Traducido por Den
Editado por Yonile
[Vamos al bosque. Ululato. Y comamos conejo.]
[Ululato. Suena bien.]
[Vamos.]
Observé cómo los búhos habladores echaban a volar, sentí el viento del batir de sus alas. Pronto volví a la cama y me recosté.
Cieerto, búhos que hablan en un mundo con gatos que hablan es comprensible.
Por desgracia, no acabó con los búhos parlantes. Al día siguiente, mientras paseaba en los brazos de Xavier, oí la voz del perro de caza del palacio.
[¿Lo muerdo? Lo muerdo. No lo muerdo. Lo muerdo. No lo muerdo. Lo muerdo. No…]
También oía las voces amenazadoras de los perros guardianes que patrullaban, cada uno con la correa sujeta por un soldado. Otro perro guardián cercano estaba tumbado boca abajo con ojos histéricos.
Un petirrojo que pasó volando junto al Ministro de Hacienda chilló: [Pío. Calvo. Caca. Pío.]
—¡Argh!
Al momento siguiente, resonó el grito del ministro.
A partir de entonces, seguí oyendo a los animales.
[Pesado del copón, relincho. Este bastardo], maldijo un caballo con un noble obeso a lomos mientras trotaba.
[Hierba, delicioso. ¡Mmm!]
Un conejo levantó las dos orejas mientras masticaba despacio la hierba verde.
Ante el sinfín de voces de animales…, no pude evitar admitir la verdad.
C-Creo que puedo entender a los animales…
♦ ♦ ♦
Cuando llegamos al Bosque del Norte, me liberé del agarre de Xavier y busqué de inmediato a Min.
—¡Min!
[¿Queeeeeé? Estaba durmiendo…]
No hay tiempo para dormir.
[No hay nada más importante que mi sueño reparador], se quejó Min mientras se acicalaba con las dos patas delanteras. Lo ignoré y fui directa al grano.
Puedo entender lo que dicen los animales.
[Oh, tus poderes finalmente deben estar despertando.]
¿Qué?
A diferencia de mí, que estaba perpleja por completo, Min sonó muy tranquilo, como si esperara esto desde el principio.
¿Lo sabías?
[Pues sí.]
¿Por qué no me lo dijiste?
[Bueno, porque no sabía cuándo despertarían tus poderes, Mabel.]
No pude seguir interrogándolo después de oír su respuesta. En cambio, le hice otras preguntas.
Pero ¿por qué la habilidad de oír hablar a los animales? ¿Para qué sirve?
[No se trata solo de «oír hablar a los animales». Tampoco se limita a los animales. Puedes comunicarte con todos los seres vivos de la naturaleza.]
¿Comunicarme con todos los seres vivos? Pensé en qué consistía la naturaleza. Primero, los animales… o las plantas, como los árboles y la hierba.
¿Puedo comunicarme con las plantas?
[Por supuesto.]
Espera, en realidad no es tan malo.
Con esta habilidad, podría sobrevivir incluso si abandonara el palacio en el futuro.
—Je, je, je…
Aunque estaba de espaldas a él, Xavier me observó con curiosidad mientras yo soltaba risitas.
Me he ganado la lotería.
Min sacudió la cabeza al ver mi reacción.
♦ ♦ ♦
Habían pasado cuatro meses desde que me coronaron emperador. Crecía con rapidez en estos tiempos aparentemente tranquilos pero ajetreados.
—Maravilloso, está comiendo bien.
—Delishioso (Delicioso).
—¿Está delicioso? ¿Cómo puede comer tan bien sin ser quisquillosa? Buena chica.
Mi apetito alcanzó su pico una vez mi dieta cambió a solo papillas. Por fin me había despedido de la leche de formula.
Solo es comida para bebés pero ¡está buenísima!
Además, era increíble no tener que preocuparme de cuándo volvería a comer.
Es maravilloso que te sirvan tres comidas al día…
En mi anterior vida, vivía a base de ramen o kimbap[1] de las tiendas. Es por eso que incluso la papilla me parecía un auténtico festín.
—Gashia po’ la comia (Gracias por la comida).
—Qué educada. Es un genio, Majestad.
La niñera, que me miraba con cariño, me besó la mejilla y me limpió la boca. Qué exagerada.
Este nivel de afecto ya no me avergonzaba. Otro cambio bien recibido fue que la mayoría de las personas ya no se sorprendía siempre de lo bien que hablaba. Parecían creer que era un genio y punto.
Esta es mi segunda vida.
Antes solo podía pronunciar palabras monosilábicas, pero ahora podía formar frases completas. Por desgracia, mi pronunciación seguía siendo inaceptable.
Hoy también hemos disfrutado de una comida deliciosa.
Estaba tumbada en la cama, sintiéndome llena, cuando alguien llamó a la puerta.
—Majestad, soy Gustav.
—Egh.
Fue más que evidente que no era bienvenido, aun así, la puerta se abrió. Gustav, con su cara pálida habitual, esbozó una débil sonrisa.
—Pronto será hora de la conferencia, Majestad —anunció.
—Ugh…
Extendí los brazos y Gustav me cargó. Uno de mis mayores logros en los últimos cuatro meses fue hacerme «amiga» de Gustav. Al principio, no tenía intención de volverme cercana a él. Pero cuando me di cuenta de que mi padre se ponía tenso siempre que estaba cerca de Gustav, acabé dejando que el emperador pensara que éramos cercanos para irritarlo.
—¿Le gustó la comida? —preguntó.
—Shi. Delishiosa. (Sí, estuvo deliciosa) —respondí con entusiasmo.
—Estupendo, hoy necesitará toda la energía posible.
—¿Poqué? (¿Por qué?)
—El duque Javier también asistirá a la reunión.
—Erg.
El duque Javier… Ese viejo era la razón por la que odiaba estas conferencias. Siempre tenía una sonrisa cálida y amable en la cara, pero sería un grave error bajar la guardia con él. A diferencia de su exterior, su interior era muy siniestro. Él era el peor de todos los consejeros que seguían tratándome como un bebé. Odiaba a los demás, sí, pero a él más.
Gustav se rio ante mi aparente disgusto.
—¿No le gusta el duque Javier?
—No. No me gushta. Peuntuosho (No, no me gusta. Es presuntuoso).
—¿D-Dónde aprendió esa palabra tan blasfem-?
Antes de que pudiera terminar la frase, una voz familiar nos interrumpió: —Mabel —me saludó una figura con un rostro más brillante que mi propio futuro—. Mabel, ven aquí. —El emperador sonrió y extendió los brazos.
Sacudí la cabeza y me aferré a Gustav.
—Ño (No).
—Mabel.
—Hmph.
El emperador le lanzó una mirada amenazadora a Gustav. Atrapado entre el ex emperador y yo, no pudo evitar sudar a mares.
Gustav se va a meter en problemas.
Tiré de su ropa.
—Bájame.
Por mi propio pie, pasé junto al emperador y troté hacia la sala de conferencias. Le oí seguirme.
—Hmm…
No es tan fácil.
Sabía cómo funcionaban las cosas por aquí porque tenía cuatro meses de experiencia como emperador. Gracias a eso, también llegué a enterarme de la razón por la que me nombraron emperador.
Para protegerme del Sagrado Imperio Abelardo.
A decir verdad, seguía sin entender por qué mi padre había llegado a tales extremos. Podría haberme entregado a Abelardo. Aquí o allá, todo me habría dado igual.
Como desean tanto «la semilla de Dios», lo más probable es que también me alimentarían bien.
Aunque ahora era emperador, no creía que lo sería para siempre. Todo el trabajo lo seguía haciendo mi padre —a quien muchos consideraban todavía emperador—, así que mi papel ni siquiera era tan importante. Además, me mantenía firme en no querer ser emperador. ¿Qué sentido tenía poseer un poder que no quería, un poder que alguien me había impuesto? Por eso mi objetivo no había cambiado: iba a hacer que me destituyeran del trono.
Mi actitud fría hacia el emperador era solo una parte de mi plan maestro. A este paso, perderá poco a poco su interés por mí y pronto me considerará una molestia.
Bueno, eso se suponía que iba a pasar…
Sin embargo, el interés del emperador permaneció intacto por muy fría que fuera. Seguía regalándome todas mis cosas favoritas y me visitaba todos los días para verme. Si estaba ocupado, venía en mitad de la noche mientras yo dormía. Como resultado, había acumulado mucha riqueza. No sería demasiado exagerado decir que yo, con un año y seis meses, podría ser la bebé más rica del mundo.
—Ponto… eshte palashio seá todosh mio (Pronto… este palacio será todo mío).
Aparte de unos cuantos edificios y jardines, la mayor parte del palacio me pertenecía oficialmente ahora. No es como si pudiera venderlo ni nada parecido, pero seguía siendo mío.
Por fin llegué a la sala de conferencias con mis dos piernas cortas. Me tragué las emociones a regañadientes y entré. Todas las miradas se volvieron hacia mí.
—Saludos al futuro del imperio, su majestad el emperador.
—Majestad, su salud es la fortuna del imperio.
—Majestad, hoy lleva dos coletas. Qué majestuosa y adorable.
Los consejeros se levantaron de un salto de sus asientos y soltaron una oleada de cumplidos en cuanto entré. Los silencié con un simple gesto de la mano y me dirigí al trono. Como se suponía que debía ser siempre el asiento más alto de la sala, el trono estaba situado en una plataforma elevada con escaleras incorporadas. Sí, escaleras… ¡Había demasiadas!
—Mabel, te ayudaré.
—No. Lo aré (No, yo lo haré) —rechacé la ayuda del emperador y apoyé las manos con total seguridad en el escalón delante de mí. Luego levanté una pierna con todas mis fuerzas.
—Arg… —refunfuñé.
Tuve que emplear todas mis fuerzas para levantar una de mis diminutas piernas hasta el siguiente escalón. Después de tener problemas para levantar la otra, me tumbé en el escalón y cogí aire.
—Huff, puff…
Es tan agotador.
Me enfrenté al resto escalones que tenía que trepar. Una parte de mí empezaba a lamentar haber rechazado la ayuda. Mirando malhumorada al frente, escuché los gritos del consejero detrás de mí.
—Puede hacerlo, Majestad.
—No debe rendirse.
—Estamos aquí para animarla.
En lugar de ayudarme, más bien me hacían perder energía. Los fulminé con la mirada.
—Todoshh, shilenio (Todos, silencio).
Aunque habría sido muy razonable que los consejeros ignoraran la orden de un bebé, se rieron y asintieron.
—Ah, por supuesto, Majestad. Guardaremos silencio.
—Sí, desde luego.
—Puede hacerlo sola, increíble.
Claro que me hacían caso, pero la forma en que todos me trataban como si fuera una linda mascota me avergonzaba. Aunque, ahora que ya no había más distracciones, logré terminar de subir las escaleras. Cuando por fin llegué al trono, estaba empapada en sudor.
Nada de alardes a partir de mañana.
Debido a todo lo que me había tardado subiendo las escaleras, la reunión se había retrasado mucho con respecto a la hora habitual de inicio. El emperador, que se sentó a mi lado después de subir las escaleras en cuestión de segundos, dio un repaso a la sala.
—Comencemos la reunión.
Así fue. Se trataron innumerables temas mientras escuchaba sentada. Uno de los nobles que habló destacó; era el «amable» duque Javier.
—Considero que la disputa territorial de la calle de Dmiras se debería zanjar a favor de la familia Lorca.
Entrecerré los ojos.
¿Cuánto recibió de soborno de la familia Lorca?
Sin importar lo que se mencionara en cualquier reunión, el duque Javier intervenía. Desde casos legales hasta decretos y proyectos de ley, participaba en cualquier cosa y opinaba. Mi abuelo, el marqués Gardenia, era el único que le discutía con él en ocasiones.
Todo se debe a los cristales de poder.
Los cristales de poder eran una necesidad absoluta en este mundo, pues eran la fuente de todos los poderes mágicos, divinos y espirituales. El poder natural se fusionó en estos cristales, lo que los hacía esenciales para realizar hechizos y conservar la magia. Por ejemplo, se utilizaban cristales de poder refinados para crear barreras que mantenían a raya a los monstruos o para crear artefactos encantados. Sin embargo, en comparación con la demanda, la oferta de cristales de poder era tan escasa que se vendían a precios astronómicos.
Lo que nos lleva a hace unos meses. El duque Javier compró una mina que resultó contener una cantidad inmensa de cristales de poder. Gracias a esta repentina lotería, otros nobles se mostraron dispuestos a inclinar la cabeza ante él. La familia imperial estaba en mejor situación, puesto que se había abastecido de cristales de poder en el pasado, pero incluso ese suministro se acabarían con el tiempo.
Por eso el duque Javier había empezado a actuar de forma más descara que de costumbre.
Si no fuera por Enrique…
Lo observé con desprecio. Enrique Javier, el compañero de esgrima de Oscar, era un joven lindo, pero también el hijo de este viejo.
¿Cómo un ángel como Enrique viene de un tipo como él?
Enrique y yo estaríamos mejor como desconocidos por culpa de su padre, sin embargo, ya era amiga del niño. Ahora cada vez que Oscar venía a visitarme, se sumaba.
—Ejem, a pesar de eso, duque Javier, eso es…
—¿Te opones a mi propuesta?
La mirada del susodicho se volvió muy fría al mirar al noble que intentaba disuadirle.
—No, claro que no —se retractó de inmediato.
—Ya veo.
Observé toda la interacción con desaprobación. Originalmente había decidido que todo esto no era de mi incumbencia, pero las cosas no hacían más que empeorar. Al principio mi padre advirtió al duque Javier, pero cuando este se negó a obedecer, decidió esperar a ver hasta dónde llegaba. No me gustaba que el duque presionara constantemente a los demás con una sonrisa en la cara.
—El conde Sequila gastó todo el dinero que se concedió para ampliar los límites de su castillo y, aun así, ¿debería ser considerado inocente? —exclamó el marqués Gardenia.
El duque se encogió de hombros ante la réplica del marqués.
—No hay pruebas.
—Las tendríamos si se llevara a cabo una investigación.
El marqués Gardenia también poseía una mina, aunque con una fuente menor de cristales de poder. Por eso era una de las pocas personas de la sala capaz de enfrentarse al duque.
—Ja…
Seguí observando el complicado mundo de los adultos y rodé los ojos. No me resultaría muy difícil patearle el trasero al duque Javier, salvo por el hecho de que yo era un emperador marioneta sin voz.
—Ejem.
Escaneé cada uno de los rostros de mis desafortunados consejeros y tomé una decisión.
No se puede evitar, debo intervenir.
[1] El kimbap es el sushi coreano, solo que generalmente está relleno de carne y no de pescado.