¡Cuidado con esos hermanos! – Capítulo 25.5: Los pensamientos de Erich

Traducido por Sweet Fox

Editado por Herijo


Punto de vista de Erich

En algún momento, Erich, de nueve años, empezó a notar vagamente que no era normal. Ocurrió no mucho tiempo después de la muerte de sus padres.

¿Cómo podría no saberlo?

Al llegar la mañana, su cuerpo siempre se sentía tan pesado como el algodón empapado, y a veces le dolían las extremidades como si se hubiera caído de la cama durante la noche.

En esos momentos, al bañarse, incluso descubría moretones en sus rodillas o alguna palma de la mano raspada. Extrañado, si examinaba su cuerpo con más detenimiento, encontraba las plantas de sus pies negras, como si hubiera corrido descalzo por toda la casa. Cada vez que descubría una de esas cosas extrañas, sentía un escalofrío recorrerle todo el cuerpo, erizándosele el vello de la nuca. Sin embargo, la idea de que no era normal le asustaba tanto que no se lo contó a nadie.

Tras la muerte de sus padres, Erich comenzó a llevar una vida extremadamente retraída. Podría haber dependido de su hermano mayor como un sustituto de sus padres, pero Eugene, tras la repentina sucesión, estaba tan ocupado que apenas pasaba tiempo en la mansión.

Así que, un día, decidió quedarse despierto toda la noche.

El primer día fue bastante soportable. Nadie pareció notar que había pasado la noche en vela, ya que siempre tenía un semblante cansado. No, sería más correcto decir que, simplemente, nadie le prestaba atención.

—Erich, tú…

Solo Hari lo visitó mientras desayunaba en su habitación y lo observó con curiosidad. Erich le lanzó una mirada fría a la niña que tenía delante.

—¿Qué?

—Oye, ¿dormiste bien anoche?

En ese instante, la mirada de Erich se agudizó ligeramente, pero se esforzó por no mostrar su agitación y dijo:

—Como siempre. ¿Por qué preguntas?

—Si te encuentras bien, ¿no quieres ir a pasear con Penny? Me parece que pasas demasiado tiempo en tu habitación.

Como la respuesta que siguió fue bastante natural, Erich pensó que simplemente había reaccionado de forma exagerada.

—Penny y yo iremos solos.

—¡Ah, sí! Entonces, después de comer, tienes que salir. ¿De acuerdo?

Al ver su expresión, que pareció alegrarse con sus palabras, Erich desvió la mirada hacia la ventana.

Qué niña tan rara.

¿Qué le importaba a ella si se pasaba el día entero encerrado en su habitación, si dormía bien o mal, o si comía o no?

Después de la muerte de sus padres, casi no quedaba nadie en la mansión que se preocupara por él. Por supuesto, estaban sus hermanos mayores, pero Eugene estaba ocupado y Kabel parecía demasiado abrumado como para poder consolar su propio corazón.

Al menos el mayordomo, Hubert, cuidaba de él por orden de Eugene, pero, al fin y al cabo, seguía siendo un externo.

Erich comenzó a buscar apoyo en la señora Leonard, su tía, que visitaba la mansión a diario. Quizás por el lazo sanguíneo, su rostro tenía un ligero parecido con el de su padre.

Cuando ella lo abrazaba, se sentía como si lo abrazara su madre, y su agitado corazón se calmaba gradualmente. Pero aquello no era más que un consuelo temporal; le resultaba imposible confiar en ella desde lo más profundo de su corazón.

Hari ocupaba una posición bastante ambigua para Erich. Estaba dentro del círculo de los Ernst, pero no era completamente de la familia; y, sin embargo, tampoco se la podía considerar una completa extraña, pues habían convivido durante años y, a su manera, le había tomado cierto afecto.

El día del funeral, ella permaneció de pie ante los ataúdes de sus padres sin derramar una sola lágrima.

La señora Leonard aprovechaba cualquier oportunidad para criticar a Hari por ello delante de Erich. Sin embargo, intuía que ella no lloró, no porque no estuviera triste, como decían los demás. Y ese hecho le producía una gran rabia. En realidad, el único que no pudo controlar sus emociones y rompió a llorar desconsoladamente en aquel lugar fue el propio Erich. Ni su hermano mayor, que había sido como un padre para él desde pequeño, ni Hari, con quien siempre discutía infantilmente por cualquier cosa, derramaron una lágrima hasta que terminó el funeral. Recordaba haberse sentido terriblemente humillado, como si fuera el único niño entre aquellas dos personas tan maduras.

Después de aquello, Hari entraba y salía de su habitación, regañándole con preocupación como si fuera su hermana mayor: «Deja ya de pasar hambre y come algo», «Sal un poco, deja de encerrarte en la habitación», «¿Hasta cuándo vas a seguir así?».

—¡Te dije que te fueras!

Aquello tampoco le gustaba, así que Erich se mostraba aún más arisco con ella.

Le irritaba que, siendo de la misma edad, le hubiera dado un muñeco como si estuviera consolando a un niño pequeño. Así que, en varias ocasiones, tiró el conejo de peluche que ella le había dado, asegurándose de que Hari lo viera. Aun así, cuando oía la puerta cerrarse y levantaba la vista, el muñeco siempre estaba colocado junto a su cama. Desde algún momento, Erich empezó a dormir abrazadolo todas las noches.

♦ ♦ ♦

—¿Quieres dormir una siesta?

Era el segundo día que Erich pasaba en vela. Hari, que entró en su habitación hacia el mediodía, se lo sugirió con semblante serio.

¿Será posible que haya notado que no ha dormido?

—No la necesito. No tengo sueño.

Pero Erich se mantuvo terco.

—Señorita Hari, ha llegado la señora Memma.

Hari pareció querer insistir, pero al oír que había llegado su institutriz, salió de la habitación como si no tuviera más remedio. Sin embargo, hasta el último momento, pareció preocupada por Erich.

Erich, al quedarse solo, frunció el ceño. Al parecer, ella se había dado cuenta de que sufría falta de sueño.

Es demasiado perspicaz para estas cosas.

Y esa noche, Erich llegó a su límite.

Después de todo, pasar tres noches seguidas sin dormir parecía ser demasiado. Pero no quería volver a quedarse dormido sin darse cuenta para luego despertar a la mañana siguiente con esa sensación espeluznante y tener que examinar su cuerpo.

Sin embargo, los párpados se le cerraban constantemente. Sintiendo que se dormiría si se quedaba quieto, Erich finalmente se levantó. Caminó un poco por la habitación y luego abrió la puerta. Pensaba ir a la sala de juegos después de mucho tiempo para pasar el rato allí.

Penny siguiéndolo.

—¿Quieres venir conmigo?

Penny meneó la cola como si dijera «sí». Erich se agachó, la tomó en brazos y salió de la habitación.

Pero después de caminar un poco, empezó a faltarle el aliento. Los brazos con los que sostenía a Penny le temblaban.

¿Se había debilitado tanto o es que Penny había crecido en ese tiempo?

Por alguna razón, sintiendo que lo primero era lo cierto, Erich frunció el ceño.

Recordó a Hari, que últimamente aprovechaba cualquier momento para insistirle en que saliera a pasear.

Finalmente, dobló las rodillas y dejó a Penny en el suelo. Parecía que incluso sentía vértigo por no haber dormido durante tres días. Erich se acuclilló en el pasillo y acarició el lomo de Penny.

En ese momento, sintió una presencia frente a él.

Debido al cansancio, su capacidad cognitiva estaba muy mermada. Por eso, reaccionó muy lentamente al estímulo externo y levantó la cabeza con retraso.

Vio una figura blanca que se acercaba.

Era Hari. Llevaba puesto un pijama y parecía haber salido corriendo de su habitación, sobresaltada por haberse quedado dormida sin querer.

Al ver a Erich, los pasos de Hari se aceleraron.

—Vaya, tonto, ¿por qué te has vuelto a caer?

Prácticamente voló hasta él. Luego, lo ayudó a levantarse y le sacudió las rodillas.

Erich observó aturdido el rostro soñoliento de Hari. No entendía en absoluto qué estaba pasando. Pero, ¿sería cosa suya? Le parecía que el comportamiento de Hari le resultaba extrañamente familiar…

Justo entonces, la mano de Hari, que le sacudía las piernas, se detuvo. Sus ojos parecieron clavarse en los pies de él, calzados con zapatillas de casa. Por alguna razón, ella pareció desconcertada por el hecho de que no estuviera descalzo.

—Eh…

Al instante siguiente, Hari levantó la cabeza. En el momento en que sus miradas se cruzaron en el aire, ella dio un respingo y retrocedió, como si se hubiera asustado. Hacía un momento se le había acercado sin dudar, y ahora lo miraba con ojos llenos de precaución.

—Ah, ¿hola?

Con rostro desconcertado, Hari lo saludó, tartamudeando. Erich la observó y luego abrió la boca.

—¿Qué haces?

A su lado, Penny le movía la cola alegremente a Hari. Ante la voz fría de Erich, Hari respondió con torpeza:

—Yo… bueno, como no podía dormir, ¿salí un rato?

Erich vio en sus ojos un brillo acuoso que no había logrado ocultar del todo.

—Y tú, ¿por qué has salido de tu habitación a estas horas? —le preguntó Hari con una voz bastante natural.

En la cabeza de Erich, las piezas de un rompecabezas comenzaban a encajar lentamente. Pero, al igual que ella, ocultó su agitación y dijo con voz indiferente:

—Yo tampoco podía dormir.

—Ya veo. ¿Quieres que te caliente un poco de leche?

Normalmente, él habría respondido: «¿Acaso soy un niño?» o «No necesito nada, tómatela tú». Pero Erich, ante las palabras de Hari, simplemente la miró a la cara en silencio y…

—Voy a dormir.

Apenas logró decir eso y darse la vuelta.

—Que duermas bien, Erich.

Aquella voz que resonó suavemente a sus espaldas no le resultó extraña.

Al volver a su habitación, Erich se dejó caer, apoyándose en la puerta. Penny se le acercó y lamió la mano con la que se agarraba las rodillas.

No podía entender qué era esa agitación que sentía en su interior. Simplemente, sin saber por qué, las lágrimas luchaban por salir de sus ojos. Se sentía terriblemente miserable y humillado, pero no podía comprender en absoluto el alivio contradictorio que lo invadía al mismo tiempo.

¿Sería el alivio de no tener que seguir asustado y solo? Se sentía aliviado al saber que, en realidad, no había estado solo durante aquellos momentos que tanto había temido; pero, al mismo tiempo, una vergüenza imborrable lo embargaba al pensar que precisamente Hari había sido la persona que lo había visto en su estado más vulnerable.

Finalmente, Erich, incapaz de soportar la complejidad de sus emociones, lloró un poco esa noche. Y después, agotado, se quedó dormido como si se hubiera desmayado. No lograba entenderse a sí mismo, pero, extrañamente, después de aquel día, ya no tuvo miedo de dormir por la noche.

♦ ♦ ♦

—De verdad, no sé a quién habrá salido Eugene para ser tan terco. Solo tendría que hacer tranquilamente lo que le dicen los adultos. Esa cabezonería la ha sacado de mi hermano.

Como de costumbre, la señora Leonard sentó a Erich a su lado y comenzó a maldecir.

—Erich, tú eres un buen niño, así que no seas como tu hermano. Ni de Eugene ni de Kabel tienes nada bueno que aprender. Tú solo tienes que hacer lo que te diga tu tía. ¿Entendido?

Erich, con un rostro inexpresivo que no revelaba si la escuchaba o no, acariciaba a Penny. Probablemente, en circunstancias normales, no habría reaccionado de ninguna manera a lo que dijera la señora Leonard.

—Tía.

Pero ese día era diferente.

Erich desvió la mirada, que tenía perdida en el vacío, y la fijó en su tía.

—Deja ya de hablar mal de mi familia delante de mí.

Ella pareció sorprendida de que Erich, que hasta entonces había sido como una estatua, hablara primero. Y luego, al oír las palabras que salieron de su boca, rio con nerviosismo y dijo:

—Pero bueno, Erich. ¿Qué cosas dices? ¿Cuándo he hablado mal de tu familia…?

—Como bien dijiste, tía, soy medio mudo no medio sordo.

Esas fueron las palabras que la señora Leonard había escupido delante de Hari y de él unos días antes, antes de marcharse de Ernst. Ella, seguramente sin esperar que Erich dijera algo así, lo miraba con los ojos muy abiertos. Y era comprensible que se sorprendiera ante tal situación, ya que hasta entonces él siempre había reaccionado con total indiferencia a cualquier cosa que ella dijera, como si tuviera algún síntoma de autismo.

Erich seguía mirando a su tía con un rostro inexpresivo.

—¿Crees que soy tonto porque me quedo callado escuchando? Si sigues hablándome mal de mis hermanos, ¿crees que me lavarás el cerebro y terminaré pensando como tú?

—E-Erich.

—¿O acaso crees que de verdad no sé qué es lo que buscas al mostrarte tan apegada a mí?

Su voz fue fría y calmada en todo momento.

—No te equivoques. Hagas lo que hagas, nunca conseguirás que te quiera más a ti que a mis hermanos.

La señora Leonard miraba a Erich como si se hubiera quedado sin palabras.

—Y deja de hablarle así a Hari también.

Erich añadió una última frase y se levantó en silencio.

—A mis ojos, tú tienes menos clase que ella.

SweetFox
¿Será por eso que la vie– digo, la señora estalló en ese capítulo?

♦ ♦ ♦

—Ella lloró.

El día en que Hari había agarrado del brazo a Kabel para que comieran juntos en el comedor, Erich fue directamente a buscar a Eugene, que estaba en su despacho, y le dijo eso.

Eugene pareció comprender de inmediato a quién se refería Erich. Con el rostro serio, volvió a preguntarle a su hermano menor:

—¿Lloró?

—Dice que no quiere comer sola.

Aunque, por supuesto, no estaría llorando realmente por esa razón. Y, de hecho, era una exageración decir que había llorado. De los ojos de Hari no había caído ni una lágrima. Pero aquello que asomaba en sus ojos violetas cuando se dio la vuelta después de decir «Los odio» debían de ser lágrimas contenidas.

Después de eso, tanto Erich como Kabel se quedaron tan sorprendidos que no pudieron moverse de su sitio durante un rato. Kabel, completamente desconcertado, fue de un lado a otro y luego se dirigió a la habitación de Hari, paseándose nervioso por delante de la puerta como un perrito ansioso. Probablemente seguiría allí, sin saber qué hacer, devanándose los sesos frente a la puerta.

—Creo que nuestra tía le dijo algo.

Erich vio cómo la mano de Eugene, apoyada sobre el escritorio, se tensaba con fuerza, como si estuviera conteniendo sus emociones.

—Hermano, estás tramando algo, ¿verdad?

Erich, desde pequeño, siempre había sido muy perspicaz, hasta el punto de considerarse a sí mismo un poco astuto. Por eso, intuía vagamente que Eugene estaba preparando algo.

—Lo siento.

Su hermano mayor se disculpó con el rostro endurecido, aunque no tenía porqué hacerlo.

—No era mi intención hacerlos soportar algo así.

Eugene parecía sentir un considerable remordimiento por la situación en la que se encontraban. Aunque no fuera su culpa, ni su responsabilidad.

Pensándolo más tarde, Eugene era realmente joven en aquel entonces. Aún en una edad en la que el cuerpo no había terminado de madurar, en la que se podría revelar algún rasgo infantil ante los demás y, al menos una vez, intentar aparentar ser un adulto. Sin embargo, para Erich, Eugene siempre fue una figura que se sentía infinitamente grande, como si nunca pudiera alcanzarla.

Con el paso de los años, esa sensación, lejos de desaparecer, se hizo cada vez más fuerte. La persona a la que Erich más respetaba y quería. Y precisamente por ser ese hermano…

—Es imposible que pueda ganar…

Erich se tumbó en la cama y se cubrió el rostro.

Penny, que lo había seguido hasta la habitación, ladró a sus pies, pero en ese momento no podía prestar atención a nada más.

La chica que le gustaba estaba en la habitación de su hermano, abrazada a su ropa, con una expresión extrañamente madura.

¿Desde cuándo había empezado todo?

Pero, en realidad, esa pregunta no tenía ningún sentido. Él tampoco sabía con exactitud cuándo había comenzado ese sentimiento.

Un dolor punzante en el pecho trajo consigo una opresión desconocida. ¿No habría dicho algo extraño delante de Hari y de su hermano Kabel hacía un momento? A veces, quizás por su carácter, salían de su boca palabras más crueles de lo que pensaba, sorprendiéndose incluso a sí mismo.

—Te dije que no dijeras cosas tan feas.

Cada vez que eso ocurría, Hari chasqueaba la lengua y le decía:

—Y luego siempre te arrepientes, ¿verdad?

Recordó cómo, antes en el comedor, se había quedado sin palabras cuando Hari le preguntó si había dejado de quererla.

—Tonta.

Cómo iba a poder odiarla. Al contrario, precisamente por eso sentía que se moría.

—Me gustas…

SweetFox
Vaya por Dios

Erich, aún con el rostro cubierto por las manos, escupió unas palabras que nunca antes había pronunciado en voz alta.

—Me gustas.

Probablemente, nunca llegaría a decirle esas palabras a ella en persona. Aunque por orgullo le había dicho que no la apoyaría… en el fondo, deseaba su felicidad. Y también la felicidad de su hermano.

—Ven aquí, Penny.

—¡Guau!

Al extender la mano bajo la cama, la cachorra, que seguía merodeando a su alrededor, trepó por su brazo como si lo hubiera estado esperando.

Erich abrazó a Penny y cerró los párpados. El calor del cuerpo de Penny, que se acurrucaba contra él, pareció reconfortarlo.

Aún no era un adulto, así que necesitaría un poco más de tiempo para estar bien.

Erich, con los ojos cerrados, deseó que ese día llegara pronto.

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