El renacimiento de una estrella de cine – Capítulo 43: Saliendo del armario

Traducido por Bee

Editado por Shiro


Tras la rueda de prensa personal convocada por Qiu Qian, ambos aprovecharon la ocasión para salir del armario públicamente.

En ese mismo tiempo, las fotos de Su Quan con otros tres hombres seguían circulando por la red, desviando buena parte de la atención y amortiguando la virulencia habitual de las críticas.

Aun así, los ataques eran numerosos. Las acusaciones de «falta de piedad filial» no tardaron en aparecer, pero con la presencia de Qiu Xiaohai —un niño de apenas cinco años—, los moralistas encontraron terreno fértil para su indignación.

La mayor parte de las críticas se centraba en que Qiu Qian y Bai Lang daban «el peor ejemplo posible» al niño. Que salir del armario tan de manera pública era exponerlo al escrutinio y al señalamiento injustificado, un acto irresponsable.

El primer periodista en la rueda de prensa no tardó en lanzarlo al centro de la sala con voz cortante:

 —Sr. Qiu, ¿cree que le está haciendo bien a su hijo?

Qiu Qian arqueó una ceja y devolvió la pregunta con otra:

—¿Tiene la culpa el hijo de un asesino?

El periodista vaciló.

—Si el hijo no tiene relación con el crimen, entonces no.

—Entonces —concluyó Qiu Qian, encogiéndose de hombros—, ¿quién se equivoca al señalar y criticar al hijo de un asesino?

—¡Pero la homosexualidad bien podría ser hereditaria, ¿no?! —insistió el periodista, sin ceder.

—Y si lo fuera, ¿qué? ¿Qué se le puede decir a quien usa la genética como medida de moral? —replicó Qiu Qian, con desdén marcado en cada sílaba.

El periodista enrojeció.

—¡En ese caso, cómo explica, Sr. Qiu, haber engañado a una mujer para que le diera un hijo con su útero?!

La sonrisa de Qiu Qian se volvió feroz, peligrosa.

—Qué osadía. Para que yo responda, primero demuestre su acusación. Si no puede…

La frase inconclusa fue suficiente. De pronto, todos cayeron en la cuenta: en esa rueda de prensa podían preguntar, y se transmitía en vivo, pero nadie había garantizado que no hubiera consecuencias después.

Las preguntas siguientes perdieron filo. Todas fueron puñetazos blandos contra algodón.

Bai Lang, frente al televisor, negó con la cabeza. No era la primera vez que alguien lanzaba advertencias abiertas a los medios, pero la arrogancia de Qiu Qian lo colocaba indudablemente en la primera fila.

Aun así, tras la tormenta de Su Quan, Bai Lang y Qiu Qian se erigieron a ojos del público como pareja. Una pareja objeto de alabanzas y reproches a partes iguales.

Lo lógico habría sido bajar la exposición de Bai Lang y optar por el silencio hasta que la marea cediera. Pero, ya fuera fortuna o infortunio, justo en ese momento crítico llegó la nominación a Mejor Actor en los Golden Emperor.

Un mes atrás, Fang Hua habría estallado de risa jubilosa.

Ahora, con la notificación oficial en las manos, contemplaba el cartón dorado con preocupación.

Porque sí: una nominación al Golden Emperor era un honor inmenso para un actor novato con una carrera aún breve. Un caso perfecto de aquello de que «la nominación ya es el premio».

Pero si Bai Lang, con el afán de capitalizar la popularidad de su nominación, se expusiera sin descanso en toda clase de programas de entrevistas, lo más probable sería que aquello encendiera una nueva y más incisiva ronda de interrogatorios y debates sobre su reciente salida del armario. Un fuego que solo avivaría aún más la polémica y lo colocaría en un foco abrasador, nada beneficioso para él.

—Sin embargo, la otra opción —rechazar de plano tales invitaciones— también tiene sus grietas —le advirtió Fang Hua a Bai Lang con un suspiro—. La atención, sí, se disiparía, pero al precio de erigir obstáculos futuros. Muchos programas veteranos, de prestigio, no perdonan que un artista novato decline su invitación.

»Negarse, es sellar para siempre esa puerta. Y aceptar unos mientras se rechazan otros tampoco es solución: también es una manera de ganarse enemigos. Así que esto ya no es solo un asunto profesional. Debemos medirlo con calma, pensar con claridad y luego decidir cómo proceder.

Bai Lang meditó apenas un instante, pero aun así asintió.

—No es impedimento. Cooperaré con la promoción de la empresa; si hay programas, asistiré.

Fang Hua, convencida de que él no había captado la magnitud de lo dicho, se tornó más directa.

—Si tú y Qiu Qian levantan demasiado revuelo —aunque me pese decirlo—, ¿has pensado en cómo afrontarías las consecuencias si algún día rompieran?

—¿Y eso qué importa? —replicó Bai Lang con una sonrisa tranquila—. Para entonces, el dolor más profundo ya no será ese que te preocupa.

Al escucharlo, Fang Hua negó con la cabeza.

—Vaya cosa. Ustedes son dos hombres, pero las cosas que dicen hacen que me dé un escalofrío empalagoso.

Bai Lang arqueó levemente una ceja, sorprendido.

Ella puso los ojos en blanco antes de continuar:

—Cuando le hice la misma pregunta, Qiu Qian me dijo que me ahorrara la preocupación; que nadie se atrevería a maltratar a un viudo.

Bai Lang quedó sin palabras. Aquello, sí, era la versión de «empalagoso» propia de Qiu Qian.

♦ ♦ ♦

El asunto de Su Quan guardaba aún un último cabo suelto: Bai Li.

De acuerdo con los planes iniciales de Su Quan, quien había sido comprado para hostigar al viejo instructor y, de paso, acosar a Bai Lang, no era otro que Bai Li.

El viejo instructor ya había sido «atendido» poco después de iniciarse el rodaje de Calle caótica. Tras varias emboscadas y palizas —y a instancias de Bai Lang—, Qiu Qian se limitó a tenderle una trampa de deudas de juego, asegurándose de que sus días futuros fueran sombríos y sin salida. Nada demasiado cruel: al fin y al cabo, ese hombre solo era un codicioso del dinero, no un asesino de vidas.

Bai Li, en cambio, también era codicioso, pero explotar una y otra vez a su propio hermano menor para obtener dinero era un pecado imperdonable. Cuando el asunto de Su Quan estuvo casi resuelto, Qiu Qian se remangó, dispuesto a encargarse de esa escoria como se merecía. Sin embargo, por respeto y por sentido común, al fin y al cabo era el hermano de Bai Lang, por lo que este quiso consultarlo antes.

Bai Lang, para su pesar, tuvo que admitir que había subestimado de nuevo la hondura de la codicia en Bai Li. Había confiado en que la temible reputación de Qiu Qian serviría de freno, y en cierto modo lo había hecho: Bai Li ya no lo amenazaba con filtrar a los medios a la menor provocación, como en su vida pasada. Pero, al obrar así desde las sombras, tras una primera vez vendría sin duda una segunda. Y Bai Lang no estaba dispuesto a malgastar más recursos propios ni de Qiu Qian en contenerlo. Sería un desperdicio.

Así que aceptó que el viejo instructor testificara —fuese voluntario o se le obligara a serlo—, revelando públicamente que Bai Li había pagado para perjudicarlo en secreto. Con la declaración del instructor, reforzada incluso con fotos del susodicho entregando el dinero, si el asunto se manejaba con descuido, este podía enfrentar cargos criminales por instigación a causar daños.

La pena no era grave, pero para Bai Li —un hombrecillo que solo tenía arrestos para endeudarse y aún soñaba con ascender como caballero de alta sociedad—, leer aquel reportaje lo dejó con el rostro desencajado.

El secreto vergonzoso que creía enterrado había quedado expuesto con una claridad absoluta.

Y así, cuando una jauría de periodistas lo acorraló en la puerta de su casa preguntándole por sus motivos delictivos, su mente se vació. Apenas pudo balbucear, con voz temblorosa, una defensa débil: que él era un ciudadano respetuoso de la ley, que solo había pedido a alguien que le diera una lección a su hermano, quien había demostrado ser un hijo poco filial… ¿acaso eso no era permitido? (¡Ni se atrevió a confesar que también había cobrado por ello!).

Hubiera sido mejor callar. Al soltar esas palabras, los ojos de los periodistas brillaron al unísono.

¿Poco filial? ¿Se refería acaso a las recientes noticias de que Bai Lang había salido del armario?

Al principio, los periodistas que no se habían atrevido a provocar al temible señor Qiu —y que, durante la salida del armario de Bai Lang, habían evitado escarbar en sus padres biológicos para no herirlo por la espalda, como suele hacerse en las noticias sensacionalistas—, ahora veían la oportunidad perfecta. No eran ellos quienes lo insinuaban: era el propio Bai Li quien lo gritaba. Así que, excitados, se precipitaron sobre la presa como buitres sobre la carroña.

Y Bai Li, que carecía de cualquier excusa convincente, encontró en la sugerencia de los periodistas un salvavidas caído del cielo. Le pareció tan lógico, tan razonable, que de inmediato exclamó con aplomo:

—¡Exacto! ¡Por eso mismo! ¡Lo que ha hecho Bai Lang ha deshonrado el apellido Bai! ¡Como hermano mayor, tenía todo el derecho de darle una lección a golpes! ¡Es lo más natural del mundo!

Un periodista, más incisivo que los demás, insistió con ansia:

—Entonces, señor Bai Li, ¿quiere decir que sus padres piensan igual? ¿La familia Bai ha roto toda relación con él?

El rostro de Bai Li se tensó. En su interior aún albergaba la esperanza de trepar por las ramas que representaba su hermano. Quemarlas del todo no era sensato. Su respuesta se volvió vacilante:

—Bueno… eso depende… Si él…

No pudo terminar. Tras escuchar escondida tras la endeble puerta, la madre de Bai Lang la abrió de golpe con un crujido feroz y comenzó a vociferar con voz estridente:

—¡¿Qué hay que discutir?! ¡Ese desgraciado de Bai Lang! ¡Que no vuelva a llamarse Bai! ¡Nos ha cubierto de vergüenza a su hermano y a nosotros! ¡¿Cómo vamos a vivir ahora?! ¡¿Cómo piensa compensarnos?! ¡Hoy su hermano mayor tenía todo el derecho de darle una paliza, y se la merecía! ¡Ustedes graben esto y díganle que, de hoy en adelante, cada cual por su camino! ¡Que no nos debemos nada! ¡Nosotros no tenemos un hijo como él, y él no tiene padres como nosotros! ¡¿Me oyeron?!

Al terminar, la señora Bai, sin remordimiento alguno, arrastró a Bai Li al interior y cerró la puerta de un portazo.

Así, con un arranque dramático, dejó sellada la entrevista.

Esa misma noche, la grabación apareció en las noticias. Bai Lang no permitió que Qiu Qian la censurara.

Esperaron a que Qiu Xiaohai se durmiera para ver juntos el noticiero nocturno. Durante la transmisión, Qiu Qian sostuvo en silencio la mano de Bai Lang, como si quisiera darle fuerzas a través del contacto.

Al comparar aquella escena con su vida pasada, Bai Lang sonrió levemente.

—Mi madre hasta insultó con un poco más de gracia esta vez. Esos cinco millones que le diste no fueron en vano, después de todo.

Qiu Qian lo miró con seriedad.

—¿No te arrepientes?

Desde un inicio, cuando decidieron exponer a Bai Li, ambos sabían que este desenlace era posible. Y aun así, Bai Lang insistió en seguir adelante.

Él apartó la mirada hacia la televisión. Había en sus ojos un rastro de tristeza, pero también un brillo de liberación.

—Esta vez las oportunidades eran mayores. Una lástima que la tasa de éxito siguiera siendo tan baja.

Shiro
A pesar de que Qiu Qian no lo sabe, Bai Lang está comparando la realidad con su vida pasada. Aquí está diciendo que le dio a sus padres y hermano un contexto mucho más favorable para que, por una vez, lo eligieran a él. Pero, como era de esperar dada su naturaleza, las posibilidades de que lo hicieran eran casi nulas. Aunque esto lo entristeció, también lo liberó de cualquier esperanza u obligación hacia ellos.

Solo él comprendió el verdadero significado de las palabras de su madre: «que no nos debemos nada». Era, sin duda, el miedo de que él regresara a reclamar aquellos cinco millones.

Qiu Qian lo atrajo contra su pecho, apretando su cabeza con firmeza.

—Si te sientes afligido, llora aquí conmigo. No vuelvas a llorar por ningún pastel.

Bai Lang recordó que, en efecto, había habido una noche así, y sonrió suavemente. Entonces, sintió la vibración cálida de esa voz contra su oído:

Shiro
Aquí se refiere a la noche en la que Bai Lang se sintió afligido a causa de los pasteles de luna que su familia le envió en una oportunidad.

—El pequeño Hai y yo… siempre estaremos aquí.

—Mm —respondió Bai Lang, alzando la mirada para encontrar, en los ojos de Qiu Qian, una ternura poco habitual.

Impulsado por la emoción, Bai Lang atrajo la cabeza de Qiu Qian hacia sí y lo besó con fervor.

El contacto ardiente, obstinado y, sin embargo, lleno de gentileza de Qiu Qian fue la respuesta.

Después vinieron los cuerpos estrechamente enlazados, la respiración entrecortada, la intimidad inevitable.

Ternura y pasión, consuelo y anhelo se entrelazaron, fluyendo entre ambos como una corriente intensa y sin freno.

♦ ♦ ♦

A la mañana siguiente, contemplando a Bai Lang dormido en la cama oscura, envuelto en sábanas, con los párpados cerrados y una leve humedad en las comisuras de los ojos, Qiu Qian no pudo contenerse y dio unas breves órdenes por teléfono.

Esa misma mañana, el mundo entero supo que Qiu Qian había pagado la deuda de cinco millones de Bai Li.

Y también todos comprendieron, sin lugar a dudas, qué significaba aquel «que no nos debemos nada» de la madre de Bai Lang.

 

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