¡Cuidado con esos hermanos! – Capítulo 22.2: Soy Hari Ernst

Traducido por Sweet Fox

Editado por Herijo


—Qué…

El té tibio resbaló por el rostro de Lavender Cordis. Parecía aturdida, como si no esperara que yo hiciera algo así. Ver su cara me produjo cierto alivio.

—Se equivoca si creía que iba a soportar sus insultos sin decir nada —dije, mirándola fríamente. No pensaba permitir que volviera a hablarme a la ligera.

—Es ridícula, señorita Cordis. Dicen que la personalidad de una persona se refleja en sus palabras. Cada palabra que sale de su boca desprende un hedor tan nauseabundo que no sé quién es la verdaderamente sucia aquí. —No era ella la única que sabía menospreciar y ridiculizar a los demás. Y menos aún iba a mostrar consideración por alguien que me había atacado primero.

—Sí, ¿decía que para una persona vulgar hay un método vulgar que le encaja? Eso es lo que está demostrando usted ahora. Gracias por mostrármelo. Demostrar su propio nivel con métodos tan frívolos y vulgares….

En realidad, creo que siempre había querido hacer esto. Cada vez que Lavender Cordis me llamaba vulgar, sucia, me menospreciaba, se burlaba y me miraba por encima del hombro, quería decirle “¿Y tú qué sabes?”.

—¿Se da cuenta de lo despreciable que es su propia imagen ahora mismo? ¿Por qué no se mira al espejo? Ni siquiera cuando vivía en aquel callejón vi a nadie tan ruin y sucio como usted ahora.

Pero si no lo hice entonces, fue porque era una cobarde con menos confianza que ahora, supongo.

—Definitivamente, parece que la nobleza de una persona no se decide únicamente por la sangre con la que nace. Me da hasta pena que no pueda pensar más allá de eso.

—¡Qué dice…!

El rostro de Lavender Cordis, que escuchaba mis palabras atónita, finalmente se encendió. Me pareció ridículo que se sonrojara y temblara por esto, cuando ella me había dicho cosas mucho peores momentos antes.

—¡No lo acepto…! —Una voz áspera, cargada de ira, resonó de repente en mis oídos. —¿Cree que por añadir el apellido Ernst a su nombre, una mujerzuela vulgar que vagaba por las calles puede convertirse en una verdadera dama noble con zapatos de cristal? ¡No encaja en Ernst! ¡No lo acepto! ¡No lo aceptaré aunque me muera!

Pero sus palabras ni siquiera merecían una burla. Tal como Lavender Cordis me había hecho a mí, murmuré con frialdad, sin ocultar mi desprecio hacia ella:

—¿Tengo alguna necesidad de demostrarle a usted si soy digna de Ernst o no?

Eso era un hecho que no cambiaría, ni en la vida pasada, ni en esta vida a la que había regresado.

—Yo ya soy, por mí misma, Hari Ernst.

Al decir eso, sentí como si algo dentro de mí se hubiera liberado. “Hari ya es una Ernst por sí misma”. Las palabras que Eugene me dijo hacía mucho tiempo eran ciertas. Soy Hari Ernst. Sin importar qué tipo de persona sea, o qué haga.

—¿Con qué derecho habla usted de mi valía?

Y ya había personas que me decían cosas como esta. Así que ya no tenía miedo de nada.

—No necesito su aprobación. Algo así no tiene el menor significado ni valor para mí.

Ante mi actitud altiva, Lavender movió los labios. Pero parecía haberse quedado sin palabras y no pudo articular nada.

—¿Quién demonios se cree que es? ¿Se considera alguien tan importante? —Le dije, dedicándole una sonrisa seca. —Conozca su lugar, Lavender Cordis.

Lavender respiró entrecortadamente, con el rostro pálido como la cera. La dejé así y salí primero del salón.

—Vámonos, caballero Bishop.

Ethan estaba parado justo delante de la puerta, seguramente había oído los gritos desde dentro. Parecía dispuesto a entrar en cualquier momento.

—¿Se encuentra bien?

—No hay razón para no estarlo.

No era que no entendiera por qué me tenía tanto odio. Una chica vulgar que vagaba por los callejones había tenido la suerte de entrar en la familia Ernst y alcanzar una posición similar a la suya; eso solo ya debía de molestarle. Pero eso no significaba que yo tuviera que ser tratada de esta manera.

—¡Espere!

Pero mientras caminaba por el pasillo de la mansión, Lavender me siguió.

Sin embargo, como Ethan se interpuso, no pudo acercarse a mí más allá de cierta distancia. Lavender lo fulminó con ojos inyectados en sangre, y luego, apretando los dientes, me gritó:

—¿Qué sabe de él? —Al principio no entendí a quién se refería con “él”. —¿Sabe quién es este hombre que me bloquea el paso? ¡No, no lo sabe! ¡Porque esa persona se lo habrá ocultado todo!

Pero al escuchar sus siguientes palabras, me di cuenta de que Lavender Cordis se refería a Eugene. Como para confirmar mis sospechas, pronunció claramente su nombre:

—¿Sabe a cuántas personas ha matado Eugene Ernst hasta ahora?

Contuve la respiración de golpe ante las palabras que Lavender escupió, mirándome con ojos venenosos. La voz que siguió, como burlándose de mi reacción, se volvió aún más mordaz:

—¿Se ha parado a pensar cuántas familias han sido exterminadas hasta la raíz en los últimos años, incluyendo a los Schumacher, los Adelgard, los Reynold? ¿Por qué tuvo que ocurrir? ¿Y quién fue el responsable?

Mis dedos empezaron a enfriarse gradualmente mientras escuchaba las palabras que salían sin cesar de la boca de la persona frente a mí. Estaba hablando de cosas que yo, hasta ahora, había evitado deliberadamente saber. Ethan, que hasta ese momento bloqueaba a Lavender, también vaciló por un instante. Podía restringir sus movimientos, pero no podía detener sus palabras.

—Las personas que ha matado con sus propias manos hasta ahora son casi todos sus propios parientes. Mató a todos, sin distinguir entre niños y adultos, como para dar ejemplo. —Su voz, gritando con malicia, taladraba mis oídos sin piedad. —¿No ha oído los rumores de que el duque Ernst pretendía amontonar cadáveres como montañas en Arlanta? ¡Pregúntele a la persona que tiene al lado! ¡Él también es un parricida que se adelantó a matar a su propio padre y hermanos! ¿No es así, Ethan Schumacher?

Mi mirada se clavó en la espalda de Ethan. ¿He oído mal? Pero el nombre que acababa de salir de la boca de Lavender resonó con demasiada claridad en mis oídos.

Ethan guardó silencio. Entonces, los ojos inyectados en sangre se deslizaron hacia mí. Inmediatamente después, Lavender se burló de mí:

—¿Podrá seguir a su lado sabiendo todo sobre él? ¿Podrá tomar su mano como si nada sabiendo cuánta sangre ha derramado? ¡Me preguntó si podrá mirarlo con esa cara tan tranquila como ahora, sabiendo los terribles pecados que ha cometido!

Mis dedos seguían fríos. Sus palabras espinosas, recibidas sin defensa, hirieron dolorosamente mis entrañas. La mirada de Lavender Cordis, cargada de malicia, parecía burlarse de mí.

—¿Y qué? —Pero abrí la boca sin mostrar nada externamente. —¿Qué importa eso? —Mi voz seca resonó en el silencioso pasillo. —Que haya matado a decenas, o a cientos; que fueran extraños sin lazos de sangre o parientes. ¿Qué importa eso?

Quizás mi expresión fue lo bastante indiferente, porque el rostro de Lavender Cordis se contrajo.

—Lavender Cordis, no se equivoque. Aunque todo lo que dice sea verdad, a mí no me importa. —dije con frialdad hasta el final, y me di la vuelta. —Para mí, esa persona es simplemente Eugene. —Como para demostrar que sus palabras de antes no me habían hecho ni un rasguño. —Y eso no cambiará hasta que muera.

♦ ♦ ♦

—¿No pregunta nada?

Levanté la cabeza ante la voz apagada de Ethan. Extrañamente, había venido él primero a mi habitación y estaba parado junto a la puerta. Después de encontrarme con Lavender Cordis, no había hablado nada con Ethan y había entrado directamente en mi habitación. Y ahora, pasado un tiempo, él había llamado a mi puerta.

—Dime lo que quieras decirme. —dije lentamente. Aunque estaba en una situación en la que podía perfectamente preguntarle algo primero, no quise hacerlo. Solo quería que me dijera lo que él quisiera contarme. Incluso si intentaba ocultar algo que yo debería saber, pensaba simplemente aceptarlo en silencio.

Un momento después, una voz baja fluyó de los labios de Ethan:

—Mi nombre original es Ethan Schumacher. —Recordé de pronto las palabras que le había oído decir antes. Sus palabras diciendo que “no tenía derecho”, como si fuera una confesión. —Era el hijo ilegítimo del difunto conde Schumacher.

Ethan, aún con rostro inexpresivo, me contó su historia con calma. Su nombre original era Ethan Schumacher, hijo ilegítimo del Conde Schumacher, que era tío abuelo de los tres hermanos. El conde, preocupado por la difusión de su linaje fuera del matrimonio, lo acogió, le dio el apellido Schumacher y lo mantuvo encerrado en casa. Como su propio padre lo trataba así, sus hermanastros lo consideraban especialmente una espina clavada y lo oprimían y atormentaban.

—Era una vida prácticamente de esclavo. Si tenía hambre, bebía agua sucia, y dormía en el granero incluso en pleno invierno. Por casualidad, se descubrió que tenía un talento innato para la espada, y mi trato mejoró un poco después de eso. Pero aun así, sabía que me trataban como a una bestia.

Entonces, Ethan conoció a Eugene. Eugene planeaba exterminar a los Schumacher y, al final, le dio a Ethan la oportunidad de elegir. Así que Ethan, sin dudarlo, contribuyó directamente a la caída de los Schumacher.

—Sea cual sea la razón, soy un asesino que mató incluso a mi propio padre. Ni una sola vez me he sentido orgulloso de ello. Así que es natural que otras personas me eviten.

Miré el rostro de Ethan, que nunca me había sonreído hasta ahora. Seguía con esa cara infinitamente tranquila, como alguien que hubiera perdido todas las emociones.

—Si me mantiene a su lado, podría volver a experimentar algo como lo de hoy. Si le desagrada ser escoltada por mí, puede decírselo al duque.

Lo miré en silencio un momento y luego hablé:

—Caballero Bishop. No tengo intención de cambiar de escolta.

Ante mi respuesta, los labios apretados de Ethan temblaron por un instante. Me dirigió una mirada que no parecía entender mi decisión.

—Quizás sea una intromisión por mi parte decir palabras amables. Solo conozco fragmentos de la situación, y tampoco comprendo todos tus sentimientos. Así que decir que lo entiendo completamente podría ser arrogante. —Incluso decir esto me resultaba delicado. Pero quería que supiera que no tenía intención de culparlo por el pasado. —Pero que no tienes derecho a vivir como las demás personas… desearía que no pensaras eso.

Sweet Fox
Bueno, hay cosas que simplemente no debían seguir así. Lo trataban peor que un animal salvaje

Quizás sentía lástima por él, que se autocastigaba, incapaz de escapar del sentimiento de culpa.

—El Ethan Bishop que he conocido hasta ahora es de pocas palabras y seco, pero en realidad es una persona de corazón cálido y muy leal.

Definitivamente, no debo ser una persona de gran corazón. Para mí, la felicidad mía y de la gente de mi alrededor es la máxima prioridad. Mi círculo es demasiado pequeño para abarcar y preocuparme por otras cosas más allá de eso.

—Eugene también te mantuvo como mi caballero escolta porque confiaba en ti, ¿verdad? —Así que le dije a la persona frente a mí con calma, con mi actitud habitual. —Yo también confío en lo que he visto hasta ahora.

Entonces Ethan se quedó parado un buen rato, como si hubiera oído algo que nunca había imaginado, y luego bajó la cabeza, como ocultando su rostro de mí.

—Así que cuento contigo de ahora en adelante, Ethan.

No hubo respuesta, pero como creí entender la razón, no insistí. El sol que se filtraba por la ventana empezó a teñirse lentamente de rojo. Se acercaba la hora del regreso de Eugene.

♦ ♦ ♦

—Sabía que vendrías.

Eugene apareció frente a mí justo cuando el atardecer rojo proyectaba sombras oscuras en la habitación. Al sentir su presencia en la puerta, levanté la cabeza y vi el rostro de la persona que había estado esperando. Ante mi pequeño susurro, Eugene también habló en voz baja:

—Sabía que estarías esperando.

Tenía la misma expresión de siempre. Esa expresión un poco fría, un poco seca. Al verlo, sonreí amargamente.

—Así que te has enterado de lo de hoy. Entonces ya sabrás lo que dije.

El sonido pesado de sus pasos marcó el silencioso suelo de la habitación como manchas. Mientras se acercaba, Eugene también esbozó una leve sonrisa. Pero no era una sonrisa de alegría.

—Creo que, en realidad, sabía que dirías eso.

Miré en silencio a Eugene, que ya estaba muy cerca. La luz roja que entraba por la ventana se posó en su rostro, ahora sin rastro de sonrisa. Permaneció así un momento, mirándome en silencio, y luego volvió a abrir lentamente la boca:

—Quizás puse a Ethan a tu lado esperando que dijeras que no importaba, aun sabiéndolo todo.

Cuando escuché a Lavender Cordis y a Ethan, por un lado, me pareció extraño. ¿Por qué Eugene, tan meticuloso, había puesto precisamente a Ethan como mi escolta? Si él estaba a mi lado, era inevitable que palabras como esas llegaran a mis oídos tarde o temprano.

—No, seguramente deseaba que me aceptaras aun sabiendo todo lo que he hecho. —Y Eugene estaba diciendo que quizás lo había hecho a propósito. —Sí. Que no importaba, que estaba bien. Quería oírte decir esas palabras.

Al final de esa frase, Eugene sonrió como si se rompiera. Esa sonrisa me heló el corazón más que la que había esbozado momentos antes.

—Pasaron muchas cosas después de enviarlos a Bastier. Ethan fue uno de los que me ayudó. —Su voz monótona penetró en mis oídos. —La verdad es que, una vez terminado el asunto, podría haberle dado Schumacher a Ethan, pero no lo hice. No tenía intención de dejar ni siquiera ese nombre sobre esta tierra. No tenía ni la generosidad, ni la piedad, ni quizás el margen para ello.

Y Eugene lo admitió fácilmente.

—No tengo intención de excusarme. Todo lo que has oído es cierto. Los maté a todos. —Lo miré en silencio mientras su voz tranquila, que parecía hasta indiferente, continuaba. —Tanto a los que me amenazaban como a los que juzgué que serían una amenaza futura. A todos.

En realidad, lo sabía. Aunque no supiera todo, hasta la parte que Eugene quería ocultarme, intuía vagamente lo que había hecho. Pero no quería indagar a propósito. Si profundizaba y descubría algo, Eugene naturalmente se enteraría, y sentía que eso sería como tocar una herida infectada. A veces es mejor dejar las cosas enterradas. Quizás así es como pensaba sobre este asunto.

—La gente me teme y me desprecia por una razón clara. Y yo podría volver a hacer cosas así muchas veces si fuera necesario para sobrevivir.

Pero, claro, una herida enterrada no se cura sola. Al ver a Eugene ahora, me di cuenta de nuevo de esa verdad. Y una opresión que me invadió el pecho me hizo soltar una respiración superficial.

—Ni siquiera me arrepiento de lo que hice. Probablemente haría lo mismo si volviera a ese momento. Esa es la diferencia crucial entre Ethan y yo. —Tras decir esto, Eugene levantó ligeramente la comisura de los labios. —¿Qué? ¿Estás asqueada?

Abrí la boca a continuación, pero él apartó la mirada, como negándose a escuchar mi respuesta. El rostro de Eugene, ahora de perfil, no mostraba ninguna expresión. Y ante el susurro que se deshizo en el aire, como un monólogo, no pude evitar callarme:

—Supongo que, después de todo, no puedo ser una buena persona para ti.

Ah, era inevitable. Prefiero ser la mala. Si quieren culparme por ser egoísta, que lo hagan.

—No hables así. —No pude contenerme más y extendí la mano hacia Eugene. —Testarudo. Idiota. Mi tonto.

Eugene, abrazado por mí, era claramente demasiado grande para caber completamente en mis brazos, pero aun así, por alguna razón, lo sentí pequeño. Quizás era porque quien estaba en mis brazos ahora era el Eugene de 14 años del que me separé de niña. Fuera cual fuera su apariencia externa, su interior….

—Te sentiste solo, ¿verdad?

Eugene, abrazado por mí sin resistencia, se movió ligeramente ante mi pequeño susurro. Sentí su respiración superficial en mi nuca y apreté un poco más los brazos a su alrededor.

—A partir de ahora, estemos siempre juntos. Para que no te sientas más solo, para que no tengas que soportar más esas largas noches en soledad.

No podía ni imaginar lo duro que debió ser para el Eugene de 14 años tener que hacerlo todo solo, sin nadie en quien apoyarse. Seguramente quiso llorar muchas noches. Seguramente temió muchas mañanas. Y mientras tanto, una parte de su corazón se rompió y se hizo añicos de forma irreparable. La clara carencia que sentía en él me dolía en el alma.

—Aunque todo el mundo te señale con el dedo, yo no lo haré.

Sé que lo que hizo fue inevitable. Desde el accidente en que se hirió la pierna de niño, intuía vagamente que había gente que intentaba hacerle daño a Eugene. Si no hubiera existido el riesgo de que yo, joven y débil, me convirtiera en su punto débil, seguramente no lo habría dejado solo. Por eso entendía las cosas que Eugene hizo para protegerse.

No… Pero, la verdad, no importaba aunque no hubiera sido inevitable. Me di cuenta de nuevo de que probablemente no podría soltar a esta persona hasta que muriera. No podía darle la espalda, no podía odiarlo. Desde algún momento, sin darme cuenta, me había vuelto así.

—Esta vez, te lo diré yo. —Si alguien tiene que culpar a esta persona, preferiría que me culparan a mí. Dejen en paz a esta pobre alma. —Todo está bien, así que haz todo lo que quieras. Si hay algo que deseas, puedes tenerlo, sea lo que sea. —Le repetí las palabras que él me había dicho una vez. —Puedes ser más egoísta. Vive solo para ti a partir de ahora.

Seguramente nadie le había dicho esto hasta ahora. Incluso en su infancia, cuando debería haber sido protegido, tuvo que ser un adulto.

—No renuncies a nada, no sacrifiques nada. Puedes ser más egoísta. —Entonces, se lo diré yo. —Sé feliz con todas tus fuerzas. Si nadie se lo permite, se lo diré yo en su lugar. —Y para lograrlo, puedes hacer lo que sea necesario.

Sabía que él haría cualquier cosa para protegernos, para protegerme a mí. Y yo tampoco dudaría en hacer cualquier cosa para protegerlo a él. No ignoraba lo peligrosamente ciego que era ese sentimiento. Pero no importaba. Lo pensaba sinceramente. Si tan solo pudiera proteger a esta persona querida para que no sufriera más daño.

Eugene, aún en mis brazos, respiró hondo lentamente. Y luego susurró con una voz baja y quebrada, como si raspara el suelo:

—No sabes lo que significan las palabras que acabas de decir.

»Si lo supieras, no podrías decir algo así.

Pero fuera lo que fuera, mi respuesta no cambió.

—Está bien. —Acaricié suavemente la espalda de Eugene, como dándole palmaditas, y volví a hablar. —Incluso si cometes una falta tan grande que todo el mundo te culpe. —Quizás no tenga derecho a ello, pero aun así… —Yo te perdono todo. —Si pudiera, querría cargar yo misma con todos los pecados de esta persona.

—¿Me perdonas?

—Sí.

—¿Haga lo que haga?

—Sí.

—¿Incluso si te hago algo muy malo?

El atardecer se intensificó, tiñendo la vista de un rojo aún más profundo que antes.

—Sí, aún así, está bien.

Sweet fox
Preveo cosas raras

Eugene permaneció un rato en silencio, con la cabeza hundida en mi hombro. Finalmente, levantó lentamente el rostro y me miró a los ojos.

—Probablemente no te negarías ni aunque te pidiera caer conmigo al infierno. —Al decir esto, Eugene sonreía, por alguna razón, con dolor.

Al ver la sonrisa que apareció en su rostro contraído, abrí los labios. Pero las palabras de Eugene fueron un poco más rápidas.

—La verdad es que por eso no quería pedirte que tomaras mi mano. Porque esto es cobarde. —La sonrisa que floreció ante mis ojos estaba mezclada con autorreproche y burla.

Pronto, su mano agarró mi muñeca. Al igual que cuando entrelazamos las manos en el carruaje antes, la piel en contacto parecía arder.

—¿Pero dices que me perdonas? —No era una pregunta para mí, sino más bien una repetición en voz alta de las palabras que acababa de oír.

Finalmente, los ojos de Eugene me miraron fijamente, como si me atravesaran. No pude apartar la mirada de esos ojos oscuros y negros que albergaban una luz intensa.

—Te arrepentirás. —susurró, a una distancia tan corta que nuestras respiraciones se mezclaban.

Intenté responder que no a su afirmación. Pero no pude, porque Eugene se acercó un poco más a mí.

—Podría hacerte daño.

Un suspiro tenso escapó de mis labios entreabiertos. Sus labios, tan cercanos, parecían a punto de tocar los míos. Sin embargo, al instante siguiente, la marca profunda se hundió en mi mano, firmemente sujeta por Eugene.

—Pero ya es tarde.

El atardecer rojo proyectaba una larga sombra tras él. En esa brecha de tiempo intenso, donde el negro y el rojo se mezclaban, parecía como si fuéramos las únicas personas existentes en este mundo.

—Ahora…

Mi mano, la piel donde sus labios se posaban, ardía hasta doler.

—Realmente es tarde. —dijo Eugene en ese estado. Como disculpándose ante mí por algo que yo desconocía, esparciendo su aliento desesperado en mi mano.

Como si yo fuera la única persona en su mundo.

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