Traducido por Dea
Editado por Herijo
Kaitel bajó la vista cuando sintió que me removía en sus brazos. Yo le devolví la mirada, con los ojos muy abiertos y brillantes.
¿Por qué me miras así, papá? ¿Es porque soy adorable? Ya sé que lo soy.
—Je, je, qué linda.
Yo estaba haciéndole monerías a mi padre, pero resultó que los ojos que se quedaron embelesados fueron los de otra persona. Asustada, me agarré con fuerza al cuello de la camisa de mi padre.
Qué tipo más espeluznante.
Silvia estaba a un lado, cubriéndose la boca mientras reía. No es momento de reír, Silvia.
Kaitel agarró su espada en silencio. Ver la hoja aparecer en su mano derecha hizo que Perdel se estremeciera de terror.
—¡¿Qué?! ¿Ni siquiera puedo mirarla cuando quiero?
Kaitel sonrió. Era una sonrisa bonita, pero también peligrosamente afilada. —¿Tengo que sacarte los ojos para que te calles?
—Perdón —dijo Perdel acercándose, con un puchero. Silvia se acercó para consolarlo. Aunque no tenía heridas en la cara, su expresión mostraba que no había un solo hueso en su cuerpo que no le doliera.
Le habían dado una buena paliza. Chasqueé la lengua en silencio. Perdel hizo una mueca de dolor cuando Silvia le puso una mano encima con suavidad. En ese momento, Kaitel dejó de mirarme para fulminar a Perdel con la mirada.
—Deberías dar gracias al cielo de que esto termine aquí.
—Gracias… dioses del cielo… —Por una vez, Perdel no replicó.
Mi padre no era un loco cualquiera, después de todo. Apoyé la barbilla en el pecho de Kaitel y fruncí los labios. Y en el momento en que oí el resto de la plegaria de Perdel, escupí el aire que acababa de inhalar.
—Por darme a este lunático como amigo.
Kaitel volvió a fulminar a Perdel con la mirada. Y esta vez, lo que salió volando fue un plato, no una taza. Ack. Solté un suspiro ante el pequeño grito que siguió. Ah, qué idiota.
—Te doy exactamente dos días para tu luna de miel.
—¿Eh?
¿No eran tres días la semana pasada? Originalmente, se suponía que era una semana. Se la habían acortado, solo para acortársela aún más. Pobre hombre. Hasta yo lo sabía. Perdel se enfureció de inmediato.
—¡Vaya, eres maldad pura!
Kaitel se detuvo en medio de su salida del jardín, conmigo en brazos. Se giró lentamente para mirar a Perdel. Fue una mirada escalofriante.
—Un día.
La boca de Perdel se cerró como una almeja.
Ah, pobre tipo.
♦ ♦ ♦
Me había preocupado que Serira pudiera estar en problemas por mi repentina desaparición, pero afortunadamente, estaba ilesa. Parecía que Kaitel había descargado toda su ira sobre Perdel.
El único problema era la propia Serira. Cuando me recibió a mi regreso al Palacio Soleil, sus ojos estaban rojos e hinchados de tanto llorar. Me dolió el corazón al verla así, pero el problema mayor fue que se negó a separarse de mi lado después de eso. Eso se aplicaba a todo momento, excepto cuando Kaitel me tenía con él.
—Princesa, no debe volver a escaparse así. ¿Me lo promete? —dijo Serira con severidad mientras me secaba después de un baño. Su voz era seria al advertirme. Asentí mientras abrazaba el juguete que me devolvió.
Al parecer, Serira había encontrado el juguete ella misma. Era una pelota dorada con varios símbolos grabados en rojo. Cuando la vio y se dio cuenta de que yo no estaba, entró en tal pánico que casi se desmayó.
—Sé cuánto le gusta esa pelota, pero no debe deambular así. El mundo es mucho más aterrador de lo que cree, Su Alteza.
Eso también lo sé, Serira. No es exactamente algo de lo que presumir, pero una vez fui víctima de un asesinato al azar. Es un mundo aterrador, ciertamente.
Creí que había entrado en el cielo, solo para despertarme en un mundo completamente diferente. Pero era bastante fascinante cómo mis recuerdos se habían quedado conmigo.
No es que sea una excusa para mi imprudencia pasada. Sí, eso fue culpa mía por completo. Lo siento, mamá. Por favor, no te enfades. ¿Mmm?
—No volverá a hacerlo, ¿verdad?
Con el ánimo por los suelos, mantuve la cabeza gacha, incapaz de mirarla a los ojos. Ante eso, Serira me sonrió suavemente y levantó mi barbilla con delicadeza para encontrar su mirada. Asentí con entusiasmo ante su sonrisa, una sonrisa tan hermosa como un día de primavera.
Sí. Lo prometo. No volveré a hacerlo nunca más.
Serira sonrió ante mi respuesta. Había una ternura en ella que no había visto en mucho tiempo.
—Bien. Eso es todo lo que necesito.
Parecía que perder a su marido había hecho que Serira temiera más a la pérdida que la mayoría de la gente. Eso había sido obvio incluso antes de este incidente. Lo había ignorado antes, pero pensándolo de nuevo, era desgarrador. No importaba lo sabia o virtuosa que fuera, seguía siendo humana. El dolor de perder a alguien a quien amas tenía que ser inmenso.
—No debe irse antes que yo, mi princesa. ¿De acuerdo? —Aunque fingía calma, no pude evitar notar el sutil temblor en su respiración. Era el tipo de pregunta imposible de responder, pero asentí como una marioneta con hilos invisibles. Porque era lo que Serira quería.
Sentí una pequeña onda en mi pecho. Me picaba la nariz, pero no me importó. Era natural sentirse triste al recordar a tus padres. Sentí algo agridulce. Me habían criado durante veinticinco años, alimentándome, dándome cobijo, pero había muerto antes de poder devolverles nada. Aunque no fuera mi culpa ni mi intención, había cometido el acto más ingrato de morir antes que mis padres. Claro, tenía hermanos que había dejado atrás, pero eso no compensaba el dolor de perderme.
Los muertos siempre guardan silencio. Las palabras son fugaces, pero el arrepentimiento de no haber dejado ni siquiera un testamento todavía pesaba en mi corazón. Si tan solo los dioses se apiadaran de mí y me dieran una oportunidad más de ver sus rostros… Si tan solo pudiera decirles que los quiero, solo una vez más.
—¿Está llorando, Princesa? —Antes de darme cuenta, las lágrimas rodaban por mis mejillas. Sorbi por la nariz mientras Serira me estrechaba en sus brazos. Me apoyé en su cálido abrazo.
Los quiero. De verdad que sí. Si tan solo pudiera decirles, aunque fuera por un segundo. Quiero estar en los brazos de mi madre y mi padre y decírselo.
Qué hija tan distante había sido. Apenas iba a visitarlos porque ya era “mayor”, porque estaba “demasiado ocupada”. Y cuando los visitaba, todo lo que hacía era quejarme y protestar. Me sentía tan avergonzada de decir las palabras “los quiero” que no podía reunir el valor para hacerlo. Había prometido ser una buena hija, que cuidaría de ellos, pero todas esas promesas quedaron enterradas conmigo cuando morí.
Se me hace un nudo en la garganta al pensar en cómo mis padres todavía deben extrañarme, a pesar de lo negligente e ingrata que fui. Espero que hayan soportado todo como lo ha hecho Serira. Espero que no sean demasiado desdichados. Espero que mi muerte no les haya afectado demasiado. Realmente lo espero. No he hecho nada por ellos más que dejarles heridas… Qué tragedia tan desgarradora. Ahora, ni siquiera puedo aliviar esas heridas.
—Oh no, ¿qué pasa, Princesa?
Ahora entendía por qué había llegado a querer tanto a Serira. Sí, eso es. Esa era la razón. Una comprensión tácita, una atracción invisible. Sí. Serira me recordaba a mis padres. No en su apariencia, personalidad, tendencias ni nada por el estilo, sino en quién era. Ella era la que se había quedado atrás. La que había perdido a un ser querido y se había quedado atrás. Sola. Así que no podía evitar quererla.
—Sela… —Cuando la llamé, me apartó de su pecho para encontrar mi mirada. Ojos verdes. Hermosos como un espeso bosque. Mis ojos estaban hinchados. También me dolía la cabeza. Pero la sensación que dejaron las lágrimas fue extrañamente refrescante.
—Sí, Princesa. Adelante. ¿Qué es lo que quiere decir?
En lugar de responder, extendí la mano y agarré su cabello. Luego apoyé mi mejilla contra su pálido rostro. Estaba cálido. No era tan frío como parecía. Cerré los ojos mientras sentía el calor.
Siempre es demasiado tarde para el arrepentimiento, sin importar lo rápido que llegue. Solo ahora estoy sintiendo finalmente el peso de ese dicho común. Debo de ser una tonta. Todavía lo odio. No más…
No quiero volver a vivir con arrepentimiento. Voy a hacer las cosas bien esta vez. No me voy a arrepentir. Nunca más dejaré que algo precioso se me escape, sin apreciarlo cuando está en la palma de mi mano, solo para lamentarlo cuando se me ha escurrido entre los dedos. Nunca más.
—Me pregunto qué le preocupa tanto a nuestra princesa hoy —dijo Serira. La sonrisa mientras me apartaba suavemente de su pecho era más hermosa que nunca. Sentí que algo subía por mi garganta.
Y entonces, en ese momento…
—¡Mamá!
Serira se quedó helada. Su rostro se puso rígido. Sus ojos se abrieron de par en par por la conmoción. Nuestras miradas se encontraron, y abrí la boca una vez más.
—¡Mamá, mamá!
Oh, cómo deseaba llamarla así. Cómo deseaba llamarla “Mamá”. Me decía a mí misma que lo haría algún día, pero la palabra siempre se me quedaba atascada en la garganta, sin pasar nunca de ese punto. Pero finalmente, la había soltado.
Mi sentido de la razón siempre me había detenido antes, diciéndome que no debía, pero ahora la palabra ya había salido de mis labios. No pude evitar pensar que tenía que ser ahora o nunca. Que, si no era ahora, quizás nunca tendría la oportunidad de llamarla “Mamá”. Nunca. Esa sensación de urgencia me había empujado al límite.
—Mamá…
No volveré a arrepentirme. No dejaré que esto tan precioso se me escape de las manos. Todavía no estoy en la etapa de arrepentirme de nada en esta vida. Voy a sonreír más, a ser más feliz. Y… a decir “te quiero” más a menudo.
Mientras me acurrucaba de nuevo en los brazos de una sorprendida Serira, musité suavemente:
—Te quelo.
Aunque mi pronunciación distaba mucho de lo que esperaba, la sonrisa de Serira me dijo que era suficiente para que entendiera mi intención. Ella sonrió. Pronto, las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos comenzaron a gotear por su rostro, una tras otra.
No llores, ¿eh?
—¿Qué son estas lágrimas? Qué tontería la mía. —Aun así, las lágrimas no podían detenerse. Extendí la mano y le sequé las lágrimas. Serira soltó una suave risita cuando mi pequeña mano rozó su mejilla. Hizo una mueca graciosa, tratando de contener las lágrimas con la risa. Pero yo no podía reír.
Oh, no. No puedo creer que se vea hermosa incluso ahora. Cómo… Agarré la delicada mano de mi madre y me hice una pequeña promesa a mí misma: nunca más la haré llorar…
♦ ♦ ♦
La llegada del invierno fue difícil de predecir. Puse mi mano en silencio sobre la ventana mientras observaba la nieve acumularse en la terraza.
Pronto iba a cumplir un año. Finalmente podría responder cuando alguien me preguntara mi edad. También recordaba vagamente haber oído que iba a haber un doljanchi (tradición coreana de celebrar el primer cumpleaños de un bebé). Bueno, iba a ser más una fiesta que un doljanchi. Iba a ser una fiesta para celebrar mi cumpleaños y desearme buena salud en los años venideros. Supongo que sigue siendo básicamente un doljanchi.
—Hoy está un poco lento, Su Majestad. ¿Por qué no acelera el paso?
Me di la vuelta para ver a Perdel haciendo el tonto delante de Kaitel con esa sonrisa boba en su cara.
Tsk, tsk. Quiere que le peguen otra vez, ¿verdad? No para de buscar problemas.
Al principio, no podía creer lo desvergonzado y descarado que era, pero ahora ya estaba acostumbrada. Supongo que a esto se refieren cuando dicen que el ser humano es un animal de costumbres. Ja, qué triste. No puedo creer que me haya acostumbrado a esto, de todas las cosas.
—Una grave sequía ha llegado a Izarta. No creo que puedan proporcionar la cuota de alimentos que desea.
El rostro de Kaitel se endureció ligeramente. La cuota que Kaitel deseaba era muy probablemente para su ejército. Últimamente se había hablado de otra guerra, y parecía que el psicópata estaba listo para apretar el gatillo en cualquier momento. Mientras tanto, yo simplemente estaba sentada allí, sin inmutarme.
—Inútiles. —Su tono era gélido. Pero lo decía en serio.
Perdel se encogió de hombros en lugar de responder. Realmente no había nada que decir.
Después de esa única observación, Kaitel guardó silencio. Los dos se sentaron uno frente al otro para revisar una cantidad obscena de papeleo. Intenté estirar un poco las piernas mientras observaba. Después de que se levantara la prohibición de un mes a Perdel de entrar en la oficina imperial, no faltó ni un solo día para venir a pasar el rato en la oficina.
Oh, corrección: no faltó ni un solo día para venir a trabajar en la oficina. No tenía ni idea de por qué elegía deliberadamente venir aquí cuando tenía su propia oficina espaciosa y bien equipada en la residencia del canciller. Mientras tanto, el hombre mismo afirmaba que era “mucho más divertido” trabajar aquí. Significara lo que significara.
—¿Cuándo te vas?
—Cuando termines todos estos papeles.
Tiene agallas, si no otra cosa.
Esa sonrisa pícara en el rostro de Perdel hacía que quisieras abofetearlo con todas tus fuerzas. Bueno, quizás no lo suficiente como para matarlo. Dranste todavía ostentaba el título de la plaga más irritante y provocadora.
Después de lograr el milagro de reducir su luna de miel a un día por secuestrarme, Perdel lamentablemente tuvo que posponer su boda. Originalmente estaba planeada para diciembre, pero se había pospuesto a enero debido a un conflicto. Pero lo más espeluznante era que la boda estaba programada para el día después de mi cumpleaños.
Um, eso no pudo haber sido intencional, ¿verdad? De ninguna manera. Lo dudo.
