La hija del Emperador – Capítulo 17

Traducido por Lily

Editado por Sakuya y Herijo


Pero Kaitel no entendía ni una palabra de lo que yo decía. Llegué a la conclusión de que él también tenía algún tipo de trastorno de comunicación. Si no, ¿por qué sería incapaz de comprender estos balbuceos que Serira entendía perfectamente!

Entonces, Kaitel sonrió. Era una sonrisa ligeramente distinta a la de antes.

—Has mejorado. Aunque sigo sin tener idea de lo que dices.

¿Eres feliz, papi? Yo lo soy. Soy feliz de poder maldecirte a mis anchas. Claro que no entenderás lo que digo, pero tampoco es mi intención que lo hagas. Si lo hicieras, mi cabeza probablemente acabaría rodando. Le devolví una sonrisa radiante. Ahora que lo pienso, ¿deberíamos intentar con “idiota” otra vez?

“¡Oye, idiota!” ¿Lo intento?

Estaba sopesando si arriesgarme o no, cuando Kaitel volvió a sonreírme. Luego me dio una palmadita en la cabeza.

—Ahora eres como un perro.

¿Eh? ¿Cómo dices?

Me quedé sin palabras. También se me borró la sonrisa. Y la compostura. ¿Qué acaba de decirme este bastardo? ¿Que soy como un perro? ¿Quién? ¿Yo?

Un profundo suspiro escapó de mi boca. Lo miré fijamente y reflexioné con total seriedad.

Oye… lo digo en serio. Tengo una duda genuina… ¿Cuándo vas a considerarme un ser humano?

Durante los últimos ocho meses, había habido un cambio notable en el palacio: dondequiera que yo fuera, siempre había juguetes y artículos para bebé.

Aunque pueda no parecer gran cosa, en realidad era un cambio muy significativo. ¡Significaba que había artículos de bebé en el despacho de Kaitel y en su dormitorio!

Teniendo en cuenta su terrible reputación, no era difícil entender la enorme hazaña que eso suponía.

Yo, en particular, nunca había visto de primera mano lo despiadado y frío que podía ser Kaitel, pero las sirvientas, incluida Elene, no paraban de elogiar el cambio que había experimentado el Palacio de Soleil. Con todos esos artículos de bebé por ahí, decían cosas como que el emperador “se estaba volviendo más humano” y que “los hombres de verdad cambian cuando tienen hijos”.

Qué tontería.

—Ubba.

Como apenas sabía gatear, siempre ponían juguetes a mi alcance dentro de la cuna.

Quizás hoy juegue a emparejar animales. Vaya, qué bien me entretengo yo sola. ¿Dónde se puede encontrar un bebé tan bueno como yo? Kaitel es un hombre bendecido. Qué suerte ha tenido con su hija. Si tan solo tuviera mejor carácter y personalidad, sería absolutamente perfecto.

Dejé mi juguete un momento y levanté la vista. Mi padre estaba sentado con mala postura, como siempre, revisando sus documentos.

Mañana es su cumpleaños, pero, por supuesto, mi padre es diferente a los demás. Pasando el día con sus papeles. Es un caso aparte.

Escuché que el palacio de invitados estaba abarrotado de gente que había venido de un sinfín de países para celebrar su cumpleaños. Y, sin embargo, el protagonista, Kaitel, mostraba muy poco interés. De hecho, era Perdel quien parecía emocionado, así que, ¿qué más se puede decir?

Él era quien lidiaba con los enviados mientras Kaitel estaba encerrado en su despacho.

—¿La provocación de Langres, eh?

Dicen que los hombres son más atractivos cuando están concentrados. Viendo a mi padre ahora, comprobé que esa afirmación tenía bastante de cierto.

Sentado ahí con las mangas de la camisa remangadas, centrado en sus documentos… Parece el director general de una gran corporación. Si le añadimos unas gafas, la imagen sería perfecta. Quizás el título debería ser: “Kaitel, el emperador concentrado”. ¡Oye, pues no suena mal!

Aunque el objeto de mi admiración fruncía el ceño, sumido en sus pensamientos, la imagen me tenía hipnotizada.

Si pudiera embotellar esa belleza y venderla, haríamos una fortuna. No es que Kaitel lo necesite, claro. Es el emperador, después de todo. Pero no podía evitar pensar que era un crimen dejar que tanta belleza se desperdiciara. ¡Por el bien de la humanidad!

Mmm, entonces, ¿eso significa que mi padre debería convertirse en un mujeriego? Quizá debería esparcir sus genes superiores a lo largo y ancho del mundo…

—¿Cuándo has llegado?

¡Ay, Dios! ¡Me has asustado! Me llevé una mano al pecho, sobresaltada por la voz que interrumpió mis ideas.

Ahhh, creía que alguien había leído mis locos pensamientos. Por un segundo, creí que mi padre podía leer la mente, pero por suerte aún no había llegado a ese punto.

—Ahora mismo —respondió Dranste, apoyándose en mi cuna con una sonrisa juguetona. Acto seguido extendió la mano para acariciarme la cabeza.

¿Tú también me tratas como a un perro? ¡¿Cómo te atreves?!

Esquivé su mano rápidamente y puse mala cara. ¿Cuándo ha llegado este imbécil? Este tipo es como un fantasma. Aunque bueno, lo es.

Pero entonces, Kaitel levantó la vista de repente.

—Quita tu mano de mi hija.

Dranste se encogió de hombros ante su advertencia, pero continuó estirando la mano para acariciarme la cabeza, solo para molestarlo. La sonrisa traviesa en su rostro mientras se giraba para mirar a Kaitel era increíblemente petulante e irritante.

—¿Acaso eres una fiera marcando su territorio? Solo la llamas “tu hija” cuando quieres que los demás sepan que te pertenece.

¿Eh? Un momento…

Los ojos de Dranste no brillaban en azul. Yo, que pensaba que sus misteriosos ojos eran su único rasgo digno de mención, me sentí… la verdad, mucho más decepcionada de lo que esperaba al verlos así.

Vamos, hombre. ¿Has perdido tu única cualidad? Aunque qué extraño. Su forma no es tan diferente de cuando solo es visible para mí. Pero a juzgar por la reacción de Kaitel, era evidente que podía verlo.

¡Ah, espera! ¿Será que sus ojos no brillan cuando se hace visible para todos? ¡Eso es! Miré a Dranste, fascinada por mi nuevo descubrimiento. Al verlo, el rostro de Kaitel se ensombreció aún más. Apretó los dientes y le advirtió de nuevo.

—Te he dicho que quites las manos.

Haciendo caso omiso, Dranste procedió a acariciarme la mejilla con una sonrisa en el rostro.

Pervertido asqueroso.

Eso fue suficiente para colmar la paciencia de Kaitel. Se puso de pie, empuñando de repente una espada que parecía haber salido de la nada, y la colocó contra el cuello de Dranste.

—Tres, dos…

—Oh, está bien, está bien —dijo Dranste, apartando la mano ante la despiadada advertencia.

Chasqueó la lengua con decepción. El gesto disgustó a Kaitel, quien lo fulminó con la mirada. Dranste le devolvió una sonrisa descarada y le dio un golpecito en la espada.

—Pero si esta cosa era mía. Sabes que no tiene ningún efecto precisamente por eso, ¿verdad!

—Cállate.

—De tal palo, tal astilla, supongo.

Me miró con expresión decepcionada, pero ¿qué podía hacer yo? Piérdete. ¿Quién ha dicho que somos amigos?

—Psh.

Dranste retrocedió con aire de descontento, y solo entonces Kaitel bajó la espada. Acto seguido, me sacó de la cuna. Mientras me levantaba, vi cómo su espada se desvanecía en el aire. No era la primera vez que lo veía hacerlo, pero siempre me asombraba. ¿Acaso Kaitel puede invocar la espada a voluntad? Qué genial.

Regresó al sofá conmigo en brazos y retomó sus documentos. Asomé la cabeza desde su regazo. Dranste caminaba detrás de Kaitel, sonriendo como siempre.

—¿Va bien el trabajo!

Por el comportamiento de Kaitel, estaba claro que Dranste no le caía muy bien. Y, sin embargo, no parecía que hubiera necesariamente un muro entre ellos. Dranste era más cercano a Kaitel que a mí.

—Parece que tendré que aniquilar Langres pronto.

¿Cómo? Solo han pasado siete meses desde que Kaitel regresó de la batalla. ¿Ya se va a marchar otra vez?

Eres un fanático de la guerra, ¿verdad? ¿Así que es cierto que libras batallas dos o tres veces al año! Y yo que pensaba que era una exageración.

Pero el semblante de Kaitel me decía que había mucho de verdad en esa afirmación.

Eso es. Mi padre es un psicópata. No es normal.

Pero lo mismo se podía decir de Dranste, que le hacía compañía. Su respuesta fue aún más espectacular.

—¿Por qué? ¿Te molestan?

—Me están sacando de quicio.

Querido papi, ¿así que aniquilas a la gente solo porque te saca de quicio! A este paso, cuando crezca y me pelee con mis amigos, probablemente los enviará a algún lugar lejano solo porque me molestaron. Bueno, mientras no los mate, supongo. Idiota.

Dranste caminó hasta detrás del sofá en el que estaba sentado Kaitel y se inclinó para echar un vistazo a los papeles que leía. Seguramente mi padre se dio cuenta, pero no se molestó en detenerlo.

Quizás no era nada confidencial.

—¿Irás tú mismo? ¿Como hiciste en Izarta?

—Quizás.

¿Mmm? ¿No se supone que debe ir él?

Miré a mi padre con curiosidad. De repente, su mirada se desvió de los documentos hacia mí. No me lo esperaba.

¿Por qué me miras de repente? No te debo dinero. ¡Solo soy un bebé! ¡Gugu, gaga!

—Mmm, esto se está poniendo interesante.

¿Y qué demonios dice este ahora? Fruncí el ceño ante la risa irritante de Dranste a mi espalda, y agradecí que Kaitel volviera a mirar sus documentos. Puede que sea mi padre, pero no era recomendable mantener el contacto visual con él por mucho tiempo.

—Lo estoy pensando. Si ir yo mismo o enviar a Asisi.

—¿No está el Caballero Negro en el norte ahora mismo? Langres está muy al oeste. Queda lejos de donde está, ¿no!

—Ya se las arreglará.

¿Quién es Asisi! Apreté los labios mientras intentaba recordar si había oído ese nombre antes.

Dranste exclamó dramáticamente detrás de nosotros:

—¡Vaya, qué comentario tan cruel!

—Como si me importara.

A Kaitel realmente no le importaba lo que dijera Dranste.

Dranste… creo que ahora entiendo lo que dijiste antes. Realmente no le caes bien a Kaitel. O más bien, a Kaitel le resultas extremadamente molesto. O, al menos, esa es la impresión que me da.

—Me tienes harto.

Dranste se movió hasta ponerse frente a Kaitel. Quizás sentía que lo estaba ignorando.

—No es ninguna novedad. Siempre has sido así.

Y aun así, la respuesta que obtuvo fue:

—Quítate de mi vista.

¡Pobre hombre! ¡Recibe peor trato que yo! Qué se puede hacer por esa pobre alma… Era una escena verdaderamente conmovedora. Y aun en medio de toda esa hostilidad, sigue sonriendo.

¿Estás bien? ¿Estás contento? Toma. Te prestaré un poco de atención. Yo te la daré.

—Ni siquiera vengo tan a menudo, pero siempre odias que lo haga —se quejó Dranste. Quizás finalmente se sintió herido por ser rechazado constantemente, pero Kaitel ni siquiera se molestó en responder. Cuando la mirada de Kaitel se posó en mí una vez más, me sentí un poco triste por él.

—Papá, papá.

Ahora es el momento de hacer monerías. Froté mi cabeza contra el pecho de Kaitel mientras lo llamaba. Kaitel extendió la mano y me acarició la cabeza. Claramente me está tratando como a un perro, ¡pero no lloraré! ¡No estoy triste! ¡Ja! ¡Jajaja!

—Tu hija es una lindura. Dame su mano en matrimonio cuando crezca.

¿Pero qué diablos? Parecía que las sandeces de Dranste empeoraban cada día. Pero entonces escuché una voz gélida resonando sobre mí.

—Primero te mataré a ti.

Kaitel lo decía completamente en serio. Cuando levanté la vista, su expresión era fría como el hielo. Incluso Dranste pareció sorprendido por la dura reacción, aunque no tardó en soltar una carcajada.

—Vaya, una vida por una simple broma. ¿Por qué tan serio?

Sabes, de verdad creo que Kaitel podría matarte algún día por soltar la broma equivocada en el momento equivocado.

Me acurruqué más en los brazos de Kaitel mientras predecía el futuro de Dranste. Preferiría que mi padre me tratara como a un perro a que ese pervertido me acariciara la cabeza. Al fin y al cabo, es mi padre. Además, su olor me resultaba más familiar.

Los dos hombres me observaban retorcerme en los brazos de Kaitel, con una expresión mucho más seria de lo que la situación ameritaba.

¿Es que no tienen nada mejor que mirar ahora mismo! Sentí que debería cobrarles por el espectáculo, pero, ay, era un animal que no podía hablar. ¿A quién quería engañar? No me entenderían. Uf, qué asco.

—Qué linda. Parece un conejito —dijo Dranste con una risita.

—Parece un perro —replicó Kaitel.

Por Dios… ¿Cuándo voy a ser humana para ti? ¡¿CUÁNDO?!

Estaba tan triste que quería echarme a llorar, pero, de algún modo, Dranste pareció captar mis emociones. Miró a Kaitel con incredulidad.

—¿Un perro? ¿Te refieres a uno de esos que hacen «guau-guau»!

Exactamente esa clase de perro.

—¿No es eso un insulto?

¿Tú crees?

Le dirigí a Dranste una mirada de profunda lástima, pero no se fijó en mí en absoluto.

Imbécil. ¿Crees que puedes ignorarme y vivir feliz para siempre? ¿Eh! ¿Crees que te irá bien? Sí, claro. De acuerdo. Te ves bien. Como sea. Que tengas una buena vida.

—Su forma de depender por completo de mí, de retorcerse de alegría al verme y de sonreír como una tonta… es exactamente como se comporta un perro. ¿Cuál es el problema!

—Bueno, «problema» como tal, no, pero…

Dranste me miró, estupefacto.

¿Mmm? ¿Qué pasa?

—Pero es tu hija.

—¿Y?

Un momento, ¿perdón? ¿Por qué Dranste me mira como si yo fuera algo tan increíblemente trágico que no tiene remedio! ¿Alguien puede explicármelo!

—Realmente eres un desalmado.

—¿Qué?

—¿Llamas a tu propia hija «perro»? ¡Se sentirá muy herida!

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