Al límite – Capítulo 146: Celos

Traducido por Anyi

Editado por Tsunai


Hasta el final… la mano del maestro no se atrevió a avanzar más… y le hizo una señal con los ojos a Feng Jun.

Feng Jun finalmente detuvo todo con un gesto.

—Está bien, está bien… ¡Deteneos!

Varias personas seguían en estado de shock, con los músculos de la cara aún rígidos. Nadie sabía quién tomó la iniciativa de aplaudir primero. Al principio fueron solo un par de palmadas dispersas, y pasó un rato hasta que el aplauso se extendió y estalló como un aluvión.

Han Dong saludó educadamente al maestro con un apretón de manos.

El maestro, al sentir la firmeza del apretón, terminó de convencerse de que efectivamente era un hombre… y también ese maldito al que no tenía muchas expectativas.

Mientras tanto, Li Damei, antes alabado como “el mejor”, había olvidado por completo su aspecto.

Por primera vez en su carrera, Li Shang perdió la compostura y simplemente desapareció.

—Por favor, que suban los dos actores al escenario. El maestro y el director Kahn harán su evaluación de este ejercicio —anunció Feng Jun.

Han Dong subió al escenario, pero Li Shang no apareció.

—¿Li Tian Bang? —preguntó Feng Jun, buscando a Li Shang.

Solo un puñado de fanáticos de Li Shang gritó desde el fondo y su asistente, visiblemente inseguro, respondió:

—Li Tian Bang ha ido a quitarse el maquillaje. Su piel es muy sensible y podría sufrir una reacción alérgica.

Se oyó un murmullo entre el público.

Al final, Feng Jun zanjó la situación:

—No hace falta esperar. Cuando el maestro y el director den su evaluación sobre él, la grabaremos para que Li Tian pueda verla después.

El maestro fue el primero en dar su valoración sobre Li Shang:

—Las habilidades interpretativas de Li Tian Bang son muy buenas y su personaje ha sido muy preciso. Me ha alegrado mucho haber compartido escena con él.

Cuando fue el turno de Han Dong, el maestro fue conciso:

—Creo que el presidente Wang me pidió que guiara a Han Dong. ¡Pero esto ha sido demasiado para mí!

La gente estalló en risas y aplausos.

Luego fue el turno de Kahn.

Al igual que el maestro, su discurso fue directo, aunque se tomó un momento para dar también algunos elogios a Li Shang:

—¡Esta película es para el actor Dongdong! Si se atreven a sustituirlo, entonces me pierden —declaró sin rodeos.

En ese instante, Han Dong sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el pecho. Su corazón palpitaba de emoción. Pero justo cuando se dejaba llevar por la euforia, su mirada se deslizó hasta el rostro de la persona sentada junto a Kahn… y recuperó de inmediato la compostura.

Mientras tanto, Li Shang había entrado al baño, donde se lanzó un recipiente de agua fría a la cara. El maquillaje se le corría por completo, y la peluca, mal colocada a los lados de las orejas, lo hacía parecer un lobo desorientado.

Era la primera vez que sufría semejante humillación en un escenario frente al público. Por difíciles que hubieran sido otras ocasiones en el pasado, nunca había sido expuesto de este modo. Esta vez, su entereza como actor se desmoronó por completo.

No solo perdió una competición, también perdió todas sus oportunidades de ascenso.

En el mundo del espectáculo, lo más cruel es que haya dos artistas con el mismo perfil: si uno es inferior, queda eclipsado y arrinconado.

Li Shang había pensado que, si aprovechaba la oportunidad y se adelantaba a Han Dong, podría arrebatarle el camino al estrellato. Pero al final, fue él quien acabó tomando el camino directo al fracaso.

Ya podía imaginar los titulares: cómo, tras esta prueba, pasaría de ser una promesa brillante a un descarte olvidado.

Y para alguien que estaba acostumbrado a ser elogiado constantemente, ¿cómo iba a soportar ahora ser pisoteado?

Fuera de sí, empezó a arrancarse la ropa de mujer como si quisiera desprenderse también de la vergüenza. Justo en ese momento, un hombre entró al baño. Al ver primero el vestido, pensó que se había equivocado de lugar. Pero al fijarse bien y reconocerlo, su rostro mostró una expresión de asco.

—¿Qué miras…? ¡Jodete! —gritó Li Shang, furioso.

Pero tuvo la mala suerte de toparse con alguien de peor genio. Al escuchar eso, el hombre le soltó una patada por detrás.

—¿A quién le estás diciendo que se joda?

Li Shang cayó junto a la piscina e intentó levantarse, pero no pudo. Sintió cómo la pierna le temblaba tras la patada, y el dolor lo obligó a encogerse.

El agresor no se detuvo ahí: le propinó varias patadas firmes mientras le gritaba con rabia:

—¡Muérete, travesti! ¿Cómo te atreves a intimidarme? ¡Pero mírate, por favor!

Li Shang rodó por el suelo, retorciéndose de dolor y pidiendo ayuda a gritos, hasta que por fin llegó el personal de seguridad. Apenas consiguió salir de allí con vida.

Mientras tanto, en la sala de ensayos, los líderes presentes empezaban a marcharse uno por uno.

Los primeros en huir fueron aquellos que habían sido despectivos con Han Dong, intentando evitar a toda costa la vergüenza.

Les siguieron los que habían asegurado que Han Dong perdería sin lugar a dudas.

Un tercer grupo, que había gritado contra él en público, fue retenido por Er Lei. Él se encargó de darles un “consejo” uno por uno. Su papel había sido el de agitar las emociones, alentando constantemente a que se subestimara a Han Dong, todo para que el giro final resultara más espectacular.

—La verdad, os agradezco mucho el esfuerzo —les dijo Er Lei.

—No hicimos gran cosa. El presidente Wang nos pidió que viniéramos a evaluarlo. Y al final, el chico ha aprobado con creces —reconoció uno de ellos, con aire avergonzado.

—No importa. Hicisteis lo que pudisteis. Lo que pasa es que Han Dong es demasiado bueno. El presidente Wang no tenía otra opción —respondió Er Lei con una sonrisa comprensiva.

Aquellos que antes no sabían valorar a Han Dong, ahora no escatimaban en halagos. Le dijeron a Er Lei:

—Deberíamos animarle a que siga trabajando duro. Es muy talentoso. El presidente Wang no debería tenerle prejuicio.

—Las opiniones del presidente Wang no cambiarán tan fácilmente. También necesita aclarar algunas cosas —respondió Er Lei con tono calculado.

—No se preocupe. Vamos a hablarle maravillas de Han Dong al presidente, se lo aseguramos.

—Mmm… perdonad por causaros molestias —respondió uno, intentando quedar bien.

Aún quedaban dos personas que no parecían tener intención de marcharse. Una era Kahn, que llevaba abrazando a Han Dong desde que bajó del escenario. La otra era Yu Ming, que intentaba separar a ambos sin éxito, porque Kahn no quería soltarlo.

—Te admiro muchísimo. Te quiero de verdad. Me voy a las Maldivas pasado mañana y quiero invitarte a venir conmigo. Todos los gastos corren de mi cuenta, ¿qué te parece?

Kahn estaba tan emocionado que hablaba sin parar, y como Han Dong no entendía bien por su bajo nivel de inglés, respondió “vale, vale” a todo sin pensarlo demasiado.

Yu Ming lo apartó de un empujón y le dijo con fastidio:

—¿En serio? ¿A las Maldivas con esos pies mugrientos que no te lavas desde hace tres días? Ya verás tú qué papel protagonista vas a conseguir así… dentro de poco no te querrán ni para figurante.

Han Dong lo miró sin entender: ¿qué Maldivas?

Wang Zhong Ding, que hasta entonces había estado observando con aparente indiferencia, se tensó de inmediato al oír ese “vale” de Han Dong, pero justo cuando iba a intervenir, Kahn lo agarró por el brazo.

—Presidente Wang, de verdad te agradezco que me hayas permitido conocer a Dongdong.

Justo cuando Wang Zhong Ding apretaba los puños con fuerza, Kahn añadió con una gran sonrisa:

—Te admiro muchísimo, Zhong Ding. Eres de los pocos capaces de separar los sentimientos del trabajo. Aunque Dongdong no te guste, lo elegiste sin dudar. Gracias por eso —dijo, y lo abrazó sin previo aviso.

Wang Zhong Ding se tragó en silencio uno de los momentos más bochornosos de su vida.

Esas dos palabras, “gracias”, fueron sin duda las más crueles que ha tenido que escuchar.

Antes de marcharse, Kahn aún tuvo tiempo de volver a insistir:

—No lo olvides: Maldivas. Pasado mañana empezamos.

Han Dong, todavía sin entender nada, volvió a asentir confundido.

♦ ♦ ♦

De camino a casa, Wang Zhong Ding no dijo ni una sola palabra. Estaba claramente enfadado, pero tragándose su ira.

Han Dong, que seguía vestido como Han Damei, intentaba hablar con él. Wang Zhong Ding quería reprenderle, pero cada vez que giraba la cara y lo veía así, le daban ganas de arrancarse los pelos de la cabeza.

—¿Qué tal estuve hoy? No te hice quedar mal, ¿a que no? —preguntó Han Dong, completamente tranquilo.

—¿Cómo ibas a hacerme quedar mal? Actuaste tan bien que cuando te subiste encima de otro, parecía que tú eras el maestro. ¿Quién más se atrevería a tanto descaro? —le espetó Wang Zhong Ding con frialdad.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Han Dong, desconcertado.

—Nada. —Wang Zhong Ding respondió con indiferencia, sin mostrar ni frío ni calor.

Por desgracia, esa actitud no sirvió de nada. Han Dong resopló con cara de pocos amigos y dijo:

—Me da igual lo que pienses.

Y acto seguido, se quedó dormido apoyado en el hombro de Wang Zhong Ding.

Si hubiera sido en otro momento, Wang Zhong Ding lo habría tirado por la ventanilla sin pensárselo. Pero ahora… ahora las cosas habían cambiado. Han Dong era tan famoso que le preocupaba que, si lo tiraba, no volviese.

Una vez que Han Dong soltaba lo que llevaba dentro, solía dormirse profundamente. Wang Zhong Ding lo sabía bien, así que apagó su móvil para no molestarlo.

Como resultado, cuando Han Dong despertó, ya eran las tres de la mañana.

Abrió los ojos y todo a su alrededor le resultó extraño.

—Dios mío… ¿pero dónde estoy?

Se incorporó en la cama, tocó con los pies descalzos el suelo de cristal de la habitación y tuvo la sensación de que, si daba un paso más, caería directamente al mar. Salió con cuidado al balcón y vio una piscina infinita, con agua color esmeralda, extendiéndose frente a él.

¿Podría ser que Wang Zhong Ding, en un ataque de romanticismo, lo hubiera traído aquí mientras dormía? ¿Lo habría llevado a las Maldivas?

Justo cuando estaba intentando procesarlo, una voz desconocida sonó a su espalda.

—Señor, el desayuno está servido.

Han Dong se giró rápidamente y se encontró con un camarero. Le preguntó, con voz adormilada:

—¿Esto es… las Maldivas?

El camarero soltó una pequeña risa y dijo:

—¿Cómo van a ser las Maldivas con un océano tan bonito como este?

—Entonces… ¿dónde estamos?

—Australia.

—¿¡Australia!? —Han Dong se quedó boquiabierto.

—Sí. El señor Wang ha comprado una isla aquí.

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