La hija del Emperador – Capítulo 31

Traducido por Lily

Editado por Herijo


Casualmente, al día siguiente era la boda de Perdel y Silvia. Por suerte, pude asistir a la ceremonia, que se celebró en un castillo cercano.

La presencia de Perdel era superflua, pues la visión de Silvia portando un vestido blanco puro era tan increíblemente hermosa que me dejó sin aliento. Me hizo pensar que, de mayor, querría ser una novia como ella. Por un momento, ¡hasta sentí que podrían brotarle alas de la espalda!

Vaya, es deslumbrante.

El vestido rosa que lució después en el banquete combinaba a la perfección con el color de su pelo y era igualmente precioso. Pero el verdadero problema estalló más tarde, dejándome completamente sorprendida.

—¿Acaso quieres morir? —Kaitel fulminó a Perdel con la mirada, pero este le devolvió la sonrisa con despreocupación.

—¿Qué? —Perdel se encogió de hombros y rio como si no fuera para tanto.

Vaya, qué imbécil.

Kaitel parecía dispuesto a matar, pues incluso había invocado su espada y la sostenía contra la garganta de Perdel. Sin embargo, la situación era bastante diferente a la anterior. Perdel miraba a Kaitel con calma. Parecía que esta vez de verdad había causado algún problema.

—Ah, ¿te refieres a venir al Palacio Verita para nuestra luna de miel?

Vamos, déjate de tonterías. Sabes perfectamente de lo que habla. Dejé escapar un suspiro silencioso. Perdel actuaba como si tuviera siete vidas. Qué tipo tan imprudente.

Mientras tanto, las venas de la frente de Kaitel se hinchaban de rabia. Agg, qué miedo.

Incluso Silvia, que estaba a mi lado sosteniéndome en brazos, negó con la cabeza con incredulidad.

Así es. El lugar que Perdel había conseguido para satisfacer el requisito de Silvia de “un destino de luna de miel donde nadie haya estado antes” era el palacio. En concreto, el Palacio Verita, conocido por tener las mejores vistas de todo el recinto palaciego. Este palacio en particular solo se abría para dignatarios importantes e invitados de estado cuando estaban de visita.

—Tú fuiste quien firmó el papel sin prestar atención. ¿Me equivoco?

¿Será por esto que la gente siempre dice que hay que leer la letra pequeña? Parecía que había que tener cuidado con lo que se firmaba. O quizás, sería prudente intentar evitar firmar nada en absoluto.

Yo asentía ante la inesperada lección de vida cuando vi que la mano de Kaitel temblaba. Parecía que se moría por matar a alguien.

—¡Sil! —dije.

—Oh, qué adorable —respondió Silvia.

Claro que lo soy. Pero esa no es la cuestión. ¿Puedes hacer algo con tu marido, Silvia? A este paso, conseguirá que lo maten.

Pero Silvia parecía no preocuparse en lo más mínimo. Estaba más ocupada abrazándome fuerte y admirando mi lindura.

¿Tú también eres una de mis fanáticas? No sé… esto da un poco de miedo. ¿Es mi encanto lo suficientemente poderoso como para hacer que la gente pierda el juicio? Ugh, ¿qué estoy diciendo…?

—Fuera de mi palacio. —La voz de Kaitel era grave y amenazante. Causandome escalofríos.

¡Ahhh, qué miedo! Siento como si estuviera caminando sobre hielo delgado.

Mientras tanto, el que realmente estaba en la confrontación con Kaitel sonreía, sentado en el sofá. La forma en que apoyaba la barbilla en la mano le hacía parecer aún más lánguido.

—Oye, diste tu permiso hace mucho tiempo. Soy un invitado de estado legítimo que puede alojarse en este palacio durante diez días.

—Cállate. Tú no eres un invitado.

—Soy el canciller de este imperio. Eso me convierte en un invitado de estado.

Oh, Dios. Míralo encogerse de hombros. Quiero darle una bofetada.

Por lo visto, mi padre sentía lo mismo.

—Entonces, deja de ser canciller —escupió Kaitel en un tono intimidante.

Mis ojos se abrieron como platos. Eh, espera. ¿Kaitel? ¿Estás diciendo que quieres despedir a Perdel? ¿Realmente puedes despedirlo así? ¿Siendo el canciller?

Pero de alguna manera, a pesar de la amenaza de despido de su superior, Perdel permanecía completamente relajado.

¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan tranquilo? Miraba yo con gran preocupación cuando, de repente, Perdel sonrió como para burlarse de Kaitel en su propia cara.

—¿Crees que podrías aguantar una hora sin mí?

Esas palabras fueron el detonante. La espada cortó el aire tan rápido que ni siquiera me di cuenta de que la había invocado.

¡¿Voy a presenciar otro asesinato?! Apreté los ojos con fuerza y hundí la nariz en los brazos de Silvia. Pero la reacción de Silvia me pareció extraña. Espera. ¿Estás bien?

Estúpidamente, abrí los ojos y terminé presenciando todo justo delante de mí. Plumas blancas revoloteaban en el aire. Kaitel no había apuñalado el cuello de Perdel, sino el sofá. Vaya…

—¡¿Por qué tenía que ser un palacio imperial?! —Su voz grave seguía siendo tan siniestra como siempre.

Yo estaba muerta de miedo y, sin embargo, la maldita pareja de los Vitervo parecía tan tranquila como siempre. Me irritaba. ¿Hola? ¡¿Por qué soy la única asustada ahora mismo?!

—Silvia quería ir a una luna de miel donde nadie hubiera estado antes. Y es verdad, ¿no? ¿A quién más se le ocurriría venir a un palacio?

Sí, claro. Genial. Un genio. Tsk, tsk.

—Disfrutaremos de todas las comodidades del Palacio Verita durante los próximos diez días. Gracias, Kaitel.

La forma en que sonrió justo al decir eso… Oh, era tan detestable que daban ganas de estamparle un puño en la cara.

Dios, si yo estoy así de molesta, solo puedo imaginar cómo se siente Kaitel. Estaba listo para ver sangre hoy. Agarraba su espada con más fuerza que nunca.

—Te voy a matar.

—Oh, vamos, por favor, cálmese, Su Majestad Imperial.

¡¿Eres masoquista?! ¡¿Cómo puedes estar tan tranquilo ante esta ferocidad asesina?! De hecho, Perdel parecía disfrutar viendo a Kaitel arder de rabia. ¡Qué pervertido!

—¿Por qué no continúan después de tomar unos refrigerios? —dijo Silvia. Había intervenido justo a tiempo. ¡Bien hecho, Sil!

La mirada asesina en el rostro de Kaitel se suavizó en un instante. Nuestras miradas se encontraron, y me sorprendí sonriéndole sin querer. Jeje. ¡Hola, papá!

¿Eh? Oh, Dios. Esto es una costumbre, ¿verdad? Ni siquiera estoy feliz. ¡Estoy triste! ¿Un bebé que sonríe en un esfuerzo por salvar su propia vida? ¡Eso es trágico! Y tampoco es que mi padre me devuelva la sonrisa. ¿Para qué sonrío tanto? Ah, qué vida tan pobre la mía.

—Nuestra princesa está tan linda como siempre hoy.

—Piérdete.

Tiene que soltar otra palabra y meterse en líos, ¿verdad?

—Su Majestad Imperial, ¿podría hacerle una petición? —preguntó Silvia con voz tranquila y suave. Kaitel pronto desvió su mirada hacia ella. Ya lo había notado antes, pero su actitud hacia Silvia era extrañamente rígida.

—¿Qué es? —preguntó en un tono completamente seco. Conocía el tono que usaba con Perdel, y el contraste era especialmente marcado.

¿Hay algo entre ellos dos? Miré de un lado a otro a Kaitel y a Silvia, pero no pude percibir nada en particular por parte de Silvia. ¿Simplemente odias a las mujeres, papá? ¿Cuál es el problema? Puedes contármelo.

—Me encantaría ser la madrina de la princesa Ariadna.

¿Eh? ¿Qué es esto? ¿Madrina?

—¿Sería posible? —Sonrió suavemente.

Vaya. Estaba tan impresionada. También era cierto en el caso de Serira, pero, caramba, Silvia era realmente un ángel. ¡¿Cómo era posible que alguien fuera suave como la seda, dócil, tranquila, gentil, amable, amistosa, considerada y tan fácil de querer?!

¡Quiero ser la hija de Silvia! Qué gran vida sería nacer de una madre así.

Mientras me acurrucaba contra el pecho de Silvia, ella me miró. Nuestras miradas se encontraron, y no pude evitar sonreír ante el bonito tono rosa claro de sus iris. Quizás no era lo mejor acostumbrarse tanto a todo este afecto, pero no tenía ninguna intención de rechazarlo.

Después de todo, no había razón para hacerlo. ¡Ah, qué más da!

—¡Yo también quiero ser el padrino!

—Lárgate.

Fue un rechazo firme e incuestionable. Pobre Perdel. Deberías haberte imaginado que esto pasaría después de lo que has hecho. Kaitel miró a Silvia con una expresión un tanto turbada, y luego se giró para mirarme a mí. Fue una diferencia mínima, y tal vez solo fue mi imaginación, pero… ¿quizás había un atisbo de afecto en su mirada?

¿Quizás? ¿Quizás no?

Vale, quizás no.

—Tienes mi permiso.

¿Eh? ¿En serio? Miré a Kaitel con los ojos como platos. Sus labios se curvaron al ver mi mirada. Casi pude oír el sonido del aire escapando de un globo que se desinfla.

—Es mejor que una niña tenga una madre.

Bueno, ¿tenías que decirlo con ese tono tan burlón? Casi suena como si estuvieras diciendo que estoy mejor sin una.

—Es estupendo.

Independientemente del sarcasmo de Kaitel o lo que fuera, Silvia estaba genuinamente eufórica por haber recibido el permiso. Exaltada, frotó su mejilla contra la mía. ¿Oh?

—Qué maravilla, Princesa.

Bueno, no me molestaba en absoluto.

Mientras tanto, Perdel volvió a armar un escándalo, incapaz de contenerse.

—¡Quiero ser el padrino! ¡Lo seré!

Ugh, en serio. ¿Podrías controlarte por una vez?

Mientras tanto, Kaitel que ya estaba echando humo, miró a Perdel con la espada todavía en la mano.

—Si yo soy el padrino y Silvia la madrina, ¡¿eso convierte a la princesa en nuestra hija?!

Silvia sonrió incómoda. Y no la culpo.

Dios, ¿no puedes guardarte ese tipo de pensamientos en la cabeza? ¡¿Tienes que decir esas tonterías en voz alta delante de mi padre?!

—¡Ack!

Había estado cavando su propia tumba todo este tiempo, así que era un milagro que siguiera vivo. Perdel esquivó por los pelos la espada que se abalanzó sobre su cabeza, y luego miró a Kaitel con resentimiento. Sin mediar palabra, Kaitel soltó su espada. La larga hoja se disolvió en el aire, como siempre.

Eso nunca pasa de moda. Me asombra cada vez.

—Asistirás a la reunión de hoy.

—¿Qué? ¡Oye, estoy de vacaciones! ¡Estoy en plena luna de miel!

—Cállate.

Te lo mereces por decidir pasar tu luna de miel en el palacio. Tsk, tsk.

—Vaya, qué psicópata.

Aunque Perdel parecía estar en una situación lamentable, por desgracia, no sentí mucha simpatía por él. El psicópata se ofendió al ser llamado psicópata e inmediatamente invocó de nuevo su espada. Agg, qué miedo. Silvia retrocedió por mi seguridad.

Fue una decisión sabia.

—¡Me rindo! ¡He dicho que me rindo! —gritó Perdel a pleno pulmón, pero no sirvió de nada.

Kaitel detuvo su espada a solo unos milímetros de la cabeza de Perdel. Este hizo una mueca al mirar los pocos mechones de pelo que habían sido cortados. Probablemente no necesite ejercicio adicional, con las payasadas que hace regularmente.

—Vaya, eres tan cruel —refunfuñó Perdel en voz baja. Kaitel giró la cabeza al oírlo. Perdel forzó una sonrisa radiante para fingir que no había problema, pero… su expresión se desmoronó en cuanto Kaitel desvió la mirada.

—Maldita sea.

“¿De verdad tengo que vivir así?!” Eso es lo que estás diciendo realmente, ¿verdad? Oh, vaya si sé lo que sientes. He pasado por eso, ¿sabes? Pero, ¿qué otra opción tenemos más que seguir viviendo así? Estas son las cartas que nos han tocado. En otras palabras, estamos condenados.

—Es la última reunión antes de la ceremonia de guerra.

—¿Ah? Entonces, ¿Asisi también estará allí?

¿Oh? ¿Ese tal Asisi está en la capital ahora mismo? Eso me sorprendió, quizás porque solo había oído mencionar su nombre en conversaciones. Mentiría si dijera que no me había hecho extrañas fantasías sobre él. Y era comprensible, pues era el Caballero Negro, después de todo. Era igual que a Kaitel lo llamaran el Tirano Sanguinario o el Emperador Sanguinario, o a Perdel, el Canciller de Hierro.

Pero, ¿por qué lo llamaban el “Caballero Negro”?

—Sí.

La cara de Perdel se iluminó. Hasta hace un segundo temía tener que ir a la reunión, pero parecía que ahora la esperaba con ganas. Oí que eran buenos amigos de la infancia, así que deben ser muy cercanos.

¿Eh? Pero también es amigo de la infancia de Kaitel. Hm…

—Estaremos en el Jardín de la Serenidad mientras ustedes dos están en su reunión —dijo Silvia.

Qué vista tan refrescante era la del lago cubierto de nieve fuera del Palacio Verita. La nieve me recordaba a las hojas del árbol de invierno. No hubo respuesta de Kaitel. Solo Perdel me sonrió brillantemente mientras asentía.

—¡Papá!

Al cruzarse nuestras miradas, lo llamé con una sonrisa. Al principio solía ignorarme por completo, pero ahora, sus reacciones estaban al cincuenta por ciento.

Se rio entre dientes y luego extendió su mano hacia mí. Me rozó suavemente la mejilla con el dorso de su mano.

Su tacto me produjo una extraña sensación. Se sentía frío, escalofriante… y de alguna manera, seco. Sentí como si hubiera caído en agua. Un poco borroso, un poco agridulce…

Pero mis pensamientos fueron interrumpidos pronto.

—¡Su Majestad Imperial! —Una voz aguda rasgó el aire, llamando a Kaitel.

¿Eh? ¿Qué está pasando?

Kaitel desvió la mirada, y yo lo seguí. Un sirviente irrumpió en la sala de recepción y cayó inmediatamente de rodillas.

—¿Qué ocurre?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido