Traducido por Lucy
Editado por Herijo
—Muy bien, estaré esperando en el salón. Si ocurre cualquier cosa, por favor, llámenme. Momo, vigila a la princesa tú también, ¿de acuerdo?
La ardilla voladora en el hombro de Rosemarie se irguió enfáticamente como respuesta.
Rosemarie asintió con una sonrisa irónica a Heidi después de sus repetidas instrucciones, y la doncella salió del dormitorio, con el ceño fruncido por la preocupación.
Entonces, como si intercambiaran lugares, entró Claudio. A pesar de que estaba a punto de irse a dormir, no llevaba ropa de cama; más bien, seguía con el mismo atuendo que había llevado durante el día. Lo mismo ocurría con Rosemarie. Dado que existía la posibilidad de que algo sucediera esa noche, supuso que sería mejor no ponerse el camisón.
Claudio regresó de la merienda justo cuando Rosemarie empezaba a inquietarse, al notar que la hora del té había terminado hacía rato. Sin embargo, cuando ella le preguntó de qué habían hablado desde entonces hasta el momento en que él entró al dormitorio, dijo que apenas recordaba las conversaciones.
Sin saber de qué hablar, se quedó allí, en silencio. Claudio tomó asiento en la cama en silencio, con una expresión serena en el rostro.
Tras un momento de indecisión, Rosemarie se sentó en el lado opuesto de la cama. No poder verle la cara la tranquilizó un poco. Inspiró ligeramente antes de empezar a hablar.
—Entonces, yo…
El inicio de su frase se solapó con el de Claudio. Mientras ella daba un respingo por la sorpresa, pudo sentir que Claudio también se enderezaba detrás de ella. Esta vez, esperó a que Claudio dijera algo, pero él no daba señales de querer hablar por mucho que esperara.
Se giró lentamente, y sorprendió a Claudio en el mismo instante en que él empezaba a mirarla por encima del hombro. Sus miradas se encontraron, y ambos se quedaron paralizados, tanto de rostro como de cuerpo. Sin embargo, fue Claudio quien rompió el contacto visual.
—Entonces, sobre Adelina…
Su corazón dio un vuelco en cuanto él mencionó ese nombre. ¿Había cambiado de opinión? ¿Iba a informar al Cardenal del robo de la Reliquia Sagrada después de todo?
—Hace unos momentos, el Obispo Lancel me informó que tendríamos un cambio de doncellas. Cuando pregunté el motivo, me dijo que ella solicitó el cambio porque mi rostro le resulta demasiado aterrador.
Eso no le pareció muy extraño. Utilizó el hecho de que su rostro era demasiado aterrador como pretexto; lo más probable es que no quisiera ponerse en peligro continuando al servicio de Claudio después de que se descubriera su robo de la Reliquia Sagrada.
—Ya veo… Supongo que era inevitable.
Dado que Adelina estaba asignada a su habitación, Rosemarie pensó que tendría muchas oportunidades de aclarar los prejuicios de la chica contra Claudio. Ahora, sin embargo, esas oportunidades se habían reducido considerablemente. Tendría que empezar mañana por buscar a la chica.
Mientras se devanaba los sesos, Claudio suspiró:
—No es el momento de preocuparse por los demás. Ahora mismo, tienes tus propios problemas.
—Oh, cierto. Tienes razón… —Bajó la mirada hacia la almohada, temerosa de cerrar los ojos por miedo a lo que pudiera pasar después de quedarse dormida.
—Yo me quedaré despierto; tú acuéstate. Si te descontrolas como ayer, estaré aquí para calmarte de nuevo. No te preocupes.
Rosemarie lo miró sorprendida. Se suponía que él la odiaba. ¿Por qué diría algo así?
—¿A qué viene esa cara? Duérmete ya. —Claudio le lanzó una mirada dubitativa.
Rosemarie asintió dócilmente y se metió en la cama, aunque confundida. La ardilla en su hombro se acurrucó junto a su mejilla. Se suponía que las ardillas voladoras eran nocturnas, pero no parecía ser el caso de esta en particular.
—Eso me recuerda, ¿qué pasó con tu cubo? No lo veo por ninguna parte.
—Ah, se lo dejé a Heidi para que lo guardara. Sabía que si simplemente lo metía en el baúl, seguiría tentada de sacarlo…
—¿Se lo dejaste a ella? ¿Tú? ¿Tienes fiebre? —Claudio se inclinó y le puso la mano en la frente con preocupación.
Al instante, ella tuvo un vívido recuerdo del beso de esa mañana, lo que la hizo taparse rápidamente la cabeza con el edredón para evitar su mano.
—¡No, no tengo fiebre! ¡Estoy bien! Solo pensé que intentaría separarme de mi cubo.
Tenía la cara caliente, y no tenía duda de que estaba roja como un tomate. No podía ver la cara de Claudio, pero no quería que él viera la suya así. Sería como dejar sus sentimientos al descubierto.
Entonces se dio cuenta de que Claudio permanecía en silencio. A Rosemarie le pareció extraño que no dijera nada y asomó la cabeza por debajo del edredón. En cuanto lo hizo, vio a Claudio mirando su propia mano de forma un tanto fría y serena.
—Um, ¿pasa algo?
Los hombros de Claudio se sacudieron con fuerza.
—No, no es… Bueno, sí. ¿Te importa… si te tomo de la mano? —preguntó Claudio bruscamente. El rostro de Rosemarie volvió a enrojecer.
—Err, um… ¡Oh! ¡Claro! ¡Porque no le he dado su reabastecimiento hoy!
Al darse cuenta de eso, Rosemarie extendió la mano apresuradamente. La expresión de Claudio parecía ligeramente perpleja. Sin embargo, tomó su mano con vacilación.
¿Soy yo… o el príncipe Claudio está actuando con demasiada timidez para ser él…? Oh… ¿será que todavía está harto de mí?
Quizás estaba tan cansado que necesitaba sostener su mano a pesar de oponerse a hacerlo. Ese hecho le pesaba en el corazón, pero mientras Rosemarie sentía el reconfortante calor de la mano de él en la suya, se encontró deslizándose hacia un profundo sueño.
♦ ♦ ♦
—Ven, ven, Amada de la Bestia Sagrada. Devuélvelo, devuélvelo…
Oyó una voz parecida al aullido del viento que llamaba de manera incesante desde la oscuridad. Resonaba en sus oídos, le robaba los pensamientos y le hacía sentir como si su cuerpo estuviera siendo arrastrado.
Tenía que ir.
Era su único pensamiento mientras intentaba caminar hacia la oscuridad, pero algo le impedía avanzar. Luchó como una loca, extendiendo la mano hacia la oscuridad. No podía llegar, aunque necesitaba ir allí. La llamada se convirtió en llanto al llamarla aún más con aquella voz afligida.
De repente, su mano chocó con algo denso y una luz roja y dorada inundó su visión.
—No llores. Voy para allá. Te lo llevaré. ¡No llores, no llores!
Justo entonces, oyó el sonido de algo estallando en su oído.
—¡Rosemarie!
Alguien gritó su nombre tan fuerte que prácticamente le hizo retumbar el cerebro, haciendo que sus ojos se abrieran de golpe. Vio el rostro desesperado de Claudio cerca, y el techo más allá de él.
—¿Príncipe… Claudio?
—¿Estás despierta? ¿Cómo te sientes? —Su voz consoladora hizo que Rosemarie finalmente se diera cuenta de que Claudio estaba sobre su cuerpo, sujetándole ambas muñecas.
—Estaba… siendo llamada en mi sueño. Necesitaba ir a toda costa y estaba tan desesperada por…
—Sí, de hecho intentaste salir de la habitación.
Claudio se levantó y la ayudó a levantarse del frío suelo. Cuando se incorporó, la recibieron los rostros sombríos de Heidi y el séquito de tres hombres de Claudio, que permanecían quietos en el dormitorio. La ardilla, que aparentemente se había ido a otra parte, entró volando ágilmente y aterrizó en su lugar habitual, el hombro de Rosemarie. Mientras acurrucaba su cuerpo junto a la mejilla de ella, el pavor finalmente se instaló en su cuerpo.
Estaba siendo conducida a lugares desconocidos, no por voluntad propia. Esa realidad le provocó escalofríos por todo el cuerpo. Claudio tomó el cuerpo de Rosemarie, que temblaba visiblemente, y la estrechó firmemente entre sus brazos.
—Está bien. Estás aquí. Ya no hay voces extrañas llamándote, ¿verdad?
—No…, no hay voces extrañas. —El tono familiar de la voz de Claudio y el sonido de su propio corazón latiendo contra sus oídos la ayudaron a recuperar la calma.
—Princesa de Volland, mire aquí. —Edeltraud, viendo que se había calmado, se puso en cuclillas junto a ella. Rosemarie giró tímidamente la cabeza hacia ellos. El Archimago puso su mano enguantada en su frente y la miró fijamente a los ojos.
—No, ningún hechizo sobre ella… No… tiene sentido.
Dejando a Edeltraud reflexionando con la mano sobre la boca, Claudio la ayudó a ponerse de pie y luego la llevó a la cama. Heidi salió al salón, diciendo que le traería algo de beber.
—Alteza, ¿qué hacemos con esto? —preguntó Alto a Claudio, que estaba sentado junto a Rosemarie acariciándole la espalda. El escudero le presentó una joya de color rojo oscuro con vetas de oro: la Reliquia Sagrada.
Cuando la vio, a Rosemarie la invadió una incomprensible sensación de miedo y se agarró al brazo de Claudio. Él pronto se dio cuenta de lo que había sucedido. Miró la Reliquia Sagrada como si fuera algo detestable que hubiera visto por casualidad.
—Me ocuparé de ella más tarde. Mientras tanto, llévala a la zona del salón. No quiero acercarla a Rosemarie.
Alto asintió diligentemente y dio una enfática respuesta afirmativa. Mientras tanto, Rosemarie miraba con temor la Reliquia Sagrada que él sostenía en sus manos. Claudio intervino y la rodeó con sus brazos por los hombros.
—Me quitaste la Reliquia Sagrada y divagabas: “Te lo llevaré”. ¿Sabes adónde intentabas llevarla?
Ella pensó, rememorando haber agarrado algo que brillaba con luz roja y dorada en su sueño.
—No, yo… no lo sé. Todo lo que recuerdo oír era el viento rugiendo como un animal desde la oscuridad…
—¿El viento rugiendo como un animal? Eso me recuerda que dijiste que lo habías oído en la capilla del santo cuando llegamos aquí, ¿verdad?
—Sí, pero aunque era solo ruido, pude entenderlo como si fueran palabras reales. Decía: “Ven, ven, Amada de la Bestia Sagrada. Devuélvelo, devuélvelo.”
—¿Amada de la Bestia Sagrada? —interrumpió Edeltraud bruscamente, haciendo que Rosemarie inclinara la cabeza confundida.
—¿Ayuda eso a resolver algo?
—¿Oíste “Amada de la Bestia Sagrada”? Es el título que las Bestias Sagradas capaces de hablar dan a los humanos que les agradan.
Rosemarie sintió un terror desconocido apoderarse de ella y temblaba sin control mientras Claudio le acariciaba la espalda para consolarla.
—Lo que significa, ¿que una bestia sagrada de algún tipo le está diciendo a Rosemarie que traiga la Reliquia Sagrada? ¿Por qué ella?
—No lo sé. Debe ser por alguna razón. Pero, sí sé cómo está siendo controlada sin estar bajo hechizo. Es una llamada; no hay necesidad de hechizo.
¿Era eso posible? Rosemarie parpadeó repetidamente, confundida.
—¿Es posible que la sola llamada de alguien mueva el cuerpo de una persona? —preguntó.
—Si los sentimientos están en la misma onda, es posible. Por ejemplo, si Claudio estuviera triste, sentirías la necesidad de ir a apoyarlo, ¿verdad? Mismo principio. —Edeltraud tenía razón. Eso era precisamente lo que ella hacía en su sueño. En su sueño, tenía la necesidad de consolar a ese alguien triste tan intensamente que le dolía el corazón.
Apretó las manos sobre su regazo y frunció el ceño. Claudio apoyó la cabeza en la mano, con una expresión amarga pintada en el rostro.
—Aun así, una bestia sagrada, ¿eh? Dado que pide la Reliquia Sagrada, asumiría que el León Plateado queda fuera de la ecuación. Lo que significaría que es otra bestia sagrada… Si tiene correlación con esta área, ¿podría ser el Hipocampo?
—El Hipocampo…
Esa era la bestia sagrada que ella había visto ser utilizada como motivo de todas las esculturas y pinturas ubicadas por la catedral. Incluso estaba tejida en los tapices que adornaban el salón de las habitación en la que se alojaban Rosemarie y los demás.
—Entonces, ¿estás diciendo que la bestia sagrada, conocida como el Protector de los Mares, está intentando que le lleve esta Reliquia Sagrada?
—Uno asumiría naturalmente que sí… Pero, si ese fuera el caso, no debería importar a quién llame. Incluso esa doncella, Adelina, podría haber bastado para salir con la Reliquia Sagrada.
Lo que planteaba la pregunta: ¿por qué Rosemarie?
Contempló la respuesta, pero de pronto tropezó con una cuestión fundamental.
—Um, la Reliquia Sagrada fue encontrada al mismo tiempo que el Santo Kamil desenterró la sal de roca, ¿no es así? Entonces, ¿a qué se refieren con “devolverla”?
Todas las miradas de desconcierto se posaron en Rosemarie a la vez. Una sonrisa amarga se dibujó en el rostro de Fritz.
—Bueno, ¿Alteza? —se dirigió Fritz a Claudio, quien gimió ligeramente.
—Bueno, si el Hipocampo te está llamando, significaría que los humanos robaron lo que una vez le perteneció. Y acaban de decir que el santo la encontró e inició toda la ceremonia de Adoración de la Reliquia Sagrada. Considerando eso, no es sorprendente que de repente sacaran este objeto, que se decía estaba oculto bajo la palabra de Dios, al público hace unas décadas. Ni tampoco es una sorpresa que tenga indicios de maná en su interior.
Rosemarie se quedó sin palabras. Claudio le había dicho antes que la leyenda era exagerada o falsa, pero ella nunca habría pensado que la reliquia había sido robada.
—Ah, ya veo. Eso significaría que también hay rastros de maná en el agua bendita, y podrías manipular a la gente con maná haciéndoles beberla, ¿entonces? Así que, ¿existe la posibilidad de que nuestro misterioso hechicero es en realidad el Hipocampo…? Eso también significaría que los cadáveres de animales son resultado de…
Mientras Rosemarie oía a Claudio murmurar su pensamientos en voz alta a su lado, casi podía sentir cómo ella y todos los demás se veían envueltos poco a poco en la complicada situación, asfixiándola.
—En cualquier caso, todo esto son simples conjeturas. Ninguno de nosotros ha visto realmente al Hipocampo, ni es un hecho que sea el que llama a Rosemarie. No tenemos ninguna prueba.
Los misterios parecían no tener fin. Aunque sabían quién era el responsable del robo de la Reliquia Sagrada, aún quedaba el caso de los cadáveres de animales abandonados en el altar; el mismo caso que Claudio insistía en que no les concernía a ninguno de ellos. A Fritz también parecía costarle encontrar una motivación detrás de la decisión de empezar a beber agua bendita hacía un año.
—Quizá si intentamos hacer caso a la llamada, podríamos descubrir mucha información…
—No seas tonta. ¿Qué pasaría si ocurriera lo indecible como resultado de eso? —bufó Claudio, disgustado con la sugerencia de Rosemarie mientras ella dejaba caer los hombros.
—Lo siento. Pero tiene razón. Si algo le ocurriera a la Reliquia Sagrada o a usted, príncipe Claudio, significaría lo indecible, ¿no?
—¿Estamos en la misma página? Estoy hablando de que te pase algo a ti, no a mí.
—Ah, sí, porque podría perder su maná. No había pensado lo suficiente en eso.
—Ese no es el punto que intento exponer aquí… —Claudio se llevó una mano a la frente con exasperación, haciendo que Rosemarie ladeara la cabeza. ¿Cuál era el punto que intentaba exponer?
Fue entonces cuando Fritz empezó a reírse abiertamente.
—Oh, vaya. Alteza, ¿es que nunca puede usar sus palabras?
—Cosechas lo que siembras. —Edeltraud aplaudió, sin mostrar una sonrisa real pero con aspecto entretenido.
—¡Ya lo sé de sobra, gracias! —Claudio les lanzó a ambos una mirada amarga, luego se giró de nuevo hacia Rosemarie… e inmediatamente apartó la cabeza. Ella podía verle la cara de perfil. Estaba ligeramente sonrojada.
—Si algo te pasara, dudo que pudiera volver a encontrar una sonrisa en algo nunca más…
Rosemarie sintió que su propia cara se enrojecía, en parte contagiada por Claudio. No se atrevía a mirarlo, así que desvió la mirada.
¿Qué le pasa al príncipe Claudio? ¿No se suponía que estaba harto de mí?
Las dudas surgieron, pero su mano se agarró a la manga de la chaqueta de Claudio.
—Está bien… No mencionaré más ideas tontas.
Rosemarie sabía bien que él estaba preocupado por ella. Aunque esa perspectiva la emocionaba, no estaba segura de que sus palabras provinieran de la misma mentalidad que las suyas.
—Te lo agradecería —dijo Claudio, con tono aliviado. Al oír eso, Rosemarie tiró suavemente de la manga de la chaqueta que aún sostenía en lugar de asentir.
♦ ♦ ♦
—¡Eeek!
Era la mañana de tres días antes de la ceremonia de Adoración de la Reliquia Sagrada. Rosemarie se despertó con los gritos de Heidi.
Claudio no estaba en el dormitorio; había insistido en dormir en el salón después del alboroto que se produjo cuando Rosemarie volvió a caminar dormida la noche anterior. Se suponía que Heidi estaría en la habitación en su lugar, pero Rosemarie tampoco podía verla por ninguna parte.
Rosemarie se levantó de un salto, preparándose para salir del dormitorio, pero la ardilla voladora que hasta ese momento dormía a su lado se aferró al pomo de la puerta para impedirle hacerlo. Justo cuando iba a agarrarla, se dio cuenta de que estaba allí y retiró rápidamente la mano.
—Momo, tienes que quitarte de en medio. —Mientras tiraba suavemente de la piel de su cuello, la ardilla empezó a chillarle en señal de protesta. Aunque tenía sus sospechas, intentó apartarla.
Casi tan pronto como lo hizo, la puerta se abrió desde el otro lado.
—Rosemarie, ¿estás despierta? —Claudio apareció, con expresión tensa. Rosemarie atrapó rápidamente a la ardilla mientras caía del pomo de la puerta, y su rostro palideció de miedo por lo que pudiera haber ocurrido.
—¡¿Le ha pasado algo a Heidi?! —Salió al salón, apartando a Claudio, y encontró a Heidi desplomada y a Alto sosteniéndola, de espaldas a Rosemarie.
—¡¿Heidi?!
Alto colocó a Heidi en el sofá y Rosemarie corrió hacia ella. Rosemarie se preguntó qué clase de cosa horripilante podría haberle ocurrido a Heidi mientras se arrodillaba en el suelo junto a la doncella. Puso una mano en la frente de Heidi —la frente de un gato negro-— y los ojos verdes de Heidi, fuertemente cerrados, comenzaron a abrirse lentamente.
—Ughh, Princesa, lo vi. —La normalmente valiente Heidi se llevó una mano a la boca, con lágrimas en los ojos. Mientras acariciaba el rostro de Heidi, Rosemarie se giró hacia Claudio y Alto, que miraban fijamente un punto justo fuera de la puerta que daba al pasillo.
—Um, qué es…
—Tienes que quedarte atrás. No queremos que se repita lo que le pasó a Heidi. Esta vez es una cabra —dijo Claudio con una mueca, haciendo que el corazón de Rosemarie diera un vuelco incómodo.
Heidi se incorporó trabajosamente y se aferró a la mano de Rosemarie.
—Oí un ruido, así que el escudero Clausen abrió la puerta del pasillo. En cuanto lo hizo, vi lo que parecía ser el cadáver de una cabra sin ojos, y… ¡Pero era tan extraño!
—Ciertamente lo es, pero… ¿en algún otro sentido especial?
—Su cuerpo estaba encogido y seco. Era difícil saberlo por el pelaje, pero era piel y huesos. Plana por todas partes, casi como si le hubieran extraído toda la sangre del cuerpo… —El cuerpo de Heidi temblaba sin parar mientras Rosemarie la sostenía, lo que le impedía a ella misma reprimir el miedo que recorría su propio cuerpo.
¿Me pregunto si la rata y el conejo estaban en el mismo estado…?
No conocía ninguno de los detalles, pero según lo que Heidi acababa de contarle, lo más probable es que los otros dos casos anteriores también involucraran animales disecados. Esto ya no parecía en absoluto obra de un humano.
Claudio terminó de hablar con Alto cerca del pasillo y volvió su rostro sombrío hacia Rosemarie.
¿Por qué dejarían ese cadáver frente a nuestra habitación de esa manera…?
—Ni idea. Pero voy a llamar al Obispo Lancel antes de que esto se convierta en un circo. —Claudio tiró del cordón de la campanilla de servicio en la esquina de la habitación.
Mientras lo hacía, Rosemarie volvió al dormitorio, tomó una sábana y caminó hacia donde estaba Alto, de pie cerca de la entrada. Quizás al no encontrar esta visión tan aterradora, la cabeza de Alto, aparte del fino par de astas de ciervo, seguía siendo humana.
—Alteza, si planeaba cubrir la cabra con eso, por favor, permítame a mí en su lugar.
—No, pero… —Dudó un poco, pero no encontró sentido a discutir justo en ese momento, así que obedientemente le entregó la sábana.
Heidi intentó levantarse del sofá, pero Rosemarie la detuvo antes de que pudiera hacerlo y se sentó a su lado.
—Fritz y el maestro Edel salieron para el culto matutino hace una hora, pero no estaban allí cuando lo hicieron. Entonces, ¿cuándo lo colocaron aquí?
No mucho después de que Claudio empezara a reflexionar, Ilse acudió a ellos. Probablemente estaba en medio del culto matutino, pero aparentemente sabía que lo habían convocado; el medio por el cual la señal le llegó seguía siendo un misterio. La cabeza de Ilse era la de un pájaro gris, probablemente incitada por el disgusto de ser llamado tan temprano por la mañana.
—Qué demo… —Tan pronto como Ilse levantó la sábana que cubría el cadáver de la cabra, su pico de color amarillo anaranjado oscuro se abrió ligeramente con sorpresa.
—Obispo Lancel, ¿los cadáveres anteriores también tenían este aspecto?
—Sí, así es. Sin embargo, Su Eminencia me dio órdenes de mantener en secreto cualquier detalle debido a su naturaleza demasiado perturbadora…
—¿No han investigado por qué están así? —Claudio entrecerró los ojos mientras hacía su pregunta, a lo que Ilse sacudió la cabeza con vacilación.
—No, aparte de darles un entierro adecuado, nada más.
—¿Están buscando quién puede ser el culpable?
—Sí, hemos estado atendiendo ese asunto, pero no hemos logrado ningún avance hasta ahora. No podemos llevar a cabo una investigación a gran escala en este momento.
—En este momento, ¿eh? Comprensible, supongo —dijo Claudio, con una leve mueca. Ilse, por otro lado, se mantuvo firme e inclinó la cabeza, las tres plumas de la parte posterior de su cabeza temblando mientras lo hacía.
—Así es. Con los muchos visitantes que tenemos, estamos obligados a mantener cualquier conmoción al mínimo. Sin embargo, ahora que esto se ha convertido en una situación un tanto seria, aceleraremos nuestra investigación. Espero que, al hacerlo, ayude a apaciguar la ira que tan legítimamente siente, señor.
Claudio miró con atención la cabeza de Ilse antes de asentir con calma.
—Muy bien. Dejaré el resto en sus manos.
Ilse dio una cordial palabra de agradecimiento e inclinó la cabeza, que volvió a su forma humana. Sin duda estaba aliviado de haber podido razonar con Claudio.
Levantando en brazos el cadáver de cabra envuelto en sábanas, Ilse salió por la puerta que Alto le abrió.
—Parece que vamos a tener que involucrarnos en la búsqueda del culpable después de todo. —Claudio suspiró en voz baja en el momento en que Ilse salió de la habitación, confundiendo a Rosemarie.
—¿No iba a dejar eso en manos del Obispo Lancel?
—Cuando el Obispo Lancel dijo que “aceleraría la investigación”, ¿qué forma tenía?
A pesar de pensar que era extraño que Claudio respondiera a su pregunta con otra pregunta, ella rememoró y dio una respuesta adecuada, de todos modos.
—Su cabeza era la de un pájaro gris.
—Como sospechaba. Es probable que lo de acelerar la investigación fuera mentira.
—Pero podría ser solo… —Estaba a punto de sugerir que podría haber estado asustado de Claudio, pero vaciló.
—¿Crees que estaba asustado de mí? Dudo sinceramente que alguien asustado fuera capaz de expresarme su opinión con una actitud tan firme. —Claudio, con la cabeza todavía apoyada en la mano, esbozó una sonrisa ligeramente cínica—. Me aventuraría a decir que el Cardenal y los altos mandos de la Tierra Santa están posponiendo cualquier tipo de resolución. Ninguna persona ha resultado herida hasta ahora. Y la desaparición de la Reliquia Sagrada es un asunto mucho más apremiante.
Claudio dio unas palmaditas en la zona sobre el bolsillo de su pecho que guardaba la Reliquia Sagrada, una visión que hizo que Rosemarie sintiera lástima por toda la gente de la Tierra Santa que probablemente la buscaba incansablemente. Aparentemente, a pesar de decir que quería mantenerla alejada de Rosemarie, todavía no tenía intención de devolverla.
—Por otra parte, supongo que el Obispo Lancel no está satisfecho con esa decisión. Tanto es así que me contó el estado de los otros cadáveres, a pesar de estar bajo órdenes del Cardenal de mantenerlo en secreto.
—Si ese fuera el caso, ¿cree que cooperaría con nosotros?
—Aunque existe la posibilidad, no deberíamos intentar pedir su cooperación. Parece del tipo que es totalmente devoto de sus superiores.
Les habría hecho la vida un poco más fácil tener a alguien de su lado en la catedral, pero parecía que no iban a ganarse uno con mucha facilidad.
Me pregunto si hay alguna forma en que pueda ayudar…
No era capaz como luchadora, ni era muy lista. En cuanto a sus habilidades, se reducían a robar maná y ver las cabezas de la gente con emociones negativas como bestias. Eso era todo. Teniendo eso en cuenta, ¿qué podría hacer utilizando esas dos cosas?
—Esperaba ignorar esto si era posible, pero alguien colocó ese cadáver justo en nuestra puerta. Así que, me tomo esto como una declaración de guerra.
Los labios de Claudio se curvaron en una sonrisa belicosa, haciendo que las cejas de Rosemarie se arquearan con preocupación.
—Por favor, le ruego que no haga nada drástico. Si le ocurriera algo, príncipe Claudio, yo también acabaría por no volver a sonreír.
Mientras miraba a Claudio con genuina preocupación desde el otro lado de la mesa, su rostro se puso cada vez más rojo hasta que se cubrió la boca con una mano y apartó la mirada de ella.
—Eso… es lo que yo dije, ¿no es así? Ya veo —susurró Claudio en voz baja. Rosemarie captó las palabras y asintió muy deliberadamente hacia el todavía sonrojado Claudio.
—Sí, así es. Anoche, Príncipe Claudio, si mal no recuerdo…
—Lo entiendo. Ya lo entiendo, así que no digas más. Te lo ruego; no lo repitas. Por favor. —Claudio se inclinó y le tapó la boca con la palma de la mano.
Rosemarie asintió, con los ojos como platos, y Claudio finalmente apartó la mano… seguido de un pellizco en la mejilla como nota de despedida.
—Disculpe, ¿qué hace?
—Un poco de venganza. Es culpa tuya por no entenderlo.
—Pero… Lo entiendo. Dijo anoche, y cito…
—Te lo dije, no más.
—Um, aunque su encantadora muestra de jugueteo me arranca la más grande de las sonrisas, ¿puedo recordarles a ambos que ya es casi la hora del desayuno? Además, por favor, no olviden que su siempre fiel doncella está sentada aquí mismo.
Heidi, que había estado sentada junto a Rosemarie todo el tiempo, habló vacilante de manera similar a una vez anterior. Los dos volvieron bruscamente a la realidad y rápidamente apartaron sus rostros sonrojados el uno del otro casi al mismo tiempo. Antes de que Rosemarie pudiera procesar lo que había sucedido, Claudio se puso de pie de un salto.
—Cierto. démonos prisa, entonces. Si vamos al comedor, podríamos oír algo de los rumores sobre los incidentes de los cadáveres.
Rosemarie fue tras Claudio mientras intentaba salir rápidamente de la habitación. Una cierta idea se le había ocurrido cuando escuchó las palabras “comedor” y “rumores”, pero apretó la mandíbula con ligera vacilación.
¿Pero podré siquiera hacerlo? No… ¿puedo hacerlo? Lo haré.
Se convenció a sí misma, tirando un poco de la chaqueta de Claudio.
—Um, sobre eso… En realidad hay algo que me gustaría permiso para intentar.
Claudio se volvió, mirándola con duda. Rosemarie entonces expresó su sugerencia, con la resolución firme.
♦ ♦ ♦
El ruido de los platos, las voces de la gente y el ajetreo de los camareros llenaron los oídos de Rosemarie mientras tomaba asiento en la mesa del desayuno. Aunque Heidi estaba a su lado con una actitud serena, Claudio no aparecía por ninguna parte.
Los nervios me han matado el sentido del gusto…
Se llevó a la boca las insípidas gachas de trigo y consiguió tragarlas.
Sin embargo, aunque fue ella quien sugirió esta idea, nunca pensó que se acobardaría tanto simplemente por el hecho de que Heidi estuviera presente y Claudio ausente.
Esta fue su sugerencia a Claudio justo antes de que él saliera de la habitación: al igual que había percibido que Ilse mentía antes, podría usar sus ojos para encontrar al culpable que había estado dejando cadáveres de animales por ahí. Sin embargo, Rosemarie necesitaba actuar sola para que el plan funcionara, lo cual era el mayor obstáculo. Si estuviera con Claudio, su cabeza de León Plateado asustaría a todos haciendo que tuvieran cabezas de bestia, lo que terminaría enturbiando lo obvio.
Claudio, naturalmente, se opuso, pero ella finalmente obtuvo su aprobación después de prácticamente rogarle.
—Bueno, ¿princesa? —le susurró Heidi de repente. Rosemarie negó levemente con la cabeza sin girarse para mirar a la doncella.
—Puede que esto no funcione. Aquí casi todo el mundo tiene cabeza de bestia.
Probablemente ya era de conocimiento común que ella era la esposa de Claudio. No solo nadie se acercó a hablarle, sino que la mayoría de las miradas intermitentes dirigidas a ella provenían de ojos de bestia. Esa era otra razón probable por la que no le encontraba sabor a su comida.
La ardilla, que se aferraba a sus hombros mientras se escondía bajo su cabello, se asomó ligeramente. Rosemarie había intentado dejarla en la habitación cuando salió, pero no se movió ni un centímetro. Claudio incluso intentó arrancarla, pero le mordió y le siseó rápidamente, así que no le quedó más remedio que llevársela. Sin embargo, considerando las circunstancias ahora, estaba cumpliendo el papel de compañera de consuelo y ayudándola a calmarse un poco.
Pasó algún tiempo sin que la situación cambiara. Justo cuando sus esperanzas se desinflaban y pensaba que su plan era un fracaso, una camarera de aspecto familiar con un par de coletas castañas pasó junto a la mesa.
—¿Adelina? —Se encontró pronunciando el nombre de la chica, y esta se giró con una sonrisa.
—¿Sí? ¿Le gustaría un… té…? —Adelina se dio la vuelta con su tetera en la mano, con los ojos muy abiertos por el asombro. Su cabeza entonces no perdió tiempo en transformarse en la de una comadreja de pelaje naranja. Parecía que estaba a punto de marcharse, pero lo reconsideró y se volvió para mirar a Rosemarie, sirviéndole una taza de té en silencio.
—Gracias. ¿Cómo te encuentras? ¿Nada fuera de lo normal?
Adelina hizo una reverencia e intentó retirarse apresuradamente, pero esas palabras la detuvieron en seco.
—¿Por qué me pregunta eso? —preguntó con voz cautelosa, lo que hizo que Rosemarie vacilara por un segundo, pero se recuperó rápidamente y habló.
—Estabas bajo un hechizo. Uno que amplificaba tu odio. Pero está bien, el hechizo se ha roto. Solo estaba preocupada por cualquier problema duradero como resultado…
Adelina apretó con fuerza el asa de la tetera. Su expresión facial no era distinguible en forma de comadreja, pero su par de ojos marrones parecían bastante agitados.
—Hace como un año que no estoy bien de salud… Mi mente ha sido un desastre y siempre he estado perezosa. Pero todo eso se detuvo una vez que salí de su habitación ayer…
Su cara de comadreja se transformó de nuevo en humana, y luego de nuevo en forma de comadreja. Con Adelina mostrando sus emociones, Rosemarie esperó en silencio a que terminara lo que tenía que decir.
La joven sacudió la cabeza varias veces como para deshacerse de su indecisión, fue al otro lado de la mesa cerca de Rosemarie y se acercó a su oído.
—Entonces, ¿por qué no me ha entregado al Cardenal? He cometido un crimen grave al robar la Reliquia Sagrada.
Sus bigotes de comadreja rozaron la mejilla de Rosemarie por un segundo antes de retirarse. Rosemarie abrió mucho los ojos por un segundo al ver a Adelina retroceder, pero rápidamente la agarró de la mano. A continuación, se levantó y se dirigió hacia la salida del comedor, siguiendo con la visión periférica a Heidi, que la seguía con calma.
—Espera, ¿adónde crees que me llevas? —protestó Adelina en voz baja, incapaz de zafarse de la mano de una aristócrata delante de tanta gente. Solo se la quitó de encima cuando salieron a los pasillos y llegaron a un lugar sin señales de vida.
—¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué me han traído aquí?
—No es algo que podamos discutir abiertamente entre tanta gente, ¿no crees?. —Mientras permanecían en el pasillo decorado con complejos motivos florales, Rosemarie miró a Adelina con firmeza. Sabía que si no aclaraba sus ideas erróneas ahora, no habría otra oportunidad de hacerlo.
—El Príncipe Claudio tiene sus razones para no devolver la Reliquia Sagrada todavía, así que dijo que por ahora pospondrá informar al Cardenal sobre quién robó la reliquia
—¿Por ahora? Me importa un bledo el razonamiento de esa bestia, pero si me vas a entregar, más vale que lo hagas de una vez —dijo Adelina con una mueca amarga, pero probablemente tenía miedo al no saber de qué la acusarían ; sus hombros temblaban muy ligeramente. La escena le rompió el corazón a Rosemarie. Ella negó con la cabeza.
—No, no deseo hacer eso. No solo empezó todo por una idea errónea sobre el Príncipe Claudio, sino que un hechizo te estaba manipulando. Además, no nos han hecho daño y no creo que haya necesidad de entregarte.
—Puedes pensar lo que quieras, pero intenté culparlos a todos por un crimen que no cometieron. Un error y podría significar la pena de muerte, ¿y me estás diciendo que lo entiendes perfectamente? —El par de ojos marrones de Adelina miraron a Rosemarie con fijeza, sembrando la duda. Rosemarie, en cambio, la miró con calma.
—Lo entiendo. Pero si de verdad nos desearas la muerte tanto como dices, no nos habrías advertido de que era peligroso andar solos por ahí debido al asunto del cadáver de la rata el primer día.
El rostro de Adelina se descompuso.
—¿Por qué recuerdas un detalle tan insignificante…?
Su cara osciló entre comadreja y humana hasta que lentamente se asentó de nuevo en forma humana, con una expresión de absoluto asombro.
—Sabes… eres bastante descarada para tener una cara tan inocente. Te dije que estabas “borracha de bondad y compasión”, pero no parece que hayas aprendido nada. Digo, después de todo, te casaste con esa bestia de príncipe. Además, tengo la fuerte sensación de que eres ridículamente ingenua y confiada.
Adelina exhaló un profundo suspiro, pero una pequeña sonrisa se formó en sus labios.
—Creo que escribiré esa carta a los niños del orfanato… Sigo sin confiarme de lo que diga tu marido, pero quiero saber si todos viven libres de preocupaciones…
Rosemarie dio un suspiro de alivio y relajó los hombros. Eso no borraba su crimen, pero marcaba la diferencia entre que entrara en razón o no.
—Um…, ¿te importaría darme la carta? Estaré encantada de entregarla —pidió Rosemarie con timidez. Adelina la examinó con la mirada antes de acabar negando con la cabeza en silencio.
—No hace falta que vayas tan lejos. No creo que termine de escribirla antes de que sea hora de que se vayan a casa. Aunque, pensándolo bien, pareces el tipo de persona que se ofrecería a quedarse hasta que termine.. —dijo Adelina con una sonrisa irónica, mientras su rostro volvía a transformarse en el de una comadreja por alguna razón. Un escalofrío recorrió la espalda de Rosemarie mientras se preguntaba si el cambio podría ser una señal de algo más.
Tras una breve pausa, Adelina por fin habló. —Oye. ¿Bebiste el agua bendita?
—¿Eh? Um, bueno… verás, la derramé por accidente y ni Claudio ni yo bebimos de ella.
Atrapada a contrapié por la falta de contexto detrás de la pregunta, por accidente dejó escapar la verdad. Ella nunca recibió otra copa después de que la ardilla la volcara, pero se preguntó si de alguna manera esa no era la decisión correcta. Sin embargo, Adelina se dio unas palmaditas en el pecho al oír que Rosemarie no la había bebido.
—Si no lo has bebido, entonces creo que deberían abandonar este lugar. Todo el mundo actúa un poco raro después de beber el agua bendita. Se vuelven incapaces de contener su ira como yo, empiezan a deprimirse y cosas de ese estilo.
—¿Quieres decir… que tienen un hechizo lanzado sobre ellos como te pasó a ti?
—No lo sé, pero creo que hay muchas posibilidades.
Claudio había especulado que la Reliquia Sagrada tenía maná, y que el agua bendita podría absorber ese maná y lanzar un hechizo sobre quienes la bebieran. Esa especulación parecía estar haciéndose realidad. La realidad de la situación llenó a Rosemarie de ansiedad.
—El príncipe Claudio también parecía tener sus dudas sobre el agua bendita, pero… ¿sabías que no la bebían hasta el año pasado?
Claudio dijo que Fritz se lo había contado.
Adelina asintió levemente, con todo y su cabeza de comadreja. —Sí, lo sabía. Nunca solían beberla, pero desde más o menos esta época el año pasado, empezaron a dejar que la gente la bebiera. Aunque, yo misma no estoy segura de por qué.
Fritz había estado investigando la causa, pero parecía que Adelina tampoco tenía ni idea. Si todo el mundo sufría las mismas anomalías, no era de extrañar que nadie supiera la respuesta.
Te agradezco la advertencia. Sin embargo, no podemos simplemente hacer las maletas e irnos. La ceremonia de Adoración de la Reliquia Sagrada no es lo único para lo que estamos aquí. También es por el bien del Príncipe Claudio.
Su objetivo original era reunirse con Lene, el antiguo guardián del Bosque Prohibido, tal y como Claudio había mencionado. Pero no podrían hacerlo a menos que el Culto a la Reliquia Sagrada se celebrara sin contratiempos.
El rostro de Adelina volvió a su forma humana. Esta podría haber sido la primera vez que Rosemarie trataba con alguien que cambiaba entre humano y bestia en tan poco tiempo como lo hacía esta chica. Sin embargo, no estaba asustada, ni por un segundo; pero podría haber sido su determinación lo que mantenía sus nervios a raya.
—Bueno, independientemente de para qué están aquí, no tiene nada que ver conmigo. Oh… eso me recuerda, estabas en medio del desayuno, ¿verdad? Estoy segura de que ya lo han recogido todo, pero puedo hacer una excepción y prepararte algo. —Adelina se encogió de hombros y empezó a caminar. Rosemarie miró a Heidi, que se había mantenido al margen de la conversación hasta ese momento, y ella la miró a su vez; ambas se rieron entre dientes. Probablemente era una chica servicial y atenta en el fondo.
Con una de sus preocupaciones zanjada, Rosemarie sintió que se quitaba un peso de encima. Pero en cuanto se acercaron a la entrada del comedor, Rosemarie se alarmó al ver que la cabeza de Adelina volvía a transformarse en comadreja mientras caminaba delante de ella.
—¿Por qué estabas comiendo sola? ¿Dónde está tu marido?
—¿Eh? Oh, eso… Bueno… Me peleé un poco con el príncipe Claudio, y me dijo que me adelantara…
No podía simplemente decir que estaba desayunando sola para poder encontrar al culpable de los cadáveres de animales. Rosemarie consiguió soltar una excusa después de un poco de tartamudeo, lo que la hizo preocuparse por si Adelina estaba empezando a sospechar, pero la chica simplemente le susurró en respuesta.
—Humph, así que el marido deja a su irritante esposa para disfrutar de su comida con otra dama.
Rosemarie miró hacia donde Adelina señalaba con la barbilla y encontró a la decidida Princesa de Kavan, Suzette, sentada en el rincón habitual del comedor… junto con Claudio, comiendo y sonriendo.
Estaba tan impactada que no podía hablar.
¿Por qué? Se suponía que el príncipe Claudio estaba esperando a que volviera a la habitación…
Rosemarie permaneció en silencio mientras Heidi se acurrucaba a su lado, con la cabeza transformándose de a poco en la de un gato negro.
—¿Qué demonios le pasa por la cabeza al Príncipe Claudio? ¡Aquí está usted, esforzándose al máximo en una tarea desconocida, y allí está él haciendo… bueno… eso! Espere aquí, princesa. ¡Voy a decirle un par de cosas!
Heidi estaba furiosa y lista para abalanzarse en cualquier momento, pero Rosemarie volvió a la realidad y la detuvo apresuradamente antes de que pudiera hacerlo.
—Espera, Heidi. Estoy segura de que hay una explicación lógica…
—¡Alteza! Gracias a Dios que estás a salvo. La perdí de vista y salí a buscarla. —La voz alarmada de Alto los saludó desde el fondo del pasillo. Sorprendida, miró en la dirección de la que provenía. Allí vio las grandes astas y la cabeza de ciervo del caballero transformarse gradualmente de nuevo en forma humana mientras corría hacia ellas. Casi se le había olvidado que prácticamente había abandonado a Alto, que la había seguido como guardaespaldas, en el comedor.
—Mis disculpas, Escudero Clausen… Olvidé decírselo antes de escabullirme por el pasillo.
—No se preocupe. Que esté a salvo es lo único que importa. El Príncipe Claudio también estaba preocupado….
—¿Se refiere a su marido, sentado allí, participando en una comida jovial mientras hablamos? ¿A eso le llama estar atenazado preocupado, Escudero?. —Adelina, claramente molesta, interrumpió su conversación.
Alto se sorprendió por la repentina interrupción de terceros, pero rápidamente volvió su atención a Rosemarie… momento en el que, sus ojos recorrieron la sala con pánico.
—Eso… es un malentendido. Su Alteza estaba poniéndose ansioso por su estado y vino aquí al comedor para ver cómo estaba. Cuando se dio cuenta de que no estaba aquí, iba a salir a buscarla, pero resulta que…
—¿Resulta que se encontró con la Princesa Suzette, sí? —dijo Rosemarie, terminando la frase de Alto, reprimiendo su confusión y pronunciando el nombre con calma.
El caballero se irguió entonces de forma refinada pero humilde.
—Sí, mi señora. La Princesa de Kavan invitó a Su Alteza a participar en una comida con ella, y él declinó su oferta. Sin embargo, la Princesa de Kavan tiene un comportamiento desmesuradamente amenazante, por así decirlo.
Rosemarie infirió lo que Alto intentaba explicarle y volvió a mirar a Claudio, a Suzette y a su séquito. Hacía un momento, pensó que la sonrisa en su rostro era de alegría, pero al inspeccionarla más de cerca, parecía más bien pegada… un ejemplo de libro de texto de una sonrisa falsa. Sin embargo, Edeltraud estaba de pie detrás de él con una expresión ligeramente más rígida de lo habitual.
¿Piensa que la Princesa Suzette está bajo un hechizo? Si ese es el caso…
¿Se rompería el hechizo si la tocara como hizo con Adelina?
Rosemarie intentó precipitadamente entrar en el comedor, pero Alto se interpuso delante de ella para detenerla, con una expresión severa en el rostro.
—Debo pedirle que espere. Si fuera para allá, me temo que solo echará más leña al fuego. Llamaría demasiado la atención. Viendo que el Mago Edeltraud está allí, supondría que no es necesario preocuparse.
—Sí, pero…
Era cierto, no podía decir con confianza que Suzette no empezaría a despotricar y hacer comentarios crueles como hizo Adelina. Y aunque entendía que este era el lugar completamente equivocado, incluso si Edeltraud estaba preparado por si algo sucedía, el hecho de que Suzette estuviera sentada justo al lado de Claudio y pudiera estar bajo la influencia de la magia solo la inquietaba más.
No dispuesta a dejar de lado la preocupación de Rosemarie, Adelina levantó con velocidad la mano.
—No estoy muy segura de qué está pasando aquí, pero todo lo que necesitan es quitarle de encima a la Princesa de Kavan de su marido, ¿verdad? ¿Qué tal si derramo un poco de agua sobre ella?
—Sabes, acabo de tener la misma idea, Adelina. Chica lista. —Heidi señaló su acuerdo, y las dos se pusieron en marcha.
—E-Esperen, ustedes dos. Las dos tienen que calmarse.
Al igual que antes, Rosemarie se apresuró a detenerlas.
—¿Por qué? Odio a los hombres casados que se encaprichan de otra mujer con su esposa delante, pero también odio a las chicas que intentan cortejar a un hombre casado sabiendo que su esposa está cerca. Estará bien. Es solo agua. —A pesar de la cara de comadreja de Adelina, Rosemarie podía notar que sonreía con malicia.
—Por favor, no. Tú o Heidi podrían salir lastimadas.
Simplemente no podía quitarse la sensación de que interrumpir el tiempo de la princesa con Claudio resultaría en que ella hiciera algo completamente inesperado, especialmente dado que podría estar bajo la influencia de un hechizo.
Mientras Rosemarie se mantenía firme y negaba con la cabeza a las chicas con cabeza de gato negro y comadreja que expresaban su descontento, Alto de repente ahogó un grito de sorpresa.
—Oh.
Rosemarie siguió la mirada boquiabierta de Alto. Lo que vio la decepcionó comprensiblemente. Suzette, sentada junto a Claudio, no solo se acurrucaba contra su brazo, sino que también le acariciaba la frente.
En el segundo en que vio eso, Rosemarie lanzó todas sus reservas por la ventana.
—¿Princesa?
—¡Por favor, espere, Alteza!
El grito desconcertado de Heidi y los intentos de Alto por detener a Rosemarie cayeron en oídos sordos mientras ella entraba de manera enérgica hacia el comedor y se acercaba al lado de Claudio.
—¡Rosemarie! ¿Dónde has estado?
Claudio se dio la vuelta, con una expresión de alivio en el rostro. La cercana Suzette le lanzó una mirada intimidante mientras su cabeza se transformaba al instante en la de un perro.
—Príncipe Claudio. —Lo llamó por su nombre y tocó lentamente su rostro. No estaba claro si él sostenía la mano de Suzette para apartarla, pero la soltó de todos modos. Entonces empezó a extender la mano hacia Rosemarie…
Pero Rosemarie le propinó un devastador cabezazo directo a su prominente frente.
—¡Grk…! ¿Qué crees que….?
Mirando a Claudio mientras se sujetaba la cabeza, que le daba vueltas, vio que él la miraba con una combinación de ira y asombro, pero ella lo interrumpió a mitad de frase.
—¡No se atreva a dejar que le toque la frente…! —gritó, dejando que las lágrimas fluyeran con libertad de sus ojos mientras se daba la vuelta.
—Espera un segundo, Rosemarie. ¿Mi frente? ¿De qué estás hablando? ¡Oye, espera! ¡Princesa Suzette, suélteme!. —La voz nerviosa de Claudio se oyó cada vez más lejos. ¿No la seguía porque Suzette persistía en no dejarlo ir?
Antes de darse cuenta, pasó corriendo junto a Heidi y Alto y salió disparada del comedor. Antes de que pudiera huir, alguien la agarró de la mano y ella rápidamente intentó zafarse.
—¡Suéltame!
—No, tienes que calmarte. Eres bastante interesante, así que voy a enseñarte un lugar donde tu marido no podrá encontrarte durante un tiempo —dijo una voz con un tono particularmente divertido. Rosemarie miró en la dirección de la que provenía y encontró a la Adelina con cabeza de comadreja de pie allí. Una vez que vio esa amplia sonrisa en su rostro, se recompuso y volvió en sí.
♦ ♦ ♦
Claudio había intentado perseguir a Rosemarie mientras huía llorando sin una pizca de honor o vergüenza, pero los esbeltos brazos de Suzette estaban envueltos alrededor de su cintura. Él le quitó los brazos de encima y luego le retorció uno, irritado.
—Basta.
—Basta. —Pensando que esta princesa era la culpable de que Rosemarie derramara lágrimas, no pudo contener lo irritado que estaba. Quería darse prisa y llegar al fondo de por qué la siempre dócil Rosemarie actuaría con un ataque de celos semejante
—Vaya, Príncipe Claudio, eso duele. —A pesar de que él le agarraba el brazo con fuerza suficiente para enrojecerlo, Suzette solo hizo una ligera mueca, mostrando escasas señales de dolor. Algo en eso lo inquietó.
Esto no está bien.
Fue lo mismo que cuando se topó con ella en la entrada del comedor antes. No solo no se movió ni un centímetro a pesar de sus esfuerzos por quitársela de encima, sino que tiró de su brazo con una risita y lo invitó a comer con ella. Incluso la doncella que la había estado atendiendo como su sombra parecía algo extraña y no daba señales de detener a su señora.
—Claudio, la multitud también está rara. Haciendo tanto ruido, pero a casi nadie le importa —dijo Edeltraud vigilante desde detrás de Claudio.
Apenas quedaba nadie en el comedor, pero no era un número pequeño en absoluto. Pero los pocos que estaban allí no le habían prestado mucha atención a la escena. Había algunos entre ellos que miraban de reojo con interés de vez en cuando, pero eran la minoría.
Así que… todo el lugar está bajo un hechizo.
El comedor el primer día que llegaron a Tierra Santa estaba un poco más animado. Podría ser de mañana, pero no debería haber tan poca gente. Incluso si algunos estuvieran encerrados en sus habitaciones, el bajo número seguía siendo anormal. Ahora que había un poco de alboroto, finalmente notó lo extrañamente silencioso que estaba.
—Maestro Edel, vámonos. Estoy preocupado por Rosemarie. —Claudio apartó el brazo de Suzette casi de un empujón y se dio la vuelta. Oyó la risita de la chica desde atrás, pero salió del comedor sin girarse ni una vez.
♦ ♦ ♦
Un fuerte viento sopló desde debajo del acantilado, agitando el cabello de Rosemarie en todas direcciones. Sujetándoselo, Rosemarie sintió el viento por primera vez en lo que parecieron siglos, inhalando profundamente. La ardilla voladora, manteniendo su puesto habitual en el hombro de Rosemarie, se aferraba desesperadamente a la base de su cuello para que no se la llevara el viento.
—¡Princesa! Mire qué lejos se puede ver desde aquí. ¿No le hace gracia que haya tanta nada? ¡Oh! Mire qué altas están las olas.
—Heidi, ten cuidado de no caerte. Escudero Clausen, no se preocupe por mí; por favor, disfrute del paisaje —dijo Rosemarie tanto a Heidi, que miraba por debajo del acantilado inclinándose sobre la barandilla como una niña, como a Alto, que estaba de pie diligentemente cerca de las escaleras que bajaban. Luego se giró hacia el Obispo asignado como su cuidador, que permanecía en silencio detrás de ella.
—Obispo Lancel, le agradezco mucho que nos haya traído aquí. Me ha ayudado a calmarme.
—No ha sido nada. Sentí curiosidad cuando Adelina vino a buscarme, pero me alegra mucho que esto haya calmado sus nervios. —La cabeza de Ilse no era la del pájaro gris hoy, así que su cabello pulcramente trenzado era visible, sin un solo mechón descolocado por los fuertes vientos. Al igual que su cabello, su expresión permanecía tranquila.
Adelina se había ofrecido a mostrarle a Rosemarie un lugar donde Claudio no la encontraría cuando huyó de él: era la parte superior del campanario de la catedral. Sin embargo, Adelina quien dijo que no podía ir porque todavía tenía trabajo que atender, involucró al Obispo Ilse de la nada y dejó que él la guiara en su lugar.
Jamás habría imaginado que detrás de esos caminos habría aún más caminos.
Nunca se le había pasado por la cabeza que detrás de los muros de los complejos pasadizos subterráneos habría aún más pasadizos serpenteantes como un hormiguero. Aparentemente, casi todo el personal de la iglesia los usaba, lo que arrojaba algo de luz sobre cómo Ilse logró llegar a su habitación tan rápido cuando lo llamaron esa mañana.
Al llegar a la pintoresca ubicación a través del confuso laberinto de pasillos, por fin se dio cuenta de lo que era un soplo de aire fresco después de haber estado encerrada de forma sofocante bajo tierra durante tanto tiempo.
El interior del campanario estaba desprovisto de las intrincadas esculturas y estatuas que eran tan comunes bajo tierra. La única excepción era la solitaria campana que colgaba en el campanario, que tenía un Hipocampo grabado en ella, tan dinámico que prácticamente parecía vivo.
—Nuestras reglas establecen que los asistentes generales no pueden subir aquí. La única otra persona autorizada a subir es nuestro campanero, así que le aseguro que puede descansar sus corazones fatigados y disfrutar de su estancia. Aunque, como ha dicho su doncella, lo único que puede ver es el mar —dijo Ilse, casi como si supiera lo socialmente torpe que era ella. Eso hizo que Rosemarie se sintiera un poco avergonzada, pero agradecida de todos modos.
—Oh, no. Nunca había visto el mar antes de venir a la Tierra Santa, así que es un agradable cambio de aires. También creo que podría acostumbrarme a su aroma. —Inhalar el aroma del agua salada la estaba ayudando a centrarse aún más.
Entonces, la repentina comprensión de que le había dado un cabezazo a Claudio en el comedor volvió a ella. Se puso pálida. Esa pequeña payasada estaba destinada a hacerla caer aún más en desgracia con Claudio, y temía pensar en lo que Suzette podría hacer.
Salí corriendo en un momento de pasión ciega, pero me pregunto si él estará bien… Además, le grité que no dejara que le tocara la frente. ¿Qué me ha pasado?
Incluso si fuera un caso de celos extremos, ¿qué derecho tenía ella a estar celosa? Al final del día, había chocado cabezas con Claudio, literalmente. Si se lo hubiera hecho a Suzette en su lugar, al menos podría haber ayudado a romper el hechizo bajo el que probablemente estaba. Quería pedirle a Heidi que le devolviera su cubo, para poder meterse en un agujero con él puesto. Sin embargo, le disgustaba que Suzette pusiera sus manos sobre Claudio.
—Princesa Rosemarie, usted proviene de Volland, ¿correcto? Entiendo por qué admira el mar después de vivir principalmente entre pastos y tierras de cultivo. A mí me pasó lo mismo.
—¿A usted le pasó lo mismo? ¿Es usted originario de Volland también, Obispo Lancel?
—Sí, en mi infancia.
Ella ahogó un grito de sorpresa. Heidi se acercó, como en respuesta al sonido.
—¿Princesa? ¿Pasa algo?
—Heidi, parece que el obispo Lancel es de Volland.
Heidi dio un grito ahogado con los ojos muy abiertos, e Ilse esbozó una leve sonrisa.
—He estado en muchos lugares en mis viajes, pero nunca estuve más cautivado que cuando vi el mar por primera vez. —Ilse sonrió cómodamente mientras se dejaba llevar por la nostalgia. Rosemarie también se sintió complacida, mientras la nostalgia por su patria compartida brotaba de su interior.
—¿Lleva mucho tiempo en la Tierra Santa?
—No, llegué aquí hace un año más o menos. Fui llamado debido a la falta de manos disponibles en la Adoración de la Reliquia Sagrada el año pasado. Después de lo cual, me concedieron amablemente el privilegio de servir aquí. —Parecía tan aclimatado a la forma de hacer las cosas aquí, que Rosemarie nunca habría adivinado que solo llevaba un año de estancia. Eso era probablemente un testimonio de lo capaz que era.
Aún así, si lleva un año, eso sería más o menos cuando la gente de aquí comenzó a beber el agua bendita… ¿no?
Los eventos coincidían de manera bastante misteriosa. Sabía que algo había pasado, pero ¿qué era?
Mientras reflexionaba, se dio cuenta de que por fin se había calmado. Sus pensamientos se volvieron hacia la preocupación de haber dejado a Claudio de la forma en que lo hizo.
Como si adivinara lo que estaba pensando, Ilse sugirió que regresaran todos. Empezó a caminar desde su posición cerca de la escalera descendente. Ella comenzó a seguirlo escaleras abajo, pero fue detenida por un susurro en su oído del obispo.
—Una pelea con el príncipe Claudio en este momento es peligrosa. Estas tierras están malditas.
Ella miró sorprendida en su dirección, pero cuando lo hizo, él ya estaba bajando las escaleras. La parte posterior de su cabeza no lucía el plumaje único del pájaro gris… lo que significaba que estaba diciendo la verdad. La palabra “maldito” la hizo sentir como si una brisa fría soplara a través de su columna vertebral.
La dejó preguntándose cuánto sabía realmente Ilse y si era buena idea presionar para obtener respuestas justo aquí y ahora.
Sin embargo, mientras se quedaba dándole vueltas, divisó a alguien que se preparaba para subir la escalera desde el piso inferior. La persona que ascendía por esta escalera de caracol, que era más pequeña que la utilizada para descender a la catedral, era un miembro del clero; Rosemarie dedujo que lo más probable era que fuera el asignado como campanero del mediodía.
El campanero pareció sorprendido al ver a Rosemarie y a los demás descender. Pero al mirar a Ilse a los ojos, se reservó sus comentarios, hizo una breve inclinación de cabeza y comenzó su ascenso por las escaleras. Mientras lo observaba ascender, vislumbró la campana grabada con el Hipocampo.
Con el tañido de la campana del mediodía despidiéndolos desde atrás, Rosemarie descendió la escalera de caracol, perdida en sus pensamientos.
