mis comentarios?

—No, en absoluto, milady. El príncipe Claudio tiene su propia visión de las cosas. También es cuestión de que no te explicas lo suficiente, princesa. Ya me entiende. Es su mala costumbre de siempre —declaró Heidi con una dulce sonrisa mientras Rosemarie la miraba, perpleja, pero recapacitó. Su mala costumbre: para mantenerse firme en su opinión, hablaba de forma cortante y mordaz. Cambiando de opinión y recuperando la compostura, suspiro profundo.

♦ ♦ ♦

Claudio salió de la habitación de invitados y caminó por el pasillo blanco grabado con escenas de Dios con las plantas y los animales del mundo. Pero tras recorrer un buen trecho, se detuvo en seco. Se apoyó con la cabeza contra la pared y se cubrió la cara con la mano.

—Dios, dame un respiro…

—Ese pequeño truco está destinado a darle una impresión equivocada. Quiero decir, sabes que no deberías huir, ¿verdad?

En cuanto oyó aquella sarcástica ocurrencia de Fritz, que le había alcanzado, suspiró.

—No huyo porque quiera.

—¿Es porque sientes el impulso de involucrarte con ella y eso sería un problema? Aunque lo hicieras, no creo que lo fuera.

Claudio lanzó una mirada fulminante a Fritz. ¿Por qué intentaba que todo pareciese tan sencillo?

—Lo sería para Rosemarie. Perdería la oportunidad de volver a Volland incluso después de devolverme mi maná.

Mientras se mantuviera alejado, el divorcio no sería un proceso complicado. Ahora, en este momento, él no quería privarla de la esperanza.

—Nunca fuiste serio sobre dejarla volver y lo sabes. Yo diría que Su Esposa Real está liada con un hombre muy difícil y quisquilloso, ¿no te parece?

Fritz esbozó una sonrisa sugerente. Claudio sonrió de forma sarcástica en respuesta, y se dispuso a continuar el camino, pero sabiendo que él llevaba la delantera, Fritz se abrió paso primero.

♦ ♦ ♦

—Me llamo Adelina. He sido asignada por Su Reverencia Ilse Lancel como su sirvienta personal. Le he traído agua bendita lustral.

Una muchacha uno o dos años menor que ella se presentó a Rosmarie con la cabeza llena de pelo castaño atado en dos coletas trenzadas. Sus grandes ojos marrones algo almendrados temblaban de tensión. Rosemarie sintió un escalofrío, temerosa de que se le cayera la copa que tenía en la bandeja.

Rosemarie había estado deshaciendo las maletas con Heidi desde que Claudio se marchó para ocuparse de sus asuntos. Cuando estaban terminando de recoger el último equipaje, la joven se dejó caer por la habitación.

—Le agradezco su esfuerzo, Lady Adelina.

—Por favor, Adelina solo estará bien, milady. Soy una simple sirvienta, así que ni títulos ni formalidades serán necesarios.

La muchacha mostró a Rosemarie una sonrisa vivaz, obligándola a devolver la sonrisa. Su impresión general parecía querer animar a otros, y quitar los ceños fruncidos. También se parecía un poco a su hermana menor de Volland en algunos aspectos.

—En ese caso… ¿Adelina? ¿Qué es con exactitud esta “agua bendita lustral”?

—Es agua purificada con la Reliquia Sagrada. Todos los que se quedan en la iglesia son tratados con ella. Por favor, tómala para limpiar tu cuerpo.

La palabra “Reliquia Sagrada” despertó la memoria de Rosemarie. Se suponía que esa reliquia era capaz de convertir el agua de mar en agua dulce, así que tal vez este era el producto de la vida real.

—De acuerdo, lo haré, entonces. Tomaré un poco más tarde. Gracias por traerlo.

—No pienses nada; no necesitas agradecérmelo. Oh, pero…

Adelina dejó la bandeja sobre la mesa y de repente empezó a tartamudear. Sus ojos recorrieron la habitación como si buscaran algo. Al cabo de unos segundos, su cara se cubrió de pelo corto y anaranjado. Un pequeño par de orejas redondeadas y ojos circulares más tarde, su cara había terminado de transformarse en la de una comadreja. Al ver a Adelina así, Rosemarie se puso un poco nerviosa, pero con rapidez se dio cuenta de lo que la chica estaba buscando.

—Si buscas al príncipe Claudio, él ya salió, así que no tienes que temer tanto.

—¡Oh! Oh cielos, ja, ja, ja, mis disculpas.

Adelina dejó escapar un suspiro de alivio, pero su cara seguía siendo la de una comadreja. Aunque era muy consciente de que el miedo no era algo que se limpiara con facilidad, aún así la deprimía.

—Bueno, no puedo culparte por tener miedo. ¿Había algo que necesitabas decirle?

—No, nada. Su Reverencia Ilse me indicó que le saludara y me presentara ya que estaré entrando y saliendo haciendo limpieza y demás. Ah, más importante aún, veo que ya se ha ocupado de su equipaje, pero ¿necesita por casualidad ayuda con algo más?

Adelina se apresuró a suavizar las cosas, haciendo la pregunta con la espalda erguida como una verdadera comadreja. Al ver esto, Rosemarie decidió no entrometerse más y se volvió hacia Heidi.

—Estamos bien aquí, ¿verdad?

—Sí, yo diría que sí. De todas formas, ya casi hemos terminado.

Al oír la respuesta de Heidi, Adelina hizo un pequeño gesto con la cabeza.

—En ese caso, me excusaré. Volveré si es necesario.

Tal vez gracias al alivio de haber aclarado las formalidades, su rostro volvió con velocidad a su forma humana. Adeline juntó las manos delante suyo e hizo una reverencia. Fue entonces cuando Rosemarie se dio cuenta de que se le estaba soltando la trenza.

—Espera. Se te está soltando el pelo. Bueno, con eso debería bastar. Tu pelo es tan bonito.

Alargó la mano y le volvió a trenzar el pelo, haciendo que Adelina se quedará paralizada con los ojos muy abiertos.

—Siento haberte asustado. Me recuerdas tanto a mi hermana menor, que no pude evitar…

—Lamento haberte incomodado de esa manera. Muchas gracias.

Adelina se apresuró a inclinarse y abrir la puerta para salir, pero en ese momento sacudió la cabeza como si intentase quitarse algo y se volvió para mirar a Rosemarie: su rostro se había transformado de nuevo. Rosemarie se preparó para lo que la chica tuviera que decirle.

—Um… ¿Por casualidad tuvo una sensación de incomodidad una vez que entró en esta iglesia?

—¿Incomodidad? Bueno, el padre Fritz, es decir, el clérigo que trajimos de Baltzar, mencionó algo sobre que aquí todo estaba muy tranquilo teniendo en cuenta la ocasión, pero…

¿Quizás eso significaba que la suposición de Fritz era cierta? Fue una pregunta que la dejó con un mal presentimiento, por lo que agarró el colgante de Kaola con fuerza.

—Sí, bueno, verás… Eso es porque en este momento están limitando a quién se le permite la entrada —les informó Adelina con voz constreñida. Rosemarie, desconcertada, miró con atención a Heidi y viceversa—. Esto puede resultar bastante inquietante de oír… Pero la verdad es que me he enterado de que, ayer, dejaron el cadáver de un ratón en el altar de la capilla dedicada a nuestra gran santa.

Rosemarie se quedó estupefacta. Aunque eso hubiera sucedido en la capilla de San Kamil que visitó hace unos minutos, no había visto ningún rastro de lo que Adelina decía. Ilse tampoco había mencionado nada al respecto.

—Aunque hay un gato que caza roedores por ahí, la forma en que murió este ratón en particular fue especial en el sentido de que…

Tal vez indecisa de terminar su frase, Adelina se mordió el labio por un segundo. Verla tan indecisa le provocó inquietud, y ya no quiso escuchar más; pensó por un tema al que cambiar mientras se frotaba la piel de gallina del brazo.

—Dicen que le faltaban los dos ojos… se los arrancaron…

Rosemarie se tapó la boca rápido. Aunque sentía pena por la criatura, no quería escuchar más. Eso no podría haber sido obra de un gato.

—Lady Adelina, eso podría ser demasiado gráfico para la princesa… —la interrumpió Heidi con tono de reproche, colocando con suavidad sus manos sobre los hombros de Rosemarie para mantenerla firme.

Adelina jadeó e inclinó la cabeza en señal de disculpa.

—Por favor, perdóname por sacar este tema. Sin embargo, como todavía no han encontrado al culpable, creo que sería mejor que limitara al mínimo los paseos por su cuenta —insistió con buenas intenciones. Debía seguir muy asustada, porque todavía tenía la cabeza de una comadreja.

—Te agradezco la advertencia… No olvides cuidarte tú también.

Rosemarie sintió que se estremecía mientras trataba de combatir las náuseas alojadas en su garganta, pero logró contenerse y poner una sonrisa. Adelina se despidió por última vez, y Rosemarie le dio la espalda a la puerta en silencio.

—¿Princesa? ¿Se encuentra bien? —preguntó inquieta Heidi, pero ella la ignoró y corrió hacia el dormitorio con paso inseguro. Se colocó el balde, que tenía cerca de la almohada, sobre la cabeza y se dobló sobre sí misma.

¡Los ojos de un ratón arrancados del cráneo son demasiado aterradores…! ¿Qué está pasando aquí? Esto es Tierra Santa, ¿verdad? ¿Verdad?, pensó temblorosa mientras apretaba los bordes del balde.

Ni siquiera en Baltzar, donde la guerra psicológica formaba parte de los asuntos cotidianos, había ocurrido nunca un incidente tan inquietante y sádico. El hecho de que ocurriera en Tierra Santa lo hacía aún más anormal y aterrador.

Tras acobardarse durante quién sabe cuánto tiempo, Rosemarie pensó en un hecho que le devolvió la cordura.

Oh, ¿debería decírselo al príncipe Claudio? Después de todo, el padre Fritz también estaba preocupado, y esperar a que pase algo más sería demasiado tarde. Sí, tengo que ir y decírselo.

No era el momento de echarse a temblar. Lo mejor que podía hacer era informar lo antes posible.

Una vez que se dio cuenta, sus escalofríos se calmaron como si nunca hubieran ocurrido. En realidad no temía a nada mientras hiciera algo por el bien de Claudio. Tomando un gran respiro para animarse a sí misma, y se puso de pie.

Fue entonces cuando…

—¡¿Yow…?!

El repentino golpe en la nuca obligó a Rosemarie a agacharse.

Ouch… Me parece que ya me ha pasado esto alguna vez..

A pesar del lagrimeo de sus ojos y de luchar contra el dolor, se dio la vuelta y levantó con suavidad el balde para ver a su marido. No sabía cuándo había vuelto, pero estaba allí, en cuchillas, y agarrándose la mandíbula con las manos.

—¡Príncipe Claudio!

Abandonó su balde y se puso pálida mientras corría con torpeza hacia Claudio, pero él la detuvo con una mano. Seguía con su cara de León de Plata, pero en sus ojos se estaban formando lágrimas, lo que significaba que tenían un dolor considerable.

—¿Me estás diciendo que me quede atrás? Lo siento mucho. No me di cuenta de que estabas en la habitación… Um, supongo que duele… mucho… ¿verdad?

Su cuerpo estaba sudando frío, pero estaba preocupada por su bienestar, así que se acercó a él. Tan pronto como lo hizo, Claudio terminó de presionar su mandíbula y habló.

—Eso es… En serio. Mete el maldito balde en el baúl. Ahora mismo. Esa cosa es un arma mortal.

—Sí, señor…

Ella se apresuró a recoger el balde abandonado y lo metió en el baúl, todavía abierto después de haber sido desempacado antes. Claudio tomó asiento en la cama mientras se curaba la mandíbula, tal vez porque la fuerza del impacto había pasado.

—¿Te ha dejado un moretón? Lo siento mucho.

—Estoy bien. Y no, no hay moretones. No puedo creer que escogieras esa oportunidad para saltar. Te juro que, cuando se trata de ti, nunca sé lo que hay en el horizonte —dijo con un largo suspiro, un sonido que hizo que Rosemarie reflexionara sobre su error. Claudio la interrumpió para pedirle que se sentara, y ella lo hizo en la cama, de forma torpe y tímida—. Heidi me contó que una sirvienta te ha dado una noticia inquietante.

—Sí… Por eso pensé que debía informarte lo antes posible, pero, bueno…

No solo no pudo ir, sino que casi acaba causándole daño. Ella había gastado un poco de esfuerzo, y mira lo que había sucedido. Era patético. Demasiado patético.

—Deja de entrar en pánico. Ya me había enterado por uno de los conocidos de Fritz. Me alegro de que hicieras el intento de ponerme al corriente, pero espero que esto al menos te haya ayudado a ver por qué no debes precipitarte.

—Sí, tendré más cuidado con lo que me rodea —respondió ella, asintiendo avergonzada. Claudio pareció devolverle una sonrisa seca, mostrando un poco sus afilados colmillos. Luego alargó la mano y le acarició la nuca.

—No estás herida, ¿verdad?

—Me dolía cuando chocamos, pero ya no… ¿Por qué? ¿Me he hecho un chichón en la cabeza?

—No, ningún chichón. Eres testaruda en más de un sentido —bromeó. Rosemarie se enfadó.

—Bueno, príncipe Claudio, yo diría que su mandíbula es muy robusta, teniendo en cuenta que mi dura cabeza chocó contra ella sin romperla.

Como venganza, Rosemarie acarició la parte inferior de la mandíbula de Claudio, como si le hiciera cosquillas en la barbilla a un gato. La textura era más suave y esponjosa que su melena, y en realidad estaba empezando a calmarla.

—Espera, espera. No me hagas cosquillas. Para. No soy un gato.

La agarró la mano para obligarla a parar, pero la acción también la desequilibró, haciéndola caer contra el pecho de Claudio. Mientras se apresuraba a separarse, el primer plano de la cabeza del León Plateado hizo que su corazón se sobresaltara. Sus expresiones faciales deberían haber sido más difíciles de distinguir en comparación con su rostro humano. Aun así, pudo ver que sonreía con ferocidad.

—Tienes mucho valor, tratándome como a una mascota. En realidad… eso me recuerda. Nunca tuve la oportunidad de probarlo en estas condiciones.

Antes de que ella pudiera preguntar a qué se refería. Claudio pasó con suavidad el dorso de su dedo por los labios de Rosemarie. Le recorrió un escalofrío por la espalda. Esta sensación la confundió. No tenía miedo, pero de todos modos hizo que su cuerpo se tensara.

—¿Te asusto, Rosemarie?

El lenguaje era algo diferente, pero era una pregunta que ya había oído varias veces. No tenía ni idea de cuál era su intención al hacer la pregunta, pero siempre tenía la misma respuesta.

—No —dijo con claridad, mirando con atención a los ojos azules de Claudio. Fue entonces cuando se dio cuenta de que tenían un tono similar al del océano que ella desconocía. Aquellos ojos profundos y quietos se acercaron despacio.

¿Va a… besarme…?

Sus dedos se entrelazaron con los suyos y su brazo la rodeó por la espalda, pero notó que se agarraban con tanta soltura que podría haberse soltado para escapar. Ese agarre suelto parecía decirle que podía escapar si no le gustaba. Le oprimía el corazón.

Puede que esté intentando ponerme a prueba.

Se mareó de ansiedad y se derrumbó cuando Edeltraud los obligó a besarse. Tal vez la estaba poniendo a prueba para ver si de verdad no le tenía miedo, pero la mera sospecha de que Claudio no podía confiar en ella hizo que le doliera el corazón.

Aunque besarse para devolverle el maná era embarazoso, a ella no le disgustaba en absoluto. Disfrutaba charlando y dándole la mano para estabilizarlo, y admiraba mucho la disposición positiva de Claudio. Había momentos en los que estar a su lado hacía que su corazón entrara en un frenesí incontrolable, pero aun así le producía alegría. No estaba con él por obligación por haberle robado el maná. Era solo porque estar con él era algo que ella…

Amaba… ¿Amo… al príncipe Claudio?

Ese sentimiento se depositó en el centro de su pecho.

Tal como dijo en la colina con vistas a Tierra Santa, no le importaba si su rostro era humano o de bestia. Era un gran trabajador, un poco mezquino a veces, y poseía muchas cosas que ella misma no poseía… y amaba a Claudio por todas esas razones.

Por eso quería que él le creyera, aunque no pudiera confesarlo en voz alta.

Volvió a agarrar la mano de Claudio y cerró los ojos despacio. El hecho de que se desmayara cuando intentaron hacerlo antes seguía siendo un misterio.

Claudio se paralizó durante una fracción de segundo, pero apretó con suavidad el brazo que la rodeaba por la espalda. Sus bigotes, que eran mucho más sólidos que su melena, le pincharon las mejillas.

¿Eh? Pero, espera. ¿Dónde están con exactitud los labios de un león?

Nerviosa como estaba, sus pensamientos empezaron a dirigirse en una dirección extraña, pero fueron interrumpidos por algo que se posó en su hombro y se arrastró por toda su espalda y su nuca.

—¡Oh, Dios! ¿Q-Qué es?

Apartando un poco a Claudio, se echó la mano a la espalda para mirar. Sin embargo, una vez que lo hizo, la misteriosa criatura viajó a lo largo de su brazo y saltó hacia el colgante de Kaola que colgaba sobre su pecho.

—¿Eh? ¡¿La ardilla?! ¿Cómo ha llegado hasta aquí…? ¡Oh, no! ¡Príncipe Claudio! ¡No debes aplastarla en tus manos!

La ardilla voladora lanzó una furia de chillidos de protesta cuando Claudio la agarró por su pequeña cabeza y la apartó de Rosemarie. Su mano parecía a punto de apretar en cualquier momento, así que ella se apresuró a aferrarse a su brazo en un intento de sujetarlo.

—¡Ow-! ¡Pequeña…!

La ardilla aprovechó para morder la mano de Claudio y darse a la fuga. Luego, huyó por la puerta de la habitación, aún abierta.

—¡Eek! ¿Qué está pasando? —chilló Heidi mientras los demás entraban en pánico.

—¡¿Eh?! ¿Qué es esto? Espere, Maestro Edel, si usa magia aquí, entonces… Alto, ¡cierra la puerta ahora!

El sonido de metal cayendo, junto con algo pesado cayendo se escuchó provenir desde el salón. El silencio general que ocupaba la zona se rompió a lo grande. Rosemarie, acompañada de Claudio, se asomó con timidez a la sala contigua, que ahora estaba agitada. Su rostro se endureció ante la caótica escena que se presentaba ante ella.

—H-Heidi, ¿estás bien?

El sofá y el sillón estaban volcados y el tapiz había caído al suelo como si lo hubiera derribado una repentina ráfaga de viento huracanado. El jarrón de lirios de floración tardía que había sobre la elegante cómoda estaba destrozado y las flores esparcidas por todas partes. Para colmo, la copa de agua bendita que Adelina había traído antes se había volcado, dejando una mancha húmeda en la alfombra. Lo único que salvaba la situación era que la copa estaba intacta, aunque solo fuera porque era de metal.

Heidi estaba aferrada a la pared, aterrorizada, con el rostro rígido y tenso. Rosemarie corrió a su lado.

—Estoy bien. Solo un poco asustada, eso es todo. Oh, princesa, ese jarrón se ha hecho añicos, así que, por favor, ten cuidado por donde pisas —dijo Heidi, sonriente y aliviada, mientras miraba hacia la esquina de la habitación. Fritz y Alto estaban cerca, concentrados en la misma esquina. A sus pies había alguien en cuclillas sobre sus rodillas.

—¿Lo han atrapado? —preguntó Claudio, y los dos se giraron con sonrisas bastante preocupadas.

El individuo que estaba delante de los dos se puso en pie y también se dio la vuelta. En sus manos estaba la ardilla revoloteando dentro de un familiar orbe de cristal, en el que Rosemarie recordaba haber estado atrapada tiempo atrás.

Sin embargo, dejando a un lado este hecho, se quedó perpleja al ver quién era.

Era un muchacho de su misma edad, unos dieciséis o diecisiete años. Llevaba el pelo corto y blanco y sus ojos azules, de aspecto somnoliento, parecían a punto de cerrarse en cualquier momento.

Tal vez porque su rostro no tenía una expresión distinguible, parecía más un muñeco que un ser humano vivo. Vestía un llamativo atuendo sacerdotal decorado con adornos dorados, por lo que de seguro era un clérigo.

Justo cuando se preguntaba quién podría ser ese chico misterioso, oyó su voz carente de emoción.

—Lo atrapé. Pero está enfadado.

El patrón de discurso escueto junto con esa voz lánguida y monótona… ese par demasiado familiar hizo que Rosemarie se quedara mirando con incredulidad.

—¿Podrías ser…? ¿El mago Edel? —preguntó Rosemarie, asombrada, cuando todas las miradas se posaron en ella.

El joven de pelo blanco miró hacia atrás, ladeando la cabeza con confusión.

—Así es, princesa Volland. ¿Por qué preguntas ahora?

—Espera, ¿estás diciendo que nunca le habías visto la cara al maestro Edel? —preguntó Claudio, sorprendido. Rosemarie asintió con fiereza en respuesta.

—Ni siquiera una vez. Estaba convencida de que era mucho mayor que yo… ¿Eh? Mago Edel, ¿cuántos años tienes?

Le dijeron que el guardia anterior a Edeltraud se retiró cuando el padre de Claudio subió al trono como actual rey de Baltzar. Eso fue hace unos quince años. Lo que significaría que Edeltraud rondaría los treinta, como poco. Pero a juzgar por su aspecto, eso era imposible.

—Sabes que la apariencia y la edad de los hechiceros son diferentes, ¿verdad?

—Los hechiceros envejecen más despacio debido a su maná. Teniendo eso en cuenta, el maestro Edel es incluso mayor que Fritz.

Sus dudas ingenuas se extinguieron al instante gracias a los esfuerzos combinados de Edeltraud y Claudio, pero viendo al chico frente a ella con atención, no pudo evitar dudarlo aunque fuera grosero de su parte.

Siempre había supuesto que mantenían el rostro semicubierto por la capucha añil de su capa para ocultar algún tipo de cicatriz, o algo por el estilo. Pero no era así en absoluto. Entonces, ¿cuál era la razón por la que lo ocultaban?

—Um, ¿hay algún tipo de regla que establezca que el guardia del Bosque Prohibido debe ocultar su rostro?

—No hay ninguna. Pero, si te conviertes en guardia, envejeces aún más lento. Pareces incluso más joven que un brujo normal, así que te faltan el respeto, y es molesto. Por eso todo el mundo suele llevar uno —suspiró Edeltraud. Si ese no fuera el caso, él nunca habría llevado capucha.

—Ya veo… Pero, ¿por qué estás aquí, mago Edel? Creía que a los hechiceros no se les permitía entrar…

—El Archimago Edeltraud está de guardia en la posada. El ayudante personal de Claudio, el clérigo Edel, no debería tener problemas —declaró Edeltraud sin disculparse y con una expresión inquebrantable.

Cuando el cardenal les dijo que los hechiceros no podían entrar en la iglesia, Rosemarie recordó el intercambio entre Claudio y Edeltraud, en el que él puso un extraño énfasis en la palabra “en espera”, lo que hizo que todo encajara.

—Si no están prohibiendo la entrada por el maná, entonces no veo ninguna necesidad de cumplir con ellos, ¿y tú?

Se sorprendió ante el tono de Claudio, que podía imaginar con facilidad acompañado de una sonrisa audaz. Pero sabiendo que un incidente inquietante estaba en marcha y desconociendo lo que se avecinaba a la vuelta de la esquina, sintió que esto podría funcionar. Dejando a un lado su comentario, el hecho de que Edeltraud estuviera allí era aún más tranquilizador.

—Bueno, dejando las cosas como están con el Maestro Edel… Nuestra amiga ardilla voladora es la misma que vino volando hacia nosotros en la colina donde nos tomamos ese descanso, ¿no es así?

—Creo que sí. Esa ardilla también tenía un emblema de una flor plateada en la frente… Debió de colarse en nuestro equipaje. Tal vez no fue tan buena idea darle esa galleta, después de todo…

Fijó los ojos en su frente. Aunque le parecía un dibujo extraño para una ardilla voladora, lo recordaba bien. Era imposible que hubiera dos con esa misma marca.

Rosemarie se acercó a mirar el orbe. Al hacerlo, su colgante de Kaola repiqueteó contra el cristal. En ese momento, la ardilla se tranquilizó y recobró el sentido. Sus grandes ojos se abrieron de par en par y pareció mirar con atención el colgante.

¿Está reaccionando a la Kaola…?

Como prueba, balanceó el colgante y la ardilla volvió a balancear su cuerpo a izquierda y derecha. ¿Tanto deseaba esta semilla?

—Alto, perdona, pero ¿podrías soltar a esa cosa fuera?

—Enseguida, señor —respondió Alto de forma directa a la petición de Claudio. Al intentar quitarle la esfera de cristal a Edeltraud, esta se rompió y se abrió como una burbuja.

Cuando pudieron darse cuenta de lo que ocurría, ya era demasiado tarde. La ardilla había corrido a lo largo del brazo de Edeltraud y había saltado sobre su cabeza.

—¡Se fue por ahí, padre Fritz! —gritó de manera frenética Alto. En respuesta, Fritz recogió el tapiz del suelo, lo extendió a lo ancho y se puso en guardia. Sin embargo, la ardilla lo esquivó con agilidad y se coló en uno de los cajones de la cómoda volcada.

—Cielos, se ha metido dentro…

Antes de que Claudio pudiera sacarla a la fuerza, Rosemarie entró por un lateral.

—Príncipe Claudio, permítame.

Se agachó frente a la cómoda, se quitó el colgante Kaola y lo exhibió ante el cajón donde se escondía la ardilla. Dado que hacía un segundo había mostrado un interés especial por él, no era descabellado pensar que pudiera salir.

La ardilla emitió un par de chillidos cautelosos, pero por fin consideró que era seguro salir y saltó hacia Rosemarie. Sin embargo, su alivio duró poco, ya que algo salió rodando junto con ella. Claudio, de pie junto a ella, lo recogió.

—¿Una joya? ¿Alguien la ha perdido?

Era una joya rojo oscuro tan vibrante como el cielo en el crepúsculo. En su interior había varias piezas de oro talladas de manera fina. Mientras la miraba, Rosemarie se sintió mareada por el intenso color y cerró los ojos. Fue entonces cuando sus oídos oyeron soplar el viento.

¡¿El mismo sonido que había oído en la capilla del santo?!

Era el mismo sonido desgarrador de antes. ¿Significaba eso que también se oía hasta aquí abajo?

Abrió los ojos asustada, solo para descubrir que el sonido había desaparecido sin dejar rastro. Claudio no parecía haberse dado cuenta de nada; estaba mirando la joya con ojos entrecerrados, concentrado.

—Bastante inusual. Nunca había visto una joya de este color de virutas de oro.

—¿Virutas de oro?

Fritz, que estaba volviendo a fijar el tapiz a la pared, se giró de repente, receloso.

—Espera un momento. ¿Acabas de decir “una joya con virutas de oro”? —repitió, acercándose rápidamente. Cuando Claudio le pasó la joya, exclamó desconcertado, con el ceño fruncido y pálido—: ¡¿Qué?! Pero, esto es… Por el amor de Dios, ¿qué demonios hace esto aquí? No son buenas noticias. Porque esto es… de seguro la Reliquia Sagrada.

—¿Qué acabas de decir? ¿Estás seguro? —preguntó Claudio. A pesar de su rostro de bestia, su ceño fruncido era igual de notorio. Rosemarie también miró la joya sin palabras.

—Bueno, hace algunos años que no veo el artículo auténtico, así que no tengo mucha confianza. Yo diría que es un “tal vez”. No puedo imaginar que haya otra joya tan rara e inusual como esta, después de todo.

—Muéstramela, Fritz Belc.

Una vez que Fritz hubo escrutado la joya, esbozó una patética sonrisa y se la entregó a Edeltraud.

—Si esa fuera la Reliquia Sagrada, ¿qué estaría haciendo aquí…? —preguntó Rosemarie, expresando la preocupación más obvia, pero fue recibida con silencio, ya que nadie en la sala sabía qué debía decir. Lo único que sabían era que, si no jugaban bien sus cartas, serían sospechosos de robo. Por no mencionar que esto también implicaba que alguien estaba intentando tenderles una trampa.

—Me lo guardaré por el momento, maestro Edel. Fritz, intenta preguntar de manera casual a tu conocido si hay algún disturbio —suspiró Claudio, tendiendo una mano hacia Edeltraud.

Con expresión solemne, Fritz aceptó y salió rápido de la habitación. Edeltraud entregó la joya a Claudio, perplejo a pesar de su falta de expresión.

—Claudio, puedo sentir el maná de eso.

—¿Maná? ¿Significa que no es la Reliquia Sagrada?

—No lo sé. No sé qué hace que la Reliquia Sagrada sea lo que es, así que no puedo decir nada.

Al escuchar las palabras de Edeltraud, Claudio se cruzó de brazos contemplativo durante un rato antes de levantar por fin la cabeza.

—Supongo que haremos un poco de espera. Puede que no sepamos si se trata de la Reliquia Sagrada o de algún tipo de falsificación, pero mientras no tengamos pistas sobre quién ha perpetrado esto y por qué, será mejor que no hagamos nada imprudente.

Edeltraud y Alto asintieron; Rosemarie también lo hizo, aunque con un poco más de énfasis. Luego tomó aire y por fin miró a la ardilla voladora que seguía aferrada a ella. Era tan dócil que parecía que nunca se había sacudido. Le acarició con suavidad el lomo y el animal entrecerró los ojos. Al ver su reacción, ella sonrió, embelesada.

—Ah, cierto. Tenemos que poner esa cosa fuera.

Claudio tendió una mano a la ardilla, pero esta se hinchó de forma amenazadora. Rosemarie bajó las cejas con impotencia.

—Iré a soltarla fuera. Príncipe Claudio, sería mejor que no se metiera con ella…

—Princesa Volland, eso está siendo atraído por Kaola. Aunque lo sueltes, volverá enseguida.

Los ojos de Rosemarie se abrieron al oír las noticias de Edelatraud. Dado que, entre otras cosas, la había sacado de la cómoda, parecía que era así después de todo.

—¿Por casualidad ya te habías dado cuenta en la colina?

Recordó que Edeltraud parecía muy interesado en la ardilla cuando la soltaron en el bosque.

—Más o menos. Me pareció raro. No es dañina, pero mejor no apartarla. No pasa nada. Mientras tengas el Kaola, se portará bien.

¿Qué se suponía que significaba eso? Ella tenía la sensación de que había algo más en su declaración, pero no creía que la ardilla que dormitaba sobre ella fuera tan peligrosa, así que se reservó sus comentarios.

—Eso no nos deja otra opción. Tendremos que dejarla con el Kaola en el bosque cuando la traigamos de vuelta. Solo vinimos aquí como pretexto para encontrarnos con la vieja guardia, pero entre nuestro problema con roedores residentes y las Reliquias Sagradas que caen en nuestras manos, parece que nos vamos a encontrar con un calvario bastante engorroso.

Mirando a Claudio fruncir el ceño, Rosemarie suspiró, pensando que de seguro había apilado otro asunto sobre la ya altísima pila de problemas.

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