La hija del Emperador – Capítulo 27

Traducido por Lily

Editado por Herijo


¿Habría sido mejor morir apenas nací? ¡Pero si acabo de empezar a caminar, a hablar un poco y a comer comida de verdad! ¡¿POR QUÉ! ¡AÚN! ¡ME TRATA COMO A UN PERRO?! ¿Acaso tengo que morderte como uno para que por fin dejes de llamarme así? ¡¿Eh?!

—¿Estás tratando de insultarla? —preguntó Perdel.

—Es solo una forma de hablar.

Una extraña mueca de disgusto apareció en el rostro de Perdel.

Lo sé, perfectamente. Lo que tú sientes es lo mismo que siento yo. ¿Qué se supone que haga con este hombre que es mi padre?

—Kaitel —lo llamó Perdel, por una vez con un tono de voz serio. Se cruzó de brazos, con expresión severa, y dijo—: Tienes que aprender a refinar tu lenguaje. A ser más delicado.

—¿Y para qué me serviría eso?

¡Para muchas cosas, papá! Por ejemplo, para hablar conmigo. O también, para poder hablar conmigo. Y además… ¡Ah! Para hablar conmigo. ¿Ves? Sobran las razones, ¿verdad?

—Los bebés son frágiles. Comentarios como ese pueden herirlos.

—De todos modos, no puede entenderme.

¡Por el amor de Dios, lo estoy escuchando todo, así que sé más amable!

¿Cómo voy a hacer que lo entiendas, perro? ¡Tú eres el perro! Estaba a punto de suspirar de frustración, pero Perdel se me adelantó.

Así es, estamos en el mismo barco. Ah, qué hombre tan insufrible.

—Pero, de todas las cosas, ¿por qué un perro? Podrías haber dicho un conejo, un cerdo, un caballo, un zorro…

¿Y a ti por qué te da curiosidad eso? Sonaba como otra pregunta inútil, así que, pensando que Kaitel lo ignoraría, agarré el sonajero que estaba a mi lado. Esta forma redonda al final del palo parece un trozo de carne. ¡Carne, carne!

Empecé a morderlo, pero Kaitel me lo arrebató de las manos. ¡Agh, papá! ¡¡Me pican las encías!!

—Sus ojos.

—¿Mmm?

Me resistí con todas mis fuerzas, pero al final perdí mi sonajero. Fuiste un buen sonajero… Descansa en paz.

—Sus ojos no se apartan de mí. Como los de un perro.

—Sé que no intentas insultarla, pero desde luego que lo parece.

¿En serio? ¿Tanto se parecen mis ojos a los de un perro? Técnicamente no es un insulto, pero me siento terriblemente ofendida. ¿O será porque no soy lo suficientemente inocente?

—Un perro le mueve la cola a su amo incluso si este lo golpea hasta matarlo.

¿De qué demonios está hablando ahora?

Kaitel, que siempre era una persona seria y sin el menor sentido del humor, parecía un poco distinto. Se sentía… ¿un poco apagado, melancólico? Dejé escapar un profundo suspiro. El sonido de mi pequeño resoplido resonó en la habitación.

—Eso es lo que veo cuando la miro a los ojos.

Dicho esto, Kaitel guardó silencio.

—Papá —susurré, llevando mi mano a su mejilla.

Sabes, papá, me gustas mucho, pero en momentos como este no tengo ni idea de qué hacer.

Bueno, supongo que no importa, pero… ¿Por qué pones esa cara de cachorro, como un perro abandonado en la calle?

Acaricié su mejilla para decirle que no tenía por qué poner esa cara, pero mi mano parecía tan trivial e insignificante contra su rostro que me invadió una extraña sensación.

¿Cuándo crecerán estas manos? No sé cuánto tiempo pasará hasta que sean lo suficientemente grandes como para cubrirle toda la mejilla.

—Me irrita.

El rostro de Perdel también se tensó.

—¿Por qué?

Kaitel me sujetó por la cintura y me miró fijamente. Sus ojos eran tan carmesí como los míos. Un rojo intenso y profundo, que representaba la vida y la muerte al mismo tiempo.

—Confía en mí porque soy su padre, pero ni siquiera sabe la clase de persona que soy. Quién sabe, puede que un día de estos la mate.

—¿Lo harás? —preguntó Perdel con calma, apoyando la barbilla en la mano.

Kaitel se giró para mirarlo. El tema era bastante serio, pero Perdel parecía más bien indiferente, como un espectador viendo una película.

—No.

Si hubiera afirmado, habría salido corriendo de inmediato, pero por suerte, la respuesta de mi padre fue una negativa. Su mirada volvió a posarse en mí. Extrañamente, el caos en sus ojos me pareció hermoso.

Un momento, ¿me estaré volviendo loca?

—Entonces, si no vas a hacerlo, ¿por qué te preocupas? A veces eres muy raro, ¿sabes?

—No solo a veces.

—Cierto. Siempre.

Y por contestar así, se va a llevar otro golpe. Este hombre siempre se lo busca.

Tras lanzarle a Perdel una mirada de lástima, volví a girarme hacia quien me miraba.

—No sabe la clase de persona que soy.

¿Tú? Pues lo más probable es que seas… un lunático.

—¿Qué haría si intentara matarla? —preguntó Kaitel con sinceridad. A mí me parecían las preguntas menos razonables del mundo, pero para él no. Sosteniéndome aún en sus brazos, murmuró en voz baja:

—Está indefensa.

Eso es porque soy un bebé… Bueno, y como eres mi padre, no puedo decir que ser indefensa no tenga nada que ver contigo.

Honestamente, era una pregunta difícil. Para mí y para él. A nuestro lado, Perdel suspiró. Parecía que la pregunta también lo había dejado perplejo.

—Son padre e hija. ¿No está bien bajar la guardia el uno con el otro?

—Nunca aprendí que un padre y una hija pudieran bajar la guardia entre ellos.

Sus palabras revelaban mucho sobre la vida que había llevado. Había una profunda oscuridad en su sonrisa socarrona que te consumía. Me removí incómoda en sus brazos.

—¿Tienes miedo de que esos ojos te traicionen?

—No.

Entonces, ¿cuál es el problema, eh?

No es que quisiera ignorar su confusión o su caos. Quería entenderlo, darle respuestas y liberarlo de esa carga. Pero eso solo sería posible si supiera exactamente por lo que estaba pasando. Era difícil saber qué le preocupaba, qué le asustaba o incluso qué le gustaba. Cuanto más lo conocía, más difícil se volvía.

—Me recuerda a Asisi.

Sentí como si los brazos que me sostenían temblaran. Era una sensación extraña. No estaba acostumbrada a esto.

Creo que todavía hay distancia entre nosotros. No tanta como la que hay entre el Sol y la Tierra, pero quizás como de Seúl a Busán. Claro, seguía siendo una buena distancia, pero insignificante en comparación. Me entró la curiosidad.

Cuando llegue el día en que comprenda todo el pasado de Kaitel, sus pensamientos y sus sentimientos, ¿qué pensaré de este hombre? ¿Me agradará? ¿O lo detestaré? Ahora mismo, no estaba segura. Pero lo importante era que Kaitel seguía siendo mi padre.

—Te haría bien confiar un poco más en la gente.

La voz de Perdel me sacó de mis pensamientos. La mirada de Kaitel era tranquila pero densa. Asfixiante.

—Después de todo, es tu hija.

Cierto. Eso es innegable. Estuve de acuerdo de inmediato, pero Kaitel frunció el ceño.

—No me des consejos.

—¡Encima que intento ayudarte, qué desagradecido! —Perdel se echó hacia atrás, algo decepcionado.

Mientras tanto, yo estaba un poco feliz porque sentía que Kaitel había vuelto a ser mi padre de siempre. Inmediatamente, extendí los brazos y le rodeé el cuello.

—¡Papá!

Pero, papá, no te preocupes por esas tonterías. Si alguna vez intentas matarme, huiré sin mirar atrás. ¡Ya sé gatear! ¡No te atrevas a subestimarme!

—Por cierto, si tengo un hijo, dame a tu hija en matrimonio.

—Ni en sueños.

Mi sonajero voló una vez más hacia la estúpida sonrisa de Perdel.

¡Mi juguete! ¡¿Otra vez?! ¡Oye, imbécil, mi sonajero no es una piedra para lanzar! ¡No puedes andar tirándolo por ahí!

—¡¿Por qué no?! ¿No soy lo suficientemente bueno para ser tu consuegro?

—No —respondió Kaitel sin la menor vacilación. Perdel frunció el entrecejo—. Ni de lejos.

Y con eso, Kaitel se alejó conmigo en brazos. Dejado atrás, Perdel nos gritó a la distancia:

—¡Maldito seas!

♦ ♦ ♦

Hoy por fin cumplí un año más. Bueno, en realidad, ahora tengo dos, porque en este mundo cuentan el tiempo en el vientre como el primer año de vida.

¡Tengo dos años! ¡No puedo creer que ya tenga dos años! Contar mi edad con los dedos me produjo una sensación extraña. Me mordí el labio. Ya tengo dos años. ¡Mamá, ya tengo dos!

Pero considerando la edad que tenía en mi vida pasada, me había vuelto bastante indiferente a la idea de envejecer. Era solo parte de la vida, e incluso había dejado pasar muchos cumpleaños sin darme cuenta. Claro, era agradable cuando alguien me felicitaba y agradecía si recibía un regalo. Pero hacía mucho que el día de mi nacimiento había perdido importancia para mí; lo relevante era el hecho de haber nacido, no la fecha. Tampoco me molestaba celebrarlo en un día diferente.

¿Por qué había vivido de forma tan indiferente? Bueno, sin duda influía que había llegado a una edad en la que los cumpleaños se sentían más como un recordatorio de que me hacía vieja, y ya no los esperaba con ilusión. No me emocionaba en absoluto…

—¿Está feliz, mi princesa? Hoy se ha despertado temprano y parece estar de muy buen humor —dijo Serira con una sonrisa amable. Le devolví la sonrisa y aplaudí. Era algo que hacía cuando estaba realmente feliz.

Serira me dio un pequeño beso en la frente. Pensé que todo rastro de inocencia infantil había desaparecido de mí, pero parecía que no era cierto. Mi corazón revolotea mientras la emoción recorría mi cuerpo. Era una dulce expectación.

—¿Nos preparamos ya? Su Majestad Imperial está organizando esta fiesta de cumpleaños solo para usted, Princesa.

—¡Sip! —asentí con entusiasmo, y Serira se rio suavemente. Me encantaba el sonido de su risa.

Aunque todavía no caminaba bien, ya podía ponerme de pie, y cada vez que lograba un nuevo logro como ese, me invadía una sensación de logro.

Supongo que esto es “crecer”. Qué interesante. Parecía que fue ayer cuando lo único que podía hacer era estar tumbada boca arriba. Pero ahora, había crecido lo suficiente como para dar algunos pasitos.

—Has crecido mucho.

¿Eh? Esa voz…

Alcé la vista y vi a Dranste sonriéndome. Su sonrisa siempre me había parecido irritante, pero quizá por ser mi cumpleaños, él… Vaya. Es guapo.

—Hoy es tu cumpleaños, ¿verdad?

—¡Sí!

Pensé que no lo recordaría, pero lo ha hecho. No esperaba nada, pero el hecho de que alguien se acordara me hizo más feliz de lo que imaginaba.

Psh. De acuerdo, imbécil. Te perdonaré todas las veces que te has burlado de mí. Asentí solemnemente y él se echó a reír.

¿De qué te ríes? ¡No te rías de mí!

—Me haces mucha gracia.

¡¿Cómo te atreves…?!

Lo fulminé con la mirada y un gran puchero, solo para que él echara la cabeza hacia atrás y se riera con más ganas.

¡Ya verás…!

Le lancé una mirada de disgusto, pero, por supuesto, eso no lo detuvo. Dranste se rio a sus anchas.

¡Ugh, qué odioso! Y yo que pensaba que hoy ibas a portarte bien conmigo.

Nuestras miradas se cruzaron por un momento, y me dedicó una sonrisa socarrona. Lo que daría por coserle esos labios… Pero, en serio, ¿por qué no te he visto últimamente? Antes venías más a menudo. ¿Te molestó que siempre fuera tan grosera contigo?

—¿Estás triste porque ya no vengo seguido?

Para nada. Lárgate. Aparté su mano de un manotazo cuando intentaba tocarme la cabeza y retrocedí.

Si piensas irte, te sugiero que lo hagas a la velocidad de la luz. ¿Cómo te atreves a acercarte tanto?

A pesar de mi evidente recelo, Dranste se arrodilló para ponerse a mi altura y volvió a darme una palmadita en la cabeza.

Deja de tocarme, pervertido.

—He estado ocupado con algunas cosas. Créeme, preferiría vivir aquí contigo, pero…

¿Pero?

Lo miré haciendo un puchero, y él sonrió.

—Soy un hombre ocupado.

Ah, ¿sí? Mi cara se endureció. Pues lárgate. Yo también soy una chica ocupada. Qué dilema será siempre averiguar cuán grosera tengo que ser para que este tipo lo capte.

Negué con la cabeza y le tendí la mano a Serira, que estaba preparando mi ropa a mi lado. Pero Dranste la agarró antes de que ella se diera cuenta.

¡¿Y ahora qué?!

Lo fulminé con la mirada, pero de repente, sentí que me deslizaba algo duro en la palma de la mano. ¿Mmm?

—Toma.

¿Qué es esto? Curiosa, miré hacia abajo y vi que era una gema con forma de media luna. Oh, qué bonita. ¿Es obsidiana?

Me senté de inmediato y me quedé absorta admirando la preciosa gema. Dranste se sentó frente a mí. Lo miré con curiosidad, y él hizo rodar la joya en mi mano.

¿Oh? Cambia de color cuando la luz le da de otra manera. Vaya, es impresionante.

—Es tu regalo de cumpleaños.

—¡Ahh!

¡Qué bonita!

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