Traducido por Den
Editado por Yonile
La repentina aparición de la inédita mina de cristales de poder provocó una gran convulsión en el Imperio. Los nobles hartos de influencia del duque Javier ahora estaban de buen humor, hasta el punto de que se enviaron mensajeros de casa en casa a difundir la noticia.
En poco tiempo, las noticias llegaron a oídos de Esteban. Llamó de inmediato a su antiguo consejero.
—De alguna manera me he hecho con una mina desconocida.
—Ja, ja… Felicidades.
—Gustav.
Intentó pasar por alto el asunto, pero el ex-emperador no era alguien con quien se pudiera bromear.
Maldición.
Aunque el resultado era magnífico, Esteban lo colgaría si se enteraba de lo descuidado que había sido su trabajo. Pero ¿qué podía hacer? Lo hecho, hecho está, así que Gustav comenzó a explicarse.
—Bueno, verá… Un documento que nunca había visto ya había sido aprobado sin mi conocimiento.
—¿Qué?
Esteban frunció el ceño. En respuesta, Gustav agitó las manos para disuadir la mirada penetrante.
—¡No fue intencional! Su Majestad, sabe que soy un perfeccionista. ¡Alguien más debe haberlo hecho!
Esteban se relajó muy, muy poco. Era consciente que su ex consejero era un hombre con talento. Preocupado de que el humor de Esteban empeorara, Gustav se explayó en seguida.
—El documento debió mezclarse con la montaña de documentos aprobados. Ordenaba la adquisición de varias minas en la misma zona y estaba escrito con una letra desconocida.
—¿Cómo sabías que era una mina de cristales de poder? —preguntó Esteban.
—Por favor, deme un minuto.
Gustav se apresuró a pasarle el documento en cuestión. Con la barbilla apoyada en una mano, Esteban lo hojeó sin entusiasmo.
—Esta letra… —murmuró.
—Parece que se trata de una persona zurda.
—Supongo que sí.
Esa era la única explicación plausible para la letra torcida. Esteban chasqueó la lengua ante la caligrafía desconocida y volvió a leer el documento. Era un documento simple, con buen formato y otros aspectos destacables.
—Por favor, mire lo que pone en la esquina de la siguiente página, Majestad.
Esteban pasó la página. Tal como había dicho Gustav, había una frase corta en la esquina.
«Alta probabilidad de que haya cristales de poder enterrados.»
—Lo hicieron a propósito —señaló Esteban.
—Sí. Dudé de la veracidad de la declaración, pero una semana después de que se aprobara la explotación, se descubrieron los cristales de poder.
¿Quién estaba detrás de un acto tan audaz, que coincidía con el creciente control político del duque Javier?
¿El marqués Gardenia…? No, ese anciano no haría nada por mí.
Se trataba de una mina de cristales de poder. Por lo general, cualquiera que hiciera tal descubrimiento se quedaría con los beneficios, en lugar de entregársela gratis a la familia imperial. Además, dado que la mina era bastante fértil como para competir con la del duque Javier, eso significaba que el propietario podía acabar con la influencia política de este al mismo tiempo que reforzaba la suya.
—¿Por qué entregaría alguien una mina de cristales? —se preguntó Esteban en voz alta.
—Me he estado preguntando lo mismo. Solo beneficia a la familia imperial.
Había varios candidatos creíbles, pero todos fueron descartados.
—Comienza por investigar a las personas que entraron en mi oficina.
—Bueno, como ya sabe, soy el único que realmente usa la oficina. Supongo que algunas personas más que entran de vez en cuando son una limpiadora y una criada que trae el té.
—Investiga a todos y sé exhaustivo. No pases a nadie por alto.
Cuando Esteban estaba a punto de pasar a otro tema, Gustav de repente levantó la cabeza y gritó:
—¡Hay alguien más!
—¿Quién?
—Su majestad el emperador también entró en la oficina.
Esteban sonrió y volvió a mirar el documento. ¿Cómo podía un bebé analfabeto, aunque fuera considerado un genio, escribir semejante documento? Pero de repente recordó el día en qué se cruzó con Mabel delante de la oficina.
—¿Fue ese día? El día en que Mabel, con sus dos coletas, me regaló su valioso muñeco de conejo.
Gustav estaba sin palabras.
¿Por qué? No… ¿Cómo recuerda todo eso?
Se tragó la pregunta porque temía que Esteban hablara solo de Mabel durante los próximos dos días si la mencionaba siquiera.
Por suerte, y para su propia salud mental, Gustav nunca se enteraría de que Esteban había metido el muñeco en una caja de cristal y la había sellado con magia de conservación.
—De todos modos, investiga a los sirvientes que mencionaste.
—Sí, Majestad. ¿Qué hacemos con el emperador…?
—¿Mabel? No seas ridículo. ¿Qué sabrá ese bebé? —Esteban resopló.
Ella estaba ocupada creciendo.
¿Qué estará haciendo ahora?
Estaban siempre extrañaba a Mabel, pero la extrañaba aún más en este preciso momento.
—Eso es todo. Buena suerte, Gustav.
—¿Sí? Sí…
Dejando al fantasmal Gustav con sus propios asuntos, Esteban se dirigió a los aposentos de Mabel. Cuando se detuvo frente a la puerta, apareció Lissandro.
—Saludos, Majestad.
—¿Y Mabel? —preguntó Esteban.
—Probablemente está dormida.
Era una pena que no estuviera despierta, pero quizás era lo mejor.
Si está dormida, no me dirá que me vaya.
En la habitación reinaba el silencio. En medio del silencio oyó una respiración suave. Esteban atenuó su presencia y se acercó a la enorme cama, donde dormía una bebé. Era tan pequeña que la cama parecía vacía.
Mabel, con el cabello color cerezo alborotado, flotaba por el país de los sueños.
—Está profundamente dormida… —Esteban se sentó en el borde de la cama y le arregló el pelo, apartando cada mechón hasta que sus mejillas quedaron desnudas de nuevo.
Una risita escapó de sus labios.
—Gustav debe estar loco para sugerir investigar a este bebé.
Quizás ya es demasiado mayor, aunque solo tiene veinte años.
Mientras consideraba concederle unas vacaciones pagadas una vez resuelto este asunto urgente, Esteban tocó el dedo de Mabel por costumbre. La mano regordeta se movió, reaccionando al repentino contacto. Parecía un ángel con los ojitos cerrados al mundo.
—Que sueñes con los angelitos, Mabel. —Esteban besó la frente de la niña, esperando que la despiadada Mabel le mostrara una sonrisa mañana.
—Hm…
Sin saberlo él, Mabel estaba ocupada comiendo helado en el país de los sueños.
♦ ♦ ♦
Por fin era el día de la conferencia habitual.
¡He estado esperando este día!
Estaba inquieta, porque tenía ganas de ver la cara de disgusto del duque Javier.
—Je, je, je. —No pude evitar reírme.
Las personas alrededor me observaban pasmadas mientras yo rodaba por la cama riendo sin control.
—Madame, Su Majestad se está riendo. ¡Debe estar de buen humor! —exclamó Lalima con entusiasmo.
—Tienes razón —convino la niñera. Entonces Xavier estiró la mano hacia mí.
—Majestad, ¿por qué está tan contenta hoy?
—¿Hm? ¡Tollo! (¡Por todo!)
Los ojos de Lalima brillaron en respuesta.
—¿Por todo? ¿También por mí?
—¡Sí! —le respondí y empezó a hacer un alboroto.
Ah, qué ruidosa.
La niñera, que solía regañarla por ser ruidosa, estaba callada por alguna razón. Dejé de moverme y me la quedé mirando. Ella me observaba con una especie de anhelo en los ojos.
¿Eh? No…
Por fin habló.
—Su Majestad, ¿por mí también?
Como era de esperar…
—S-Sí.
La niñera se dio la vuelta, tapándose la boca. Intentó controlarse, pero ya lo había visto todo.
Niñera, ya vi esa amplia sonrisa en tu rostro…
Solo después de responderles a cada uno de ellos pude respirar un poco en la habitación.
—Uff…
Es duro jugar con adultos.
Cuando terminé de desayunar, me preparé para la conferencia. Tras ponerme un vestido cómodo pero muy extravagante, el acicalamiento concluyó con una cofia.
—Es un verdadero problema, ¿sabes? Ya es así de adorable y ¡cada día lo es más!
—Eh… Ño keo… (Eh… No lo creo…).
—Se me saltan las lágrimas —dijo la niñera.
Me apresuré a retirarme de la habitación para escapar de la exagerada niñera. Como aún tenía tiempo de sobra, decidí ir al jardín y deleitarme con unos refrigerios.
—¡Ejem!
Caminar al aire libre era más divertido estos días, porque ya no me caía con tanta frecuencia como antes.
Necesito convertirme pronto en un ser humano de verdad.
Mientras me prometía lograrlo, alguien salió de detrás de una columna.
—¡Su Majestad!
—¡Anlike! (¡Enrique!)
Era el compañero de esgrima de Oscar, Enrique Javier. Ver al siempre adorable chico era un gran placer, pero tenía un único defecto: su nombre.
Es tan difícil de pronunciar. Venga ya, ¿Anlike? ¿En serio?
En cualquier caso, Enrique parecía estar de muy buen humor hoy.
—¿Po qé stash aqí? (¿Por qué estás aquí?)
—Vine a palacio con mi padre. Quería verla, Su Majestad. Ha pasado mucho tiempo.
Me estremecí.
—Ah. ¿De vedad…? (¿De verdad…?)
Me estremecí cuando la palabra «padre» salió de su boca. Hacía unos instantes, estaba alegre por haberle pateado el trasero al duque Javier. Por eso de repente quería hacer algo por Enrique, por la culpa. Le agarré el dobladillo de la camisa.
—¿Qedes comé pashté hunto? (¿Quieres comer pastel juntos?)
—Vaya, ¿puedo?
—¡Po shupueshto (¡Por supuesto!)
—Sería un honor tanto para mí como para mi familia.
Los refrigerios ya me estaban esperando cuando llegamos al jardín.
—Necesitaremos más comida —comentó la niñera. Gracias a sus órdenes, trajeron más refrigerios para Enrique.
¡Pastel de chocolate…!
El pastel de chocolate, horneado por el chef del palacio imperial, estaba más que delicioso. No se comparaba a ningún otro pastel que hubiera probado en mi vida anterior como Gyeoul Yoon. Tenía un sabor celestial.
Quiero decir, nunca he comido pasteles caros.
Agarré con torpeza el tenedor para bebés y trinché un trozo grande de pastel antes de metérmelo en la boca.
—Mu… mu… delishiosho. (Muy… muy… delicioso.)
Las capas húmedas del pastel esponjoso y el sustancioso chocolate estaban en perfecta armonía. Por desgracia, el bocado se deshizo y desapareció dentro de mi boca antes de que pudiera admirar plenamente su inmaculada dulzura. Con unos cuantos bocados más, dejé el plato vacío.
Vale, el pastel es demasiado pequeño.
Para un bebé, sí, un pastel entero era demasiado. Pero darme solo una cuarta parte de un octavo… Mientras resoplaba ante esta injusticia, otro plato apareció ante mis ojos. En él había un trozo de pastel intacto.
—Puede quedarselo, Su Majestad —señaló el pastel.
—No. Ez tuyo, Anlike. (No. Es tuyo, Enrique.)
—Antes comí bastante, por lo que ya estoy lleno. —Se golpeteó de forma dramática la barriga mientras lo observaba.
Se esfuerza tanto… por un bebé como yo…
En agradecimiento a su esfuerzo, acepté con gusto el pastel. Era mucho más grande que mi porción anterior, ya que lo habían cortado teniendo en cuenta a Enrique. Mientras me comía un bocado el pastel sin pensarlo mucho, me di cuenta de que las mejillas de Enrique estaban más rojas de lo habitual.
—¿Ké es esho? (¿Qué es eso?)
Enrique sonrió con suavidad cuando le señalé la mejilla.
—Ah, una picadura de mosquito. Ya sabe, el insecto.
—Insedo —repetí.
—Sí, insecto.
—Shi, insedo.
Enrique se rió de mi pronunciación, aunque yo seguía mirándole con atención la mejilla.
Parece como si alguien le hubiera pegado…
Aparte de la mejilla izquierda hinchada, no detecté ninguna otra herida en la piel de Enrique.
¿Quizás de verdad fue un mosquito muy grande?
Al ver a Enrique sonriendo tan alegremente, no pensé que estuviera mintiendo. Pero mi mirada permaneció clavada en él durante un largo rato.
♦ ♦ ♦
Por fin comenzó la reunión. Mientras los nobles y consejeros discutían entre ellos, un hombre guardaba silencio: ¡el duque Javier! Todos lo habían notado, pues le dirigían miradas furtivas de vez en cuando.
—¿Qué opina, duque Javier?
—Estoy de acuerdo.
A diferencia de su actitud habitual, el duque coincidía con las opiniones de los demás sin poner resistencia. Era intrigante observar la reunión desde mi perspectiva, ya que el duque Javier no decía mucho. Por primera vez en mucho tiempo, todos los nobles parecían muy relajados. La paz es lo mejor. Ojalá fuera siempre así de pacífico.
Estaba satisfecha conmigo misma por haber orquestado todo esto.
En ese momento, hice contacto visual con el duque Javier. Me limité a sonreír. Una respuesta suave disipa la ira. Como se suele decir, no se puede escupir en una cara sonriente. Sin embargo…
¿Eh? ¿Por qué me sonríe?
No era el momento ni el lugar para parecer contento. ¿No debería estar furioso ahora que ha perdido el monopolio de los cristales de poder? Mi sonrisa desapareció con la confusión, pero la del duque permaneció.
Algo anda mal.
Recé desesperadamente por la paz eterna, pero fue una falsa esperanza.
♦ ♦ ♦
Esa noche llegó a palacio un mensaje oficial de la Casa Javier. Cuando abrió la carta, a Gustav casi se le salen los ojos.
—¡Está loco…!
Tiró el papel con sorprendente aversión. El papel cayó despacio al suelo.
「Esta es una oferta oficial al emperador Mabel Winter Gardenia Ermano para un matrimonio imperial con Enrique Javier」