Traducido por Den
Editado por Yonile
Gustav palideció al presenciar la serie de eventos que había tenido lugar en el dormitorio.
Estoy condenado.
Tenía miedo de imaginar cuánto se alteraría su majestad, quien fue rechazado por su alteza la princesa. En cambio, Lissandro observaba muy tranquilo la situación desde la puerta.
—Como era de esperar, nuestra princesita no es nada fácil —comentó, como si fuera divertido, aquel comentario sobraba.
Gustav, que estaba a punto de enloquecer, envidiaba a Lissandro.
¡También estabas sufriendo conmigo hasta que te convertiste en el escolta de su alteza la princesa!
Se sentía incluso traicionado por la huida de su camarada.
Cuando se percató de su mirada llena de envidia, Lissandro ladeó la cabeza y le sonrió con amabilidad.
—¿Ocurre algo?
—No, sir…
Mientras tanto, la situación en el dormitorio estaba al borde del colapso.
—¡Ete! (¡Vete!)
—Ma…
—¡Odo! (¡Te odio!)
—…bel.
—¡¡Ete!! (¡¡Vete!!)
Era una escena tan patética que no podía ni verla.
—Volveré más tarde…
—¡¡Odo!! (¡¡Te odio!!)
La puerta se cerró.
Al final, ante la rotunda negativa de Mabel, Esteban se vio obligado a retirarse sin poder tocarla siquiera con la punta de los dedos.
Habiendo sido rechazado por su hija, el emperador lucía miserable.
Gustav se encontraba de nuevo en una situación en la que no sabía si consolarlo o tratarlo con indiferencia.
Fue el mismísimo Lissandro quien rompió ese delicado silencio.
—Bienvenido al «GPMO», Su Majestad —se dirigió al emperador con una sonrisa.
—¿GPMO…? ¿Qué es eso?
—Ah, es el “grupo de personas a las que Mabel odia”.
—Estás loco.
Saltaban chispas de los ojos de Esteban. Era como si Lissandro hubiera echado más leña al fuego. Porque el aura asesina del hombre hervía.
Hubo un tiempo en que Esteban se sintió superior por el hecho de que Mabel odiara a Lissandro. Sin embargo…
Estamos en el mismo barco.
Su corazón volvió a hundirse en la miseria.
—Gustav…
—¿S-Sí? —respondió nervioso y con un abrupto espíritu militar.
Naturalmente, era de esperar que Esteban no se quedara de brazos cruzados respecto a Lissandro. No obstante, ¿no lo pasó por alto con demasiada facilidad?
—Regresemos.
—¡Sí…!
Siguiendo a Esteban, que estaba extrañamente tranquilo, Gustav ladeó la cabeza.
Pensé que le rompería un brazo.
Giró la cabeza y vio que Lissandro se despedía de ellos con una sonrisa, como si no fuera consciente de lo que estuvo a punto de enfrentarse.
¡Su majestad por fin ha madurado!
Sin embargo, diez minutos después se dio cuenta de que ese no era el caso.
♦ ♦ ♦
Cada vez que venía el emperador, me enfadaba porque no quería que viniera. Pero un día de repente dejó de visitarme.
Ahora me siento un poco mejor.
No podía olvidar el momento en el que declaró abdicaría el trono, por mí a su antojo y sin consultarme (aunque en realidad no podía).
No dejarlo venir no resolvía el problema de la abdicación, pero al menos aliviaba un poco mi ira.
Ahora que lo meditaba, se podría decir que también fue culpa del abuelo y Oscar, quienes guardaron silencio respecto a lo de convertirme en emperador.
No obstante, después de todo, el emperador era el peor.
—Uff… —Cuando exhalé un profundo suspiro, Lalima, que me miraba con la barbilla apoyada en las manos, abrió mucho los ojos.
—¡Su Alteza suspiró! ¡Quizás…!
¿Quizás…?
—¿…extraña a Su Majestad?
—¡Uaang!
¡No, en absoluto!
—Lo sabía.
Lalima interpretó mi gimoteo como quiso y se fue en un instante.
Ah, me rindo.
Ya no tenía energía para corregirlos.
Mientras me arrastraba en la cama, frustrada, para ejercitarme, Oscar, que acababa de entrar, corrió hacia mí sorprendido.
—¿Qué ocurre? ¿Quieres bajar?
—Ung.
—En ese caso, Mabel, llamaré a la niñera o a la sirvienta.
—¡Odo! (¡Lo odio!) —respondí secamente, sin darme cuenta. Luego, callé.
Estoy actuando como un niño otra vez.
No me gustaba.
Sabía muy poco del trasfondo de esta abdicación. Solo conocía que el emperador abdicó de repente del trono porque era un regalo de cumpleaños para mí.
¿Por qué querría nombrarme emperador en lugar de Oscar, que era el legítimo sucesor? Sería sensato que él ocupara el trono, ya que después de todo se esperaba que se convirtiera en el emperador, y no yo, alguien que no sabía nada.
Tanto mi madre como la de Oscar habían sido emperatrices reconocidas como miembros de la familia imperial, por lo que podría originarse un problema de sucesión.
A medida que pasaba el tiempo y me serenaba, me daba cuenta de que más de una o dos cosas eran extrañas. Sobre todo, que…
¿Oscar está bien?
Era muy consciente de que en realidad había recibido una educación rigurosa para convertirse en el emperador. Así que era como si yo le hubiera arrebatado y negado de forma injusta todos sus esfuerzos de la noche a la mañana.
No se lo quité porque quisiera, pero aun así…
—¿Qué pasa? —preguntó con una brillante sonrisa cuando lo miré fijamente con cierto sentimiento de culpa.
—O sheno… (Lo siento…)
—¿O sheno? ¿Qué significa eso?
Suspiré. Hoy también lamentaba profundamente las limitaciones de mi pronunciación.
—Odo empeado. (Odio al emperador)
—¿Odias al emperador?
—U. (Sí)
—¿Eso quiere decir que odias a padre?
—Nuá. (No.)
—Entonces ¿no quieres ser emperador?
—Ung.
Cuando asentí un poco con la cabeza, Oscar se puso serio. Y yo también.
Después de todo, ¿sí está dolido?
Lo observé en silencio mientras movía los dedos de forma nerviosa por alguna razón.
—Qué lista… —comentó con seriedad al cabo de mucho tiempo. Me miraba fijamente a la cara—. Después de todo, Mabel es un genio.
Perdona, pero no.
¿Por qué había llegado a esa conclusión? ¡Estábamos hablando de otra cosa!
Mientras lo observaba atónita, Oscar sonrió alegre y me pellizcó la mejilla.
—Mabel, me entiendes, ¿verdad?
—Ung.
—Nuestra Mabel es el único bebé en el mundo que entiende nuestras palabras y responde a la edad de un año. ¿Por qué eres tan linda y tierna?
—¡Nuá! (¡No!)
No me digas que estás cambiando de tema a propósito.
—No puedo detenerlo —murmuró cuando mi mirada siguió fija en él. Sonrió un poco.
Luego se sentó en la cama y me colocó en su regazo.
—Incluso si no quieres ser emperador, no hay nada que puedas hacer, Mabel.
—¿O’ké? (¿Por qué?)
—Porque fue para protegerte.
¿Para protegerme? ¿Convirtiéndome en emperador?
No lo entendía en absoluto. ¿Eso significaba que estaba en peligro si no era el emperador?
Quería escuchar una explicación detallada, pero Oscar no me dio una. Y al ver sus ojos brillantes llenos de afecto y fe, no pude insistir más.
Jaa, suspiré.
—Ah, Mabel —me llamó de repente, como si se hubiera acordado de algo.
—¿Ung?
—¿Es posible que el «O sheno» de antes fuera una disculpa?
Abrió los ojos como platos cuando asentí.
—Pensé que era el nombre de un pintor que no conocía.
¿No sería más espeluznante que una bebé de un año supiera el nombre de un pintor que ni siquiera conoces…?
Su forma de pensar era extraña. Pero Oscar tampoco era un niño común.
—No tienes que disculparte. —Me acarició el pelo con una sonrisita—. Es lo que yo también quería. Que te conviertas en emperador, Mabel.
—Ash estud’o usho. (Has estudiado mucho).
—Sí, he estudiado mucho, pero no creo que haya sido una pérdida de tiempo.
—Ero… (Pero…) —Me acarició la cabeza con delicadeza mientras pronunciaba con ambigüedad el final de la frase.
Su toque era tan cálido que me sentí somnolienta por un momento.
—Por supuesto que tenía que estudiar. Ahora sé todo lo necesario para ayudar a mi encantadora hermanita, que pronto se convertirá en emperador.
Oscar de verdad no parecía anhelar el trono. Su mirada tranquila parecía solo contener la preocupación que sentía por mí.
Pero ¿por qué?
No tenía nada que ofrecerle. ¿Qué había hecho, si solo estaba acostada en la cuna durante todo el día y no podía hablar bien?
Esbozó una alegre sonrisa y tomó mi pequeña mano.
—Y, sobre todo, no quería ser emperador. Así que estoy muy contento ahora mismo.
—¿De e’dad? (¿De verdad?)
—Sip. Aunque no por decirte que no quería ser emperador.
Sonrió avergonzado y reflexioné sobre lo que había dicho antes.
«¿Para protegerme?»
De alguna manera, podía imaginarme la razón.
¡Yo tampoco he estado tumbada sin hacer nada todo este tiempo!
Sin embargo, aún no estaba convencida, así que tendría que recopilar información.
♦ ♦ ♦
Es como si guardáramos luto.
Esa fue la impresión de Gustav tras echar un breve vistazo a la gran sala de conferencias.
Todos los presentes estaban pálidos a más no poder. El causante era nada más y nada menos que el emperador Esteban. Estaba sentado oblicuamente en el trono con la barbilla apoyada en la mano, observando al frente con sus ojos fríos.
—¡Hic…!
Los vasallos agachaban la cabeza, desesperados y temblando de miedo por hacer contacto visual con el.
Frente a Esteban, había cerca de unas diez cabezas confundidas.
—Son una panda de idiotas. —Sonrió, torciendo las comisuras de sus labios.
Se estremecieron. Aunque se refería a los involucrados en la contienda minera del sur, no pudieron evitar inquietarse.
Gustav sacudió la cabeza y se frotó con fuerza el entrecejo.
A ver… fue hace una semana.
♦ ♦ ♦
Pensó que había madurado, ya que Esteban, que había sido rechazado por su alteza la princesa y ridiculizado por su escolta, Lissandro, lo había dejado pasar. Sin embargo, fue una ilusión. Porque en la Asamblea Parlamentaria que tuvo lugar unos diez minutos después, Gustav sintió que se enfrentaba a Esteban en sus primeros días tras la ascensión al trono.
—No bastaría con meterle hierro caliente en la boca a este loco. Así que ¿por qué debería darle otra oportunidad?
—Qué divertido. Sigue hablando.
—¿Me estás desobedeciendo?
—Hablas sin pensar.
—¿La vida es solitaria? Si quieres morir, ¿por qué no me lo dijiste antes? Te ayudaré.
Sus palabras eran sumamente crueles. Los vasallos no se atrevían a hablar.
No obstante, el ambiente de la asfixiante reunión pronto se extinguió.
Solo después de que el emperador abandonara la gran sala de conferencias y terminara ese infierno, los presentes dejaron escapar el aliento que a duras penas habían podido contener. Acto seguido, corrieron directamente hacia Gustav.
—¡¿Qué diablos le pasó a Su Majestad?!
—Bueno…
—¡Habla!
—Su alteza la princesa…
—¡¿Le pasó algo a su alteza?!
—No, no.
—¿Entonces?
—Su alteza la princesa dijo que odiaba a Su Majestad.
♦ ♦ ♦
Eso fue hace solo una semana y los sirvientes ya tenían rostros cadavéricos.
A pesar de la situación crítica, seguían adelante con la agenda.
—El duque Javier ha anunciado su regreso.
—Qué coincidencia. Justo cuando el reconocimiento de la mina ha concluido.
—Sí, Su Majestad.
El duque Javier. Por fuera era una figura importante del bando imperial, pero por dentro era una persona astuta de la que no sabias qué estaba pensando. Era más digno de confianza el marqués Gardenia, un noble que se oponía abiertamente al emperador, que él.
El duque Javier también debe haber estado involucrado en el asunto de la mina, pensó Esteban.
Sin embargo, como no había pruebas, se envió un destacamento como advertencia. Y a pesar de las advertencias, aparecerá en la gran sala de conferencias con una sonrisa amistosa como siempre.
Estaba alerta por si se presentaba la oportunidad para deshacerse de él, pero el duque Javier no era el tipo de persona que hiciera el trabajo sucio. Debido a esto, ha habido varios casos en los que los nobles utilizados por él fueron eliminados.
Esteban soltó una risa burlona.
—Espero que traiga buenos resultados y no me decepcione.
¿Eso significa que no lo pasará por alto si no son buenos?
Todos pensaron lo mismo.
Ante la voz despiadada del emperador, los ánimos decayeron aún más.
Al cabo de poco, solo faltaba discutir un último asunto.
—A continuación… el marqués Gardenia hará una declaración.
Todos centraron su atención en el susodicho.
El marqués, sin duda, era el único de los nobles de la sala de conferencias que no se sentía intimidado por el emperador.
Cuando el emperador, que era famoso por ser un tirano, le propuso matrimonio a su hija, se opuso rotundamente y de frente.
Los aristócratas reunidos en la sala también formaban parte del escenario político desde hace mucho tiempo y tenían experiencia, pero no podían compararse con él.
—¿De qué se trata?
—Se trata de su alteza la princesa Mabel Gardenia Ermano.
En un instante, un silencio espeluznante se apoderó de la sala de conferencias.
Habían estado tratando de evitar desesperadamente el tema de la princesa Mabel desde que escucharon que ella era la razón por la que el emperador actuaba como el tirano que era antes de conocer a la emperatriz Sianna.
Era su regla no escrita para proteger sus vidas.
Por favor, que mejore el ánimo de su alteza la princesa y apacigüe a Su Majestad.
Todo lo que podían hacer era rezar.
Aunque sea el marqués Gardenia, ¿no es un poco peligroso?
Observando la situación, Gustav gritó de repente que guardaran silencio.
Los ojos fríos de Esteban escudriñaron al marqués Gardenia.
—Habla.
—Ya ha pasado una semana desde que Su Majestad anunció su abdicación.
—Así es.
—Creo que deberíamos establecer un compromiso temporal para proceder con la coronación. Si se retrasa, el Sagrado Imperio podría solicitar llevarse a Su Alteza de nuevo.
A diferencia de las preocupaciones de todos, las declaraciones del marqués eran sumamente increíbles, aparte del hecho de que el tema era sobre Mabel.
—Estaba buscando a la persona adecuada y que estuviera calificada. Si tienes alguna recomendación, ponlo por escrito.
—Sí, Su Majestad.
—¿Tienes algo más que decir?
—No.
Contrariamente a su presencia imponente, las declaraciones del marqués Gardenia concluyeron ahí.
—La reunión ha terminado —anunció Esteban y enseguida todos suspiraron aliviados.
Hoy también logramos sobrevivir. Estamos sanos y salvos.
Sentían que caminaban sobre una fina capa de hielo todos los días.
Mientras los vasallos rezaban para que estos días acabaran pronto, Esteban se levantó del trono. Y…
Todos se sorprendieron cuando se tambaleó. Gustav se apresuró a ayudarlo.
—¿Se encuentra bien, Su Majestad?
Esta mañana el gran chambelán le informó que su majestad no estaba comiendo ni durmiendo bien últimamente.
¡Se está excediendo demasiado!
Gustav lo miró con seriedad. Esteban, que tenía los ojos cerrados con el ceño fruncido, dejó escapar un pequeño suspiro.
Cuando el ambiente se vio perturbado por la preocupación hacia el emperador…
—Me hace falta Mabel…
Todos dudaban de lo que habían oído.