Traducido por Sweet Fox
Editado por Herijo
—Eh, bienvenido.
Vi a Erich bajar del carruaje y acercarse, así que levanté una mano a modo de saludo.
—Tú…
Sus ojos se abrieron de par en par al verme. Tenía una expresión de incredulidad.
—¿Comiste algo en mal estado?
—No.
—Entonces, ¿estás protestando? ¿O te peleaste con nuestro hermano?
—Nada de eso.
—¿Es una fase de rebeldía tardía?
Parecía bastante impresionado por mi actitud desafiante.
Y con razón. Ahora mismo estaba tumbada como un perezoso en una hamaca junto a la entrada del primer piso, tomando el sol. Además, llevaba puestas unas gafas oscuras que había comprado el otro día cuando salí con Louise. Se supone que servían para proteger de la luz del sol, o algo así.
Aunque era cierto que el sol molestaba menos, no las había comprado confiando ciegamente en su efecto. Aun así, me gustaba llevarlas porque sentía que me daban un aire interesante. No sé, como tapan los ojos y no se ve la expresión, quizá me hacían parecer un poco más altiva, o con más carácter que de costumbre.
—¡Me he liberado! ¡He roto las cadenas de la opresión que me ataban! Anda, ¿no quieres unirte a mí y convertirte en un espíritu libre en este nuevo mundo?
Ante mi invitación, Erich chasqueó la lengua.
—Se te ha pegado lo de Kabel, ¿eh?
Parecía pensar que mi extraño comportamiento era culpa del segundo de nuestros hermanos.
Un momento. ¡¿Está diciendo que ahora me parezco a Kabel?! Ugh, ¡eso es un poco humillante!
—¡No, mírame a los ojos! ¡Puedes ser feliz y sonreír!
—¿Y esto qué es?
—¡Ay, mis ojos!
De repente, Erich se acercó y me quitó las gafas. La luz, que hasta ahora había estado bloqueada, inundó mi visión de golpe, haciéndome estremecer por el deslumbramiento.
—Oye, ¿por qué me las quitas así de repente?
—Porque llego a casa después de tiempo y te encuentro haciendo cosas raras.
Erich examinó las gafas que me había quitado con el ceño fruncido, e incluso se las probó. Parecía sentir curiosidad, seguramente porque nunca había visto unas gafas con cristales tan oscuros.
Bah, se me quitaron las ganas de seguir bromeando. Cuando uno gasta una broma, el otro debería seguir el juego un poco. Qué aburrido.
—Te quedan bien. Quédatelas.
Desistí de arrastrar a Erich al mundo de la rebeldía. Como parecía que le gustaban las gafas de sol, decidí regalárselas sin más.
—¿A qué viene todo esto?
Erich enarcó una ceja, mirándome mientras yo me balanceaba en la hamaca, casi tumbada boca abajo, con los brazos colgando. Aunque los cristales oscuros le tapaban los ojos y no podía leer su expresión exacta, me di cuenta de que me encontraba muy extraña.
—Solo pensaba que quizá debería abrir nuevos horizontes en mi vida a partir de ahora.
El jardinero que trabajaba fuera y los sirvientes que pasaban por el pasillo interior no dejaban de mirarme de reojo a través de la ventana. Hubert lo hacía incluso más que ellos, si cabe.
Erich parecía pensar que estaba diciendo tonterías. Bueno, no importaba.
—¿Echamos una guerra de bolas de nieve?
Ante mis palabras inesperadas, esta vez fue su oído lo que pareció no dar crédito.
—¿Una guerra de bolas de nieve? ¿Ahora?
—¿No juegas a eso con tus amigos en la academia?
—No soy un niño. ¿Por qué iba a hacer algo tan infantil?
—¿Ah, sí?
Me levanté de la hamaca. Aunque mi intención era tomar el sol, hacía frío y llevaba tanta ropa que tuve que bajarme con un ligero contoneo.
—Pareces un conejo gordo. O un pato.
Erich se rio de mí.
¡Maldición! ¡Es que Hubert y los demás sirvientes no me dejaban salir si no me abrigaba bien, decían que podía resfriarme! Si no me hubiera embutido así en la ropa, probablemente no habría podido usar la hamaca en todo el día.
—Erich.
Me planté frente a él y le sonreí radiante.
—Si no quieres jugar, entonces limítate a recibirlas.
Erich pareció intuir algo y se sobresaltó, pero yo fui más rápida. Ágilmente, tomé una bola de nieve redonda que tenía escondida bajo la silla y se la lancé.
¡Plaf!
¡Toma ya! ¡Esta es la bola de nieve que preparé antes con mis hábiles manos, prensándola con esmero para este mismo instante!
—¡Oye, eso es trampa…!
¡Plaf! ¡Plaf!
Erich se quedó atónito al darse cuenta de que había preparado las bolas de nieve de antemano. También parecía desconcertado al comprender que, independientemente de su opinión, yo estaba decidida a tener una guerra de bolas de nieve.
Je, ¡aquí la que manda soy yo! ¡La respuesta ya estaba decidida, tú solo tenías que aceptarla!
—¿Pero esto no es un fraude? ¿Planeabas hacer esto en cuanto llegara?
—Jeje, ¿crees que he acabado?
—¡¿Pero cuántas malditas bolas de nieve has hecho?!
Al principio, Erich solo recibía los golpes, pero al ver que el bombardeo de nieve no tenía fin, empezó a irritarse.
¡Contraatacó!
Pero esquivé ágilmente la bola de nieve que lanzó. Je, ¡aunque no lo parezca, de pequeña me llamaban la ardilla voladora de Mellington! ¿De verdad crees que esa bola de nieve que parece un pompón de algodón puede alcanzarme?
—¡Jajaja, tonto! Creías que me ibas a dar… ¡Ugh!
¡Plaf!
Parece que la primera fue solo una finta. Tuve que callarme al recibir el impacto de otra bola de nieve que vino justo después.
—Oye, espera un…
—¿Esperar qué?
¡Plaf! ¡Plaf!
A Erich le dio igual que yo gritara “¡Espera!”, siguió lanzándome bolas de nieve sin piedad. Yo tampoco paré de mover los brazos, y pronto el aire a nuestro alrededor se llenó de una neblina de copos blancos.
—Huff… huff… No está mal, ¿eh?
—Huff… huff… Tú tampoco lo haces mal.
Finalmente, cuando la nieve que flotaba como niebla empezó a asentarse, nos sonreímos mutuamente, respirando agitadamente. Una chispa pareció saltar entre nosotros. Hacía casi diez años que no sentíamos esta competitividad el uno hacia el otro. Era la primera vez en mucho tiempo.
—¿Tregua?
—Tregua.
Acordamos tomarnos un descanso.
Ay, mis huesos. Hacía tiempo que no hacía un ejercicio tan intenso, me crujían las extremidades. Disimuladamente, apartando la mirada de Erich, moví la mano.
—Oye, ¿vas a seguir haciendo trampa?
—¡Ay!
Justo entonces, Erich, al ver que estaba intentando hacer otra bola de nieve a escondidas, se me adelantó. Giré la cabeza para esquivar la nieve que me lanzó y grité:
—¡Eh, tú también haces trampa! ¡Habíamos dicho tregua!
—¿Tregua? ¿Qué tregua?
Comenzó el segundo acto de nuestra sangrienta guerra. Nos lanzamos bolas con todas nuestras fuerzas, como si tuviéramos ocho años en lugar de dieciocho. Y esta vez, nos agotamos más rápido que antes.
—Huff, huff… Eres implacable.
—Huff… Lo mismo digo.
Aunque ya no teníamos fuerzas para lanzar más bolas, nuestras bocas seguían funcionando diligentemente. Ay, la primera ronda estuvo bien, pero hacer esto dos veces seguidas es agotador.
—Por tu culpa tengo la ropa llena de nieve.
—Pues te queda bien.
Me reí entre dientes al ver a Erich refunfuñar. Aunque me lo había tomado más en serio de lo que pensaba al principio, la verdad es que había sido divertido jugar a la guerra de nieve después de tanto tiempo.
—¿Tercera ronda?
—Ah, no puedo, no puedo. Me rindo.
—Uh, ¿te rindes ahora? ¿Entonces gano yo?
—Como quieras.
La expresión de Erich parecía decir: “Qué terca eres”. Al ver su cara, solté una carcajada.
—Vale, entremos ya.
Como si nunca hubiéramos librado una apasionada guerra, nos sacudimos amistosamente la nieve de la ropa y empezamos a caminar.
—Kabel está de guardia esta noche.
—¿Por qué tiene que hacer eso la segunda orden de caballería?
—No sé, decían que todos los novatos tienen que hacerlo.
—¿Le están haciendo novatadas?
—Bueno, aunque así fuera, ¿crees que Kabel se dejaría?
—Es verdad.
Erich y yo entramos en la mansión, sin preocuparnos en absoluto por Kabel, algo que seguramente le molestaría si lo supiera. Hmm, pero es una conclusión bastante lógica.
—¿Desean que les traiga un té caliente?
Preguntó Hubert en cuanto entramos.
—Dos chocolates calientes, por favor.
—¿Chocolate? Qué infantil.
—¡Después de una guerra de nieve, es obligatorio tomar chocolate caliente!
¡Cómo podía no conocer esta regla tan básica! Ignorando la cara de incredulidad de Erich, insistí en un chocolate por persona y lo arrastré hacia la chimenea. Hubert nos miró discutir con una sonrisa afable, algo que no hacía a menudo, y luego se retiró.
—Por cierto, ¿dónde está ese caballero? No lo veo.
Preguntó Erich de repente, mirando a su alrededor como si acabara de acordarse. Supongo que le extrañaba no ver a Ethan, que siempre solía estar a mi lado.
—Hoy tiene el día libre.
—¿Día libre? ¿Tenía de esos?
—Lo tiene a partir de ahora. Un día a la semana.
—Vaya, qué negligente, ¿no?
—¡Más bien lo he explotado demasiado hasta ahora!
Uf, ¡dicen que en el país vecino la semana laboral de cinco días es lo normal! ¡Arlanta necesita implementar urgentemente este nuevo sistema!
—Bueno, me alegro de no verlo.
Dijo Erich mientras echaba un tronco más a la chimenea. Tenía una expresión de alivio, como si se hubiera quitado un peso de encima. Al verlo, chasqueé la lengua.
—¿Por qué siempre le has tenido tanta manía a Ethan?
—Porque es repelente.
—¿El qué?
—Todo él, de la cabeza a los pies.
¿Pero qué dice este? ¿Dónde encontrarías a alguien tan diligente y educado como Ethan?
Pero entonces, Erich se giró bruscamente y me miró. Frunció el ceño, como si acabara de darse cuenta de algo que había pasado por alto.
—Espera. ¿Qué has dicho? ¿Lo has llamado por su nombre?
—Llevamos más de un año juntos, ya era hora, ¿no?
Respondí con indiferencia. De hecho, podría decirse que había tardado demasiado en empezar a llamarlo por su nombre en lugar de su apellido. Pero Erich parecía pensar diferente.
—¿No crees que tienes demasiada confianza con tu caballero escolta? Llámalo por el apellido. Bishop es un apellido perfectamente válido, ¿para qué llamarlo por el nombre?
Ay, otra vez con lo mismo. Ignoré sus palabras y respondí con un vago “Sí, sí, sí”.
—¡No me ignores!
—¡Que sí, que lo he entendido! ¡Ah, mira, el chocolate!
Justo a tiempo, llegó la doncella con el chocolate, librándome por fin de la reprimenda de Erich.
♦ ♦ ♦
—Hermano, si habías llegado, podías haber avisado.
Me di cuenta tarde de que Eugene había llegado y fui a buscarlo a su habitación. Hoy había estado tan entretenida jugando con Penny y Erich que ni siquiera me había enterado de su regreso. De hecho, no acababa de llegar; ya estaba sentado en el sofá, revisando unos papeles que parecían documentos. Sobre la mesa frente a él, había incluso una taza de té humeante. No sabía por qué, pero Eugene parecía tener últimamente una agenda muy ocupada, yendo y viniendo entre el palacio interior y el exterior.
—Pensé que estarías descansando, por eso no te llamé.
Eugene me vio y bajó los papeles que sostenía sobre sus rodillas. Entré en la habitación y le pregunté:
—No tienes buena cara. ¿Pasa algo?
—No. No es eso. Solo estoy un poco cansado.
Incluso después de lo ocurrido la última vez, Eugene y yo seguíamos tratándonos como siempre. Aparentemente, nuestra relación no había cambiado. Aun así, quizá fuera cosa mía, pero sentía que la distancia psicológica entre nosotros se había reducido.
—Si hay algo en lo que pueda ayudar, dímelo, lo que sea.
Por supuesto, no creía poder ayudar directamente en el trabajo de Eugene. Pero si había cualquier otra cosa en la que pudiera ser útil, quería hacerlo.
Entonces, Eugene, que me había estado mirando en silencio, finalmente abrió los labios:
—Entonces, ven aquí y abrázame.
Por un instante, pensé: ¿He oído bien?
Tenía la misma expresión neutra de antes, como si no hubiera dicho nada. Pero cuando levantó los brazos y los abrió a ambos lados, comprendí que lo decía en serio. Al verme dudar, Eugene inclinó la cabeza, como preguntando qué pasaba.
—¿Qué? Ya lo has hecho otras veces.
Yo estaba desconcertada, pero Eugene parecía muy tranquilo. Y era cierto, como él decía, que yo lo había abrazado primero en algunas ocasiones. Sin ir más lejos, justo después de encontrarme con Lavender Cordis…. Sin embargo, que fuera Eugene quien me lo pidiera me resultaba terriblemente embarazoso. Pero al verlo mirarme como si me estuviera metiendo prisa, sentí que era yo la que estaba actuando de forma extraña al dudar.
Confundida, me acerqué a Eugene con vacilación. No entendía por qué la situación me parecía tan extraña, mi cabeza era un mar de interrogantes, pero la persona frente a mí me esperaba con un rostro tan sereno que no pude detenerme.
—Bueno…
Sin embargo, al acortarse la distancia con Eugene, me sentí algo incómoda y volví a dudar. Pero no tuve tiempo para pensar mucho más; Eugene tiró de la muñeca que tenía frente a él.
—¡Ah! E-espera un momento…
Al instante siguiente, un grito ahogado escapó de mis labios. Me estremecí violentamente, sobresaltada.
¡Porque había acabado sentada en el regazo de Eugene!
¿C-cómo hemos llegado a esta postura? ¡Yo solo había pensado en darle un abrazo rápido mientras él estaba sentado!
—Tranquila. Quédate quieta.
Salté e intenté levantarme forcejeando, pero Eugene no se inmutó. Las palabras susurradas junto a mi oído me hicieron gritar por dentro.
¡No estoy tranquila! ¡No estoy tranquila!
Sin embargo, en el momento en que su cálido cuerpo me rodeó, sentí que mi mente se quedaba en blanco y me quedé rígida. Eugene me rodeó la cintura con sus fuertes brazos y tiró de mi espalda, acercando aún más nuestros cuerpos. Contuve la respiración, con la cara hundida en su pecho. Sentí su respiración superficial rozando mi cabeza. El fresco aroma que solía emanar sutilmente de Eugene estimuló mi olfato más cerca que nunca. El contacto de nuestros cuerpos, pegados sin espacio, me transmitía su calor corporal, ligeramente más alto que el mío.
Esto era realmente extraño. No un poco, mucho. Además, esto no era yo abrazándolo a él, sino más bien él abrazándome a mí. Y algo… algo…
No pude aguantar mucho más e intenté apartarme empujándolo. Seguro que Eugene se había dado cuenta de mi intención. Pero al instante siguiente, por alguna razón, el brazo que me rodeaba se tensó aún más.
—¿H-hermano?
Aunque lo llamé, Eugene hundió aún más la cabeza en mi nuca.
—M-me gustaría que me soltaras, por favor.
Una voz temblorosa escapó de mis labios sin que pudiera evitarlo. Incluso yo me daba cuenta de lo terriblemente nerviosa que estaba.
—No quiero.
Pero Eugene rechazó mi petición. No esperaba esa respuesta, así que me puse aún más nerviosa que antes.
—¿Por qué…?
—Porque todavía no es suficiente.
Su voz, resonando tan cerca, me hizo cosquillas en el oído. Me quería morir. El corazón me latía desbocado desde hacía rato, y temía que hasta Eugene pudiera oírlo. Tenía miedo de que notara mi agitación, así que apenas me atrevía a respirar hondo. Pero Eugene, ajeno a mi estado, seguía abrazándome con fuerza.
—Va, suéltame…
—Tú tampoco me soltaste cuando te lo pedí.
Ah, en ese momento pensé si esto sería una venganza por lo de la otra vez.
Extraño. Realmente extraño. El Eugene de siempre habría intentado esquivarme si yo hubiera intentado abrazarlo.
—Esto de abrazarse de vez en cuando… no está tan mal como pensaba.
De repente, sentí su mano acariciando mi nuca.
—Sí, antes no me daba cuenta, pero no está mal.
Su voz, suave y como si comprendiera mi turbación, parecía intentar calmarme. La caricia en mi cabeza era muy tierna. Aunque no podía verle la cara al estar abrazada a él, por alguna razón, imaginé que su expresión también sería así. Vaya, sentir que Eugene me trataba con tanto cariño me produjo una sensación extraña. Al estar así, abrazada y recibiendo sus caricias, por algún motivo, mi cuerpo empezó a relajarse y la tensión disminuyó poco a poco. Seguía sintiendo que la situación era un poco extraña, pero un pensamiento de “¿y qué más da?” empezó a surgir tímidamente.
Sin embargo, esa sensación de comodidad no duró mucho. ¿Sería cosa mía? En algún momento, no sabría decir cuándo exactamente, la caricia que me reconfortaba pareció cambiar ligeramente. El movimiento que recorría mi nuca y mi espalda se sentía extrañamente incisivo, agudizando mis sentidos. Al mismo tiempo, la temperatura del aire que nos rodeaba también cambió gradualmente. En medio de un silencio más denso que antes, sentí confusión y duda.
Toc, toc.
—Hermano, ¿estás aquí?
En ese instante, mi mente, que estaba perdida, volvió en sí. La voz que venía de fuera era la de Erich. Me sobresalté, y Eugene, como para calmarme, susurró “Shhh” en mi oído mientras me daba suaves palmaditas en la espalda. Intenté incorporarme, pero el brazo alrededor de mi cintura no me soltó, así que no pude hacer nada.
¿Había cerrado la puerta con llave al entrar? No, era imposible. Me puse tensa, pensando que Erich podía abrir la puerta y entrar en cualquier momento. Y es que nuestra postura era un poco… bueno, bastante comprometedora, ¿no?
Eugene parecía tener la intención de fingir que no estaba en la habitación para que Erich se fuera, ya que no respondió a la llamada.
—¿Hermano? ¿No estás en la habitación?
Aun así, como yo seguía inquieta y retorciéndome, Eugene pareció ceder y me soltó. Rápidamente, me levanté de sus rodillas y retrocedí, pero choqué con la mesa. Al oír el ruido dentro, Erich, desde fuera, volvió a llamar a Eugene: —¿Hermano?
A diferencia de mí, que estaba hecha un manojo de nervios, Eugene se levantó tranquilamente y se acercó a la puerta. En cuanto la abrió, una voz llena de interrogantes entró en la habitación.
—Ah, vaya. Estabas en la habitación, ¿no? ¿Por qué no respondías?
—Estaba concentrado en unos documentos urgentes y no te oí. ¿Qué pasa?
—Nada, es que no veía a Hari y me preguntaba si estaría contigo. Hubert dijo que quizá estaba en tu habitación.
Desde donde yo estaba, no podía ver a Erich. Me sobresalté al oír mi nombre en sus labios.
—No, no está aquí. ¿Has mirado en la sala del piano o en el invernadero?
—Ah, no he ido al invernadero, podría estar allí. Bueno, sigue con tu trabajo. Siento haberte molestado.
La conversación fue breve. Pronto, Eugene cerró la puerta y se dio la vuelta. Intentando parecer natural, le dije:
—Yo también me voy ya.
Pero Eugene miró de reojo hacia la puerta y negó con la cabeza.
—Erich acaba de irse. Será mejor que esperes un poco antes de salir.
Intenté retroceder para evitar a Eugene, que se acercaba, pero su mano fue más rápida que mis pies. Una mano lenta se posó en mi pelo, despeinado por haber estado apoyado contra su pecho hasta hace un momento.
—Solo…
Pero quizá por lo ocurrido antes, no podía evitar sentir que su caricia era diferente a la de siempre….
—Me voy ahora mismo.
Finalmente, me zafé de él casi huyendo y salí de la habitación. Justo antes de cerrar la puerta, giré la cabeza y lo miré. Me observaba en silencio con sus ojos oscuros. Esa mirada hizo que me ardieran las orejas, así que cerré la puerta apresuradamente. Y corrí hasta mi habitación como si alguien me persiguiera.
♦ ♦ ♦
¡Bang!
Un disparo agudo resonó en mis oídos. Percibiendo el olor a pólvora que se extendía lentamente, moví la mirada.
Un momento después, el sirviente que había soltado al animal apareció de detrás de un árbol. Al ver que levantaba los brazos y dibujaba una X, Dice gimió.
—¿Parece que hoy no está muy concentrado?
—Mmm, parece que hoy no es mi día.
Mi cautelosa pregunta obtuvo una respuesta afirmativa. Normalmente, Dice tenía una puntería bastante buena, aunque no infalible. Pero hoy no había acertado ni una sola vez.
De repente, Dice me ofreció el rifle que sostenía.
—¿Quieres probar?
—Lo siento mucho. Solo imaginar que estos pequeños animales sufren me produce una pena insoportable. Como sabe, tengo un corazón muy sensible.
En lugar de aceptar el rifle, negué con la cabeza y puse una expresión compungida. Por supuesto, Dice captaría fácilmente mi actuación exagerada. Efectivamente, bajó el brazo con una expresión ligeramente incómoda ante mis palabras descaradas.
—Vaya, cuanto más la conozco, más diferente me parece de la primera impresión.
—Es que tengo un encanto que se descubre poco a poco, ya sabe.
Dice guardó silencio ante mi respuesta coqueta.
—Mmm, será cosa mía, pero parece que la señorita se parece cada vez más al joven Kabel… Ah, no. Retiro lo dicho.
Al oír lo que siguió, mi sonrisa empezó a desvanecerse, y Dice, sobresaltado, se retractó rápidamente. Parecía pensar que incluso para él, decir que me parecía a Kabel era pasarse.
La opinión que tienen del segundo de la casa es terrible. Yo, que sin querer puse cara gélida ante las palabras de Dice, y él, que ahora expresaba su arrepentimiento con todo su cuerpo….
—¿Por qué no descansamos ya?
Dije, mirando las manos heladas de Dice. Él asintió.
—Vamos hacia allá.
Dice entregó el largo rifle de caza al sirviente que esperaba detrás, y entonces un arquero se acercó y le dio unos guantes de cuero. Dice se los puso y empezó a caminar.
—Al menos hoy hace un tiempo agradable.
—Sí, este invierno está siendo bastante cálido en comparación con otros años.
Acompañé a Dice hasta la zona de descanso habilitada en un lado del coto de caza. Cuando nos sentamos frente a frente en la mesa, Dice, con una taza humeante delante, empezó a hablar.
—Qué curioso. El ambiente de la señorita parece haber cambiado un poco.
Entrecerró los ojos e inclinó la cabeza, como si estuviera evaluando algo. Le sonreí levemente. Podía imaginar por qué Dice me decía eso ahora. Tomé un sorbo de té para aclararme la garganta y dije:
—He decidido dejar de intentar ser Arina.
Sus ojos se abrieron de sorpresa ante mis palabras inesperadas. Por un momento, pareció preguntarse quién era la ‘Arina’ que acababa de mencionar. Pero pronto, como si se diera cuenta de algo, abrió la boca ligeramente.
—Pensándolo bien, creo que hasta ahora había intentado inconscientemente actuar como ella.
Entonces Dice, como si no entendiera, dijo:
—Pero usted nunca la conoció en persona. Y, siento decirlo, pero dudo que sus hermanos la recuerden bien.
—Sí, supongo que fui una tonta.
En realidad, nadie me había obligado nunca a hacerlo. Ni siquiera los difuntos Ernst, que supuestamente me habían traído porque veían en mí a Arina, me dijeron nunca, ni siquiera de pasada, que actuara como ella. Pero a medida que crecía y conocía a más gente, creo que la difunta Arina fue reviviendo lentamente dentro de mí.
—En algún momento, antes de hacer o decir algo, empecé a pensar, sin darme cuenta: si ella tuviera mi edad, ¿cómo actuaría?
Intenté imitar a otras damas y señoritas y me esforcé por ser como ellas, pero en realidad, no era a ellas a quienes más quería parecerme.
—Mientras tanto, la chica que vi en el retrato también crecía conmigo dentro de mí.
A veces incluso pensaba que ojalá hubiera nacido como la verdadera Arina Ernst.
—Así que, en cierto sentido, he estado imitando a una Arina imaginaria todo este tiempo.
Sonreí levemente mientras jugueteaba con la taza de té aún caliente. Por supuesto, esa era una historia antigua; ahora ya no pensaba así.
—Pero soy Hari Ernst. Eso no cambia.
Y ahora, me gustaba ser “Hari Ernst”.
—Creo que ahora puedo aceptar ese hecho.
Si fuera la yo de antes, no habría podido pensar así. La Hari Ernst de 27 años tampoco. Pero sentía que alguna parte importante de lo que me constituía entonces y ahora había cambiado significativamente.
—Es usted una persona valiente, señorita.
Dijo de repente Dice, que había estado escuchando mi historia en silencio.
—Usted es una de las personas que me dio valor para serlo, Alteza.
—¿Yo?
—Sí. Usted me dijo que, independientemente de cómo fuera yo antes, ahora soy una Ernst.
—Solo por decir eso… No es mérito mío. Simplemente, usted es una persona capaz de cambiar por sí misma.
Sin embargo, por alguna razón, el rostro de Dice parecía ligeramente amargo. Claro que fue una imagen fugaz que pasó en un instante, así que no estaba segura de haberla visto bien. Sobre todo porque Dice enseguida sonrió con su habitual picardía y lanzó una broma.
—Creo que es usted una persona más maravillosa de lo que pensaba. ¿Nos casamos de verdad?
—Esa broma no tiene gracia.
—Sí, la verdad es que lo de que sus hermanos fueran mis cuñados… como que no.
Así, entre broma y broma, charlamos un rato más antes de levantarnos.
♦ ♦ ♦
La primavera llegó pronto.
La hamaca que había dejado fuera, por alguna razón, acabó siendo de Kabel.
—¡Vaya, esto es bastante cómodo! ¡Me la quedo, me la quedo!
Era cómoda, sí, pero cuando me subía, todo el mundo me miraba con demasiada preocupación y, sobre todo, en invierno hacía frío, así que hacía tiempo que no me acercaba a ella. Por eso, se la cedí a Kabel, fingiendo generosidad mientras él saltaba de alegría. Por supuesto, él, ajeno a mis verdaderas intenciones, sonreía feliz. El segundo de la casa, como si no sintiera el frío, usó la hamaca hasta la saciedad durante todo el invierno. Kabel, durmiendo la siesta envuelto en la tela de la hamaca, parecía una oruga en su capullo.
—¡Groooar!
Claro que sus ronquidos eran dignos de un oso hibernando.
Con la llegada de la primavera, Erich terminó sus cortas vacaciones y regresó a la academia.
Vaya dolor de cabeza me dio durante el invierno cuando de repente dijo que quería dejar los estudios. Que si ya no tenía nada que aprender en la academia, que si una cosa o la otra. ¿Pero qué decía? ¡Sonaba igual que Kabel! ¡Cómo no ibas a tener nada que aprender en la academia! ¡Ni que fueras un genio sin igual! Ya le quedaba poco para graduarse, ¿no le daba pena todo el tiempo invertido? Vaya, ¿sería eso…? ¡La famosa fase de rebeldía que les da a los adolescentes!
A juzgar por cómo nos miraban los demás a Erich y a mí, parecía que sí. Como yo también había hecho de las mías durante el invierno, tuve que sudar frío en secreto ante las miradas que nos trataban como a un par de elementos sospechosos. Afortunadamente, las palabras que dijo durante las vacaciones no debían ser del todo sinceras, porque en primavera Erich volvió a la academia.
—¡Penny!
Y así, en otro día tranquilo que llegó de nuevo.
Estaba recorriendo la mansión buscando a Penny. Daba por hecho que estaría en algún lugar de la casa, pero no aparecía por ninguna parte. ¿Habría salido al jardín a jugar? Justo iba a sacarla de paseo.
Le pregunté a un sirviente que pasaba por el pasillo y me dijo que creía haberla visto arriba, así que subí las escaleras.
—¡Penny!
—¡Guau!
¡Ah! De repente, oí ladridos al final del pasillo. Parecía venir de la zona de la habitación de Erich. Me dirigí hacia donde había oído a Penny. Y en es habitación, que tenía la puerta abierta, encontré a la cachorrita de pelo dorado.
—¡Penny, aquí estabas!
¡Te encontré!
—¡Guau, guau!
Un momento. La puerta de Erich seguro que estaba cerrada, ¿cómo ha entrado? ¿Será que Penny abrió la puerta ella sola? Miré la altura del pomo; si Penny se ponía de pie, parecía posible que pudiera alcanzarlo con las patas delanteras.
—Ay, mi Penny, qué lista eres.
Además, Penny siempre había sido una perrita muy inteligente, así que no me extrañaría.
—¿Has venido aquí porque echabas de menos a Erich?
—¡Guau!
Claro, claro. Durante las vacaciones estaba todo el día pegada a él, y ahora que se había ido otra vez, era normal que se sintiera sola. Acaricié el pelo de Penny, que estaba mordisqueando las zapatillas de Erich, y de repente vi algo sobre la mesa. Eran las gafas oscuras que le había dado.
Vaya hombre. Parecía que le gustaban mucho las gafas, pero las ha dejado aquí. ¿Será que le da vergüenza llevarlas a la academia?
Me levanté y me acerqué a la mesa. Tomé las gafas de cristales negros y me las probé, hacía tiempo que no lo hacía. Me miré en el espejo que había enfrente y quedé bastante satisfecha con mi aspecto.
Mmm, pronto tengo que ir a ver a las señoritas, ¿debería llevarlas? Así parezco más intimidante, ¿no? Si voy así, seguro que nadie se atreve a molestarme. Estuve un buen rato absorta, examinando mi reflejo desde varios ángulos y murmurando con aire de suficiencia:
—Así que sí que tengo carisma.
—¿Esa es la nueva moda?
—¡Ay, qué susto!
La voz que surgió de repente a mi lado me hizo dar un grito. Me giré bruscamente, sobresaltada, y vi a Eugene apoyado en el marco de la puerta. Tenía los brazos cruzados y estaba ligeramente recostado contra la pared, así que no parecía que acabara de llegar. A saber cuánto tiempo llevaba allí parado.
—Creo que todavía no he visto a nadie por ahí con unas gafas así. Aunque la verdad es que son llamativas.
¡Qué vergüenza! Me sentí tan ridícula por haber sido atrapada en pleno “espectáculo” que le levanté la voz sin querer:
—Oye, si habías llegado, ¡¿por qué te quedas ahí mirando sin decir nada?!
—Iba a hacerlo, pero parecías estar divirtiéndote.
La mirada de Eugene era bastante peculiar. E-esto era… ¿similar a la reacción de Kabel con lo del “hígado y la vesícula biliar”? ¿Era esta la segunda parte de “Gustos inesperados de mi hermana pequeña que desconocía”? Ay, no, ¡yo no soy así!
—¡Pruébatelas tú también, hermano!
¡Maldición, no podía ser la única humillada! Me acerqué a Eugene con decisión y le puse las gafas. Me decepcioné al instante.
Eh… ¿Por qué no resulta humillante? Esperaba una imagen algo ridícula, pero no tenía nada de gracioso. Con las gafas puestas, que añadían un toque extra a su carisma, Eugene inclinó la cabeza y me miró.
Ah, paso. Me fastidió y le quité las gafas otra vez.
—Todavía no es moda, pero pronto lo será.
¡Porque yo…! ¡Haré que lo sea! … O no. Solo es una idea sin fundamento.
—Bueno, si a ti te gusta, eso es lo que importa.
Eugene, como siempre, habló como diciendo “haz lo que quieras”. Quizá intentaba consolarme porque pensaba que me había enfadado.
—Voy a sacar a Penny de paseo, ¿quieres venir?
—Tengo que salir ahora.
—Entonces espera un momento.
Antes de despedir a Eugene, me giré para dejar las gafas donde estaban.
¿Eh?
De repente, un libro sobre la mesa llamó mi atención. Antes estaba tan pendiente de las gafas que no me había fijado. La portada era muy femenina y llamativa. Un momento, ¿Erich lee este tipo de libros?
Lo tomé sin pensar y me sobresalté al instante.
「La vertiginosa y peligrosa educación del joven amo」
¡¿P-pero qué?! ¡¿Qué título es este para un libro tan sugerente?! ¿La vertiginosa y peligrosa educación del Joven Amo? Mirando de cerca, vi que en la portada aparecía una pareja. El dibujo no era muy detallado, solo se veían las siluetas, pero la mujer parecía llevar un uniforme de doncella. Claro, ¿por eso el título mencionaba a un joven amo?
P-pero, ¿sería solo impresión mía? Por alguna razón, el uniforme de doncella que llevaba la mujer parecía bastante atrevido. ¿Por qué la falda se cortaba a medio muslo? ¡Qué indecoroso! Además, la ropa parecía quedarle pequeña, ya que las curvas de la mujer del dibujo se veían exageradas de forma poco natural. ¡Vaya uniforme de doncella tan poco práctico! ¡Y ese fondo con rosas sensuales! Como si eso no fuera suficiente sospechoso, la portada incluso tenía un subtítulo:
「¡Enséñamelo todo, del uno al diez, con tus manos ardientes y dulces!」
—¿Qué es eso?
En el momento en que Eugene preguntó, me sobresalté y, por reflejo, escondí el libro detrás de mí.
¡A-ah! ¡Lo he escondido sin querer! Pero no podía dejar que Eugene lo viera. Y es que esto era… ¡eso! ¡Esos libros subidos de tono que los chicos y chicas llenos de vigor leen a escondidas de los adultos! No, ¡no solo los jóvenes, sino también los adultos que compran y leen en secreto esos libros llenos de escenas sugerentes para evitar las miradas ajenas!
¡Agg, Erich! ¡Este tercer hermano problemático! ¡Ya decía yo que no hay chico de esta edad que no esconda un libro de esos bajo la cama! ¡Pero aun así! ¡¿Cómo se le ocurre dejar un libro tan descarado encima de la mesa?! ¡¿Es audacia o descaro?!
—Eh… Parece que es un libro que se dejó Erich. Ja, ja, habrá que enviárselo a la academia.
Me reí nerviosamente, mientras sentía una gota de sudor frío. Por supuesto, quizá a Erich le daría igual que Eugene lo viera o no, pero yo me sentía terriblemente incómoda y avergonzada en esta situación. Sobre todo porque, si hubiera reaccionado con naturalidad al verlo por primera vez, quizá no habría pasado nada, pero al sobresaltarme y esconder el libro detrás de mí ante la pregunta de Eugene, todo era más embarazoso.
Pero al instante siguiente, Eugene se acercó a mí y extendió la mano.
—Entonces dámelo. De todos modos, pensaba pasarme por la academia pronto.
¡¿Qué?! ¡No! ¡Imaginar a Eugene yendo a la academia para entregarle personalmente un libro erótico a su hermano! La imagen mental era tan terrible que me horroricé.
—¡¿P-por qué ibas a hacerlo tú?!
—¿Por qué te pones tan nerviosa?
Como era de esperar, Eugene había notado algo sospechoso en mí. Sus cejas se arquearon asimétricamente.
—A ver, dámelo.
Entrecerró los ojos y extendió la mano hacia el libro escondido detrás de mi espalda. ¡Ah, pero no podía dejar que me lo quitara! Escondí la mano con el libro aún más detrás de mí.
—¿Qué es lo que tienes ahí?
—S- solo es un libro.
Eugene no me creyó. Volvió a estirar el brazo hacia mi espalda. ¡Pero yo fui más rápida! Al no poder alcanzar el libro erótico que tenía en la mano, los ojos de Eugene se entrecerraron ligeramente.
Ah, de repente recordé algo de cuando éramos pequeños. Aquella vez habíamos forcejeado por un caramelo que me había dado la señora Ernst. Estar así con Eugene ahora me hizo sentir extrañamente como si hubiera vuelto a la infancia.
—Que no es nada, ¿por qué tienes tanta curiosidad?
—Porque intentas esconderlo, por eso me da más curiosidad.
Por supuesto, ni entonces ni ahora tenía intención de dejar que Eugene me quitara lo que tenía en la mano. Je, ¡mira qué ágil sigo siendo, igual que hace diez años! Todo gracias a un cuidado personal constante…
¿Eh? De repente, noté la pared contra mi espalda. Debí de retroceder sin darme cuenta mientras esquivaba las manos de Eugene. ¿Eso significaba que ya no tenía escapatoria?
—Ah.
Para colmo, Eugene me agarró la mano. Quedé atrapada entre él y la pared.
¿Vas a quitarme lo que tengo? ¿Lo harás? Lo miré con una extraña expectación que haría reír a cualquiera. ¿Quizá me quitaría el libro de la mano como cuando éramos niños y luego sonreiría con aire triunfante? Y tal vez después se sentiría un poco avergonzado por haber actuado de forma tan poco madura. Ah, creo que me gustaría volver a ver a ese Eugene.
Pero no lo hizo.
Eugene no hizo ni dijo nada, simplemente se quedó quieto, mirándome desde arriba. Ante su profunda mirada cayendo sobre mí, yo también me quedé sin palabras. Al tener sus ojos tan cerca, sentí como si pudiera leerme el pensamiento. De repente, recordé el abrazo de hacía poco y sentí que me ardía la cara.
Finalmente, no pude sostener la mirada por mucho tiempo y la desvié.
—Solo… es un libro normal. Como estás ocupado, ya me encargo yo.
Retorcí la muñeca atrapada para liberarla, y el calor que la cubría se desvaneció fácilmente.
—Decías que tenías que salir ahora. Que te vaya bien.
Lo despedí con una sonrisa. Eugene seguía parado en el mismo sitio. Originalmente pensaba acompañarlo hasta la puerta, pero me pareció mejor despedirme ahora. El continuo silencio de Eugene me hizo preguntarme, con el corazón latiendo con ansiedad, si habría descubierto algo.
—De acuerdo…, me voy. Ocúpate tú de ese libro.
Afortunadamente, esta vez él también se retiró sin decir nada más. Lo observé mientras se alejaba y, solo cuando su espalda desapareció por completo de mi vista, solté un profundo suspiro y relajé el cuerpo. Mi mirada se clavó en el libro que había estado agarrando con tanta fuerza que me hormigueaba la mano.
¡Tercer hermano problemático, deberías agradecérmelo! ¡Tienes que saber el esfuerzo que he hecho para proteger tu honor!
「La vertiginosa y peligrosa educación del joven amo」
Ugh, por más que lo miro, el título es… Bueno, ¿qué hago con esto? ¿Lo dejo donde estaba? ¿O debería esconderlo en lugar de Erich, bajo la cama o en un cajón? Estuve un momento pensando qué hacer, y entonces recordé a alguien cuya existencia había olvidado y levanté la cabeza de repente.
—¡Penny!
Penny ya no estaba; se había ido de la habitación en algún momento. Con el libro de Erich en la mano, salí de nuevo a buscarla.
♦ ♦ ♦
—Increíble…
Esa noche, descubrí un mundo nuevo. Tenía en mis manos el libro que había tomado de la habitación de Erich durante el día. Sí, ¡lo había mirado por pura curiosidad!
Y al cerrar el libro después de leer la última página, murmuré aturdida sin darme cuenta:
Ay, qué calor. ¿Por qué me arden tanto las mejillas?
Así que eso era. Me preguntaba qué le habría enseñado el joven amo a esa doncella del uno al diez… Ejem, ejem.
La verdad es que no desconocía la existencia de este tipo de libros. Tanto en mi vida pasada como en esta, había oído hablar de ellos a través de las señoritas, así que sabía que existían. Pero era la primera vez que leía uno directamente.
Vaya, ¿así que las señoritas y damas que normalmente parecían tan recatadas y modestas también leían estos libros en secreto?
Estaba profundamente impresionada por este nuevo mundo que acababa de descubrir. Solo lo había abierto por curiosidad, y escondía una historia tan sorprendente.
De repente, el libro en mi mano me pareció un poco diferente. Dudé un momento y luego lo escondí disimuladamente detrás de un cojín, pensando en volver a leerlo mañana. Ejem, de todos modos, Erich no volverá a casa hasta el fin de semana como pronto, así que bastará con devolverlo a su sitio para entonces.
Ay, qué calor hace. Me abaniqué ostentosamente con la mano y, poco después, saqué sigilosamente el libro de detrás del cojín y volví a sumergirme en secreto en la lectura.
