Traducido por Den
Editado por Yonile
Dejé caer la galleta que tenía en las manos al ver las dos caras nuevas que tenía ante mí. Dos caballeros fornidos y musculosos habían aparecido de la nada.
—¿Quién…?
—Somos sus nuevos guardias personales encargados de escoltarla, Majestad. Estaremos a su servicio a partir de ahora.
—¿Lisanderoh?
—No podemos hablar al respecto.
Sin un solo cambio de expresión, se alejaron y se quedaron de pie junto a la puerta. Observé la ridícula situación sin palabras.
¿Eso es todo? ¿No podéis hablar al respecto?
Ni siquiera me dijeron sus nombres. Por si se les había olvidado, me acerqué a los caballeros y los miré.
—¿Cómo oz lamáiz? (¿Cómo os llamáis?)
—No podemos decirlo —respondieron ambos automáticamente.
Claramente el emperador regente era quien estaba detrás de esto. Para empezar él había sido quien me asignó a Lissandro, así que solo tenía sentido que asignara también a sus sustitutos.
Bueno, no es asunto mío, así que…
De hecho, eso era bueno, ya que de todas formas no quería verle la cara a Lissandro. Contenta por que ya nadie me vigilara en secreto, revolví la pila de juguetes para bebé que Oscar me había traído. Pero…
Existe algo llamado sutileza.
Los caballeros permanecieron inmóviles junto a la puerta mientras observaban con extrema atención cada uno de mis movimientos. También cuidaban cada respiración que hacían, al parecer estaban preocupados por no molestarme. Cuando los miré mientras jugueteaba con mis juguetes, se estremecieron y evitaron mi mirada. Sí, resultaba extraño tener a unos completos desconocidos en mi habitación vigilándome.
—Oie (Oye).
—¿Sí, Majestad?
—¿Cuánto tempo vaiz a quedaos? (¿Cuánto tiempo vais a quedaros?)
Guardaron silencio. Solté un gran suspiro. Si tan solo respondieran a mis preguntas, el ambiente sería mucho más agradable. Como seguían dando respuestas como «no podemos hablar» y cosas así, no soportaba estar en la misma habitación que ellos.
¡Es asfixiante!
Tiré el juguete y bajé de la cama.
—Voy a shalí (Voy a salir).
Quería escapar de aquella habitación que parecía una prisión y salir a tomar el aire parecía la alternativa perfecta. Por suerte, la niñera me dio permiso.
—¿Quiere picar algo? —preguntó.
—Shi, ¿qué tienesh? (Sí, ¿qué tienes?) —respondí interesada.
—¿Qué le parece tartas de fresa?
—Bien.
Qué emoción.
Se me levantó el ánimo al pensar en el delicioso postre. Me sentía como una ingenua en momentos así, pero no podía evitarlo.
Las golosinas siempre fueron un lujo para mí.
Comprar un caramelo de 200 won[1] solía ser un desperdicio de dinero, pero ahora podía comer cosas mucho mejores que eso todos los días. Así debía ser nacer en una cura de oro.
Aun así, algún día me iré.
Cuando estuve lista para salir, Lalima me cogió de la mano y nos dirigimos al jardín. Allí me esperaba la niñera, que ya había preparado las tartas de fresa. Las fresas de la parte superior, de un rojo intenso y bañadas en sirope pegajoso, me cautivaron. Me senté en una de las sillas que había junto a la mesa y cogí una sola fresa de una de las tartas.
¡Qué dulce!
Lalima se rió al verme patalear de felicidad.
—¿Tan rico está?
—Shi. ¡Qué dushe! (Sí. ¡Qué dulce!)
—¡Se ha comido la fresa primero! A nuestro emperador le gusta comer primero las cosas deliciosas. ¡Igual que a mí!
Sí. Si no me lo como yo primero, otro podría llevárselo.
Con una sonrisa, pasé al cuerpo de la tarta. Comer postre y no tener malos pensamientos era mi nuevo lema. Sin embargo, mientras masticaba, sentí una intensa mirada sobre mí. Levanté la cabeza despacio y me encontré con los ojos de uno de los caballeros que montaban guardia cerca de mí. Giró la cabeza de prisa y apartó la mirada.
—Hmm…
Entrecerré los ojos y los observé con atención. Sudaban profusamente y no dejaban de desviar la mirada para evitar la mía.
¿Debería gastarles una broma?
La idea me rondó la cabeza por un momento, pero…
—Tsk, tsk.
¿Gastarles una broma? ¿A esta edad?
Sin embargo, el ambiente sin duda era incómodo. El hecho de que Lalima estuviera callada por una vez en la vida era la prueba más contundente de todas.
Traje a Lalima porque no quería que fuera incómodo.
En el silencio que nos rodeaba, lo único audible aquí fuera era el tenedor de metal con el que rayaba el plato. Parecía que tanto dentro como fuera, estos caballeros traían consigo una atmósfera incómoda.
—No quero comé mash… (No quiero comer más).
Acabé dejando más de la mitad de la tarta sin tocar. Sobresaltada, Lalima me puso la mano en la frente.
—Cielos, ¡Majestad! ¿Se encuentra mal? Pero no tiene fiebre.
—No tengo apepito (No tengo apetito).
No esperaba echar de menos la presencia de Lissandro, pero tenía que admitir que conllevaba algunas ventajas, como ahuyentarlo si se atrevía a mostrarse ante mí.
—Voy a vé a Min (Voy a ver a Min).
Estiré los brazos y Lalima me levantó de la silla y me bajó al suelo. Mientras caminaba por el jardín, los caballeros me seguían de cerca. Si daba un paso, se acercaban más. Dos pasos adelante esta vez, pero la distancia entre nosotros seguía siendo la misma. Si me volvía para fulminarlos con la mirada, se limitaban a evitarla, pero continuaban siguiéndome en cuanto me daba la vuelta. No tenía forma de contrarrestar a estos diligentes caballeros que estaban decididos a hacer su trabajo. Sin embargo, su presencia seguía molestándome.
En cualquier caso, me dirigí hacia el bosque donde estaba Min mientras hacía lo posible por ignorar a los caballeros. De camino vi una cara familiar que se acercaba.
—Eh.
Era el duque Javier. Era alguien con quien no quería encontrarme en absoluto. Miré apresurada alrededor buscando un lugar donde esconderme, pero el duque me vio antes de que lo lograra.
—Ah, jo, jo. Mis más sinceros saludos al emperador.
El duque, con las manos en la espalda, se acercó pavoneándose y me saludó formalmente.
—Esh un plaé véle duque Jabieh (Es un placer verle, duque Javier).
Se rió entre dientes.
—Cada día mejora más, Majestad. Jo, jo, jo.
—No mushio (No mucho).
El duque Javier siguió riéndose de lo que fuera que le hacía tanta gracia. Era el tipo de persona que podía estar sonriendo todo el día mientras maquinaba. Era la primera vez que me encontraba con él fuera de una conferencia, así que no sabía muy bien qué íbamos a hacer.
En lugar de averiguarlo, me apresuré a agitar la mano y despedirme de él.
—Sherto, me tengo que ir (Cierto, me tengo que ir).
—Jo, jo. Estoy bastante decepcionado de que se vaya tan rápido.
—¿Hm?
—Tengo algo que decirle.
Arrugué la frente.
Ugh.
Por alguna razón, estaba nerviosa, quizá porque me había pillado desprevenida. Incapaz de retirarme como había planeado, decidí escucharle y poner fin a nuestra conversación antes de que hiciera alguna jugada.
—¿Qué pasha? (¿Qué pasa?)
—Es un secreto que deseo contarle solo a usted, Majestad…
Los caballeros que estaban detrás de mí se acercaron. Cuando levanté la vista, parecían estar en guardia contra el duque.
En respuesta, el duque Javier dio un paso atrás y soltó una risita.
—Vaya, son realmente dignos de ser llamados los perros de Su Alteza, ¿no?
¿Qué?
Quizá porque su oponente era solo un bebé, sus comentarios sarcásticos sonaron más duros de lo habitual. Probablemente se debía a que pensaba que yo no entendía lo que estaba pasando. Aunque el emperador regente me había asignado a estos caballeros, era inaceptable que el duque Javier se burlara de ellos delante de mí, ya que eso significaba que también me estaba menospreciando.
—¿Onde eshtá el pelito? (¿Dónde está el perrito?) —le pregunté, con una expresión inocente.
—Jo, jo. No estoy hablando de ese tipo de perrito, Majestad.
—Dijishte que ay un pelito (Dijiste que hay un perrito).
—Sí, sí. Había un perrito por allí, pero parece que se ha ido.
Intentaba mantener la conversación bajándola a mi nivel, pero yo no iba a dejar que se librara tan fácilmente. Con un bufido, le di una respuesta propia de mí.
—Los pelitos no pueden entar aquí (Los perritos no pueden entrar aquí).
—¿Perdón?
El emperador regente había hecho que incluso los perros militares o de caza tuvieran prohibida la entrada a esta zona, ya que yo la frecuentaba en mis paseos.
Bueno, el duque ya debería saberlo.
El problema no era si lo sabía o no. Era una cuestión de cuánto tiempo iba a mantener esta farsa.
—¿Eresh stupid, duk? (¿Eres estúpido, duque?)
—¿Perdón?
Con una carcajada, dejé las cosas muy claras.
—Duk Jabieh, ¿estash cieo? (Duque Javier, ¿estás ciego?)
—D…. ¿Disculpe?
—Shupongo que shi… (Supongo que sí).
—Jo, jo, jo.
El duque soltó una risita torpe y se rascó la cabeza. Aparentaba estar bien, pero yo sabía que no era así. Estaba segura de haber visto el ligero temblor de sus ojos. Era imposible que no se hubiera ofendido por mi ataque verbal. Sin embargo, como yo era un bebé, tenía que mantener la compostura dijera lo que dijera.
¡Ja, ja, ja! Qué divertido es esto.
La agradable sensación pronto se desvaneció cuando recuperó rápidamente el ritmo.
—Jo, jo. Debe estar contenta por su escolta, Majestad.
—Shi, lo estoy.
En realidad no, pero respondí sin pensar para mantener la conversación en movimiento. Un caballero se estremeció, probablemente porque ellos también conocían mi verdadera opinión.
—Lo que tengo que decir no es sobre mí, sino sobre Enrique.
—¿Enlike? (¿Enrique?)
—Sí, conoce a Enrique, ¿verdad? Se trata de él.
—¿Y de qué she táta? (¿Y de qué se trata?)
Hacía tiempo que no veía a Enrique debido a la prohibición del emperador regente.
¿Le ha pasado algo?
Si había ocurrido algo, por supuesto que me preocuparía. Aunque parecía un joven sano que se mantenía activo con cosas como el entrenamiento con la espada, nada de eso significaba que no pudiera enfermar.
El duque se aclaró la garganta y dijo: —Tengo una pregunta… ¿Le gusta Enrique, Su Majestad?
—Sí.
Enrique era un chico tranquilo, una cualidad muy rara para alguien de su edad. Aun así, se comportaba más como un niño que Oscar, que me hizo olvidar que se supone que los chicos de su edad son atolondrados y temerarios. Enrique me pareció, sobre todo, muy dócil y amable.
A diferencia de su padre, por suerte.
Por alguna razón, el duque Javier sonrió al oír mi respuesta.
—Por supuesto que sí. A Enrique también le gusta, Majestad.
—Shi.
—En ese caso… ¿no quieres ver a Enrique y jugar con él todos los días?
—¿Hm?
—Vivir en la misma casa, comer deliciosos platos juntos, leer libros codo con codo…
—¿Eh?
Fruncí el ceño.
Eh, no hasta ese punto, no.
No entendía por qué este viejo me hacía esas preguntas.
—Hm.
Tras pensarlo unos segundos, llegué a una conclusión.
¡Ajá! ¡Quiere que su hijo sea mi primer consejero personal!
No había de qué preocuparse.
—Si esh Enlike, me pareshe bien. Él es inteliend y diliend así que él sherá un buen conshejero. (Si es Enrique, me parece bien. Es inteligente y diligente, así que será un buen consejero).
—¿Perdón? Quiero decir que Enrique…
En ese momento…
—Hay algo aquí.
Los caballeros que estaban a mi lado desenvainaron de repente sus espadas y se pusieron a ambos lados de mí.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
Mirando alrededor, Lalima me cargó rápidamente. Mis ojos se abrieron de par en par ante la inesperada situación.
Parece más tranquilo de lo habitual…
Mis pensamientos fueron interrumpidos por una flecha que pasó zumbando y que uno de los caballeros cortó con la espada.
—¡Es un ataque! ¡Proteged al emperador!
Una docena de enmascarados aparecieron mientras el caballero gritaba. Me quedé boquiabierta ante el primer intento de asesinato que se producía ante mis ojos.
Creía que una barrera protegía el palacio imperial. ¿Cómo entraron?
No había tiempo para preguntas. Los hombres se dispersaron y comenzaron su feroz ataque.
Podía oír espadas de metal chocando a mi alrededor mientras cada uno de los caballeros mantenían a raya a un grupo de asaltantes. El duque corrió a mi lado en medio del caos.
—Majestad, ¿se encuentra bien?
En lugar de responder, seguí mirando alrededor. Estaba tan aturdida que no habría podido responder aunque hubiera querido. Se trataba de una pelea de dos hombres contra una docena; los atacantes tenían una ventaja evidente.
—Está bien, Majestad. Los guardias imperiales llegarán pronto.
El duque Javier, aunque también parecía sorprendido, intentó tranquilizarme.
Estaba claro a quién era el objetivo de las espadas de los asaltantes: yo. Se me heló la sangre solo de pensarlo.
¿Morir? ¿Así? ¿Justo cuando reencarné?
Apreté los puños al ver a los caballeros flaquear.
No quiero morir.
No había garantía de que mis guardias pudieran resistir el ataque hasta que llegaran los refuerzos.
Tengo que hacer algo.
Mientras seguía en brazos de Lalima, me concentré.
Venid. Venid. Venid, murmuré en mi mente. ¡Venid rápido! ¡Vamos, venid!
Todos los ojos miraron hacia arriba ante la repentina cacofonía de zumbidos. Algunos de los atacantes aún tenían las espadas en alto, pero no las bajaron. Un enorme enjambre de abejas invadió los alrededores.
Había llamado a todas las del palacio y ahora se habían reunido.
—¡¿Qué dem…?!
Los enmascarados estallaron en gritos cuando una oleada de abejas los envolvió.
—¡Argh!
Sonreí al oír sus gritos de agonía.
Más. Más. ¡Más!
El zumbido se había hecho tan fuerte que a cualquiera que lo oyera durante mucho tiempo le daría dolor de cabeza. Justo debajo del enjambre, el cielo se veía negro.
—¿Qué dem…? ¡Las abejas…!
—Cubran al emperador… ¡Cubran al emperador con ropa!
El duque y los caballeros trataron sin parar de protegerme. Pero, sin que ellos lo supieran, yo era la persona más segura aquí.
No me van a atacar.
Con una risita, llamé a más cosas. Desde avispas y abejas hasta avispones, todos atacaron a los enmascarados.
Qué adorables son.
Si hubiera sido físicamente posible, les habría acariciado a cada uno de ellos la cabeza. Incluso ante mi abrumador ejército, los atacantes siguieron intentando alcanzarme. Su perseverancia era digna de elogio.
Parece que solo los estoy retrasando.
Y así continuó nuestra batalla.
—¡Mabel!
Escuché una voz familiar a lo lejos.
[1] 200 won equivalen a 0,15 $/€