Bebé tirana – Capítulo 23: Los tratos tienen un precio

Traducido por Den

Editado por Yonile


Al día siguiente, busqué a Xavier en cuanto terminé de desayunar.

—¡Avie!

—¿Sí, Majestad?

—Sagamosh (Salgamos).

—¿Afuera? ¿Al jardín?

—No, a la ofisshina (No, a la oficina).

Xavier balbuceó la palabra «ofisshina» y asintió una vez comprendió lo que quería decir.

—Ajá, para reunirse con el consejero. No se preocupe, Majestad. Lo llamaré para que venga aquí. —Negué con la cabeza.

—Kelo í (Quiero ir).

—¿Quiere ir?

Como nunca me dejaban pasear sola por el palacio, era mejor que me llevara a Xavier a donde fuera. Con una bolsa que había preparado en secreto la noche anterior, llegué a la oficina tomada de la mano de Xavier. Aunque era la oficina principal del emperador, había venido muy pocas veces.

Es más la oficina de Gustav que la mía.

Por eso llamé antes de entrar; era de buena educación hacerlo antes de entrar en la habitación de otra persona.

—¿Quién es? —preguntó una voz.

—¡Yo!

Más allá de las puertas abiertas se encontraba Gustav, con una expresión de desconcierto. Le sonreí.

—Eh, ¿por qué está aq…? No, esta es su oficina…

—Esh de Gushtavs (Es la de Gustav).

Mientras él permanecía desconcertado, miré a Ravi.

—Avie, táeme la munecaw (Xavier, tráeme la muñeca).

—¿Qué? ¿Qué muñeca?

—Pelito, no, el conehiio.

Recordé que no tenía ningún muñeco de perro, así que me apresuré a corregirme. Xavier ladeó la cabeza antes de hacer una reverencia a Gustav y desandar el camino por donde habíamos venido a por el muñeco.

Uno menos.

Miré a la siguiente persona que debía exterminar. Gustav se agachó para estar a la altura de mis ojos.

—¿Le pido a las sirvientas que traigan helado? —preguntó con amabilidad.

—¡Helado! N-No… —Cerré los ojos con fuerza y sacudí la cabeza. Había estado a punto de caer en la tentación del helado.

La niñera no me solía dar snacks, por lo que no era fácil renunciar a una oportunidad así. Pero lo hice. Incluso con lágrimas brotando de mis ojos, logré dejar ir a mi preciado helado.

Xavier y Gustav… me debéis una.

Algún día me la pagarían… Solté un suspiro profundo antes de pasar junto a Gustav y entrar en la oficina. La habitación estaba hecha un desastre: había libros desperdigados por el suelo y una montaña de documentos sobre el escritorio.

—¡Su Majestad! —Gustav me siguió de inmediato, asustado de que tocara alguna cosa. Me limité a ignorarlo y seguí adentrándome mientras fingía echar un vistazo a la sala.

—Deshorde (Qué desorden).

—No, esto… esto se debe a que estoy desbordado —intentó justificarse en seguida—. Estoy demasiado ocupado como para ordenar las cosas. No es que sea un vago.

 —O she. Lo eshtash ashendo biee, Gustav (Lo sé. Lo estás haciendo bien, Gustav). —Con esa respuesta indiferente, puse mi cerebro a trabajar.

¿Cómo puedo deshacerme de Gustav?

Me paseé por la oficina sin perderle de vista. Él no me quitó los ojos de encima ni un segundo.

En serio, no me entiendes en absoluto. Estoy tratando de ayudar.

Lo que sea. Sabía que no iba a irse tan fácilmente.

—¡Hmm!

Miré con indiferencia alrededor y me senté en la silla de Gustav. Por suerte, todavía no parecía sospechar de mí.

Pero ¿seguirá siendo así después de esto?

Observé los documentos de los que se estaba ocupando hacía un momento. Uno estaba marcado como «alto secreto» y parecía ser del Ministerio de Hacienda, por lo que era probable que fuera importante. Si mal no recuerdo, la oficina estaba un poco lejos de aquí.

Ya está.

Cogí el frasco de tinta que había sobre la mesa con una sonrisa inocente en el rostro, como si no fuera consciente de mis propios actos.

Gustav ladeó la cabeza un rato y luego se puso blanco.

—¡M-Majes…!

Entonces la tinta se derramó sin piedad sobre los documentos. Gustav palideció tanto que casi podía ver las venas de su rostro. Se tambaleó hacia el escritorio como un zombi e intentó limpiar la tinta con un pañuelo, pero era imposible que fuera a funcionar.

—Majestad…

—Agüa nega. Oshcuraa (Agua negra. ¡Qué oscura!)

—Sí, así es la tinta…

—Tita.

Gustav suspiró con pesadez y no dijo nada mientras me limitaba a sonreír con las manos manchadas de tinta extendidas hacia él.

—¿Tenesh agüa roja? (¿Tienes agua roja?)

—Sí, tengo.

—¡Waah!

Fingir ser un bebé de verdad era útil en ocasiones.

Gustav intentó salvar los documentos otra vez, pero al final dejó caer la cabeza, abatido.

—Ja… Majestad, por favor quédese quieta. Iré a por una toalla húmeda, ¿sí?

—Shi. —Asentí.

—Volveré pronto. —Se retiró con los documentos casi negros en las manos. Tardaría en traer la toalla húmeda, porque, conociendo lo dedicado que era a su trabajo, apuesto que también se pasaría por el Ministerio de Hacienda a por un nuevo documento.

Lo siento, Gustav, me disculpé en silencio. La recompensa por este tremendo «accidente» dependía de que el resto de mi plan saliera bien, así que en seguida me puse manos a la obra. Tenía poco tiempo para terminar todo antes de que regresaran Xavier o Gustav.

Primero saqué un trozo de papel de mi bolsa. ¿Cuántas hojas como esta había desechado mientras aprendía a escribir?

Debo tener mucho cuidado. Nadie sabe que sé leer y escribir.

Durante cuatro meses, cinco días a la semana, me sentaba en cada reunión ordinaria delante de una montaña de documentos que no podía leer. No obstante, no he estado ociosa todo ese tiempo. Me costó cuatro meses aprender el idioma de este mundo. Ya era un genio por hablar a tan temprana edad, pero si la gente se enteraba de que sabía leer y escribir, mi vida se volvería más caótica de lo que ya era.

Existía una alta probabilidad de que hubiera cometido algunas erratas y quizás algunas frases estuvieran fuera de contexto, pero, en general, me parecía perfecto.

—Biee (Bien).

Me acerqué al escritorio del emperador, que estaba a la izquierda del de Gustav, y tomé el sello imperial. Lo estampé en el documento, que deslicé luego entre una pila de documentos ya completados. Mi plan había salido a pedir de boca.

—Je, je.

No pude evitar sonreír con orgullo. Con el sello en su posición original, mi crimen perfecto estaba acabado. Así pues, salí de la oficina.

—Mabel.

—Hup. —Me paralicé al oír una voz familiar que venía de arriba.

♦ ♦ ♦

Esteban contempló a Mabel. Parecía asustada, como si la hubieran pillado haciendo algo malo.

—Mabel.

—¿S-Shi? —tartamudeó.

—¿Qué haces en la oficina?

Jugueteando con los dedos, Mabel se tambaleó hacia atrás. Esteban pensó en cogerla, pero no lo hizo. Temía que si se acercaba más a ella, lo odiara aún más.

—Nada…

Esteban frunció el ceño al verla tan nerviosa, con la mirada inquieta.

Qué adorable…

La cosita frente a él era encantadora en todo su esplendor. Lo mejor era que aquel ser adorable ya sabía leer el ambiente y reaccionar acorde a él. Reprimió el impulso de besarle las mejillas, que eran bastante regordetas.

Espera.

Como Mabel era muy linda, Esteban tardó en darse cuenta de que algo andaba mal.

Mabel no es la clase de bebé que se pone así de nerviosa.

Mabel era una bebé decidida, directa y realista cuando trataba con él. Normalmente, le habría gritado que se fuera. La niña se mordió los labios y pronto abrió la boca mientras Esteban seguía observándola en silencio.

—Gusdav…

—¿Gustav?

Se preguntaba por qué había pronunciado el nombre de su consejero.

—Vine a velo (Vine a verlo).

Esteban se quedó impactado ante la escandalosa declaración de Mabel.

Ya veo.

Siempre estaba en el fondo de su mente. En algún momento, Mabel abrazaba con naturalidad a Gustav en lugar de a él. Seguía dudándolo… Nunca se sabía, ¿cierto? Quizás ambos solo estaban haciendo negocios y él lo había malinterpretado.

—¿Por qué Gustav…? —preguntó Esteban con voz nerviosa.

—¿Gusdav…? Me gushta.

Degradado. Será degradado.

En un instante, el futuro de Gustav se desmoronó gracias a las palabras de Mabel. Sin conocer el profundo abismo en el que Esteban estaba cayendo en ese preciso momento, Mabel suspiró aliviada por haber escapado de toda sospecha.

Uff, estoy a salvo.

Fue entonces cuando Xavier regresó del recado al que le había mandado Mabel.

—Saludos al anterior emperador.

—¿Dónde has estado mientras dejabas solo a tu maestro?

Xavier se tensó ante la voz cortante. Todo su cuerpo sentía que las cosas no pintaban bien. Una palabra errónea significaba la muerte, estaba seguro. No habría excepciones, aunque fuera el sobrino de la señora Lupe Alyelli.

—E-Es que… —tartamudeó mientras agachaba la cabeza.

—¡M-Munecaw! (¡Muñeco!) —La voz reverberante de Mabel interrumpió a Xavier.

Va a matar a alguien.

Sintiéndose mal por Xavier, que temblaba de miedo, decidió que no podía quedarse mirando. Con una risita, Mabel gritó alto: —¡Munecaw! Pelito, no, ¡el conehiio! (¡Muñeco! El del perrito, no, ¡del conejito!)

Estuvo a punto de volver a equivocarse de muñeco. En cualquier caso, Mabel sonrió alegremente y aceptó el muñeco de Xavier, sujetándolo con fuerza contra su pecho.

Ugh, en realidad no me gustan los muñecos.

—Je, je. Gushta munecaws. Gashias, Avie (Me gustan los muñecos. Gracias, Xavier).

—Solo hice mi trabajo, ja, ja.

Al ver su sonrisa, el emperador no pudo evitar asumir que era muy unida a Xavier. Luego, ella miró a Esteban, que decidió que no podía seguir enfadado con el chico sonriente que acababa de ayudar a Mabel. Por eso, hizo la vista gorda esta vez. Aun así, se sentía descontento.

Mabel observó a Esteban un rato más antes de tenderle el muñeco.

—Akí (Aquí).

—¿Me lo regalas…?

—Shi.

Anonadado, Esteban aceptó el muñeco de Mabel sin decir palabra. No sabía si era un sueño o era real, pues era la primera vez en meses que Mabel le regalaba algo.

Mabel me ha regalado un muñeco. Un muñeco que atesora.

Pero la realidad era mucho más cruel. A los ojos de Mabel, había calmado con éxito al emperador y se había desecho de un muñeco molesto de una sola vez. Una vez todo resuelto, se despidió de su padre, agitando la mano tranquilamente.

—Buno, adiosh (Bueno, adiós).

Habiendo tenido éxito en su plan, Mabel se alejó con energía.

Un muñeco menos.

Así, el malentendido entre padre e hija se hizo más grande. Emocionado por el regalo de Mabel, Esteban olvidó degradar a Gustav. Que fuera una suerte o no para el hombre era un asunto completamente diferente.

♦ ♦ ♦

Varios días después, Gustav estaba revisando la lista de documentos atrasados. Al final, desenterró una agenda que ya había sido aprobada con el sello imperial.

Compra de la mina de Rogwool en el sudoeste.

—¿Qué es esto…? —Se quedó confundido.

La mina de Rogwool carecía de valor; solo era conocida por su hierro de baja calidad. Por eso llevaba años abandonada. Aun así, ahora la familia imperial la estaba comprando.

Pero ¿quién escribió esto?

—Bueno, yo no.

Y no se iba a comprar solo una mina. Todas las minas de la zona estaban incluidas en el acuerdo de compra. Gustav no era tan incompetente como para cometer un error tan estúpido. Sospechaba que alguien hubiera intervenido sin que él se diera cuenta.

Entonces, una frase breve en la esquina del documente le llamó la atención.

Alta probabilidad de que haya cristales de poder enterrados.

 —¡¿Cristales de poder?!

Eran la fuente de muchos de los problemas recientes del imperio. Gustav observó el documento con mucha intensidad.

—Nunca he visto esta letra antes…

Era una letra torcida, lo que le hizo suponer que quienquiera que lo escribiera debía ser zurdo.

Bueno, tampoco es que vaya a afectar al presupuesto del palacio.

Comparado con la cantidad del dinero que el palacio gastaba normalmente, el precio era minúsculo, así que no hacía falta que se hiciera cargo de ello. En cambio, echó otro vistazo a la letra de la esquina.

Era muy probable que se tratara de información falsa, pero la posibilidad de que hubiera cristales de poder era tentadora. Creer en ese tipo de información ambigua solía acabar mal. Eso era lo que le decía la experiencia, pero…

¡Hagámoslo!

Sus instintos estaban ansiosos por hacerlo.

¡A jugársela!

♦ ♦ ♦

Una semana después de que iniciaran las operaciones mineras, se desenterró una enorme cantidad de cristales de poder de la mina abandonada. El descubrimiento de esta nueva veta fue calificada de milagro, sobre todo si se tenía en cuenta que las reservas previstas eran mayores a las del duque Javier, que había estado en posesión de la mina de cristales de poder más grande del imperio.

♦ ♦ ♦

—Top (Topo) —susurré lo más bajo posible por si Lissandro estaba escuchando. Al cabo de poco, el suelo vibró suavemente y una cabeza con barro asomó por la tierra.

[Roca brillante. Los humanos se la llevan.]

—Shi. Las neceseshitabamos. Gashias, top (Sí, las necesitábamos. Gracias, topo).

[Cumple la promesa.]

—Shi (Sí, lo haré). —Asentí contenta. Luego, el topo olfateó de un lado a otro, como si me copiara, y desapareció de nuevo en la tierra—. Uff.

Las pérdidas habían sido igual de grandes que las ganancias. La recompensa del topo por la información era vagar libremente bajo el cuarto jardín del palacio imperial. Ya había emitido una orden de restricción que impedía a cualquiera, incluso a los jardineros, entrar allí. Por desgracia, las flores y los árboles se verían perjudicados, pero…

Supongo que al final resultó ser una ganga.

Sonreí y me puse una mano bajo la barbilla. Costaba creerlo, pero en realidad esperaba con ansias la reunión de dentro de tres días. Todos los días se aprende algo nuevo: ese dicho iba a ser muy pertinente dentro de poco.

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