Traducido por Lucy
Editado por Tsunai
Después de la ceremonia de entrega de premios, el público comenzó a abandonar la sala de banquetes.
En contraste con los otros galardonados, el rostro de Yu Ming no mostraba ni un atisbo de emoción.
El coche de Xia Hongwei seguía aparcado en un rincón discreto, esperando. Sin embargo, esta vez Yu Ming no subió directamente. En cambio, se volvió hacia él y dijo:
—Hoy vuelvo a la residencia.
Xia Hongwei respondió con un tono seco e inapelable:
—Ya he organizado el banquete para celebrar tu premio.
Al escuchar esto, en el rostro de Yu Ming apareció una expresión de rechazo.
—No quiero celebrar nada. No hay nada que celebrar.
Xia Hongwei ni siquiera consideró su opinión.
—Las invitaciones ya están enviadas. Todos están allí esperando. ¿Vas a hacer que se queden con las copas en la mano por ti?
Yu Ming lo miró con incredulidad.
—¿Cómo es posible? Los premios acaban de ser entregados, ¿cómo pueden haberlo preparado tan rápido?
Xia Hongwei se limitó a contestar, impasible:
—Que los premios acaben de entregarse no significa que las invitaciones se hayan enviado hoy.
De pronto, una sospecha cruzó la mente de Yu Ming. Clavó la mirada en Xia Hongwei con gesto interrogante.
—¿Sabías el resultado de antemano? ¿O… lo manipulaste?
—¿Y qué más da? —replicó Xia Hongwei, con un tono tan suave que helaba.
El corazón de Yu Ming se encogió. La certeza lo golpeó de pronto y ni siquiera sintió ganas de seguir discutiendo. Se dio la vuelta para marcharse.
Pero Xia Hongwei lo agarró del brazo con fuerza y lo empujó contra la puerta del coche, apretándolo mientras soltaba con rabia:
—Será mejor que espabiles.
Yu Ming le sostuvo la mirada, temblando de indignación.
—No me importa si fue por ti o no… ¡pero estoy harto de escucharte!
El silencio que siguió pesaba como plomo entre los dos, mientras las luces de la calle parpadeaban a su alrededor.
La mirada de Xia Hongwei se volvió aún más sombría, y una hostilidad cruda se dibujó en su frente.
—¿Qué acabas de decir? ¿Estás disgustado? —espetó.
Yu Ming, por fin, liberó la emoción que llevaba tanto tiempo reprimiendo.
—¡Sí! Me repugna… me asquea tu actitud de dios todopoderoso.
El rostro de Xia Hongwei se torció, feo y amenazante.
—Yu Ming, ¿sabes lo que significa ser una puta y aún así pretender hacerte un nombre? Si tanto te asco doy, ¿por qué sigues aprovechándote de mi postura en cada maldito momento?
Yu Ming le devolvió la mirada, con voz cortante:
—¿Tengo alguna opción?
Xia Hongwei soltó una carcajada repentina, una risa más fría y espeluznante que la del espiritista de Sombras robadas.
—Entonces te daré esa opción. Basta con que lo digas con la cara bien seria: “Yo, Yu Ming, ya no te necesito”. Y te liberaré en este mismo instante.
El silencio cayó sobre ambos. Yu Ming tardó en responder, pero cuando lo hizo, su voz sonó clara y firme:
—Yo, Yu Ming, nunca he querido utilizarte.
Xia Hongwei, acostumbrado a vivir con el control absoluto de todo y de todos, sintió cómo esas palabras le atravesaban como un cuchillo. Fue el primer golpe verdadero que recibió en su vida. Un golpe seco, que no dejaba espacio para la réplica.
—Recuerda lo que dijiste hoy —gruñó finalmente, antes de girar sobre sus talones.
El coche de Xia Hongwei arrancó a toda velocidad y desapareció del campo de visión de Yu Ming, dejando tras de sí solo el eco de las ruedas en la noche.
Mientras tanto, Han Dong había optado por ser diplomático: siguió a los demás hasta un club nocturno para celebrar, se divirtió un par de horas, y cuando por fin regresó al albergue ya pasaban de las dos de la madrugada.
Pero el alcohol y la noche le habían dejado un hueco en el estómago, así que fue a la cocina y puso a cocer una gran olla de fideos.
Mientras comía, una voz fría y serena sonó detrás de él:
—¿Por qué estás cocinando fideos a estas horas?
Han Dong se sobresaltó tanto que casi escupió los fideos que tenía en la boca.
—¡Joder! ¿Tú estás aquí?
El tono de Yu Ming seguía siendo ligero, casi indiferente.
—Todo el tiempo.
—Tengo a alguien que me gusta —dijo Yu Ming de repente.
Los palillos de Han Dong se detuvieron en seco.
—¿Tienes a alguien que te gusta? —preguntó, entre incrédulo y divertido.
—Hmm —asintió Yu Ming.
—¿Quién?
—Tú —soltó él, con toda naturalidad.
Han Dong reaccionó con su clásica ironía:
—Te quiero, pero ya tengo a Zhong Zhong.
—Lo digo en serio —repitió Yu Ming, sin inmutarse.
Han Dong arqueó una ceja y sonrió con descaro:
—Soy una flor, pero solo puedo amar a uno a la vez, así que… ¿por qué no coges un número y te vas al final de la fila?
Pero Yu Ming, para sorpresa suya, repitió una vez más, con firmeza:
—Lo digo en serio.
Esta vez, Han Dong se quedó rígido. Lo miró fijamente y, para su consternación, descubrió que Yu Ming no mostraba ni una pizca de sarcasmo. La sinceridad en sus ojos lo desarmó por completo.
A Han Dong casi se le escaparon las lágrimas.
¡No, por favor! Ya le debo demasiado a la familia Xia, todavía no he pagado esa deuda, ¡no puedes cargarme con otra todavía mayor!
—Ming’er… escúchame —empezó, intentando mantener la compostur —he hecho las cuentas: no tenemos ningún vínculo emocional. Debes de estar cometiendo un error de juicio.
Pero Yu Ming negó con la cabeza y respondió con voz tranquila, pero segura:
—Fuiste tú quien calculó mal.
Han Dong respiró hondo, ajustó su expresión y, con el valor justo, se atrevió a preguntar:
—Dime… ¿qué tengo yo que sea mejor que Xia Hongwei?
Yu Ming no tardó en contestar:
—Eres mejor que él en todo, excepto que no tienes tanto dinero. Solo tú puedes darme felicidad y sorprenderme de maneras que él nunca podrá. Solo contigo puedo soltarme y ser yo mismo por completo.
Han Dong tragó saliva, intentando mantener el tipo.
—Te equivocas —dijo finalmente —solo los amigos pueden hacer que te abandones así. Las personas que realmente te gustan son precisamente aquellas a las que no puedes mostrarles todo. Por ejemplo, yo… con Wang Zhongding siempre soy el más reservado. Nunca le enseño mis defectos. Siempre le muestro mi lado más perfecto.
El silencio se instaló entre ellos, pesado y lleno de emociones no dichas, mientras los fideos en la olla se enfriaban poco a poco.
—¿Entonces por qué llamaste a él y no a mí la última vez que fuiste a un baño público y… cagaste sin papel? —preguntó Yu Ming, con la barbilla en alto y un deje de reproche.
Han Dong se quedó helado, los palillos a medio camino de su boca.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó con voz débil.
—Porque estoy a tu lado —respondió Yu Ming con naturalidad.
—Sigue… sigue hablando. Te escucho —murmuró Han Dong, tratando de recomponerse.
Pero Yu Ming no necesitaba que lo animaran. Lo miró fijamente mientras decía:
—Creo que tus sentimientos por mí son probablemente como los míos por Ye Chenglin. Porque siempre nos han faltado verdaderos amigos. Y por eso los apreciamos más de la cuenta.
Han Dong, algo incómodo, intentó aferrarse a esa idea:
—Eso debe de ser. Eso… tiene sentido.
Pero Yu Ming lo cortó con una frialdad inesperada.
—Yo sí tengo amigos.
El silencio volvió a caer, pesado, hasta que Han Dong suspiró, con un lamento de impotencia:
—¿No eras tú quien nos aconsejaba a Wang Zhongding y a mí que fuéramos claros con nuestros sentimientos? ¿A qué viene ahora esta confesión repentina?
—Porque en ese tiempo —admitió Yu Ming —todavía no me gustabas.
—¿Y cuándo lo descubriste? —preguntó Han Dong, con un nudo en la garganta.
Yu Ming lo miró a los ojos y respondió sin vacilar:
—Desde el momento en que no me dejaste ver cómo hacías esa escena.
Han Dong casi se golpeó la frente de la frustración.
¡Maldita sea! ¡Debería haber sabido que tenía que dejarlo verme!
Ya sin saber qué hacer, empujó la olla de fideos hacia Yu Ming con una sonrisa torpe:
—¿Qué tal si te dejo probar otro bocado? ¿Y me dejas ir en paz?
Pero Yu Ming no contestó. Se limitó a levantarse y marcharse en silencio a su habitación, dejando a Han Dong solo, con los fideos fríos y el corazón encogido.
♦ ♦ ♦
En los días siguientes, el departamento técnico de Zhong Ding, en colaboración con la policía cibernética, emprendió una investigación exhaustiva.
Tras revisar meticulosamente más de mil pistas, finalmente identificaron al sospechoso: un empleado de una empresa tecnológica que no tenía relación alguna con Han Dong, y que claramente había sido contratado por alguien para hacer el trabajo sucio.
Wang Zhongding envió a Er Lei y a otros hombres para interrogarlo durante tres días, hasta que finalmente arrancaron de él el nombre de la persona que estaba detrás de todo.
Cuando le entregaron el resultado a Feng Jun, esté ni siquiera pareció sorprendido.Solo preguntó con un leve atisbo de curiosidad:
—¿Y qué vas a hacer con él?
—¡Haré que se arrepienta el resto de su vida! —dijo Wang Zhong Ding con voz helada.
Feng Jun preguntó con cautela, casi en un susurro:
—¿Quieres que sigamos investigando?
—¡Investiga! —ordenó Wang Zhong Ding sin dudar —Hazlo.
Esa noche, cuando Wang Zhong Ding volvió a casa, Xi Xi corrió a su encuentro con los ojos brillantes y le preguntó:
—¿No ha venido el tío Cola de Cerdo?
Wang Zhong Ding se detuvo, desconcertado.
—¿Por qué iba a venir?
—¡Porque me lo dijo mi tía! —respondió Xi Xi con seriedad —Está causando problemas en tu empresa, así que deberías traerlo a casa para limpiarlo.
La niña lo miraba con una expectación tan inocente y segura, que a Wang Zhong Ding no le quedó más remedio que sonreír con ternura.
—Pronto —dijo finalmente, revolviendole el cabello.