Traducido por Herijo
Editado por Sakuya
—¿Qué sucede, Eliza? No te ves bien.
Claudia, quien había permanecido en la antesala esperando mi llegada, se me acercó a hablar. Había intentado mantener una falsa compostura, considerando que aún estaba en los terrenos del castillo, pero ella vio a través de mí. No era sorprendente; nos conocíamos desde hacía mucho tiempo.
—Lo que me pidieron hacer resultó ser un poco peor de lo que esperaba.
—Ya veo. ¿Qué es?
—Tengo que hacer de guardiana para una joven noble de otro país.
—Vaya, eso es definitivamente algo. Puede que no entienda de política, pero es obvio que hay alguna intención política detrás de esto.
Respondí a sus palabras, teñidas de un tono bastante comprensivo, con un asentimiento. Luego me permití exhalar profundamente. Había otros detalles que podía considerar factores legítimos, como mi propio estatus social dentro de la academia, o incluso, posiblemente, que había una influencia aún más fuerte en juego.
Tenía buenas razones para sospechar que el motivo detrás de asignarme como guardiana de Emilia no se limitaba solo a la razón que había pensado antes impulsivamente.
La chica provenía de un país que había sufrido una derrota en la guerra. Y para colmo, su país fue quien inició la batalla en primer lugar. No era en absoluto improbable pensar que Emilia recibiría una creciente animosidad en esas instituciones educativas.
No estaba del todo segura de qué era peor; mi mala reputación o la mala voluntad acumulada hacia ella. Pero en cualquier caso, mantener a Emilia cerca debería evitar que alguien le haga daño. Después de todo… la sórdida fama que me precede venía acompañada de una buena dosis de temor.
Y aquí estaba la esencia del asunto. Me dieron la increíblemente ardua tarea de proteger a Emilia, mientras me aseguraba de no parecer demasiado cómoda a su lado.
Todo esto me estaba dando dolor de cabeza. Aunque no se suponía que debía quedarme en esta institución de aprendizaje durante mucho tiempo, todo esto me hacía querer simplemente faltar.
—Eliza. Aunque no quiero imponer cuando estás haciendo esas caras, hay alguien que se acerca.
Claudia me dio un codazo y me apresuré a volver a la normalidad mi expresión fruncida. Me habría encontrado en un aprieto si alguien me hubiera visto con mala cara después de recibir órdenes del rey.
—Ah, ahí estás. Gracias a Dios que te encontré.
Efectivamente, la persona que asomó su rostro por la entrada a la antesala era un residente de este castillo. Era nada menos que Alfred, el propio príncipe heredero.
—Un honor verle, príncipe heredero. ¿Cuál es el motivo de su visita?
—Bueno. Hay algo que debo decirte…
El príncipe heredero, que hasta ahora había mantenido una sonrisa firme, de repente se encogió de hombros y cayó lentamente en posición agachada.
—¡Su Alteza!
Me apresuré, preocupada al notar lo pálido que parecía. Estaba cubierto de sudor frío.
—Lo siento… simplemente… corrí para llegar… y por eso…
—Por favor, su Majestad. Descanse un momento.
Me sorprendió ver que seguía intentando sonreír a pesar de estar pálido como una sábana. Le ofrecí mi mano. Al sostenerlo por la espalda, pude sentir que temblaba. Parecía que sus rodillas no tenían fuerza alguna y su postura era inestable. Me pregunté si había contraído un resfriado. El clima ha sido más frío últimamente.
Definitivamente no podía simplemente dejarlo ahí. Decidí llevarlo a un lugar cálido… Y, desafortunadamente, no había guardias cerca.
—Clau… En realidad, olvídalo. Por mi descortesía, Majestad, me disculpo de antemano.
Estuve a punto de pedir ayuda a Claudia, pero cambié de opinión en el último segundo y levanté al príncipe heredero por mi cuenta. A estas alturas, no me importaba qué rumores pudieran surgir si alguien nos veía así. Pero Claudia era una recién casada. No podía permitir que ella pasara por eso.
Tampoco tenía la comodidad de cargar al príncipe heredero como si fuera mi propio equipaje, así que lo sostuve para que pudiera recostarse en mis brazos. En otras palabras, lo llevaba al estilo nupcial. Estaba segura de que para un príncipe heredero en plena pubertad, esto podría ser muy humillante, pero… no tenía otras opciones. Tendría que soportarlo.
—¡K-Kal… Kaldia!
—Su Alteza, ¿a dónde debo llevarlo?
Aunque el príncipe heredero no parecía muy pesado, era mucho más delgado y delicado en mis brazos de lo que hubiera imaginado. Era asombrosamente ligero.
Me vino a la mente Elize, con quien había vivido hasta hace unos años en la mansión, cuando la sangre abandonaba sus dedos y se volvían fríos.
—Puedo caminar… Solo déjame caminar, ¿de acuerdo?
—Me pide demasiado, Majestad. Puedo cargarlo ahora, pero dudo que pueda hacerlo por siempre. Seré rápida. Temo no tener la resistencia para cargar a alguien cercano a mi edad por mucho tiempo…
—B-Bien… al invernadero, entonces. ¿Puedes llevarme al invernadero?
—Por supuesto, enseguida.
Tomé nota de su solicitud y me puse en marcha. No importaba cuán ligero fuera; al final, no podría cargarlo eternamente.
—Lo siento, Kaldia.
No sé si el príncipe heredero simplemente se rindió, pero sus ojos se volvieron opacos mientras sujetaba mis hombros en silencio.
Fue entonces cuando decidí que Claudia, que reía a carcajadas detrás de nosotros, no recibiría postres esa noche.