Traducido por Kiara
Editado por Sharon
Rosemarie amaba la jardinería. Era el tipo de persona que, cuando descubría una planta que nunca había visto antes, se alejaba, enviando a todos los demás una señal de advertencia.
Siempre le pareció misterioso cómo las semillas que sembraba se convertían en flores tan hermosas. También era sorprendente el hecho de que los árboles de frutas siempre volvieran a las semillas de donde vinieron.
Desde que empezó a ver las cabezas de las personas transformarse en cabezas de bestia, su interés se hizo más fuerte.
Incluso cuando era obligada a presentarse en público y se asustaba mucho, regresaba a la villa imperial donde sus siempre silenciosas amigas flores la saludaban y consolaban.
Por eso respetaba tanto las herramientas que usaba para cultivar. Cuando terminaba de usarlas, las limpiaba y pulía hasta dejarlas limpias; si se rompían, las reparaba. Multifuncionales y capaces, sus herramientas eran extremadamente confiables.
Y, entre ellas, su preferida era el cubo que la ayudaba a protegerse.
No vería nada una vez que se lo pusiera en la cabeza. Incluso si alguien la observaba, no podía verlos, lo que significaba que podía salir sin miedo. El cubo también bloqueaba el sonido, así que podía salir sin escuchar nada que no quisiera oír.
La oscuridad, junto con la sensación de encierro que le permitía ver solo los pies de la gente, la hacía sentir aliviada como ninguna otra cosa.
Al menos, así era hasta hace unos días.
—Princesa, tal vez sea hora de eliminar el cubo… A este paso se fusionará con tu mano —dijo Heidy para calmar a Rosemarie, pero ella sostuvo los bordes del tocado del cubo con ambas manos y sacudió su cabeza en respuesta.
En la esquina de su dormitorio, y acurrucada bajo su manta, Rosemarie había estado manteniendo su defensa desde esta mañana.
Habían pasado cinco días desde el banquete de felicitación. Había estado tan asustada que se había desmayado patéticamente en el banquete. Pero cuando volvió en sí y pensó las cosas racionalmente, empezó a sentir que tal vez había sido demasiado dura con Klaudio.
Le dije que prefería tener la cabeza de una bestia en su lugar, dije que no entiendía mis sentimientos… No, es el único que no entiende… No quiero verlo…
Seguro estaba muy furioso con ella, sin ninguna duda. Molesta consigo misma, Rosemarie se encerró en su habitación y en todo momento se puso su cubo sobre su cabeza, pero eso no la tranquilizó.
—Su Alteza ha enviado un regalo de disculpa. Admito que estoy bastante decepcionada y tengo curiosidad por saber por qué Su Alteza no nos ha agraciado con su presencia —dijo Heidy al lado de Rosemarie, con un tono muy desagradable. Por supuesto, su cabeza se había convertido en un gato negro como de costumbre.
Rosemarie recibiría regalos de vestidos y joyas, cosas que harían saltar de alegría a una chica normal, junto con una tarjeta de mensajes de disculpas escritos casi todos los días por Klaudio, pero nada de eso era suficiente para mover su corazón.
No quiero ir, pero tengo que hacerlo… Tengo que disculparme con el príncipe, pensó para sí misma, pero no importaba lo que intentara, su cuerpo no la escuchaba. Rosemarie se agarró las rodillas y las apretó con fuerza.
—El regalo de hoy es Saola. Me dijeron que llegó de Volland justo esta mañana. Vino con cartas de tu familia.
—¿Saola y cartas…? —Eso la animó. Al oír que recibió cartas de su familia, que se habían apresurado a casa después de la boda por miedo a dejar las fronteras abiertas del país por mucho tiempo, sintió que sus emociones resurgieron.
—Sí, cartas. Fueron, bueno… traídas esta mañana por el Vice Capitán de la Guardia Imperial, el escudero Clausen. Me dijeron que Su Alteza usó un hechizo para traerlas, y recién sacadas del horno.
—¿Recién sacada del horno…? —Tenía la sensación de que no era la expresión correcta para usar cuando se trataba de correspondencia. Intentó alcanzarla y tomarla, pero Heidy agarró su mano..
—Ah-ha, entonces, quiere leerlas, ¿no? Realmente le gustaría leerlas, ¿no? Bueno, no puedes leer mucho si mantienes ese cubo sobre tu cabeza, ya sabes. Así que, vamos, ¡sal de ahí y quítate el cubo! —Heidy tiró de la mano de Rosemarie, arrastrándola desde debajo del tocador. Ella lentamente se sacó el balde para encontrar a su criada sosteniendo el puñado de cartas con una amplia sonrisa en su rostro.
—Y mientras las lees, te prepararé un poco de té de Saola.
Presionando el correo que Heidy le entregó contra su pecho con mucho cuidado, Rosemarie pudo sentir el aroma de la elaboración del Saola flotando en el aire.
Mientras una parte de ella sentía que debía esperar y guardar las cartas para más tarde, Rosemarie se sentó en su cama y cuidadosamente procedió a leerlas.
Empezaron con buenos deseos, pero la mayoría eran sobre Volland. Escribían sobre los sucesos cotidianos de sus padres y hermanas y el estado del jardín de la villa donde Rosemarie solía residir.
Se sentía tan nostálgica al final de la lectura que quería llorar.
Fue entonces cuando, como si fuera calculado, Heidy le presentó la dulce y caliente taza de té.
—¿Se ha calmado?
—Sí, pero, ahora tengo el deseo de volver a Volland… Quiero huir a la villa…
—¿Quiere volver? Todo el mundo se sorprenderá si la escuchan decir algo así. —Heidy se acercó, apretando sus puños juguetonamente, para limpiarle los ojos llenos de lágrimas mientras una pequeña sonrisa comenzaba a formarse en sus labios. Con la taza en la mano, Rosemarie miró la superficie marrón del té y preguntó:
—¿El príncipe envió esta carta por medio de un hechizo?
—Parecería que sí. Ya que casi nunca sales, princesa, debe de haber perdido el juicio y se ha echado atrás con tus padres. —Parece que su ira había disminuido, pero el par de orejas de gato negros seguían en su rostro asustando a Rosemarie y haciendo que sus hombros saltaran—. Oh, querido. Mis disculpas. Volveré después de calmarme un poco.
Asumiendo por la reacción de Rosemarie que debía parecer una bestia, Heidy sonrió irónicamente y salió del dormitorio.
La princesa agarró la taza mientras se sentaba sola en la habitación.
Pero el príncipe ni siquiera puede usar la magia.
Supuso que Klaudio le había pedido a ese melancólico hechicero encapuchado, Edeltraud, por las cartas. Lo que significaba que había pedido la cooperación de la familia de Rosemarie por el bien de ella o, tal vez el mismo Klaudio no lo encargó, pero uno de sus ayudantes tuvo el sentido común de hacer ese encargo.
—Creo que su condición debe estar empeorando de nuevo por ahora, pero…
Pensar en Edeltraud le hizo recordar: si las declaraciones de ese hechicero eran correctas, entonces cada día que Klaudio pasaba sin Rosemarie a su lado, su condición empeoraba. Probablemente tampoco había estado durmiendo. Sin embargo, no había venido a arrastrarla a la fuerza como antes.
Ella no estaba segura de qué podía hacer, ¿estaba tan enojado y se mantenía firme en su decisión de permanecer lejos? ¿La había abandonado? Había enviado estas cartas en medio de todo esto, lo que sólo aumentó su confusión.
Sin embargo, Rosemarie finalmente se había separado de su cubo y salió de su dormitorio al día siguiente… y ese día, e incluso el día siguiente, continuó recibiendo cartas de su familia.
♦ ♦ ♦
—Con el debido respeto, Su Alteza. He sugerido esto varias veces, pero quizás es hora de que entregue las cartas a la princesa personalmente —dijo Alto, parado detrás de Klaudio mientras tomaba la nueva carta de Volland del halcón blanco posado en la ventana abierta de la oficina real. La pregunta hizo que Klaudio tensara las cejas.
—No hay problema, puedes usarme cuanto necesite, pero si esto sigue así, la princesa de Volland nunca saldrá y por tanto no podrá probar muchas formas de devolver su maná a la normalidad. Klaudio, estás siendo débil.
—Maestro Edel, voy a hacer que el cocinero prepare un plato con su familiar. —Klaudio miró al halcón blanco parlante, el familiar de Edeltraud. El halcón saltó rápidamente desde el alféizar y se desmoronó como nieve derretida.
—Esa es una sugerencia del mago Edeltraud también. Me han dicho que Su Alteza ha salido del encierro en su dormitorio para recibir las cartas. Así que creo que es conveniente que la vea en persona.
—Estoy ocupado. Entregalas por mí. —Negando rotundamente la sugerencia, el príncipe le dejó la carta a Alto. En cualquier otro día, el caballero habría dejado la habitación sin decir nada, pero hoy no se marchó.
—Cada vez que voy a entregarlas, termino recibiendo algunas preguntas mordaces de la criada de Su Alteza. En especial si en verdad tienes la intención de disculparte.
—Pero si por eso estoy recibiendo las cartas de su familia en Volland todos los días. Si así es como percibe mis intenciones, sería una pérdida de tiempo entregarla en persona. Tiene un entrenamiento programado ahora, ¿no? Me disculpo por causarle tantos inconvenientes.
Alto arrojó la carta sobre el escritorio en señal de frustración. Aunque aún tenía ganas de discutir su punto, simplemente bajó las cejas, saludó y se fue de la oficina.
La habitación se volvió tan silenciosa que se podía oír caer un alfiler. Klaudio se sentó en su silla y dejó escapar un gran suspiro.
¿Cuántos días habían pasado desde que Rosemarie dejó de salir de su habitación? No había sido capaz de dormir, y era difícil respirar. Su salud iba cuesta abajo. Las cosas habían ido bien durante un tiempo, lo que hizo que la tensión en su cuerpo se sintiera especialmente mal.
—Sí, estoy demasiado ocupado, ¿de acuerdo? Además, ella tampoco quiere verme de frente. Soy el único patético.
Él fue quien la abandonó el día del combate imperial, sacudiendo su mano con rabia mientras ella se aferraba a él como su único apoyo. Ahora que estaba pensando con la cabeza fría, no importaba cuánto rencor tenía.
Lo que hizo, se dio cuenta después, era inexcusable. La imagen del rostro de Rosemarie congelado por la desesperación parpadeó en su mente; encontrarse con su mirada sería demasiado incómodo.
Se inclinó hacia atrás en su silla y miró al techo con una mano sobre un ojo, apoyando los pies en su escritorio como una muestra flagrante de malos modales. Un fuerte dolor de cabeza palpitaba con fuerza contra el dorso de sus ojos. Bajo su mano, sintió una detestable piel suave y lisa.
Puedo ver su rostro humano. También la tez de su piel. Príncipe, no eres una bestia.
Su mirada directa y preocupada, y sus palabras, le hicieron sentir una pequeña pizca de alegría, provocándole sentimientos encontrados. En un arrebato de ira, terminó respondiendole de mala manera.
Y cuando pensó en ello, se dio cuenta de que Rosemarie le preguntaba sobre su condición en cada oportunidad.
Hizo lo mismo en la gala de la noche para seleccionar a mi novia.
Aunque ella no tenía la mejor complexión del mundo, sólo se preocupaba por Klaudio. La única chica que había mostrado preocupación por él, sin apartar sus ojos ni mostrarse asustada por su aspecto, era ella.
Hablando de no apartar la mirada… Actuó de forma extraña después de que le hablara de su papel en el combate imperial…
Al principio tenía miedo de participar en el combate imperial, pero de repente encontró la motivación para tomar el papel por cualquier razón. Sin embargo, en una rara ocasión, lo hizo sin mirar a Klaudio, por lo que él lo recordó. Tal vez había dicho algo que estimuló un cambio en su forma de pensar. Estaba tan harto de Rosemarie y su actitud de gato asustadizo que ni siquiera podía recordar lo que había dicho, pero el recuerdo permanecía en un rincón de su mente.
Personalmente, no creo que el hecho de que puedas identificar instantáneamente a las personas que albergan animosidad sea incómodo en absoluto; de hecho, tengo envidia.
Se levantó con un suspiro. El impulso hizo que la silla en la que se había inclinado se deslizara, y cayera al suelo.
—Lo arruine todo. —Klaudio puso una mano sobre el lugar donde había caído la silla y terminó cayendo también. Como si el sonido fuera un indicio de algo más, el caballero de guardia entró corriendo por la puerta.
—¡¿Ha pasado algo, señor?!
—No fue nada. Sólo intentaba recoger un documento del suelo y terminé tropezando.
Klaudio se puso de pie, recogiendo los documentos que por casualidad estaban en el suelo delante de él, haciendo como si nada hubiera pasado. Tan pronto como el caballero desapareció por la puerta, aliviado de que no hubiera pasado algo, el príncipe se sentó de nuevo en su silla recolocada, ignoró el punto palpitante en la parte posterior de su cabeza, y apoyó todo su brazo en el escritorio para sostener su frente con su mano.
—Soy un verdadero idiota… —Se había quebrado cuando ella le dijo que hubiera preferido tener una cabeza de bestia en su lugar. No había manera de que ella entendiera las dificultades que eso le había traído. No había manera de que pudiera sentirse feliz de saber que alguien lo envidiaba. Lo mismo presumiblemente era para Rosemarie. No importaba cuán débil de corazón fuera, era natural que se enojara.
Bajó la mirada a la carta que habían enviado desde Volland. Pasó la mano por su rostro para limar las tensas arrugas de su frente, y recogió la carta.
—Tendré que entregarlas más tarde —murmuró para sí mismo, tomando una decisión. Guardó cuidadosamente el sobre blanco en el bolsillo del pecho y reanudó su trabajo.
♦ ♦ ♦
—¿Es cierto? —le preguntó el Arzobispo Kastner a la dama de la corte sentada frente a él en el pequeño y aislado confesionario de la capilla del palacio con una expresión de alegría en el rostro.
—Sí, Su Alteza ha estado enviando un pájaro hacia Volland todos los días en la última semana, pero en realidad es un espíritu familiar del Archimago.
—¿Y estás seguro de eso?
—Sí, rara vez lo usa, pero he visto que entra y sale del palacio . Ese halcón blanco pertenece al Archimago Edeltraud —declaró la dama, y Kastner no pudo contener la sonrisa en su rostro.
El espíritu familiar de un hechicero nunca podría ser convocado por otra persona. Por eso, a menos que lo que la mujer estuviera equivocada, el halcón blanco no estaba siendo domesticado por Klaudio.
Era comprensible que el familiar fuera usado por Klaudio si Edeltraud lo permitía, pero el destino en cuestión era Volland. No sólo eso, sino que siendo un evento diario, le hizo preguntarse por qué Klaudio no usaba su propio familiar.
Habría sido imposible que el príncipe Klaudio, el mayor hechicero de todo Baltzar, no tuviera un espíritu familiar propio. Cualquier mago podría fácilmente crear un familiar si tuviera el maná para hacerlo. Sin embargo, Kastner se había dado cuenta demasiado tarde de que no había visto a Klaudio hacer eso ni una sola vez.
—Podría haber algún tipo de problema con el maná del príncipe.
El siempre fastidioso Klaudio había mostrado finalmente un resquicio en su proverbial armadura después de todo este tiempo. Un poco de investigación en este asunto podría producir algunos resultados intrigantes.
Como condición para acceder al trono de este país, se requería tener maná del más alto calibre. Aunque aparentemente tenía relevancia para el Bosque Prohibido, estaba convencido de que no era nada para tener en cuenta.
Se decía que, a diferencia de su hijo, el maná del rey Baltzar era bastante insignificante.
En este país que estaba lleno de hechiceros, la iglesia estatal tenía poca influencia. Aunque no la socavaban, había tenido experiencias amargas en innumerables ocasiones. Los hombres de túnicas místicas y aquellos vestidos de santidad no se miraban a los ojos. Sus ideologías conflictivas eran un tema común, no sólo en Baltzar, sino en todas partes.
Esa fue la razón por la cual Kastner estaba tratando de echar a ese advenedizo amenazante Klaudio de su posición como príncipe heredero y desarrollar un candidato para la corona que fuera respaldado por la iglesia.
—Después de todo, estar bajo el gobierno de un rey desfigurado es bastante insoportable.
Aunque llamaban a Su Alteza “el regreso de la Bestia Sagrada”, y había sido tratado con pleitesía y adoración, no había escasez de gente que lo despreciaba. Al igual que la dama de la corte asintiendo profundamente ante los ojos de Kastner.
Tenía el presentimiento de que al ahondar en este nuevo método se mostraría a su favor, y sus labios se enroscaron lentamente en una sonrisa.
♦ ♦ ♦
El sobre que Klaudio empujó a Rosemarie la hizo parpadear conmocionada e incrédula.
—Date prisa y tómalo. Si no la quieres, me desharé de él —afirmó con una expresión contundente pero enojada, sobre la cual ella se apresuró a tomar la carta de su mano.
La repentina visita de Klaudio al salón de Rosemarie había ocurrido justo cuando el sol se ponía, y ella empezaba a temer que no había recibido una carta de Volland ese día.
—¡Muchas gracias! —Rosemarie sonrió ampliamente, mareada y encantada de que Klaudio le hubiera entregado en mano la carta que estaba convencida de que no recibiría. Ante eso, Klaudio frunció el ceño y rápidamente desvió sus ojos. Su complexión era un poco peor de lo que ella había pensado.
—Bueno, mira quién está llena de alegría. Pasé por todos esos problemas trayendo cartas sólo porque estaba preocupado por ti, pero parece que no era necesario. ¿Encuentras tan agradable molestarme?
—Eso no es lo que yo… —Sus hombros se desplomaron ante los agudos comentarios de Klaudio y, al ver su expresión de perfil, se mordió la lengua.
No está enojado, ¿verdad? Más bien parece preocupado…
Podría haber sido apropiado decir que su expresión parecía incómoda. Ella miró fijamente a Klaudio, incapaz de medir sus emociones. Mientras lo hacía, él finalmente se volvió hacia su esposa, frunciendo su frente de una manera que parecía justo al borde de la hosquedad. Sus ojos se dirigieron a la habitación.
—Así que, eh, sí… —Klaudio abrió y cerró su boca una y otra vez, como si renunciara a algo a medio pensar. Al final, no dijo nada y le dio la espalda. Dándose cuenta de que estaba a punto de irse, Rosemarie instintivamente lo agarró de la manga.
—Um, príncipe, yo… —Necesitaba disculparse. Ese deseo genuino la llevó a abrir la boca, pero las palabras no salían. Quería disculparse pero, de forma bastante frustrante, se dio cuenta de que no podía. ¿Quizás Klaudio estaba sintiendo lo mismo hace un momento?
—Si tienes la energía para alegrarte por esta carta, entonces tal vez es hora de que salgas de aquí, es tu culpa que me vaya tan mal —afirmó Klaudio en un tono monótono, sacudiendo la mano de Rosemarie y saliendo de la habitación. Una vez que salió, Rosemarie fue despojada de su energía de un solo golpe y se hundió sin fuerzas en el cojín del sofá.
—¿Estás bien, princesa?
—Sí, sólo estaba un poco nerviosa. —Heidy se acercó a su señora desde su puesto en el rincón de la habitación y comenzó a acariciarle los hombros para consolarla. Esto le dio el incentivo para responder.
—Sin embargo, parece que no se disculpó después de todo. Es cierto que parecía que iba a hacerlo, al menos —suspiró decepcionada, con una mano en su mejilla, mientras la mirada de Rosemarie caía sobre la carta que Klaudio le había traído.
Entre él personalmente entregando la carta que había enviado desde Volland, su amenaza prepotente de “deshacerse de ella”, y su aparente deseo de disculparse, Klaudio era difícil de entender.
¿Quiero que se disculpe?
No sentía que ese fuera el caso. Después de todo, ella también había sido grosera con él.
Debería haber estado feliz de que viniera a entregar la carta, pero el hecho de que la trajera mató su motivación para leerla de inmediato. En lugar de eso, la miró fijamente. Entonces llamaron a la puerta. Heidy la respondió de manera entrenada.
—Oh, Dios mío, Señor Clausen. Si está buscando a Su Alteza, ya ha regresado.
Al otro lado de la puerta abierta estaba Alto, el siempre confiable ayudante de Klaudio.
—Oh, ¿Su Alteza estuvo aquí?
—Sí, vino a entregar la carta —respondió Heidy dudosamente a Alto, quien parecía sorprendido. Bajó los ojos en contemplación, luego dio las gracias y se fue. Sin embargo, Rosemarie sintió algo fuera de lugar con el caballero y lo detuvo.
—Espere un momento, por favor, señor Clausen. ¿No sabía que el príncipe estaba haciendo una visita? —Ella había asumido que Klaudio le había dicho que él mismo traería la carta hoy.
—Eso es correcto, milady. No estaba al tanto.
—Si es así, ¿por qué vino hasta aquí, señor Clausen?
—Bueno… —Alto estaba siendo extrañamente inarticulado, pero Rosemarie esperó lo que tenía que decir sin apresurarse, lo que lo llevó a confesar lo que había pasado—. He estado sugiriendo a Su Alteza que le entregue las cartas a usted personalmente desde hace unos días, pero él me rechazó cada vez. Yo las he estado entregando en su lugar. Sin embargo, hoy he sido más persistente en mantenerme firme, lo que ha terminado por molestar a Su Alteza. No pude hacer que me la confiara, y me habría sentido muy mal si no hubiera recibido la carta que tanto esperaba por mi culpa, así que, de hecho, vine a comprobar la situación y a disculparme.
Rosemarie vio a Alto bajar los hombros, cabizbajo, dejándola simplemente mirando el suelo sin decir nada.
—Así que el príncipe no vino a entregar esta carta por su propia voluntad… realmente estaba feliz.
Sin embargo, la única en la habitación que no se quedó callada fue Heidy.
—Entonces, ¿dices que sus intentos de disculpa fueron porque alguien más se lo dijo? Lo siento si esto parece grosero, pero Su Alteza es un poco patético…
Interrumpiendo a Heidy, cuya ira revelaba su cabeza transformandose en la de un gato negro, Rosemarie miró a Alto. A pesar de las duras palabras sobre Klaudio, él no parecía nada disgustado. El rostro del caballero seguía siendo humano y simplemente sonrió con amargura.
—La ira de la buena doncella no es irrazonable. Sin embargo, estoy seguro de que se da cuenta de que le ha hecho una cosa horrible, Su Alteza. Puede ser que el príncipe esté tan alterado por el hecho de que le robaste su maná que no pueda encontrar en sí mismo la forma de disculparse con facilidad. Creo que ya lo he mencionado antes también, pero Su Alteza normalmente no actúa de esa manera.
—Sí… Le creo. Todos sus criados lo adoran, después de todo… —Rosemarie bajó lentamente su mirada, sin convencerse.
—Su Alteza, ¿me permite hablar un momento con usted? —preguntó Alto, sonando esperanzado por una respuesta positiva, así que Rosemarie asintió en silencio—. Debido a la apariencia de Su Alteza, debe ser más fuerte y muy superior a cualquier otro. De lo contrario, podría perder su posición o peor aún su vida si toma una decisión equivocada. Debe trabajar más que el hombre promedio —expresó con tristeza.
Rosemarie lo miró impotente, sintiéndose acorralada. Aunque Alto no tenía intención de criticarla, había un lado servil en ella que tomaba sus palabras de esa manera. Odiaba esa parte de sí misma.
—Su Alteza normalmente está muy en guardia. Sus comentarios precipitados pueden haber sido un caso de que se sienta cómodo con usted, considerando que es consciente de la amplitud de la situación. Sin embargo, él es un individuo amable de corazón.
Mientras Rosemarie escuchaba lo que Alto decía, la visión delirante de Klaudio en su juventud cruzó su mente.
Me pregunto si lo que vi era un recuerdo de esa vez cuando me salvó mientras estaba perdido en el Bosque Prohibido…
Asumiendo que realmente ocurrió, eso habría significado que fue en ayuda de un niño que ni siquiera conocía, pero ella no podía confiar realmente en su propio recuerdo.
Había sido tan cruel cuando la llevaron a su oficina, y normalmente era tan brusco y fruncía el ceño cuando no estaban en público.
Rosemarie apretó sus manos en puños, decidida.
—Um, Señor Clausen, tengo una petición ¿le importaría decirme la agenda del príncipe para mañana?
—No, no me importaría, pero… ¿podría estar planeando hacerle una visita?
—Oh, no… Um, no exactamente. Es más bien una observación a distancia.
Los ojos de Alto se abrieron de par en par, conmocionado. Heidy se quedó con la boca abierta, desconcertada. Los dos fijaron sus ojos en Rosemarie. Como sus miradas eran demasiado para que ella pudiera manejarlas, agachó la cabeza.
—Me gustaría ver cómo es normalmente. Siempre está muy malhumorado cuando está cerca de mí, ya ves… —Si ella miraba de lejos, había una posibilidad de que pudiera ver bien qué clase de individuo era Klaudio en verdad. Incluso si sus acciones de hoy fueron por el consejo de otro, al final él decidió llevarle la carta personalmente. Lo que significaba que, esta vez, era su turno de actuar.
—¡Si ese es el caso, con gusto haré los arreglos para usted! —gritó Alto aún conmocionado pero con una amplia sonrisa en su rostro. Rosemarie se retiró de su entusiasta exhibición, pero la cercana Heidy le dio una pequeña palmadita en los hombros.
—Princesa, estoy muy contenta de que tenga la intención de salir, por supuesto, pero… ¿Qué quiere decir con que le robaste el maná?
—Oh… —Rosemarie miró a Heidy con una dulce sonrisa mientras se transformaba lentamente en un gato negro, notando que su sirvienta de confianza no tenía ni idea de los asuntos que rodeaban a Klaudio. Entonces trató de armar una explicación mientras se ponía aún más pálida en la cara.
♦ ♦ ♦
El cielo parecía listo para estallar en un aguacero en cualquier momento cuando Rosemarie lo miró, apretando sus manos mientras temblaban de nerviosismo.
—El príncipe está en movimiento. Vamos. —Edeltraud, que había estado observando la calle principal escondido en las sombras de un edificio, hizo un gesto con la mano como señal para que se acercara.
Mientras Rosemarie seguía al sombrío mago con la capucha familiar, sus pies se tambaleando al avanzar, se tomó el pecho y dejó escapar un suspiro. Estaba vestida con una blusa blanca y una falda azul que le había prestado Heidy, a quien le había explicado todo con la ayuda de Alto. Y, como era de esperar, a través del hocico de un gato negro, preguntó:
—¿Puedo ir a retorcer el cuello real de Su Alteza?
—¿Por qué estoy aquí en la ciudad…? Si me atengo a lo que discutimos ayer, debería haber estado observando al príncipe llevando a cabo su entrenamiento de la Guardia Imperial desde lejos, ¿no?
Como no podía observar a Klaudio desde lejos mientras estaba en su oficina, el plan era mirarlo mientras hacía su entrenamiento de la Guardia Imperial, pero eso cambió cuando él decidió patrullar la ciudad detrás de los muros del castillo.
Siendo ese el caso, Edeltraud sería quien la llevaría, actuando también como su guardaespaldas, a petición de Alto. Para ser sincera, Rosemarie no tenía la mejor impresión del hechicero después de aquella vez que la había atrapado y llevándo en esa esfera de cristal.
Realmente parece que no se da cuenta de nosotros, pero… Es irónico que pueda hacer un hechizo sobre mí, teniendo en cuenta que poseo una habilidad para absorber maná.
Cuando salieron del castillo, Edeltraud había lanzado un hechizo de camuflaje sobre ella. Aparentemente era algo con lo que la gente sabría que estaba cerca, pero no le prestarían atención.
Caminar por las calles era algo que nunca había hecho antes, ni siquiera en Volland. Se imaginó que tendría demasiado miedo incluso de andar por ahí, pero saber que no la notaban le tranquilizó.
Siguió a Edeltraud mientras caminaban por la calle bastante poblada, asegurándose de no perderlos de vista. Considerando que era una esponja para el maná, tendría que pedirles que la cogieran de la mano para no perderse, pero no podía encontrar la fuerza para hacer algo así. En su lugar, siguió de cerca como si su vida dependiera de ello.
—¿Ves allí? —señaló el hechicero deteniéndose de repente. Mirando hacia donde su dedo le guiaba, vio varias tiendas de campaña instaladas en la plaza al otro lado de la calle principal. Los guardias imperiales, todos vestidos con uniformes negros, caminaban allí como una unidad.
—¿De qué se tratan esas tiendas?
—Es un mercado ¿Nunca ha visto uno?
Sacudió la cabeza ante Edeltraud, que estaba realmente perplejo. Aunque había oído historias de un lugar que vendía varios productos alimenticios y accesorios cotidianos, naturalmente nunca había visto uno en persona.
—¿Le apetece ir? —le pregunto en un tono considerado, pero sin emociones. Incluso mirando el abarrotado mercado desde la distancia, podía ver personas con cabeza de bestia.
—Iré —respondió con sarcasmo, forzando las palabras de una garganta seca de miedo. Edeltraud le dio un simple movimiento de cabeza.
—Bien, entendido. Sostén las puntas de mi ropa, entonces. —Tal vez esta era la manera de Edeltraud de mostrar buenas intenciones. Aún sintiéndose culpable por considerarlo un individuo espeluznante, se agarró con fuerza a las puntas de la túnica del hechicero.
—¡Usted, señor, por ahí! Tengo algunos bienes de calidad aquí, ¡bienes de calidad! ¡Si no los compra ahora, se los perderá!
—Si compra tres, le bajaré el precio, señora.
—¿Por qué no se lleva esto a casa de su cónyuge? La tela es del otro lado de la frontera en Rivera, de muy buena calidad.
Rosemarie tomó la decisión y se precipitó hacia la multitud del mercado. Las voces pasaron por sus oídos una tras otra, y aunque estaba mareada, sus ojos se abrieron de par en par sobre la amplia gama de artículos únicos a la venta.
Había frutas negras y hermosas telas de color del arco iris que ella nunca había visto antes. Incluso había tiendas que vendían pájaros con una plétora de colores. Sin embargo, de toda la gente y dueños de tiendas reunidos allí, misteriosamente no había muchos que tuvieran cabezas de bestia, a pesar de que estaba mucho más lleno que la gala de la noche en el palacio real.
—¿Por qué no tienen cabezas de bestia…?
—La animosidad, cuando vienes a un lugar tan divertido, se olvida. De todos modos, mira. —Después de recibir una respuesta a su pregunta susurrada, Rosemarie miró hacia donde Edeltraud la dirigía. Allí, en un área ligeramente abierta de la plaza, los guardias imperiales estaban todos amontonados con Klaudio al frente.
—Klaudio a veces sale a ver al público. Así que no los asusta. Es una acción necesaria.
—Así que, esa es la razón por la que van a patrullar a pesar de que pertenece a la Guardia Imperial… —Al observar más de cerca, vio a algunas personas que no dudaron en acercarse a Klaudio, mientras que otros lo miraban tímidamente en grupos desde lejos. Este último grupo contenía en su mayoría cabezas de bestias.
—Por los cielos, realmente tiene una cabeza de león.
—¿Es ese el príncipe heredero? Qué imponente.
—Esa es la maldición de la bestia sagrada, ¿no es así?
Oyó a una mujer hablando con algunas otras personas, sobre todo acerca de la apariencia de Klaudio. Como la cabeza no se registraba como la de un león a los ojos de Rosemarie, ella casi había olvidado ese hecho. Pero el clamor que la rodeaba le recordó rápidamente.
Fue una de las pocas veces que sintió odio, no miedo, por la gente con cabeza de bestia.
Si no hubiera robado su maná, la gente ni siquiera tendría que odiarlo, ni tendría que hacer tanto trabajo extra sin razón.
En medio del ataque de autodesprecio de Rosemarie, un grupo de niños se acercaron corriendo al príncipe mientras él entablaba una conversación sonriente con los que se le acercaban.
—¡Príncipe Klaudio, sus bigotes se ven tan asombrosos!
—¿Asombrosos? Estoy feliz de oír eso.
—¡Es muy bonito! Su pelaje se ve suave y esponjoso, también. ¿Puedo tocarlo? —preguntó uno de los niños.
—Sí, adelante. ¿Puedes alcanzarlo?
Al ver a Klaudio inclinarse para entretener los deseos del niño desconocido, las cabezas de varias de las personas que lo observaban desde lejos volvieron a su forma humana.
—Sus cabezas están regresando…
—¿Lo están? Entonces, no hay duda de ello. Klaudio ha estado patrullando constantemente desde que se convirtió en león. Ha hecho que la gente sea consciente de su apariencia.
Rosemarie apretó su puño al escuchar la voz suave y afectuosa de Edeltraud a su lado. Tal como Alto había dicho, Klaudio era fuerte, tanto mental como físicamente.
Cualquier otro habría perdido el deseo de ver a los demás si su cabeza estuviera desfigurada, sabiendo que se le temería o se le rechazaría por su extraña apariencia. Sin embargo, no se conformó con eso. Aceptó la forma en que se veía y consideró sus opciones para eliminar esa sensación de repugnancia.
¿Y yo?
Rosemarie había rechazado todo y a todos con miedo, manteniéndose encerrada en la villa para no ver ni oír nada, sin considerar, ni una sola vez, cómo podría mejorar la situación.
No era de extrañar que Klaudio estuviera tan molesto con ella.
Sintió que algo frío le golpeó la frente de la nada. Volviendo a la realidad y mirando hacia arriba, vio que la lluvia caía del cielo gris. Los compradores que habían estado disfrutando de su experiencia en el mercado comenzaron a correr en pánico.
—Volvamos —dijo Edeltraud tirando ligeramente de la bata que Rosemarie había agarrado en sus manos.
—Bien, volvamos al… —concordó Rosemarie, asintiendo con la cabeza, pero cortó su oración de repente.
Había visto que Klaudio y sus hombres se retiraban en medio de la lluvia que ahora caía. La gente que se había reunido alrededor comenzó a separarse en busca de refugio. Una persona, sin embargo, con una cabeza de perro gris, fue contra la multitud e hizo una feroz carrera hacia Klaudio. En sus manos, con un frío y afilado brillo, había una espada.
—¡Príncipe! —gritó Rosemarie, y Klaudio se dio vuelta casi al mismo tiempo. La persona gris con cabeza de perro cargó hacia adelante con intención de apuñalar.
Entonces fue cuando un fuerte viento sopló desde al lado de Rosemarie.
Había cerrado los ojos en reacción al viento, pero cuando finalmente se apagó y los abrió, vio al hombre con cabeza de perro siendo sostenido y sometido por Klaudio.
—Hay que estar en guardia, después de todo —escuchó la voz sin emoción a su lado. Rosemarie miró al hechicero, desconcertada.
—Ese viento, fue… ¿fue, por casualidad, un hechizo que hiciste?
—Sólo un poco. Oh, nos descubrieron. —Aunque la voz de Edeltraud no tenía un rastro de pánico, Rosemarie se enroscó con miedo. Miró hacia Klaudio tímidamente y el color se desvaneció de su cara. El príncipe dejó al asaltante a Alto y a los otros guardias imperiales, y se acercó a Rosemarie y Edeltraud con largos pasos.
—Maestro Edel, veo que me ha seguido hoy.
—Sí. Tenía un mal presentimiento.
Rosemarie asomó la cabeza por detrás de Edeltraud, a quien había elegido como escondite en el último momento. Como todavía tenía el hechizo del camuflaje sobre ella, sabía que él no sabía que estaba allí, pero aún así la estresaba.
Cerró los ojos cuando Klaudio se giró hacia ella, luciendo sorprendido. Su corazón se aceleró, pero Edeltraud intervino rápidamente.
—¿Algo va mal? ¿Ves a alguien que conoces?
—No, parece que fue sólo mi imaginación —hizo una ligera pausa antes de su respuesta.
¿Nos encontramos con la mirada? No creo que eso sea posible, pero…, pensó mientras intentaba contener su corazón palpitante.
—Parece que se avecina una fuerte lluvia. Deberías volver a casa —fue todo lo que dijo Klaudio antes de dar rápidamente la espalda a los dos y volver al grupo de la guardia imperial.
—Vámonos. —Edeltraud comenzó a caminar y Rosemarie lo siguió.
Ella palmeó con una mano su pecho, tratando de calmar su corazón después de pasar por encima del aviso de Klaudio.
Para cuando salieron de las calles, la lluvia ya había empezado a caer. Una vez que se subieron al carruaje que Alto había preparado para ellos, este despegó rápidamente. En el asiento del conductor estaba el conocido halcón blanco de Edeltraud. Rosemarie no lo había creído cuando escuchó que el familiar conduciría el carruaje, así que se llevó una sorpresa cuando el vehículo comenzó a moverse.
El sonido de la tierra removida y el agua de lluvia golpeando el carruaje reverberó dentro del reducido recinto. Edeltraud se sentó frente a Rosemarie con la cabeza apoyada en la ventana, sin moverse ni un centímetro.
—Ese rufián de antes, ¿era él… ?
—Eso siempre sucede. Klaudio tiene muchos aliados y también muchos enemigos. No es gran cosa, te lo aseguro. —Los detalles sonaban un poco confusos pero el punto era probablemente que no podía mantener la guardia baja—. De todos modos, ¿cómo estaba el príncipe?
—Parecía estar en mal estado.
No podía estar segura sin una mirada más cercana, pero él daba una ocasional mueca de dolor. Incluso desde la distancia podía ver que su complexión era pobre, lo que significaba que probablemente tenía mala salud.
Sabía que eso no era lo que Edeltraud estaba pidiendo, pero era todo lo que podía dar como respuesta. Había demasiadas cosas en las que pensar y no estaba haciendo un buen trabajo para organizarlas.
—Tal como me imaginaba. El príncipe odia mostrar su lado vulnerable a las personas, mucho menos a quienes tiene cerca —suspiró el hechicero.
Ah, así que esa podría ser la razón por la que él ha sido extra duro conmigo…
Después de todo, tener a alguien que se preocupe o muestre interés por ti significa mostrar tus vulnerabilidades.
Si no hubiera viajado fuera y comprobado el estado de Klaudio, no lo habría sabido. Ni siquiera se habría enterado que él estaba pasando por todo este esfuerzo en primer lugar.
Al mismo tiempo, tratar de que Klaudio la entendiera, la gatita asustada y solitaria que no decía lo que pensaba, parecía una causa perdida. Por supuesto que ella no podía conseguir que él la entendiera. Klaudio no había estado cerca de ella desde la infancia como Heidy o su familia, después de todo.
Una vez que regrese, necesito ofrecer una disculpa apropiada. Incluso si él no la acepta.
Ella apretó sus manos fuertemente en su regazo.
—Pero usted es la amada de Klaudio. Seguro que puedes hacerlo… —Las palabras del mago fueron cortadas por el movimiento del carruaje, que se sacudió con violencia.
Edeltraud rápidamente tomó a Rosemarie en sus brazos mientras casi se levantaba de su asiento.
La estructura del carruaje se inclinó con un golpe, lo que provocó un ruidoso choque seguido por un eventual silencio.
—¿Qué es lo que… ? —Rosemarie se levantó para encontrar a Edeltraud, que la había ayudado a protegerse del impacto, estaba inconsciente, tal vez recibió un golpe en la cabeza durante el choque—. ¡Mago Edeltraud!
Sabía que probablemente no debería sacudirlo, pero no pudo evitar darle una ligera sacudida de todos modos y se encontró con un bajo gemido. Al oír eso, un suspiro de alivio escapó de sus labios. Mientras intentaba levantarse y observar la situación afuera a través de la ventana rota, el hechicero la agarró por el brazo.
—No. No te vayas.
—¿Eh? —En el momento en que ella cuestionó la instrucción, escuchó los sonidos de pisadas alrededor del carruaje. Jadeó audiblemente, procediendo a deslizar el todavía caído Edeltraud hacia el suelo debajo de los asientos para esconderlo.
La cara de una persona se asomó por la ventana rota. Estaban levemente iluminadas, así que no pudo distinguir ningún rasgo, pero pudo ver que era una persona grande.
—No hay nadie dentro. Supongo que nos desviamos del objetivo. Pensé que conseguiríamos un buen botín con un carruaje que se dirigía al castillo, pero parece que no es así.
—Si el conductor no está allí, ¿No es el carruaje del hechicero? Hombre, oh hombre, qué desperdicio.
Había un grupo de hombres charlando entre ellos. A juzgar por lo que hablaban, era seguro asumir que eran bandidos.
Está bien, está bien. Estoy bajo ese hechizo de camuflaje, así que no me notarán.
Juntó sus temblorosas manos y rezó para que no los encontraran. La pregunta era: ¿por qué su primera excursión al exterior terminó siendo un desastre tan grande? Era justo lo que ella sospechaba, y si Edeltraud estaba involucrado, no era bueno haber salido con él.
Eventualmente, pareció que sus oraciones fueron respondidas. Después de que los hombres deambularan por el perímetro del carruaje un rato, abandonaron el área, llevando sólo el caballo.
—Se han ido. Ahora estamos a salvo.
La presencia de los hombres se alejó. Rosemarie fue a darle a Edeltraud algo de ayuda mientras se ponían de pie, pero rápidamente quitó la mano.
—Oh, um, ¿tu maná estará bien? ¿Robe algo cuando me protegiste de la caída? Por favor dime que no.
—Está bien. Mm-hmm, ahora lo veo. Felicidades.
—¿Perdón?
Después de abrir y cerrar su propia mano, Edeltraud extendió una palabra de felicitación por alguna extraña razón. La mano enguantada del mago agarró la de Rosemarie, haciendo que la chica palideciera instantáneamente. ¿Tan fuerte se había golpeado el hechicero en la cabeza?
—A menos que la piel haga contacto directo, el maná permanece sin ser robado. Un descubrimiento casual, pero increíble. —Su rostro permanecía oculto como de costumbre a pesar del movimiento en el carruaje, pero estaba claro que estaba de buen humor. Ella sabía lo que esto significaba. Probablemente eran del tipo que no les importaba ninguna otra cosa que los hechizos y la magia—. Si supiéramos en qué circunstancias robaste el maná de Klaudio… Sí, podría funcionar. Entonces de nuevo, eso… —murmuró para sí, mientras Rosemarie se dejaba caer sus hombros.
Continuar revolcándose en su propio miedo paralizante no iba a llevarla a ninguna parte.
—Um, ¿Mago Edeltraud?
—Edel está bien. Nombre demasiado largo y agotador.
—Bien, Mago… ¿Edel? ¿Estás seguro de que no está herido? ¿Serás capaz de llegar al castillo a pie?
No estaba segura de dónde estaban, pero pasaron por el bosque en su camino al pueblo cerca del castillo. Si esos bandidos se escondían en algún lugar, ese bosque era el lugar más probable. Sin embargo, era desconcertante por qué aparecieron tan cerca del palacio.
—¿Volver a pie? ¿Por qué? Klaudio pasará por aquí pronto. Estoy seguro de eso. Haz cualquier movimiento imprudente y te encontrarás con los bandidos de antes. Tendríamos problemas nuevamente.
—Sí, pero si el príncipe no se da cuenta de que somos nosotros, como antes…
Edeltraud ladeó su cabeza en la confusión, llenando a Rosemarie de intranquilidad cuando ella comenzó a alejarse.
—No se preocupe. Klaudio ha podido verte. Probablemente debido a que tienes su maná. No hay necesidad de preocuparse. Él te notará. Se dará cuenta de ti.
—¿Eh?
Antes había pensado que sus ojos se habían encontrado. ¿Edeltraud estaba diciendo que tuvo razón? Si ese era el caso, ¿por qué Klaudio no la interrogó allí mismo? Sin embargo, ese sentimiento de impaciencia hizo que Rosemarie se acercara más a Edeltraud.
—Esa es una razón para que regresemos rápido. ¡Seguramente me regañara!
Si Klaudio se enterara de que ella tomó la iniciativa de salir a seguirlo sólo para terminar siendo asaltada por bandidos, sin duda alimentaría su ira mucho más.
Pero el mago parecía confiado en que no habría ningún problema; se deshizo de todo el asunto, diciendo que estaría “bien”. Así que Rosemarie no pudo hacer nada excepto sentirse perdida mientras se sentaba dentro del inclinado y ahora mojado carruaje.
♦ ♦ ♦
Pasos llenos de ira resonaban por el pulido corredor del castillo real. Klaudio no corría, pero sus pasos no eran de ninguna manera calmados. Se dirigía hacia una cierta habitación a ese ritmo particular.
—¡Su Alteza, por favor espere! Esto no es culpa de Su Alteza. Todos nosotros la instigamos a hacerlo —expresó Alto con aspecto nervioso cuando alcanzó a Klaudio por detrás, pero el príncipe mantuvo su ritmo de todos modos.
—¿Instigado? Estar de acuerdo es estar de acuerdo, sin embargo…
Se quedó atónito al ver a Rosemarie detrás de Edeltraud en medio de las calles y al mismo tiempo en su pecho brotó la ira. Se atribuyó el mérito de haber discernido rápidamente que condenarla en medio de la calle habría causado una escena, sin embargo después de enviar a Rosemarie y Edeltraud de vuelta al castillo y dejar al asaltante bajo la custodia de los caballeros de la patrulla, habló con Alto en el camino de vuelta, quien finalmente confesó haber conspirado con Rosemarie para llevarla a la ciudad para que pudiera observar a Klaudio.
No hace falta decir que eso hizo que su furia fuera en aumento.
Cuando llegó a la habitación de Rosemarie, vio a su criada paseando de un lado a otro frente a la puerta de una manera poco elegante. Heidy notó a Klaudio y corrió hacia él con una expresión frenética.
—¡Su Alteza! ¡Escudero Clausen! ¡¿No está la princesa con usted?!
—¿Qué quiere decir? —le preguntó a Heidy en un tono bajo, y la mirada en su rostro cambió de inmediato.
—La princesa no ha vuelto. Está lloviendo afuera y ya está oscureciendo…
Los ojos de Klaudio se abrieron de par en par. Si se hubiera encontrado con Rosemarie, tenía la intención de decirle que le preguntara cualquier cosa que quisiera saber directamente, en lugar de estar detrás del mago Edeltraud para observarlo sigilosamente desde las sombras.
Sin embargo, Rosemarie no estaba aquí. Su habitual mirada de preocupación por él no se veía por ninguna parte.
Un sudor incómodo salpicaba su frente. Su garganta se secó de inmediato y, a pesar de no haber hecho ningún esfuerzo, su corazón latía como loco.
¿Qué es esto? ¿Por qué me siento tan intranquilo? Es la chica que me robó la maná de la que estamos hablando aquí.
Intentó apretar sus puños para calmarse, pero hizo justo lo contrario, aumentando su impaciencia en su lugar.
Espera un segundo. No me he disculpado todavía.
Si hubiera sabido que esto iba a pasar, se habría disculpado enseguida cuando vino a entregar esa carta.
Si lo hubiera hecho, no tendría que afrontar toda esta culpa, o pérdida, o lo que fuera que estuviera experimentando.
—¿Su Alteza? —preguntó Alto con curiosidad. Klaudio se dio cuenta de que había dejado de hablar y volvió a sus sentidos.
—Debería estar con el Maestro Edel. No hay necesidad de preocuparse. Por si acaso, iré a registrar la zona. Espere aquí en su habitación mientras tanto y mantenga la calma. —Vio como Heidy asentía con la cabeza una y otra vez, al borde de las lágrimas. Luego se alejó de ella.
Volvió por donde vino, la idea de un accidente que ralentizaba su regreso corriendo por su mente.
Esto es extraño. Es un camino recto desde la ciudad hasta aquí. En cuanto al tiempo, sería poco probable que nos encontraramos. ¿Pasó algo?
Le aseguró a Heidy que no tenía motivos para preocuparse mientras Rosemarie estuviera con Edeltraud, pero en todo caso, el hecho de que ella estuviera con él y no hubiera vuelto, hacía más grave la situación.
—Su Alteza, iremos en su busca. Necesita descansar…
—No quiero empeorar las cosas. Con que me acompañe una sola persona será suficiente.
—Pero señor, tiene una cena de la asamblea militar programada después de esto.
—Será sobre todo un montón de trivialidades alardeando de su ejército. Diles que llegaré tarde.
No se había dado cuenta de que estaba perdiendo la calma. No, era más bien como si lo hubiera notado y lo estuviera ignorando.
Sólo pensar en el peligro potencial que Rosemarie podría estar enfrentando le hacía que fuera difícil concentrarse en cualquier otra cosa.
Si se ha ido, entonces no podré recuperar mi maná, se dijo mientras se dirigían al establo. Se sintió mal por los caballos, que apenas habían sido apartados sin posibilidad de descansar, pero los sacaron de todos modos y se fueron. Dio instrucciones detalladas a los soldados que custodiaban las puertas del castillo para que mantuvieran sus labios sellados.
La lluvia que comenzó por la tarde seguía cayendo, y las cosas se estaban oscureciendo ahora que el sol se había puesto casi por completo. Klaudio y Alto montaron con cuidado de no atascarse los pies en el barro.
—¿Buscamos el camino por el que vinimos?
—Sí, hagámoslo por el momento —respondió a la pregunta de Alto a su lado con un asentimiento. Los dos siguieron su camino, teniendo cuidado de no dejar ninguna piedra sin remover.
El bosque que ocupaba el espacio del bosque prohibido en la parte de atrás del castillo cubría un lado del camino que conducía al castillo. Era como una ola negra que invadía el área.
Klaudio chasqueó su lengua, molesto por lo mal que estaba la visibilidad.
Fue entonces cuando algo blanco se deslizó por el rabillo del ojo. Klaudio se fijó en lo que fuera con sus ojos. Lo que encontró fue un simple carruaje parado de forma poco natural a un lado de la carretera.
—No recuerdo que esto estuviera aquí la primera vez que pasamos… Es realmente difícil de creer que los encontráramos tan fácilmente, pensó Klaudio pero empezó a frenar su caballo.
♦ ♦ ♦
Se oían los relinchos de los caballos, y Rosemarie, que había estado sentada en el asiento inclinado del pasajero agarrándose las rodillas, levantó su cabeza abatida.
—Están aquí —anunció Edeltraud, acurrucado como ella.
Edeltraud había insistido en que Klaudio vendría a buscarlas, pero el tiempo que habían esperado, combinado con la oscuridad que los invadía, sólo aumentó la preocupación de Rosemarie de que estuvieran atrapados allí toda la noche.
Fue a acercarse a la ventana agrietada, pero dudó. ¿Y si no era Klaudio o uno de los caballeros? Ese pensamiento cruzó su mente, y su valor para mirar disminuyó. Mientras se sentaba allí conflictiva, escuchó el sonido de pasos pisando el suelo mojado. Creyó ver la silueta de alguien en la ventana rota, pero antes de que pudiera procesarla, hubo un violento golpe en la puerta.
—Estamos buscando a alguien. ¿Le importaría si buscamos en el interior?
Rosemarie se encontró con una voz muy familiar, profunda y molesta. Cada gota de sangre en su cuerpo bombeaba de alegría. Antes de que pudiera arrastrarse en el asiento abatido hacia la ventana, la puerta se abrió.
Al instante siguiente, su visión comenzó a distorsionarse. El asiento abatido sobre el que se había estado arrastrando se puso en pie, así como la puerta que había estado mirando todo este tiempo. Los trozos de ventana rota esparcidos por el suelo se desvanecieron en un abrir y cerrar de ojos, y la ventana volvió a estar en perfectas condiciones. Aunque se suponía que el carruaje debía estar volteado de lado con sus caballos robados, volvió a verse tan bien como si nada hubiera pasado.
—¿Eh…?
—¡Rosemarie!
Parpadeó sorprendida cuando Klaudio, empapado por la lluvia, entró en su vista. Su apariencia se superponía con la frenética expresión de Klaudio en su juventud que cruzó su mente la última vez que se desmayó.
Su cerebro no fue capaz de alcanzarla, no por el misterioso fenómeno que había ocurrido ante sus ojos, sino por los brazos que se extendieron y la abrazaron con fuerza.
—Te lo juro, ¿tienes alguna idea de lo que has hecho? Creía que habías aparecido en la ciudad porque arrastraste a Alto y al maestro Edel a tu plan, pero luego ni siquiera volviste al castillo. Tu doncella está prácticamente al borde de un colapso.
A pesar de su regaño, las manos de Klaudio seguían sobre los hombros de Rosemarie sin aflojarse ni un poco. Finalmente, Rosemarie golpeó vacilantemente la espalda de Klaudio, sin aliento.
—Lo siento, príncipe, pero es un poco difícil respirar —se quejó.
—Silencio. Considéralo tu castigo por hacerme pasar por tantos problemas.
—Lo siento mucho…
A pesar de que dijo que era un castigo, su voz estaba teñida de alivio.
Cuando pensó que sus entrañas iban a salir de cuerpo por la fuerza constrictiva de Klaudio, escuchó un bostezo bastante despreocupado por detrás de ellas.
—Klaudio, llegas tarde. Tenía el escenario preparado, pero la princesa Volland sospechaba cada vez más.
—¿El escenario listo…? —No pudo evitar fijarse en esas palabras. Ahora que Klaudio había aflojado su agarre en Rosemarie, ella giró la cabeza. Allí, vio al hechicero rotando sus hombros para calentar su cuerpo endurecido.
—La princesa de Volland no regresa al castillo, Klaudio deja de postergarlo y entra en acción.
—¿Eh? ¿Qué quieres decir con eso? Esos bandidos…
—¿Bandidos? ¿Qué quiere decir? Explíquense.
Las incomprensibles y vacilantes palabras que salieron de la boca de Rosemarie hicieron que Klaudio reaccionara, y apretó sus hombros con fuerza.
—Fuimos asaltados por bandidos. El carruaje fue destruido y el caballo fue robado…
—Eh, espera. Aquí no hay nada destruido. El caballo también está ahí, enganchado al carruaje como debe ser.
Los dos se miraron el uno al otro, desconcertados. Edeltraud, solidificando el hecho de que la situación era innegablemente extraña e inusual, comenzó a reírse para sí mismo.
—El príncipe viene a rescatar a la princesa en apuros y se enamora, un cuento tan viejo como el tiempo. Una vez que la persona que les importa no está cerca, llegan a descubrir su importancia. También viejo como el tiempo. Los bandidos y el carruaje destruido era una ilusión. Todo fue una mentira. ¿Y bien? ¿Te divertiste?
Rosemarie estaba tan sorprendida que mantenía la boca abierta. Edeltraud tenía la cara cubierta por la capucha de su túnica, así que aunque estuvieran diciendo una mentira y tuvieran la cabeza de una bestia, ella no habría sido capaz de verlo. Estaba completamente sorprendida.
Edeltraud había estado tirando de los hilos todo el tiempo. Se sentía más lánguida que molesta por todo el asunto. Sin embargo, parecía que Klaudio no estaba de acuerdo. Tan pronto como quitó sus manos de los hombros de Rosemarie, sacó su espada, con su hoja destinada a Edeltraud.
—¡No, Príncipe! ¡Mago Edel, por favor salga de aquí!
La expresión de Klaudio era similar a la del mismo diablo. Aferrándose a su brazo, intentó desesperadamente impedir que bajara la espada. A pesar de todo, Edeltraud no se asustó en lo más mínimo, y parecía disfrutar de todo esto mientras saltaba por la puerta opuesta a la que abrió Klaudio.
—Arregla las cosas. ¿Lo harás? La próxima vez podría no terminar siendo una mentira. ¿Entendido? —Sin dejar de mencionar una advertencia, Edeltraud se desvaneció en la oscuridad. El caballo relincho de sorpresa.
En el momento en que el blanco de su agresión se desvaneció, Klaudio envainó su espada con la misma fuerza que usó para sacarla. Luego puso su mano sobre su cara y se dejó caer sobre el asiento del carruaje.
—Alto, ¿este carruaje se mueve? —llamó Klaudio.
—Sí, parece que no puedo detectar ningún problema con él. Y, bueno… El mago Edeltraud dejó a su familiar en el asiento del conductor. Además, se fueron con su caballo también, Su Alteza… —respondió vacilante Alto, que aparentemente había seguido el camino.
—Dios, mi maestro no puede ocuparse de sus asuntos… —refunfuñó Klaudio en voz baja, pero cerró la puerta del carruaje y golpeó dos veces la pared del asiento del conductor con el mango de su espada, haciéndoles señas para que condujeran.
Cuando sintió que el carruaje empezaba a moverse, Rosemarie se apresuró a tomar su asiento de nuevo. El príncipe exhausto estaba encorvado en el asiento frente a ella, con una sola mano en la frente. Verlo así estimulaba un sentimiento de culpa y pánico que le decía que tenía que hacer algo, así que impulsivamente abrió la boca.
—Um, ¿príncipe?
—¿Qué?
—¿Te gustaría apoyar tu cabeza en mi regazo? —Él la miró en silencio con el ceño fruncido—. Quiero decir, um, si no te gusta la idea, ¿nos tomamos de la mano? Por lo que entiendo, es mi culpa que estés tan cansada como lo estás… —dijo, su discurso intensificándose por la tensión. Klaudio la miró desconcertado.
—¿No estabas enojada conmigo?
—Creí que estabas enojado conmigo, príncipe. ¿No lo estaba?
El silencio descendió. Mientras ella lo miraba fijamente, Klaudio suspiró profundamente y se movió a su lado. Entonces, ni una palabra salió de su boca.
—Dame tu mano —indicó Klaudio—. ¡De inmediato! —instó cuando se cansó de esperar, y Rosemarie puso ambas manos en la palma que tenía delante. Su esposo la miró de reojo—. ¿Por qué me diste ambas manos? ¿Qué eres, un perro? ¿Qué estoy pensando? Si fueras un perro, alejarte de tu dueño sería…
Rosemarie rápidamente sacó una de sus manos mientras aceptaba dócilmente el regaño. La repentina pausa en su oración fue suficiente para hacerla sospechar, y ella miró fijamente su perfil lateral. Podía verlo retorcerse en la angustia.
—Lo juro, estoy empezando a odiar esto. Cada vez que veo tu cara, el lenguaje áspero sale de mi boca. También estaba asustado hace un momento.
Klaudio agarró suavemente su mano. Se sentía fría al tacto, probablemente por la lluvia y el miedo. Ella una vez más le tomó la mano con ambas, pero, esta vez, no trató de apartarlas.
—Admitiré que estaba enfadado. Pero lo que sentí en el momento en que escuché que no habías regresado al castillo no era ira, era pánico. —La expresión de Klaudio tomó un giro triste mientras se alejaba de Rosemarie. Tal vez por eso estaba sentado a su lado ahora: no quería que ella viera su cara desde el frente—. Traté de convencerme de que estaba en tal pánico porque no sería capaz de recuperar mi maná si te hubieras ido, pero tan pronto como vi tu cara hace un momento, supe que estaba equivocado. En ese momento, no me importó un comino mi maná. Estabas a salvo. Sólo eso fue suficiente para tranquilizarme sinceramente.
Klaudio agarró su mano con más fuerza. Casi se sentía como si estuviera condensando sus sentimientos en la mano a la que se aferraba dolorosamente. Rosemarie bajó su cabeza, sintiendo perplejidad en su mente y calor en su pecho al mismo tiempo.
—Así que, sí… Si me equivoco, entonces dime. ¿Estabas enfadada porque dije que envidiaba tu capacidad de ver la animosidad?
Rosemarie jadeó y levantó la cabeza para encontrar a Klaudio con una expresión que mostraba lo difícil que era para él preguntar. Luego se agarró el pecho con su mano libre.
—Puedo preguntarle, príncipe… ¿se sintió feliz cuando le dije que sentía envidia de que su cabeza sea la de un león?
—No hay manera. Hay más defectos que ventajas. Me hace pasar por un infierno innecesario.
—Sí, lo suponía. Tu cabeza de león es igual a mis ojos, cuando dijiste que los envidiabas me entristecí —dijo, llegando a una nueva convicción. En cuanto a por qué se sintió tan enojada y triste, fue porque se sintió traicionada egoístamente por Klaudio, que ella había creído que estaba pasando por un infierno similar.
—Entonces, tenía razón. Ya veo… Bien, está bien, lo siento —expresó Klaudio.
En la ventana del lado opuesto de Klaudio, Rosemarie podía ver su cabeza de león reflejada en el vidrio. Su fina piel estaba mojada con agua de lluvia, y al igual que el rostro humano que sólo ella veía, lucía algo desanimada.
—Por favor, no te disculpes. Realmente no tienes que hacerlo. No creo que tenga derecho a estar enfadada contigo, ya que has trabajado tan duro para compensar mis faltas a pesar de que no he hecho nada a cambio. —Gotas de agua caían de las puntas del pelo empapado de Klaudio—. Además, aparentemente me encontré contigo cuando era niña. Pero como no puedo recordar lo que pasó entonces, debería ser yo quien se disculpe contigo.
Los ojos de Klaudio se abrieron de par en par con sorpresa cuando ella tomó un pañuelo del bolsillo en su pecho y lo presionó contra sus mejillas húmedas. Si hubiera sido cualquier otro día, él la habría apartado pero en esta ocasión, sostuvo su mano.
—Espero que sepas que eres demasiado blanda de corazón. No, tal vez es al revés. Ni siquiera me permites disculparme contigo, después de todo —sonrió de una manera bastante autodespreciativa, pero Rosemarie sacudió la cabeza.
—Me llamabas por mi nombre en ocasiones antes de la boda, pero no me has llamado por mi nombre desde entonces.
Sin embargo, probablemente porque no podía soportar este resultado, Klaudio miró a Rosemarie con una mirada malhumorada en sus ojos, dejándola sin palabras.
¿Qué debo hacer ahora…? Oh, lo tengo.
Una idea brillante apareció en su mente.
—Si no vas a aceptar un no por respuesta, entonces por favor llámame por mi nombre. No me digas “esta” o “aquella”, sino por mi nombre real.
Él la llamaba por su nombre ocasionalmente en los días previos a la boda, pero no lo había hecho ni una sola vez después de que estuvieron casados. Solía referirse a ella como tú, tratándola como si fuera una cosa, y eso la entristecía.
—¿Nombre?
—Sí, me alegré mucho cuando lo dijiste antes, así que… —le sonrió a Klaudio, que parecía que lo había tomado desprevenido.
Antes, cuando Klaudio abrió la puerta del carruaje, la había llamado por su nombre por primera vez en mucho tiempo. No sólo fue una sorpresa, sino que también la hizo sentir cálida por dentro.
—Tu nombre, ¿eh? Quiero decir, lo que pasó antes, eso fue, sí… Estaba en el momento, ya ves, así que… —Rosemarie sintió que el agarre en su mano se apretaba y él de repente apartó la cara.
Ladeó la cabeza confundida cuando las mejillas de Klaudio se pusieron rojas y puso su mano sobre su boca por alguna razón. Cualquier persona se daría cuenta de que él estaba avergonzado, pero tal vez fue un sentimiento de vergüenza tardío, considerando que no la había llamado por su nombre hasta ahora.
Klaudio miró al piso como si estuviera en un tumulto interno, pero sus ojos finalmente se fijaron en Rosemarie. Su par de ojos azules exudaban calor mientras la miraban, lo que causó que su corazón saltara de alegría.
—Rosemarie.
Al escuchar que él mencionaba su nombre en voz baja, Rosemarie se sintió envuelta en una sensación cálida . No tenía idea de que tener a alguien diciendo su nombre cara a cara de esta manera sería tan vergonzoso. Una sonrisa tímida adornó su rostro, y Klaudio tiró de su mano.
—Bien, lo hice. Ahora, es tu turno de decir mi nombre.
—¿Eh? ¿Que te llame por tu nombre te haría feliz, príncipe?
—No es cuestión de ser feliz o no; es más bien una cuestión de que no me gusta ser el único que ha sido forzado a este tormento —escupió las palabras como un mal perdedor. Incluso la expresión de insatisfacción en su cara parecía infantil, e hizo que Rosemarie quisiera reírse.
—Muy bien, entonces. En ese caso… —aclaró su garganta y trató de decir su nombre, pero no salió. No sabía lo que estaba pasando, pero su cara se calentó en cuestión de segundos.
—¿Qué es lo que pasa? ¿No puedes decirlo?
—No, sí que puedo. Por favor, dame un momento. Lo juro, puedo decirlo —miró a Klaudio que le sonreía, y luego tomó un respiro. Pensando en ello, se dio cuenta de que no lo había llamado por su nombre ni una sola vez. Dejó caer la mirada, los cerró bien y abrió la boca—. Príncipe K-Klaudio.
—Sí, inténtalo de nuevo. —Klaudio no perdió tiempo en criticar su actuación con insatisfacción. Rosemarie levantó su cabeza, molesta.
—Pero, ¿por qué? Lo dije muy bien.
—No lo hiciste. Hiciste una pausa antes de decirlo todo.
—Estás siendo demasiado exigente, príncipe.
Rosemarie se desplomó en el carruaje, pero viendo que Klaudio le sonreía con tanto placer, lo intentó de nuevo, mirándolo fijamente a los ojos y diciendo su nombre correctamente.