La hija del Emperador – Capítulo 18

Traducido por Lily

Editado por Sakuya y Herijo


¿Por qué este lunático parece tan normal? ¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué Dranste de repente actúa como una persona cuerda? ¡¿Por qué?! No tengo idea de si debería alegrarme o no.

Justo en ese momento, Kaitel, con la mirada baja hacia mí que estaba en sus brazos, preguntó:

—¿Duele?

—¡Sí, y mucho! —insistió Dranste con fervor—. Imagina lo herida que se sentiría con ese corazoncito tan delicado. —Dranste puso una mano sobre mi cabeza—. Tratarte como a un perro. Ridículo, ¿no crees, Ría?

Se sintió tan natural que no me resistí, pero no era el caso de Kaitel. En el instante en que la mano de Dranste se posó en mi cabeza, su rostro se endureció.

—La mano. Fuera —advirtió, quitándosela de un manotazo despiadado. Dranste se quedó obviamente desconcertado, al igual que yo.

¡Qué susto me has dado! ¿Qué te ocurre, papito querido?

—Te dije que te mataría.

—Vaya, qué frío…

Pero Dranste no pudo terminar la frase. Kaitel invocó su espada de nuevo y, sin siquiera levantarse, apuntó al cuello de Dranste. —Quita tus manos de mi hija.

Ah. Creo que ya entiendo por qué a veces me llama “mi querida hija” y otras, simplemente “hija”. Solté un suspiro disimulado.

—¿Eres su padre o su dueño? —murmuró Dranste, perplejo.

Mmm… Lo medité un momento antes de responder en mi cabeza. ¿Probablemente mi psicópata personal?

♦ ♦ ♦

El Gran Imperio de Agrigent… La primera vez que oí el nombre, no le di mayor importancia. Pero al ver el palacio iluminado por la noche, a toda la gente paseando con sus diversos atuendos de gala y al oír la dulce melodía de la orquesta, empecé a tener una sensación extraña. De hecho, mucho más extraña de lo que esperaba.

—Ya está lista, Princesa —dijo Serira, sosteniéndome mientras captaba mi mirada. Parece que, tras debatir apasionadamente con Elene durante las últimas tres horas sobre cómo peinarme, por fin habían llegado a una conclusión.

Me pusieron un espejo delante. El corazón empezó a latirme con fuerza en el pecho mientras extendía la mano para tocarlo y contemplar mi aspecto por primera vez.

—¡Ooooh!

¡Qué-qué bonita! Esa fue mi primera impresión al ver mi reflejo. Sé que siempre voy por ahí diciendo lo adorable y hermosa que soy, pero esto superaba mi imaginación.

Kaitel, maldito desgraciado. ¿No decías que parecía un perro? ¡¿A esta cara?! ¿Quieres ver cómo es un perro de verdad? ¡¿Eh?! Dios mío. Soy tan bonita. ¿Cómo es posible?

—¡Bo-bonita!

Miré a Serira, quien soltó una risita y me acercó más el espejo. Alargué los brazos y agarré el marco.

Mi cabello era plateado con un ligero tinte rojizo, igual que el de Kaitel. La forma en que el plateado y el rojo brillaban a la vez era tan fascinante que me pregunté si de verdad podía ser pelo humano. Incluso mis ojos carmesí, los que Kaitel una vez dijo que le ofendían de tan rojos que eran, se parecían a los suyos.

Tenía razón: no me parecía en nada a mi madre. Tanto, que resultaba ofensivo. Era evidente para cualquiera que yo era la hija de Kaitel.

Y mira estas mejillas regordetas.

Mis grandes ojos miraban al espejo con una humedad que los hacía parecer a punto de romper a llorar en cualquier momento. Mis mejillas y labios ligeramente sonrosados, teñidos del color de un pétalo de flor, eran increíblemente adorables.

Vaya, qué linda soy.

—Cielos, parece que la princesa se ha enamorado de su propio reflejo.

—Desde luego. ¡Si hubiera sabido lo mucho que le gustaría, se lo habría mostrado antes!

Pues sí, ¿por qué no lo hicieron? ¡Soy preciosa!

Era como si Dios hubiera escuchado mi plegaria de renacer como Kim Tae-Hee[1] en mi próxima vida.

Pero, sinceramente, ¡apártate Kim Tae-Hee! ¡Puedo decir con confianza que soy toda una belleza! Por supuesto, la maldición de los dieciséis años todavía me espera, ¡pero no dejaré que eso me hunda! Ah, ejem. Todo saldrá bien, ¿verdad? ¿Verdad? Vale, puede que esté un poco nerviosa.

—Mire aquí, Princesa. Bonito, ¿verdad?

—¡Boneto, boneto!

Elene se refería a la pequeña tiara que llevaba en la cabeza. Era una coronita delicada, no más grande que mi mano. El velo de un rosa pálido que caía de ella era una preciosidad.

Morí antes de tener la oportunidad de casarme. Mi sueño siempre fue llevar una tiara algún día, ¡y aquí estoy, cumpliendo ese sueño en el cuerpo de un bebé!

De momento, decidí que estaría un veinte por ciento agradecida por haber nacido princesa de este imperio. Gracias, Dios. ¡Te quiero! ¡Y juro que no es solo porque esta tiara sea divina!

—Es hora de ir a ver a Su Majestad. Debe de estar esperando.

Elene se despidió con la mano y yo le devolví el gesto. Ella rio encantada. Normalmente, su risa me habría molestado, pero estaba de buen humor, así que la dejé pasar.

Incluso Serira iba vestida más elegante que nunca. Su pelo rubio claro estaba recogido en un elegante moño y su rostro, normalmente pálido, tenía ahora un brillo vivaz gracias a un poco de maquillaje. Había cambiado su habitual atuendo sencillo por otro vestido simple pero elegante. Casi no la reconocí.

Es toda una belleza cuando se arregla así.

La fiesta no se celebraba en el Palacio Soleil, sino en el Palacio Lunare. Nunca había oído hablar de ese lugar. Por lo visto, fue construido específicamente para celebrar fiestas y eventos como el de hoy. Por suerte, no estaba muy lejos. De hecho, los dos palacios estaban conectados por un puente, lo cual tenía sentido, ya que era el palacio del emperador. El emperador siempre recibía un trato imperial en todos los sentidos.

—Gloria al Emperador.

Cuando nos acercábamos al puente, Serira inclinó la cabeza. Kaitel se aproximaba a lo lejos, pero su paso era mucho más rápido que el nuestro.

Ugh, qué bestia.

En un instante, ya estaba frente a nosotras, y una vez más tuve que abandonar la comodidad de los brazos de Serira.

Ugh, cómo odio esto. Debería estar acostumbrada, pero no hay manera. Maldita sea.

Debí ser alguien como Hong Gil-Dong [2] en una vida pasada, viendo que soy incapaz de decir lo que pienso. No, no mi vida pasada, sino una de mis vidas pasadas. Sí. En algún momento tuve que ser Hong Gil-Dong.

Miré a Kaitel, que me sostuvo la mirada con una expresión severa. Sus ojos rojos parecían más fríos que de costumbre. Ugh.

—Pa.

Al igual que yo iba arreglada para su cumpleaños, Kaitel también estaba vestido de gala. Llevaba una casaca, una insignia y un uniforme perfectamente entallado. Claro que la apariencia de mi papá ya era impecable de por sí.

¿Y tú por qué me miras tan fijamente? Supongo que le parecerá interesante verme tan arreglada.

Pero, papito, me estás incomodando un poco. ¿Podrías ser considerado y bajarle un poco a la intensidad?

Mientras tanto, la reacción de Kaitel pareció emocionar bastante a Serira. Hizo algo que nunca se habría atrevido a hacer en un día normal.

—¿No está preciosa, Su Majestad?

Kaitel miró inmediatamente a Serira. Me puse un poco nerviosa. Aunque no era una ley escrita, había algunas reglas no dichas en el palacio, y una de ellas era que nunca debías hacerle una pregunta a Kaitel primero.

¡Agh! ¡¿Por qué has hecho eso, mamá?! Papá, no matarás a la niñera en tu cumpleaños, ¿o sí? ¿Verdad? ¿Puedo confiar en ti?

Por suerte, mi súplica pareció llegarle, porque Kaitel no dijo nada y volvió a centrar su atención en mí. Le agarré el cuello de la camisa y sonreí ampliamente.

Buen chico. Muy bien hecho.

—Está bastante hermosa.

¿Oh? ¿En serio?

Me quedé aturdida. No me esperaba un cumplido.

¿De verdad? ¿Ni un “pareces un monstruo” o algo por el estilo? ¿”Hermosa”? ¡¿De verdad?!

—Te veré después.

—Sí, Su Majestad.

¿Qué le pasa a este hombre?

Estaba un poco conmovida. Mi padre se estaba comportando como una persona normal en su cumpleaños. ¡Por una vez!

¡Que alguien traiga champán! Vaya, estoy tan conmovida. Nunca pensé que viviría para ver este día.

Kaitel pisó el puente que conectaba directamente con el Palacio Lunare. Y, tan pronto como lo hizo, Dranste apareció de la nada.

—Hola, mi pequeña princesa.

¿Qué demonios? Lárgate.

—Oh, qué cruel.

Los sirvientes detrás de nosotros parecieron inquietarse por un instante, pero rápidamente volvieron a sus tareas. Se limitaron a evitar el contacto visual, como si estuvieran acostumbrados.

¡¿Por qué?! ¡¿Es que no lo ven?! ¿Por qué a nadie le parece sospechoso? ¡Este tipo es rarísimo!

Mientras tanto, Dranste intentó alcanzar mi mano, que estaba en el hombro de Kaitel. Lo fulminé con la mirada. Kaitel también desvió la suya hacia él.

—Quita tu mano de mi…

—¡Está bien, está bien! ¡Mantendré la distancia!

Dranste retrocedió de inmediato, vista la amenaza que había recibido la última vez.

¿Para qué te molestas en tocarme si sabes que te vas a meter en problemas?

Este tipo es un enigma. No lo entiendo. Chasqueé la lengua en silencio.

Dranste me miró y me dedicó una sonrisa, una sonrisa fina y seca que parecía fruto de la costumbre.

—Ya es tu cumpleaños. El tiempo vuela.

—Hablas mucho para ser alguien que ni siquiera vino el año pasado.

Aun así, las conversaciones entre él y Kaitel eran bastante entretenidas. Aunque en la superficie parecía que Dranste siempre recibía insultos, no era necesariamente el caso. Kaitel usaba un tono ligeramente distinto al hablar con él. Era más relajado y, sin embargo, más…

Sí. Más a la defensiva.

—¿No estás contento? ¿Por qué esa cara larga?

Dranste era confuso, pero mi padre era definitivamente difícil de entender. Dranste sonrió con más amargura que de costumbre.

—Es tu cumpleaños. Al menos intenta estar feliz.

Kaitel le echó un vistazo a Dranste, aunque su paso no se ralentizó en absoluto. Pero su expresión era un poco diferente. Yo tenía el punto de vista más cercano desde donde podía ver las sutiles grietas en la máscara de Kaitel.

—Mi cumpleaños…

Su tono era amargo haciéndome sentir extraña.

Lo miré. Sintiendo como si algo pesado me oprimiera el pecho, algo para lo que no encontraba palabras.

Yo tampoco era de las que contaban los días para mi cumpleaños. Pero cuando llegaba, sin duda me emocionaba. Claro que sí. Al fin y al cabo, era el día en que nací y todo el mundo me felicitaba. Sin embargo…

Kaitel era diferente. No parecía nada feliz ni emocionado por el hecho de que fuera su cumpleaños. Todo lo que podía percibir de él era…

—Quién sabe.

Era…soledad.

Sentí que se me formaba un nudo en la garganta.

¿Qué es esta emoción?

Era un sentimiento feroz e intenso, tanto que me tomó por sorpresa. Me había acostumbrado a sus expresiones vacías, a sus sonrisas huecas que no eran realmente sonrisas.

Pero no podía identificar este sentimiento. ¿Qué era? ¿Cómo se llamaba?

—¿Acaso mi nacimiento es algo que deba celebrarse?

Agarré con fuerza el cuello de su camisa mientras su voz tranquila resonaba sobre mí. Lo miré con cautela. Su expresión seguía siendo fría, pero ahora también parecía digna de lástima.

—Si pienso en los países que he destruido y en la cantidad de sangre que se ha derramado por mis propias manos, nadie en este palacio querría felicitarme.

Oí un suave chasquido de lengua detrás de nosotros, pero no me atreví a reprender a mi padre. Tenía razón.

En efecto, ¿quién entre las innumerables personas aquí presentes se alegraría de felicitarle por su cumpleaños? Entre ellos había gente a la que le había destruido su país, y sin duda aquellos que habían perdido a sus padres y madres.

Kaitel no era un gobernante querido. ¿Quién se alegraría del nacimiento de un tirano? Tenía razón. Y eso era lo que lo hacía todo aún más desolador.

—Si hasta yo mismo maldigo este día, ¿quién podría felicitarme de corazón? ¿No crees, mi querida hija?

Kaitel sonrió. Esa sonrisa doliente suya despertó un poco, solo un poco, de compasión en mí.

Hice un puchero en silencio.

Maldito desgraciado. Ni siquiera cuando intento odiarte, puedo. Por mucho que me saques de mis casillas, siempre consigues que sienta algo por ti. Aunque esto ha sido así desde que te reconocí como mi padre. ¿Qué le voy a hacer? Eres mi padre.

Aun así, debería poder celebrar su propio cumpleaños.

Me entristecía que no pudiera hacerlo. Me daba pena. ¿Cómo acabé con un padre así?

En ese momento, las puertas del Palacio Lunare se abrieron.

La puerta estaba conectada directamente con el palacio del emperador, por lo que se abría directamente al salón de fiestas. Parecía que el evento acababa de empezar. Un montón de caras desconocidas levantaron la vista con sorpresa.

Impávido como siempre, Kaitel entró en la sala con su habitual expresión estoica. Fue en ese momento cuando la fiesta comenzó oficialmente.

—Doy la bienvenida a todos los que han venido a celebrar mi cumpleaños. Bebed y alegraos. Disfrutad de la fiesta.

Vi innumerables cabezas inclinándose tras esas palabras.

Fruncí el ceño.


Notas de la traductora:

  1. Kim Tae-Hee: Es una famosa actriz surcoreana, considerada un ícono de belleza en su país natal.
  2. Hong Gil-Dong: Protagonista de un cuento popular coreano sobre el hijo ilegítimo de un noble que, debido a su estatus social, no puede llamar “padre” a su padre ni “hermano” a su hermano. Es una figura que lucha contra la injusticia social.

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