Traducido por Nebbia
Editado por Naiarah
Supe por primera vez sobre mi compromiso cuando mi maestro volvió a casa.
Cada día tenía clase con cinco profesores, que me enseñaban durante unos noventa minutos cada uno y, cada tarde, al llegar las cuatro, sentía la cabeza demasiado pesada por todos los conocimientos adquiridos.
Para calmarme, degustaba un poco del té frío que preparaba mi mayordomo, Ronald, un hombre amable que en la cincuentena de su vida, lucía su cabello cano bien aseado y siempre tenía una sonrisa para mí.
—Su Alteza, el tema sobre su compromiso parece por fin haberse resuelto; ya se decidió quien será su futura esposa, así que vayamos a hablar con Su Majestad tras el descanso.
—Bien, — no sentí nada, ni felicidad ni desagrado.— Que así sea, — simplemente acepté sus palabras como se esperaría de un príncipe; siempre supe que tarde o temprano acabarían escogiendo una novia para mí, alguien digna de la realeza, con el estatus adecuado y perfectos modales. Así que tampoco era novedad.
Cuando entré en la habitación del rey, éste estaba sentado con la reina en el sofá al lado de la chimenea.
Si tenía que hablarme de mi futura esposa, lo apropiado sería convocarme a la sala de audiencias y dar la noticia en un ambiente más formal. No obstante, seguía siendo un niño de diez años y mis padres odiaban exagerar cuando podíamos comunicarnos de forma casual.
—Padre, Madre, —ambos sonrieron con dulzura al escuchar que no me refería a ellos por sus títulos, al fin y al cabo, estábamos en familia, no eran necesarias las formalidades. — Ya estoy aquí.
Mi padre, Rufus, era un hombre apuesto de negro cabello, que lucía un bigote bien cuidado.
— Ah, viniste, Alberto,— me señaló al sofá de enfrente. — Siéntate.
— Sí.
El sofá era muy grande, aunque me sentara justo en el centro de este, daba la sensación de que cabían unas cuatro personas más.
Mi madre, Marianne, era una belleza de cabello oscuro. Parecía extremadamente feliz y esperaba ansiosa a que padre hablara. Éste, tras mirarla de soslayo, fijó su vista en mí.
— Apuesto a que ya lo escuchaste de Ronald, pero hoy iba a hablarte sobre tu prometida.
— Sí.
— ¿No intentan hacerlo parecer mejor de lo que es? — Pensé sin emoción alguna.
Rufus se inclinó un poco hacia adelante y se rió.
— La única hija del duque Zariel, la señorita Cristina, será tu prometida.
— ¡Lo conseguiste, Alberto! — Marianne incluso dio una palmadita de alegría.
Observando a mi padre cuya cara parecía estar diciendo algo como Te alegra, ¿no es así? y mi madre que seguía diciendo cosas como ¿No es ella la mejor opción?, esbocé una sonrisa gastada que no encajaba con mi edad.
— Muchas gracias. — Madre levantó una ceja.
— Oh, querido, ¿no estás feliz?, ¿Conoces a Cristina?
— Cierto, Alberto. Ese… primer ministro, no paraba de quejarse. Tardó un año en aceptar este compromiso. Tu padre trabajó muy duro, lo sabes, ¿no? — Se inclinó para acercarse más.
Parecía estar pidiendo a gritos que le alabara por su esfuerzo, pero lo único que pude hacer fue soltar una risita.
— Puede que sea inapropiado por mi parte, su Majestad, —Ronald, quien entró conmigo tomó la palabra en mi lugar. — Pero su Alteza Alberto todavía no ha tenido el placer de conocer a la señorita Cristina.
Mis padres se quedaron boquiabiertos sin saber qué decir. Me quedé mirando sus estúpidas expresiones y asentí.
—Dado que el duque Zariel nunca la trajo a palacio, no sé nada sobre la señorita, pero eso no cambia el hecho de ser un gran honor para mí. — Hice una reverencia y mis padres volvieron en sí.
—¿Cómo pudo haber pasado esto, Marianne? — Preguntó mi padre.
—Es muy extraño, —respondió, perpleja, la reina.— Participaba en las fiestas del té de palacio y, aunque no vino a todas, tuve la oportunidad de verla en más de una ocasión.
Las fiestas del té se crearon para que las mujeres nobles tuvieran la oportunidad de relacionarse entre ellas. No obstante, había otras razones por las que traían a sus hijas a la ceremonia. La primera para que Anna tuviera con quien jugar y la segunda para escoger a la futura esposa del príncipe.
—¿De verdad que nunca la viste? Puede que la conocieras y simplemente no la recuerdes, —aunque lo dijo así, no fui capaz de recordar a nadie llamada Cristina, pero dadas las circunstancias, comprendí por qué fue así.
Cuando me topaba con la duquesa Zariel en esas fiestas, sonreía y se disculpaba por la ausencia de su hija.
Una vez escuché que Cristina no se encontraba bien así que pregunté por ella al duque, cuando le vi por palacio. Zariel me respondió con cortesía, pero después me examinó de arriba abajo, clavó su vista en mí y me obsequió con una única frase:
—No te entregaré a mi hija.— Él no quería que conociera a Cristina.
A menudo escuchaba en las fiestas que era una joven muy inteligente y encantadora y una vez, por casualidad, escuché que el duque era demasiado permisivo con ella.
Si me interesaba por alguien y mis padres se enteraban, esa mujer de inmediato se convertiría en mi prometida, así que para evitar eso, el duque Zariel creó un plan elaborado que consistía en no permitir que Cristina asistiera a las fiestas en las que participaba yo.
Aún así, irónicamente, nadie llamó mi atención en esas reuniones, así que como no elegí una pareja, mis padres decidieron hacerlo por mí y encontrar a la mejor candidata. Y, casualidades de la vida, ambos eligieron a Cristina.
— Me sabe mal por el duque,— pensé con una sonrisa irónica en los labios.
—Aunque no la conociera en persona, escuché muchos rumores sobre ella; parece una joven inteligente y encantadora. La joya de la familia Zariel.
— Entonces, ¿realmente…? — El rey fijó su mirada en Ronald.
— Como no participó en ninguna de las fiestas en las que apareció su Alteza, nunca se conocieron.
—Bueno, —mis padres, al fin, asimilaron la situación y sonrieron.— En tal caso somos el cupido para esta maravillosa pareja, ¿verdad, cariño? Incluso la gema de los Zariel, que con tanto esfuerzo ocultaron, acabó expuesta.
—Tienes toda la razón, Marianne. Estoy seguro de que a Alberto le gustará tanto como a nosotros.
Ambos mantenían una conversación despreocupada.
—No importa si me gusta o no, —pensé.— Mientras sea adecuada para reinar, nada importa. —Esa es la única respuesta que podría haber dado en esa situación. Una respuesta que carecía de sentimientos.
♦ ♦ ♦
La primera vez que vi a Cristina fue en la mansión del duque.
Lo habitual, sería que Cristina me visitara en palacio, pero dada la reticencia del duque, quien seguía complicando el encuentro, mi padre temió que el día acordado no se presentaran, así que optó por la opción más segura: mandarme a su casa.
Realmente se trataba de un caso excepcional.
Aunque fuera el primer ministro, seguía siendo un siervo de su Majestad, así que no tenía derecho a veto, y si el rey deseaba algo y él se negaba, era de esperar que fuera arrestado por injuria a la Corona.
Puede que no comprendiera por qué mis padres insistían tanto en que la futura reina fuera Cristina, pero ya acepté y así será, en eso pensaba a lo largo de todo el trayecto hasta la casa ducal.
Cuando llegué, ante mis ojos apareció una edificación impresionante, digna del primer ministro, aún así, cabe destacar que la decoración no era excesiva como solía pasar en estos casos.
Me guiaron a la sala de invitados, no había nada realmente destacable: Un sofá rojo-vino sobre una alfombra gruesa, frente de la ventana una mesita redonda con un jarrón decorado con patrones de bellas flores rojas y, en el techo, un candelabro muy similar al de palacio.
Aunque el mayordomo y los sirvientes vinieron conmigo, ni el rey ni la reina pudieron acompañarme, así que, en cierto modo, tuve que enfrentarme sólo a la situación.
—No es algo que un niño no pueda sobrellevar, —le dije al mayordomo.— Pero, por favor, cuando terminen las presentaciones, volvamos a casa.
Sentí un cambio en la atmósfera e, instintivamente, miré hacia la puerta por la que había entrado. Vi a una sirvienta de la mansión abrir la puerta para dejar entrar a un joven de pelo negro y ojos rojizos que vestía un frac negro, por su aspecto se trataba de un mayordomo, a pesar de que no parecía tener más de veinte años. El joven me lanzó una mirada evaluativa que le devolví.
Miró hacia atrás y se inclinó un poco para tomar la pequeña palma de alguien.
Aunque no debería esperar nada en especial, mi corazón se estremeció con anticipación. A pesar de mis palabras frías e indiferentes, en lo más profundo de mi ser, me preguntaba cómo sería mi prometida. Los rumores que corrían sobre ella sólo eran buenos; hablaban mucho de sus ojos amatistas y también que su pelo plateado y fino. Decían también que tenía una carita adorable y todos sus gestos transmitían elegancia. Incluso había un rumor que decía que cuando sonreía era como si un ángel hubiera descendido a la tierra.
En ese momento analicé con calma los rumores, pensando que serían todos una exageración y que simplemente todos la halagaban demasiado. En cualquier caso, estaba seguro de que si tenía demasiadas expectativas, me decepcionarían.
La joven, cuya palma seguía en la mano del mayordomo, a pesar de ser una niña pequeña, entró en la habitación con gran elegancia. Llevaba un vestido color crema que le llegaba justo hasta los tobillos y su cabello plateado, que se balanceaba con cada paso que daba, realmente parecía hilo fino que reflejaba la luz del candelabro emitiendo brillos artificiales.
Se paró ante mí, levantó sus ojos y el tiempo se detuvo, me olvidé de cómo respirar. Esos ojos eran justo, tal como contaban, dos radiantes amatistas.
—Encantada de conocerle,— me miró a los ojos y esbozó una sonrisa algo tensa.— Soy Cristina Zariel. Es un honor poder recibirle hoy aquí. — Tras decir eso, levantó levemente la falda de su vestido e hizo una reverencia. Pese a ser una niña de siete años, sus modales eran dignos de la hija del duque.
Su voz era dulce, no solo para mis oídos sino que resonó en lo más profundo de mi corazón. La joven, más baja que yo, poseía rasgos elegantes; sus labios rojos hacían que su pálida piel pareciera más blanca aún y su pelo plata reflejaba la luz, que le arrancaba leves destellos.
Esa chica que sonreía con tanta timidez realmente era un ángel.
Cuando tiene lugar un compromiso, se supone que es el hombre el que tiene que presentarse a su futura esposa, sin embargo parece que le dijeron que hablara ella primero debido a que yo visité su mansión y no al revés.
Me enamoré a primera vista. Con mi corazón latiendo desbocado, me arrodillé ante ella.
— Me alegra haberla conocido, señorita Cristina, me llamo Alberto Noin. La visité en esta ocasión debido a nuestro compromiso. Es un gran honor para mí también.
Según el plan, como simplemente iba a saludarla, con una leve reverencia debería ser más que suficiente, pero decidí que sería más adecuado hacer la reverencia caballeresca arrodillándome. Viene a significar algo así como “te otorgo mi vida y siempre te obedeceré”, de forma que no la suele utilizar la realeza, pero aún así elegí ese tipo de saludo porque tenía la sensación de que, pase lo que pase, no podía dejarla ir.
El mayordomo que lo había evaluado, el duque que jamás les dejó verse y la duquesa, que jamás iría en contra del duque…
Si ahora, en ese preciso instante, no demostraba total sinceridad, romperían el compromiso.
Cuando cogí su pequeña mano y la besé, tembló alarmada.
—¿Acaso me tiene miedo?— Levanté la mirada. Sus pupilas estaban muy dilatadas y ella misma estaba rojisima.
—Bien, — de alguna forma sentí que la elección fue la adecuada; parece que le dí una muy buena primera impresión.
Le mostré una de mis mejores sonrisas, y ella, con los labios temblorosos, desvió la mirada. Era una reacción increíblemente adorable e inocente.
Cuando me levanté, una sombra negra apareció a su lado; era un hombre de pelo plateado y ojos azules que pese a tener visibles arrugas en la piel, seguía teniendo un aire encantador.
— Estamos muy agradecidos por haber recibido una presentación tan educada, Su Alteza. —Su tono transmitía claro enfado.
Era el padre de Cristina, también conocido como el Primer Ministro del reino de Noin, Duque Zariel.
Terminados los saludos, me senté junto a los Zariel en el sofá. Cuando todos estuvimos ya sentados, el duque comenzó a hablar.
— Bien, Su Alteza, si tiene la intención de casarse con mi hija, tengo una condición.
— No es que fuera una simple intención, —pensé.— Es algo que ya está decidido.
Pese a recibir la orden oficial del rey, parece que para el duque no es oficial.
—Mi hija todavía tiene siete años, —en su voz se notaba todo lo que sentía en ese momento y su expresión era muy seria. — Usted ya tiene diez, Su Alteza, y apuesto lo que sea a que piensa que muchas de sus características son adorables e inmaduras.
He aquí las declaraciones de un padre que quiere demasiado a su hija.
Miré a la joven que se encontraba a mi lado. Miraba, perpleja, a su padre, estaba indefensa y rebosante de encanto que incitaba a toda persona a su alrededor a adorarla.
Incapaz de negar sus palabras, le dediqué una sonrisa algo ambigua y, de repente, abrió mucho los ojos.
— Como es tan adorable, al final acabarás queriendo hacer alguna que otra travesura con ella, pero, escúchame con atención, —en el siguiente instante elevó muchísimo su tono de voz.— ¡Nunca! ¡Jamás te atrevas a tocar a mi hija antes de la boda! ¡Si algún día me llego a enterar de que le hiciste algo, yo mismo me encargaré de que este compromiso se rompa!
Guardé silencio sin dejar de sonreír.
La primera vez que demostré mi habilidad diplomática, fue delante del padre de mi prometida. Puede que fuera algo lamentable, pero así fue.
Mientras dudaba sobre cómo responder, noté como dos miradas me perforaban. Una de enfrente, la del duque, y otra de un lado, parece que el mayordomo de la mansión pensaba lo mismo que su amo; unos ojos rojos me miraban con frialdad.
— Es una situación difícil,— pensé.
— Entiendo,— respondí con calma después de unos largos segundos de silencio.
— Bien. Aún así, no me gustaría que mi hija se sintiera presionada por las responsabilidades que tendrá como reina. En fin, te permito tener una relación sana con ella. — No era lo que quería decir desde el principio.
Ahora que por fin, el duque aprobaba nuestro compromiso, planeaba mantener la promesa que hice, pero frente a ese ángel, mi sentido común se esfumaba sin dejar rastro.
Se enamoró a primera vista el principito de su princesita. Ame la reacción del padre que ya le vio las intenciones nada sanas del principito hacia su hija 😂🤣😂
wow no se pero actuo como un galan
Fue su primer amor!!!😘😣😊
Hay q tiernoooooooooo!!!!!💗
Gracias por el capítulo 😍😃
Fofurinhas 😆😆😆😆😆 obrigada Reino de Kovel 😉
Amor a primera vista!! Tan adorables!! Por otro lado siempre pienso que yo a los 7 años o 10 años era un mono XD en serio no decía nada coherente a los 7 años y a los dies años definitivamente no tenía toda la sabiduría que este príncipe demuestra. Será la educación??
Gracias por el capítulo