El renacimiento de una estrella de cine – Capítulo 35: Cigarrillo

Traducido por AlbaAVD

Editado por Shiro


—¿Qué viento es hoy el que te trae por aquí?

Shiro
Esta es una expresión idiomática común para preguntar de manera poética o informal la razón de una visita inesperada o poco habitual, similar a «¿A qué debo el honor?». Hago la nota porque me parece ingenioso que Qiu Qian lo saludo de ese modo estando en la naviera.

Era uno de esos escasos días en que Qiu Qian se dejaba ver en la sede de la naviera, y justo entonces recibió la visita de un huésped inesperado.

Wang Yun, con un dejo de sorpresa en los labios, se adentró en la lujosa oficina de Qiu Qian.

El edificio, erguido junto al puerto, abría sus ventanales hacia una panorámica ininterrumpida del mar. Gracias a esa visión inmensa, la oficina no se sentía vacía, sino solemne, cargada de un aire osado y expansivo.

—Llevas años siendo el mismo —comentó Wang Yun, con una admiración que no pudo contener—, pero al entrar aquí uno se da cuenta de verdad de que te has convertido en un gran empresario.

Qiu Qian sonrió e indicó el sofá de visitas.

—Siéntate.

En ese momento, la puerta repicó tres veces con una cadencia casi ceremonial. Una secretaria de porte impecable entró portando una tetera de la que escapaba un aroma exuberante. Avanzó con un paso formal, depositó la bandeja y, tras una inclinación medida, se retiró en silencio. Su conducta impecable dejaba entrever la férrea disciplina de la empresa.

Pero Qiu Qian era la excepción. Vestía una camisa estampada, que Bai Lang había cambiado por una prenda de corte perfecto confeccionada en Fuhua Indumentaria Occidental. Sin embargo, ni la tela fina ni las líneas impecables lograban domar el aire salvaje que lo envolvía: el cuello abierto, los puños arremangados sin ceremonia… todo en él exhalaba rebeldía y desenfado.

Shiro
Antes «The Regal Suit». «Fuhua» alude a la prosperidad y esplendor y los caracteres que le siguen es un término chino que se refiere específicamente a trajes de estilo occidental o trajes formales de hombre.

Qiu Qian tomó la tetera y sirvió té en la taza de Wang Yun.

—Hoy en día los negocios no se miden solo por lo que hay dentro —explicó con desenfado—. A algunos extranjeros también les importa la fachada. Este lugar sirve para impresionar un poco, y así los tratos se cierran con mayor facilidad.

—Todos hemos atravesado grandes cambios en nuestro trabajo —asintió Wang Yun, agradecido—. Uno de estos días tendré que ir a echar un vistazo al sitio de A-Cheng.

—En el lugar de A-Cheng los cambios han sido aún mayores —respondió Qiu Qian con una risa breve—. Tiene el edificio fortificado como un barril de hierro, hasta las ventanas llevan rejas.

—Eso demuestra que últimamente sí nos hemos distanciado —dijo Wang Yun, negando con la cabeza—. Estamos tan ocupados que ya ni sabemos cómo anda la vida del otro.

Qiu Qian sonrió de nuevo y se acomodó en el sofá.

—¿Así que hoy has venido solo en plan de cortesía?

—Si lo preguntas así, suena como si apareciera únicamente cuando necesito algo. —Rio Wang Yun con ironía—. ¿No soy bienvenido?

—¿Acaso no somos todos iguales? —replicó Qiu Qian—. Dime, ¿qué ocurre?

Wang Yun dejó escapar una sonrisa con un matiz amargo.

—Entonces será directo. Es A-Quan quien me pidió que viniera a transmitir una disculpa… para Bai Lang.

—¿Él te pidió que la transmitieras? —Qiu Qian soltó una risa baja.

—Cree que aún sigues molesto —explicó Wang Yun, bebiendo un sorbo de té—. Sabe que lo que dijo aquel día en la reunión no fue afortunado.

Qiu Qian se sacudió unas motas de polvo imaginarias del pantalón.

—Si lo sabe, ¿por qué no viene a decirlo él mismo?

—Porque admite que siente cierta envidia.

Apenas lo dijo, los ojos de Qiu Qian se clavaron en él con un filo inmediato.

Wang Yun sostuvo esa mirada y suspiró.

—Por supuesto, me refiero a la envidia de la suerte de Bai Lang, por haberse cruzado contigo. Porque en estos momentos, las maniobras del viejo Hong lo tienen bastante agobiado.

Los ojos de Qiu Qian se suavizaron apenas.

—Eso es algo que él debe resolver solo. Se le dio la opción: el viejo Hong o yo. Nadie más puede tomar esa decisión por él.

Wang Yun dudó antes de insistir:

—Si Bai Lang se encontrara en esa situación, ¿qué harías?

La mirada de Qiu Qian volvió a posarse sobre él, tan intensa que lo hizo sentir incómodo.

Entonces, de repente, sonrió.

—Bai Lang no tendría opciones. Yo no dejaría a nadie la más mínima oportunidad de ofrecérselas.

Wang Yun contuvo el aliento y se aclaró la garganta.

—Entonces, ¿harás este favor a A-Quan? ¿Le contarás a Bai Lang?

—Claro que sí —respondió Qiu Qian con naturalidad. Sacó del bolsillo un paquete de cigarrillos algo aplastado y preguntó—: ¿Te molesta?

Wang Yun asintió y se quedó mirando el cigarrillo en su mano.

—En la última reunión no te vi fumar, pensé que lo habías dejado. Estuve a punto de elogiarte, pero ya veo que me ahorro las palabras.

—El pequeño Hai estaba allí. Solo fumo en la empresa —dijo Qiu Qian, encendiéndose uno con destreza. Inhaló profundo.

—Es cierto, el humo de segunda mano es muy dañino para los niños —comentó Wang Yun con complicidad—. Mis pacientes, por ejemplo, tampoco lo toleran. Ah, por cierto, hay otra cosa. He cambiado de hospital, quería que lo supieras.

Al decirlo, extrajo una nueva tarjeta de presentación y se la entregó, observando con atención su reacción.

Qiu Qian la tomó y la miró con un gesto apenas más detenido.

—¿La Universidad Médica? Excelente, es de prestigio nacional. Esto cuenta como un ascenso, ¿no?

Wang Yun no apartó la mirada hasta encontrarse con los ojos de Qiu Qian. Entonces sonrió.

—Podría decirse. Allí hay casos realmente interesantes.

♦ ♦ ♦

El comercial de cerveza llevó a Bai Lang a meditar, con inusual seriedad, sobre qué lugar debía ocupar y de qué manera actuar en consecuencia.

Si al renacer había seguido a Qiu Qian movido por la necesidad de saldar una deuda de gratitud, en el sendero de la actuación lo que guiaba sus pasos era algo distinto: su propio interés, su anhelo de realización. Escoger guiones que le despertaran verdadero deseo, interpretar personajes que quisiera encarnar. Fama y beneficio, para un Bai Lang que comenzaba de nuevo, no pesaban tanto como la calma interior. En aquel instante, no aspiraba a coronas ni a laureles, y mucho menos a convertirse en una carga para Qiu Qian.

Sin embargo, al encontrarse en una posición que lo colocaba a la par de él, la naturaleza de Bai Lang no le permitía anteponer solo su comodidad al impulso de velar un poco más por Qiu Qian. En su vida pasada había cuidado de Kang Jian con entrega; en esta, tampoco podía evitarlo. No aceptaba ser un lastre, ni siquiera cuando el peso provenía de seguir fielmente a Qiu Qian. No quería quedarse inerme, esperando apoyo ajeno.

Así decidió arriesgarse: aceptó filmar «Calle Caótica», el drama policial recomendado por Fang Hua.

Forjar un nombre con paciencia y acumular contactos en la industria era, aparte del dinero, el camino más lento pero también el más firme para consolidar su posición.

En el frente financiero, la suerte acompañaba. Justo cuando la película «Oro y Jade» salió de cartelera, la colección de libros publicó su segundo volumen. Gracias al terreno preparado por el primero, las ventas rompieron récord en apenas dos semanas, alcanzando cerca de cuatro millones. Con ello, Bai Lang obtuvo su primer capital de inversión, lo bastante sólido para empezar a multiplicar el dinero.

Su mirada, sin embargo, iba más lejos. No a los ladrillos ni al hormigón de la inversión inmobiliaria, sino a una plataforma de compras en línea que, diez años más tarde, se volvería titánica. Consciente de la enorme influencia política y comercial que adquiriría, descartó proyectos de rentabilidad rápida y volcó todos sus fondos en aquella empresa incipiente, aún en plena recaudación.

No era, desde luego, una apuesta libre de riesgos. Aunque en su vida pasada la plataforma había triunfado, ¿qué garantía había de que esta inversión no desencadenara un efecto mariposa capaz de sofocar la chispa de aquel futuro gigante? Al fin y al cabo, ¿no se decía que es en la desesperación donde germina la salvación?

Antes de tomar la decisión final, buscó una noche para discutirlo con Qiu Qian. Después de todo, él también era accionista de la editorial y recibía su parte de las ganancias.

Pero antes de que Bai Lang terminara su exposición solemne, Qiu Qian la disolvió con una frase ligera:

—Tú decides. Si no alcanza, usa la tarjeta. Pero lo del apartamento tendrá que esperar hasta encontrar uno más adecuado.

Bai Lang se detuvo, confundido.

—¿Qué tiene que ver el apartamento?

Con naturalidad, Qiu Qian arrastró sus chanclas, sacó un fajo de documentos del cajón y admitió:

—Usé tus papeles para transferir la propiedad de este piso a tu nombre.

—Eso es falsificación de documentos y uso fraudulento de identidad —protestó Bai Lang, mirándolo con severidad.

Qiu Qian lo atrajo para un beso y, con descaro pícaro, declaró:

—¿Necesitas esposas? Mañana mismo compro un par para jugar en casa.

Y así, el justiciero que era Bai Lang terminó siendo «sofocado» en la cama doble.

Dicho y hecho: a la mañana siguiente, un par de esposas apareció sobre la mesita de noche. Bai Lang jamás admitiría que también le despertaban cierta curiosidad.

♦ ♦ ♦

En cuanto a «Calle caótica», la serie narraba la historia de un policía novato recién salido de la academia. Con un fervor juvenil por la justicia y una visión nítida del bien y el mal, iniciaba su carrera con ideales firmes y entusiasmo intacto. Sin embargo, en el ejercicio de sus funciones debía enfrentarse poco a poco a las zonas grises entre la ley y la compasión.

El personaje pensado para Bai Lang, «Luo Zai», era un informante veterano que guiaba al joven policía en un recorrido que ponía a prueba sus convicciones. Hacia el desenlace, un tiroteo conducía la investigación hasta Luo Zai, y el novato debía elegir entre la lealtad y el deber, entre los lazos humanos y la ley. Una prueba de fuego que decidiría su futuro.

La serie, cargada de conflictos y luchas internas, no dejaba de rebosar calidez humana y energía positiva. Tras leer el guion, Bai Lang experimentó incluso un leve pesar: la sensación de que, en otra vida, quizá hubiera debido considerar la senda policial.

Además de un guion vibrante, «Calle caótica» apostaba por cameos estratégicos. En cada caso aparecían estrellas reconocidas, como en las series unitarias extranjeras, entrelazando relatos breves y largos, cada cual con su propio clímax. El reparto, comparado con un drama televisivo corriente, resultaba más variado y deslumbrante.

Entre esos nombres figuraba el del renombrado actor Su Quan, quien en su vida pasada no había participado en esta producción.

¿Era mera coincidencia, o un encuentro premeditado? ¿Una jugada de Hong Yu, o del propio Su Quan?

Cuando Bai Lang recibió la lista definitiva del elenco, un leve temblor de inquietud recorrió su pecho.

Sin embargo, mientras «Calle caótica» aún se encontraba en preparación, la atribulada producción de «El emperador Feng» llegaba al fin a su estreno.

A pesar de los tropiezos durante el rodaje, el estreno de «El emperador Feng» desató una fiebre inusitada, encendiendo al público con la fuerza de su nombre.

El poder de convocatoria de su elenco estelar bastaba para eclipsar a casi todos los rivales de su tiempo.

Y, sin embargo, en lo esencial —la narrativa— los críticos no pudieron ocultar su pesar: lo que parecía un premio casi seguro para Su Quan en los Golden Emperor Awards se veía ahora empañado, diluido por una trama mutilada hasta la incoherencia.

No era falta de talento, sino cuestión de azar y de momento. Nadie podía prever que las autoridades eligieran justo ese instante para hurgar con lupa cualquier desviación de la línea histórica oficial. En la industria cultural, todos temen lo mismo: el golpe súbito y certero de las tijeras de la censura.

Aun así, el estreno de «El emperador Feng» se celebró con todo el esplendor que el título prometía. Esa noche, estrellas y figuras influyentes se reunieron como nubes sobre un cielo luminoso, dando forma a uno de los eventos más fastuosos del año en la escena cinematográfica.

Qiu Qian recibió su invitación, y Bai Lang también. Fang Hua, temiendo que los medios volvieran a reavivar la rivalidad fabricada entre Bai Lang y Su Quan —aquel mote de «el pequeño Su Quan» que tanto eco había tenido—, insistió en que Bai Lang debía presentarse, debía mostrar apoyo sin ambigüedades.

Si Bai Lang asistía, Qiu Qian planeaba acompañarlo. Pero Qiu Xiaohai se negó de plano a quedarse en casa: exigió ir, entre llantos y rabietas.

En otro contexto, Bai Lang habría cedido. Pero no podía permitir que los flashes del espectáculo expusieran a un niño. Las leyes de protección infantil aún eran débiles, la exposición mediática implacable. Así que, a regañadientes, Qiu Qian se quedó en casa con su hijo, viendo juntos la transmisión en directo. El pequeño Hai, sin embargo, estaba desconsolado: quería salir con A-Bai, quería verlo en persona, no a través de una pantalla.

Y así, mientras dentro de la sala de cine Bai Lang sonreía bajo la ráfaga de luces de magnesio, saludando con cortesía a su alrededor, en el salón de un apartamento Qiu Qian lo observaba a través de un televisor, con su hijo acurrucado en brazos.

La distancia parecía insalvable.

—¡Papi, ahí está A-Bai! —exclamó el pequeño Hai, con los ojos encendidos de brillo.

—Sí, lo veo —respondió Qiu Qian, con una pausa—. ¿Y qué haces?

El niño agitaba su pequeña mano hacia la pantalla.

—Le estoy saludando.

Qiu Qian le revolvió el cabello con ternura.

—No puede verte.

—¡Sí que puede! —replicó, esforzándose por contener la emoción—. A-Bai dijo que si parpadea en la tele, es que me está saludando.

Qiu Qian arqueó una ceja, volviendo la mirada al televisor. Justo entonces, Bai Lang sostuvo la cámara un segundo más de lo usual y, con aparente naturalidad, guiñó un ojo.

En ese instante, el pequeño Hai casi saltó de la emoción, agitando la manita con más fuerza aún. La distancia, que hasta entonces parecía infinita, se desmoronó en un solo parpadeo.

Quizá los niños poseen una claridad especial para reconocer a quien los cuida de verdad.

Qiu Qian sonrió, acarició a su hijo y volvió a mirar la pantalla.

Pero su sonrisa se borró en seco.

La última toma mostraba a Bai Lang entrando en la sala, recibido por Su Quan. Y junto a él, un hombre alto.

Un hombre al que Qiu Qian conocía demasiado bien.

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