Traducido por Sweet Fox
Editado por Herijo
Punto de vista de Erich
Erich se sentía tratado injustamente.
Juraba que aquel libro no era suyo; ni siquiera había llegado a sus manos porque él lo quisiera. La prueba era que, desde el primer día de vacaciones al volver a casa, ya se había olvidado por completo su existencia.
Así sucedieron las cosas:
—Oye, mi hermana me dio algo interesante, ¿quieres verlo?
Todo empezó un día en que un estudiante de su misma facultad sacó un libro extraño de su mochila. Como los dos que hablaban estaban sentados justo en diagonal a él, Erich pudo ver el libro sin dificultad.
「El dulce contrato de amor de la recatada señorita Debary」
Erich echó un vistazo al título y resopló.
—¿Qué es esto? Es de los que leen las señoritas, ¿no?
—¡Qué tonto! ¿Desde cuándo estas cosas tienen género? Además, lo dices porque no sabes. ¿Por qué crees que a las chicas les gustan estos libros?
El estudiante al que le recomendaban el libro replicó, desconcertado. Pero la respuesta que recibió fue rotunda.
—Estos libros se venden mucho porque tienen partes que enganchan a las mujeres, ¿no crees? Así que, si lees esto, puedes saber qué les gusta a ellas.
Su voz sonó sigilosa, como si estuviera compartiendo un secreto íntimo. Pero fue lo suficientemente alta como para que Erich, sentado detrás, la oyera.
—Dicen que si sigues lo que pone aquí, nueve de cada diez caen. Mi hermano mayor lo usó de referencia para una cita después de pelearse con su prometida, y dice que el ambiente fue genial.
El estudiante que escuchó eso pareció tentado. Desde que pasaron de secundaria a preparatoria, cada vez más estudiantes se interesaban por estos temas. Era un fenómeno natural, si se quiere ver así, pero a Erich le hacían gracia esos tipos que estaban tan desesperados por conquistar a las mujeres. Y más aún con métodos tan absurdos. ¿No eran tontos?
Sin embargo, como si interpretara mal la risa ahogada de Erich, el estudiante del asiento delantero se volteó de repente hacia él.
—Eh, ¿tú también estás interesado? Tengo otro, ¿quieres verlo?
—Apártalo. No lo miraba por interés, sino porque me hacía gracia.
Erich lo rechazó de inmediato. El estudiante, que conocía el carácter de Erich, no insistió, se encogió de hombros y volvió a voltearse.
—A mí dame uno.
Erich chasqueó la lengua al ver cómo cuchicheaban en secreto delante de él.
Sin embargo, contra todo pronóstico, aquel libro de romance nada gracioso se extendió rápidamente como una moda entre los estudiantes varones. Todo empezó cuando corrió el rumor de que un estudiante se había confesado a alguien siguiendo las instrucciones del libro y, sorprendentemente, había tenido éxito.
「La confesión secreta de cierta dama」, 「El amor oculto de la mejor espada del Imperio」, 「¿Por qué la recatada señorita Debary solo dio carne a aquel caballero errante?」
Todo tipo de libros con títulos candentes circulaban por el aula. Erich soltó una risa incrédula al ver que algo así era tratado casi como un manual de citas entre los varones.
—Erich, vamos, ¿por qué no lees uno? ¡El efecto es sorprendentemente bueno!
El estudiante que había empezado a tratarlo con familiaridad desde que Erich rechazó el libro la última vez, volvió a acercársele.
¿Se llamaba Jay Kimbleson o algo así?
—Ya te he dicho que no lo necesito.
—¡Vamos! Cambiarás de opinión después de leerlo.
A pesar de la respuesta irritada de Erich, el joven no frunció el ceño ni una vez y siguió molestándolo sin descanso.
Y en el ansiado día que marcaba el inicio de las vacaciones, al volver a Ernst, Erich descubrió un libro desconocido en su mochila.
「La vertiginosa y peligrosa educación del joven amo」
—¿Eh?
El rostro de Erich se contrajo. Solo con ver el título, era obvio quién era el culpable. ¿Cuándo demonios ha metido este libro en mi mochila?
—¡Guau, guau!
En ese momento, Penny entró corriendo por la puerta abierta.
—Penny.
—¡Guau, guau!
—¿Qué pasa, quieres salir a pasear? ¿Vamos ahora mismo?
Erich abrazó a la cachorrita de pelo dorado, la acunó y le habló con una voz que desbordaba cariño. Si los estudiantes de la academia u otras personas que conocían al Erich habitual lo hubieran visto, se habrían quedado boquiabiertos de incredulidad.
—¡Erich!
Entonces, oyó la voz de Hari desde la puerta. Erich se sobresaltó y rápidamente lanzó el libro que tenía sobre las rodillas debajo de la cama.
—Penny, ¿está ahí?
—Sí, ¿por qué?
—Nada, hoy sácala tú a pasear. Parece que quiere ir contigo.
Afortunadamente, Hari no pareció notar su comportamiento sospechoso.
—¿Por qué? Ven tú también.
—¿Eh? ¿Quieres que vaya de paseo contigo?
—¡Qué! ¡No es eso! ¡Lo decía porque me mirabas como si quisieras que fuera contigo!
—Vale, vale, si tanto insistes, iré contigo.
—¡Que no es eso!
Erich salió de la habitación con Penny y Hari. Y después de eso, hasta que terminaron las vacaciones y volvió a la academia, se olvidó por completo del libro que había dejado bajo la cama.
Después de que Erich dejara la mansión, comenzó la gran limpieza de su habitación. No supo nada de que la doncella encargada de la limpieza ese día encontró el libro escondido bajo su cama y sus pupilas temblaron violentamente, ni que lo dejó cuidadosamente sobre la mesa, ni que, por casualidad, fue Hari quien lo descubrió.
—¡Erich! ¿Viste lo que te metí en la mochila? ¿Qué tal, te gustó? Eso debió ser bastante intenso, ¿eh?
Solamente, después de empezar las clases, al ver la cara sonriente de Jay Kimbleson, que volvía a acercársele con familiaridad, recordó por fin la existencia del libro olvidado.
Por eso, cuando Hari lo contactó de repente por la piedra de comunicación y mencionó aquel libro, se sobresaltó tanto que casi dio un brinco.
—¡¿Qué?! ¡¿Has leído ese libro?!
Preguntó Erich, horrorizado.
—¡Que quede claro, no es mío!
Y se apresuró a excusarse ante Hari, al otro lado de la piedra de comunicación. Pero no era una excusa, sino la verdad. ¡Juraba que nunca había leído ni una sola letra de un libro tan vulgar!
Sin embargo, la reacción de Hari fue completamente inesperada.
—[Ah, ¿sí? Entonces tráeme algún otro.]
—¿Qué? ¿Otro?
—[No, ejem. Es que el libro estaba bastante bien.]
En ese momento, Erich sintió un impacto como si le hubieran dado un golpe en la nuca. ¿Qué? ¿Que el libro estaba bastante bien? De repente, recordó lo que Jay Kimbleson le había dicho a su amigo. “Estos libros se venden mucho porque tienen partes que enganchan a las mujeres”. Imposible, ¿era esa la respuesta correcta? No, pero ya era sorprendente que a Hari le gustara un libro con un título tan sugerente, y además, ¿qué acababa de decir?
—Tú… ¿Me estás pidiendo que te consiga libros de esos?
—[Yo también podría conseguirlos, pero si lo hago, me reconocerán.] [En tu academia dicen que todo el mundo los lee, ¿no?]
La actitud de Hari al decir esto era tan decidida que Erich, atípicamente, tartamudeó y no pudo negarse.
♦ ♦ ♦
—Oye, dame otros libros.
Al día siguiente, fue a buscar a Jay. Éste, que estaba holgazaneando solo en su habitación del dormitorio, abrió los ojos de par en par al ver a Erich.
—¡Vaya, por fin has abierto los ojos! Sí, ¿qué te doy? ¿Qué tipo te gusta? ¿Sexy? ¿Tierno? ¿Tipo hermana mayor? Acaban de devolverme uno que han leído otros que está muy bueno…
—Ah, dame cualquiera.
Erich se frotó la cara seca, sintiendo una oleada de vergüenza, y replicó irritado. Pero Jay, pensando que simplemente estaba nervioso por la vergüenza, no dijo nada más y sacó diligentemente los libros que tenía escondidos bajo el escritorio. Y lo acompañó hasta la puerta de la habitación, sonriendo.
—¡Pues que lo disfrutes!
¿Cómo he llegado a esto…? Erich sintió de repente una sensación de vacío y se quedó perplejo con los libros en la mano. Se sentía terriblemente agraviado, pero no tenía dónde descargar esa emoción. ¡Si al menos fuera él quien realmente leyera estos libros, no se sentiría tan injustamente tratado!
Y en ese momento, Erich tomó una decisión. Sí, vamos a leerlo. Prefiero leerlo y sentirme menos agraviado. ¡Qué importancia tiene leer un libro como este!
Los pasos de Erich hacia su habitación eran bastante combativos. Esa noche, leyó vorazmente los libros eróticos hasta el amanecer. Y después de Hari, Erich también puso un pie en un nuevo mundo.
Por supuesto, eso era un secreto solo para él.
♦ ♦ ♦
(Punto de vista de Kabel)
En el campo de entrenamiento de la segunda orden de caballería, los novatos sufrían un día más. Originalmente, era tarea del subcomandante dirigir a los recién nombrados. Pero este hombre, como si algo le hubiera sentado mal, llevaba un tiempo tratando a los caballeros bajo su mando como si cazara ratones.
—Ah, estoy muerto.
—Huff, huff, siento que me van a estallar los músculos.
Los caballeros novatos, disfrutando de un merecido descanso, se recostaron por el campo de entrenamiento. Estaban todos agotados por la marcha forzada que había continuado desde la mañana. ¡Pensaban que, tras convertirse en caballeros imperiales, solo les esperaba un camino de éxitos! Lo que les esperaba era el polvo del campo de entrenamiento y el olor a sudor que empeoraba día a día.
—¿Eh? ¿Tan duro es? A mí me parece bastante tranquilo.
Solo una persona miraba desconcertada a los caballeros sumidos en el arrepentimiento. Era Kabel Ernst, conocido como el “Perro Rabioso” en sus tiempos de academia. Incluso parecía no estar cansado a pesar del duro entrenamiento bajo este sol abrasador; era el único con cara fresca. Su aspecto era completamente diferente al de los demás, marchitos como hierba seca.
Al instante, todas las miradas de asombro se clavaron en él. “¡Este monstruo! ¡¿Cómo puede estar tan fresco después de eso?! ¡Definitivamente, no lo llamaban “Perro Rabioso” en la academia por nada!”
A diferencia de los caballeros cuyas piernas temblaban y estaban tumbados, Kabel se mantenía firme sobre sus dos piernas y bebía agua como si nada.
—¡Ah, qué buena está el agua!
Ante su actitud despreocupada, los caballeros simplemente renunciaron a considerarlo como uno de ellos.
—¿Qué le pasa al subcomandante últimamente? Es inhumano cómo nos trata, ¿no?
—Exacto. Hasta hace poco volaba de felicidad porque estaba enamorado, ¿le irá mal el amor últimamente?
—Han acertado, malditos.
—¡Uf!
Estaban hablando del subcomandante cuando se sobresaltaron. Una voz gélida que surgió a sus espaldas les taladró los tímpanos.
—¿Les doy un descanso y lo único que hacen es hablar sin parar?
—¡No, señor subcomandante!
El subcomandante los miró con ojos brillantes, como decidiendo cómo descuartizarlos, y luego chasqueó la lengua como si los perdonara por esta vez.
—Novatos, si tienen alguna hermana bonita, díganmelo de antemano. Los libraré del entrenamiento.
¿Lo dejaron? Sí, lo dejaron. Hasta hace poco, se pavoneaba como si fuera el único enamorado del mundo, dando una envidia que dolía. Los caballeros intercambiaron miradas y cuchichearon entre ellos, hasta que la mirada asesina del subcomandante los hizo callar de golpe y gritaron:
—Soy hijo único.
—Solo tengo tres hermanos mayores.
—¡Ah, Kabel tiene una hermana pequeña muy bonita!
Kabel, que estaba bostezando despreocupadamente, sin prestar atención a lo que decían el subcomandante y los otros novatos, soltó un “¡Argh!” al oír eso. Sonó como el chillido de un cerdo degollado. Volteó la cabeza rápidamente, con los ojos inyectados en sangre. ¿Pero qué dicen estos tipos? ¿Por qué se meten con mi hermana? ¡Es mi hermana, no la de ustedes!
Sin embargo, parecía que temían más al subcomandante que los torturaba ahora mismo que a Kabel, con quien tendrían que ajustar cuentas más tarde. Ante el subcomandante, que mostraba interés con un “Ohh”, los caballeros dijeron al unísono, como un coro de polluelos:
—¿Es bonita?
—¿Es posible que usted no la haya visto nunca, señor? La señorita Ernst viene a veces al palacio imperial.
—Pero ¿es bonita de verdad?
—¡Muy bonita, increíblemente bonita, es un ángel caído del cielo, una diosa!
Todos ellos habían visto a Hari Ernst en la academia durante la época de Kabel, en el palacio imperial o en salones de banquetes. Así que, como peces en el agua, se entusiasmaron y exclamaron al unísono.
Entonces, los hombros de Kabel empezaron a moverse como si bailara. Sintió un orgullo secreto y resopló por la nariz. Je, estos muchachos. Saben que mi hermana es bonita. ¡Aunque eso es algo que cualquiera con ojos podría ver!
—¿Ah, sí? Entonces, excepto Kabel, ustedes darán cincuenta vueltas más al campo de entrenamiento.
—¡Ah, es injusto, señor!
—Cállense. ¿Prefieren cien vueltas?
La tiranía del subcomandante había vuelto a empezar. Al oír “cien vueltas”, los caballeros tuvieron que levantarse con lágrimas de sangre en los ojos. El subcomandante se acercó sigilosamente a Kabel, que se había quedado solo tras recibir la orden.
—¿De verdad es tan bonita tu hermana?
—Sí.
Kabel respondió de inmediato, sin dudar. El subcomandante, que normalmente le habría regañado por su tono insolente, esta vez se mostró indulgente.
—Entonces, ¿qué tal si… me sirves de conexión?
¿Qué? ¿Conexión? ¿Qué conexión? No puede ser, ¿está sugiriendo que él y mi hermana…? En el momento en que lo comprendió, el rostro de Kabel se arrugó como papel.
—¿No ves que a mi edad sigo sin casarme? Si me va bien a mí, te irá bien a ti, ¿no es así?
¿Qué está diciendo este solterón desagradable? ¿Cómo se atreve a insinuar algo con mi hermana? ¿Y si le rompo las piernas en dos? Justo ahora que le costaba controlar sus viejos hábitos de la academia, ¡le daban ganas de causar problemas! Hasta ahora lo había aguantado por ser su superior, aunque a veces dijera tonterías, pero ¿y si simplemente lo hacía? Pero Hari le había dicho que no causara problemas en la orden de caballería y que se llevara bien con todos…
Finalmente, Kabel resistió la tentación de darle un puñetazo y se levantó.
—Voy a correr cincuenta vueltas al campo de entrenamiento, ahora mismo.
—¿Eh? ¡Pero si te había dicho que tú podías evitarlo!
—¡Me niegooooo! ¡Mi hermana vale mil veces máaaaaaas!
—¡¿Este tipo…?!
El grito de Kabel mientras corría resonó con fuerza en todo el campo de entrenamiento. Después de eso, en el campo de la segunda orden de caballería, se desató una carrera sangrienta que recordaba al “atrápame si puedes”. Todos observaban fascinados la peculiar escena protagonizada por el subcomandante y Kabel. Sin embargo, como Kabel, con su resistencia monstruosa, nunca fue atrapado, la carrera tuvo que terminar con la declaración de rendición del subcomandante. Por supuesto, después de eso, Kabel recibió el doble de castigo que los otros caballeros por insubordinación hacia el subcomandante.
Y nadie supo que ese día, Kabel, rechinando los dientes, grabó profundamente en su corazón el dicho “¡Si quieres salir de la miseria, triunfa!” y concibió una verdadera ambición de insubordinación. Esa fue la verdadera razón por la que Kabel Ernst conseguiría más tarde el título de subcomandante más joven.
♦ ♦ ♦
(Punto de vista de Eugene)
—¿Ha terminado bien la conversación?
Rowengreen vio a Eugene salir del edificio y se acercó. Estaban frente a la residencia del nieto imperial, Dice. Rowengreen siguió a Eugene, que caminaba delante, con una mirada curiosa brillando en sus ojos.
—Parece que ha tenido una conversación muy íntima con Su Alteza Imperial.
—¿Tienes curiosidad?
—¿Me lo contará si le digo que sí?
—Podría considerarlo si esa boca tuya se volviera lo suficientemente discreta como para ser útil.
Entonces no tiene intención de contármelo.
Rowengreen desistió, conteniendo las lágrimas. No sabía cuántos problemas había tenido cuando lo descubrieron contándole a Kabel sobre la prometida de Eugene el otro día. Después de eso, Eugene pareció haber revisado drásticamente su nivel de confianza en Rowengreen.
Pero él sentía que era injusto. ¡Sin saber que todo era por su loable deseo de que a su superior le fuera bien! Rowengreen miró a Eugene, que caminaba delante, con cara de reproche. Por supuesto, a Eugene parecía darle igual; simplemente miraba al frente y seguía caminando.
Al llegar al palacio exterior, vio a la gente trabajando con la cabeza baja en sus asientos, como siempre. Rowengreen sintió un nudo en la garganta, como si estuviera viendo su propio futuro. Sin embargo, las palabras que Eugene pronunció después de echarles un vistazo fueron verdaderamente conmovedoras y hermosas, como una armonía celestial.
—Terminen lo que están haciendo y pueden irse a casa.
Entonces, los rostros de aquellos que hasta ahora tenían cara funebre se iluminaron de inmediato. Dejando atrás a la gente feliz, Eugene reanudó la marcha.
Ese día, Eugene también subió al carruaje hacia Ernst antes de lo habitual.
—La señorita Hari ha salido.
Al entrar en la mansión, Hubert le informó de la ausencia de Hari. Al oír que había salido con Ethan y Louise Bastier, Eugene asintió levemente una vez y subió las escaleras.
—Está bien, haz lo que quieras. Si hay algo que desees, puedes tenerlo, sea lo que sea.
A veces, el recuerdo de aquel momento volvía a su mente.
—Puedes ser un poco más ambiciosa. Ahora vive solo para ti.
El pequeño cuerpo que lo abrazaba con todas sus fuerzas, la voz suave que susurraba en su oído, la sombra roja que parpadeaba como una bruma ante sus ojos, el aire de aquel instante.
—Sé feliz con todas tus fuerzas.
Los pasos de Eugene mientras subía las escaleras se detuvieron de repente. En el interior de la mansión, por donde solo transitaban los sirvientes, se acumulaba el denso silencio de la tarde. En medio de él, Eugene fijó la mirada en un punto del pasillo. Pronto, sus pasos, que se habían detenido, se movieron lentamente. Se dirigió hacia una puerta que no se había abierto en mucho tiempo.
Clic.
Eugene agarró el pomo que tenía delante y lo giró. Aunque era una habitación que había perdido a sus dueños, como la limpiaban periódicamente, el pomo giró suavemente, como si estuviera aceitado.
Tan pronto como dio un paso adentro, una atmósfera acogedora lo envolvió.
—Eugene.
La imagen de sus padres sonriendo y dándole la bienvenida apareció por un instante ante sus ojos y luego se desvaneció como el humo. Eugene miró lentamente a su alrededor, como comparando el paisaje de la habitación, impregnado por todas partes de las huellas de sus difuntos padres, con la imagen que conservaba en su memoria.
Entonces, de repente, sus ojos oscuros se fijaron en un marco colgado en una de las paredes. Dentro había un retrato de sus padres cuando eran jóvenes, recién casados. El antiguo duque de Ernst, que sostenía cariñosamente el hombro de su esposa con una mano, se parecía enormemente al Eugene actual.
A veces sentía curiosidad por saber qué pensamientos y qué estilo de vida tendría su padre a su edad. Y qué vida estaría viviendo él ahora si sus padres estuvieran vivos a su lado.
Pero tales suposiciones eran inútiles. Porque no poseía la habilidad de cambiar el pasado. Así que decidió no imaginar qué pensarían sus padres al verlo ahora. Cuando era más joven, hubo momentos en que deseó recibir sus elogios. Pero ya no era un niño pequeño esperando el reconocimiento de alguien.
Aun así… aun así, pensó que los padres que él conocía probablemente le habrían dicho “bien hecho”. Que lo había hecho bien solo hasta hoy, que efectivamente era su hijo. Y que no condenarían los sentimientos que albergaba por la niña que habían acogido como hija.
No importaba si eso era simplemente porque los muertos no hablan, y el superviviente lo interpretaba y racionalizaba a su conveniencia de alguna manera. Porque tenía que vivir así, de alguna forma.
Eugene dio media vuelta y salió de la habitación de sus padres. Esta vez, se dirigió directamente a su habitación, se quitó el pesado abrigo y se aflojó la corbata que le oprimía el cuello. Y miró por la ventana un momento.
Como hoy había vuelto a casa antes de lo previsto, tenía tiempo libre. Entonces, ¿qué hacer? Pensó por un momento y luego se dirigió a la biblioteca. Pensándolo bien, no recordaba haberse sentado tranquilamente a leer desde que se hizo mayor. Cuando era niño, había veces que se encerraba allí todo el día.
Eugene entró en la biblioteca y recorrió con la mirada las estanterías, cuya altura percibía ahora muy diferente a la de su infancia, y tomó un libro al azar. Pronto, su mirada se deslizó hacia el escritorio situado en el centro de la biblioteca. Eugene se acercó a él. Y como hacía en su adolescencia, retiró la silla y se sentó.
El sirviente que había entrado a limpiar por la mañana debió dejar la ventana abierta. Con el viento que entraba de fuera, las páginas del libro que había abierto al azar pasaron solas, caprichosamente.
Era tranquilo, lánguido y pacífico…
Aunque ya debería estar acostumbrado, Eugene todavía sentía a Ernst un poco extraño en momentos así. Pero no le desagradaba esta sensación. Más bien, todo lo contrario.
Relajó el cuerpo y se apoyó sobre el escritorio. Extendió un brazo hacia delante y, medio tumbado, miró hacia la ventana; la deslumbrante luz del sol que caía sobre el escritorio le acarició la cara. Sus párpados bajaron lentamente y luego se levantaron despacio.
Ya había pasado mucho tiempo desde aquellos días en que corría apresuradamente, como si alguien lo persiguiera. Pensándolo ahora, se daba cuenta de que había corrido sin descanso, mirando solo hacia delante. No tuvo tiempo ni para dudar o reflexionar, nunca se detuvo ni miró a su alrededor.
Se oyó el susurro de las hojas de los árboles rozándose fuera. Aparte de ese sonido, todo estaba muy silencioso a su alrededor. Una quietud que se sentía extrañamente mágica, como si hubiera entrado en otro mundo.
¿No era extraño? Aunque los alrededores estaban llenos de silencio igual que hace unos años, la sensación de quietud de entonces y la de ahora se sentían diferentes por alguna razón. Eugene cerró lentamente los ojos en medio de la calma serena.
Toc, toc.
¿Cuánto tiempo más había pasado desde entonces? De repente, oyó que llamaban a la puerta de la biblioteca. Como Eugene no respondió, la persona que estaba fuera abrió la puerta con cuidado y entró.
—Ah… ¿está durmiendo?
Una pequeña voz, casi un murmullo, fue arrastrada por la brisa. Era Hari, que había vuelto de su salida y había venido a buscarlo al oír que estaba en la biblioteca. Al ver a Eugene recostado sobre el escritorio, de espaldas a la puerta, contuvo sus pasos. Aunque parecía una tontería, era la primera vez que veía a Eugene dormir así. Porque él era alguien que rara vez se mostraba tan indefenso.
Hari se acercó en silencio y miró el rostro de Eugene, que tenía los ojos cerrados. Tenía una expresión tranquila, como si la luz del sol no le molestara. Aun así, le pareció que el sol era un poco fuerte y pensó en cerrar las cortinas, pero desistió por miedo a que el ruido despertara a Eugene, que dormía plácidamente.
No obstante, al ponerse Hari frente a él, su sombra le cubrió el rostro. Con cuidado, retiró el libro que Eugene todavía sostenía en la mano. Justo entonces, le pareció que la mano de él se crispaba por un instante. Pero al verlo inmóvil, como si nada hubiera pasado, Hari terminó lo que estaba haciendo. Se sintió satisfecha al ver que la mano de Eugene, que sujetaba el libro incómodamente, parecía ahora relajada.
Entonces, de repente, sintió curiosidad por saber qué libro estaba leyendo y comprobó el título en la portada.
「El ser humano que piensa: La razón de la existencia」
En ese momento, sintió de repente humedad en los ojos. Sí que es Eugene. Los libros que lee son completamente diferentes a los de Erich o los míos. A Kabel ni lo incluyamos en la comparación, él ni siquiera lee… Ah, ¡pero yo también puedo leer libros como este si quiero! ¡Simplemente no lo he hecho hasta ahora porque no me interesaban!
Hari se sentó en el borde del escritorio y abrió el libro que hasta hace un momento estaba en manos de Eugene.
Después de eso, los párpados de Eugene se levantaron lentamente. La imagen de la persona frente a él se reflejó en sus pupilas oscuras.
El vestido color crema, bañado por la luz del sol, adquirió un tono más intenso. Su cuerpo, recibiendo de frente la luz que entraba por la ventana, brillaba blanco. Deslumbraba. Como había sentido alguna vez.
El largo cabello de Hari, que le llegaba hasta la cintura, movido por el viento que circulaba en la habitación, le hizo cosquillas en la cara. Suavemente. Volaba ligero como una mariposa y luego volvía a posarse delicadamente sobre su cintura. La mano de Eugene, que descansaba inmóvil sobre el escritorio, finalmente se levantó lentamente, siguiendo ese movimiento. La imagen plateada que vibraba ante sus ojos parecía al alcance de la mano, pero igualmente lejana.
Ella le había dado permiso para ser ambicioso con cualquier cosa, sin saber siquiera qué era lo que él deseaba. Por supuesto, aquello debió ser una consideración nacida de la ignorancia, de no saber cuál era su anhelo. Eugene también era consciente de ello. Pero como ella le había dicho claramente que podía hacer lo que quisiera… a partir de ahora, él tenía la intención de hacerlo.
La mirada de Eugene se volvió aún más intensa que antes. No importaba si era por compasión, o si ella tomaba su mano a regañadientes. Con tal de que no se fuera y permaneciera a su lado.
Con el viento que irrumpió como una ola, el brillante cabello plateado voló justo delante de sus ojos. La mano de Eugene se movió, persiguiendo la luz resplandeciente que llenaba su campo de visión. Dejó que la luz deslumbrante fluyera ondulante y luego la atrapó, llenando su mano. Pronto, los labios de Eugene se hundieron entre los cabellos que sostenía. Una sed profunda, que a primera vista parecía peligrosa, asomó en sus pupilas.
—Ah, ¿te has despertado?
Aunque en realidad nunca se había dormido, Hari pareció darse cuenta entonces de que había abierto los ojos y volteó la cabeza. Al girarse ligeramente, la luz del sol se filtró por el hueco. Eugene, por reflejo, entrecerró los párpados y abrió la boca.
—¿Cuándo has llegado?
—Justo ahora.
No verbalizar el tiempo de espera era una de sus amables cualidades. Eugene no hizo ademán de saberlo y parpadeó lentamente.
La mirada de Hari cayó sobre el rostro lánguido de Eugene. Al verlo tan indefenso, sintió como si hubiera vuelto al Eugene de su adolescencia y, por alguna razón, le dieron ganas de acariciarle la cabeza. Así que, sin darse cuenta, extendió la mano y se detuvo. Pero retirar la mano de repente también parecería poco natural, y como Eugene tampoco parecía rechazarla, volvió a mover la mano lentamente.
El suave cabello castaño se deslizó entre sus dedos. Eugene la dejó seguir, manteniendo la mirada fija en su rostro.
—Hoy he salido con Louise, ¿te lo ha dicho Hubert?
—Sí.
Ambos hablaban en susurros, como si no quisieran romper la quietud del momento.
—¿Te has divertido?
—Sí. Ah, por cierto, ya han florecido los cerezos en la calle, ¡qué bonitos estaban! ¿Vamos todos juntos a ver las flores la próxima vez?
—Sí. Hagámoslo.
Una voz suave flotó sobre la luz del sol que inundaba el ambiente.
—Ah, esto lo he comprado hoy, ¿qué te parece?
Preguntó Hari, como si acabara de acordarse, llevándose una mano a la cabeza. Allí llevaba un prendedor con forma de flor, adornado con perlas blancas.
—No es el tipo de adorno para el pelo que suelo llevar, pero como es primavera, me llamó la atención. ¿Qué te parece, me queda bien?
Sinceramente, si pregunto así, nueve de cada diez dirán que me queda bien, aunque no sea verdad, pensó Hari y sonrió juguetonamente.
—Te queda bien.
Como era de esperar, Eugene respondió lo que ella pensaba. Pero la suave voz que siguió la hizo detenerse.
—Nunca ha habido un momento en que no estuvieras hermosa, hicieras lo que hicieras.
Ante la mirada directa que venía de frente, ni siquiera pudo pensar en desentrañar el significado de esas palabras. Sus labios se movieron ligeramente, pero ningún sonido salió de ellos. Allí, donde brillaban la luz, el viento y el silencio, los dos simplemente se miraron a los ojos.
—¡¿Hari, estás aquí?! Tengo algo que decirte…
En ese momento, alguien abrió la puerta de la biblioteca de golpe e irrumpió dentro. La persona que entró estrepitosamente no era otra que Kabel.
—¿Eh? Hermano, ¿tú también estabas aquí?
Todavía llevaba el uniforme, como si hubiera venido a buscar a Hari directamente al volver del palacio imperial.
—¿Qué pasa para que busques a Hari con tanta urgencia?
Preguntó Eugene, incorporándose del escritorio donde estaba apoyado. El extraño ambiente que había flotado a su alrededor hasta hace un momento se había desvanecido, dejando un rastro sutil. Pero tanto Eugene como Hari trataron a Kabel con naturalidad, como si nada hubiera pasado.
—¡Nada, solo que ni se te ocurra venir a nuestra orden aunque tengas que venir al palacio imperial!
Al oír eso, Hari se extrañó. Justo el día anterior le había insistido para que fuera a visitarlo, ¿a qué venía este cambio repentino?
—¿Por qué? El otro día me dijiste que fuera a verte.
—¡No puedes, no puedes! ¡Hay un tipo increíblemente descarado en nuestra orden! ¡Te dañarás los ojos si ves algo sucio, no puedes!
No entendía de qué hablaba, pero como Kabel emanaba un aura feroz, como si le rechinaran los dientes, asintió diciendo que lo entendía por ahora.
—¡Espera un poco! ¡Enseguida limpiaré toda esa porquería y crearé un ambiente agradable y limpio!
—V-vale…
No tenía ni idea de por qué se había vuelto loco otra vez y gritaba “¡Confía en tu hermano!” como si escupiera sangre. Eugene y Hari miraron a Kabel, que desvariaba, con idéntica expresión de interrogación.
—Entendido, hablemos afuera. Hermano Eugene, nosotros nos vamos primero.
Finalmente, Hari indicó su intención de sacar a Kabel de la biblioteca.
—De acuerdo. Descansen los dos.
Eugene no la retuvo.
Poco después, la luz, que ya se había vuelto rojiza, llenó el lugar donde alguien había estado hasta hace un momento. Los alrededores, antes bulliciosos, volvieron a quedarse en silencio. Sin embargo, el silencio que ahora reinaba no se sentía pesado como antes.
El hecho de que pasara otro día ya no le provocaba ni impaciencia ni ansiedad. Probablemente nadie sabía lo increíblemente importante que era eso para él.
Eugene permaneció sentado en silencio, mirando por la ventana hasta que el sol rojo casi se puso por completo. Hasta que, pasado un poco más de tiempo, su familia vino a llamarlo para cenar.
