Traducido por Beemiracle
Editado por Shiro
Mientras tanto, Bai Lang no rechazó la sugerencia de permanecer algunos días más en el hospital, aunque se sintiera perfectamente bien. Sabía que Qiu Qian necesitaba tiempo para adaptarse, y aquel entorno al menos le otorgaba un respiro a su tensión constante.
La tarde siguiente a su ingreso, la familia Rong llamó a la puerta de su habitación.
El anciano señor Rong había sido llevado de urgencia al quirófano aquella misma noche, sometiéndose a una intervención crucial. Gracias a la administración a tiempo del fármaco, no hubo secuelas graves. Tras una cirugía que se extendió hasta la mañana, y con una evolución favorable, podría abandonar la unidad de cuidados intensivos en unos días.
Pero, más allá del resultado, la familia Rong había marcado en su corazón aquella deuda con Bai Lang, imposible de saldar con dinero. Por eso, Rong Sichen —nieto mayor de Rong Ai y hermano de Rong Siqi, sucesor de la nueva generación— habló en nombre de toda su familia, con una promesa solemne: el día que Bai Lang formulara una petición, la familia Rong pondría todo de su parte para cumplirla.
Mientras esas palabras resonaban, Qiu Xiaohai y Rong Zan —que habían faltado a clases— compartían en el sofá unos bollitos al vapor con forma de conejo que Hong Hong había traído, como dos hermanos inseparables.
♦ ♦ ♦
Esta vez, la hospitalización de Bai Lang se rodeó de un hermetismo comparable al de Rong Ai. Solo el personal médico autorizado tenía acceso a las habitaciones especiales; la seguridad abarcaba desde la comida y la limpieza hasta las visitas, con un rigor absoluto.
Por eso, cuando Qiu Qian se presentó en la oficina de Wang Yun en el Hospital Universitario, al segundo día de la estancia de Bai Lang, este no tenía la más mínima idea de su hospitalización.
Wang Yun abrió la puerta, sorprendido; un destello de cautela le cruzó los ojos antes de curvar los labios en una sonrisa.
—Vaya, un huésped inesperado. ¿Hoy te tocó a ti tener tiempo libre para venir?
—Si tienes un momento, ¿podrías concedérmelo para conversar? —preguntó Qiu Qian con calma, sosteniendo entre los labios un cigarro electrónico.
Wang Yun reparó de inmediato en el objeto en su boca; su expresión se crispó por un instante antes de invitarlo a pasar a la oficina.
—Si te has tomado la molestia de venir personalmente, ¿cómo podría no tener tiempo?
Qiu Qian no reaccionó al énfasis en aquel «personalmente». Sin más, cruzó el umbral, se sentó en la silla de pacientes frente al escritorio y dejó que su mirada recorriera el lugar.
La oficina, aún desprovista de vida, parecía demasiado vacía. En el armario metálico apenas descansaban unas carpetas dispersas; el escritorio, pulcro hasta la asepsia, sostenía solo la computadora, un portabolígrafos, una caja de tarjetas y un juego de tazas con tapa. Todo indicaba que aquel espacio había sido ocupado hacía poco.
Tras dejarlo entrar, Wang Yun cerró la puerta con seguro. Vaciló antes de sentarse en la silla del otro lado, y luego, como si lo asaltara un recuerdo súbito, amagó con levantarse.
—¿Quieres un poco de té? Puedo prepararlo en la sala de descanso.
—No te molestes. Solo será un breve intercambio —respondió Qiu Qian, haciendo oscilar la barra de nicotina entre sus labios—. Supongo que ya sabes por qué estoy aquí.
Con esas palabras, guardó silencio, clavando en Wang Yun una mirada firme y penetrante.
La sola aura que desprendía bastaba para ejercer presión sobre cualquier conciencia culpable. Wang Yun sostuvo el cruce de miradas durante unos segundos, hasta que, incómodo, se ajustó las gafas y desvió la vista.
—¿Ya lo sabes?
—¿Te refieres a la enfermedad de Bai Lang? —Qiu Qian no tuvo intención de rodeos—. Sí, lo sé.
Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de Wang Yun.
—Sabía que tarde o temprano vendrías. El registro de acceso al historial médico está ahí, imposible de borrar.
—Entonces, ¿por qué? —insistió Qiu Qian.
—¿Por qué qué? —replicó Wang Yun, evasivo.
—¿Por qué, sabiéndolo, aún fuiste a tantear el terreno? —Su voz se afiló como un cuchillo—. La verdadera razón de tu visita la última vez fue confirmar si yo estaba al tanto, ¿verdad?
En los registros que Fang Yingqi le había entregado no solo aparecía la identidad del que había accedido al historial, sino también la fecha: coincidía exactamente con los días previos a la visita de Wang Yun.
—No sé qué te contó Su Quan —murmuró Wang Yun, moviéndose con incomodidad—. Él también me pidió que no admitiera que fui yo. Pero pensé que, si tú no lo sabías, enterarte por medio de Su Quan no sería del todo malo para Bai Lang. Dada su condición, lo mejor era que quienes lo rodean estuvieran preparados.
Qiu Qian lo observaba sin pestañear.
—También podrías habérmelo dicho directamente, si considerabas que era necesario. ¿Por qué tantas vueltas?
Una sonrisa amarga cruzó otra vez el rostro de Wang Yun.
—Su Quan me pidió ayuda… El puesto que ocupo ahora se lo debo enteramente a mis conexiones con él.
Qiu Qian soltó una risa breve, seca.
—¿Y contarle eso cuenta como ayudarlo? ¿Ayudarlo en qué? No alcanzo a comprender su lógica.
Wang Yun se armó de un tono más firme.
—Si me dices que no sabes lo que pasa por la cabeza de Su Quan, no te creo. Ni siquiera A-Cheng lo creería.
—¿Pero no es mejor que todos finjamos ignorancia? —replicó Qiu Qian con otra risa baja—. Incluso les permití conocer a Bai Lang, precisamente para evitar malentendidos.
—… ¿Y crees que yo no quería lo mismo? —Wang Yun entrelazó sus manos; lo que seguía parecía costarle admitirlo—. Contárselo a Su Quan tampoco afecta en nada, ¿verdad? Pude ver que esa condición no cambiaría tu opinión sobre Bai Lang. Por más que Su Quan insistiera, dudo que lograra algo. Y yo… al hacerlo, también saldaba una deuda de gratitud.
—Y de paso asegurabas tu trabajo —remató Qiu Qian por él.
Wang Yun aspiró hondo y asintió.
—Tienes razón.
De pronto, Qiu Qian se levantó con tal violencia que la silla crujió y se sacudió, arrancando un sobresalto a Wang Yun.
—Algo dijiste bien la última vez —declaró desde su altura, con un tono que imponía—. En todos estos años, ciertamente nos hemos distanciado.
Wang Yun, con el rostro teñido de vergüenza, guardó silencio.
—Nunca dije que Su Quan viniera a hablarme de la condición de Bai Lang —prosiguió Qiu Qian, esperando hasta que Wang Yun lo mirara incrédulo—. Lo que hizo fue organizar a alguien para provocar un episodio en Bai Lang. Dime, ¿debería considerarte cómplice?
El rostro de Wang Yun palideció de golpe.
—Renuncias, o te ayudo a renunciar. Elige.
Con esas palabras, Qiu Qian lo dejó allí, petrificado en su asiento.
♦ ♦ ♦
Descubrir quién estaba detrás del viejo instructor le llevó a Qiu Qian varios días de pesquisa meticulosa.
Tuvo que tragarse el impulso de «resolver» al instructor de inmediato. Incluso pidió a Fang Hua que fabricara un trabajo ficticio para Bai Lang con el equipo de producción, alegando conflictos de agenda para retrasar los entrenamientos, evitando así que trascendiera el altercado.
Al fin y al cabo, los métodos de Su Quan eran mucho más refinados que los burdos intentos de Wu Shengen. El viejo instructor había sido contratado de manera legítima por el equipo; Su Quan no había intervenido directamente. Lo que sí había hecho era invertir una suma considerable para hurgar en sus debilidades —su adicción al juego— y encontrar allí la brecha perfecta para atacar.
La persona que sirvió de enlace con el instructor había sido atraída a través de la intrincada red de relaciones que Su Quan tendía con paciencia, involucrando incluso a Qi Shaodong y utilizando a Bai Li, el hermano de Bai Lang, como intermediario.
De no ser porque, tras el Año Nuevo, Bai Li comenzó a frecuentar la compañía con la excusa de encontrarse con su hermano —y Fang Hua advirtió a Qiu Qian—, lo que lo llevó a asignar vigilancia constante sobre él desde un inicio, incluso para Qiu Qian habría resultado arduo descubrir quién lo contactaba en las sombras.
Y semejantes rodeos no carecían de sentido. Si se destapaba que el instructor actuaba instigado, la presencia de Bai Li —ya de por sí con una relación áspera con Bai Lang— se alzaba como un motivo perfecto, una fachada verosímil que ocultaba al verdadero artífice.
¿Y por qué Bai Li aceptaría semejante encargo? La respuesta era sencilla: presentado como una mera «lección» para su hermano menor —sin una sola palabra que insinuara la intención de agravar su enfermedad—, y con el detalle de que Bai Li ignoraba por completo esa condición, era imposible probar una voluntad homicida.
Bastaba el disfraz de un castigo fraternal, aderezado con un pago generoso, para que Bai Li —otra vez en apuros económicos— aceptara gustoso fungir de mensajero. Para ciertas mentalidades más tradicionales, un hermano mayor enseñando con severidad al menor podía considerarse casi un asunto doméstico.
Y si tras el incidente Bai Li confesaba la existencia de alguien detrás, Su Quan ya había preparado a Qi Shaodong como pararrayos.
La razón que ofreció a Qi Shaodong era simple: dejar primero que el instructor hostigara a Bai Lang durante el entrenamiento, para luego intervenir con sus conexiones y «resolver» el problema. Con ello, teóricamente, sumaría puntos en la estima de Bai Lang… si es que de verdad estaba interesado en él. Así, en los papeles, el grupo que contactó a Bai Li parecía actuar bajo la égida de Qi Shaodong.
De este modo, cualquier pesquisa quedaría desviada, lejos de Su Quan.
Pero todo el plan descansaba en una premisa frágil: que Bai Lang no estuviera bajo la vigilancia constante de Qiu Qian. En otras circunstancias, quizás habría resultado. Sin embargo, aplicada a la relación entre ambos, cada intriga urdida en torno a Bai Lang llevaba inevitablemente el sello de Su Quan, imposible de borrar.
En cualquier caso, los planes originales de Su Quan poco le interesaban a Qiu Qian. Solo necesitaba una confirmación: que, tras el viejo instructor, el cerebro indiscutible era Su Quan. Y eso bastaba.
Por ello, una vez esclarecido el asunto, Qiu Qian buscó a Hong Yu.
Sin rodeos, le anunció que no volvería a respaldar a Su Quan.
Que desde ese momento, Hong Yu era libre de «ajustar cuentas» con él a su antojo, sin que él interviniera.
Aunque también advirtió: si no quería tenerlo de adversario, lo mejor sería dejar de tenderle la mano a Su Quan.
Hong Yu, leyendo la expresión de Qiu Qian, pareció alcanzar una súbita claridad y preguntó:
—¿Acaso ha puesto sus manos en ese señor Bai?
Qiu Qian no respondió. El mensaje estaba entregado; solo quería marcharse.
Pero Hong Yu lo detuvo.
—Tengo una sugerencia. Tal vez consiga que deje de obsesionarse con él. ¿Quieres probarla?
Qiu Qian se detuvo en seco.
Hong Yu sonrió con aquella expresión amable que solía usar en las negociaciones.
—Hazle creer a Su Quan que me lo entregaste a cambio de ciertos beneficios. ¿Qué opinas?
Qiu Qian se volvió, el rostro imperturbable.
—¿Y qué cambiaría eso?
—Bajo mi ala, se volvería más dócil —suspiró Hong Yu—. Y quizá menguaría un poco su hostilidad hacia ese señor Bai.
—¿Y se lo creerá?
—Mientras el trato exista, este manjar que eres tú ya tendrá un gusano en su interior —respondió Hong Yu, con una sonrisa dirigida a Qiu Qian.
—… Y contigo, tampoco podrá mantener el esplendor que ostenta ahora —advirtió Qiu Qian.
—Un lisiado como yo no puede retener talentos demasiado brillantes —contestó Hong Yu con serenidad—. Justo perfecto.
—Está bien. Díselo así. —Qiu Qian giró de nuevo para marcharse.
Hong Yu volvió a detenerlo.
—Entonces hablemos de tus beneficios. ¿Por qué tanto apuro?
Qiu Qian arqueó una ceja, incrédulo.
—Si vas a vender, que sea una venta de verdad. ¿O acaso te da reparo?
Qiu Qian hizo una pausa y dejó escapar una risa leve, despectiva.
—Dudo que valga tanto.
♦ ♦ ♦
El último día de hospitalización —y también la víspera de que Total Entertainment pusiera fin unilateralmente al contrato de Su Quan—, Qiu Qian entró en la habitación de Bai Lang.
Era media tarde. Bai Lang, semiincorporado en la cama, hojeaba el voluminoso guion de Calle Caótica.
La luz bañaba las sábanas níveas con un resplandor dorado. Sin ropas lujosas ni artificios, la persona en la cama seguía deslumbrando con una pureza intacta.
En cuanto Qiu Qian cruzó la puerta, Bai Lang cerró el guion y levantó la mirada.
—¿Todo está resuelto?
—Más o menos. Mañana tienes luz verde para volver al trabajo —respondió Qiu Qian, sentándose en el borde de la cama.
—¿Y qué pasará con ese instructor? —preguntó Bai Lang, incapaz de reprimir la inquietud.
La anterior tía Yang había terminado convertida en la protagonista de un titular de suicidio. Al fin y al cabo, quien mucho vaga en la noche, tarde o temprano se topa con el diablo.
Qiu Qian entrecerró los ojos.
—Por ahora no lo tocaremos. Tengo otro plan.
Siguiendo la estrategia sugerida por Hong Yu, Qiu Qian sabía que no debía mostrar una reacción demasiado evidente hacia el instructor.
Bai Lang asintió, aunque no pudo reprimir la advertencia:
—Después de todo, Su Quan es una figura pública. Será mejor que uses un método más seguro y…
Qiu Qian, como si no quisiera escuchar más, acalló esas palabras cubriendo sus labios con los suyos. Bai Lang no tuvo más remedio que silenciarse, cerrar los ojos y entregarse al ímpetu de Qiu Qian. Poco después, sus manos se aferraron con fervor a la espalda ancha que lo envolvía.
Minutos de besos entrecortados, de alientos mezclándose en un vaivén cada vez más ardiente.
Fue Qiu Qian quien, al fin, rompió el contacto. Un hilo plateado pendió entre ambos labios antes de que él lo recogiera con la lengua, un gesto inconsciente que hizo temblar el pulso de Bai Lang. Su respiración acelerada casi quebraba la contención de Qiu Qian.
Pero entonces, fue Bai Lang quien se inclinó hacia él, arrebatándole otro beso con inusitada iniciativa. Esa osadía abrió paso a un nuevo torbellino de jadeos y enredos febriles, apenas contenidos por la resistencia de Qiu Qian.
No fue hasta que este logró apartarlo, con voz ronca, que murmuró:
—Es suficiente. No sigas.
—Hagámoslo —susurró Bai Lang, enlazando de nuevo su cuello, con el aliento cálido recorriendo la línea de su mandíbula.
El cuerpo de Qiu Qian se estremeció, pero aún así se contuvo.
Bai Lang comprendía aquel recelo: era el último obstáculo que Qiu Qian debía resolver en el hospital.
—No planeo ser célibe. Si ese es tu plan, me temo que tendremos que terminar.
—¡Imposible! —Qiu Qian lo sujetó con fuerza renovada.
—Entonces, hagámoslo aquí mismo. El médico está al lado, ¿no es más conveniente?
Ese comentario lo dejó sin palabras, pero antes de que pudiera replicar, Bai Lang añadió enseguida:
—Siempre que, antes de tocar el timbre, me ayudes a ponerme los pantalones.
Qiu Qian inmovilizó sus manos inquietas y tomó una respiración profunda.
—Además, de ahora en adelante tendrás que esforzarte más. No quiero moverme —remató Bai Lang.
—¿Yo? ¡¿Cuándo he hecho yo que tú te muevas?!
Ese día, antes de que Qiu Xiaohai regresara de clase a la habitación, lo que allí acontecía era, sin duda, impropio para menores.
