El renacimiento de una estrella de cine – Capítulo 42: Giro inesperado

Traducido por Bee

Editado por Shiro


Los escenarios eran bares y clubes envueltos en penumbras. Los rostros de los acompañantes, apenas alterados, se veían borrosos; aun así, la naturaleza de la interacción era evidente.

Su Quan se mostraba excesivamente próximo: rodillas tocando rodillas, o la mano del otro hombre posada en el respaldo de su silla.

Aunque no había gestos abiertamente comprometedores, la atmósfera resultaba mucho más cargada y sugestiva que la de sus simples encuentros con Qiu Qian.

La publicación encendió el foro como pólvora.

Los internautas que habían seguido el tema toda la noche compararon al instante ambos juegos de fotos. La diferencia en intimidad saltaba a la vista.

Los fanáticos de Su Quan, que hasta entonces habían atacado con rabia a Bai Lang bajo el amparo de la razón, se quedaron sin argumentos. Apenas podían replicar: «¡¿No hay nada explícito aquí, qué prueba esto?! ¡Si quieren ensuciar, al menos háganlo con más habilidad!».

Pero justo eso era lo que esperaba el bando de Bai Lang: «¿Si esto no es nada, entonces qué son las fotos de Su Quan y Qiu Qian? ¿Disfrutaron interpretando arbitrariamente imágenes para destrozar a Bai Lang durante toda la noche? ¿Se deleitaron lanzando fango? Pues ahora les explota en la cara». Bajo esa contraofensiva, los fanáticos de Su Quan comenzaron a retroceder, enrojecidos de ira, buscando a toda prisa rastros de falsificación en las nuevas fotos.

Entonces entraron en escena ciertos periodistas, aquellos que alguna vez habían sido rechazados o humillados por Su Quan, dispuestos a patear al caído.

La imagen de víctima desvalida que había cultivado era terreno minado para cualquier medio prudente: un paso en falso podía desatar una tormenta de indignación. Pero ahora, con la grieta abierta en el bando de Su Quan, ya no había temor en diseccionar cada detalle.

Y lo más revelador: los «poderosos» que antes lo habían protegido desde las sombras brillaban por su ausencia. ¿Se trataba de un consentimiento tácito? ¿O acaso aquel alguien también había desaprobado lo visto y decidió dejar que Su Quan aprendiera la lección a golpes? Algunos medios, percibiendo la falta de supervisión, se lanzaron sin reservas.

En cuestión de horas, las identidades de los tres hombres fueron descubiertas.

Por mucho que se alteraran las fotos, la complexión, la ropa y los accesorios no podían borrarse. Para un ojo profesional, eran huellas inconfundibles.

Los tres resultaron ser figuras con cierto renombre en sus campos. Nombrarlos directamente sería buscarse enemigos innecesarios, así que los reportes se limitaron a subrayar lo esencial: dos estaban casados, y ninguno tenía vínculo con el mundo del espectáculo. No eran productores, ni técnicos, ni personal de rodaje. Bajo la premisa declarada por el propio Su Quan —que jamás formaría un equipo propio—, ¿qué clase de «intercambio social», tan ajeno a intereses profesionales, ocurría en esos lugares?

La publicación dejó a sus seguidores con la garganta seca.

El gran emperador del cine, aquel que parecía vivir dedicado en cuerpo y alma a su arte, ¿se revelaba en privado como un asiduo de la vida nocturna? Eso ya era suficiente escándalo. Pero esa sombra de ambigüedad que las fotos no podían ocultar… ¡y dos de aquellos hombres eran casados!

Entonces, entonces, entonces… ¡¿podría ser que la persona que inicialmente fue reportada como «destrozada» fuera la «destructora de hogares» para otras personas?!

¿Qui-qui-qué? ¿Era posible que el verdadero «tercero en discordia» fuese, en realidad, Su Quan en las vidas de otros?

♦ ♦ ♦

Mientras tanto, en contraste con el caos, floreció otro tema paralelo esa misma noche.

La primera foto que habían publicado los fanáticos de Bai Lang: él, sosteniendo la mano de un niño a la salida de la escuela.

La imagen rebosaba ternura: Bai Lang inclinado hacia el pequeño, hablándole con paciencia, evocaba inevitablemente al buen padre Jiang Xincheng de Socios. Apenas apareció la publicación, centenares de comentarios clamaban: «¡¡¡Queremos MÁS!!!».

Ese entusiasmo se volvió contagioso. Cada vez más usuarios compartían fotos robadas de su vida cotidiana, orgullosos como coleccionistas mostrando tesoros. Y como Bai Lang no contaba con una página oficial de fanáticos, sus seguidores estaban dispersos en distintas plataformas. Aquella fue la ocasión perfecta: de boca en boca, la multitud se congregó con asombrosa rapidez.

En una sola noche se publicaron casi un centenar de fotografías.

Las más numerosas pertenecían al reciente festival deportivo del jardín infantil, captadas desde todos los ángulos imaginables. Bai Lang siendo derribado por el niño, o inclinándose con ternura para limpiarle de la comisura de los labios un rastro de salsa de tomate durante el almuerzo, derritieron a una multitud de corazones.

Circulaban también instantáneas callejeras: Bai Lang comprando panecillos al vapor con el pequeño, aguardando pacientemente en un puesto de algodón de azúcar, e incluso raras imágenes de Qiu Qian y Bai Lang llevando juntos al niño a la escuela. Todo había quedado expuesto.

En torno al 80 % de las fotos seguían el mismo patrón: el rostro del niño pixelado o difuminado. Pero, inevitablemente, algunas se filtraban sin edición, dejando al descubierto esos ojos expresivos y las cejas espesas que delataban su linaje. Los internautas, exaltados, aullaban al unísono: sin duda era el hijo del jefe Qiu. Y, además, ¡era tan adorable!

Sin embargo, aquellas imágenes desnudas rara vez sobrevivían más de media hora antes de que los enlaces se corrompieran misteriosamente. Tras varios intentos fallidos, los usuarios más perspicaces comprendieron que había una mano poderosa controlando el flujo. Lejos de indignarse, los fanáticos aplaudían la medida: era un niño, merecía protección. Las fotos que se compartían después lo ocultaban obedientemente, y aun así las imágenes se multiplicaban, solo para saborear la calidez de cada instante. El propósito inicial de desmentir rumores se había desvanecido hacía tiempo.

Pero entre tantas escenas íntimas, un mensaje se volvió transparente.

Con semejante complicidad doméstica, ¿acaso Bai Lang ya vivía con Qiu Qian y su hijo?

De ser así, ¿no era él quien tenía en verdad la llave de la casa?

Y ese supuesto «tercero» que rondaba a un lado, ¿no intentaba simplemente interponerse entre ambos?

Así, para la vasta comunidad de fanáticos, que fueran gay era una cosa; ¡pero un tercero en discordia era absolutamente imperdonable!

Las seguidoras —incluyendo a no pocas provenientes de la facción de Su Quan— se alzaron en bloque y devolvieron los insultos con la misma moneda, arrojándolos directamente sobre la cabeza de Su Quan.

♦ ♦ ♦

La guerra de fanáticos librada anoche en la red fue feroz, un combate a distancia con estrépito de artillería invisible.

Bai Lang, sin embargo, había dormido plácidamente —pues Qiu Qian se hallaba fuera del país—, abrazado por Qiu Xiaohai, quien lo sujetaba con una fuerza casi sofocante.

A la mañana siguiente, al encender la televisión, las noticias abrían con el comunicado de prensa emitido por Total Entertainment durante la madrugada.

En él se detallaban los proyectos rechazados por Su Quan, sus incumplimientos contractuales y las «relaciones sociales inapropiadas» que dañaban su imagen pública. Concluían con una explicación oficial: divergencias irreconciliables en la dirección profesional, una rescisión forzosa pero inevitable.

Fue un golpe maestro. Le arrebató a Su Quan toda posibilidad de justificar las fotos como un simple «malentendido de los internautas», cortando en seco cualquier vía de escape.

Y, como si no bastara, Total Entertainment soltó una segunda bomba: un comunicado personal de su CEO, Qiu Qian.

El texto apenas contenía unas líneas:

«Agradezco el interés mostrado hacia mi hijo y hacia Bai Lang. Dentro de cinco días se celebrará una rueda de prensa en las oficinas de Total Entertainment para ofrecer explicaciones. Todas las preguntas serán bienvenidas entonces. Hasta ese momento, les ruego nos permitan continuar con nuestro trabajo y estudios con normalidad».

Breves palabras, sin adornos sentimentales, pero impregnadas de una fuerza protectora que casi se desbordaba de la pantalla.

Las legiones de fanáticas femeninas que la noche anterior aún cuchicheaban sobre una posible infidelidad, amanecieron otorgándole un monumental «Me gusta». Más allá de debatir sobre la homosexualidad, esta confesión franca y firme despertó incluso la admiración de muchos hombres que solo observaban el espectáculo, incapaces de reprimir un murmullo: «Tiene agallas».

Pero aquel comunicado había sido una decisión unilateral, un «disparar primero y avisar después».

Mientras desayunaba y seguía las noticias, Bai Lang parpadeó incrédulo. Poco después, sonó su teléfono.

—Buenos días.

—¿Dormiste bien anoche? —preguntó Qiu Qian, como siempre, empezando por su salud.

Bai Lang sonrió.

—Sí, profundamente, hasta el amanecer.

—Bien. Regreso en tres días. Estos días no importa si el pequeño Hai falta a la escuela.

—Lo sé. Todavía no lo he despertado. —Apenas pronunció estas palabras, Qiu Xiaohai salió del dormitorio, frotándose los ojos, buscando a alguien.

—A-Bai… —Al verlo, se dejó caer en el sofá y se acurrucó sobre su vientre, dispuesto a seguir durmiendo.

Al otro lado de la línea, Qiu Qian también lo oyó y soltó una risa baja.

—Si los periodistas atraparan a este mocoso, revelaría todos los secretos de nuestra familia sin pensarlo dos veces.

—Ciertamente —respondió Bai Lang, acariciando la cabecita del niño, por el gesto y por esas palabras: «nuestra familia».

Qiu Qian retomó el asunto principal.

—Hong Hong dijo que las fotos de anoche se las diste tú. ¿Cómo las conseguiste? ¿Fue el viejo Hong?

—Le pedí un favor a A-Qi.

—¿Rong Siqi? —Qiu Qian reaccionó de inmediato—. ¿Fue en el banquete de los Rong? ¿Acaso…?

—Solo le envié a Hong Yu las fotos de él y Su Quan para ver si podía canjearlas por algo más —admitió Bai Lang.

Hubo una breve pausa, y luego Qiu Qian estalló en carcajadas.

—A veces pienso que solo llevas piel de conejo.

Bai Lang fingió inocencia.

—Hasta un conejo, acorralado, puede morder.

—Menos mal que saltaste tú solito a mis brazos —dijo Qiu Qian con orgullo.

—¿Quieres que salte otra vez?

—¡Ni se te ocurra!

♦ ♦ ♦

La mordida de Bai Lang, en efecto, había ido directa al punto más doloroso de Su Quan.

A la mañana siguiente, a casi la misma hora, Su Quan, que no había conciliado el sueño en toda la noche, recibió la llamada de Hong Yu.

No quería contestar. Pero no tuvo alternativa.

—¿Lo has pensado bien?

Su Quan, con las manos y los pies helados, respondió apenas con un hilo de voz:

—… Sí.

—Entonces deja de hacer ruido. Esta vez no limpiaré tu desastre. Y tú, estate tranquilo también —dijo Hong Yu, con calma implacable.

Su Quan no se atrevió a replicar.

Porque esas tres fotos le habían revelado, con un escalofrío, que cada uno de sus movimientos había estado bajo la atenta mirada de Hong Yu.

Y que él hubiera permitido que aquellas imágenes vieran la luz no era casualidad. Era, en esencia, una advertencia: sigue jugando, y más escándalos te esperarán. Entonces, sin respaldo alguno, quizá ni siquiera podrás seguir en este círculo.

—¿Y en el futuro…? —Su Quan se mordió el labio, pero al final se atrevió a preguntar.

Hong Yu dejó escapar una risa baja, grave, cargada de cansancio.

—Al envejecer, uno siempre busca tranquilidad. ¿No lo crees?

Su Quan apretó el teléfono con fuerza. El corazón le latía desbordado de indignación y resentimiento, pero aun así no se atrevió a oponerse.

—… Su Quan lo entiende.

 

♦ ♦ ♦

Al final, el escándalo de la rescisión con Total Entertainment se fue difuminando hasta desvanecerse, enterrado bajo la respuesta de Su Quan: «suspender temporalmente todas las actividades artísticas».

Pero tras el incidente, sus fanáticos quedaron con la amarga sensación de haber tragado una mosca. Náusea, repugnancia, decepción.

El silencio de Su Quan solo podía explicarse de una manera: aquellas acusaciones —tanto las del comunicado oficial como los encuentros íntimos con personas casadas— debían contener algo de verdad.

Y aun así, ¿no podía al menos salir y decir algo? ¿Aunque fuera forzado?

Ese abandono repentino hizo que los más leales, quienes lo habían defendido con uñas y dientes, se sintieran traicionados. Dolidos, furiosos, heridos.

Entonces, todos los premios y proyectos pasados de Su Quan fueron arrastrados a la luz y sometidos a escrutinio implacable.

Así son las cosas: cuando la percepción cambia, lo que ayer parecía brillante hoy se torna opaco.

«El emperador del cine, Su Quan» se convirtió, en el transcurso de un año, en un nombre del pasado en la industria. Y la historia necesitaba ser escrita por otra generación.

Semanas después, se anunciaron las nominaciones a los Premios Golden Emperor al Mejor Actor.

Bai Lang, que recientemente había salido del armario, figuraba oficialmente entre los nominados.

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