Bebé tirana – Capítulo 26: Aléjate de mi hija

Traducido por Den

Editado por Yonile


Me apresuré a agarrar el dobladillo de la ropa de mi padre. Me miró con una sonrisa cálida, como si las expresiones frías de su rostro nunca hubieran existido.

—¿Qué pasa, Mabel?

—Ozcah.

—¿Oscar? Sí, hace mucho que no lo veo.

Creí que ya entendería lo que quería decir, pero no era así. Tiré repetidamente del cuello de su camisa y, en esta ocasión, alcé la voz.

—¡Ozcah está afuea! (¡Oscar está fuera!).

—Sí, probablemente está entrenando con la espada ahora mismo —respondió Esteban.

—¡No…!

Me exasperé. Con las manos en la frente, respiré hondo varias veces.

No hay esperanza.

Él no tenía ni idea de que Oscar estaba fuera del palacio. En cambio, estaba ocupado revisando mi cuerpo, asegurándose de que no me había lastimado con la caída.

No hay razón para que le prohíba la entrada a palacio a su propio hijo, pero dijo que no habría excepciones.

Ya me podía imaginar lo que pasaría: los obstinados guardias imperiales impidiendo a Oscar entrar en palacio. De nuevo necesitaba abrirle los ojos a mi padre.

—Ozcah. Afuea palash… (Oscar está fuera del palac…)

En ese momento, apareció Gustav.

—Majestad.

—Ah, ¿ya es hora?

Me dejó en el suelo, al parecer tenía programada una reunión o qué sé yo. Me quitó las últimas motas de suciedad de la ropa y se dio la vuelta.

—¡E-Eshpera! (¡E-Espera!)

Aunque lo llamé, ya había desaparecido de mi vista gracias a sus largas zancadas. Sola, no podía hacer otra cosa que rascarme la mejilla.

—Ay, no…

♦ ♦ ♦

Su encuentro con la duquesa Donovan al fin había terminado.

—¡Uf! —Con un suspiro, Oscar se desabrochó el cuello de la camisa. Por fin podía respirar—. Extraño a Mabel. —Sonrió, pensando en el rostro inexpresivo de su hermanita.

Los sirvientes que lo rodeaban se sobresaltaron al ver la sonrisa del príncipe por primera vez. Se apresuraron a pasar de largo, fingiendo no haberse dado cuenta. Oscar se dirigió rápidamente hacia un carruaje que le esperaba en la entrada de la finca de los Donovan.

—Vamos al palacio.

—¿Paramos en algún sitio? —preguntó el conductor.

—No tenemos tiempo para eso.

En cuanto subió, los caballos se pusieron en marcha. Apoyó la cabeza en una de las paredes del carruaje y se sumió en sus pensamientos. Recordó la «comida» con su madre.

Cuánto tiempo.

Sí, madre.

¿Cómo va tu entrenamiento?

Hago lo que puedo…

Hacer lo que puedas no es suficiente. Como cediste tu derecho al trono para convertirte en el caballero del emperador, debes ser perfecto.

Lo entiendo.

Fue otro encuentro incómodo, como lo eran todos los que tenía con su madre. Siempre le costaba comer, ya que la comida nunca le sentaba bien al estómago cuando ella estaba cerca. Oscar nunca había sentido nada parecido al amor maternal de Pacífica Donovan. Desde que nació su madre lo había criado como a un heredero hasta que Mabel fue proclamada emperador. Su madre era, por encima de todo, una «mentora estricta». Además, después de que su tío Lissandro se convirtiera en su nuevo mentor, tenía menos momentos para respirar que nunca.

Pensé que su actitud hacia mí cambiaría si ya no era el heredero al trono.

Parecía que la duquesa Donovan seguiría siendo la misma pasara lo que pasara. Lo único que había cambiado era su agenda: tenía menos entrenamiento y clases que antes.

—Alteza, pronto llegaremos al palacio.

La voz sacó a Oscar de sus pensamientos.

Mabel… Espero que no esté llorando.

A veces se echaba a llorar si Lisandro se le acercaba. Por eso le preocupaba que, mientras él no estaba, Lissandro volviera a intentar agradarle a Mabel. Se arregló rápido la ropa y se preparó para salir del carruaje. Sin embargo, el vehículo se detuvo ante la puerta principal del palacio.

¿Hay algún problema…?

Transcurrieron unos minutos y el carruaje no se movía. Oscar notó cierta conmoción en el exterior. Al final perdió la paciencia, bajó del carruaje y se encontró al cochero discutiendo con los guardias imperiales apostados en la puerta.

—¿Qué ocurre? —preguntó Oscar.

—Saludos, Alteza.

Los guardias reconocieron al príncipe y de inmediato hicieron una reverencia. Oscar asintió y aceptó el saludo.

—¿Por qué detienen al carruaje?

—Solo estamos cumpliendo las órdenes del emperador regente —respondió un guardia.

—¿Me estás diciendo que mi padre me ha prohibido la entrada al palacio?

—Sí.

Un sinfín de preguntas invadieron la cabeza de Oscar. No había ninguna razón para que se le prohibiera la entrada, al menos ninguna que se le ocurriera en ese momento.

Otro guardia dio un paso al frente.

—El emperador regente ha prohibido la entrada a todos los chicos de 5 a 15 años. Sin excepción alguna.

Ahora entendía la situación. Había oído los rumores de cómo chicos de muchas familias nobles venían a conocer a Mabel. Por tanto, esta era la consecuencia de sus propuestas disparatadas.

Pero ¿por qué yo…?

Los guardias observaron impasibles a Oscar. Si se tratara de cualquier otra persona, estaba seguro de que podría razonar con ellos, pero estas eran las personas más obstinadas del mundo.

—Jaa… —soltó un fuerte suspiro. No estaba enfadado, más bien molesto. La raíz de este problema era que…—. Mabel es demasiado encantadora.

El cochero y los guardias intercambiaron miradas confusas ante las palabras del príncipe.

Sin embargo, a Oscar no le importaba. Su anhelo de ver a Mabel lo antes posible no hacía más que crecer por momentos. Ahora que ya estaba al tanto de la situación, lo único que tenía que hacer era resolverla. No sería tan difícil.

—Lo entiendo. Que uno de ustedes vaya y avise al emperador regente sobre mi regreso —ordenó Oscar.

—Sí, Alteza.

Al instante, uno de los guardias atravesó la puerta. Cuando Oscar estaba a punto de volver al carruaje, se detuvo en seco.

—¡…cah!

Al oír la repentina voz familiar, se giró. Vio a Mabel.

—¿Mabel…?

Caminaba hacia él con la cara llena de lágrimas. Era increíble que Mabel viniera a saludarlo en persona, por lo que se pellizcó las mejillas, pensando que era un sueño.

¿No es un sueño?

Lissandro seguía a Mabel con una sonrisa. Espera, ¿Lissandro y Mabel juntos? Esa era una combinación totalmente inesperada.

—¡Ozcah!

Oscar volvió en sí ante el grito de Mabel.

—Saludos al emperador —la saludó con formalidad, ya que había muchos espectadores.

—¿Emperador…?

El bullicio creció en torno a la puerta. Se congregó una multitud, al principio atraída por la conmoción y luego por la aparición del emperador. Muchos abrieron los ojos como platos, pues era la primera vez que la veían. Por otra parte, los guardias imperiales y los sirvientes que pasaban se asombraron otra vez, así que quizás no era una sorpresa solo para los que la veían por primera vez. Después de todo, ¡la bebé con el pelo del color de los cerezos, recogido en coletas, y un bonito vestido era el emperador! Habían oído los rumores sobre su increíble encanto, pero…

¡Es más adorable de lo que dicen los rumores!

La mayoría de las personas creían que los rumores eran una exageración, pero aquí estaba la prueba de que no. De hecho, los rumores apenas le hacían justicia. Con pasos pequeños, Mabel avanzó hacia Oscar y se plantó ante él.

—Mabel, el emperador no debe dejar el palacio. Es peligroso.

—¡‘O sea, vamo! (¡Como sea, vamos!)

—¿E-Eh?

Mabel condujo a Oscar hacia las puertas del palacio. Miró al guardia que le impedía el paso.

—¿Qué ashes? (¿Qué haces?)

—Debemos informar al emperador regente. Si espera un…

—¿Eshperar? ¿Yo? (¿Esperar? ¿Yo?) —gritó.

—¿Eh?

—Muete (Muévete) —ordenó.

—¿Perdón? —se quedó perplejo el guardia.

—Shoy el empeador. Mis ódenes eshtan po encima del essempeador. (Soy el emperador. Mis órdenes están por encima del exemperador).

—¿Perdón?

Jaaa…

Disgustada por la incapacidad del guardia de entender sus palabras, Mabel apartó la mirada de él y cruzó las puertas.

A su lado había otro par de pies, silenciosos y que pasaban desapercibidos. Oscar echó un vistazo a Lissandro mientras los seguía y notó lo orgulloso que parecía el hombre caminando junto a Mabel.

—Por cierto, Mabel, ¿dónde aprendiste esa expresión? —preguntó Oscar.

—¿Hm? La leí en un libo (La leí en un libro).

Oscar no podía creerlo.

—¿Leíste un libro…?

¡Ups!, es cierto.

Mabel sonrió.

—Avie me lo lelló (Xavier me lo leyó).

Oscar no insistió en el tema después de suponer que Mabel no sabía leer. Pero eso no quería decir que no tuviera más preguntas.

—Mabel —la llamó.

—¿Shi?

—Sobre el tío…

Antes de que pudiera terminar, Mabel miró al lado y fulminó con la mirada a Lissandro. Tenía las mejillas rojas. Comenzó a enfurruñarse, se le llenaron los ojos de lágrimas como antes en la puerta del palacio.

—¿Mabel?

—Me voi shola (Me voy sola).

Mabel hizo un puchero antes de alejarse dando pisotones, sin saber que se sacudía como un flan saltarín mientras se alejaba.

—¡Ja ja ja! ¡Ja ja ja! —Lissandro se agarró la barriga y se echó a reír a carcajadas. Los ojos de Oscar saltaron de Mabel, que estaba enfadada, a Lisandro, que parecía más contento que nunca, repetidamente.

¿Qué pasa?

♦ ♦ ♦

Una hora antes.

Lissandro estaba de pie en el mismo lugar donde Esteban había declarado la prohibición de que hubiera chicos en palacio. Una vez que el emperador regente se había marchado con su consejero, Lissandro se concentró en vigilar a Mabel, sin quitarle los ojos de encima. Momentos después, Mabel pronunció la inimaginable palabra que él había estado esperando oír.

—Lisanderoh.

¿He oído bien?

Mabel le llamó una vez más.

—Lisanderoh, shal (Lisandro, sal).

—¿Me llamó? —preguntó.

—Shi.

Sus ojos azules casi transparentes lo observaron. Lissandro trató de ocultar su emoción y placer al enfrentarse a Mabel por primera vez en meses mientras ella se limitaba a contemplarlo en silencio. A pesar de su reticencia a pedir ayuda a los demás, no podía salir sola de las dependencias del palacio. Fuera el emperador o no, había un límite establecido por el que podía caminar y que se consideraba «seguro».

—Tengo una peishion (Tengo una petición).

—¿Una petición?

—¿Me aiudaraz? (¿Me ayudarás)?

Le costó mucho esfuerzo abstenerse de asentir como un loco sin siquiera escuchar su petición. Le cortaría la cabeza a alguien si eso era lo que quería el pequeño emperador.

Pero no quiero parecer una persona fácil.

—Lo decidiré cuando sepa de qué se trata —respondió con seriedad.

—Ozcah… ¿Qué pasha si Ozcah no puede entar? (Oscar… ¿Qué pasa si Oscar no puede entrar?)

—P… ¿Perdón?

—Ya sabes, la situashion (Ya sabes, la situación).

Ah.

Lissandro comprendió de qué hablaba Mabel. A la amable y adorable bebé emperador le preocupaba que su hermano no pudiera entrar en el palacio debido a las órdenes del emperador regente.

Qué amable de su parte…

Pero la situación era la que era. Lissandro se mostró serio antes de responder.

—Eso es verdad. Será un problema si el guardia lo detiene.

Mabel consideraba a Oscar un niño que no sabía nada, pero no era una valoración especialmente acertada. A fin de cuentas, era un prodigio que había soportado una dura y estricta educación imperial. Podía manejar situaciones difíciles y producir resultados sobresalientes. Sin embargo, Oscar era poco más que un niño pequeño a los ojos de Mabel, así que se tomó muy en serio las palabras de Lissandro.

—Aiuda Ozcah a entar (Ayuda a Oscar a entrar).

—¿Yo? —preguntó.

—Shi.

—¿Qué puede hacer un escolta personal impotente como yo?

Mabel sabía que era el caballero de confianza del emperador regente y una figura influyente en la familia Donovan.

—Ozcah es el mentee de Lisanderoh (Oscar es el mentor de Lisandro).

—Enseño a mis alumnos a ser fuertes.

Ante el silencio de Mabel, se le ocurrió otra respuesta.

—Si me concede un deseo, haré todo lo que esté en mi mano para ayudar a Oscar a entrar en palacio. Por supuesto, eso significa que también le ayudaré a usted, Majestad, a llegar a las puertas de palacio.

Mabel frunció el ceño.

—¿Qué?

—Si me da un beso en la mejilla…

Ella lo interrumpió.

—Eck. No.

Mabel se estremeció asqueada.

Lisandro sollozó en respuesta.

—¿No se siente mal por Oscar? Si no le ayuda, Majestad, Oscar… esperará junto a las puertas todo el día, sin más remedio que volver a la finca de los Donovan.

—Vové a casa no esh tá malo (Volver a casa no es tan malo).

Una vez que regrese y hable con el emperador regente más tarde…

—Y para su información, Oscar no está en buenos términos con mi hermana, la duquesa Donovan.

—Eh… —Mabel gruñó.

Era un hecho muy conocido. Oscar había dejado claro que no quería irse esta mañana. En aquel momento, ella había decidido que no era asunto suyo interceder en su situación, pero su expresión sombría se le había quedado grabada en la mente.

Bien, será rápido. Un besito, eso es todo. No es como si fuera un beso en los labios o algo así.

Mabel asintió con cara de asco mientras Lissandro sonreía. Bajó la cabeza a su altura y ella le dio un rápido beso en la mejilla antes de retroceder. Al sentir sus labios, Lissandro se tapó la boca con ambas manos.

—¡El emperador… me dio un beso…!

—Me amenashastez… (Me amenazaste…) —habló Mabel entre dientes.

♦ ♦ ♦

Y esa era la historia que se escondía tras las mejillas enrojecidas de Mabel, la misma historia que llegó a oídos de Esteban no mucho después.

—El emperador regente ha solicitado su presencia.

Lissandro fue agarrado de los brazos y arrastrado por sus compañeros caballeros.

—¡Ja ja ja!

Den
Lissandro, no te echaremos de menos. Descansa en paz

No obstante, Lissandro se limitó a reír alegre y no opuso la menor resistencia mientras se lo llevaban.

Pronto estaba ante la presencia de Esteban. Lissandro era el único que estaba de buen humor. Saludó al emperador con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ja ja, saludos al emperador regente.

Esteban desenvainó su espada y murmuró: —Has acosado a mi hija.

—¿Perdón? No, nunca. El emperador me besó la mejilla…

La fría hoja de la espada rozó el cuello de Lissandro.

—No hables —ordenó Esteban.

—Sí.

La mirada colérica de Esteban parecía atravesar a Lissandro, sin embargo…

No puedo matarlo.

Sus lazos con la familia Donovan eran, por el momento, un impedimento. Aun así, blandió la espada, que se estrelló contra el suelo. Esteban no podía castigar así a Lissandro.

—Vete —ordenó.

—Sí.

—Estarás en periodo de prueba.

—¿Perdón?

Lissandro miró perplejo a Esteban, sin comprender el motivo de tal orden. El emperador regente sonrió ante su silencio.

—Aléjate de mi hija, pervertido.

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