El Conde y el hada – Volumen 9 – Capítulo 1: Las criaturas de la ciudad mágica

Traducido por Den

Editado por Meli


Recientemente se habían estado perpetrando una serie de asesinatos en el puente de Londres, uno de los lugares más famosos de la ciudad.

Sobre el río Támesis, la corriente de agua que atravesaba la ciudad trazando una curva, se erigía el puente. En el tiempo en que fue construido, impedía la entrada de barcos enemigos, y fungía como una muralla defensiva que protegía la ciudad de los ataques con piedras y flechas.

Se decía que hubo un rey que ordenó quemar el puente para bloquear el camino a los piratas daneses que habían tomado la capital. Al final, salió victorioso en la batalla y recuperó la ciudad.

Y mil años después, ese glorioso período quedó grabado en la memoria del pueblo, convirtiéndose en un famoso cuento de hadas.

Pero ahora, colgaban seis cadáveres de la barandilla del puente de Londres.

El conde de las hadas, Edgar Ashenbert, leía con cara seria el periódico matutino en su estudio. Los londinenses estaban conmocionados. Las víctimas eran de edades y clases diferentes.

En un principio el incidente fue reportado como un suicidio, puesto que uno de los testigos creyó ver a alguien ponerse una soga alrededor del cuello y saltar del puente. Sin embargo, las declaraciones de otros testigos afirmaban que junto a la víctima había una figura que se asemejaba a un demonio aterrador.

—Lord Edgar, al parecer las víctimas no son británicas. Aunque el nombre Michael Kent es inglés, resulta que nació en un pequeño clan llamado Ceylon —le informó Paul Foreman, un artista en ascenso y miembro de la organización secreta «Luna Escarlata».

Paul había recibido un reporte del grupo sobre la investigación de los asesinatos y fue a notificar a Edgar.

—Antes de la colonización de Ceylon, había un clan fundador del pequeño país llamado Hadiya. Al parecer él era el líder del pueblo superviviente.

—¿Hadiya?

—Sí. Pero el país ya no existe. El confidente dijo que no había registros del lugar…

—Cuando las colonias se separaron, las tierras se dividieron y los nativos fueron expulsados…, Paul, he escuchado ese nombre antes.

Paul abrió los ojos de par en par, sorprendido. Edgar colocó el periódico doblado en la mesa y miró al joven que servía té negro.

—Hubo un par de hermanos que fueron raptados y vendidos. No sabían dónde estaba su tierra, por lo que se vieron obligados a surcar el amplio mar en barcos extranjeros. Solo recordaban una cosa: que su patria, en su lengua materna, se llamaba «Hadiya».

Basándose en los recuerdos de los hermanos, Edgar había intentado averiguar la ubicación de Hadiya. Pero la única pista que tenía era que se trataba de una colonia británica. Jamás imaginó que volvería a oír ese nombre, sobre todo, en un informe por un trágico suceso.

—Ceylon.

¿El poderoso enemigo había revelado sus verdaderas intenciones? Sin embargo, aún no tenían suficiente información para aprovechar la oportunidad.

—Paul, me gustaría saber más al respecto.

—Sí, pero los guardias parecían estar ocultando información. Por no hablar de que los periódicos y el tribunal británico aún no han comentado el incidente.

—En ese caso, ponte en contacto con esa gente y dales mi nombre. —Garabateó unas palabras en un trozo de papel, y se lo entregó.

—Pero, lord Edgar, ¿este incidente de verdad está relacionado con Príncipe? —preguntó Paul, escéptico.

—Las probabilidades aumentan cada vez más. Los hermanos que acabo de mencionar fueron vendidos a Príncipe.

—¿Cómo…? Así que…

—Hadiya era el hogar de Raven y Ermine.

Raven y Ermine eran leales seguidores de Edgar, aunque cabía la posibilidad de que Ermine lo estuviera traicionando.

Edgar se preguntaba qué significado tenía el asesinato, en Londres de uno de los líderes de un pueblo nativo.

♦ ♦ ♦

En un raro día de sol, la hierba y los árboles aprovecharon para alzarse y florecer, cubriendo los campos de tonos verdes claros.

A las afueras de Londres, en una iglesia situada sobre una pequeña colina resonaba el sonido celestial de las campanas; se acababa de celebrar una boda. Los recién casados y sus invitados sonreían, menos Lydia, que se hallaba en un rincón, con una expresión melancólica.

Aunque estaba deseando ver la solemne ceremonia con vestidos de color blanco impoluto, pensar en el matrimonio la inquietaba.

¿Cómo sabían que querían casarse? ¿No dudaban ni siquiera un poco? Ella analizaba cada pequeño detalle trivial.

Conocía al novio porque era uno de los estudiantes de su padre, y esa era la única razón por la que había asistido a la celebración.

Que le hubiesen propuesto matrimonio la confundía y aunque era la boda de otra persona, solo pensaba en sus problemas.

Mientras observaba a la dichosa novia rodeaba de pétalos de flores, se imaginó a ella misma frente al altar.

Si fuera otro hombre, ¿me alegraría?

Imaginó su silueta entre los pétalos blancos que revoloteaban, inmóvil y con la mirada perdida. Él no la miraba a ella, ni a los invitados. A lo lejos, buscaba a alguien.

Solo era su imaginación y, aun así, se preguntaba si realmente podía hacerla feliz.

—Papá, ¿cómo le pediste matrimonio a mamá? —le preguntó a su padre; sentado a su lado—. ¿No dudó en aceptar tu propuesta?

—Ah, eso… —Avergonzado, se rascó la cabeza. Despeinando su cabello—. Fue hace mucho tiempo.

No tenía sentido de la moda, le interesaban poco las mujeres y estaba muy inmerso en su trabajo como naturalista, así que, Lydia no sabía cómo había podido convencer a su madre para que se casara con él.

Cada que le preguntaba al respecto, él la evadía. Y no podía preguntárselo a su madre porque falleció cuando era muy pequeña.

—Ah, Lydia, la sesión de fotos está a punto de empezar —dijo su padre, cambiando de tema.

—No participaré. Te esperaré en el banco en la sombra de allí.

A pesar de que era agotador tener que posar para las fotos, su padre asintió y se marchó apresurado.

 —Ah, papá, estás despeinado… —comentó, pero lo dejó pasar, después de todo, siempre se movía durante las fotos, así que saldrían borrosas.

Lydia atravesó el camino pavimentado que bordeaba la iglesia hasta llegar al banco. Cuando estaba a punto de sentarse, vio en la lejana pradera un rebaño disperso. Como era un lugar tranquilo, podía oír con claridad a las ruidosas hadas bajo los arbustos y las raíces de los árboles.

Mientras contemplaba el sol y el tranquilo paisaje, relajó su respiración.

En sus rodillas colocó unos dulces envueltos en un bordado, luego cogió uno y lo colocó a escondidas a sus pies.

Si las vigilas, no vendrán, cerró los ojos y para cuando los abrió, los dulces se habían desvanecido como el viento.

Sonrió al escuchar las risas de alegría de las hadas. Siempre que estaba con esas criaturas mágicas, se sentía feliz.

—Pareces muy contenta —dijo una voz masculina que reconoció de inmediato.

Levantó la cabeza y vio al joven rubio vestido con un elegante traje y con uno de sus brazos apoyado en un bastón.

Sonrió y se acercó a ella.

—He venido a verte, mi hada.

Se detuvo frente a Lydia y se quitó el sombrero con gracia. Bajo la luz primaveral, su cabello dorado se meció con suavidad.

Por un momento, se quedó sorprendida ante su belleza, él le dedicó una sonrisa encantadora, como si fuera solo para ella, y la observó con ojos ansiosos.

Era su jefe: Edgar Ashenbert, quien en un capricho la había obligado a comprometerse con él.

—Edgar… ¿Qué haces aquí?

—Creo que la boda está a punto de terminar.

—Ese no es el problema. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

—No importa dónde estés, te conozco lo suficiente como para saberlo.

Menuda labia tiene.

—Escuché que ibas a regresar, así que vine a recogerte.

Lydia suspiró. Sin duda, Nico fue quien se lo dijo. Ese gato hada era poco fiable, y haría lo que fuera por comida deliciosa, así es como Edgar había logrado sobornarlo.

—¿Hay hadas? —preguntó, indiferente a su suspiro—. ¿Hola? Esto… ¿Me das un dulce? —pidió, al ver cómo contemplaba la hierba.

Edgar se sentó a su lado, cogió un trocito de una galleta con forma de rosa y lo colocó encima de una piedra.

—¿Saldrán a cogerla?

—No paran de mirar hacia aquí, pero son muy tímidas, así que debes cerrar los ojos, ¿de acuerdo? Ábrelos después de tres segundos.

Lydia cerró los ojos y comenzó mentalmente la cuenta, entonces sintió un beso en la frente.

—¿Q-Qué estás haciendo? —Abrió los ojos.

—Por fin cerraste los ojos, así que era ahora o nunca.

—T-Tú…

—Mira, han desaparecido las galletas. A las hadas les encanta comer, ¿verdad? —Esbozó una sonrisa inocente ante la cual Lydia ya no pudo enfadarse.

—Sí, se ven muy felices…

No somos amantes, ¿cómo puedes hacer este tipo de cosas? Aunque puedas dejarte llevar por la situación, eres demasiado despreocupado.

No podía entenderlo, pero se sentía feliz. Le gustaba ver cómo trataba de comunicarse con las hadas por su cuenta

Él dijo que la entendía a la perfección, sin embargo, era alguien con muchos secretos. ¿Cómo podría saber cuando hablaba con la verdad o cuándo lo hacía por capricho? Aun así, quería creer en sus palabras.

Dijo que solo pensaría en nosotros, pero ¿será verdad?

—Por cierto, Lydia, ¿has visto a un hombre de pelo largo y negro? ¿Sabes de quién habló? —inquirió con seriedad.

Ese hombre, que solo se interesaba por las mujeres, le preguntaba por otro hombre con evidente hostilidad. El ambiente se tensó. No quería ocultarlo y causar un malentendido, así respondió con honestidad:

—¿Te refieres a Ulya? Llegó a Londres hace un mes a estudiar en la universidad. Es alumno de papá.

Daba la impresión natural de pertenecer a la nobleza, pero su piel era marrón oliva y su largo cabello oscuro caía sobre su espalda. Era un joven muy atractivo.

Era huérfano hasta que una familia británica lo adoptó en la India. Cuando su padre regresó, lo trajo a Inglaterra.

Eso era todo lo que Lydia sabía y le contó a Edgar.

—¿Cuál es su nombre completo?

—Lo escuché una vez, pero lo he olvidado. Todos lo llaman Ulya. ¿Qué pasa?

—Te ha estado observando.

¿Qué?

—¿Desde cuándo has empezado a vigilarme? Qué pasatiempo tan desagradable.

—No me gusta. Llegué hace poco; mientras esperaba en el carruaje, decidí echar un vistazo. Sus ojos te han estado siguiendo desde el principio, cuando todos salieron de la iglesia.

—¿Quizás mi peinado es raro?

—Lydia, te ves encantadora. Es normal que le gustes a un hombre —declaró con solemnidad, avergonzándola. Edgar era el único hombre que le decía eso—. Debe estar mirándote desde alguna parte.

—Imposible.

—¿Quieres comprobarlo?

De repente la atrajo hacia él y le rodeó los hombros con los brazos.

—T-Tú… ¿Qué estás haciendo? —Forcejeó, en pánico, pero no pudo zafarse de su agarre—. Oye, detente.

Se sentía ansiosa y asustada al mismo tiempo. Era evidente que lo estaba rechazando, pero, sinceramente, no le molestaba que la tocara.

No sabía por qué se comportaba de forma tan extraña, por lo que le entraron ganas de llorar.

—Oye, suéltala.

Ulya apareció detrás de Edgar.

—¿Cómo puedes forzar a una mujer de esa manera?

—¿Tienes algún derecho a cuestionarme?

Aunque Lydia quería escapar de él, Edgar seguía agarrándola de la mano mientras le dirigía una mirada desafiante a Ulya.

—¿Derecho?

—Lydia es mi amante.

Ulya la miró dubitativo, ella agachó la cabeza para ocultar sus ojos llorosos.

—¿Es cierto, señorita Carlton?

—E-Eso…

—Parecías estar espiándonos entre los árboles. ¿Por qué?

—Te equivocas… Estaba fumando un cigarrillo. —Desvió la mirada.

Ese ligero movimiento no pasó desapercibido a los ojos de Edgar. Se levantó, agarró a Ulya por el cuello y lo empujó hacia un lado.

—No hueles a cigarrillo. No se te da bien mentir.

—¡Edgar, para! —gritó Lydia, aterrorizada.

Lo soltó, este se tambaleó y cayó al suelo. Luego levantó la cabeza y miró fijamente a Edgar.

—Señor Ulya, lo lamento muchísimo. ¿Está herido?

—Lydia, déjalo. —Edgar le tiró, con suavidad, del brazo para detenerla.

—No me des órdenes.

—No creo que sean amantes. —Ulya sonrió—. La estabas molestando, ¿verdad?

Ay, Dios, esto es malo, pensó Lydia, sintiendo en la piel el hormigueo de la sed asesina de Edgar.

—Ah, papá, ¡por aquí! —llamó a su padre que salía de la sesión de fotos.

Edgar no recurriría a la violencia frente a él. Y así fue; apartó sus puños. Con eso, Lydia logró relajarse un poco.

Ulya, que también había adoptado una actitud hostil, asintió a modo de saludo al profesor y luego se retiró.

—Lord Edgar.

—Hola, profesor —lo saludó con una amable sonrisa—. Pronto irá a Cambridge, ¿cierto? Me enteré de que se celebra una conferencia de investigación.

Lydia sabía que quería dejar una buena impresión. Después de todo, incluso su padre había notado que estaba interesado en ella.

Sin embargo, como su hija insistía en que su relación no era más que la de jefe y doctora de hadas, él le creía. Es más, él siempre había pensado que los nobles nunca estaban de verdad interesados en cortejar a una mujer de clase baja. Si se enterara de que Edgar le había pedido matrimonio, entraría en pánico, por eso a Lydia le preocupaba que Edgar tocara temas delicados.

—Vaya, está bien enterado.

—He oído que esta es la cumbre de la mineralogía, una reunión de alto nivel. Como investigador principal del estudio de la mineralogía, profesor Carlton, por supuesto que será seleccionado.

—Qué amable, conde. —Se rascó la cabeza, sorprendido.

Lydia también estaba al tanto gracias al ayudante de su padre, el señor Langley.

—Escuché que se quedará un mes. Debe estar preocupado por que su hija esté sola en Londres.

—Sí, pero Lydia ya está acostumbrada a no estar a mi lado.

En realidad su padre le había preguntado si quería ir a Cambridge. Estaba preocupado debido a los recientes y misteriosos asesinatos que tenían lugar en la ciudad.

Sin embargo, el enemigo de Edgar, del que él había jurado vengarse, estaba a punto de llegar a Inglaterra. No sabía qué ocurriría después, pero no quería alejarse de su lado.

Además, el enemigo tenía a un maestro de la magia de las hadas, y ella era su única aliada que entendía a las hadas.

—De hecho, profesor, hoy estoy aquí porque quería discutir este asunto con usted. Esperaba que la señorita Lydia pudiera quedarse temporalmente en mi mansión. ¿Qué opina?

¿Qué?, Lydia frunció el ceño.

Su padre estaba boquiabierto. Se acomodó las gafas cuando se deslizaron.

—Han habido varios asesinatos en Londres. Y estoy muy preocupado por la seguridad de la señorita Lydia. Ella misma quería obtener su permiso.

—N-Nunca dije eso.

¿Cuándo he dicho que quiera vivir en tu mansión?

—¿No? No querías alejarte de mí. Además, estabas asustada debido a los incidentes y por que tu padre no estaría en casa.

—No quería quedarme a tu lado. Solo lo dije porque tengo trabajo que hacer. No tenía intención de dejar Londres.

Edgar a veces bromeaba con llevarla a vivir con él, no obstante, ¿cómo podría enfrentarse a su padre con ese tipo de cosas? Él seguro rechazaría la propuesta.

—Creo que es complicado para una hija soltera hablar con su padre sobre vivir un mes fuera de casa. Como jefe, es mi responsabilidad cuidar bien de mis empleados. Profesor, ¿qué opina al respecto?

Tal como esperaba, sacó de contexto mis palabras.

—Tu padre te invitó a unirte a su viaje a Cambridge, pero le rechazaste por mí. Me siento muy agradecido, así que mientras el profesor esté fuera, mi deber es protegerte, ¿correcto?

Lo hizo sonar como si Lydia lo hubiera consultado abiertamente con él.

Debe haber sido Nico, pensó con resentimiento hacia su amigo.

—Profesor, parece que su casa está cerca de la residencia de una de las víctimas. Era una buena chica, más o menos de la misma edad que la señorita Lydia. Salió de noche y a la mañana siguiente la encontraron muerta. Su cuerpo apareció en el puente de Londres. Después de oírlo, no me sentí tranquilo al descubrir que usted estaría ausente y Lydia se quedaría sola en casa.

Edgar no le dio oportunidad a refutar, el profesor se inquietó al recordar los casos de los asesinatos.

—En ese caso, conde, ¿sugiere esto como jefe?

—Sí. Debido a su sentido del deber, Lydia se ha ofrecido a quedarse en Londres. Quédese tranquilo porque protegerla es mi obligación.

—Mi hija aún no está prometida en matrimonio, por lo que si algo saliera mal…

—No pasará nada…

Sabes lo que va a pasar.

Ya la había atacado antes, mientras estaba borracho. Vivir bajo el mismo techo no era algo pudiera tomarse a la ligera.

—Puedo cuidarme sola.

—Lydia, siempre tratas de ser valiente, pero no te obligues a soportarlo sola en el futuro —dijo Edgar con elegancia mientras la miraba con amabilidad—. ¿No dijiste que, pasara lo que pasara, te parecía bien siempre y cuando estuvieras conmigo? Simplemente quería proponerle a tu padre que…

—¿Proponer qué?

—No, ¡nada, papá! En fin, es un poco preocupante que viva sola…

Si Edgar dice palabras como «matrimonio», sin duda afectará a la importante conferencia de investigación de papá.

¡Eres un hombre despreciable!, le increpó en su corazón, pero sus labios no podían emitir palabra alguna, así que prefirió retirarse:

—Si me disculpan, me iré a casa.

—Ah… Está bien.

—Ya que confías en él, no te impediré estar con él como antes. —Puso las manos sobre sus hombros, luego se volvió a Edgar y le dijo—: Conde, por favor, cuide bien de ella.

—Puede estar tranquilo.

Las cosas salieron como él quería. Es por ello que estaba de buen humor y tenía dibujada una enorme sonrisa en la cara.

Tras la cena con los novios, su padre se preparó para partir hacia Cambridge. Le recordó que se peinara y se despidieron con un abrazo. Caminó junto a Edgar, abatida.

Poco después regresaban juntos a Londres.

—¿Qué quieres hacer? —cuestionó Edgar en el carruaje, Lydia se mostraba muy disgustada—. No tuve la oportunidad de preguntarte antes.

—En cualquier caso, no iré a tu mansión.

—No será posible. Tengo el permiso del profesor, por lo que debo llevarte allí.

Frunció el ceño y lo miró con mala cara. No parecía que se estuviera burlando de ella. De hecho, parecía tener la intención de cumplir con sus palabras.

—Esos incidentes pueden estar relacionados con Príncipe.

Príncipe quien le arrebató todo a Edgar, el heredero de un duque.

Por sus venas corría la sangre de la familia real británica y al parecer también estaba involucrado con magia feérica maligna e intentó usar ese poder para suscitar una rebelión en Inglaterra. Por ese motivo quería a Edgar, quien también poseía sangre real.

Sin embargo, desde que escapó de él y obtuvo el título de conde hada del país, eran enemigos mortales. Edgar se había dado cuenta de que, como heredero del misterioso Conde Caballero Azul, cargaba con la responsabilidad de destruir a Príncipe.

—¿Príncipe es la causa de esa serie de asesinatos?

—A primera vista parece no tener relación, pero es difícil saberlo. Debe tratarse de algún tipo de ritual mágico. Es más, una de las víctimas procedía del mismo país que Raven y era de una raza nativa similar a la suya.

Raven, su ayudante, un joven de exótica piel morena. Era un poco especial porque carecía de las emociones de un ser humano, pues, en el interior de su cuerpo albergaba un espíritu, el causante de su sed de sangre y de su apariencia casi inhumana,

Aunque Lydia podía ver a las hadas malvadas, nunca se había enfrentado a una como la de Raven.

Debido a la coexistencia con las hadas en ese misterioso país, la gente estaba siendo asesinada en Londres. Esto estaba llamando la atención de la gente, por lo que Lydia estaba cada vez más preocupada.

—Además, era el líder de un clan pequeño que podría considerarse incluso de la realeza. Raven tiene a un espíritu vivo en su cuerpo y su clan pertenecía a la familia real, por lo que su hada también puede ser de la realeza… O tal vez sea parte de la investigación de Príncipe. Lo más probable es que tenga algo que ver con la magia. En cualquier caso, está interesado en el espíritu de Raven y por eso está buscando al resto de las familias reales sobrevivientes. Planea obtener la magia de las hadas y sus secretos, y luego matarlos a todos.

—O quizás todo esto ocurrió por pura casualidad.

—Sí, pero sigo un poco preocupado. Príncipe está decidido a prolongar mi tortura. Primero comenzó con la esclavitud de la que escapé y ahora busca a los últimos descendientes vivos… Su próximo objetivo debe ser Raven.

Él conocía muy bien a Príncipe, así que su inexplicable corazonada podría ser correcta.

Se giró hacia la ventana, revelando una pequeña sonrisa llena de una firme determinación de luchar. Cualquiera que lo viera pensaría que era un líder sin debilidades.

Observando su rostro, Lydia se sintió un poco sola.

Debe ser muy doloroso intentar ser valiente. Espero de verdad que nadie esté detrás de esto, así puede darse un descanso.

Pero… no había más que ella allí, por lo que no tenía por qué ser tan valiente.

—Sí… Antes mencionaste a una joven, ¿qué pasó en realidad? No tenía nada que ver con Príncipe, ¿verdad?

—Ah, me lo inventé.

¿Qué…?

—Salió bastante bien, lo del profesor, ¿no?

—¡T-Tú…! —Fijó la mirada en él.

—Sé que piensas que soy un embustero y por eso no puedes creerme. —Le sujetó la mano—. Aunque siempre me he esforzado mucho para que confíes en mí, parece que nunca funciona.

Como de costumbre, llevó su mano hacia sus cálidos labios, y los presionó contra su piel. Lydia se sonrojó, todo su cuerpo se tensó y en secreto se odió por por sentirse así.

¿Por qué siempre hace esto cuando ni siquiera estamos casados?

Necesitaba rechazarlo, era algo que él haría a cualquiera. Lydia sintió un dolor agudo en el pecho.

Quiero desaparecer.

—No importa el momento que sea, siempre eres irracional. Antes fue esa broma, luego lo que pasó con Ulya…

—No fui irracional. Lo hice para que dejara de mirarte en la recepción. Además, quería tocarte un poco.

—No me toques. Por favor, detén el carruaje.

Fingiendo ser todo un caballero, por fin retrocedió y soltó su mano.

—No puedo hacerlo.

—Si no saltaré…

—No soy un secuestrador —Sonrió como un niño travieso—. No tienes que tener miedo.

En realidad lo eres.

—En ese caso, cederé contigo. Cuando estés en mi mansión, nunca te tocaré.

—¿De verdad no me vas a tocar?

—Bueno, por el momento.

—Entonces, me quedaré en mi habitación.

Edgar pareció un poco consternado.

—Entiendo —murmuró, como si se hubiera rendido—. Lydia, me he decidido. A pesar de que no sé si te enamorarás de mí, estoy seguro de una cosa: a partir de ahora, nunca te dejaré escapar.

Aunque se mostró obstinado con su amenaza irracional, parecía solitario, por lo que pensó que había sido demasiado dura con él.

—Te protegeré, haré lo que sea necesario para que te quedes a mi lado —susurró, casi chocando con ella.

♦ ♦ ♦

Últimamente Edgar aparecía acompañado de ciertas figuras destacables: sus guardias.

El líder de la Luna Escarlata pensaba que la casa del conde estaba corta de personal, e insistió en reforzar la seguridad. Edgar lo consideraba una molestia, pero llegaron a un acuerdo.

Al parecer, los miembros de la organización, que estaban en alerta máxima ante los inesperados ataques enemigos, se habían reunido en secreto.

Incluso Lydia estaba obligada a tener un guardia con ella.

A través de la ventana, vio a unos jóvenes gemelos altos. Se los habían presentado como escultores que repararían el decorado del tejado. Se llamaban Jack y Louis, pero no podía diferenciarlos. Edgar probablemente tampoco, aun cuando eran los encargados de su seguridad.

Así pues, los dos hombres no habían ido a recorrer el edificio, sino a inspeccionar el tejado. Con ese método, Edgar planeaba confundir al aliado y al enemigo. Era imposible adivinar sus verdaderos pensamientos.

En la mansión del conde, Lydia se pasó toda la noche en su habitación, perdida en esos pensamientos.

—Ah, ahora vives aquí.

¡Nico!

El gato hada gris y peludo no sabía a dónde ir a jugar, por lo que trepó hábilmente por la ventana.

Lydia tenía muchas cosas que contarle, pero se sentía un poco impaciente porque no había aparecido en toda la noche. Hasta esa mañana, que por fin se manifestó.

Caminó sobre sus dos patas traseras con elegancia, con la mirada fija en la silla de cuero. Saltó para comprobar el tacto del asiento y se sentó.

—Es bastante alta. Por esta noche, usaré esto como mi cama.

Lydia se acercó a Nico, que parecía estar de buen humor. Con las manos en la cintura, miró al gato, disgustada.

—Nico, has estado hablando mucho con Edgar, ¿no?

—¿No está bien? No solo la señorita está sana y salva en la mansión, sino que también las comidas son deliciosas e incluso la cama es bastante cómoda.

—Tú debes sentirte muy a gusto, pero a mí me cuesta aceptarlo. No me siento cómoda en absoluto.

—Ah, pero, milady, anoche durmió muy bien —comentó otra voz.

Un hobgoblin con un sombrero de tres picos estaba sentado en el armario.

—Porque… había asistido a una boda con muchos invitados y estaba un poco cansada.

—Aun así, milady por fin ha comenzado a vivir con el conde en su casa… Ah, qué maravilloso. —Asintió Coblynau mientras se tocaba muy emocionado la barba enredada—. Merece ser la esposa del Conde Caballero Azul.

—Nada de eso es cierto. Solo me estoy quedando aquí como invitada —refutó, impaciente.

Coblynau no supo cómo reaccionar ante ello, por lo que se limitó a fumar con indiferencia una pipa.

Era un hada que quería juntar a Edgar y Lydia. Era conocido como el goblin de las minas de piedras preciosas, durante generaciones su especie había ocultado la magia de la piedra lunar. Todo gracias a que la esposa del Conde Caballero Azul, hija de Diana, mantenía la gema cerca de ella.

Ahora que la piedra lunar era usada como el anillo de compromiso que Lydia lucía en el dedo, se había convertido en la gran obra maestra de las hadas.

Ignorando por completo la expresión preocupada de Lydia, Coblynau comenzó a llamar a la piedra lunar por su nombre, como si fuera su propio hijo.

—Arco, deja que yo me encargue. Tu portadora pronto se convertirá en su esposa. En cualquier caso, por fin se decidió a vivir bajo el mismo techo.

—Sea como sea, para. Me estás avergonzando —dijo, furiosa.

El goblin siguió fumando tranquilo y Nico bostezó en la silla.

—Oye, Kelpie no ha aparecido en un tiempo.

El caballo acuático caprichoso que poseía magia poderosa y era, además, un monstruo devorador de hombres. Costaba imaginar encontrarse con una criatura así de peligrosa.

A pesar de ser un hada feroz y un caballo acuático raro, Lydia tenía una buena impresión de él. No tenían ningún tipo de relación especial, así que si desaparecía, no se preocupaba.

—Siendo sincero, es un alivio que el caballo se haya ido. Así no podrá impedir la boda de milady… —Coblynau miró ansioso por la ventana, esperaba oír el particular bramido del caballo acuático negro que proseguía luego de hablar mal de él.

—Sí, tampoco me importa ese chico. Es un demonio.

—¿Hablas de Kelpie? ¿Dónde está? —Quiso saber Lydia.

—Cómo podría saber dónde está ese caballo acuático. Bueno, en cualquier caso, después de la cena, quiero ir a dar un paseo.

—Nico, ¿ya has desayunado?

—Tenía hambre, así que comí primero.

Aunque estaba en casa de otra persona, ese gato no tenía modales.

—Nos vemos luego, Lydia. Si ese conde te hace algo, puedes pedirme ayuda.

—Si te llamara, ¿de verdad vendrías?

Era su amigo de la infancia, pero siempre que se enfrentaba a una crisis, huía.

—Pero te escucharé —dijo y desapareció al instante. En ese mismo momento, alguien llamó a la puerta.

—El desayuno ya está listo. Por favor, diríjase al comedor. —Era Ermine, la mujer más querida de Edgar. El pelo le llegaba a los hombros, usaba una corbata y chaqueta negras, y estaba vestida con ropa de hombre.

A Edgar le gustaba tontear, pero como conocía y comprendía los sentimientos de Ermine, nunca la tocaría con frivolidad. Con eso Lydia se daba cuenta de lo importante que era ella para él.

Se habían apoyado el uno al otro en los momentos más difíciles y también habían luchado juntos. Aunque Lydia no podía entenderlo, sabía que compartían un vínculo fuerte e irremplazable.

Sin embargo, su estado de ánimo empeoró al pensar en la posible traición de Ermine a Edgar.

Quizás lo hace por su bien.

Edgar era una persona especial para Ermine, por lo que, durante su plan de fuga, no esperaba que su deseo estuviera depositado en Lydia, una doctora de hadas que ha permanecido a su lado para ayudarlo a convertirse en conde.

—¿Edgar… también está en el comedor?

A pesar de que usaba ropa de hombre sencilla, esta no podía enmascarar su belleza y encanto, que eran siempre tan cautivantes.

—Sí.

Siempre que los dos estaban juntos, cualquiera podía sentir que hacían muy buena pareja.

—¿Te importa si como aquí?

Pensar en esas cosas solo hizo que se deprimiera más.

Últimamente Edgar se había vuelto más asertivo que antes y a Lydia le costaba rechazarlo o evitarlo.

—Entendido —murmuró Ermine, desconcertada, y se retiró.

Al cabo de poco, Raven apareció ante su puerta, y Lydia suspiró aliviada.

—Señorita Lydia, por favor, vaya al comedor. —Sonó un poco frustrado, aunque habló en un tono cortante y con rostro inexpresivo. Quizás era una súplica sincera.

—Ah… Pero, Raven…

—Lord Edgar no está borracho y no ha tomado ninguna pastilla. Ya no es peligroso estar cerca de él.

Ese no es el problema. Además, sigue siendo peligroso aun estando sobrio.

Raven insistió. Tal vez se sentía responsable por que Lydia estuviera evitando a Edgar, ya que la había llevado a la habitación de su maestro cuando este estaba borracho.

—Realmente te preocupas por tu amo. ¿No te ordenará Edgar llevarme allí?

—No, lord Edgar dijo que si la señorita Lydia desea desayunar en su habitación, la acompañará igualmente. Creo que es más peligroso, ¿no?

Lydia examinó la habitación.

No había nada digno de mención, era una simple. Aunque era una habitación privada, había un ambiente tranquilo, adecuado para que dos amigos pudieran pasar algo de tiempo juntos. Por el contrario, el comedor era un lugar público destinado a reuniones sociales. Incluso en sus propias casas, los nobles solían distinguir entre habitaciones privadas y públicas. Si Edgar iba, supondría un problema.

Al final, se resignó y se encaminó hacia el comedor, con pasos pesados.

Cuando entró en la sala, Edgar ya estaba sentado en la mesa. Para recibirla, se levantó enseguida y esbozó una alegre sonrisa.

—¿Dormiste bien anoche?

—Ah, sí.

—Estaré muy contento si logras sentirte como en casa y relajarte un poco.

Si lo hiciera, sería malo.

Se puso tensa en cuanto él cogió un mechón de su cabello y lo besó.

—La sirvienta de tu habitación no fue incompetente, ¿verdad? Todo de ti, tu cabello color caramelo y tus misteriosos ojos verdes dorados, son mi tesoro, por lo que debes ser tratada con especial cuidado. He hablado con las sirvientas con antelación.

—¿En serio dijiste cosas tan vergonzosas?

—Ah, no me avergonzó decirlas.

Yo me sentiría avergonzada.

—Aun así, eres bienvenida a quedarte aquí. Si hay algo que desees, no dudes en pedirlo.

En ese caso, quiero que este hombre deje de hablar.

Lydia se mostró disgustada hasta que se dio cuenta de que había un hombre de mediana edad, bien peinado y con bigote cuidado, en la habitación. Entró en pánico y se apresuró a cambiar de expresión; sonrió y se alejó de Edgar.

—Edgar… hay un invitado presente.

—Ah, estaba a punto de presentártelo.

Lydia se sintió avergonzada por haber estado tan cerca delante de otras personas, aunque a Edgar no pareció importarle.

—Este es Gordon, un agente de policía de Londres.

Parecía estar nervioso por la escena que presenció. Cuando hizo contacto visual con Lydia, hizo una reverencia formal.

—Vino temprano para hablar del incidente del puente de Londres.

Edgar tomó la mano de Lydia y la condujo hacia la mesa. Raven le retiró la silla y, una vez que se sentó, Gordon también lo hizo.

Tal vez porque era la invitada de un noble asumió que también lo era. Tampoco se mostró confundido ante los modales excesivamente dulces de Edgar; tal vez escuchó que era su prometida.

Lydia no tuvo oportunidad de aclarar la situación. El oficial desvió su atención de ella; como si no le importaran los invitados del conde. Ante tal pensamiento, se sintió un poco menos apenada.

Prestó atención a los dos hombres, y dedujo que el policía estaba allí para hablar con Raven y el nativo asesinado.

—Ya que rara vez viene, oficial, ¿le gustaría acompañarnos en el desayuno?

—No, debo irme pronto. Por favor, no se preocupe.

—De acuerdo. Por favor, pregunte lo que quiera.

Raven desdobló la servilleta y comenzó a servirles el desayuno.

Gracias a la repentina visita, Lydia no estaba a solas con Edgar. Tranquila, comenzó a preparar su taza de té con leche y mucha azúcar.

—En realidad tenemos muy pocas pistas del caso del puente de Londres. Dejando de lado las hadas, solo contamos con dos pruebas sólidas —expresó con calma sus pensamientos—. Una es el testimonio de que había un hombre sospechoso que no dejaba de mirar a la víctima colgada. Cuando lo llamaron, huyó. Los testigos han afirmado que se trataba de un preso, y que, además, parecía un poco emocionado y furioso al mismo tiempo. Incluso daba la sensación de que se divertía mientras lo perseguíamos. Por desgracia, logró escapar.

—¿Lograste ver cómo era?

—Estaba demasiado oscuro como para verlo con claridad. Sin embargo, hay quien piensa que era una mujer vestida de hombre.

Lydia casi derrama su té, sorprendida. Por el contrario, Edgar mantuvo la calma y la compostura.

—Durante el encuentro, se produjo una confrontación, ¿por eso sabes que era una mujer?

—Sí. Temía ser vista, por lo que se disfrazó como hombre. En este caso, sea la presa o esté relacionada con el prisionero, está involucrada en el caso.

Era inusual que una chica se vistiera de hombre. Para aliviar sus dudas respecto a Ermine, Lydia respiró hondo y miró con discreción a Raven, quien servía la comida caliente delante de ella y se mostraba indiferente a la conversación.

—¿Cuál es la segunda pista? —preguntó Edgar.

Lydia, preocupada de tener algún desliz, al hablar. Cortó la carne y los huevos con el cuchillo, y se llevó los trozos pequeños a la boca.

—Hace unos días, la última víctima también tenía restos de verdes en la boca.

—Debe ser Michael, de Ceylon.

—Su esposa dijo que la piedra verde era del tamaño de una almendra con unos símbolos grabados en la superficie. El señor Kent la atesoraba y la llevaba consigo en todo momento. De ahí que la investigáramos. Después de examinar los restos encontrados, resulta que se trata de un mineral llamado diópsido [1].

—Nunca he oído hablar de él.

—Se utiliza muy poco como gema en el mercado debido a que es difícil de procesar y es muy frágil.

—¿Por qué estaba en su boca?

—Tal vez se la intentó tragar para que no se la robaran.

—Pero eran criminales violentos, así que debieron arrebatársela. De ahí que quedaran fragmentos de la piedra —dedujo Edgar.

—Sí.

—En ese caso, ahora la piedra la tiene el preso.

—Eso creo.

En ese momento se escuchó un fuerte estruendo. El tarro de mermelada había chocado con el vaso de al lado.

Edgar se volvió de inmediato hacia Raven, quien se disculpó.

—¿El resto de la policía sabe esto? —Se centró de nuevo en el oficial. Aunque Raven rara vez cometía errores, Lydia seguía pensando que era mejor no darle importancia.

—No lo entiendo. Está claro que no hay ninguna razón para ocultar esta información, pero los periódicos recibieron una orden de mantenerlo oculto.

—Es por el bien de tu reputación. A menos que quieras estar bajo sospecha.

—No —suspiró el oficial barbudo, y se levantó.

Entonces Edgar llamó al mayordomo. Tompkins apareció al instante, como si hubiera estado esperando afuera todo este tiempo.

—Pero, oficial, ¿no quiere seguir con la investigación? —preguntó Lydia; le pareció extraña su actitud.

—¿La investigación? No planeo hacerlo, ya que no es mi terreno.

Tompkins sacó un sobre del escritorio y lo puso delante del agente. El hombre lo cogió y lo metió en el bolsillo del pecho.

Este intercambio confundió por completo a Lydia.

—Señor, me retiraré.

—Trabaja duro e infórmame si ocurre algo, por favor.

Tras la despedida del oficial, Lydia observó a Edgar, que comía despreocupadamente, hasta que por fin entendió lo que acababa de pasar.

—Edgar, ¿acabas de sobornar al policía?

Se volvió hacia ella, dejando el cuchillo y el tenedor sobre el plato.

—Lydia, las cosas que en realidad deseo no se pueden obtener con dinero, da igual la cantidad, como todo lo que he perdido… Es por eso que nunca seré mezquino. Después de todo, esta riqueza fue amasada con este propósito en mente —le respondió con un tono inusualmente suave.

—Pero… has hecho que un policía obre mal.

—¿Mal…? En efecto, fue una infracción de la disciplina, pero ¿lo lastimó? Este incidente fue su responsabilidad.

—Entiendo tus intenciones. Sé que harás lo que sea necesario para recopilar información, pero haya o no daño físico, sigue estando mal —replicó.

—Sí —dijo Edgar con franqueza.

—No te lo voy a reprochar, es solo que… —No encontraba las palabras adecuadas para expresarse bien.

—Tal vez mis pecados sean una de las razones por las que me evitas, pero también son mi fuerza. Para proteger a las personas que me importan, no puedo renunciar a ellos.

Edgar había desarrollado un lado despiadado y no podía permitirse bajar la guardia. Aún si era casi un crimen, si vacilaba aunque fuera un poco, podría acabar perdiendo a Raven y a Ermine.

—Soy diferente a ti y también me siento diferente. Esa es la razón por la que me atraes. Así que ¿por qué no sientes lo mismo?

Si solo tuviera en cuenta sus pecados, sus mentiras, su insensibilidad… ya lo habría dejado. Sin embargo, no podía odiarlo… a él, quien con una sonrisa indiferente, tenía que librar una batalla que solo le causaba dolor y pena.

Entonces, ¿estaba allí solo porque simpatizaba con él?

No, si solo se tratara de simpatía, no lo habría ayudado todo ese tiempo, sobrellevando su crisis.

Mientras pensaba aquello, se sintió tan molesta que no pudo decir nada.

—No respondas. Creo que un día serás capaz de responder a todas mis preguntas.

De repente Edgar se centró en Raven, que había terminado con su trabajo allí y estaba a punto de marcharse.

—Raven, ¿escuchaste la conversación?

—Sí.

—¿Qué piensas al respecto?

Daba la impresión de que Edgar había recibido a propósito al oficial cuando Raven vendría a servir el desayuno, para que así pudiera escuchar su conversación.

—Nada…

Edgar permaneció pensativo por un momento.

—La persona que fue asesinada era el líder al que, en un principio, debías servir.

—Nunca he visto a ese hombre.

—Pertenece al linaje de tu clan, el cual acogió a las hadas. ¿No sientes nada?

—Mi único amo es usted, lord Edgar. Si supiera algo, se lo contaría. Por favor, créame.

A pesar de que lucía tan tranquilo como siempre, sin apenas mostrar sus emociones, Raven parecía un poco enfadado.

—Ah, no dudo de ti.

Ante esas palabras, pareció aliviado.

—¿Tú qué piensas, Lydia? —le preguntó Edgar mientras observaba a Raven abandonar el salón.

—¿Yo… qué pienso? ¿Sobre qué?

—Sobre lo que esconde.

—¿Qué? ¿Él? Pero si acaba de decir que su único amo eres tú.

—Sí, pero solo lo dijo porque está tratando de esconder algo.

—No puedo creerlo.

Para Raven, una orden de Edgar equivalía a la voz de Dios. Si supiera algo, no se lo ocultaría.

—Bueno, no creo que sea nada malo. Por encima de mí, su amo debería ser él mismo. —Edgar terminó su desayuno y se levantó—. Pero no puedo dejarlo solo. Raven sigue siendo incapaz de valerse por sí mismo.


[1] El diópsido es un mineral de color blanco generalmente, sin embargo, presenta tonalidades que van desde el verde claro, azul claro a purpura, el marrón o el negro. Se utiliza como piedra protectora, para bloquear las energías negativas y ayuda a revelar la verdadera intención de las personas.

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