Traducido por Den
Editado por Yonile
En ese momento, el emperador regente apareció ante mí. Con un golpe de su espada, el suelo tembló y un furioso vendaval barrió toda la zona. El enmascarado que recibió el golpe hizo todo lo posible por bloquearlo, pero pronto salió despedido hacia atrás.
—¡Mabel! Mabel, ¿estás bien?
A pesar de haber venido corriendo, no le faltaba el aliento. Al instante, me apretó las mejillas con las manos temblorosas.
—Shi.
Estaba bien, solo un poco mareada por la tensa situación.
—Jaa… —Dejó escapar un suspiro de alivio. Luego, levantó la espada y se dio la vuelta para enfrentarse a la batalla.
—No sé quién te envió, pero no vivirás para volver a casa.
Solo podía ver la espalda del emperador regente. Aunque no veía su expresión, podía sentir la furia que irradiaba de él. Sin embargo, antes de que pudiera blandir su espada…
Uno de los enmascarados silbó. Al oír la señal, todos los hombres salieron corriendo en distintas direcciones.
—¡Majestad!
Había llegado toda una orden de caballeros y el emperador regente los comandaba desde mi lado.
—Atrápenlos. ¡Que no se escape ninguno!
—¡Sí, señor!
Cuando los caballeros se retiraron en persecución de los atacantes, dejé que mi cuerpo se relajara en los brazos de Lalima. Sentía que me había quedado sin energía.
Tal vez sea porque ahora estoy aliviada.
No, no era eso. Era más como si toda la energía hubiera sido drenada a la fuerza de mi cuerpo.
—Mabel, todo está bien. Tu padre está aquí…
A pesar de mi visión borrosa, logré vislumbrar el rostro preocupado del emperador regente. Sentí la nariz caliente y algo goteaba de ella… Era sangre.
—¿Eh…?
Parpadeé cansada. Pronto perdí el conocimiento.
—¡Majestad! —Lalima chilló.
—¡Mabel!
♦ ♦ ♦
Lo último que oí fue el grito desesperado del emperador regente.
El médico imperial temblaba como un álamo al viento.
—¿Por qué no se despierta?
Las palabras de Esteban pusieron en un apuro al médico, sobre todo porque fueron pronunciadas con una voz helada como el mismo invierno. Sus ojos parecían los de un loco a punto de estallar. En cambio, el emperador regente permanecía inexpresivo. Era un rostro bien conocido por quienes recordaban la época en que Esteban se había convertido en emperador. El médico era una de esas personas de aquellos días de antaño, por lo que sintió que se le secaba la boca al verlo. Tras un segundo más de deliberación, separó lentamente los labios.
—Majestad, como dije antes, parece que el emperador ha caído en un profundo sueño.
—Repites lo mismo una y otra vez —dijo con frialdad Esteban.
—Mis disculpas, Majestad… —respondió temblando.
—Examínala de nuevo. Encuentra la causa. ¡Hazlo rápido si no quieres morir!
—¡S-Sí!
A causa de la despiadada amenaza de Esteban, el médico realizó de inmediato otro examen.
Al ver a Mabel profundamente dormida, a Esteban se le ensombrecieron los ojos. Por su apariencia, parecía que estaba durmiendo la siesta, pero lo cierto era que llevaba dos días seguidos durmiendo. Aunque Mabel no había sufrido ninguna herida durante el ataque, no se despertaba. Al principio, la teoría había sido que una picadura de abeja la había incapacitado, pero ese ya no parecía ser el caso.
Bajé la guardia.
Como el palacio estaba rodeado de una barrera mágica, pensó que la zona era segura. Solo había asignado a Lissandro como escolta de Mabel por precaución. Como se le consideraba un excelente maestro de la espada que manejaba la hoja con una delicada elegancia, Esteban había creído que era más que suficiente para garantizar la seguridad de Mabel. Sin embargo, ahora Lissandro estaba suspendido del trabajo y había ocurrido este incidente.
Era demasiado oportuno. Tenía la fuerte sensación de que había un topo dentro del palacio. Por suerte, los nuevos caballeros asignados a Mabel eran hábiles y lograron defenderse de los atacantes hasta que llegaron los refuerzos. Si hubiera tardado unos minutos más, la situación podría haber empeorado.
Esteban apretó los dientes.
—Gustav, ¿lo has investigado?
—Sí, Majestad. Como sospechaba, los cinco jardineros encargados de esa zona han desaparecido. Registramos sus casas, pero viendo que fueron desocupadas de antemano, es probable que fueran sobornados.
—Rastréenlos. Capturen y encarcelen a cualquiera que intente ayudar a ocultarlos. Yo mismo los interrogaré.
Solo dos de la docena de hombres fueron capturados con éxito tras el ataque. Sin embargo, se quitaron la vida mordiéndose la lengua. Lo único que llevaban encima era una espada larga y una daga, ninguna de las cuales tenía rasgos distintivos.
Solo había un individuo que pudiera haber planeado un acto tan meticuloso y que tuviera las agallas de llevarlo a cabo: Veron Arthur Deblica.
El emperador del Imperio Deblin. En su juventud, había sido el único heredero al trono del imperio. Esteban se encontró con él durante la batalla del Cañón Negro, cuando aún era príncipe heredero, y fue allí donde le cortó el brazo a Veron. Si no hubiera escapado dibujando un círculo mágico con su propia sangre, habría perdido la vida.
A partir de entonces, Veron empezó a planear su venganza contra Esteban. Incluso tras su ascensión al trono, incluso tras la coronación de Esteban como emperador algún tiempo después, siguió planeando y planeando. Mientras tanto, su físico, antes robusto, se deterioraba y se volvía más odioso y malhumorado. Las cosas empeoraron tanto que incluso Esteban empezó a oír rumores sobre los innumerables sirvientes asesinados a sus órdenes.
Debería haberlo matado entonces.
Esteban lamentó que esta deuda no saldada hubiera perjudicado a su preciosa hija.
—Mabel…
Su corazón se estremecía mientras la observaba, pero ella no mostraba signos de despertar. Acabado el examen, el médico inclinó la cabeza.
—Su Majestad… ha caído en un sueño profundo, pero despertará pronto. Debe seguir bajo observación…
—¿Pronto? —preguntó Esteban, bruscamente.
—Sí.
—Bien, te tomo la palabra.
La cara del médico se iluminó, pero Esteban continuó con desdén.
—Si Mabel no se despierta hoy, tendré tu cabeza.
—¡Pero Majestad…!
—Sí que eres hablador.
El médico sabía que el emperador regente no mentía.
De verdad voy a morir si Su Majestad no se despierta hoy.
Solo había una forma de vivir: despertar a Mabel. Con su vida en juego, el médico se puso a trabajar desesperadamente.
El tenso silencio se vio interrumpido cuando llamaron a la puerta.
—Su Majestad.
La voz al otro lado de la puerta pertenecía a Gustav.
—He dicho que no dejes entrar a nadie.
—Es su alteza el príncipe.
—Oscar… Déjalo entrar.
Oscar se precipitó en la habitación con el permiso de Esteban.
—Padre, Mabel ha…
Esteban negó con la cabeza.
—Aún no se ha despertado.
—Mabel…
Lágrimas brillantes como cristales caían de sus ojos esmeralda. Oscar agarró la mano de Mabel, lloró en silencio. Ella no abrazó como normalmente hacía. Su expresión de desesperación pronto se convirtió en una llena de rabia.
—Esto es obra de Deblin, padre. ¡No debemos dejar que se salgan con la suya!
—Sí. No lo haremos.
La voz de Esteban era escalofriante. Despertara o no Mabel, Deblin iba a pagar un alto precio.
—Parece que ese imbécil no se conformó con perder solo un brazo.
Aunque lo único que «probaba» la implicación de Deblin eran pruebas anecdóticas[1], a Esteban no le importaba.
—Lastimó a Mabel, así que es su fin.
—Yo también pienso lo mismo.
Los ojos de padres e hijo brillaban con ferocidad. Al percibir la tensa atmósfera, el rostro del médico se tornó de un blanco azulado.
¡La única persona que puede detenerlos es la propia emperatriz!
Sin embargo, completamente ajena a los sentimientos del médico, los ojos de Mabel permanecieron cerrados.
—¿Qué tal si atacamos primero las regiones del suroeste? —sugirió Oscar.
—No estoy tan seguro de eso. No será fácil allanar el camino después.
—Ya veo. Creo que tienes razón, padre.
Gustav apareció de nuevo en medio de su acalorada discusión sobre cómo destruir a Deblin.
—¿Y ahora qué? —preguntó Esteban.
Gustav vaciló y luego dijo: —Es que… ha habido una especie de alboroto fuera.
—¿Un alboroto dices? ¿Quién se atrevería a armar un alboroto fuera del palacio imperial?
Aunque había ordenado a todos en palacio que guardaran silencio sobre el estado de Mabel, los cotilleos eran cotilleos. En solo este par de días, la noticia había llegado a casi todos los nobles que asistían a las conferencias regulares y se habían congregado ante el palacio con la esperanza de recibir más noticias.
—Muchos nobles se han reunido frente al palacio.
—¿Por qué?
—Al parecer se enteraron de que el emperador estaba inconsciente. Algunos de ellos incluso han sido hospitalizados después de desmayarse llorando.
Esteban se quedó sin habla.
¿Quiénes se creen que son?
Quienes quiera que fuesen, esto era más que ridículo. Él era el padre de Mabel y ni siquiera se había desmayado con la situación actual. Parecía que algunos de los nobles estaban exagerando. Aparte de eso, sin embargo, estaba molesto por ver cuán interesados estaban sus consejeros en Mabel, así que apretó los dientes y le dio una advertencia a Gustav para que la transmitiera.
—Diles que se enfrentarán a la pena de muerte si siguen así ahí fuera.
—¿P-Perdón? —tartamudeó Gustav.
—Fuera.
Una vez que Gustav se retiró, el silencio volvió a reinar en la sala. Sin dejar de mirar a Mabel, Esteban y Oscar prosiguieron con su conversación.
—Será más conveniente si podemos encontrar pruebas de la participación de Deblin. Por desgracia, la mayoría de los atacantes escaparon —explicó Oscar.
—Sí, y si había alguna prueba que encontrar, es muy probable que ya la hayan destruido. He ordenado que busquen e investiguen a los que supervisaban la zona.
Oscar miró a su padre.
—Hm, bueno espero que dé resultados…
Cuando Oscar volvió a mirar a Mabel, se le fue apagando la voz. Faltaba poco para medianoche.
—Es tarde. Deberías irte, Oscar.
—Sí, entiendo… Padre, ¿ Mabel se despertará mañana?
—El médico garantizó que se despertaría hoy.
El médico, que estaba examinando el estado de Mabel, se estremeció. No había garantizado nada, pero ya era un hecho.
¿Voy a morir así?
Al escuchar la conversación del emperador regente con su hijo mientras trabajaba, el médico decidió que no le quedaba otra opción que seguir esforzándose al máximo.
Tanto el padre como el hijo están locos.
Al emperador regente le era indiferente la vida de los demás y ahora parecía que el joven príncipe, que ni siquiera tenía diez años, iba por el mismo camino. El médico no podía contar las veces que se le cortó la respiración mientras escuchaba a los dos hablar despreocupadamente de la caída de Deblin.
—Buenas noches, padre.
—Cuídate.
Mientras padre e hijo se despedían de forma afectuosa, el médico despejó su mente.
Fue una buena vida…
El tiempo transcurría, sin importarle su destino. Mañana, el día que esperaba que nunca llegara, por fin llegó.
—Mabel… no se ha despertado.
El médico se inclinó de inmediato ante la voz carente de emoción. Sintió miedo, sabía que la muerte estaba a la vuelta de la esquina.
—¡Por favor, perdóneme la vida! —suplicó.
—Debes pagar el precio por engañarme.
—¡Majestad, se lo ruego…! ¡Tengo una querida esposa e hijos pequeños que cuidar!
Mientras el médico pedía clemencia con la cabeza en el suelo…
—Qué ruidosho… (Qué ruidoso…)
Mabel se despertó al cabo de tres días.
♦ ♦ ♦
Había más ruido de lo habitual y, por mucho que intentara ignorarlo, solo parecía aumentar.
—Sí, y si había alguna prueba que encontrar, es muy probable que ya la hayan destruido. He ordenado que busquen e investiguen a los que supervisaban la zona.
—Hm, bueno espero que dé resultados…
Podía oír las voces del emperador regente y de Oscar. Pero conseguí ignorarlas y cuando estaba a punto de quedarme dormida
—¡Majestad, se lo ruego…! ¡Tengo una querida esposa e hijos pequeños que cuidar!
Parecen frases sacadas de una telenovela…
Ni siquiera yo podía ignorar los gritos desesperados del anciano.
—Qué ruidosho… (Qué ruidoso…)
—¡Mabel!
Cuando levanté la cabeza mientras me frotaba los ojos, el emperador regente extendió los brazos hacia mí.
—¡Ah!
Luego me levantó en el aire. Mientras flotaba, no pude evitar sentirme confundida.
¿Qué le pasa?
La mano temblorosa me acarició la cabeza con cuidado, como si tuviera miedo incluso de tocarme.
—Mabel, ¿sabes lo asustado que estaba? Tú… tú no despertabas, así que yo… yo…
Vaya, espera… ¿qué?
Después de una noche de sueño reparadora, el emperador regente estaba actuando de forma bastante extraña. No podía entender qué estaba pasando. Miré al anciano, con la esperanza de que alguien me lo explicara.
—¿Qué…?
—¡Su Majestad! ¡Usted es mi salvadora! ¡Le serviré por el resto de mi vida, Majestad! ¡Por favor, goce de una buena salud y lleve al gran Imperio Ermano por el buen camino!
♦ ♦ ♦
Más que una explicación, lo que obtuve fue una promesa de lealtad.
Más tarde, por fin supe lo que había pasado.
—Beo (Ya veo).
Entonces, ¿perdí el conocimiento después de que los asaltantes se fueran?
Podía recordar vagamente algo parecido. Debió ser durante ese momento que toda mi energía fue drenada. Por eso me desmayé. Según el médico, no me pasaba nada, así que sospeché que el desmayo tenía que ver con el uso de mis poderes.
Fue la primera vez que me comuniqué con tantos seres a la vez.
Hasta ese día, lo máximo que había hecho era conversar con tres conejos. En las palabras de Min, probablemente mis habilidades aún no habían despertado del todo. O quizá mi joven cuerpo no era lo bastante fuerte para soportar el poder desbordante. Aun así, una vez aclarada la situación, me enfrentaba a un problema más importante que no había esperado.
¿Cómo puedo deshacerme de este tipo?
El emperador regente no tenía intención de marcharse.
—¡Vete! —grité.
—Hija mía, eres encantadora incluso cuando me gritas.
Sonaba sorprendentemente decidido para ser alguien a quien le están gritando.
—¡Move! (¡Muévete!)
—¿Quién se atrevería a bloquear tu camino?
Tú. Tú.
—¡Sal!
—¿Quieres salir? Bien, salgamos juntos.
Este tío interpreta mis palabras como le da la gana.
No fue hasta tres días después cuando por fin pude estar a solas. Bueno, tenía a muchos caballeros rodeándome en todo momento, pero era lo más parecido a un rato a solas que podía conseguir. Además, era comprensible que reforzaran la seguridad teniendo en cuenta los últimos acontecimientos. El emperador, yo, había sido atacado en el palacio imperial. Eso no era algo que nadie con un poco de cerebro se tomara a la ligera.
Alguien trató de matarme.
Había momentos en los que me estremecía sin darme cuenta al pensar en ello, a pesar de saber que probablemente no volvería a ocurrir en un futuro próximo. Por fin conseguí relajarme cuando reconocí que necesitaría tiempo para recuperarme de una experiencia tan aterradora. Por eso concentré mis esfuerzos en lo que podía hacer ahora.
—Un poo tadé (Un poco tarde).
Sentada en la cama, esperé a alguien.
Ya era hora.
Estaba esperando a…
Zumbido.
La avispa a la que había ordenado seguir en secreto a uno de los enmascarados.
[1] Las pruebas anecdóticas son testimonios de que algo es verdadero, falso, está relacionado o no con un hecho, basadas en ejemplos aislados de la experiencia personal de alguien. Es claramente diferente de la evidencia científica o prueba basada en hallazgos de observación, medición y experimentación sistemáticas.