Traducido por Lucy
Editado por Lugiia
La gran sala de conferencias del cuartel general de la 177° División Blindada estaba en penumbra, y solo la luz de la holo-pantalla iluminaba los rostros de los comandantes de las unidades reunidas. La interferencia de la Eintagsfliege, que bloqueaba todos los esfuerzos por observar las profundidades de las zonas disputadas de la Legión, era tan cierta en esta sala como en cualquier otro lugar de la Federación, pero los militares no eran tan incompetentes como para descuidar sus tareas de reconocimiento.
Había algo que ganar incluso de los fragmentos de información que podían recoger. Las fluctuaciones del tráfico. Las señales de ruido captadas por las sondas de reconocimiento autopropulsadas y no tripuladas, su número y su orientación. Los informes de las brigadas de reconocimiento que se aventuraron en las zonas de disputa, arriesgando vidas.
—De acuerdo con nuestros hallazgos, el equipo de análisis integrado ha conjeturado que existe una alta probabilidad de que la Legión se esté preparando para lanzar una ofensiva a gran escala en los próximos días.
El general de división a cargo de la 177° División Blindada, sentado en una silla de cuero al fondo de la sala, suspiró ante este informe.
—Nos lo habíamos imaginado, y, sin embargo… Por fin ha llegado el momento.
Habían predicho que la Legión acabaría organizando una ofensiva para romper cada uno de sus frentes.
Una sombra surgió de repente en la oscuridad. Una joven oficial, con el cabello rubio cortado, los ojos de un tono púrpura y los labios rojos embadurnados de un refinado colorete. Los oficiales morían uno tras otro en el ejército de la Federación, que los enviaba con frecuencia al campo de batalla, y, sin embargo, la insignia del rango de teniente coronel —inusual para su edad— brillaba en su cuello, y llevaba el brazalete de la división de investigación y una medalla de piloto en el pecho.
—¿Qué ocurre, teniente coronel Wenzel?
—Comandante general, señor. Estoy seguro de que la 177° División se reorganizará para preparar esta ofensiva a gran escala. Quisiera pedirle que libere a mi escuadrón en esta ocasión.
La sala de conferencias zumbó con susurros dudosos. El aire se llenó de una enemistad como de aguja, y el general de división suspiró mientras la hermosa mujer que tenía ante sí brillaba con una feroz confianza.
—El Reginleif está todavía en fase de pruebas. Todavía no se sabe si pueden resistir el despliegue por sí solos, y como tal, seguiremos desplegándolos junto con los Vánagandrs.
—Pero si me permite, señor, el escuadrón Nordlicht tiene el mayor número de hostiles abatidos no solo dentro de la 177° División, sino en el conjunto del 8° Cuerpo de Ejército. Creo que este logro es justificación suficiente para su despliegue individual.
—Y su número de bajas es de igual manera elevado… Me temo que un Feldreß que tuvo la mitad de sus fuerzas muertas en acción en su primer despliegue solo no es digno de confianza.
—Piensa en ello como una especie de proceso de selección. El índice de bajas desde entonces ha sido bajo.
Una voz procedente de algún lugar de la sala de conferencias cortó sus palabras.
—Eso es algo bastante descarado, dado que te basas en la experiencia de los Ochenta y Seis… Solo un traficante de armas rehabilitado como tú volvería a enviar a esos pobres niños a la batalla.
La voz estaba impregnada de demasiada indignidad para ser una broma, y la expresión de la mujer se congeló por un momento. Sus ojos vacilaron, como si contuvieran alguna emoción, pero la aguantó al momento siguiente y abrió la boca para volver a hablar.
—La movilidad de mi XM2 Reginleif supera con creces la de la Legión, y dependiendo de la estrategia empleada, su capacidad de combate tampoco es inferior a la de ellos… Si vamos a prepararnos para interceptar la ofensiva a gran escala de la Legión cuando superen con creces nuestro número, las estrategias de grupo que estamos empleando ahora mismo no serán eficaces. Por ello, debemos ir en contra de las estrategias convencionales y emplear grupos de élites exclusivos en combates de pocos contra muchos.
Una vez terminada su declaración, la bella mujer esbozó una sonrisa más suave. Sus ojos morados se fijaron en el general de división que tenía delante. El oficial al mando entrecerró los ojos al devolverle la mirada. Ella era su subalterna en la academia de oficiales militares, y él podía saber lo que esta mujer estaba pensando, incluso sin que ella tuviera que decirlo.
Déjate de tonterías y di que sí de una vez, estúpido escarabajo zángano.
Maldita mujer araña.
—En nombre de la seguridad de nuestra Federación y sus civiles, considere de forma adecuada cómo utilizar mejor mis Reginleifs y el escuadrón Nordlicht, comandante general, señor.
♦ ♦ ♦
Las fuerzas de la Legión se adentraron con éxito en la segunda línea defensiva la noche siguiente, pero fueron rechazadas por una contraofensiva organizada por el ejército de la Federación.
—Eso está muy bien y todo, pero ¿no puedes hacer algo sobre cómo nos están tratando…? Nos envían peticiones de refuerzos a diestro y siniestro, pero una vez que acaban con nosotros, se limitan a arrojarnos a un hangar o a un almacén. ¿Creen que somos perros o algo así?
—Creo que las bases no están equipadas para albergarnos. Son llamamientos de refuerzos especiales, ¿sabes?
Estaban sentados en un rincón de un hangar libre que la FOB 13 les había proporcionado como alojamiento. Raiden estaba sentado en una lona que servía de cama improvisada, y Shin respondía a su pregunta, sentado cerca de una silla sustituta.
Era una mañana temprana del ejército. Desde el exterior del hangar se oían los ruidos del personal de la base de avanzada y de los combatientes preparándose para partir. La base cobraba vida, pero ellos —que no formaban parte de esa base— no tenían nada que hacer.
Por lo general, el escuadrón Nordlicht se encontraba en el cuartel general de la división de retaguardia. Pero al haber sido enviados para actuar como personal de defensa móvil, se encontraban en una posición un tanto peculiar, ya que la base no tenía un edificio de cuartel general para las fuerzas de retaguardia.
En concreto, cualquier base que enviara peticiones de refuerzos se encargaba de proporcionarles suministros y alojamiento para su próxima salida, y debían operar desde esa base hasta que fueran convocados en otro lugar. Esos llamamientos se hacían a nivel de pelotón —y no de escuadrón—, por lo que el escuadrón estaba disperso en diferentes bases. Esta había sido su situación desde que fueron asignados a Nordlicht.
Por fortuna, las bases de avanzada solían acoger a las tropas que no estaban asignadas a ellas, dependiendo de los resultados de la batalla, y nos les faltaban camas y raciones improvisadas. La base les proporcionaba algún alojamiento en el bloque residencial, pero eso estaba asignado a sus miembros femeninos, incluida Frederica.
—Se considera que el Reginleif todavía está en uso temporal de prueba, así que puede que no estén dispuestos a equiparlos para nosotros. No me sorprendería que no tuvieran tiempo para hacerlo de todos modos.
—Sí, después de todo, ayer nos dieron un duro golpe… Así que, según tus predicciones, deberían llegar pronto, ¿no?
Shin se encogió de hombros ante la fugaz mirada de Raiden. La habilidad con la que su hermano le había maldecido seguía activa, incluso después de haber conseguido su objetivo y haberle derrotado, y todavía le alertaba del estado del ejército de fantasmas. La situación no era tan sencilla como para resumirla con un “pronto”.
—Es más bien que podrían atacar en cualquier momento… Llevan mucho tiempo preparados.
Pero el estruendo matutino de la base ahogaba el alboroto de los fantasmas, y a Shin le parecía algo lejano.
♦ ♦ ♦
—Nuestro escuadrón solo acabó perdiendo a dos miembros, Fabio y Beata del segundo pelotón. Ni siquiera era una situación tan peligrosa, pero una unidad de infantería fue atacada por los tipos Grauwolf, y había algunos amigos suyos allí, así que se apresuraron a defenderla.
Caminaban por el pasillo del bloque residencial, con sus pasos chirriando contra el suelo. El escuadrón Nordlicht, que no tenía un cuartel general en el frente, por supuesto no tenía una oficina para que el capitán del escuadrón o su vice-capitán pudieran utilizar. Por ello, Bernholdt siguió medio paso detrás de Shin, limitándose a dar el informe que por lo general habría entregado en la oficina sobre la marcha.
—Esto reduce el escuadrón a veinte. Hemos enviado una solicitud para que nos envíen nuevos miembros, pero la división de blindados normales ha sido golpeada con consideración, así que dudo que tengan a alguien de sobra para nosotros. Siendo técnicos pertenecemos a la oficina de investigación y somos una reunión de mercenarios… Además, nuestro jefe es un bicho raro, incluso para los estándares militares y de la oficina de investigación.
Teniente coronel Grethe Wenzel, oficial al mando de la Unidad de Pruebas 1.028. La habían visto una vez, cuando fueron nombrados, pero no habían hablado con ella.
—Apuesto a que la gente no tiene muy buena opinión de ella, ya que desarrolló el Juggernaut.
—Es la famosa piloto asesina que envió a diez personas al hospital cuando solo estaba en fase de pruebas, después de todo. Y es heredera de una larga familia de propietarios de complejos militares-industriales. Gracias a eso, tenemos muchas piezas de repuesto y aparejos, pero a la gente le gusta llamarla traficante de armas por una razón.
Shin respondió a las palabras de Bernholdt con indiferencia.
—Estamos acostumbrados a que no nos reabastezcan, ya sea equipos o de mano de obra. Pero está bien mientras sigamos recibiendo repuestos.
—Ya se lo he dicho, pero la República estaba mal por hacer eso. Por favor, no nos juzgue con sus estándares de Ochenta y Seis sobre lo bueno y lo malo.
Sin embargo, cuando Bernholdt había escuchado que Shin era un Ochenta y Seis, había parecido más convencido. En aquel momento, el escuadrón de Nordlicht solo contaba con personal suficiente para formar un batallón y tenía como jefe a un capitán del ejército regular. No había sido muy capaz, por decirlo con suavidad, y su falta de mando había provocado la muerte de muchos miembros del escuadrón, incluido él mismo.
El hecho de que Shin, que en ese momento solo era el vice-capitán de un pelotón, acabara asumiendo el papel de capitán se consideró un acto de desesperación. Un recluta novato salido del programa de oficiales especiales no podía desempeñar ese papel.
Pero sea como sea…
—Lo habría tenido fácil en una unidad blindada estándar… ¿Por qué ha venido a una unidad tan ruinosa?
—Aquí es más fácil para mí. La cadena de mando de una unidad normal y las normas de combate dificultan los movimientos.
Cuando pilotaba los “drones” de la República, no había reglamentos de combate que cumplir ni oficiales al mando que le respiraran en la nuca, a excepción de la última. Estaba demasiado acostumbrado a moverse según su propio criterio y a responsabilizarse de sus propios actos, y el método militar estándar de la Federación, consistente en acatar el criterio de un comandante y obedecer órdenes, no le gustaba.
Bernholdt se burló.
—No puedo creer que esté escuchando “es difícil moverse” de un maldito adolescente… Bueno, supongo que no nos quejamos mientras sus órdenes no hagan que nos maten… aunque sea una parca con cara de piedra y un mocoso que sigue corriendo al frente a pesar de ser el comandante y que nos vuelve de verdad locos con ese ruido si resonamos con usted.
Ignorando el sarcasmo impregnado en las palabras de Bernholdt, Shin dirigió su mirada a la ventana. En el exterior, un camión descapotable se encontraba en la carrera asfaltada, rodeado de nubes de polvo. En su maletero había bolsas negras para cadáveres, apiladas unas sobre otras como sacos de patatas. Seguro era los restos de los soldados que habían muerto ayer.
Le vino a la mente, de repente, la idea de que seguro Eugene ya había sido recogido. Había sido su contemporáneo, que había dicho que luchaba por su familia.
Podría preguntarte lo mismo.
Shin sabía lo que Eugene iba a preguntar, pero… ¿cómo habría respondido si se lo hubiera preguntado entonces?
—¿Subteniente? Subteniente… ¿Está escuchando?
Shin volvió en sí, dándose cuenta de que Bernholdt le miraba dudoso.
—Ah, sí. Lo siento.
—Sí, bueno, supongo que puedo entenderlo. Ustedes, mocosos, duermen de verdad por la noche, y las peleas nocturnas están empezando a afectarles… Pero eso es… un pequeño problema —dijo Bernholdt con brusquedad.
Dejó de caminar y miró al frente, bastante sorprendido. Al ajustar su mirada para que coincidiera con la de él, Shin se dio cuenta con exactitud de lo que le molestaba. Sus ojos se posaron en Frederica, quien en apariencia sufría de falta de sueño de varias noches. Andaba descalza en pijama, arrastrando su oso de peluche con una mano, y tenía el cabello revuelto.
Aunque era una clara violación de las normas del ejército, Bernholdt era en principio parte del subgrupo Vargus, que daba muy poca importancia a la disciplina, y a Shin, que en principio pilotaba un dron, no le importaba en absoluto. Pero llevaba una blusa en lugar del pijama, y sus tres botones superiores estaban abiertos. Se deslizaba por su lado derecho, dejando al descubierto sus delgados hombros hasta el pecho. Puede que tuviera diez años, pero seguía siendo una visión problemática.
—Frederica, vuelve a tu habitación y cámbiate o vuelve a la cama.
—Uuuh, Kiri, péiname…
Shin suspiró una vez más.
—Frederica.
Sus ojos parpadearon una vez y luego se abrieron de par en par.
—Shinei… Perdón. Te confundí con…
Ella le dio una respuesta adecuada, pero siguió caminando, lo que hizo que Shin la agarrara por el cuello. Por fortuna, Anju acababa de salir, así que él decidió dejar que ella se encargara de las cosas.
—Lo siento, Anju. ¿Podrías encargarte de esto?
—¿Qué pasa…? ¡¿Ah, Frederica?! ¡Mírate! ¡Ven aquí, rápido! Theo, ¿puedes ir a buscar el uniforme de Frederica?
—¿Me estás dejando esto? Aaah, bien.
Theo, quien pasaba por allí, cambió de dirección y se dirigió a la habitación de Frederica. Al verlo retirarse, Bernholdt abrió la boca para hablar.
—¿Qué estaba diciendo, otra vez…? Ah, sí. Tenemos otro “paquete”. El cuartel general se puso en contacto con nosotros el otro día.
—¿Paquete…? Oh…
Al darse cuenta de lo que quería decir, Shin suspiró. Seis meses más o menos después de ser rescatados por la Federación, empezaron a recibir cartas y paquetes de buena voluntad de “civiles bien intencionados”. Aunque ellos no eran niños pequeños, algunos incluían juguetes de peluche y libros ilustrados y cartas llenas de excesiva emoción. Ernst no reveló sus datos personales, para que los Ochenta y Seis pudieran vivir tranquilos en la Federación. Pero eso solo cimentó su imagen de “pobres niños perseguidos por la terrible República”.
A Shin no le importaba mucho lo que la gente pensara de él, y tampoco le importaba ser objeto de buena voluntad y piedad egoístas, pero que lo convirtieran en un espectáculo no le gustaba.
—Puedes deshacerte como todo, como siempre… Y tener que lidiar con esto cada vez es molesto, así que ¿podrías decirle al cuartel general que se deshaga de ellos cada vez?
—Inspeccionarlos cada vez es una molestia para ellos, y se sienten mal porque usted es objeto de una simpatía barata, así que a los chicos del cuartel general les encantaría hacerlo. Pero algunos harían un escándalo por malversación de fondos y negligencia criminal, así que todavía quieren que le avise.
Mirando hacia atrás, el joven sargento que casi le doblaba la edad se encogió de hombros.
—Todo es cuestión de formalidad, subteniente. Un ejército es una organización formada por personas, después de todo. Y como las personas son irracionales o ineficientes, el ejército está lleno de procedimientos irracionales e ineficientes.
Y bueno, eso era al menos en principio cierto también en la República. Eso le recordó cierta voz, tan clara como una campana de plata. Al principio, le resultaba molesta, ya que la dueña de la voz le daba lata para que rellenara sus informes de combate y enviara sus informes de patrulla, pero…
La voz ronca de Bernholdt le sacó de sus pensamientos.
—Y eso es todo. Con esto concluye mi informe, capitán. Por favor, firme este documento.
Shin soltó un suspiro.
♦ ♦ ♦
—Entonces…
Mientras desayunaban, Theo fingió mal humor.
—¿No crees que enviar a alguien a traer tu ropa, y luego llamarme “tonto insolente” en cuanto abro la puerta, es un trato cruel e inusual? Incluso me tiró su peluche. Y por si fuera poco, después empezó a pegarme.
Theo resumió los acontecimientos que habían sucedido después de que él hubiera ido a buscar el uniforme de Frederica a petición de Anju. Y aunque en realidad no le importaba mucho, seguía haciéndolo pasar por algo importante para poder seguir burlándose de la niña al respecto. Anju, quien había presenciado el desarrollo de todo el resumen, se tapó la boca para ocultar que sus labios se movían en una sonrisa. Raiden y Kurena estaban más asombrados que divertidos, y Shin estaba, como siempre, estoico y apático.
Aunque todos formaban parte de diferentes pelotones del escuadrón Nordlicht, era la primera vez en mucho tiempo que se reunían los cinco. Como estaban a cargo de la defensa móvil, eran enviados sin parar a la batalla. Las defensas del frente occidental eran lo suficiente apremiantes como para que la Federación no tuviera reparos en hacer trabajar a una unidad de prueba —que se centraba en la implementación de un nuevo y sospechoso sistema de armas sin muchos logros en su haber— hasta los huesos.
Frederica agachó la cabeza y se sonrojó.
—Te arreglamos la blusa, pero por alguna razón, te la volviste a quitar.
—Estabas medio despierta como si aún estuvieras en el país de los sueños. Si estabas tan cansada, podías haberte vuelto a dormir.
—¡Aaah, silencio! ¡Silencio, he dicho!
La chica los apartó, sin darse cuenta de la despreocupada consideración que había detrás de las palabras de Theo.
—¡Para que quede claro, la culpa es tuya por no llamar a la puerta y entrar en una señorita cuando estaba en pleno cambio de atuendo! ¿No estás de acuerdo, Kurena?
—Sí llamó a la puerta. Además, tú no eres una dama.
—De todas formas, ¿por qué te quitaste el pijama antes de que volviera con tu ropa?
—El mayor problema es que andabas por el pasillo medio dormida y medio desnuda, Frederica.
—¡No hice tal cosa! ¡¿Y quién dijo eso?! ¡No estabas presente para verlo, Raiden!
La respuesta era obvia. La mirada de todos se fijó en Shin, pero el propio chico procedió a ignorarlo. Frederica cayó de rodillas.
—No sabía que pudieras ser tan malicioso…
—Todo lo que dije fue que si no se puede esperar a que te pongas la ropa o mantengas una conversación de forma correcta, no podemos esperar que te unas a nosotros en las salidas. Sería mejor enviarte de vuelta al cuartel general.
Frederica frunció los labios con desagrado. Cuando Shin se encontró con sus ojos rojos, que la miraban malhumorados, continuó.
—No se puede imponer el reglamento militar a una mascota, y no tienes ninguna obligación de unirte a nosotros cuando salgamos. No te llamaré inútil, pero si no podemos garantizar tu seguridad, será mejor que vuelvas a la retaguardia.
—No puedo hacer eso… He venido aquí para ver las cosas hasta su conclusión.
Raiden sonrió.
—Así que espero que a partir de mañana no andes por ahí medio dormida.
—¡¿No puedes dejar de lado ese asunto?! —le aulló Frederica, con la cara otra vez roja. Los cinco decidieron dejar el tema, ya que burlarse más con ella solo les haría sentirse culpables.
—Bueno, entonces. Supongo que nuestro itinerario es en principio de limpieza.
Una vez terminadas las batallas, los soldados del frente tenían mucho trabajo. Reparar, mantener y reconstruir las posiciones defensivas. Recuperar los restos de las unidades enemigas y amigas derribadas. Y, por supuesto, recuperar los cadáveres de los soldados muertos. Puede que hayan hecho retroceder a la ofensiva enemiga, pero la 177° División Blindada sufrió pérdidas masivas. Con toda probabilidad, todos los lugares a los que fueran estarían faltos de personal.
—Es eso o patrullar las zonas disputadas… Las unidades acorazadas fueron castigadas con dureza en el combate de ayer, así que seguro serán las patrullas.
—Sé que no podemos decir que no lo haremos porque no es necesario aquí, en un ejército estándar. Pero tener que patrullar cuando sabemos que no tiene sentido hacerlo es algo molesto.
—Por otro lado, Anju…
—Lo sé…
Cerrando de golpe un libro de horarios con la ilustración de un adorable personaje de dibujos animados en la portada, Frederica suspiró con un tono impropio de una niña pequeña.
—Todo el mundo te ha hecho trabajar hasta la saciedad y, sin embargo, te has acostumbrado a ello. Sin embargo…
Todos miraron a Frederica con apatía. Mientras Shin y los demás estaban en la academia de oficinas especiales, ella ya se había alistado en la unidad de pruebas y había asumido de forma consciente el papel de coordinadora entre el capitán del escuadrón y la oficina de investigación.
—Grethe te ha convocado. Como tal, hoy volveremos al cuartel general.
♦ ♦ ♦
La base del cuartel general de la 177° División Blindada estaba construida en una antigua base de la fuerza aérea imperial, lo que le otorgaba una abundancia de hangares y estaciones de mantenimiento, así como grandes pistas de aterrizaje que hoy en día solo servían para recibir transportes del interior del país. Uno de estos hangares tenía un cuartel anexo, con una de sus habitaciones convertida en sala de control. Esto servía como cuartel general de la Unidad de Pruebas 1.028.
—Antes de empezar, me gustaría agradecerles a todos su buen trabajo en sus constantes misiones de refuerzo.
La oficial al mando de la 1.028° Unidad de Pruebas, la teniente coronel Grethe Wenzel, les dio la bienvenida con sus labios rugosos curvados en una sonrisa. Se encontraban en una sala de reuniones con una ventana de cristal que daba al hangar, situada un piso por debajo de la sala del cuartel general. Allí estaban reunidos los responsables de la sección de investigación y de la sección de mantenimiento, junto con el capitán del escuadrón y todos los demás Procesadores, es decir, Shin y los otros Ochenta y Seis.
Mirando a los comandantes de la unidad de combate, que rebajaban bastante la edad media de la sala, Grethe sonrió con ironía.
—Nuestra lista ha cambiado desde que asumiste tu nuevo puesto el mes pasado… Parece que los Reginleif son más compatibles con los Ochenta y Seis y los mercenarios.
Veinte de sus “creaciones” estaban alineadas detrás del cristal insonorizado, recibiendo inspecciones y mantenimiento minuciosos después de haber regresado a su puesto habitual por primera vez en un tiempo. El primer Feldreß de alta maniobrabilidad de la historia de la Federación, el Reginleif. Ponía énfasis en la velocidad, con el concepto de “maniobrabilidad que no da al enemigo la oportunidad de bloquearse”. Era la manifestación de los ideales de Grethe y de su extensa labor teórica.
El Vánagandr era potente con su cañón de 120 mm, pero si le daban en cualquier parte que no fuera la torreta, quedaría destruido de igual forma. En ese caso, renunciar al blindaje y centrarse en la velocidad debería garantizar la seguridad del piloto. Hace un mes, este hangar estaba lleno del impresionante espectáculo de un batallón de cincuenta Reginleif recién estrenados.
Pero ahora los restos de estas creaciones yacían en un abatido montón junto con grandes cantidades de contenedores de proyectiles 88 mm, dejando un llamativo vacío donde antes estaban los otros. Quedaba menos de la mitad de las unidades, y sus pilotos eran estos jóvenes oficiales, todavía en la adolescencia. Y, sin embargo, era demasiado pronto para emitir un juicio. Demasiado pronto…
—Antes de pasar a las directivas, tengo buenas noticias. El otro día confirmamos la supervivencia del Reino Unido de Roa Gracia y la Alianza de Wald. Una de nuestras unidades de patrulla captó una señal sonora inalámbrica.
Se trataba, en efecto, de la última monarquía autocrática al norte de la República y de la Federación (el Imperio en ese momento) y de la nación de neutralidad armada colindante al sur. Con la interferencia de la Legión, había sido imposible averiguar su supervivencia, y mucho menos comunicarse con ellos, pero ahora sabían que ambos, como mínimo, parecían seguir intactos.
—Parece que ambos han conseguido de alguna manera erigir una línea defensiva y mantener el espacio suficiente para sobrevivir. El Reino Unido parece estar avanzando poco a poco hacia el sur, así que pronto deberíamos poder enviar gente hacia allí. Es posible que aún podamos iniciar estrategias de colaboración con ellos. Sin embargo, seguimos sin poder ponernos en contacto con ninguno de los otros países vecinos o con la República de San Magnolia…
Dirigió una mirada en dirección a los procesadores, sonriendo con ironía a Theo, quien colgaba la cabeza con la mejilla apoyada en la mesa, y a Kurena, quien bajaba la mirada con apatía. Ni se preocupaban por la República como su patria, ni la vilipendiaban por perseguirlos. Les resultaba total y por completo indiferentes.
Y eso solo hizo que Grethe se diera cuenta de lo profunda que era la herida. Shin y Raiden escuchaban con atención, pero parecían preocupados por algo, o quizás por alguien. Anju dirigió su mirada hacia ellos, quizá pensando lo mismo.
El jefe del equipo de mantenimiento, un hombre con una melena pelirroja salpicada de canas, abrió la boca para hablar.
—¿Así que puedo suponer que las directivas van a ser malas noticias, teniente Coronel?
Ella asintió ante su pregunta jocosa.
—Me temo que sí… Hemos recibido predicciones de que la Legión podría estar preparándose para una ofensiva a gran escala en un futuro próximo.
El jefe del equipo de investigación, el único civil en la sala, jadeó. Y al mismo tiempo, los jefes de pelotón, que hasta ahora habían parecido aburridos, le prestaron toda su atención. A Grethe no le gustaba la metáfora, pero era como ver a los perros levantarse de su sueño en una perrera al sonido de un cuerno de caza.
—De acuerdo con esta predicción, el ejército del frente occidental se reorganizará para maximizar su potencial de combate. La Unidad de Pruebas 1.028 será adscrita al FOB 15 como escuadrón blindado. Estaremos subordinados al Regimiento 151°, y yo asumiré el mando directo… Ya no estarán divididos en pelotones y pasados por diferentes unidades. Concentraremos toda su fuerza en un solo escuadrón. Ha llegado el momento de demostrar el verdadero valor del Reginleif y del escuadrón Nordlicht. ¿Alguna persona?
—¿Qué escala tendrá la ofensiva?
La reorganización y el cambio de su asignación era algo que Shin había asumido que sucedería o algo que no le importaba. Grethe sonrió ante sus palabras indiferentes.
—Se prevé que seamos capaces de hacerla retroceder con nuestras fuerzas actuales. Tendremos refuerzos preparados por si ocurre lo peor… Lo que me recuerda. He recibido el informe que presentaste sobre esta situación, subteniente Nouzen.
Raiden lanzó una mirada furtiva en dirección a Shin. Él lo ignoró por completo, pero Grethe sí lo captó. Sin embargo, no sabía qué significaba y decidió dejarlo pasar.
—Lo encontré bastante fascinante. Tanto tu análisis como comandante de campo como tu opinión como capitán de una unidad de élite de la República son bastante valiosos. Pero aun así, solo tienes la perspectiva de un campo de batalla bajo la jurisdicción de una división. ¿No crees que predecir una ofensiva a gran escala de todo el frente occidental era demasiado atrevido?
La respuesta de Shin llegó de inmediato, como si hubiera predicho que esa sería su réplica.
—Si el sector de la 177° no hubiera sido un campo de batalla único, incluso dentro del frente occidental, no habría tenido suficiente material para hacer tal conjetura… Durante la última batalla, me pareció que la Legión se retiró. Como si no tuvieran más remedio que retroceder.
No fueron empujados hacia atrás. Ni tampoco fueron atraídos. La sonrisa de Grethe desapareció de repente.
—Cuanto más territorio recuperemos, más larga y delgada será la línea del frente. Seguro aún no han terminado de construir las fortificaciones y las bases de la línea del frente desde que avanzaron hace tres meses… Esta situación no me parece favorable.
—Eres agudo… Estarías más guapo si actuaras un poco más acorde a tu edad.
Shin ni siquiera enarcó una ceja ante su broma. Grethe suspiró.
—Sus palabras tienen mérito, subteniente. Y el cuartel general lo reconoce. Pero si nos contentamos con mantener una línea defensiva, la Federación acabará cayendo. La Legión no desaparecerá si nos limitamos a esperar. Tenemos que avanzar, aunque sea poco a poco, y exterminarlos mientras lo hacemos.
El muchacho no contestó.
—Y si el objetivo de la Legión es atraernos para poder realizar un ataque total, tu predicción supone que su número es demasiado grande. Lejos más allá de lo que la sala de análisis integrado estima.
Incluso superaba el límite teórico de la supuesta potencia del Weisel. Era el tipo de número que pondría las defensas del frente occidental en un estado de absoluta inferioridad, incluso si se añadían todos los refuerzos posibles.
El examen de los informes presentados por este muchacho, por lo general taciturno, dejaba claro que, dado su entorno, tenía una cantidad asombrosa de conocimientos e inteligencia. Tal vez fuera su largo servicio en la República. Tal vez el hecho de haberse visto obligado a luchar contra la Legión en un sistema de armas tan defectuoso le inculcó una tendencia a analizar en exceso al enemigo.
Eso parecía alinearse a la perfección con su inclinación a ignorar las órdenes y las estrategias si era necesario y a actuar por su cuenta (lo cual era algo que Grethe le estaba encubriendo, a la luz de sus logros…). Pero eso servía para demostrar que la República también le había infligido heridas profundas.
—No tienes que preocuparte… La Federación no es la República. Nunca pensaríamos que poner la mejilla ante la amenaza que tenemos delante la haría desaparecer. Nos hemos esforzado en recopilar información y realizar análisis exhaustivos y estamos haciendo los preparativos que necesitaremos. Y sobre todo, la Federación nunca abandonará a un hermano de armas.
No tienes que luchar solo y sin ayuda, como hiciste en el campo de batalla de la República. No tendrás que luchar una guerra solitaria en un estado de absoluta inferioridad, sin información de apoyo, nunca más.
Sin parecer convencido, pero también sin inmutarse en absoluto, cerró sus ojos ensangrentados. Grethe sonrió mientras lo observaba. Seguro aún era demasiado pronto para ganarse su confianza o su respeto.
—Además, nuevos miembros se unirán al escuadrón. Los presentaré, así que por favor, traten de mantener relaciones cordiales con ellos.
♦ ♦ ♦
Habiendo recibido instrucciones de seguirla, Shin y su grupo siguieron a Grethe por el pasillo mientras sus zapatos de tacón alto chocaban de forma estrepitosa contra el suelo a cada paso. Solo los Ochenta y Seis la siguieron; se habían despedido del conocido jefe del equipo de mantenimiento y del jefe del equipo de investigación, que siempre se quedaba boquiabierto ante su extraña conducta durante las inspecciones.
—¿Qué opina del Reginleif, subteniente? ¿Le gusta más que ese ataúd de aluminio que tiene?
Ella sonrió mientras Shin le devolvía la mirada.
—Yo también estuve en la base que te custodió en su día. Estaba a cargo de la contrainteligencia y el control de enfermedades, así que nunca llegamos a hablar… Pero tengo a tu antiguo compañero en mi laboratorio. ¿Quieres verlo?
—No…, gracias.
Había cambiado de unidad con frecuencia, ya que a menudo destrozaba su equipo sin poder repararlo, así que en realidad no lo habría pilotado durante mucho tiempo. Y además, era una vieja unidad suya, un compañero que fue derrotado y al que al final se le permitió descansar. Shin no quería hacer algo que equivaliera a cavar su tumba.
—Creo que he presentado mis informes sobre eso y el para-RAID a tiempo…
La Unidad de Pruebas 1.028 se creó para probar las tecnologías Juggernaut y para-RAID. Uno de sus deberes era presentar informes periódicos sobre ellas y su influencia en el cuerpo humano.
—Sí. Pero quiero escuchar tu opinión, como alguien que pilotó un Feldreß de un sistema similar en la República.
Shin suspiró una vez.
—Si preguntas por el Juggernaut…
Grethe enarcó una ceja.
—Se llama el Reginleif.
—Juggernaut.
—Re-gin-leif.
—Juggernaut.
—Como sea… ¿Y bien?
Grethe sacudió la cabeza en señal de disgusto, y Raiden tosió con torpeza en un intento de reprimir su risa. Shin los ignoró a ambos y continuó.
—Es un ataúd de aluminio que está hecho mucho mejor que el de la República.
Grethe se quedó diez segundos en silencio, sin saber si debía ofenderse.
—¿De verdad…?
—¿Qué, no se ha dado cuenta?
—Lo que dice es que no es más que un asesino de pilotos.
Seguro Grethe estaba demasiado sorprendida para escuchar los susurros de Kurena y Theo. La maniobrabilidad del Reginleif era demasiado elevada para que la gente corriente pudiera pilotarlo. Al fin y al cabo, fue desarrollado con la intención explícita de dotarlo de una movilidad equivalente a la de la Legión, por lo que la seguridad no era, en apariencia, un factor a tener en cuenta.
Y como resultado, todos sus operadores se retiraron durante las fases de prueba, habiendo sufrido heridas por todo el cuerpo. Y cuando se desplegó en combate real, devoró a cualquier procesador ordinario que lo pilotara. Shin, Raiden y los demás lograron pilotarlo solo porque eran Ochenta y Seis. Durante su infancia y su adolescencia, se vieron obligados a pilotar el Juggernaut, que también se construyó sin tener en cuenta la seguridad de sus pilotos, y sus cuerpos maduraron para adaptarse a esa tensión.
—Es una impresión muy… chocante. Ese débil… o mejor dicho, frágil… fracaso de un Feldreß, que me hace cuestionar la cordura de la persona que lo hizo…
Esto no era algo que uno solía decir delante de los procesadores, pero a Shin no le importaba. Al fin y al cabo, era la triste verdad.
—¿Cómo es posible que hayas luchado en esa ruina de Feldreß en la República…?
—Eso es todo lo que teníamos.
—Sí, es cierto…
Ella pareció murmurar algo inaudible. Seguro maldiciendo a la República y su arsenal.
—No creo que sea un mal equipo… Puede elegir sus procesadores, pero su velocidad es una ventaja. Y para lo rápido que es, frena bien, así que tiene una maniobrabilidad flexible. El Vánagandr es como un ataúd de metal, después de todo. El Juggernaut sigue siendo preferible a ese.
Las delgadas defensas del Juggernaut fabricado por la República estaban allí en principio para la tranquilidad, y los Ochenta y Seis no confiaban mucho en la armadura. Este nuevo Juggernaut, desarrollado con una movilidad que no le permitía ser golpeado, era, a sus ojos, preferible al lento y dependiente de la armadura Vánagandr.
—Ya veo… Por alguna razón, eso no me parece un cumplido.
—No intentaba hacerte un cumplido…
Grethe pareció ignorar la burla de Anju. Suspirando con fuerza, dijo:
—¿Y eligieron convertirse en procesadores a pesar de ello?
—He oído que fue usted quien pidió que nos añadieran a los Ochenta y Seis como posibles Operadores, teniente coronel.
—Como personal de prueba y nada más. No creí que te ofrecieras a unirte a la unidad de combate. Y aunque es cierto que su experiencia y habilidades nos han sido de gran ayuda… siendo sincera, no me oponía a enviar a jóvenes soldados al frente. Y mucho menos a ustedes, los Ochenta y Seis.
Grethe se encogió de hombros ante la mirada de Shin.
—Yo también fui Operadora. Hace diez años, cuando empezó la guerra con la Legión. Tenía más o menos tu edad… Una joven cadete de vuelo, pero la Legión nos robó el cielo.
El tipo de cañón móvil antiaéreo, Stachelschwein, y la interferencia del Eintagsfliege seguían manteniendo en jaque la superioridad aérea de la República y la Federación hasta el día de hoy.
—Me ofrecí como voluntaria junto con otros cadetes… Muchos de nosotros morimos. Nos rodearon mientras ese maldito Vánagandr se movía a un maldito paso. No dejaba de pensar una y otra vez: “¿Y si tuviéramos un Feldreß más rápido? Eso es lo que me llevó a desarrollar el Reginleif.
Tras bajar la mirada en señal de recuerdo, Grethe levantó la vista y sonrió con debilidad.
—Agradezco su sincera opinión, subteniente. Los demás también… Intentaré mejorarlo para nuestro próximo reequipamiento, así que espero una opinión más favorable, ¿de acuerdo?
Al cruzar la puerta de la base, recorrieron un camino de asfalto recién pavimentado. Incluso después de que ese camino terminara, siguieron caminando, entrando en las praderas de verano. Los ojos de Shin se detuvieron al notar un conjunto familiar de rieles oxidados, divididos en ocho, bajo la hierba.
—La última vez que pasaron por aquí, este lugar aún estaba bajo el control de la Legión.
Grethe se volvió hacia ellos, con sus labios rojos curvados en una sonrisa orgullosa.
—Pero en los últimos seis meses, hemos conseguido recuperar nuestras tierras, retrocediendo hasta aquí.
Shin pudo oír un suspiro detrás de él.
En medio de las praderas de verano, rodeadas de flores blancas, cinco armas móviles de la República —cuatro Juggernauts y un Scavenger solitario— yacían consagradas en un ataúd de cristal.
—Los encontramos cuando nuestro frente se amplió. Sé que te parecerá desagradable, pero tuvimos que hacer algunas inspecciones en ellos. Lo mismo ocurre con los nombres del monumento… Volvimos a poner las placas donde estaban cuando terminamos de grabar los nombres en ellas. Puedes estar tranquilo.
Grethe puso una mano sobre el solemne monumento de piedra que había junto a la vitrina. Estaba construida al estilo de la Federación, que Shin reconoció del cementerio militar que había visitado una vez.
—No sé cómo lo ve la República, pero la Federación considera que los que cayeron en defensa de su país son héroes que hay que venerar. Y por eso los nombres de los caídos se conservan en monumentos, en los cementerios militares… Pero como eran tus compañeros, decidimos dejarlos aquí, en este lugar al que llegaste. Aquí es donde pertenecen, y aquí es donde se quedarán.
De verdad no querían esto, pensó Shin a secas. Ni él ni ellos querían ser conmemorados para siempre a través de esta especie de bonito monumento. Todo lo que quería era que alguien conocido se acordara de él, aunque fuera por un momento…
Me pregunto si la comandante aún se acuerda de nosotros…
Eso era todo lo que había deseado en aquella noche, cuando las flores de las llamas florecieron en el cielo.
—¿Subteniente?
—No es nada.
Sacudió la cabeza.
Parecía que la gente de la Federación veía las cosas de forma diferente a ellos en este aspecto. No esperaba que le entendieran… Pero aun así, estaba un poco agradecido por su intento de ser considerado. Y con este monumento, o incluso con un solo documento que recogiera sus nombres, estas placas ya no eran necesarias para demostrar la existencia de sus camaradas.
Shin dirigió la mirada a los restos de Fido sellados en la vitrina, pensando que esta era una misión a largo plazo que había ordenado al Scavenger.
Que cumpliera con su deber hasta que se deshiciera en polvo.
La Legión tenía sus propias unidades para recoger los restos, los Tausendefúßler. Fido debía vigilar hasta que fuera devorado por uno de ellos o hasta que la lluvia y el viento lo hicieran desmoronarse. Todo lo que tenía que hacer era durar, aunque fuera un poco después de haber agotado las pocas fuerzas que les quedaban…
Pudo oír unos pasos familiares que se acercaban y se detenían detrás de él, las cuatro patas hacían un ruido metálico al detenerse. Shin se dio la vuelta, y su mirada se posó en la gigantesca forma de otro Scavenger, de pie y en silencio. Tenía un cuerpo cuadrado, cuatro patas cortas y dos brazos mecánicos. Era un tipo antiguo, de los que ya casi no se veían en los sectores de la República.
Otro sonido de pasos, esta vez de un par de pequeñas botas militares que se precipitaban hacia él, pertenecientes a Frederica, que corría a su paso, cortando al lado de Raiden.
—¡Oye! Aunque entiendo tu impaciencia, no había necesidad de correr tan rápido como para que me cayera, ¿verdad?
Frederica se quedó jadeando con las manos en las rodillas, y Kurena se llevó la mano a su larga cabellera desde un lado, quitándole las hojas, los pétalos y varios bichos que se le pegaban.
—¿Dónde has estado, Frederica?
Había aparecido para informarles de la reunión, pero se había ido antes de que Shin se diera cuenta.
—Yo… estaba en el laboratorio… supervisando la… activación de este. Grethe y los investigadores… habían estado trabajando en esta… “sorpresa” desde hacía tiempo.
—¿Sorpresa?
—Espera, ¿has venido corriendo desde el laboratorio? ¿Estás bien? No te estás muriendo, ¿verdad?
—Yo… monté en este… casi todo el camino hasta aquí. Pero tan pronto como te vio… aceleró, y me caí.
—Recupera el aliento primero, Frederica. Puedes contarnos todo después.
—¿Y qué pasa con esta cosa…?
Tras tomarse un momento para calmar su respiración, Frederica dio un paso atrás con orgullo.
—¡Me alegro de que preguntes, Raiden! Este es…
—¿Fido? —susurró Shin, cortando sus palabras, o más bien, no escuchándola en absoluto.
Raiden lo miró con cansancio.
—No me digas que ahora vas a empezar a llamar Fido a todas tus mascotas.
—No me refiero a eso…
Frederica sonrió con satisfacción.
—Estaba segura de que te darías cuenta. Pero tienes razón: este es el mismo Fido que luchó junto a ti en el pasado.
Hubo un momento de silencio.
—¡¿Qué?!
Seguido de cuatro voces superpuestas en una exclamación de sorpresa.
Mirando a Fido, los ojos de Shin estaban abiertos de forma inusual por la sorpresa mientras se quedaba congelado en el lugar.
—Cuando inspeccionamos los marcadores de tumba que dejaste, también aprovechamos para analizar este. Su interfaz estaba arruinada sin remedio, pero la unidad central había permanecido intacta de algún modo. Eso nos permitió replicarlo. Hemos mejorado el rendimiento de la máquina hasta el punto de que puede proporcionar un apoyo adecuado, así que puedes esperar que sea un aliado mucho más fiable la próxima vez que salgas.
Frederica añadió que seguía pareciendo tan torpe como siempre, como una especie de rareza humorística del jefe del equipo de investigación que había montado su armazón. Se dio cuenta de que, si la habían dejado atrás con sus preciadas unidades asociadas y los recuerdos de sus compañeros perdidos, esta máquina debía de ser un fiel ayudante para ellos. Así que creyó que dejar su aspecto tal cual les haría felices.
—Sin embargo, este se creía “muerto”. Incluso cuando la pusimos en un nuevo marco, no se encendía, en un principio. Solo empezó a moverse cuando…
Frederica sonrió de repente con amargura.
—Cuando escuchó tu nombre…, Shinei… De verdad te adora.
¿Había una pizca de celos en su voz? Shin, al menos, no lo notó. Para ser honesto, había dejado de escuchar las palabras de Frederica poco después de que ella comenzara a hablar. Se acercó a Fido, que permanecía inmóvil ante él. Se detuvo a un brazo de distancia.
—Pi…
El sensor óptico del Scavenger se desvió hacia él, mirándolo de forma tímida. Shin suspiró.
—Creí que te había ordenado que cumplieras con tu deber hasta que te hicieras polvo. ¿Y tu misión?
—Pi…
Ver a Fido colgar la cabeza con vergüenza (su sensor óptico y todo su armazón se inclinaban hacia delante, dándole esa apariencia) hizo que una pequeña sonrisa se dibujara en los labios de Shin. El fuselaje de esta gran unidad metálica ya no tenía ninguna de sus antiguas cicatrices, y, sin embargo…
—Aun así, me alegro de volver a verte.
—Pi…
Parecía que incluso las máquinas recolectoras de basura se abrumaban de emoción a veces. El sensor óptico de Fido parpadeó, como si se llenara de lágrimas.
—¡Pi…!
En un gesto que seguro era equivalente al de un ser humano que se aferra a alguien en un abrazo, Fido se precipitó con su cuerpo —todas las diez pesadas toneladas— hacia su amo. Previendo que el Scavenger lo haría, Shin se apartó, evitándolo justo a tiempo. Fido siguió corriendo, aplastando la hierba debajo de él mientras era lanzado hacia adelante por el impulso, antes de estrellarse contra los restos de un Löwe con un magnífico y cómico sonido de gong.
—Bueno, no puedo decir que no lo vi venir.
—¿No deberías estar más preocupado?
Solo Frederica parecía entrar en pánico.
—Eh, no te preocupes, Fido no se romperá con tanta facilidad.
—¡Me refería a Shinei, tonto! Puede que lo haya revivido, ¡pero podría haber muerto justo en ese momento!
—Shin de alguna manera siempre sabe cómo se va a mover Fido.
No sabía, ni le importaba mucho, si era el resultado de cinco años de batalla juntos o el hecho de que Fido aprendiera poco a poco a moverse de acuerdo con él, Shin sonrió, pensando que seguro eran ambas cosas, mientras veía a Fido tambalearse hacia él abatido.
♦ ♦ ♦
Grethe observó todo el asunto con una sonrisa de alivio.
Gracias a Dios.
—Por fin ha sonreído…, subteniente.
♦ ♦ ♦
Los procesadores del escuadrón Nordlicht disponían de habitaciones en los barracones del cuartel general de la 177° División Blindada, pero debido a la forma en que estaban asignados, pasaban la mayor parte del tiempo realizando tareas de refuerzo para diversas bases de primera línea y, por lo tanto, hacía tiempo que no estaban en ellos.
Shin estaba acostado en su casi desconocida, pequeña y modesta habitación, por completo absorto en un libro de filosofía, cuando un reservado golpe en la puerta lo despertó. Se les permitía hacer lo que quisieran entre la hora de la cena y el apagado de las luces. El sonido del hangar no llegaba hasta el cuartel, pero el sonido de los soldados alegrándose en la cafetería era el mismo que el del cuartel en el Sector Ochenta y Seis.
Abrió la puerta y encontró a Frederica. Su expresión era tensa y dejó escapar un suspiro de sorpresa.
—Tch… ¿Cuándo dejarás esa costumbre de caminar sin dar pasos audibles…? Es malo para mi corazón.
Pero los hábitos no eran algo que se pudieran cambiar solo por querer, y Frederica sabía muy bien que Shin no tenía ninguna intención de cambiar sus costumbres.
—Para empezar, ¿cómo se silencian los pasos cuando se llevan botas militares…? No hubo ni un crujido en el suelo hace un momento.
—En realidad no estoy tratando de hacerlo.
Al respecto, Daiya, Kaie y Kino siempre decían que era espeluznante porque a veces aparecía por detrás de ellos como una parca de verdad. Frederica asintió en señal de comprensión cuando él se apartó para permitirle entrar. Se sentó en su dura cama y miró la habitación desnuda, sin adornos, casi como una celda de prisión, con el ceño fruncido.
—Una residencia tan lúgubre… Deberías poner un cuadro o una pintura o al menos algunos libros que te gusten para decorar. La decoración es demasiado lúgubre.
—Es solo un lugar para dormir. Tener muchas cosas solo hace que la limpieza sea más pesada.
Para empezar, no leía porque lo disfrutara mucho. Solo le permitía mantener su mente alejada de otras cosas, por ejemplo, las incesantes voces de los fantasmas. Había colocado una estantería improvisada en su habitación cuando estaba en el escuadrón de Spearhead, pero eso era solo porque no podía molestarse en volver a ponerlos en la biblioteca que encontró en las ruinas. Y en el año que había transcurrido desde que la Federación los encontró, Shin había seguido tan desinteresado y despreocupado por su entorno como siempre.
Frederica frunció el ceño, como si hubiera visto a través de él.
—Esto es más que un lugar para dormir, tonto. Es un lugar al que puedes volver. Aunque no sea más que un alojamiento temporal… No deberías dejarlo vacío.
Suspiró, diciendo que podría haber sido aceptable en el Sector Ochenta y Seis. Los Ochenta y Seis de esa tierra podrían haber muerto cualquier día.
—La habitación de Eugene estaba llena de cuadros, que sepas.
—¿La has limpiado?
—No hay escasez de lugares que necesiten más ayuda. Solo ayudé a ordenar sus artículos personales… Todo eran fotos de su hermana menor. Sus padres no dejaron fotos, así que seguro apreciaba mucho más a su último miembro de la familia.
Cuando Shin pensó en que las fotos de Eugene se dirigían a su hermana menor, su corazón palpitó con un débil dolor. Recordó haberla visto una vez, en la biblioteca de la capital. Una niña pequeña, más joven que incluso Frederica. Shin se separó por la eternidad de sus padres y de su hermano más o menos a esa edad, y aunque los incontables días de batalla que siguieron tuvieron la culpa de ello, apenas los recordaba. La idea de que Eugene, quien había luchado por la felicidad de su hermana y había muerto pensando en ella, pasara a ser olvidado… era algo miserable.
—Tal vez no deberías haber preguntado su nombre…
La habilidad de Frederica no funcionaba con personas cuyos nombres no conocía. Solo una vez que hablara con alguien y le preguntara, sus ojos le permitirían ver su pasado y su presente. Si Frederica no hubiera hablado con Eugene esa mañana, no habría tenido que verlo morir ese mismo día.
—Ese no es el caso para ti y tus compañeros caídos, ¿verdad? Yo soy lo mismo. Aunque la muerte me separe de otro… prefiero haberlos conocido a no haberlo hecho. Al fin y al cabo, aún puedo tenerlos en mi memoria.
Shin parpadeó una vez, con lentitud.
—Estarías mucho mejor sin tener compañeros caídos, si puedes evitarlo.
Shin había conocido una pérdida tras otra. Al principio fue su familia, y una vez que lo enviaron al campo de batalla, sus camaradas murieron, uno tras otro. Esas palabras eran sus verdaderos y honestos sentimientos. Nunca se arrepintió del juramento que hizo con sus primeros compañeros. Y había decidido llevar a sus camaradas caídos con él desde entonces.
Pero eso no quiere decir que no sintiera dolor cada vez que perdía a alguien… Y esta chica cargaba con el peso de su caballero convertido en fantasma. No debería tener que soportar más sufrimiento.
Pero Frederica solo se burló.
—¿De verdad eres la persona adecuada para decir eso…? ¿Parca bondadosa…?
—De todos modos, ¿para qué has venido?
Seguro ella no vino aquí solo para criticar su sentido del diseño interior. Parpadeando sorprendida, Frederica parecía haber recordado lo que había venido a hacer, y sus ojos empezaron a moverse con nerviosismo.
—Bueno, verás, el asunto es…
Después de un largo momento de vacilación, siguió mascullando, negándose a mirarle directo.
—Perdóname… por lo de esta mañana. Mm…
Ah. Shin asintió a conciencia. Esta mañana, ¿eh? Ahora que lo pienso, nunca había dicho el nombre de su caballero.
Kiri.
—¿Soy de verdad tan parecido a él?
—Yo no diría que son imágenes de espejo. Pero sus físicos son idénticos. Después de todo, la mitad de tu sangre proviene de su clan.
Frederica sonrió con picardía a Shin, quien se quedó sorprendido por su revelación, como un niño que hubiera hecho una broma con éxito.
—Mi caballero, Kiriya Nouzen, es descendiente del clan Nouzen, al igual que tú… ¿No te ha hablado tu padre de tu genealogía?
—No.
Nadie le había dicho a Shin nada de eso. E incluso si su padre le había dicho algo en ese sentido, no podía recordarlo.
—Estas son tus raíces, seas consciente de ellas o no. Deberías interesarte por ellas… Los Nouzens eran un clan guerrero de onyx que se remonta a los albores del Imperio. Su línea de sangre destacaba en el combate, y sirvieron como guardianes del emperador durante generaciones… Los de nacimiento noble nacían con poderes y habilidades únicas, y algunos descendientes de estos antiguos nobles aún exhiben dichos poderes en raras ocasiones. Es el deseo de preservar estas habilidades lo que hizo que los nobles aborrecieran la mezcla de su sangre con otras razas… Es probable que esa fuera la razón por la que tus padres se fueron a la República, Shinei.
Pero escuchar esto no despertó ninguna emoción particular en Shin, después de todo. Ni la genealogía de sus padres, que lo vinculaba a la Federación, ni las circunstancias que los llevaron a trasladarse a la República. No podía recordar nada de eso… No.
Todo es culpa tuya.
Cada vez que intentaba recordar su pasado, ese era el único recuerdo que le venía a la mente. Incluso si él sabía que no era su culpa.
Que mamá muriera, que yo esté a punto de hacerlo… Todo eso… ¡es por culpa de tu pecado!
Frederica se había sumido en su propia reminiscencia y no notó cómo Shin se había puesto rígido.
—Kiri no era un descendiente directo del patriarcado Nouzen y no estaba relacionado contigo. Era cuatro años mayor que tú… Cuando le vi por última vez, tenía más o menos tu edad.
La revolución se había producido poco después de su coronación, y tras ser expulsada de palacio, Frederica se escondió en una remota fortaleza con el resto de la facción del dictador y los guardias reales durante todo el tiempo que pudo recordar. Era el último reducto de los imperiales: Rosenfort, donde se derramó la sangre de los bárbaros durante los albores del dominio del Imperio.
En una fortaleza llena de adultos, Kiriya, a pesar de ser diez años mayor, era el más cercano a ella en edad y era su único compañero de juegos. La peinaba, recogía flores para ella del jardín y seguía todos sus caprichos sin siquiera fruncir el ceño.
Con el recuerdo en sus ojos, Frederica se rio de repente.
—Pero ese también tenía un carácter serio e inflexible. Del tipo que Raiden seguro llamaría un palo en el barro… Si ustedes dos se encontraran, Shinei, estoy segura de que tendrían muchas disputas.
Dicho en broma, Shinei se burló. No tenía forma de saber la personalidad de este caballero que nunca había conocido, pero por lo que había oído hasta ahora:
—Sí, no parece el tipo con el que me llevaría bien.
—Puedo imaginarlo a la perfección. Te acosaría para que levantaras la vista de los libros cuando te hablan o para que obedecieras las normas y la conducta militar y tú lo ignorarías por completo, lo que haría que se enfureciera cada vez más… Qué visión tan melancólica.
Frederica mostró una leve sonrisa, imaginando a aquellos dos muchachos hablando, que a pesar de la sangre que los unía, nunca se conocieron en vida ni siquiera supieron el nombre del otro.
—Una vez me dijo… que deseaba conocer a sus parientes en la República.
El patriarca del clan Nouzen nunca perdonó en derecho a su hijo por huir del Imperio, pero Kiriya creía que sí. Cuando se enteró de que había nacido sus nietos, les envió en secreto cierto libro ilustrado. Y nunca tiró de verdad las cartas que su hijo le enviaba. Cuando Kiriya le contó esto, le temblaban las manos a pesar de su sonrisa.
Durante los combates al comienzo de la revolución, la familia de Kiriya fue asesinada. También lo fueron sus amigos de otras familias nobles. Pero en realidad, el padre de Kiriya, Sir Nouzen, estaba en malos términos con la dictadura y renunció rápido a sus derechos para unirse al bando de los civiles, e incluso después de la fundación de la República, el clan siguió manteniendo su estatus y se le permitió vivir. Sin embargo, eso fue algo que Frederica aprendió solo después de quedar bajo la protección de Ernst.
Kiriya, quien había estado atrapado en una fortaleza lejana, rodeado y aislado por el ejército civil, no tenía forma de saberlo. Había querido conocer al resto del clan y convertirlos en su familia. Estar solo era demasiado doloroso.
Shin no podía comprender ese sentimiento. Después de todo, había perdido a su familia. Incluso los recuerdos de ellos eran vagos, y no tenía ningún lugar al que llamar su patria. Pero no creía que no tener a nadie de quien depender y vivir con tus propias fuerzas fuera un inconveniente. Para los Ochenta y Seis, que habían hecho de eso su forma de vida, necesitar a otra persona que te ayudara a mantener el sentido de ti mismo era algo que no podían entender.
—¿Cómo se convirtió en Legión?
Frederica guardó silencio por un momento.
—La línea defensiva de Rosenfort era un campo de batalla feroz… El ejército de la Federación pensó que capturándonos a nosotros, podrían acabar con la Legión.
Es cierto que el primer ministro y los guardias reales tenían la autoridad para comandar a la Legión y los habían enviado a vigilar su posición defensiva. Pero la Legión, que fue desarrollada como armas de aniquilación que no podían tomar prisioneros ni distinguir a los civiles de los soldados, no tenía la capacidad de entender órdenes complicadas. El hecho de que había muchas situaciones que requerían el despliegue de los guardias reales con la Legión, unido al hecho de que el despliegue de la fuerza humana con la Legión estaba prohibido, llevó a la muerte de muchos guardias reales en la batalla.
Y Kiriya, que era el guardia real más joven y el caballero personal de Frederica, fue enviado a la batalla con frecuencia. Y fiel a la sangre del que una vez fue considerado el mayor clan guerrero del Imperio, mató a muchos soldados de la Federación.
—Y en poco tiempo, la cordura de Kiriya comenzó a fallar.
Había perdido a su familia y amigos en la revolución, y la tierra natal en la que creció era ahora territorio enemigo. Sus compañeros de la guardia real fueron cayendo poco a poco en la batalla, y la espada de su ofensiva se fue desgastando poco a poco. Kiriya seguro había perdido demasiado…
Defender a Frederica se convirtió en todo para él, y dedicó todo su ser a luchar por su seguridad. A menudo le sonreía, de pie, junto a un Feldreß manchado de sangre después de apagar las vidas de los soldados de la Federación.
Su sonrisa era siempre tan soleada y tranquila.
Princesa.
—Y la visión de esa sonrisa… me asustó.
Por eso, Frederica huyó de la fortaleza.
Huyó y pronto fue capturada por el ejército de la Federación. El hecho de que Ernst estuviera en ese campo de batalla fue pura suerte. Se profesaba la muerte de la emperatriz, colgando su manto rojo y negro como prueba.
Y Kiriya lo vio. El poder de conocer el pasado y el presente de los que conocía alertó a Frederica de lo que vio. Sucedió cuando la fortaleza fue en consecuencia conquistada, y las fuerzas de la Federación se retiraron a las ruinas de la guarnición. Los soldados que la capturaron fueron heridos. Por ello, su manto se ensució de sangre. Habiendo luchado y peleado para salvar a su señorita, el entonces joven de dieciséis años vio ese manto manchado de sangre.
El poder de Frederica no podía discernir lo que Kiriya pensaba en ese momento. Pero un Tausendfüßler merodeaba por las cercanías, arrastrándose en busca de materia que reciclar para su esfuerzo bélico. A diferencia de los carroñeros de la República, los Tausendfüßler no tenían prohibido recoger cadáveres, y hacía tiempo que habían aprendido que podían asimilar las redes neuronales biológicas de los humanos y utilizarlas como procesadores centrales.
Así que el ciempiés de acero gigante se acercó a Kiriya, buscando reclamar este maravilloso “premio”… Y Kiriya, quien se quedó inmóvil, no huyó.
—Fui yo quien convirtió a Kiriya en ese monstruo.
Shin no sabía qué tipo de “Kiriya” estaba viendo Frederica en este momento. Él no podía ver las mismas cosas que ella. La Resonancia Sensorial de la Federación permitía a los usuarios compartir solo el sentido del oído. Pero él se había encontrado con el tipo de artillería de largo alcance dos veces y conocía su ferocidad letal. Era natural —por dolorosa que fuera— que Frederica, que una vez lo había apreciado, llamara monstruo a lo que se convirtió.
—Has dicho que la Legión estará pronto sobre nosotros… Kiri seguro vendrá entonces. Y cuando lo haga…
—Lo sé.
Respondió a los insistentes ruegos de la chica con una sonrisa irónica. Pero la única sonrisa que pudo ofrecer como respuesta fue una triste.
—Tú no… Cuando llegue, no te pongas en riesgo y evítalo si es necesario.
Frederica apartó su mirada de la de él.
—Puede que haya olvidado que la gente perece con demasiada facilidad. De la forma más desesperada que pueden luchar por el futuro.
Al igual que Eugene había muerto ayer.
—Es como dijiste antes… Me resisto a tocar la muerte de los demás, la muerte de los que conozco. Si tú o Raiden o cualquiera de los otros murieran solo para que yo pudiera sacar a Kiri de su miseria, la balanza quedaría desequilibrada para siempre. Todos tienen un futuro por delante, y no deben perderlo.
Futuros.
—Un futuro, eh…
La expresión de Frederica se tornó asombrada y algo preocupada.
—De verdad no has pensado mucho en el futuro, ¿verdad? No me gusta mucho la comparación, pero deberías seguir el ejemplo de Eugene. Piensa a dónde te gustaría ir en tu próximo permiso, o algo así. Incluso un pensamiento menor como ese estaría bien. Pero solo… considéralo.
¿Has pensado en lo que harás una vez que te den el alta?
Por un segundo, le pareció oír de nuevo esa voz de campana de plata. Eso fue poco después de la muerte de Kujo, antes de que conocieran sus nombres o incluso sintieran la necesidad de conocerlos.
¿Algún lugar al que te gustaría ir? ¿Algo que te gustaría ver?
En aquel momento, la pregunta le pareció nada más que molesta. Había cortado la idea, diciendo que nunca había pensado en ello, y esa respuesta seguía siendo la misma incluso ahora. Pero si él le hubiera hecho la misma pregunta, ¿cómo habría respondido ella? ¿Qué sintió ella, en esa República que se olvidó de cómo batallar? ¿Qué pensó para tratar de seguir luchando como controladora…?
♦ ♦ ♦
La noche llegó pronto al campo de batalla.
La guerra era una máquina que consumía sin descanso cantidades ingentes de mano de obra y suministros para mantenerse. La división de suministros y, de hecho, la propia Federación no tenían energía de sobra para abastecerse, y encender las luces en el oscuro campo de batalla podía convertirle a uno en objetivo de los bombardeos. A excepción del mínimo de puestos que requerían luz, la mayor parte de la base estaba en el estado de apagón. Esto era cierto tanto para el frente occidental de la Federación como para los ochenta y cinco sectores.
—Shin, ¿has visto a Frederica? Ah.
Fue un poco antes de que se apagaran las luces. Frederica no había vuelto, y Kurena envió a Raiden a buscarla. Llamando a la puerta abierta de la habitación de Shin, se quedó quieto. Era una habitación pequeña y estrecha, como un ataúd o una celda, amueblada solo con un escritorio y una cama. Shin estaba en la cama, recostado contra una almohada como en otro barracón que Raiden recordaba, sumido en sus pensamientos. Y a su lado estaba Frederica durmiendo mientras le confiaba todo su peso, apoyándose en él.
—Je, así que ahí estaba ella. Seguro que le gustas, hermano mayor.
—Solo ve a otra persona en mí…
Hubo una extraña pausa antes de decir eso. Al parecer, el hecho de que le llamaran “hermano mayor” le molestaba. Raiden entonces recordó que una vez hubo alguien así para Shin, también. Era algo que Raiden, quien no tenía ni un hermano mayor ni uno menor, no podía evitar pensar que era intrascendente.
—Ah, claro, ese caballero suyo… ¿Pero no estás haciendo lo mismo? Viendo a alguien más en ella.
La veía como a su compañero Ochenta y Seis… y como a su última controladora, aunque eso era un tipo de lástima diferente. Esas palabras hicieron que Shin se hundiera en la contemplación.
—Sí… Tal vez lo sea… Porque ella es igual que yo en ese entonces.
—¿Lo es?
Enfrentando a esos ojos rojos, Raiden golpeó con las yemas de los dedos su propio cuello. El cuello de la chica no era visible por encima del cuello de su uniforme, pero su caballero nunca dejó una cicatriz en su cuello. Como si dijera que el hermano de Shin, que le infligió esa cicatriz, ya había desaparecido por completo.
Raiden activó entonces su para-RAID, informando a Kurena de que había encontrado a Frederica, y lo apagó tras pedirle que viniera a buscarla. Al poco tiempo, Kurena entró en la habitación y, tras gritar un breve “¡¿Qué haces aquí?!, recogió a Frederica como si fuera un equipaje y se marchó.
Al verlos alejarse, Raiden tiró de la silla del escritorio y se sentó en ella sin pedir permiso. El dispositivo RAID de Shin fue arrojado al azar sobre el escritorio. En apariencia, no lo recogió antes porque estaba acostado.
—Así que presentaste un informe…, ¿verdad?
Seguro Shin no había olvidado cómo Raiden le había advertido acerca de revelar su habilidad cuando acababan de llegar a la Federación.
—Supuse que les diría lo que pudiera. Cuanto más poder de lucha tengamos, mejor.
—Deja eso. No tiene sentido que se lo cuentes porque nadie te cree hasta que lo escuchen por sí mismos. Tú fuiste quien lo dijo, ¿recuerdas? Y aunque te crean, ¿quién sabe lo que provocará? Basta con que alguien resuene contigo una vez en la batalla… No has olvidado lo que ocurre entonces, ¿verdad, Parca?
Cuando estaban en la República, nadie que resonara con Shin y escuchara los lamentos de los fantasmas volvía a conectarse, a excepción de su última controladora. Todos aborrecían a Shin como parca. Los otros Ochenta y Seis procesadores lo soportaron, pero eso fue porque ver a sus compañeros sufrir muertes espantosas era una rutina diaria para ellos. Estaban acostumbrados a los gritos de dolor.
Pero entre ellos, bastantes eludían la presencia de Shin, y los que no podían soportar resonar con él acababan muertos. Se desconectaban de la Resonancia Sensorial y perdían la protección de la Parca, la que tenía el poder de pasar por encima del campo de batalla de la Legión. Y muchos odiaban a Shin por eso.
Y una vez que se conocieran las circunstancias, ¿podría esta Federación aceptar la capacidad de Shin de escuchar las voces de cada Legión? Raiden no creía que lo hiciera. No dejó de utilizar el Juggernaut, a pesar de su tendencia a matar a los pilotos no entrenados, y siguió examinando los efectos del para-RAID en lo que era en esencia experimentación humana. La Federación era lo suficiente fría como para hacer eso.
—La Federación no era tan elevada como se creía, y al fin y al cabo, los Ochenta y Seis no somos iguales a los nativos de la Federación… Por lo que sabemos, todo sería igual, vayamos donde vayamos.
La lástima y el desprecio no eran muy diferentes en cuanto a ser despreciados, y la simpatía unilateral no era más que la pérdida de la voluntad de comprender al otro lado. No se sabía cuándo alguien que ofrecía buena voluntad mostraría sus verdaderos colores, dándose la vuelta para revelar un odio descarnado. No se sabía cuándo alguien podría llamarle monstruo. E incluso si decidían que era útil a pesar de eso…
—La Legión no era la única capaz de destrozar los cerebros de la gente. Eres bienvenido a convertirte en su conejillo de indias si quieres, pero no voy a ser arrastrado a ello y convertirme en un rehén para que ellos cuelguen sobre tu cabeza. No jodas esto.
Esos no eran sus verdaderos sentimientos, por supuesto. Pero sabía que a Shin le importaba más que la gente de su entorno se viera involucrada que su propio bienestar. Shin cerró los ojos y suspiró.
—Lo siento…
—Con decirles todo lo que hiciste debería ser suficiente… Depende de la Federación si quieren creerte o no.
No era un mal país. No querían verlo destruido. Pero ellos y sus compañeros no tenían la obligación de defenderlo hasta la muerte. Eso era todo. Y Shin no era el tipo de persona que evita hacer ese tipo de juicios fríos.
—¿Estás bien?
—¿Qué quieres decir…?
—Pregunto si estás pensando en algo sin sentido… ¿Las palabras de Ernst te han afectado de verdad?
Silencio.
—Frederica me dijo que lo considerara… No es que lo haya hecho antes. Nunca lo he necesitado.
Moriría luchando contra su hermano o perecería en la misión de Reconocimiento Especial. Esos deberían haber sido los únicos resultados disponibles para él. El mero hecho de seguir vivo iba más allá de cualquier futuro posible que hubiera visto para sí mismo. Así que pensar en lo que vendría después era una tarea en especial desalentadora.
Raiden se encogió de hombros cuando le preguntaron cómo se sentía al respecto.
—Creo que todo saldrá bien, de una forma u otra. No tengo ni idea de lo que haré, y dudo que la guerra termine. Pero trabajar en algo para poder ganar lo suficiente para comer… Eso es más fácil que luchar contra la Legión, al menos.
Puede que él tampoco lo haya pensado, pero Raiden no creía que fuera una pregunta tan difícil. Trabajar para seguir vivo solo porque no querías morir era seguro lo mismo en todas partes, ya fuera en los campos de batalla del Sector Ochenta y Seis o en algún futuro desconocido donde la guerra terminara. Y ponerlo todo para vivir hasta el último momento era la forma de vida de los Ochenta y Seis, y esto no chocaba con esa idea.
Pero…
Raiden reflexionó, mirando los ojos rojos y abatidos de Shin. La cicatriz de casi decapitación, la prueba de la terrible atrocidad que le había infligido su hermano, apenas era visible detrás del cuello de su uniforme. Incluso después de haber matado al fantasma de su hermano. Shin seguía siendo perseguido, como por una maldición. La gente como él era diferente a Raiden. Necesitaban algo más para seguir vivos. Algo para contener o tal vez contrarrestar la maldición.
En el borde de su visión, vio algo tirado al azar en la habitación. Un ridículo libro de filosofía en la esquina de la cama, con un trozo de papel encerrado en él, que servía de marcapáginas.
Si estaban en el cuartel de la primera sala de la República, ahora sería cuando su última controladora resonaría con ellos. ¿En qué estaba pensando ahora? O mejor dicho…
¿Qué estaba esperando ella…?
—¿Crees que la comandante está bien…?
Lanzando una mirada fugaz a Raiden, Shin se encogió de hombros en silencio.
Raiden suspiró con fuerza.
Sé un poco sincero contigo mismo, hombre…